Una eterna pregunta ¿Por qué Hemingway? Mucho más intensificada luego de mi viaje a Nueva York en 1961 que se describe en este volumen en forma sintética. Después del viaje: ¿Intensificada dije? Si y agrego: Mucho más insistente, mucho más despreciativa, muncho más ofensiva, mucho más desafiante. ¡Bah! nada hizo mella. Pero por otro lado y cuestión curiosa, no se hablaba de lo literario. Es más, diría que escasamente se rozaba. Por ejemplo “El viejo y el mar” aparecía como una “obrita” entre muchas. Acompañaba siempre a esta expresión los gestos despectivos. Además, la noción repetida y redundante: “¡No es un escritor! Es solo un periodista que escribe…” Esto es como lo mínimo. Y hay que sumarle también los temas relacionados con su vida privada. Por ahí me imagino a Hemingway en el mundo de hoy. El mundo del espectáculo, la farándula y los medios. Televisión, radio, diarios y revistas en ese orden. ¡Qué material para el escándalo mediático y un buen pago a los periodistas especializados en el tema!
Una pregunta de época: ¿Pocos los habían leído? O ¿Preferían no haberlo leído? ¿Había alguna referencia? De paso, ¿Qué se sabía de él?
Con todo mi bagaje personal, mi conocimiento del “Viejo” y la admiración que surgió por él, fue más fácil. Por ello es que puedo decir que, a diferencia de otros escritores, yo “conocí” al “Viejo” por dos vías: Una fue la literaria, leyendo sus obras. La otra, afectiva, a través de miembros de la familia. La primera fue una vía directa para conocerlo como escritor, sin adorno, ni adjetivo alguno. Yo me encontraba con el texto puro, el escrito puro, sin haber leído crítica, ni favorable, ni adversa.
En cambio, la vía afectiva fue muy diferente y a ella le atribuyo una singular carga hacia mis intereses posteriores. En esto tuvo que ver también mis lecturas de biografías. Hemingway no se salvaba de ello, pero era enriquecido con la charla popular.
Ante mi curiosidad, al comienzo fue mi padre Oscar, su erudición y fenomenal biblioteca (al fallecer se donaron más de 2000 libros). Luego, buenos aliados fueron tres tíos. Uno hermano de mi padre, Santiago quien me obsequiara una pistola de tiro (que aparece en alguna foto de este volumen), otro hermano de mi madre, Santos que me ayudaba con anécdotas sobre Hemingway y el tercero otro hermano de mi madre, Américo que contribuyó obsequiándome un fusil Remington modelo 1879 reparado y adaptado para el empleo de cartuchos calibre 14.
Por si fuera poco, mi abuelo paterno conoció a un cocinero español oriundo de Pamplona que le dijo que conoció a Hemingway, a quien le había dedicado “una albóndiga” y además este hombre de nombre José le dejó una máquina de escribir Corona Four que según él estuvo un tiempo en manos del escritor. Aunque yo nunca pude hablar con mi abuelo sobre el tema por el deterioro que tenía su salud, la versión que publico es producto de la historia conocida por mi padre y por mi tío Santiago.
He aquí algo más anecdótico. Mi padre, mis tíos y otros señores desconocidos para mí, se reunían regularmente en algunos lugares a tomar un aperitivo antes del almuerzo. Muchas veces me tocó acompañar a mi padre. Esto comenzó alrededor de los años 1953 o 1954. Durante el encuentro se hacían presentes bebidas tradicionales como el Campari, el Cinzano, la Hesperidina, acompañados por quesos y fiambres. No se hablaba de la actualidad cotidiana. Se hablaba de lo que pasaba en el mundo y los protagonistas de esos hechos. Todos parecían versados en historia y política, así como en literatura y en plástica.
Como es de suponer, yo escuchaba los comentarios que ellos hacían sin intervenir. Comía un poco y bebía algo de lujo para mí como era un refresco de granadina con soda. Pero mentalmente anotaba. Ellos hablaban sobre las noticias que llegaban y no solo de Hemingway, sino de otros personajes.
Allí estaban los nombres de Jean Paul Sartre, José Ortega y Gasset (muerto en 1955), Alfredo Palacios líder político seguido por mi abuelo paterno en sus ideales socialistas (que ya lo acompañaban en 1918 en la gesta universitaria de Córdoba), John Dos Passos, Julián Marías, George Clemanceau. En fin, algunos eran autores que yo leía, con biografía incluida en los casos que estuviera disponible. Pero de Hemingway las noticias eran distintas.
Este “individuo” que escribía, era cazador, pescador y aventurero. Era un “sportman” en el sentido de esa expresión inglesa, según se lo llamaba en la mesa. Pero había sido y era un periodista de aquellos. En su tarea había escrito muchas notas sobre temas varios. Pero las palmas se las llevaban las notas sobre la guerra que cubría periodísticamente. Entonces, él era un “corresponsal de guerra” también denominado “enviado especial”. Cuando me enteré, para mí la dimensión de este hombre fue diferente. Allí estaba el periodismo, la escritura y el mar. ¿El mar? Y claro, “El viejo y el mar”. Incluso otro detalle para el joven que se desayunaba con “Papá”: Cuando yo tenía nueve años a este señor le dieron el Premio Nobel de Literatura. E influyó mucho en ese premio esa “obrita”, como algunos despectivamente le llamaron, sobre el pescador y su presa, considerada, nada más ni nada menos, como uno de los hitos de la literatura mundial. ¡Cuánto placer al leer esa novela! ¡Parecía un cuento para niños y decía tantas cosas a los adultos! Yo no sabía que estaba tan bien escrita. No alcanzaba a valorar. Pero quería escribir algo similar. Algo así, sencillo, un argumento simple sí, pero… ¡Ignoraba lo complejo y difícil que era! ¡Cuántas ganas de escribir me regaló ese libro! ¡Cómo no admirar al hombre que lo escribió!
No había mucha información, pero lo poco que yo escuchaba era apasionante. Con el tiempo y a partir de la experiencia de los diarios para los que algo escribía, yo rastreaba noticias adicionales. Adquiría alguna información internacional revisando las revistas del “Emporio de las revistas”. Solo las revisaba. No podía comprarlas. Eran muy caras. Me ayudaba mi aprendizaje de idiomas. Pero no bastaba. Por eso es importante el “momento histórico”. Es eso lo que aquí deseo rescatar, rodeado de tantos detalles personales. Ese “momento” es cuando el escritor vivía y la gente “grande”, los “mayores” comentaban delante de un niño, luego joven, aficionado a la literatura y al periodismo, cuán importante y como era ese “señor” que escribía. Que hacía ese “señor” y como su figura trascendía con noticias que llegaban desde lejos y a las que solo tenían acceso muy pocos. Pero esos pocos eran los “difusores”, “medios de comunicación en sí mismos”, comentando, contando, informando, lo que sabían y por ahí, parece, hoy me parece, que aquello que no sabían, ¡También! Es por eso que se habla del “mito”, de la “leyenda”. Lo que “no sabían”, ¿Acaso lo inventaban? Y la figura del escritor de por sí grande, importante, ¿Se agigantaba aún más con estos inventos? Creo que sí. Era una especie de superhombre para la gente común. Pero no necesitaba como Clark Kent cambiar su vestimenta o personalidad. El era siempre el mismo. O así lo veía yo.
Hay un dato. Un cálculo muy personal me dice que, desde los ocho o nueve años y hasta la muerte de Hemingway, cuando yo tenía dieciséis, escuchaba hablar sobre el “Viejo” casi todas las semanas.
Pero ¿Cuál era la diferencia entre los comentarios en general y los que se hacían sobre Hemingway? Yo creo que aquí está buena parte de la clave de mi conexión con “El Viejo”, hallada más bien con los años y la experiencia. Lo de “Hem” (como algunos, localmente, le decían) no era lo político. Lo de “Hem” era lo mundano. Se trataba de lo que muchos hombres deseaban ser o hacer y les estaba vedado a la mayoría de los mortales por las mil y una razones que vedan a la mayoría de las mortales maneras de ser y hacer que son únicas.
Porque no se trataba solo de cazar y de pescar. No se trataba solo de boxear o enamorar mujeres bellas, seductoras, desafiantes y a la vez famosas por derecho propio. Tampoco se trataba de tener más o menos dinero. Que, hay que puntualizarlo, también ejerce fascinación en la gente. No se trataba de un viajero frecuente (como se dice ahora) de un continente a otro ya que eso también lo hacían muchos millonarios e ignotas personas en todo el mundo y nadie se enteraba.
Por eso este caso era algo diferente. Se trataba nada más ni nada menos que este hombre singular, además de hacer todo lo que hacía, ¡Escribía! Se trataba que no era uno del montón, ni uno más de la legión de escritores y periodistas que hay en el mundo. Se trataba que este señor era uno de los mejores del mundo y reconocido. Claro, no siempre. Muchísimas veces más, él era criticado, vilipendiado, prohibido, admitido como borracho consuetudinario, exhibicionista, desafiante y así se podría seguir con una larga e interminable lista de pecados, defectos, errores y vicios.
También había aceptación a través de silencios cómplices en donde los celos y la envidia agitaban todas sus banderas. Pero he aquí que al villano terminan dándole la estrella de sheriff con el Nobel Y ahora, ¿Qué más? Hoy, tras muchos años de su muerte, las críticas denostando su imagen, siguen igual.
Hay que imaginar el “momento” cuando se hallaba con vida y los contemporáneos, a miles de kilómetros de distancia, hablaban de él.
Yo recuerdo que pocos creían en los críticos. Los críticos no cazaban, no pescaban, no viajaban, parece que no bebían y no enamoraban, ni eran amados por mujeres hermosas e inteligentes y, además, no escribían nada parecido a lo que este individuo escribía, publicaba y, además, ¡Vendía! Nadie le regaló un peso, ni tuvo herencia que lo favoreciera. Sus ganancias, que superaron con mucho los aportes que recibió, le costearon sus andadas y las de su grupo familiar e incluso amigos y desconocidos a quienes ayudó. Pero no había virtudes para reconocer en él. En muchos escritos sobre él, aparece lisa y llanamente como un marginal. Era indefendible y hoy se diría impresentable.
Todo esto es la diferencia entre él y el resto de los mortales. Ahora, una pregunta adecuada: Esta persona, con esta descripción, ¿Vivía realmente? o ¿Era un producto de la imaginación enfermiza de alguien? Realmente ¿Cazaba en África? ¿Se codeaba con los mejores toreros del mundo en Madrid? ¿Era amado y admirado en Pamplona? ¿Bebía los mejores Martini en el Ritz de París o en el Waldorf Astoria de Nueva York?, ¿Enamoraba a Marlene Dietrich?, ¿Pescaba un marlín de varios cientos de kilos a varias millas de Cojimar? Los famosos del cine ¿Iban a su casa en Finca Vigía?, aunque también podían estar con él en Bimini o en Key West o en la Habana. En todos lados era considerado un prócer indispensable de conocer. Algunas armas llevaban su nombre y algunos cócteles llevaban su estilo. Todo esto y además se daba tiempo para escribir con una disciplina feroz. Todo esto repito ¿Era real? ¿Existía una persona así? Claro que existía. Claro que vivía, en ese momento en Cuba, pero era el dueño afectivo de medio mundo. Claro que también le dieron el Nobel y estaba enfermo para ir a recibirlo. Pero envió un mensaje, como su discurso de aceptación, que dice cosas que hoy siguen siendo válidas para quienes escriben.
Volviendo a lo que fue la realidad, la vivencia de ese momento, para la gente, para la gente del montón como era y soy yo, ese señor era una leyenda. Una leyenda… viva. Su muerte no cambió ni el aprecio, ni el odio, ni la envidia de la gente.
Mi fuerte conexión con el “Viejo” siguió. Pocos tuvieron la osadía de ser un hombre libre, independiente, en contra de toda opresión, de vivir como quería y despreciar cualquier tipo de dominación. Era eso lo que yo percibía en el “Viejo” y por eso mismo él era un “amigo”, a la distancia, con la barrera idiomática, con la barrera de los años. Este hombre estaba siempre, lo convocara o no. Había estado siempre. También conocía sus vicios. No lo justificaba, lo entendía. No lo aceptaba, pero lo comprendía. Yo iba observando, aprendiendo y sufriendo. También supe que la miseria humana que me rodeaba tenía muchísima más malignidad que las peores cosas que le atribuían al “Viejo”. La basura se hallaba tanto acá como allá. No olvidaba el pensamiento que decía que, cuando un amigo tiene tantos defectos de frente, hay que mirarlo de perfil.
De sus desatinos, el más destacado, fue sin duda su dipsomanía. Pero la presencia del o los vicios no afectó la imagen del hombre. Yo ya había aprendido algo básico y relevante: Sabía que no había dioses en la tierra. Había sólo semidioses que cargaban con infinidad de defectos y escasísimas virtudes, a veces una sola, como en este caso, escribir como los dioses. Y esa virtud, tiempo después me di cuenta, era a su vez su desafío. Era, simplemente, el sentir que por ella estaba vivo. Si por cualquier causa esa virtud, que tanta fuerza le daba, desapareciera, la existencia se volvería un sin sentido.
Con los años, al “Viejo” lo seguí, pasó su muerte, pasó mi vida o parte de ella. El afecto, como mis escritos dedicados a él que empiezan a reaparecer ahora, no se borró jamás.
Al lector de estos textos quiero darle algunas coincidencias exageradas que me ligaban al “Viejo”, las que solo las pude ver mucho más tarde e integrarlas de esta manera:
-1-Periodista: No solo eso, ¡Corresponsal de guerra!
-2-Escritor: ¡Cuánto anhelo tras la palabra escrita!
-3-El mar: La pasión por el mar en su vida y en su obra.
-4-Santiago el nombre de uno de mis tíos protectores. Pero también está Santiago en España, país al que tanto amaba. ¡Qué decir de Santiago en Cuba, la Virgen del Cobre y la medalla del Nobel! Y luego, nada más ni nada menos que Santiago, el pescador, el protagonista de “El viejo y el mar”.
-5-Fecha de cumpleaños: El “Viejo” cumple años el 21 de Julio. Pauline, su segunda esposa lo cumple un día después y yo… ¡También! el 22 de julio.
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