Esta novela, narrada en torno a un hecho histórico, se ha tomado las licencias habituales de la ficción respecto a la realidad. Una de ellas es el personaje de Nuno Chagas, una construcción imaginaria sobre un joven asesinado en 1965, cuyo cadáver apareció desnudo, en una fecha imprecisa entre los meses de marzo y abril, en un tramo del Guadiana cercano a Badajoz. Aquel cuerpo sin identificar fue objeto de una investigación policial, minuciosa pero fallida, y terminó en una fosa común del cementerio de San Juan.
El interés novelesco de aquel cadáver anónimo es su cercanía (en la misma zona de La Raya y en fechas similares) a otro episodio fronterizo de alcance internacional: el hallazgo de los cuerpos del general portugués Humberto Delgado y su secretaria Arajaryr Campos, el 24 de abril de aquel mismo año, junto a un camino de contrabandistas próximo a Villanueva del Fresno.
Humberto Delgado y Arajaryr Campos habían desaparecido dos meses antes y la prensa de todo el mundo daba por seguros sus asesinatos a manos de la PIDE (Policía Internacional y de Defensa del Estado), cumpliendo los deseos de António de Oliveira Salazar, que consideraba a Delgado como un peligroso rival. Pero mientras se especulaba sobre su suerte, los medios portugueses y españoles, sujetos a una tenaz censura y la habitual manipulación informativa de ambas dictaduras, difundieron la versión de que el general seguía vivo y se le había visto en diferentes países. Lo cierto es que ambos fueron ejecutados por la PIDE el 13 de febrero de 1965 en una finca de Badajoz, convirtiendo un crimen político en un turbio complot que involucraba a los dos regímenes totalitarios. Todavía hoy existen numerosas incógnitas sobre algunas circunstancias del crimen y sobre cómo se gestó la necesaria colaboración del franquismo.
Otro episodio real sobre el que —por respeto a la familia de la víctima— no me he permitido ficcionar es la muerte de Miguel Botello Lozano, a manos de la Guardia Civil, cuando volvía con un cargamento de contrabando de Portugal. Sucedió el 4 de febrero de 1965 muy cerca del lugar en el que, nueve días después, los miembros de la PIDE enterraban de mala manera los cuerpos de Humberto Delgado y Arajaryr Campos. La ejecución extrajudicial del contrabandista tan solo mereció una frase en el sumario de Humberto Delgado; ha sido el testimonio de su hija Joaquina, a la que visité en su casa de Higuera de Vargas, el que ha permitido reconstruir un suceso que había sido borrado por completo de cualquier relato sobre aquellos años. La realidad alimenta la ficción. Pero a veces también la ficción permite acercarse a zonas sombrías de la realidad.
Las jaurías le debe mucho al emocionante testimonio de Joaquina Botello, a quien va dedicado el libro.
Muchas otras voces y colaboraciones lo han hecho posible. La de Felipe Cabezas Granado, extremeño comprometido desde hace muchos años con la recuperación de la memoria histórica; la de Manolo Cáceres, que me permitió acceder a algunas imágenes, duras pero necesarias, del que durante demasiado tiempo fue aludido como «el hombre del Guadiana»; la de Antonia y otros vecinos del barrio de Gurugú (Badajoz), de Olivenza, de Villanueva del Fresno y de Oliva de la Frontera, que lo enriquecieron con sus aportaciones.
La documentación que sostiene la base histórica de la novela incluye documentos facilitados por la Dirección General de Seguridad, comunicaciones con el sello de «Reservado» que figuran en el Archivo General de la Administración (AGA), así como el sumario completo del proceso penal español del caso Humberto Delgado, trabajo monumental recopilado por el profesor Juan Carlos Jiménez Redondo, historiador con el que también tuve ocasión de hablar y que conoce al detalle las relaciones entre Franco y Salazar. A todo ello, hay que sumar la valiosa información obtenida de la lectura de «El contrabando», excelente trabajo realizado por los historiadores Ana María Cabezudo Rodas y José Luis Gutiérrez Casalá, igual que del libro de Eusebio Medina Contrabando en La Raya de Portugal.
Las jaurías pretende ofrecer un relato histórico, en clave de novela negra, sobre un lugar y un momento muy precisos de nuestro pasado: esos tres meses, febrero, marzo y abril de 1965, en los que coincidieron cuatro asesinatos en esa región fascinante de La Raya, que con sus secretos, intercambios, afinidades y conflictos, une y separa los dos países ibéricos.