Me precio a mucho honor de pertenecer a aquellos colombianos que no nos sentimos cómodos llamando Gabo a Gabriel García Márquez. Hay un grupo de amigos suyos que tienen “legitimidad” para hacerlo, pero son centenas los que hablan de Gabo como para demostrar una cercanía inexistente. Un desagradable acto de lagartería. En mi caso, solo vine a tener trato relativamente asiduo con el Nobel en los momentos en que cocinábamos el proyecto del Gobierno para la Constituyente en 1991.
En efecto, Manuel José Cepeda y yo, con autorización del Presidente, le enviábamos con alguna frecuencia los textos discutidos para lograr una opinión suya. Él respondía con notas al margen y correcciones de su puño y letra. Tuve en mis manos los originales de sus apuntes, pero, sin percatarme, fui despojado de ellos por algún ratero honrado que anticipó el valor histórico de sus apuntaciones garrapateadas a mano con tinta negra y trazos definidos. Algún día se venderán a precio de oro en alguna agencia de subastas de nivel mundial. Más adelante, cuando presenté mi nombre en la consulta interna del Partido Liberal para escoger presidente, García Márquez fue extremadamente generoso. En un viaje de campaña a México, no solo tuve ocasión de hablar con él largo y tendido sobre Colombia en un plácido jardín interior en su casa de San Ángel, sino que me presentó a varias personalidades políticas mexicanas. En ese país se habla del “tapado” como el candidato in péctore y del “dedazo” como el anuncio presidencial sobre su preferencia para la sucesión. García Márquez me presentaba como su “tapado”, algo tan espléndido que me dejó estupefacto.
Una de las personas que conocí fue a Luis Donaldo Colosio. En ese momento empezaba a calentar motores para una candidatura presidencial a nombre del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Se hablaba ya de una dura confrontación con Manuel Camacho Solís. Mientras Colosio irrumpía con un hálito innovador bastante llamativo, a Camacho Solís se le encuadraba más en las filas tradicionales del partido. Había en Colosio un magnetismo notable; su discurso giraba en torno a la renovación de la política y la necesidad para México de encontrar el camino de una mayor equidad social. Su lenguaje estaba dirigido con especial vehemencia a los sectores pobres y desprotegidos, enmarcado sin embargo en el rigor que le daba su condición de economista. En ese momento lo asimilé a la figura de Luis Carlos Galán. No era posible presentir en ese instante, 1993, que sería asesinado el 23 de marzo de 1994 después de convertirse en candidato oficial. Por cierto, la investigación de ese crimen no satisfizo muchos de los interrogantes que surgieron entre los mexicanos.
El día de mi regreso a Bogotá, a través de García Márquez recibí invitación para asistir a una cena con varios destacados líderes. Acepté, pero advertí que mi esposa y yo no nos sentaríamos a la mesa por la necesidad de acudir a tiempo al aeropuerto, pues teníamos vuelo a medianoche. Allí estuvo, entre otros, Manuel Camacho Solís, quien meses después, rompiendo una larga tradición, no reconoció la candidatura oficial de Colosio.
Otro personaje destacado que estuvo presente fue Carlos Fuentes. Una prueba de mi timidez es que años después, en Londres, estaba yo mirando una exposición de arte en una sala solitaria, cuando ingresó Fuentes. Como era apenas obvio lo reconocí de inmediato, pero creyendo que no tendría por qué acordarse de mí y para no incurrir en un oso mayúsculo, esquivé reiteradamente su mirada, aunque solo estábamos él y yo en la exposición. En algún momento se acercó y me dijo:
—Doctor De la Calle, creo que usted no se acuerda de mí. Soy Carlos Fuentes.
Fue una situación incómoda. Le contesté que la noche en Ciudad de México había sido inolvidable, pero que más que eso, él era una gloria latinoamericana. Como en medio de la confusión no tenía forma de explicar mi presencia huidiza, me tocó decirle la verdad.
—Ni piense, Maestro, que yo no lo hubiera reconocido. Es al revés.
Él rio abiertamente y con un cierto alivio señaló:
—Pues me pasó lo mismo, pero en sentido contrario.
Ambos celebramos la ocurrencia. Pero en todo caso habla bien de él. Finalmente yo era un novicio. No era tan descabellado que yo dudara de su memoria. Pero él, toda una celebridad, mostró una condición humana admirable por su sencillez.
Algún tiempo después, recibí una llamada de García Márquez, a la sazón accionista del noticiero de televisión QAP. Me dijo que se había reunido con los dueños, María Isabel Rueda, María Elvira Samper, Mauricio Vargas y no recuerdo si alguien más. Que la decisión que habían tomado era la de apoyar a Ernesto Samper. Lo entendí, pese a mis relaciones relativamente cercanas con todos ellos desde el nacimiento del noticiero. Y que García Márquez se “hubiese pedido” para notificarme puede haber sido precisamente producto de una relación de favorabilidad para conmigo de su parte. Una especie de explicación no pedida a título de reparación amistosa. Lo que sí me sorprendió del noticiero es que no fue un apoyo a Samper en un marco de relativa neutralidad. En efecto, poco después, tuvo lugar mi visita como precandidato al Festival de Barranquilla. Asistí a la fiesta del Country Club, algo, digamos, obligatorio. En esa época el baile de moda se llamaba el meneíto. La reina del carnaval bailó en una tarima al fondo del gran salón. Yo estaba en el otro extremo. En cierto momento ella se bajó y comenzó a caminar. Me asaltó un negro presentimiento. Me pareció que venía hacia mí, lo cual era anuncio de dificultades. En efecto, yo no he sido demasiado bailarín y, en todo caso, una cosa era un bolero suave y otra esta danza espasmódica. Pues tal cual. Llegó a mi sitio y me invitó a bailar. No podía negarme, so pena de generar una frustración de gran calado entre los barranquilleros. Hice lo que pude. No me percaté de que alguien dentro del público filmaba la escena. Por ese tiempo, había ocurrido el estallido de una bomba en Bogotá. El noticiero dedicó 29 minutos a desmenuzar esa noticia. En el minuto final, la presentadora dijo: “Mientras los bogotanos sufrían las consecuencias de las bombas, el candidato De la Calle en medio del carnaval se dedica a cogerle el paso al meneíto”.
A partir de ese momento, en las discusiones académicas sobre acceso equitativo a los medios he sostenido que no se trata de una repartición matemática del tiempo. Es el contenido. En un minuto, sufrí uno de los peores ataques de la campaña.