Capítulo 17

Valeria

Oigo cómo la puerta de entrada se cierra cuando sale Rony para irse a la universidad y miro la hora mientras me llevo el café a los labios. Seguro que Victoria ya está despierta para irse al instituto y busco su contacto para llamarla.

—Estás loca —susurra con voz pastosa, y cierro los ojos al darme cuenta de que no he calculado bien la hora—. Es muy temprano, Val…

—Lo siento, Vic, pero necesitaba hablar contigo y mejor ahora que mamá no está pendiente de si te suena el móvil o no.

—Uf… —resopla, y me la imagino restregándose la cara para espabilarse.

—¿No tienes clase?

—Sí, pero entro a segunda hora —contesta soñolienta—. ¿Te ha llamado mamá?

—No, ¿debería haberlo hecho?

—Sí, le pedí que lo hiciera porque las cosas no van bien, Val.

—Me dijo que tenían unos ahorrillos con los que podía ir tirando mientras papá se recuperaba.

—Los ahorrillos volaron al segundo día y… —Hace una pausa para después oír cómo suspira—. Mamá está yendo a comprar y le están fiando. Estoy buscando un trabajo como canguro o como camarera, pero por aquí…

—Está la cosa complicada, lo sé —termino por ella—. Voy a hacerle un Bizum y, por favor, avísame de cualquier otra cosa. No dejes que mamá te líe, ya sabes que no quiere preocuparnos y dirá cualquier cosa para que creamos que todo va genial.

—Lo sé.

—Te dejo que sigas durmiendo, nipona.

—Ahora ya no puedo, pero aprovecharé para leer un manga.

—¿Ves? Si al final me tendrás que agradecer que te haya llamado.

—Te echo de menos, Valeria.

—Y yo a ti, Victoria. Te quiero mucho, que no se te olvide jamás.

—Y yo a ti también. Te dejo, que oigo pasos.

Y finaliza la llamada.

Me muerdo el labio mientras accedo a mi cuenta del banco desde la aplicación del móvil. Cierro los ojos al ver el poco dinero que tengo y comienzo a preparar el Bizum con la totalidad, quedándome a cero. Voy a tener que ponerme a bailar todas las noches para poder hacer frente a los gastos diarios, si ya lo estoy viendo venir. Doy a aceptar y dejo el móvil sobre la mesa mientras cojo la taza para darle un sorbo al café. Me tengo que dar prisa, si no llegaré tarde a trabajar y hoy… llueve.

 

* * *

 

Suspiro mientras estiro la espalda y observo la puerta acristalada del gimnasio que me permite ver la intensidad moderada de la lluvia y a las personas que pasan por delante con sus paraguas o chubasqueros. Llevo unas cuantas horas trabajando sin parar, porque nada más abrir hay bastantes asiduos que vienen a entrenar, aunque esté lloviendo y haga un frío que pela. Cojo la botella de agua recordando cuando me ha llamado mi madre nada más recibir el Bizum. ¡Madre mía! Con lo sensiblera que estoy últimamente, creo que no he llorado tanto desde que me ocurrió aquello…

—Hola.

Me separo la botella de los labios mientras giro la cabeza para verlo delante de mí, mostrándome una de esas sonrisas que podrían eclipsar a quien se propusiera, con esos ojos azules de un tono muy claro que sabe que son como un imán para cualquier chica, como ese cuerpo que trabaja todos los días duramente y ese cabello negro, ondulado, cuyo flequillo cae sobre su frente, restándole años y aumentando en rebeldía. Enrosco el tapón de la botella lentamente intentando que no note que me afecta tenerlo delante, aunque ya lo haya visto un par de veces en la lejanía, pero de cerca… De cerca llevamos sin vernos casi ocho meses ya, justo desde ese día en que me di cuenta de la clase de hombre que era él… Lucho da un paso más hacia el mostrador y posa una mano sobre este, sin dejar de mirarme y mucho menos de sonreír.

—Te veo bien —me dice.

—Jorge está dentro —contesto sin más dilación, señalando a mis espaldas, donde se encuentra el acceso al gimnasio.

—Lo sé —responde sin dejar de sonreír, como si le hiciese gracia que ni siquiera haya hecho el ademán de devolverle el saludo y mucho menos la sonrisa—. Solo quería saludarte y hablar un poco contigo antes de ponerme a entrenar.

—Lo que tú y yo nos teníamos que decir, ya lo hablamos en su día. ¿O no recuerdas cómo te diste la vuelta dejándome plantada en medio de la calle cuando yo sí quería hablar contigo? —replico tajante, para después fijar la vista en un chico que acaba de entrar—. Buenos días —lo saludo centrándome en él y pasando de Lucho.

Este deja escapar un suspiro audible y comienza a alejarse de la recepción para adentrarse en el gimnasio. En cuanto desaparece de mi campo de visión, respiro mucho más tranquila. No sé cómo tiene la cara dura de plantarse delante de mí y saludarme como si no hubiese pasado nada entre nosotros dos.

 

* * *

 

He calculado exactamente el tiempo que ha estado Lucho en el gimnasio y no es porque siga sintiendo algo por él —lo que me hizo bastó para erradicar cualquier mínimo sentimiento que pudiese tener por él y por todos los de su calaña—, sino más bien porque no quiero estar ni bajo el mismo techo, algo que he tenido que soportar durante setenta y seis largos, agónicos e inquietantes minutos que ha estado entrenando para, después de ducharse, aprovechar y hablar con Jorge. En este momento ambos caminan hacia la salida mientras conversan entre susurros.

Si en este gimnasio hubiese mayor afluencia femenina, sé sin dudar que ahora mismo sus miradas estarían clavadas en ellos dos. Tan distintos, pero con un atractivo fuera de lo normal. Lucho, alto, fuerte, con unas facciones menos llamativas que su amigo, pero con unos increíbles ojos azules y una sonrisa de anuncio, junto, cómo no, a una labia de seductor profesional; es la versión angelical de Jorge. Este último, de menor estatura, aunque tan solo unos centímetros de diferencia con su amigo, pero increíblemente atractivo y con un rostro de esos que no dejarías de mirar embelesada; con el cabello castaño corto, ojos oscuros, apariencia fría, contenida, y que utiliza su fama de problemático e incomprendido para seducir a las mujeres. No es de hablar, ni mucho menos de sonreír, aunque cuando lo hace… ¡Uf! Es como si su atractivo y ese poder seductor aumentaran todavía más.

—Nos vemos, Valeria —me dice Lucho y ni siquiera hago el ademán de responderle.

Se despide de Jorge y sale del gimnasio, y este comienza a caminar hacia la recepción.

—¿Estás bien? —me pregunta.

—Sí.

—No se nota.

—Tenerlo delante me provoca acidez de estómago —indico encogiéndome de hombros.

—Me imagino…

—No te preocupes, ya lo tenía asimilado —añado, y veo cómo Jorge asiente para después fruncir ligeramente el ceño—. ¿Ocurre algo?

—No —niego solemne—. Voy a continuar trabajando.

Sin más, se da la vuelta y comienza a caminar hacia el interior del gimnasio. Me encojo de hombros y me concentro en la pantalla del ordenador para revisar las citas que ya están adjudicadas para este día. Sin embargo, de repente, lo veo acercarse de nuevo a la recepción, como si se le hubiese olvidado algo o hubiese cambiado de opinión.

Me mira.

Lo miro alzando las cejas para que diga algo, ya que esto está empezando a parecerme un poco extraño e inquietante.

Aprieta la mandíbula y se vuelve a girar a paso acelerado, como si hubiese tomado una decisión irrevocable. Me encojo de hombros y sigo trabajando.

—¿Te has enterado? —me pregunta Aurora al poco, acercándose a recepción para pasar el trapo por el mostrador ya de por sí reluciente.

Se nota que le apetece hablar y la verdad es que, aunque le guste mucho el cotilleo, se la ve buena mujer.

—Seguramente no —contesto, ya que no suelo estar atenta a las habladurías.

—¡Pero si no se habla hoy de otra cosa en el barrio! —exclama como si fuera un sacrilegio no saber todo de todos—. Vamos a tener una boda en breve, ¡qué ilusión! Con lo que me gusta a mí una buena fiesta con su convite, sus flores, con esos vestidos de ensueño y esas corbatas decorando los sobrios trajes de los hombres…

—Ah, muy bien —comento mientras saco del cajón más formularios para los socios.

—Pues sí. Porque, mira, no sé si lo sabrás, pero estuvo con una chica que no era de aquí y parece ser que ella… Bueno —dice bajando más la voz, como si fuera un secreto inconfesable—, tenía algún que otro vicio de esos raros y él, con lo buen chico y partidazo que es, la dejó. La pobre entró en cólera, hasta el punto de destrozarle la casa y tirarle toda la ropa por el balcón. Yo no lo vi, me lo contaron, pero debió de ser vergonzoso para él. No sé si esa chica se habrá ido, ya que no se ha vuelto a oír hablar de ella… A lo que iba, ahora está con una joven que es un encanto, la hija de la panadera de la esquina, ¿sabes quién te digo? —Niego con la cabeza—. Bueno, da lo mismo, y se van a casar.

—Me alegro.

—Tú también estarás invitada a la boda, cómo no, como todos los que trabajamos en NovoGym.

—¿Y eso por qué? ¿Es algún amigo de Jorge?

—¡Y tan amigo que es! —exclama con emoción mostrándome una amplia sonrisa—. Su mejor amigo. Ha estado aquí esta mañana, no sé si lo has visto…

—¿Cómo?

—El que se casa es el mejor amigo de Jorge y ha estado aquí entrenando —me repite como si estuviera sorda, aunque lo que estoy es alucinada por lo que estoy oyendo—. Creo que nunca los he visto enfadados a esos dos muchachos. Qué maravillosa amistad tienen estos dos chicos, además de ser los dos guapos guapos.

—¿Se casa Lucho? —pregunto mirándola con seriedad y veo cómo sonríe ampliamente.

—¿Lo conoces? Ay, qué bien. Pues no te he dicho su nombre por si no sabías quién era. ¿A que es una fantástica noticia? —comenta con alegría—. Ay, cuando llega el amor, solo puedes rendirte ante él.

Sé que Aurora sigue hablando, lo sé porque veo cómo sus labios se mueven rápido, contándome cualquier otro chismorreo o ampliando este, lo ignoro. Porque ahora mismo estoy en shock; no sé qué pensar, no sé qué decir y solo siento una rabia que va creciendo en mi interior, lentamente, pero de una manera tan portentosa que no sé por dónde saldrá.

Asiento cuando veo que señala hacia el interior, me imagino que me estará avisando de que se va a seguir limpiando, y, cuando me aseguro de que no me puede ver, cierro un segundo los ojos para intentar tranquilizarme y tomar el control de mis emociones.

Casi ocho meses separados y se casa con otra…

Siento cómo todo me da vueltas, el cabreo se está convirtiendo en rabia, en frustración y en una ira que llevo años sin experimentar. Los ojos comienzan a escocerme mientras noto que mi cuerpo comienza a temblar. Necesito calmarme, necesito detener esta situación ahora mismo porque nadie me puede ver así.

—Marcos —lo llamo intentando por todos los medios no reflejar lo que siento en mi interior—, ¿puedes estar atento a recepción? Voy un segundo al aseo.

Marcos, que es un encanto, asiente mientras empieza a caminar hacia aquí y me dirijo con la mirada gacha hacia el aseo, sin mirar a ninguno de los socios con los que me cruzo y que dejo atrás. Entro notando cómo la vista se me empaña, para después cerrarme en uno de los dos retretes y sentir cómo de mi garganta sale un lamento rabioso que tapo con ambas manos para no acabar gritando como una histérica.

Soy imbécil, idiota por dejar que esto me afecte, tonta por creer que a todas las mujeres las trata igual, estúpida por permitir que ese cabrón siga jugando conmigo y continúe provocando que me sienta mal por lo que pasó, pero, sobre todo, por lo que no llegó a suceder. De repente, las palabras de Aurora me hacen cerrar los ojos al recordar las barbaridades que se dicen de mí, de la ex que no era del barrio, cuando todo, palabra a palabra, es una burda mentira, una invención, para salir él airoso. ¡Maldito sea!

—¿Quién está ahí? —oigo la voz de la madre de Jorge y maldigo por dentro, procurando serenarme. Tal vez, si no me oye, dejará correr esta situación—. Sal, muchacha, seas quien seas.

Abro la puerta con timidez y veo a Carmen abrir los ojos sorprendida al verme aparecer. Sin hablar, como si me conociera de toda la vida y no lleváramos solo unos días trabajando juntas, me rodea con sus brazos y me da un reconfortante abrazo que me sabe a gloria.

—¿Te han hecho o dicho algo esos animales?

—No, no es eso.

—¿Es por un chico?

—Sí —sollozo intentando que mi voz suene clara, aunque me está costando bastante no hipar por el sofoco y la rabia que empapa mi ser—. Pero soy tonta, Carmen, porque sabía que pasaría y aun así estoy llorando a moco tendido. A veces temo que todos los hombres sean iguales —suelto sin pensar, dejándome arrastrar por la frustración.

—Uy, cariño mío —dice frotándome la espalda con ternura—, si de verdad fuera así, nos quedaríamos con el primero que pasa por nuestro lado, ¿verdad? Sería una chorrada seguir buscando si todos fueran iguales. ¿Para qué perder el tiempo si al final iba a ser lo mismo? ¿Para qué volver a empezar si el final iba a ser el de siempre? —indica, y me separo un poco para fijarme en su mirada sincera y afectuosa—. Te aseguro que hay hombres buenos ahí fuera, hombres increíbles que te querrán como tú a ellos, chicos que estarán dispuestos a todo por verte sonreír. Solo es que, a veces, los muy bandidos, se esconden muy bien y nos toca lidiar con alguno de su especie que nos hace dudar de todos ellos —añade guiñándome un ojo, consiguiendo que sonría ligeramente mientras me seco las lágrimas que bañan mi cara—. Así, eso es lo que tienes que hacer, sonreír y pasar página. Sé que a veces cuesta, ¡que me lo digan a mí!, que he perdido hasta la cuenta de las veces que lo he intentado. Pero nada es para siempre y esta rabia que sientes se alejará de ti cuando te des cuenta de que no merece la pena sufrir por el hombre equivocado. ¡Qué narices! No merecemos sufrir por nada, ya tenemos bastante con la menstruación y los partos, ¡hombre ya!

—Tienes razón.

—Pues claro que la tengo, pero eso se debe a la edad, Valeria —añade con gracia mientras se da la vuelta para tenderme un pañuelo de papel—. ¿Aún lo quieres? —me pregunta en un susurro mientras termino de sonarme la nariz.

—No —contesto con sinceridad—. Pero me hizo mucho daño y me ha dado rabia que él… que él rehaga su vida como si no hubiese pasado nada.

—Te entiendo, pero lo mejor que puedes hacer es seguir con tu vida igual que él… sin remordimientos, sin preguntas, y poco a poco llegará un día en el que te darás cuenta de que ya no te afecta lo que él haga o deje de hacer.

—Gracias… por animarme.

—Entre mujeres deberíamos hacerlo más a menudo. Y esto que acabo de decirte me recuerda que tengo que llamar a mi hija —comenta mientras me coge la mano—. ¿Estás mejor?

—Sí.

—Así me gusta —dice con una sonrisa mientras me aprieta con cariño la mano y sale del cuarto de baño con ese desparpajo y esa fuerza que irradia.

Me miro en el espejo mientras intento que las lágrimas dejen de salir. ¿Cómo es posible que lo haya olvidado por un instante? Niego con la cabeza mientras me limpio la cara con agua, centrándome en esas palabras que ha dicho Carmen y que sé que son reales porque yo, hace muchos años, encontré a un buen chico, uno que me quería y al que quería con cada partícula de mi ser…