Entro como todas las mañanas en el gimnasio, aunque hoy más cansada de lo normal por haberme acostado a las tantas después de que Jorge me salvara de esos tipos que no me dejaban, ni siquiera, largarme. Ya se lo dije a Rick antes de aceptar bailar anoche, cuando saliese del camerino quería tener al portero esperándome; sin embargo, en vez de encontrarme con él, me topé con la decidida e intimidante mirada de Jorge…
Agarro con fuerza el tirante de la mochila mientras me adentro en NovoGym como si así consiguiera olvidar cómo me cogió de la mano para salir de la discoteca. Doy un paso más y tengo que reconocer que he pasado una noche de pena, precisamente por haberle dado mil vueltas a cómo me sentí cuando lo hizo, de una manera que llevaba años sin experimentar. O a cómo, mientras bailaba —y aún no entiendo el porqué—, mi mirada lo encontró entre tanta gente y cómo disfruté al darme cuenta de que Jorge no desviaba ni un instante los ojos de mí.
Como si estuviera bailando solo para él.
Cabeceo desechando todos esos recuerdos con los que me he martirizado desde que llegué anoche a casa y que consiguieron que no conciliara el sueño. Porque sé que no puedo fijarme en él. No debo fijarme en él. ¡Y no quiero, ea!
Frunzo el entrecejo mientras me percato de que no oigo a Jorge hacer ejercicio, algo que me extraña, ya que se ha convertido en parte de nuestra rutina, y en cuanto tengo a la vista toda la sala confirmo que no está.
—¿Jorge?
De repente lo veo asomarse y al verme me muestra una de esas sonrisas contenidas que provoca que me remueva inquieta, para recordar de golpe todo lo que estoy intentando frenar: a Jorge en todas sus versiones y a cómo mi cuerpo responde a cualquiera de ellas.
—Ven, quiero enseñarte algo —me pide, y asiento mientras camino hacia él sin poder dejar de mirarlo porque sería idiota si lo hiciera. Está… animado, más que otros días… e incluso me atrevería a decir que contento, algo que es una novedad, y no dudo en observarlo atentamente, como si así consiguiera memorizar su gesto más relajado—. No te asustes —añade cuando me quedan dos pasos para llegar a él—. Es una idea que he tenido esta mañana, pero todo dependerá de ti. Pero, si aceptas, será una pasada y la solución para ambos.
—Eh… —titubeo encogiéndome de hombros, ya que no entiendo de lo que me está hablando—. Vale, pero dime de qué se trata.
Jorge me señala el interior de una de las dos salas que tiene cerradas. Asiento mientras entro y detecto marcas en el suelo hechas con tiza y aparatos de gimnasia antiguos olvidados en las esquinas. Es una sala amplia, con bastante luz procedente de unos ventanales estrechos que hay cerca del techo para darle la intimidad necesaria a este lugar, ya que así se evita que los transeúntes puedan ver lo que se realiza aquí. La pared que limita con el gimnasio, y que en el otro extremo es un gran espejo que utilizan los chicos para ver cómo ejercitan los músculos, aquí también lo es, por lo que parece incluso más grande, ya que el reflejo se proyecta sobre este.
—Ten la mente abierta —me pide y alzo una ceja mientras lo miro, para ver cómo desliza una increíble sonrisa en sus mullidos labios… ¡Uf!—. Imagínalo: unas barras verticales de acero. Podríamos poner una aquí —indica señalando el centro de la estancia— y alrededor cuatro más. Creo que el espacio da para cinco; poner más sería inútil, ya que no se podría realizar bien el ejercicio…
—No te sigo, Jorge. ¿Para qué quieres poner cinco barras en esta sala?
—Quiero que des clase de pole dance —comenta con seguridad y parpadeo confusa—. Que enseñes a otras personas a bailar en la barra vertical —matiza como si pensase que no sé lo que significa ese término.
—¿No soy buena como recepcionista?
—¿Qué? No es eso, Valeria —susurra mientras se lleva la mano hacia atrás para frotarse la nuca, da un paso hasta a mí y sus ojos oscuros, inquietantes, me miran con seriedad—. Eres una buena trabajadora y la verdad es que vas a continuar en ese puesto, esto sería adicional. ¡A ver! —exclama nervioso—. Llevo tantas horas dándole vueltas a esto que creo que la he cagado al empezar la casa por el tejado —suelta, y aprieto los labios para no echarme a reír ante su expresión de resignación—. Sé que necesitas más dinero, porque, si no, no hubieses bailado anoche en Enigma, tú misma me lo dijiste. Creo que intuyes que también necesito más dinero y eso solo me lo puede dar una mayor afluencia de personas al gimnasio. ¿No te das cuenta de que ganaríamos los dos con este trato? Mira, llevo tiempo queriendo montar algo distinto para atraer a las mujeres aquí y esto sería genial para el negocio, pero también para ti. Te vi bailando, Valeria, y se nota que te encanta hacerlo.
—Claro que me gusta, Jorge, pero no soy profesora de pole dance.
—Un trozo de papel no da la experiencia que tienes tú con esa barra —comenta, y dudo un instante. Sería un sueño poder trabajar en algo que me encanta hacer—. Es sencillo, Valeria: ¿te gustaría ganar más dinero dando clase? Nos repartiríamos el beneficio de estas sesiones a medias, ¿qué me dices?
—Sería imbécil si me negara, Jorge, pero lo que no sé es si habrá alguien que quiera apuntarse a esto.
—Vamos a hacer una cosa, Valeria. Vamos a anunciarlo, vamos a ver la gente que se inscribe a esas clases y, depende de cómo funcione, comenzamos a organizarnos. Mientras… voy a preparar la sala, porque creo que va a ser un auténtico éxito. No hay muchos gimnasios que oferten esa especialidad —me asegura con una amplia sonrisa—. Ya lo he investigado y sería un puntazo que fuéramos los primeros en hacerlo en el barrio.
—Uy —oímos a la madre de Jorge—, ¿dónde está Valeria, Jorge? Como le hayas hecho algo, despídete de lo que te cuelga ahí abajooo.
—Mi madre y sus amenazas —susurra mientras me guiña un ojo y comienza a salir de la sala—. Estamos aquí, hablando de un nuevo negocio.
—¿Qué negocio? —suelta Carmen asomándose a la sala—. ¿Te está tratando bien el sinvergüenza de mi hijo? —me pregunta con seriedad, y asiento sin poder contener la sonrisa—. Así me gusta, y ahora explícame qué hacéis aquí los dos solos y eso del nuevo negocio.
* * *
—Valeria —me llama Jorge mientras estoy apagando el ordenador al acabar el día—, no te vayas todavía. Quiero hablar contigo —me dice, para después ponerse a conversar con un socio que acaba de salir de los vestuarios.
Estiro la espalda y esbozo un gran bostezo que provoca que se me escape una lágrima. Estoy agotada y, aunque es viernes por la noche, lo único que me apetece es tumbarme en el sofá para no hacer nada. ¡Qué gustazo!
Veo al último socio rezagado dirigirse a la puerta, se despide de mí y, en cuanto sale, observo cómo la persiana se baja del todo. Al girarme me encuentro a Jorge, que está guardándose el mando en el bolsillo del pantalón mientras se acerca a mí.
—No quiero que nadie entre sin que nos demos cuenta —comenta y asiento—. Ven un momento —me pide y comienzo a andar en dirección a la sala en la que he estado esta misma mañana.
Al entrar parpadeo confundida y, al girarme a ver a Jorge, este ya tiene preparada una sonrisa contenida que me hace dudar de si han pasado horas o días desde que entré aquí.
—Conozco a un chico que las hace y ha venido justo cuando tú has salido a comer para ponerla —me explica mientras se encamina hacia el centro de la estancia—. La semana que viene pondrán las demás, esta me la ha preparado ya porque tenía un hueco —explica y asiento con la cabeza mientras observo la barra vertical en medio de esta gran sala, tan brillante que parece irreal.
—¿Puedo?
—La he puesto para eso —señala, y sonrío al tiempo que me acerco a ella.
—¿Necesitas tiza? Tendría que dejar aquí un bote para que no te resbalen las manos al ejecutar los ejercicios…
—Ahora mismo las tengo bien —comento mientras doy un salto y me cojo de la parte de arriba, para después ir bajando poco a poco—. Me gusta el ancho, es perfecto, y resbala muy bien.
—Entonces le diré que podrá cobrar —suelta con guasa—. Vamos al despacho, tenemos que hablar sobre cómo enfocar el anuncio, precios, ejercicios que harás, tiempo de duración de las clases e incluso si necesitas algo más en la sala para realizar correctamente el aprendizaje.
—Espera, quiero probar una cosa —comento mientras me seco las manos en el pantalón, para después estirar mis brazos, mis piernas y acercarme a la barra visualizando el ejercicio que quiero hacer y que llevo años sin ejecutar.
Miro a Jorge, que se encuentra a tan solo dos pasos de la barra, cojo aire y lo suelto. Pego un gran salto, me cojo de la parte alta y me doy la vuelta en el aire hasta poner las piernas arriba, en vertical, para luego abrazar la barra con ellas. Me agarro fuerte, notando cómo mis músculos me responden, para, poco a poco, soltar mis manos y tirar de mi tronco separándolo por completo de la barra, en una postura en la que tienes que hacer fuerza, además de con las piernas, con los abdominales. Sonrío al ver que todavía lo recuerdo y…
—¡Mierda!
Siento cómo empiezo a resbalarme de la barra por culpa de las mallas, algo que no he previsto, y no logro cogerme de nuevo porque las manos están demasiado alejadas de la barra. De repente percibo las manos de Jorge cogerme por la cintura y, en un acto reflejo, me apoyo en sus hombros, para acabar mirándonos a la misma distancia y notar cómo este se tambalea hacia atrás y acabamos los dos en el suelo, yo encima de él, a escasos centímetros de su cara.
Levanto la mirada y veo cómo Jorge ya me está mirando, preocupado, serio, sin soltar mi cintura; noto su cálido cuerpo, maravillándome de cómo encaja con el mío, su aliento impactando en mi rostro, y me percato de que, a esta distancia, con esta perspectiva, sus labios son todavía más atrayentes, más tentadores, más apetecibles.
Trago saliva procurando centrarme en otra cosa; sin embargo, aunque deslizo mis ojos hacia los suyos, que me reciben oscuros, imperturbables, intimidantes, mi mirada desciende sin querer hasta toparme de nuevo con sus labios entreabiertos, con su pesada respiración, con su increíble olor y con esta maldita atracción que vuelve a resurgir con fuerza, envolviéndome por completo e impidiendo que piense con coherencia.
Estamos tan al borde de besarnos que no sé si conseguiré detenerlo, porque ahora mismo solo puedo pensar en cómo será posar mis labios sobre los de él.
—Valeria —susurra con voz pesada y ronca, y elevo una ceja intentando salir de esta especie de embrujo en el que estoy inmersa—, me estás aplastando los huevos.
—Joder, no me he dado cuenta. ¡Lo siento! —digo para rodar hacia el suelo y quitarme así de encima de su cuerpo, experimentando de inmediato cómo mi ser se frustra al no sentirlo y cómo mi piel, incluso mi adormecido clítoris, que parece que ha comenzado a despertarse, se quejan al haberlos privado de él.
No puedo evitar mirar cómo Jorge se lleva la mano a su entrepierna y… maldita sea, tengo que apartar la vista rápidamente para que no me pille mirando el bulto que se intuye gracias al pantalón de chándal y la dirijo rápidamente al techo, procurando tranquilizar a mi libido, que ahora mismo está por las nubes, bailando samba…, algo que es una novedad. Después de ocho meses creyendo que se me había estropeado el apetito sexual, he tenido que darme cuenta de que me pone como una moto… la última persona que debería atraerme.
—Joder —murmura, y me giro para observar cómo se toca la cabeza.
—¿Estás bien?
—Voy a acolchar toda la sala —susurra con tono de dolor, y no puedo evitar que de mi garganta salga una fuerte risotada mientras me tapo la cara, tumbada todavía en el suelo.
—Lo siento —digo viendo de reojo cómo está pendiente de cómo me río dibujando una divertida sonrisa en sus tentadores labios—. Ha sido por culpa de estas mallas de lycra. Este ejercicio es mejor hacerlo con las piernas desnudas para tener un mejor agarre. ¿Te has hecho mucho daño? —pregunto mientras me siento en el suelo para poder mirarlo de frente.
—Sobreviviré —farfulla frotándose la cara rápidamente todavía tumbado en el suelo. Suspira y se incorpora, quedándose sentado como yo, para permanecer por un instante mirándonos sin decir nada.
—¿Ese es mi teléfono? —susurro al oír cómo vibra insistentemente algo—. Mierda, creo que sí —digo mientras me levanto a la carrera, mareándome por esa acción, por lo que me toca apoyarme en las paredes para no caer al suelo.
—¿Estás bien, Valeria? —me pregunta cogiéndome del brazo y, al alzar la cara, sus ojos, sus labios, me vuelven a azotar sin compasión.
—Sí, sí —respondo acelerada mientras me obligo a empezar a moverme hacia la sala, simulando estar tranquila y que para nada me afecta que Jorge se me acerque tanto… o me toque… o tenga sus labios a nada de los míos…
Madre mía, ¡qué calooorr!
Alcanzo la taquilla y saco el móvil, en el que leo el nombre de Almudena iluminando la pantalla.
—¡Al fin! —exclama nada más aceptar la llamada—. ¿Dónde estás? Te he llamado tres veces.
—En el gimnasio.
—¿Aún?
—¿Por qué? ¿Ocurre algo? ¿Es Rony? —planteo cada vez más alterada ante la posibilidad de estar haciendo el tonto mientras mi hermana me necesita.
—Relájate, Val —se queja, y sonrío—. Estamos todas bien. Solo me ha extrañado que estés todavía ahí… Bueno, ¡a lo que iba!, mañana por la noche no hagas planes.
—¿Y eso? —susurro sin poder contener una sonrisa.
—Te he organizado una cita con un tío que parece ser un partidazo: cochazo, pisazo y seguramente pollazo, pero los detalles de eso ya te los quedas para ti.
—¿Una cita? —repito mientras arrugo la nariz y me giro inconscientemente hacia la puerta, como si así pudiera ver a Jorge a través de la pared, para después removerme inquieta y abanicarme con la mano que tengo libre.
—Sí, Valeria, una cita. Creo que ya va siendo hora de que dejes de ser la niñera de tu hermana y que te saques el clavo oxidado del impresentable cabrón que no nombramos y lo sustituyas por otro clavito reluciente del que sí podamos hablar hasta las tantas.
—Pero Almu…
—Han pasado muchos meses, Val, ya te toca salir y divertirte. E incluso encontrar el amor, aunque me contento con que encuentres una noche de pasión irrefrenable. Además, accediste a que te ayudara —me comenta, y cierro los ojos para intentar encontrar una excusa que darle a mi amiga. Sin embargo, en vez de eso, mi mente me recuerda los tentadores labios de Jorge, sus inquietantes ojos y esa sexy sonrisa, sin olvidarme claro está de la irracional atracción que siento cada vez que estamos demasiado juntos.
—Vale, está bien. Mañana, ¿a qué hora y dónde? —suelto apresuradamente para acabar de raíz con esos pensamientos que no puedo permitirme tener.
—Luego te envío un mensaje. ¡Ya verás cómo te lo vas a pasar genial! A ver si te gusta y puedes finalizar el período de sequía sexual autoimpuesto.
—Estás fatal, Almu. Ya sabes que no suelo acostarme con un tío en la primera cita.
—Sí, lo que tú digas, pero con un orgasmo o dos la vida se ve de diferente manera. Además, las reglas están para romperlas, querida amiga, y tanto que te enorgulleces de vivir el momento, ya sabes. El momento es ahora y no otro día. A ver si yo también tengo la misma suerte con Marta. Por cierto, hablando de la reina de Roma… me está llamando. Luego hablamos, y ven pronto a casa, no me gusta que pases tanto tiempo en el gimnasio —indica para después finalizar la llamada sin siquiera poder despedirme.
Me guardo el móvil en el bolsillo estilo canguro que tiene la sudadera para salir con paso tranquilo fuera. Nada más hacerlo, los enigmáticos e intensos ojos de Jorge me reciben, provocando que mi libido vuelva a hacer la ola con emoción mientras ha cambiado de bailar samba a reguetón.
Jorge está apoyado en una máquina, justo a la salida de la sala donde hemos estado hace un momento. Voy en su dirección y me percato de cómo este desvía su mirada para centrarla en el suelo.
—Creo que deberíamos pedir algo para cenar, tenemos mucho que trabajar —dice en tono hosco mientras comienza a caminar en dirección al despacho que ocupa su madre.
Lo sigo mientras me mordisqueo el labio y me obligo a no mirarle el culo, aunque… ¡qué narices!, levanto la vista y me recreo en él, en cómo se entrevé por la tela del chándal, así, pequeñito, redondito, perfecto para darle un buen mordisco. Trago saliva temiendo que me espera otra noche en vela por culpa de mis pensamientos obscenos, sumados a las emociones y sensaciones que estoy experimentando hacia una persona por la que no debería sentirme atraída.