—¡Valeria! —oigo de pronto todavía tirada en el suelo, cerca del arcén, algo que posibilita que los demás coches puedan sortearme sin lastimarme—. Valeria, ¿estás bien? —me pregunta Jorge llegando hasta a mí.
—Sí, sí —susurro mientras siento cómo me escuecen las rodillas y las manos por culpa de la caída.
—¿Puedes levantarte?
—Sí —digo mientras me quito el casco y veo que Jorge no cesa de mirar todo mi cuerpo, asegurándose de que no estoy malherida—. Ha sido una caída tonta, te lo aseguro.
Jorge me ayuda a ponerme en pie y me doy cuenta de que su coche está parado justo detrás de la moto, con las luces de emergencia puestas para avisar a los demás conductores de mi accidente. Camino con dificultad hacia el vehículo porque la tela de los vaqueros roza las heridas que tengo en las rodillas, me abre la puerta del copiloto y me ayuda a sentarme, sin hablar, pendiente de cada movimiento que hago. Después va hasta mi moto, la levanta, la inspecciona de arriba abajo, quita la llave del contacto, pone el candado atado a un quitamiedos y vuelve al coche.
—Tenías la rueda de delante totalmente rajada —me dice y trago saliva mientras me recuesto en el asiento cerrando los ojos, pensando que esta noche podría haber acabado mucho peor.
—Las tenía para cambiar, pero nunca me venía bien comprar un par nuevas —susurro con sinceridad porque no puedo culpar a nadie de lo que me ha pasado.
¿Y si ver a Tolo en Enigma ha sido solo una casualidad? ¿Cómo voy a echarle la culpa de este accidente cuando sé que, en los últimos meses, me ha tocado inflar las ruedas a menudo porque perdían aire? No sería justo ni para él ni para mí, sobre todo cuando no tengo ninguna prueba que lo delate y lo más probable es que se trate de una simple coincidencia.
—No puedes poner en riesgo tu vida por ahorrarte dinero, Valeria —me riñe despacio, y sé que tiene razón, mientras coge con fuerza el volante, tanto que los nudillos se le ponen blanquecinos—. ¡Hostias! Tu primer novio murió en la carretera, ¿es que quieres que te pase lo mismo?
—¡Por supuesto que no!
—Entonces, ¿por qué tienes una maldita moto?
—Para recordar cómo me sentía cuando me subía a su moto, Jorge —digo apretando los dientes—. Para no olvidar que me he prometido exprimir esta segunda oportunidad que me ha dado la vida —añado agotada— sin tener miedo de lo que me pase, sencillamente disfrutando cada instante que vivo.
Jorge me mira con intensidad, para después girar la cabeza hacia la calzada, poner el motor en marcha e introducirse en el tráfico dejando mi pobre moto sola. Exhalo el aire por mis labios mientras me miro las manos y descubro que las tengo un poco manchadas de sangre. Jorge sigue aferrando el volante como si su vida dependiera de ello. No tardamos en llegar a mi calle y Jorge busca aparcamiento, ya que antes lo he invitado a subir a casa para poder conversar tranquilos.
Me mira, saca la llave en un rápido y brusco movimiento y sale del coche del mismo modo, es decir, sin abrir la boca, irascible. ¡Y eso que había venido para hablar conmigo! Cuando voy a abrir mi puerta, él ya lo ha hecho por mí y observo cómo me tiende la mano para que se la coja. Al aceptarla y salir del coche, me gira ambas manos para mirar mis palmas y, al ver los rasguños que me he hecho, aprieta los dientes con fuerza.
—No es nada —susurro; sin embargo, él simplemente cierra dando un fuerte portazo y oprime el cierre centralizado, demostrando lo cabreado que está ahora mismo y no entiendo por qué.
Abro la puerta para pasar al vestíbulo del edificio y Jorge me sigue con las manos metidas en su chaqueta, iracundo, pensativo, algo que provoca que deje escapar el aire con resignación, porque ya tengo yo bastante con haberme caído y haberme quedado sin moto como para sumarle el enfado de Jorge a esta fantástica noche que ha acabado de una manera atípica.
—¿Puedes subir sola o te ayudo? —me pregunta tan serio que temo que le salgan arrugas prematuramente.
—Solo ha sido un rasguño, te lo aseguro. Una tirita en las rodillas y listo —digo con guasa para aligerar el ambiente, pero Jorge sigue arisco.
Subimos los tres pisos en silencio, uno detrás del otro, abro la puerta, lo hago pasar y nada más cerrar se cruza de brazos y me mira.
—Hay que limpiar esas heridas —me apremia insolente y resoplo bajito al ver de nuevo esta versión de él que no me gusta nada.
—En la cocina tengo un pequeño botiquín —señalo para dirigirme con él hacia allí y señalarle donde está—. Voy a quitarme los vaqueros, ahora salgo. Espérame en el sofá.
Entro en mi dormitorio, saco del cajón lo primero que tengo a mano, un pantalón de lycra corto, me lo pongo y me fijo en que la peor parte se la han llevado los vaqueros, porque se ha rasgado toda la tela y muy poco mi piel. Salgo al salón y me encuentro a Jorge de pie, sin parar de moverse, nervioso. Al verme, aprieta los dientes y desliza sus dedos por mis piernas.
—Ya te he dicho que no era nada.
—Siéntate —me ordena mientras señala el sofá y, sin disimular lo poco que me gusta que me traten como una niña, hago lo que me ha pedido.
Observo cómo coge una gasa y cómo le echa suero para limpiarme la rodilla sin rozar su piel con mi piel. Repite la acción con la otra y luego me limpia las palmas de las manos; estas tampoco se han lastimado mucho, la verdad es que he tenido mucha suerte de haber aminorado a tiempo para que la caída no haya sido tan brusca. Si hubiese ido a la velocidad que suelo ir por esa zona, el tortazo hubiese sido infinitamente peor y no me hubiese hecho estos simples rasguños.
—Bueno… ¿Vas a empezar a hablar o vas a estar toda la noche de morros? —le pregunto cansada de su mutismo—. Te recuerdo que has venido a Enigma para hablar conmigo sobre algo. Que sí, que me he caído de la moto, pero tampoco hay que hacer un drama de esto cuando a ti te parten la cara día sí, día también.
—¡No es lo mismo!
—Anda, dime por qué —suelto observando cómo Jorge se frota la nuca y da un paso atrás sin dejar de mirarme.
—¡Porque no! —replica displicente.
—Mira, Jorge, te voy a decir lo que te pasa —resoplo mientras cojo las gasas que ha utilizado y el suero, para levantarme y dirigirme a la cocina—. Ahora mismo estás arrepentido por habernos besado esta mañana, e incluso esta tarde lo hemos repetido como si el mundo estuviese a punto de acabarse. Pero quiero que no te agobies, porque no me da esperanzas de nada. Es más, ni siquiera pienso en que vaya a pasar nada entre nosotros dos, simplemente me dejo llevar, algo que llevaba tiempo sin hacer y, joder, me hace sentirme genial —indico sabiendo que me puede oír perfectamente, pues la cocina y el salón están uno enfrente del otro y solo lo separa un estrecho pasillo.
De repente siento las manos de Jorge anclarse en mis caderas de una manera posesiva que me hace morderme el labio para no gemir como una colegiala, pues no me esperaba esta reacción de él y mucho menos de mi cuerpo, que se ha prendido como una cerilla al sentirlo, mientras sus labios se posan en mi cabeza y siento su respiración pesada.
—Cuando he visto que te caías —dice muy bajito y siento cómo mi pulso se acelera al captar su tono ronco de voz—, he pensado lo peor y, ¡joder, Valeria! —gruñe acercándose más a mí.
—Estoy bien, Jorge.
Me gira con cuidado para ponernos uno frente del otro, desliza lentamente los dedos por mi cabello, para después rozar mi mejilla, mi barbilla y arrastrar de una manera erótica el pulgar por mi labio inferior.
—Quería hablar contigo, para decirte que no podemos seguir así, que debemos pararlo de una vez antes de que se complique del todo, pero, ¡hostias!, lo primero que he pensado al verte tirada en el asfalto ha sido lo jodidamente idiota que soy al no haberte besado todas las veces que nos ha apetecido… —masculla apretando la mandíbula de una manera tan sexy que no puedo desviar mis ojos de él, aunque quiera—. No puedo detenerlo más, Valeria, y, maldita sea, me he cansado de hacerlo —confiesa con rabia; noto cómo su boca se posa en la mía con desesperación y rabia.
Gemimos con satisfacción al sentirnos, para comenzar a tocarnos como si ya no aguantáramos más esta agonía autoimpuesta. Nos quitamos las chaquetas sin dejar de besarnos con pasión, con desenfreno, como si ya no soportáramos más tiempo sin sentir la piel del otro. Después comenzamos a dar pasos vacilantes hacia dentro del piso, chocándonos contra las paredes, sin dejar de besarnos, de lamernos, de tentarnos, convirtiendo este simple beso en una explosión imposible de frenar.
Jorge se separa un instante de mis labios para alzar el jersey que llevo y quitármelo con prisa, con ansias, sin disimular un instante las ganas que tiene de verme sin esa prenda. Traga saliva mientras desliza sus dedos por el contorno de mi cintura, asciende hasta alcanzar el borde del sujetador, lento, despacio, torturador, para después quitármelo con destreza y entreabrir la boca sin dejar de mirar mis inhiestos pezones, que reclaman ya su atención.
Me mira a los ojos, y de un solo movimiento, me coge del culo y me levanta. Se lleva una de mis tetas a los labios y la lame, tentándola, mientras gruñe, sin dejar de mirar cómo me retuerzo del gusto al sentir su lujuriosa boca sobre mi piel, sobre mi pecho, que está torturando con tanta dulzura y pasión que temo acabar alcanzando el orgasmo solo con eso. Gimo cogiendo su cabeza, deleitándome al descubrir lo suave que es su pelo, ansiando que no pare jamás de besarme, de lamerme y de saborearme con esa gula que no disfraza ni tampoco pretende ocultar, simplemente la deja libre para que la disfrute, la vea y, joder, ¡me vuelve loca!
—Quiero verte —susurro mientras comienzo a tirar de su camiseta hacia arriba, cansada de no poder deleitarme con su cuerpo, de no poder tocarlo.
Jorge sonríe y, joder, siento cómo mi clítoris se retuerce de placer con esa increíble sonrisa pecaminosa que me ofrece. Me deja un instante en el suelo y veo cómo se quita la camiseta de esa manera tan masculina que tiene de hacerlo todo, cogiendo la prenda con una mano desde la espalda y despojándose de ella de un movimiento tan sexy que se me hace la boca agua. Me muerdo el labio inferior mientras deslizo mis dedos por ese torso esculpido por las horas de deporte; me acerco a él para besar su piel, para pasar mi lengua por su cuello, pero no me da tiempo a mucho, porque Jorge aborda de nuevo mis labios con ansias mientras comienza a bajarme la malla de lycra con prisa, deseoso por mí, excitado y, joder, verlo así es como un chute triple de excitación.
Gruñe.
Jadeo.
Nos miramos, anhelantes, mientras doy un paso atrás, para quitarme yo esta prenda que se ha quedado a medio camino y me quedo solo en braguitas.
Jorge me mira de una manera que consigue que mi piel se erice, que mi clítoris vibre anhelando acción y que mi vagina se lubrique tanto que temo mojar las braguitas como si fuera una principiante, pero, madre mía, Jorge me pone tanto que me da igual parecer una virgen ante él.
—Joder, Valeria —susurra mientras aborda mis labios con ansia.
Gruñimos mientras nos besamos, sin dejar de tocarnos, de tentarnos, de acariciarnos. Jorge comienza a descender, lentamente, por mi cuerpo. Me besa los pezones arrancándome gemidos que provocan que mi espalda se arquee contra la pared donde estoy apoyada. Desciende hasta el estómago volviéndome loca, hasta verlo de rodillas ante mí mientras me quita las braguitas muy despacio, sin dejar de mirarme a los ojos de una manera que jamás olvidaré… Tan atrayente, tan enloquecedor, que podría correrme simplemente así. Levanto los pies para que me quite la única prenda que me queda y veo cómo, sin esperármelo, me besa en la vulva, provocando que gima con fuerza.
—Joder —gruñe mientras coloca una de mis piernas encima de su hombro y hunde su lengua en mi sexo con frenesí, buscando con ansias mi clítoris, que lo recibe con aplausos y purpurina.
Gimo.
Gruñe.
Jadeo sin poder dejar de agarrarle la cabeza, contemplando cómo Jorge no deja de mirarme mientras me tienta y me vuelve literalmente loca del placer.
Gruñe con más fuerza, sin parar de lamerme, de excitarme, provocando que no cese de moverme, nerviosa, impaciente, anhelante, deseosa y terriblemente cachonda.
—Jorge —gimo procurando no cerrar los ojos por el placer, tan al borde del clímax que sí que parezco una novata, pero es que Jorge todo lo lleva a un nivel superior simplemente por ser él y me estoy desquiciando.
—Córrete en mi boca, Valeria —gruñe acelerando sus movimientos, sin dejar de mirarme, de tocarme, de lamerme, hasta sentir cómo exploto en mil pedacitos contra esos labios lujuriosos y alcanzo un orgasmo tan bestial que siento cómo mi pierna no consigue aguantar mi peso, y me deslizo lentamente por la pared.
Jorge se levanta del suelo, me coge a horcajadas y me besa con fervor, notando mi sabor en sus labios, sin darme tregua, sin dejarme respirar, consiguiendo que me reactive a los pocos segundos de haber alcanzado un increíble orgasmo. Pero, ¡joder!, no sé cuándo acabará esto y lo quiero disfrutar todo con él.
—¿Dónde está tu dormitorio? —me pregunta entre beso y beso.
—Al fondo a la derecha —le indico y me lleva así, sin soltarme, sin dejar de besarme. Abre la habitación, enciende la luz y mira las dos camas que hay—. La de la izquierda.
Me deja con cuidado sobre esta y me deleito viendo cómo se quita los vaqueros en dos movimientos rápidos, coge un preservativo del bolsillo trasero que deja sobre la cama y se quita los calzoncillos de estilo bóxer, quedándose gloriosamente desnudo ante mis narices y, hostias… Jorge con ropa impresiona, pero sin ella es una locura para todos los sentidos, tanto es así que siento cómo mi clítoris vuelve a reclamar más acción, anhelante por sentirlo de todas las maneras posibles.
Jorge me mira con seriedad, se frota el cuello, suelta el aire por sus diestros e increíbles labios, para después negar con la cabeza, rasgar el envoltorio del condón, enfundárselo y acercarse a mí lentamente.
—Llevo semanas pensando en tenerte así —murmura mientras me besa y abro bien las piernas para recibirlo con ganas—. En besarte, en lamerte y en follarte de una manera que jamás podrás olvidar —susurra mientras su polla, despacio, va introduciéndose en mi vagina, y me muerdo el labio al oír esas palabras—. Joder… —gruñe al sentir cómo está dentro de mí, maravillándome por la increíble sensación de tenerlo tan dentro que ahora mismo parecemos uno—. La realidad supera mi jodida imaginación —añade mientras me coge el culo y comienza a moverse, despacio, penetrándome cada vez más y más hondo, sin dejar de mirarme una sola vez, sin dejar de apretarme con ligereza una de mis nalgas, abriéndome, acoplándose de una manera enloquecedora.
—Jorge —gimo de placer sin dejar de tocarlo, de acariciarlo, de hundir mis cortas uñas en su esculpida espalda y de abrirme más mucho más para él, notando cómo todo da vueltas a mi alrededor y que él, que nosotros, somos el epicentro de esta espiral de placer, de excitación, de lujuria, de desenfreno y de calor.
—Me vuelves loco, Valeria —confiesa acelerando sus embistes—. Esto es demasiado bueno para ser un puto error —gruñe y gimo alto al sentir un ramalazo de placer cruzándome la espina dorsal—. Verte así, joder, es una puta bestialidad —dice acelerando todavía más sus movimientos.
Siento calor, mucho calor, y necesito más, más de él, más rápido, más mucho más y parece que, sin decírselo, Jorge lo sabe y me lo da. Comienzo a jadear entrecortadamente, sintiendo cómo la lujuria empapa mi ser, cómo todo se tiñe de colores intensos, cómo su oscura y atrevida mirada no deja de observarme, cómo su mandíbula se tensa, cómo todo se vuelve más excitante, más caliente, para, de repente, sentir cómo una oleada de lava sale disparada por cada terminación nerviosa, donde el centro es mi clítoris. Grito, grito de placer sin dejar de sentir esta sensación tan brutal que me recorre el cuerpo volviéndolo todo un increíble y lascivo caos. Jorge me besa sin aminorar sus embistes asegurándose de que alcanzo el clímax mientras observo cómo su cuello se pone tenso y comienza a jadear, a gruñir, cada vez más alto, hasta acabar con la respiración pesada, entrecortada, mirándome a los ojos, todavía tan juntos que siento cómo su polla palpita en mi interior después de alcanzar el orgasmo.
Me mira.
Lo miro.
Nuestras respiraciones se funden a escasos centímetros del otro… exhaustos, satisfechos y relajados.
Me besa lentamente de una manera en la que jamás me habían besado antes, despacio, saboreando cada pliegue; sin prisa, lamiendo con delicadeza; sugerente, mordisqueando con ligereza mis hinchados labios. Después veo cómo poco a poco coge el preservativo por la base y sale de mi interior, provocando que me sienta… vacía. Me mira mientras se quita el condón para hacerle un nudo y dejarlo en el suelo…. Y lo veo dudar.