Capítulo 43

Jorge

Levanto la mirada del papel para mirar de nuevo la pared, como si así encontrara mejor las palabras que quiero escribir. Me froto la cabeza, y vuelvo a centrar mi atención en esta canción que estoy acabando, en cómo la letra se va acoplando como quiero para, después, unirla con el sonido de la guitarra. Deslizo mis dedos por las cuerdas y me quedo quieto al darme cuenta de lo rápido que puede pasar el tiempo cuando te sientes bien, cuando todo parece encajar, como lo está haciendo ahora esta canción que llevo componiendo desde que Valeria irrumpió en mi vida, y cómo, sin percatarme, todo fluye de manera natural, sin forzar.

Creo que jamás me he sentido como ahora, ni siquiera cuando me marché de casa para intentar encontrar una oportunidad en la música. En aquella época estaba obsesionado con triunfar, pensaba que eso me daría lo que tanto he buscado durante estos años. Ahora me doy cuenta de que no hubiese sido así, porque hubiese echado de menos a mi madre y a mi hermana… Sin embargo, esta vida impuesta tampoco me hacía feliz hasta que me he dado cuenta de que yo mismo no me permitía disfrutar de algo que ha formado parte de mi vida desde el inicio: el deporte. Ahora es como si pudiera respirar de verdad, pudiendo ver las cosas como son y no revolcarme en todos mis problemas, creando más problemas para poder resolverlos y entrando en un bucle vicioso de autodestrucción.

Han pasado dos semanas desde ese día en que mi madre me confesó que sabía que sentía algo por Valeria. Dos semanas en las que he intentado tomar una decisión después de darme cuenta de que empezaba a sentir algo por ella. Lo más justo sería dejarla ahora que estamos a tiempo, que Valeria pudiera rehacer su vida, encontrar a un buen hombre que nunca le hiciera daño y que pudiera ser feliz. Pero lo más jodido de ese puto plan es que no puedo llevarlo a cabo, porque… Porque la quiero, ¡hostias!

Por eso, como un jodido imbécil, como un puto egoísta, me he callado, aunque sienta que cada día que pasa este sentimiento va en aumento, dejándome claro que me estoy enamorando de ella de una manera que jamás pensé que experimentaría. Me he agarrado con fuerza a su filosofía de vida, a no pensar en el futuro y vivir el presente sin más, para así disfrutar de cada instante a su lado, de cada sonrisa, de cada beso, de cada matiz que descubro de Valeria como si fuera un puto regalo que pensé que jamás tendría, cada momento vivido, cada gemido, cada instante compartido, que me llena de vida, de paz, de algo que nunca creí que lograría sentir: amor.

Suelto el aire por la boca al mirar la hora simplemente para saber qué estará haciendo ella en este instante… Ayer Valeria se fue a su casa para celebrar las Navidades con su familia y yo estoy aquí echándola tanto de menos que no puedo ni siquiera pensar, porque todo me conduce a ella.

Sin embargo, tengo que salir de mis pensamientos cuando oigo un sonido procedente del gimnasio, como si alguien zarandeara la persiana, algo extraño porque he cerrado hace unas horas y esta noche se celebra la Nochebuena; es más, dentro de muy poco tengo que irme a casa para cenar con mi madre y Nerea. Dejo la guitarra sobre la silla y bajo para echar un vistazo… y veo a Slava moviendo la persiana cerrada.

—¿Qué quieres? —pregunto nada más abrir la puerta, con la persiana todavía cerrada, y detecto su maliciosa sonrisa.

—¿Así recibes a tus amigos?

—Tú y yo nunca hemos sido amigos.

—Pues creo que deberíamos cambiar eso. Abre, tengo que hablar contigo sobre algo muy importante y no querrás que los vecinos se enteren, ¿no? —anuncia chulesco y, sin disimular lo poco que me gusta, abro a la mitad la persiana para que pueda acceder.

—¿Qué quieres? —repito cuando está dentro y lo veo pasearse por el gimnasio, tranquilo, déspota, reflejando por los cuatro costados que sabe que es temido por todos, menos por mí. A mí me sopla la polla toda esa mierda, y más él.

—Hacer un trato.

—Creo que te dejé bien claro que no volvería a hacer tratos con ninguno de vosotros.

—Pero seguro que ahora te lo replantearás —añade mordaz—. Una última pelea.

—No voy a volver a organizar nada más, Slava.

—No lo has entendido bien. Quiero que tú seas el luchador, Jorge. Nos hiciste ganar mucho dinero la última vez y queremos despedirte con honores.

—No.

—Lucharías contra Tolo —suelta y frunzo el ceño al no esperarme eso—. Parece que te tiene muchas ganas, tantas que solo luchará contra ti. Como comprenderás, sois dos pesos pesados que nos haríais ganar mucha pasta.

—Me importa una mierda. He dicho que no.

—Me avisó de que dirías eso —añade prepotente—. Pero no estás en el derecho de negarte, Jorge. Piénsalo bien, tienes una madre, una hermana que es una ricura y una novia que fue la joya de Enigma… además, claro está, de este gimnasio que levantó tu abuelo —comenta, y aprieto los puños sintiendo que la rabia se me agolpa en la garganta—. Muchas cosas que perder por atreverte a no pelear, ¿verdad?

—Como te atrevas a hacerles algo…

—No podrás salvarlas a todas, Jorge, y lo sabes. Solo las dejaremos en paz si accedes a pelear. Es un trato justo, ¿verdad? —suelta insolente, intuyendo que no podré negarme de nuevo—. Solo una pelea y te doy mi palabra de que jamás nos volveremos a ver. Sabes que soy de fiar.

—¿Cuándo sería esa pelea? —planteo con frustración y veo que Slava ríe como una hiena.

—¿Ves como al final seremos amigos? —replica con recochineo—. El lunes después de Navidad. Ya te enviaré la localización.

—Sé que eres un hombre de palabra y me la acabas de dar aquí y ahora: una más y os olvidaréis de mí y de los míos.

—Claro, Torito. Tampoco está bien aprovecharse demasiado de los amigos, y podríamos decir que es tu regalo de Santa Claus —indica mientras se da la vuelta y sale del gimnasio.

Cierro la persiana, y me dirijo hacia dentro del gimnasio. Me paseo nervioso, cabreado y muy jodido, sin dejar de pensar en lo que acabo de aceptar para que no les pase nada a ellas. Entro en la sala donde da clases Valeria simplemente para sentir que está conmigo, para observar el regalo que he preparado durante toda esta tarde para cuando ella vuelva… deseando captar su gesto, su reacción al verlo y… ¡hostias!

Necesito ver a Valeria antes de combatir, pero a la vez sé que no debo hacerle eso. En principio ella volverá el martes a Madrid, es Navidad y ella… ¡Maldita sea! Ella se merece pasar unas fiestas tranquila, feliz, rodeada de su familia y alejada de toda esta mierda que me rodea.

Además, no puedo olvidar a quién me enfrento. Esta pelea no será fácil, lo sé, y me espero cualquier cosa, porque Tolo es… un marrullero capaz de pelear de la manera más sucia posible. Sé que no será la primera vez que Tolo luchará en una pelea clandestina; además, ya era un rival que estaba a mi altura, pero ahora, gracias a Abel, sé que estaba entrenando en el gimnasio donde él trabaja. Tolo ha estado esperando todo este tiempo pacientemente para prepararse, para ponerse fuerte, para tener posibilidades de ganarme y de darme la peor paliza de mi vida, algo que no tengo dudas de que va a intentar con todas sus fuerzas.

Es un hombre frío, despiadado y capaz de hacer cualquier cosa.

Pero… si me pasa algo y no salgo de esta puta trampa que han organizado, ¿cómo voy a soportar la idea de que Valeria vuelva a sufrir? Ella ya ha pasado por mucho como para sumarle otra desdicha más.

¡Hostias!

Por esta puta razón me he negado durante tantos años a tener una relación. Porque por culpa de estas mierdas que siempre me rodean, por todos mis putos errores, por cada una de mis jodidas decisiones, estar a mi lado significa problemas, peligro, angustia y tristeza.

No… No me parezco en absoluto a mi abuelo, el cual era un buen hombre, serio y trabajador, que encontró el amor, sino que soy el fiel reflejo del peor de todos ellos: mi padre.

Tengo que hacer algo, tengo que ser listo y prepararme para el peor de los escenarios y ese es que no saldré con vida de ese cuadrilátero improvisado.

Debo dejar apartados mis sentimientos y ser racional. Necesito serlo, porque si no… todo esto acabará antes de empezar y, joder, no puedo siquiera pensar en tal desenlace.

Valeria

Miro de nuevo el móvil al ver que Jorge sigue sin responder a mis mensajes, algo extraño porque me he acostumbrado a que lo haga al segundo de enviarle algo y lleva ya un día sin ni siquiera entrar en la aplicación. Me remuevo inquieta en el sofá mientras mi madre nos trae unas deliciosas pastas y polvorones para llenar todavía más nuestros desbordados estómagos después del atracón de Navidad y me concentro en eso y no en el hecho de tener un mal augurio.

¿Y si se ha cansado ya?

¿Y si ha conocido a otra chica?

¿Y si este es el inicio del final que llevo temiendo desde que me salté las reglas?

—Mamá, deja de sacar comida —le pido para mantener ocupada mi mente con cosas banales mientras observo cómo Vic está cogiendo una pasta de almendra y se la lleva a la boca sin dudar. ¡No sé cómo le cabe nada más!

—Estáis muy delgadas —se queja mi madre, para después oír el timbre y salir hacia la puerta mientras se limpia las manos en el delantal que lleva puesto.

—Papá —resoplo y veo cómo asiente sin dejar de mirar la televisión—, creo que mamá nos quiere preparar para la matanza —bromeo y este sonríe mientras hace zapping por los programas repetidos que emitieron en Nochebuena y las típicas películas que dan en la sobremesa.

En este momento veo cómo entra al salón Luisa, la madre de Daniel, y no puedo evitar sonreír mientras me pongo de pie para darle un gran abrazo.

—¡Feliz Navidad a todos! —exclama la mujer mirándonos uno a uno y le devolvemos el saludo.

—No sabía que ibas a venir —susurro mientras nos sentamos una al lado de la otra, echándole una mirada furtiva a mi madre, que sonríe complacida al ver la alegría que me ha dado verla.

—Ya sabes cómo es tu madre, le encantan las sorpresas. Imagínate que quería que me pusiera un gorro de Papá Noel para venir —comenta Luisa con una sonrisa.

—Y no has querido hacerlo porque te daba vergüenza —indica mi madre con cariño, pues ambas se conocen desde siempre y son grandes amigas, ahora incluso más que antes—. ¿Quieres un cafelito? —le pregunta, y Luisa asiente. Luego observo cómo se dirige a la cocina para prepararlo.

—¿Cómo estás, Luisa?

—Bueno…, no me puedo quejar —susurra cogiéndome de la mano con ternura—. Te veo muy bien, Valeria. Mucho mejor que la última vez.

—Sí… He encontrado un buen trabajo.

—Y un novio también —suelta Rony guiñándome un ojo para después salir del salón en cuanto le echo una mirada fulminante.

—¿En serio? Ay, qué bien —susurra Luisa con cariño—. Tu madre no me lo ha contado.

—¿El qué? —indaga la aludida entrando de nuevo en el salón con el café y veo cómo Vic también se va del sofá para dejarnos a las tres solas.

—Que tiene novio, mamá —dice Vic antes de desaparecer y niego con la cabeza al ver cómo mis dos hermanas se han puesto de acuerdo para decirles a todo el mundo eso.

—¡Ay! —chilla mi madre dándose una palmada en la pierna que me temo que le habrá dolido—. ¿Y por qué no me lo has dicho? ¿Cómo es? ¿Cómo se llama? ¿Es de buena familia? —dispara sin darme tiempo a responder.

—Estamos conociéndonos —informo para tranquilizarlas—. Y no hemos hablado aún de eso; por lo tanto, no hay nada seguro.

—De verdad —se queja mi madre cogiendo una pasta—, has pasado de querer casarte con dieciocho años —indica recordando lo que le decía cuando salía con Daniel— a no querer hablar de formalizar una relación. ¿Te puedes creer, Luisa, que no me ha presentado a ningún otro chico? Solo a Daniel, que en paz descanse —susurra y su amiga me aprieta con cariño la mano.

—Eran una pareja maravillosa —añade, y sonrío.

—Sí y se querían mucho —afirma mi madre, y las veo a las dos suspirar.

Tanto mi madre como Luisa comienzan a hablar de cuando Daniel y yo empezamos a salir, de cómo nos escondíamos al principio para que nadie se enterara de que estábamos juntos y de cómo, un día, paseamos cogidos de la mano por el pueblo para que nadie tuviese dudas de que nos queríamos. No puedo evitar sonreír al recordar el pasado, cómo nos queríamos, cómo conectábamos, y me parece increíble que hayan pasado tantos años desde ese fatídico día en el que nos dejó y donde toda mi vida dio un vuelco.

Después, y no sé muy bien cómo, ambas empiezan a hablar de lo fantástico que sería que volviera al pueblo, que impartiera aquí clases de baile y tener de nuevo a las hermanas uve bajo el mismo techo, algo que tengo claro que no ocurrirá en un futuro próximo; me gusta demasiado vivir en Madrid como para volver a este pueblo donde cada esquina, cada habitante, me recuerdan algo que terminó demasiado pronto.

Sin embargo, tengo que detener mis pensamientos de raíz cuando veo a Rony salir apresuradamente al salón. Me mira, visiblemente nerviosa, se muerde el labio, como si quisiera frenar su boca, y me hace una señal con la cabeza que me hace ponerme de pie rápidamente, porque eso solo significa que me quiere contar algo a solas y por su gesto… me temo que no son buenas noticias.