Capítulo 44

Valeria

—Voy a por más… —susurro mirando si falta algo en la mesa auxiliar— pastas de almendra.

—Pero si todavía quedan, Valeria —dice mi madre, y sonrío haciéndole oídos sordos para dirigirme a la cocina, siguiendo a mi hermana que va por delante.

—¿Qué pasa? —le pregunto a Rony en cuanto cerramos la puerta de la cocina para que nadie nos oiga.

—No te va a gustar.

—Entonces, suéltalo ya —la apremio nerviosa, sin poder dejar de fijarme en la expresión de preocupación de Rony.

—Me acaba de llamar Nerea. Dice que Jorge anoche llegó borracho a la cena de Nochebuena y que estaba muy raro, mucho. Hoy, cuando ha ido a comer a su casa, les ha dicho que el lunes por la noche se va de Madrid, que está cansado de intentar ser alguien que no es y que ya no aguanta más.

—¿Cómo? ¿Se quiere ir? —susurro sintiendo cómo se me encoge el estómago mientras pillo el móvil y lo desbloqueo para llamar a Jorge; pero este ni siquiera me lo coge—. ¡Mierda! —mascullo bloqueando la pantalla.

—Val… —susurra Rony mientras me agarra la mano—. Nerea está asustada, dice que jamás lo ha visto tan… abatido y tan nervioso, como si le hubiese sucedido algo muy grave o ya no tuviese ganas de seguir hacia delante. Carmen está intentando hablar con él, pero no abre la boca y se ha encerrado en su dormitorio. No saben qué pensar y… me ha llamado por si sabía si tú y él os habíais enfadado o algo.

—No… La mañana de Nochebuena estuvimos hablando y estaba bien, pero desde entonces no he vuelto a saber nada. Tiene que haber pasado algo… —Comienzo a pensar rápidamente mientras miro el contacto de Jorge en el móvil. Sé que, si no me lo ha cogido a la primera llamada, no me lo cogerá. Es… tozudo como yo—. Me voy a Madrid.

—¿Ahora? Pero los papás se preocuparán si te vas el día de Navidad.

—Les diré que mi jefe se ha puesto enfermo y que me necesita para abrir el gimnasio —indico improvisando sobre la marcha, y Rony asiente conforme—. Dile a Nerea que llegaré esta noche y que no se lo diga a su hermano.

—Valeria —susurra ella mientras me aprieta la mano que todavía sostiene—. ¿qué le habrá pasado?

—No lo sé, pero quedándome aquí no averiguaré nada —contesto al tiempo que salgo al salón para informar a mis padres de que me voy y que me llevo el coche de mi padre, algo que, por supuesto, no les hace mucha gracia.

Mis hermanas me ayudan a meter mis cosas en la pequeña maleta que me traje, me despido de todos, prometiendo que traeré de vuelta el coche en cuanto pueda, para después arrancar y salir de Curbe en dirección a Madrid lo más rápido posible.

Cuatro horas después estaciono el coche delante del gimnasio, sintiendo que se me va a salir el corazón por la garganta. Cierro las puertas y zarandeo la persiana para llamar la atención de Jorge; sin embargo, este no da señales de vida. Me muevo nerviosa, saco el móvil del bolsillo de mi chaqueta y llamo a Nerea.

—¿Estás con tu hermano? —le pregunto nada más responderme.

—No, se fue hace horas. ¿Ya estás aquí?

—Sí, delante del gimnasio, pero creo que él no está.

—Es posible que se haya ido con sus amigos al pub. ¿Sabes a cuál van?

—No.

—Suelen ir al Barba Azul, está bastante cerca de NovoGym.

—Voy a acercarme —digo mientras me pongo en marcha.

—Valeria —susurra Nerea—, suerte, la vas a necesitar. Mi hermano está… extraño.

Suspiro al tiempo que finalizo la llamada para guardarme el móvil en el bolsillo de la chaqueta. No tardo mucho en llegar al pub, entro mirando a mi alrededor y lo encuentro anclado en la barra con un vaso de whisky en la mano. Dejo escapar el aire con alivio, es cierto, pero también sintiendo cómo los nervios y la incertidumbre inundan mi ser mientras me acerco a él.

—Si Mahoma no va a la montaña… —susurro dejando ese dicho a medias, con tono despreocupado, sentándome a su lado, y detecto cómo su mirada se ilumina un instante, para después vislumbrar cómo su gesto se vuelve a ensombrecer y vuelve a levantar esa maldita coraza que le encanta alzar para que nadie sepa cómo es.

—¿Qué haces aquí? —masculla con dificultad, algo que me hace intuir la cantidad de copas que lleva aquí el amigo ingeridas. Viva la Navidad, sí, señor.

—Eso me pregunto yo —contesto, y Jorge coge el vaso y se termina de golpe el contenido—. Llevo todo el día intentando hablar contigo.

—No tenía ganas de hablar con nadie —replica con brusquedad para después dejar el vaso de malos modos en la barra y levantarse del taburete.

—Jorge —susurro cogiéndole la mano y este me mira de una manera extraña que no sabría cómo catalogar, como si el dolor y el miedo se entremezclaran, para después ver cómo se deshace de mi agarre y se mete las manos en los bolsillos de su chaqueta—, ¿qué te pasa?

—Nada, Valeria —resopla mientras sale del pub conmigo pisándole los talones—. Solo quiero estar solo, ¡hostias!

—¿Es por tu padre?

—No —gruñe mientras se frota nervioso la nuca sin dejar de caminar en dirección al gimnasio.

—¿Ha ocurrido algo en estos días?

—¡No!

—¿Es por mí? —pregunto intentando averiguar la razón de este cambio tan brusco en él.

En ese momento Jorge se detiene en medio de la acera, me mira, de esa manera intimidante que usaba al principio conmigo, apretando la mandíbula y los puños, para dar un paso hacia mí. Alzo la cara, porque jamás le he tenido miedo, no lo hacía antes y mucho menos ahora.

—Si te dijera que sí, ¿qué pasaría? —suelta chulesco y siento cómo mi interior se encoge; no obstante, no lo demuestro, porque alzo la barbilla para enfrentarme a su mirada ebria y amenazante, a ese dolor que siento como propio y, joder, sé que le ocurre algo, como también sé que lo está escondiendo para que nadie lo vea.

—Te preguntaría qué ha pasado.

—Y si te dijera que nada, que simplemente esto —masculla apretando los dientes mientras nos señala— ha llegado a su fin.

—Lo aceptaría y lo respetaría, pero no por eso dejaría de preocuparme por ti. Somos amigos —le recuerdo sintiendo cómo mi ser se resquebraja al oír esa opción, una que en mi interior sabía que ocurriría tarde o temprano; sin embargo, aun sabiéndolo, duele. Duele tanto que no sé cómo consigo mantenerme serena mientras lo miro a los ojos, oscuros, fríos, distantes, amenazadores.

—¡Hostias, Valeria! —brama mientras me encierra entre su cuerpo y la pared, golpeando con la palma de su mano la superficie pintada, para acercarse a mí mirándome con tanta intensidad que temo que todo a nuestro alrededor se convierta en llamas. Pero sigo encarándome a su mirada, enfrentándome a él con garra. Sé que le sucede algo, ¡lo sé! Lo presiento y, aunque no suelo hacer caso a estas sensaciones, esta vez sí porque él… Porque él me importa y quiero ayudarlo—. No quiero ser tu amigo —susurra muy lento acercando su cara a la mía y centrando su vista en mis labios, para después deslizarlos por todo mi rostro y apretar con fuerza los dientes—. Me voy a ir de aquí mañana —masculla con rabia para deslizar la vista al suelo y seguir caminando en dirección al gimnasio.

—¿Por qué?

—Porque no aguanto más —farfulla sin dejar de caminar.

—No me lo creo —replico, y veo cómo me mira de malas maneras para accionar el mando y abrir la persiana.

—Lárgate, Valeria —vocifera mientras entra para volver a accionar el mando y bajarla, pero me cuelo rápidamente—. ¿Es que no me oyes? Quiero estar solo, ¡hostias!

—No estoy sorda, Jorge, pero quiero saber por qué. Sé que me ocultas algo y nos prometimos ser sinceros con el otro.

—No quiero contártelo —gruñe malhumorado.

—¿Por qué?

—¡Joder, Valeria, no me lo pongas más difícil! —brama dando un paso hacia mí.

—Dímelo, Jorge.

—¡Porque no quiero hacerte daño, hostias! —ruge rabioso dando otro paso hacia mí y ancla su mano en mi cuello de esa manera que siempre me ha gustado, para mirarme a escasos centímetros, para deslizar su mirada a mis labios—. Y si continuamos con lo que sea esto… —susurra trazando círculos en mi cuello, en una caricia que me hace tener esperanzas y me agarro como un clavo ardiendo a ellas—, te lo haré y no quiero.

—Ahora mismo lo estás haciendo al no contarme qué te ocurre —comento y observo cómo cierra los ojos, deja de tocarme y da un paso hacia atrás—. Si me lo contaras, te podría ayudar.

—Nadie puede ayudarme, Valeria —gruñe apretando los dientes y frotándose con nerviosismo la nuca—. Además, prefiero hacerte daño ahora que después. Después es posible que sea demasiado tarde.

—Demasiado tarde, ¿para qué?

—Para todo, Valeria —susurra con dolor—. No valgo la pena, te lo aseguro. Soy un puto imán para los problemas. Es mejor que me largue, como debería haber hecho hace años, para asegurarme de que estáis bien. Es la única manera de que lo estéis.

—Te equivocas, Jorge —murmuro dando un paso hacia él—. Dentro de esta fachada de tipo duro y problemático se esconde un buen hombre, uno que he tenido la suerte de conocer y que me ha demostrado todo lo que ha luchado por su familia, abandonando sus propios sueños, por su bienestar.

—Valeria… —musita negando con la cabeza sin mirarme—. Por favor, márchate —añade sin fuerza.

—Un último beso y me iré —propongo aferrándome a esta nueva sensación que me grita que le ocurre algo y que luche hasta el final por él, por lo que sea que tengamos, por nosotros.

—Valeria —sisea deslizando su mirada repleta de tantas emociones que me hace contener el aliento.

—Solo te pido eso. Me has dicho que te marchas mañana, solo quiero despedirme de ti.

Jorge me mira, duda… Echa el aire por sus lujuriosos labios y da un paso hacia mí para cogerme de la nuca y buscar mi boca con desesperación.

Suspiramos aliviados al sentirnos. Noto cómo sus manos recorren cada centímetro de mi piel con urgencia, sin dejar de besarme, de acariciarme, de tentarme. Se aparta un instante de mis labios para mirarme mientras desliza sus dedos por mi rostro, como si quisiera aprenderse de memoria cada milímetro, para después volver a buscar mis labios con las mismas ganas, con el mismo ardor. Sonrío contra su boca al sentir que sigue intacta esta atracción que sentimos, cómo nuestras pieles se reconocen, cómo todo deja de importar si él y yo estamos juntos. ¡Joder! Y esto… esto me da esperanzas de que no es por mí, como me ha dejado entrever antes, sino por algo que no quiere contarme.

—Jorge —jadeo mientras le acaricio el abdomen buscando, ansiando, tocar su piel.

—¡Joder, Valeria! —gruñe al tiempo que me agarra con posesión el culo para alzarme y besarme como si el mundo se acabara ahora mismo.

Me lame.

Gimo.

Me muerde.

Grito.

Me besa.

Jadeo contra su boca.

Sin dejar de tocarme, de tentarme, accede a la puerta que lleva a su dormitorio… pero parece que las prisas, la pasión y esta increíble atracción provocan que comencemos a desnudarnos con desesperación en la misma escalera, ansiando tocar la piel del otro, como si no pudiéramos aguantar unos segundos a alcanzar la habitación… sin dejar de besarnos, de lamernos, a medida que la ropa va cayendo sobre los escalones.

Jorge se me queda mirando un segundo, rozando con sus dedos el contorno de mi cuerpo totalmente desnudo. Me percato de la intensidad de su mirada, de cómo se le oscurecen los ojos, de cómo está pendiente de cada movimiento que hace con los dedos, de cómo mi piel se eriza, de cómo mis pezones se endurecen por su contacto, por su mirada, por él. Solo por él. Después vuelve a besarme con un hambre desbordante; toca mi cuerpo con desesperación mientras yo hago lo mismo, sin dejar de movernos, de tentarnos, de besarnos…

Veo cómo busca un preservativo en su pantalón sin apartar la mirada ni un solo instante; se lo enfunda, me atrae hasta él, me agarra del culo y siento cómo me llena lentamente. Se me queda mirando un segundo sin moverse, simplemente notando cómo estamos conectados, con nuestras respiraciones todavía más pesadas de lo que estaban, aún en la escalera, para después sentir que me alza con sus manos lentamente para introducirse más profundo, provocando que gima y eche la cabeza hacia atrás ligeramente, embebiéndome del placer de tenerlo de nuevo en mí.

No hablamos. Creo que esta noche sobran las palabras y simplemente somos piel, dientes, lengua, labios, calor, excitación, pasión, necesidad… Noto que comienza a moverme cada vez más rápido, sin dejar de mirarme ni una sola vez, para después sentir cómo sube los últimos peldaños para alcanzar su dormitorio, sin soltarme, sin dejar de moverme, de tentarme, de volverme loca de excitación, sin desviar ni un solo instante sus ojos de los míos.

Se sienta en la cama, todavía con mis piernas rodeándole las caderas, y desliza sus manos por mis tetas, despacio, para después llevarse uno de mis pezones a su lujuriosa boca, y yo gimo extasiada… A continuación, joder, comienzo a moverme lentamente, y oigo que jadea cada vez más alto, provocando que este fuego que nos envuelve por completo empiece a arder todavía más y a ser mucho mayor.

—Valeria —jadea mirándome de una manera que jamás ha hecho y trago saliva mientras busco sus labios al tiempo que siento cómo él acaricia mi clítoris mientras sigo moviéndome sin parar, porque esto, joder, esto es demasiado bueno.

De repente, me tumba de espaldas a la cama y comienza a moverse frenéticamente en mi interior, sin dejar de besarme, de tocarme, de volver este momento en un excitante caos en el que somos los únicos protagonistas.

Gimo cada vez más alto. Me abrazo con las piernas a su cintura y siento cómo un increíble ramalazo de placer cruza cada terminación nerviosa, consiguiendo que alcance el orgasmo de una manera que no había hecho antes. Tan potente, tan excitante, tan ardiente que creo que podría morirme de gusto ahora mismo. Lo único que puedo hacer es gemir sin dejar de mirar cómo Jorge aprieta con fuerza los dientes para gruñir más alto y alcanzar el clímax.

Nos quedamos así, quietos, mirándonos, todavía tan juntos que noto cómo su polla comienza a menguar en mi interior. Jorge roza con sus labios mi rostro, repartiendo multitud de besos, para después darme uno tan íntimo en la boca que provoca que suspire, y noto que mi corazón está a punto de explotar, sintiendo cómo la punta de mi lengua hormiguea ansiando decirle algo que llevo semanas frenando porque… No quería asustarlo, pero ahora, ahora me permito el lujo de liberarlo sin pensar en las consecuencias.

—Te quiero —susurro contra sus labios y veo cómo Jorge frunce el ceño, aprieta la mandíbula y sale de mi interior con lentitud mientras agarra el preservativo.

Se levanta de la cama para anudarlo y depositarlo en una pequeña papelera que tiene al lado del escritorio y no puedo evitar mirar lo increíble que se ve gloriosamente desnudo mientras se frota la nuca con nerviosismo, me mira, para después anclar esa mirada en el suelo y repetir esa acción varias veces. Es evidente que no se esperaba mi confesión y que incluso no sabe cómo comportarse después de haber oído esas palabras que ambos prometimos que no llegarían porque no ocurriría. Pero no se lo he dicho para oír esas mismas palabras saliendo de su boca.

—Ven a la cama, Jorge —susurro dando unas palmaditas en el colchón—. Lo que te acabo de decir no cambia nada entre nosotros —le recuerdo y veo cómo este se acerca displicente, se tumba y nos tapa con el edredón sin abrir la boca.

Sin embargo, aunque me abrazo a él, percibo que está distante, pensativo, y sé que se debe a haberle confesado que he acabado como una tonta enamorándome de él. Pero… tenía que saberlo, aunque no cambie su decisión y al final se marche.

No podía permitir que se fuera sin oír esas palabras, cuando, gracias a él, he vuelto a enamorarme.

—El Jorge que conozco jamás huiría ni por nada ni por nadie, sino que lucharía hasta el último aliento por lo que más quiere en esta vida: su familia —susurro al poco, a oscuras; él no abre la boca, ni siquiera me toca, y simplemente sé que sigue despierto porque acaba de contener la respiración.