—Dios mío, hijo mío —solloza mi madre entrando en el box donde me tienen metido contra mi voluntad lo que me parece una puta eternidad—. Qué susto me has dado, creí… creí que te perdería para siempre.
—¿Estáis bien? —pregunto intentando encontrar en ella algún signo de que no sea así, pero mi madre simplemente aprieta los labios mientras asiente lentamente y, joder, suspiro con alivio porque, desde que Tolo me soltó que mi padre había ido a verla, no he podido dejar de pensar en ellas.
—Gracias a Valeria, sí.
—¿Valeria? —pregunto sintiendo cómo me duele cada partícula de mi ser; sin embargo, eso no me evita intentar incorporarme al calibrar esa posibilidad—. Mamá —mascullo al ver cómo esta se muerde el labio, nerviosa—, ¿dónde está? ¿Qué ha pasado?
—Jorge, cariño. Está en el hospital, pero… —murmura mientras me coge la mano y frunce el ceño al ver cómo la tengo repleta de heridas y hematomas, pero yo solo puedo estar atento a cada palabra que dice, notando cómo mis pulsaciones se alteran—. Ha venido a casa porque Nerea la ha llamado y… se ha enfrentado a tu padre.
—No… —jadeo intentando ponerme de pie, pero una punzada de dolor me hace gesticular—. ¿Está bien? Mamá, dime que está bien, por favor —suplico mientras aprieto los dientes con fuerza, sintiéndome una puta escoria capaz de poner en riesgo a todo aquel que se me acerque, a todo aquel que me quiera.
—No lo sé… —admite en un murmullo y siento que todo mi puto mundo se tambalea—. Está tu hermana esperando a que salga el médico. Cuando ha venido la ambulancia a por ella no abría los ojos, cariño.
—No. No. ¡Noooo! —rujo con impotencia mientras pongo los pies en el suelo y siento cómo cada movimiento es una maldita tortura, pero no me importa. El dolor puedo soportarlo, pero la incertidumbre de saber cómo está Valeria no—. Tengo que verla.
—Señor —oigo a una enfermera que acaba de asomarse—, no puede levantarse. El doctor quiere ver las radiografías que le han hecho de las costillas; seguramente las tenga rotas y es mejor que guarde reposo hasta entonces.
—Dígale al médico que me importan una mierda mis costillas —bramo poniéndome de pie, sintiendo cómo el dolor es tan brutal que temo desmayarme por la intensidad—. No estaré lejos —añado al temerme que tenga razón el doctor y tenga algo roto—. Necesito verla, mamá. Llévame donde está.
Mi madre duda un instante, le susurra algo a la enfermera, que asiente a regañadientes sin dejar de mirarme, para después ponerse a mi lado, echarme encima del torso desnudo una chaqueta sobre los hombros y ayudarme a caminar.
—Cuéntame qué ha pasado —le pido intentando centrarme en eso y no en el puto dolor que me está mareando, para seguir avanzando por este pasillo para encontrarme con ella.
—Tu padre ha venido a casa porque se enteró de que me iba a casar —susurra apesadumbrada—. Llevaba una pistola y quería matarme, pero Valeria ha llegado y ha conseguido desarmarlo —me explica, y sonrío porque mi Valeria, ¡joder!, es increíble—. Pero después ha sacado una navaja y… Creo que Valeria quería ganar tiempo, porque ha empezado a hablar con él mientras esquivaba sus ataques, pero ha tenido que defenderse, consiguiendo dejarlo unos minutos aturdido. Pero, luego, tu padre la ha empujado tan fuerte que ha caído al suelo, con tan mal tino que su cabeza ha impactado contra la mesita auxiliar —dice, y aprieto los puños sintiendo que el dolor es insoportable, pero lo es más saber cómo ha acabado Valeria por mi culpa, por no estar a su lado, por no haber hecho bien las cosas desde el principio, por ser un imán para todos los problemas—. No se despertaba —balbucea y siento cómo tiembla y la miro para percatarme de que está llorando—. He visto la pistola que ella había apartado de tu padre a mi lado y la he cogido, solo por si acaso. He esperado a ver qué hacía cuando se recuperara del ataque de Valeria y… —solloza, y se le rompe la voz—. Ha venido hacia mí dispuesto a matarme con sus propias manos y he apretado el gatillo… una, dos, tres veces… hasta que la pistola se ha quedado sin balas y él ha caído a mis pies… muerto. Yo… lo he matado, Jorge. Lo he hecho para defendernos… En ese momento, la policía ha entrado en casa y… —Se echa a llorar y, hostias, me detengo en medio del pasillo para abrazarla con fuerza, sin importar mi propio dolor, simplemente ansiando borrarle esa angustia de encima a mi madre—. He pasado tanto miedo, Jorge, porque él… ha reconocido que empujó a tu madre por la escalera cuando iba a dejarlo y he pensado que ese sería también mi final, pero gracias a Valeria sigo aquí. Pero ella… —gimotea y la aprieto con más fuerza contra mi pecho—. Cuando la policía se ha acercado a verla, no se despertaba y de su cabeza salía sangre. Dios mío, creo que nunca he pasado tanto miedo. Enseguida ha llegado la ambulancia y la han traído aquí. Cuando veníamos de camino hacia aquí tu hermana y yo, he sabido por Lucho que te acababan de traer malherido y no me he separado de ti hasta que me han dejado entrar… Nerea está con Valeria; todavía no sé nada de ella y siento que hubiese sido mejor que me hubiese pasado a mí que a ella.
—No digas eso, mamá. Valeria es fuerte, sé que luchará para seguir con nosotros —afirmo mientras me separo de ella y proseguimos el camino, ansiando verla, tenerla de nuevo delante, aunque sepa que es un jodido error que ella esté conmigo. Pero ahora eso no es importante, lo único que deseo es saber que está bien y que se recuperará.
Al girar el pasillo, vemos ante nosotros a Rony y a Nerea, que están hablando con un médico. Aligero el paso intentando alcanzarlos antes de que se vaya el doctor para poder hablar con él o simplemente oír de sus labios lo que le ocurre a Valeria, pero el dolor impide que vaya todo lo rápido que quiero y maldigo por dentro al verlo alejarse de ellas. En cuanto las dos amigas se percatan de que estamos acercándonos, Nerea se lleva las manos a la boca y sale a la carrera para abrazarme tan fuerte que temo caerme hacia atrás.
—Estoy bien —susurro oyendo cómo llora contra mi pecho.
—No me vuelvas a asustar así —se queja, y sonrío mientras le doy un beso en la cabeza, para percatarme de que Rony ya no está, por lo que supongo que habrá entrado a ver a su hermana.
—¿Qué os ha dicho el doctor de Valeria? —pregunto a Nerea y veo cómo se limpia las lágrimas con los dedos mientras da un paso hacia atrás para mirarme.
—Las heridas de navaja que tiene son superficiales, no ha tocado ningún órgano y simplemente se curaran con el tiempo. No tiene nada roto, algo que le preocupaba bastante al médico, por eso quería hacerle todas las pruebas pertinentes antes de hablar con nosotras, pero sufre conmoción cerebral provocada por el fuerte impacto contra su cabeza. Nos ha comentado que solo cabe esperar y que, cuando esté preparada, se despertará, pero no sabemos cuándo —dice y, joder, dejo escapar el aire, aliviado, sintiendo cómo una punzada en las costillas me hace encogerme.
—Tenemos que volver, Jorge —me pide mi madre al ver mi gesto de dolor.
—Necesito verla —replico mientras me acerco a la puerta de esa habitación.
Al asomarme veo a Rony cogiéndole la mano a Valeria, que está tumbada en la cama, tan bonita que duele, pero más me duele ver el moratón que cruza su mejilla, que me dice por todo lo que habrá tenido que pasar por mi jodida culpa. Siento cómo la ira envuelve mi ser, ansiando liarme a hostias conmigo mismo por haber provocado que ella esté así.
Ahora mismo me odio tanto que no sé cómo conseguiré seguir adelante si a Valeria le pasa algo.
—Nos ha dicho el médico que le hablemos —susurra Rony sin dejar de mirar a su hermana y veo cómo de sus bonitos ojos caen lágrimas sin cesar —. Que es posible que nos oiga, pero… no sé qué decirle, Jorge —añade, y se me quiebra el alma al verla tan perdida—. Ella es… la mejor hermana que puedo tener. Siempre nos ha ayudado, siempre, y la quiero tanto que me duele verla así de… quieta —solloza, y apoyo mi mano en su hombro, para observar cómo Rony se encoge más hacia Valeria.
—Valeria sabe que la quieres y por eso mismo se despertará pronto, para que os volváis a abrazar.
—No se merece estar así.
—Lo sé y me siento culpable por no haber podido salvarla.
—Ella no necesita a nadie que la salve, Jorge —murmura con rotundidad y frunzo el ceño al oír esa gran verdad en la que no he reparado hasta ahora—. Valeria siempre ha sido capaz de enfrentarse a todo por sí misma. Se enfrentó a la muerte con mi edad, resurgiendo aún más fuerte y cambiando su manera de percibir el mundo. Y plantó cara a una gran pérdida al poco de que le destrozara el corazón tu amigo —añade, y la miro con seriedad.
—¿Qué pérdida, Rony? —pregunto, y veo cómo se gira lentamente para mirarme con sus enormes ojos repletos en lágrimas.
—Claro… no te lo ha contado —masculla mientras niega con la cabeza—. No pienses que lo sé desde hace mucho, ella lo vivió sola, solo con la ayuda de Almu, de nadie más. Se quedó embarazada de Lucho y, cuando se lo contó, este no quiso saber nada de ella, alegando que él no tenía por qué ser el padre… Tu mejor amigo la insultó de la peor manera que puedes hacerle a una mujer, para después animarla a que abortara en cualquier clínica… Incluso le dijo que él podía ayudarla económicamente por el tiempo que llevaban juntos, pero que no se responsabilizaría de lo que crecía en su vientre. Valeria jamás había tenido la necesidad de ser madre, no era un plan que hubiese tenido a largo plazo, pero me contó que, cuando lo vio en la pantalla al hacerle la ecografía, cuando oyó los latidos del corazón del bebé, supo que quería tenerlo —susurra, y trago saliva notando cómo estoy apretando los puños tan fuerte que las heridas y los golpes se resienten.
—¿Qué pasó? —la apremio al ver que se queda callada y se encoge y vuelve a mirar a su hermana, que sigue dormida ajena a todo.
—Lo perdió de manera natural. Supongo que el estrés que llevaba no benefició al bebé y… Mi hermana lo paso muy mal, Jorge. Almu me contó que se pasaba las noches llorando porque de verdad quería a ese bebé. Pero se recompuso, como siempre hace, mirando hacia delante, resurgiendo de cualquier problema y volviéndose cada vez más fuerte —añade, y sonríe mientras le acaricia la cara—. Ahora también tienes que hacerlo, Valeria. ¿Me oyes? No puedes dejarme sola. Val, te necesito tanto que creo que no seré capaz de seguir hacia delante si no despiertas pronto.
Nos quedamos en silencio contemplando a Valeria, que sigue sin moverse. Rony continúa llorando sin dejar de cogerle la mano y me muevo hacia el otro lado de la cama para cogerle la otra. La miro recordando las palabras de Rony, porque tiene razón y es algo en lo que no había caído aun sabiéndolo. Valeria no necesita a nadie que la salve, porque ella se basta y creo que es una de las cosas que más me gustan de ella. La entereza y la fuerza que desprende, el arranque que tiene y la convicción de hacer siempre lo correcto.
Ella no necesita que nadie la salve, pero tengo que reconocer que a mí me ha salvado más de una vez. Su manera de ser, su forma de ver la vida, cómo me siento cuando estoy a su lado, cada vez que sonríe, cuando me dijo que me quería, me han salvado de rendirme varias veces, de dejar de pelear en esta complicada vida que me ha tocado vivir.
Gracias a ella sigo aquí.
Gracias a ella sigo vivo.
—Voy fuera y así te dejo a solas con ella —susurra Rony, y asiento para ver cómo cierra la puerta.
Me quedo quieto sin dejar de mirarla, sin saber qué decir, aunque sintiendo cómo las palabras comienzan a agolparse en mi garganta, deseando escapar de esta cárcel que me he impuesto. Dejo salir el aire notando cómo me escuecen los ojos, deseando poder echar para atrás el tiempo y no haberle ofrecido el puesto de recepcionista, no haber intentado ser su amigo y no haber vivido los mejores meses de mi desgraciada vida por ella, para poder evitarle a Valeria todo esto…
—Pero la vida no es así —susurro y me sorprendo al hacerlo en voz alta—. No puedes rebobinar o echar para atrás el tiempo, hay que seguir hacia delante, aunque todo sea tan jodidamente incierto que no tengas ni puta idea de por dónde saldrán las cosas. Me has enseñado que no vale la pena enfadarse y quedarse anclado en el pasado. Me has mostrado lo importante que es avanzar y crecer con cada adversidad, y yo, Valeria… necesito que despiertes, quiero que alces esa ceja de manera socarrona, que arrugues tu nariz cuando vayas a sonreír y que tus ojos se fundan con los míos, para recordarme lo jodidamente increíble que es la vida cuando estás a mi lado —añado para después negar con la cabeza con frustración—. Yo… ¡Hostias! Me da miedo hacerte desdichada, que por mi culpa estés metida en estas mierdas, que te ocurra algo, que te pueda perder para siempre… y que por estar conmigo no puedas ser feliz. Pero estoy jodidamente enamorado de ti, Valeria, y por eso mismo sé que no deberías estar conmigo… No soy bueno para ti. Merezco estar solo toda mi puta vida, recordando lo jodidamente increíble que era estar a tu lado.
—Jorge —oigo la voz de mi madre, que está a pocos pasos de mí, y noto que me aprieta con ligereza el brazo—, ¿por qué dices eso?
—Porque es la verdad. ¿No te has dado cuenta de que está así por mí?
—No, Jorge —susurra mi madre con ternura—, te equivocas. Está así porque tu padre era un hombre incapaz de amar a nadie, ni siquiera a sus hijos o a su padre, y mucho menos a cualquiera de sus dos esposas. Un hombre que creía que la vida era cuestión de imponer su voluntad, de ser el más fuerte, el más temido, pensando que el amor era una debilidad y que lo único que importaba era el dinero y ser el más temido —dice con seriedad para después mirar cómo duerme ella—. Valeria es tan buena persona, tan maravillosa y con un corazón tan grande que ha preferido ponerse en peligro para protegernos. Eso dice mucho de ella y de lo que siente por ti.
—No quiero hacerle daño, mamá.
—¿De verdad piensas que Valeria dejaría que le hicieras daño? —pregunta con una sonrisa—. ¿Todavía no te has dado cuenta de que te has enamorado de una mujer fuerte capaz de plantarle cara al mismísimo diablo? No podrías haber encontrado a una mujer que encajara mejor en tu vida que ella. Y, por cómo he visto que te mira, sé que ella piensa lo mismo de ti. Ambos encajáis a la perfección, sin importar vuestros defectos, vuestro pasado o cualquier otra circunstancia. Porque el amor es eso, Jorge. No es perfecto. No es un cuento de hadas en el que a cada instante sé es feliz y donde no hay problemas o dificultades. El amor de verdad, el que nace del corazón y las entrañas, es estar con alguien que ame cada herida que tiene el otro, es aceptar los defectos de tu pareja sin intentar cambiarla, es despertar una emoción que ninguna otra persona conoció y es… empaparse en la tormenta del otro —comenta mirándome con cariño, para después cogerme la mano y apretármela con dulzura—. Tenemos que volver, Jorge. Si empeoras, no podrás venir a verla y creo que ella necesita que seas sincero cuando esté despierta —me recuerda y asiento conforme.
—De acuerdo —farfullo sin ganas de marcharme—. Volveré, Valeria. Sigue luchando para que puedas despertarte pronto —le pido inclinándome ligeramente, notando cómo el dolor es brutal simplemente al realizar este sencillo movimiento, para darle un beso en la frente.
La miro por última vez y me doy la vuelta, ansiando estar de regreso, pero necesito estar fuerte y, sobre todo, necesito tomar una decisión.