Se volvió para mirarla. Sus ojos tras los lentes destrozados eran los ojos que recordaba: oscuros y serios, bordeados por la clase de pestañas que a los muchachos les traían sin cuidado y que las chicas matarían por tener.

—Clary, que vinieras por mí... que arriesgaras tan...

—No. —Alzó una mano torpemente—. Tú lo habrías hecho por mí.

—Desde luego —afirmó él, sin arrogancia ni pretensiones—, pero siempre pensé que así era como eran las cosas entre nosotros. Ya sabes.

Clary torció el cuerpo para mirarle a la cara, perpleja.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir —dijo Simon, como si le sorprendiera verse explicando algo que debería haber sido obvio—, que yo he sido siempre el que te necesitaba más de lo que tú me necesitabas a mí.

—Eso no es cierto. —Clary estaba anonadada.

—Lo es —repuso Simon con la misma tranquilidad desconcertante—. Tú nunca has parecido necesitar realmente a nadie, Clary. Siempre has sido tan... contenida. Todo lo que has necesitado han sido tus lápices y tus mundos imaginarios. Tantísimas veces he tenido que decir cosas seis, siete veces antes de que me respondieras, de tan lejos como estabas. Y entonces te volvías hacia y me dedicabas esa curiosa sonrisa tuya, y yo sabía que te habías olvidado completamente de mí y acababas de acordarte..., pero nunca me enojé contigo. La mitad de tu atención es mejor que toda la de cualquier otra persona.

Ella intentó tomarle la mano, pero le agarró la muñeca. Pudo percibir el pulso bajo la piel.

—Únicamente he querido a tres personas en mi vida —explicó Clary—. Mi madre, Luke y tú. Y las he perdido a todas excepto a ti. No imagines nunca que no eres importante para mí..., no lo pienses siquiera.

—Mi madre dice que sólo se necesitan tres personas en las que puedas confiar para poder sentirte realizado —indicó Simon; el tono era ligero, pero su voz se quebró antes de terminar «realizado»—. Dice que tú pareces muy realizada.

Clary le sonrió con pesar.

—¿Ha tenido tu madre algunas otras sabias palabras respecto a mí?

—Sí. —Le devolvió la sonrisa con una igual de torcida—. Pero no voy a decirte cuáles fueron.

—¡No es justo guardar secretos!

—¿Quién ha dicho que el mundo sea justo?



Al final, se tumbaron el uno junto al otro como hacían cuando eran niños: hombro con hombro, las piernas de Clary sobre las de Simon. Los dedos de los pies de ella llegaban justo por debajo de la rodilla de él. Tumbados sobre la espalda, contemplaron el techo mientras hablaban, una costumbre que les había quedado de la época en que el techo de Clary había estado cubierto con estrellas pegadas que brillaban en la oscuridad. Si Jace había olido a jabón y limoncillos, Simon olía como alguien que ha estado rodando por el estacionamiento de un supermercado, pero a Clary no le importó.

—Lo extraño es... —Simon enrolló un rizo de los cabellos de la joven en su dedo— que había estado bromeando con Isabelle sobre vampiros justo antes de que todo sucediera. Sólo intentando hacerla rr, ¿sabes?, con tonterías del tipo: «¿Qué repele a un vampiro judío? Una estrella de David de plata».

Clary rió.

Simon pareció complacido.

—Isabelle no se rió.

Clary pensó en cierto número de cosas que quería decir, y no las dijo.

—No estoy segura de que sea la clase de humor que le gusta a Isabelle.

Simon le lanzó una mirada de soslayo por debajo de las pestañas.

—¿Se acuesta con Jace?

El chillido de sorpresa de Clary se convirtió en tos. Le dirigió una mirada fulminante.

—Oh, no. Prácticamente son como parientes. No, qué va. —Hizo una pausa—. No lo creo, al menos.

Simon se encogió de hombros.

Tampoco es que me importe —afirmó con firmeza.

—Seguro que no.

—¡Claro que no! —Rodó sobre el costado—. Ya sabes, inicialmente pensé que Isabelle parecía, no sé...increíble. Excitante. Diferente. Entonces, en la fiesta, comprendí que en realidad estaba loca.

Clary le miró entrecerrando los ojos.

—¿Te dijo que bebieras el cóctel azul?

Él negó con la cabeza.

—Eso fue cosa mía. Te vi marchar con Jace y Alec, y no sé... Estabas tan diferente de como eres siempre. Muy distinta. No pude evitar pensar que ya habías cambiado, y que este nuevo mundo tuyo me dejaría fuera. Quise hacer algo que me hiciera formar más parte de él. Así que cuando el tipejo verde pasó con la bandeja de bebidas...

—Eres un idiota —gimió Clary.

—Jamás he afirmado lo contrario.

—Lo siento. ¿Fue horrible?

—¿Ser una rata? No. Al principio fue un tanto desorientador. De repente, me encontraba a la altura del tobillo de todo el mundo. Pensé que había bebido una poción reductora, pero no podía entender por qué tenía aquellas enormes ganas de masticar envolturas usadas de chicle.

Clary lanzó una risita divertida.

—No, me refiero al hotel de los vampiros... ¿fue eso horrible?

Algo titiló detrás de los ojos de Simon. Desvió la mirada.

—No. Realmente no recuerdo gran cosa del periodo entre la fiesta y el aterrizaje en la zona de estacionamiento.

—Probablemente sea mejor así.

Él empezó a decir algo, pero se detuvo en mitad de un bostezo. La luz se había desvanecido lentamente en la habitación. Desenredándose de Simon y de las sábanas, Clary se levantó y apartó a un lado las cortinas de la ventana. Afuera, la ciudad estaba bañada por el resplandor rojizo de la puesta de sol. El tejado plateado del edificio Chrysler, a cincuenta manzanas de allí, en el centro, refulgía como un atizador dejado demasiado tiempo sobre el fuego.

—El sol se pone. Quizá deberíamos ir en busca de algo de cenar. No hubo respuesta. Se volvió y vio que Simon estaba dormido, con los brazos cruzados bajo la cabeza, las piernas extendidas. Suspiró, se acer a la cama, le quitó los lentes y los dejó sobre la mesilla de noche. No podía contar las veces que él se había quedado dormido con ellas y lo había despertado el sonido de lentes al romperse.

«¿Ahora dónde voy a dormir?» No era que le importara compartir una cama con Simon, pero él no le había dejado mucho espacio. Consideró despertarlo con un golpecito, pero parecía tan tranquilo. Además, ella no tenía sueño. Alargaba la mano para sacar el bloc de dibujo de debajo de la almohada cuando llamaron a la puerta.

Cruzó la habitación descalza sin hacer ruido y giró la perilla silenciosamente. Era Jace. Limpio, con mezclilla y una camiseta gris, los cabellos lavados convertidos en un halo de oro húmedo. Las magulladuras del rostro se desvanecían ya, pasando del morado a un gris tenue, y llevaba las manos a la espalda.

—¿Dormías? —preguntó.

No había contrición en la voz, sólo curiosidad.

—No. —Clary salió al pasillo, cerrando la puerta tras ella—. ¿Por qué lo has pensado?

Él echó una mirada a su conjunto de camiseta azul sin mangas y pantalón corto de pijama.

—Por nada.

—He pasado en la cama la mayor parte del día —explicó ella, lo que era técnicamente cierto.

Al verle, los nervios se le habían disparado a mil por hora, pero no veía motivo para compartir esa información.

—¿Qué tal tú? ¿No estás agotado?

Él negó con la cabeza.

—Como el servicio postal, los cazadores de demonios nunca duermen. «Ni la nieve, ni la lluvia, ni el calor, ni la oscuridad de la noche pueden detener a estos...»

Tendrías un gran problema si la oscuridad de la noche te detuviera —indicó ella.

Jace sonrió abiertamente. Al contrario que sus cabellos, sus dientes no eran perfectos. Un incisivo superior estaba ligera y atractivamente roto.

Clary se abrazó los codos. Hacía frío en el pasillo y notaba cómo empezaba a ponérsele la carne de gallina en los brazos.

—¿Qué haces aquí, de todos modos?

—¿«Aquí» indicando tu dormitorio o «aquí» indicando la gran cuestión espiritual de nuestro propósito en este planeta? Si estás preguntando si es todo simplemente una coincidencia cósmica o existe un mayor propósito meta-ético en la vida, entonces, bien, ése es el eterno rompecabezas. Me refiero a que el simple reduccionismo ontológico es a todas luces un argumento falaz, pero...

—Regreso a la cama. —Clary alar la mano hacia la perilla de la puerta.

Él se deslizó ágilmente entre ella y la puerta.

—Estoy aquí —dijo— porque Hodge me recor que era tu cumpleaños.

Clary soltó aire, exasperada.

—No hasta mañana.

—No hay motivo para no empezar a celebrarlo ahora.

Le miró con atención.

—Estás evitando a Alec y a Isabelle.

—Los dos están tratando de pelearse conmigo —respondió él, asintiendo.

—¿Por el mismo motivo?

—No sabría decir. —Dirigió furtivas miradas arriba y abajo del pasillo—. Hodge, también. Todo el mundo quiere hablar conmigo. Excepto tú. Apuesto a que tú no quieres hablar conmigo.

—No —repuso ella—. Quiero comer. Estoy hambrienta.

Jace sacó la mano de detrás de la espalda. En ella sujetaba una bolsa de papel ligeramente arrugada.

—Tomé un poco de comida en la cocina cuando Isabelle no miraba. Clary sonrió ampliamente.

—¿Un picnic? Es un poco tarde para ir a Central Park, ¿no crees? Está lleno de...

Él agitó una mano.

—Hadas. Ya lo sé.

—Iba a decir atracadores replicó Clary—. Aunque compadezco al atracador que vaya a por ti.

—Ésa es una actitud sensata, y te alabo por ella replicó él, mostrándose satisfecho—. Pero no pensaba en Central Park. ¿Qué tal el invernadero?

—¿Ahora? ¿De noche? ¿No estará... oscuro?

Él sonrió como si tuviera un secreto.

Vamos. Te lo mostraré.