—Veo que he interrumpido algo —dijo Valentine, la voz seca como una tarde en el desierto—. Hijo, ¿te importaría decirme quién es ésta? ¿Uno de los hijos de los Lightwood, tal vez?
—No —contestó Jace, cuya voz sonó cansada y triste, aunque la mano que le sujetaba la muñeca no se aflojó—. Ésta es Clary. Clarissa Fray. Es una amiga mía. Es...
Los ojos negros de Valentine la escudriñaron desde lo alto de la desgreñada cabeza hasta las puntas de las arañadas zapatillas de deporte, y se clavaron en la daga que todavía sujetaba en la mano.
Una expresión indefinible le pasó por el rostro: en parte divertida, en parte irritada.
—¿Dónde conseguiste esa arma, joven dama?
—Jace me la dio —respondió ella con frialdad.
—Claro —repuso Valentine, y su tono era afable—. ¿Puedo verla?
—¡No!
Clary dio un paso atrás, como si creyera que podría abalanzarse sobre ella, y sintió que le arrebataban limpiamente el arma de entre los dedos. Jace, sujetando la daga, la miró con expresión contrita.
—Jace —siseó ella, poniendo cada onza de la traición que sentía en las sílabas de su nombre.
Él se limitó a decir.
—Sigues sin comprender, Clary.
Con una especie de cuidado deferente que a ella le produjo ganas de vomitar, el muchacho fue hacia Valentine y le entregó la daga.
—Aquí la tienes, padre.
Valentine tomó la daga en su gran mano de largos huesos y la examinó.
—Esto es un kindjal, una daga circasiana. Ésta en concreto formaba parte de una pareja a juego. Aquí, mira la estrella de los Morgenstern, tallada en la hoja. —La hizo girar entre las manos, mostrándosela a Jace—. Me sorprende que los Lightwood nunca lo advirtieran.
—Nunca se la mostré —respondió Jace—. Me dejaron tener mis propias cosas personales. Jamás husmearon.
—Claro que no —repuso Valentine, devolviéndole el kindjal a Jace—. Pensaban que eras el hijo de Michael Wayland.
Jace, deslizando la daga de empuñadura roja en su cinturón, alzó los ojos.
—También lo pensaba yo —masculló en voz baja, y en ese momento Clary advirtió que no era ninguna broma, que Jace no estaba haciéndole el juego para sus propios propósitos, que realmente creía que Valentine era su padre que había vuelto a él.
Una fría desesperación empezaba ya a extenderse por la venas de la muchacha. Con un Jace enojado, con un Jace hostil, furioso, se las podría haber visto, pero aquel Jace nuevo, frágil y brillando a la luz de su propio milagro personal, era un extraño para ella.
Valentine la miró por encima de la leonada cabeza del joven; sus ojos mostraban una diversión fría.
—Tal vez —dijo— sería una buena idea que te sentaras ahora, Clary.
Ella cruzó los brazos enfadada sobre el pecho.
—No.
—Como quieras. —Valentine apartó una silla y se sentó en la cabecera de la mesa.
Al cabo de un momento, Jace se sentó también, junto a una botella medio llena de vino.
—Pero vas a oír algunas cosas que pueden hacerte desear haberte sentado —siguió Valentine.
—Te lo haré saber —replicó Clary—, si así sucede.
—Muy bien.
Valentine se recostó en su asiento, con las manos tras la cabeza. El cuello de la camisa se le abrió un poco, mostrando la clavícula llena de cicatrices. Con cicatrices, como las de su hijo, como las de todos los nefilim. «Una vida de cicatrices y matanzas», había dicho Hodge.
—Clary —volvió a decir él, como si paladeara el sonido de su nombre—. ¿Diminutivo de Clarissa? No es un nombre que yo hubiera escogido.
Había un sombrío pliegue en sus labios.
«Sabe que soy su hija —pensó Clary—. De algún modo, lo sabe. Pero no lo dice. ¿Por qué no lo dice?»
Debido a Jace, comprendió. Jace pensaría..., no se le ocurría qué pensaría él. Valentine los había visto abrazarse al cruzar la puerta. Debía de saber que tenía una información devastadora en sus manos. En algún lugar tras aquellos insondables ojos negros, su aguda mente funcionaba a toda velocidad, intentando decidir el mejor modo de usar lo que sabía.
Dirigió otra mirada implorante a Jace, pero él tenía la vista clavada en la copa de vino situada junto a su mano izquierda, medio llena de líquido de un rojo purpúreo. Clary vio el rápido movimiento ascendente y descendente de su pecho mientras respiraba; el joven estaba más alterado de lo que dejaba ver.
—Realmente no me importa qué nombre habrías elegido tú —dijo Clary.
—Estoy seguro —replicó Valentine, inclinándose al frente— de que no.
—Tú no eres el padre de Jace —indicó ella—. Intentas engañarnos. El padre de Jace era Michael Wayland. Los Lightwood lo saben. Todo el mundo lo sabe.
—Los Lightwood estaban mal informados —repuso Valentine—. Realmente creyeron... creen que Jace es el hijo de su amigo Michael. Igual que la Clave. Ni siquiera los Hermanos Silenciosos saben quién es en realidad. Aunque muy pronto, lo harán.
—Pero el anillo Wayland...
—Ah, sí —repuso Valentine, mirando la mano de Jace, donde el anillo centelleaba igual que escamas de serpiente—. El anillo. Gracioso, ¿no es cierto, como una M lucida al revés parece una W? Desde luego, si uno se hubiera molestado en pensar sobre ello, probablemente habría encontrado un poco extraño que el símbolo de la familia Wayland fuera una estrella fugaz. Pero en absoluto extraño que fuera el símbolo de los Morgenstern.
Clary le miró fijamente.
—No tengo ni idea de a qué te refieres.
—Olvido lo lamentablemente relajada que es la educación mundana —repuso él—. Morgenstern significa «lucero del alba». Como en: «¡Cómo has caído del cielo, Lucero, hijo de la aurora! ¡Cómo has sido precipitado por tierra, tú que subyugabas a las naciones!».
Un pequeño escalofrío recorrió a Clary.
—Te refieres a Satán.
—O a cualquier gran poder perdido —explicó Valentine—, debido a una negativa a servir. Como fue la mía. No quería servir a un gobierno corrupto, y por eso perdí a mi familia, mis tierras, casi mi vida...
—¡El Levantamiento fue culpa tuya! —le espetó Clary—. ¡Murió gente en él! ¡Cazadores de sombras como tú!
—Clary. —Jace se inclinó al frente, volcando casi la copa con el codo—. Sólo escúchale, ¿quieres? No es como tú pensabas. Hodge nos mintió.
—Lo sé —respondió ella—. Nos vendió a Valentine. Era el peón de Valentine.
—No —insistió Jace—. No, Hodge era quien deseaba la Copa Mortal desde el principio. Fue él quien envió a los rapiñadores tras tu madre. Mi padre..., Valentine sólo se enteró de ello después, y vino a detenerlo. Trajo a tu madre aquí para curarla, no para lastimarla.
—¿Y te crees esa porquería? —inquirió ella asqueada—. No es cierto. Hodge trabajaba para Valentine. Estaban metidos en ello juntos, para conseguir la Copa. Nos tendió una trampa, es cierto, pero no era más que un instrumento.
—Pero era él quien necesitaba la Copa Mortal —replicó Jace—. Para poder quitarse la maldición y huir antes de que mi padre contara a la Clave todo lo que había hecho.
—¡Sé que eso no es cierto! —replicó Clary con vehemencia—. ¡Yo estaba allí! —Se revolvió contra Valentine—. Yo estaba en la habitación cuando entraste a tomar la Copa. No podías verme, pero yo estaba allí. Te vi. Tomaste la Copa y le quitaste la maldición a Hodge. Él no podría haberlo hecho por sí mismo. Así lo dijo.
—Sí que le quité la maldición —repuso Valentine en tono mesurado—, pero lo hice movido por la lástima. Resultaba tan patético.
—No sentías lástima. No sentías nada.
—¡Es suficiente, Clary!
Era Jace. Le miró atónita. Tenía las mejillas enrojecidas como si hubiese estado bebiendo el vino que tenía junto a él, los ojos demasiado brillantes.
—No le hables así a mi padre.
—¡Él no es tu padre!
Jace la miró como si le hubiese abofeteado.
—¿Por qué estás tan decidida a no creernos?
—Porque te ama —dijo Valentine.
Clary se sintió palidecer. Le miró, sin saber qué podría él decir a continuación, pero temiéndolo. Sintió como si se estuviera acercando poco a poco a un precipicio, a una veloz caída a la nada y a ninguna parte. Sintió una sensación de vértigo en el estómago.
—¿Qué? —Jace pareció sorprendido.
Valentine miraba a Clary con expresión divertida, como si se diera cuenta de que la tenía inmovilizada como a una mariposa sobre una tabla.
—Teme que me esté aprovechando de ti —afirmó—. Que te haya lavado el cerebro. No es así, por supuesto. Si miraras en tus propios recuerdos, Clary, lo sabrías.
—Clary.
Jace empezó a ponerse en pie, con los ojos fijos en ella, y ella vio los círculos que había bajo ellos, la tensión bajo la que se encontraba.
—Yo... —siguió él.
—Siéntate —ordenó Valentine—. Deja que llegue a ello por sí misma, Jonathan.
Jace se calmó al instante, dejándose caer de nuevo en la silla. A través del mareo del vértigo, Clary buscó a tientas intentando llegar a una comprensión.
«¿Jonathan?»
—Pensaba que tu nombre era Jace —dijo—. ¿También me mentiste respecto a eso?
—No. Jace es un apodo.
Clary estaba muy cerca del precipicio en aquellos instantes, tan cerca que casi podía mirar abajo.
—¿Debido a qué?
Él la miró como si no pudiera comprender por qué daba tanta importancia a algo tan insignificante.
—Son mis iniciales —respondió—. J. C.
El precipicio apareció ante ella. Pudo ver la larga caída a la oscuridad.
—Jonathan —dijo con voz débil—. Jonathan Christopher.
Las cejas de Jace se fruncieron.
—¿Cómo sabías...?
Valentine le interrumpió con voz tranquilizadora.
—Jace, había pensado ahorrártelo. Pensaba que una historia de una madre que murió te haría menos daño que la historia de una madre que te abandonó antes de tu primer cumpleaños.
Los dedos delgados de Jace se cerraron convulsivamente sobre el pie de la copa. Clary pensó por un momento que ésta se haría pedazos.
—¿Mi madre está viva?
—Lo está —afirmó Valentine—. Viva, y dormida en una de las habitaciones de abajo en este mismo instante. Sí —siguió, interrumpiendo al muchacho antes de que pudiera hablar—. Jocelyn es tu madre, Jonathan. Y Clary..., Clary es tu hermana.
Jace retiró violentamente la mano y la copa de vino se volcó, derramando un espumoso líquido escarlata sobre el mantel blanco.
—Jonathan —exclamó Valentine.
Jace había adquirido un color horrible, una especie de blanco verdoso.
—Eso no es cierto —repuso—. Ha habido un error. Es imposible que sea cierto.
Valentine miró con fijeza a su hijo.
—Un motivo de júbilo —dijo en un tono de voz bajo y meditabundo—, habría pensado yo. Ayer eras un huérfano, Jonathan. Y ahora un padre, una madre, una hermana, que nunca supiste que tenías.
—No es posible —volvió a decir Jace—. Clary no es mi hermana. Si lo fuera...
—Entonces ¿qué? —inquirió Valentine.
Jace no respondió, pero su enfermiza expresión de horror fue suficiente para Clary. Un tanto vacilante, rodeó la mesa y se arrodilló junto a su silla, haciendo intención de tomar su mano.
—Jace...
Él se apartó violentamente, los dedos cerrándose con fuerza sobre el mantel empapado.
—No.
El odio por Valentine ardió en la garganta de la muchacha igual que lágrimas no derramadas. Valentine había retenido información, y al no contar lo que sabía, que ella era su hija, la había hecho cómplice en su silencio. Y ahora, tras haber soltado la verdad sobre ellos como una pesada roca aplastante, se recostaba para observar los resultados con fría consideración. ¿Cómo podía Jace no darse cuenta de lo odioso que era?
—Dime que no es cierto —pidió Jace, con la vista fija en el mantel.
Clary tragó saliva para eliminar el ardor de su garganta.
—No puedo hacerlo.
La voz de Valentine sonó como si sonriera.
—¿De modo que ahora admites que he estado diciendo la verdad todo este tiempo?
—No —le replicó ella con violencia sin mirarle—. Dices mentiras con un poco de verdad mezclada en ellas, eso es todo.
—Esto se vuelve tedioso —se quejó Valentine—. Si quieres oír la verdad, Clary, ésta es la verdad. Has oído historias sobre el Levantamiento y por lo tanto crees que soy un villano. ¿Es eso cierto?
Clary no dijo nada. Miraba a Jace, que parecía como si estuviera a punto de vomitar. Valentine siguió hablando despiadadamente.
—Es sencillo, en realidad. La historia que oíste era cierta en alguna de sus partes, pero no en otras; mentiras mezcladas con un poco de verdad, como has dicho. Lo cierto es que Michael Wayland resultó muerto durante el Levantamiento. Adopté el nombre de Michael y su puesto cuando huí de la Ciudad de Cristal con mi hijo. Fue muy fácil; Wayland no tenía auténticos parientes, y sus amigos más íntimos, los Lightwood, estaban en el exilio. Él mismo habría caído en desgracia por su participación en el Levantamiento, así que viví esa vida deshonrada, tranquilamente, sólo con Jace en la finca de los Wayland. Leí mis libros, crié a mi hijo. Y aguardé mi momento.
Jugueteó con el borde afiligranado de una copa con expresión pensativa. Era zurdo, advirtió Clary. Igual que Jace.
—Al cabo de diez años, recibí una carta. El autor de la carta indicaba que conocía mi auténtica identidad, y si yo no estaba dispuesto a tomar ciertas medidas, la revelaría. No sabía de quién procedía la carta, pero no importaba. No estaba dispuesto a dar a quien la había escrito lo que deseaba. Además, sabía que mi seguridad estaba comprometida, y lo estaría a menos que él pensara que estaba muerto, fuera de su alcance. Organicé mi propia muerte por segunda vez, con la ayuda de Blackwell y Pangborn, y para la propia seguridad de Jace me aseguré de que lo enviarían aquí, para gozar de la protección de los Lightwood.
—¿Así que dejaste que Jace te creyera muerto? ¿Simplemente te limitaste a dejar que pensara que estabas muerto, todos estos años? Eso es despreciable.
—No —volvió a decir Jace.
El muchacho había alzado las manos para cubrirse la cara y habló sobre sus propios dedos, con la voz ahogada por ellos.
—No, Clary.
Valentine miró a su hijo con una sonrisa que Jace no pudo ver.
—Jonathan tenía que pensar que estaba muerto, sí. Tenía que pensar que era el hijo de Michael Wayland, o los Lightwood no le habrían protegido como lo hicieron. Era con Michael con quien tenían una deuda, no conmigo. Fue por Michael que le amaron, no por mí.
—Quizá le amaron por él mismo —sugirió Clary.
—Una interpretación sentimental encomiable —observó Valentine—, pero improbable. No conoces a los Lightwood como yo los conocí. —Valentine no pareció ver que Jace se estremecía, o si lo vio, hizo como si no—. Apenas importa, al fin y al cabo —añadió—. Los Lightwood tenían como misión proteger a Jace, no ser un sustituto de su familia, sabes. Él tiene una familia. Tiene un padre.
De la garganta de Jace brotó un sonido, y éste apartó las manos del rostro.
—Mi madre...
—Huyó después del Levantamiento —dijo Valentine—. Yo era un hombre deshonrado. La Clave me habría cazado de haber pensado que aún estaba vivo. No pudo soportar tener relación conmigo, y huyó.
El dolor de su voz era palpable... y fingido, se dijo Clary con amargura. El muy asqueroso manipulador.
—No sabía que estaba embarazada en aquel momento. De Clary.
—Sonrió un poco, haciendo descender el dedo lentamente por la copa de vino—. Pero la sangre llama a la sangre, como dicen —prosiguió—. El destino nos ha traído a esta convergencia. Nuestra familia junta otra vez. Podemos usar el Portal —dijo, volviendo la mirada hacia Jace—. Ir a Idris. De vuelta a la casa solariega.
Jace se estremeció un poco, pero asintió, sin dejar de contemplar sus manos como aturdido.
—Estaremos juntos allí —indicó Valentine—. Como debemos estar.
«Eso suena genial —pensó Clary—. Sólo tú, tu esposa comatosa, tu hijo traumatizado y tu hija que te odia a muerte. Por no mencionar que tus dos hijos tal vez estén enamorados el uno del otro. Vaya, eso suena a una perfecta reunión familiar.»
—No voy a ir a ninguna parte contigo, y tampoco lo va a hacer mi madre —se limitó a decir en voz alta.
—Él tiene razón, Clary —insistió Jace con voz ronca, y flexionó las manos; tenía las yemas de los dedos manchadas de rojo—. Es el único lugar al que podemos ir. Podemos aclarar las cosas allí.
—No puedes hablar en serio...
Un enorme estampido les llegó desde abajo, tan potente que sonó como si una pared del hospital se hubiera desplomado sobre sí misma. «Luke», pensó Clary, incorporándose de un salto.
Jace, a pesar de su expresión de mareado horror, respondió automáticamente, medio alzándose de su silla a la vez que dirigía la mano a su cinturón.
—Padre, están...
—Vienen hacia aquí. —Valentine se puso en pie.
Clary oyó pisadas. Al cabo de un momento, la puerta de la habitación se abrió de golpe, y Luke apareció en el umbral.
Clary contuvo un grito. Estaba cubierto de sangre, los pantalones y la camisa oscurecidos y con grumos de sangre coagulada, la parte inferior del rostro recubierta de ella. Las manos estaban rojas hasta las muñecas, la sangre que las cubría estaba húmeda y corría por ellas. Clary no tenía ni idea de si la sangre era suya. Se oyó chillar su nombre, y a continuación atravesaba ya la habitación a la carrera para reunirse con él y casi trastabillaba consigo misma en su ansia por agarrarle la parte delantera de la camisa y aferrarse a ella, tal y como no lo había hecho desde que tenía ocho años.
Por un momento, su enorme mano se alzó y sujetó la nuca de la muchacha, apretándola contra él en un fuerte apretón de un solo brazo. Luego la apartó con suavidad.
—Estoy cubierto de sangre —dijo—. No te preocupes..., no es mía.
—¿De quién es entonces?
Era la voz de Valentine, y Clary se volvió, con el brazo protector de Luke sobre los hombros. Valentine los observaba a ambos, con ojos entrecerrados y calculadores. Jace se había puesto en pie, había rodeado la mesa y se encontraba detrás de su padre con aire vacilante. Clary no podía recordar haberle visto nunca hacer algo de un modo vacilante.
—La de Pangborn —respondió Luke.
Valentine se pasó una mano por el rostro, como si la noticia le apenara.
—Ya veo. ¿Le desgarraste la garganta con los dientes?
—En realidad —explicó Luke—, lo maté con esto.
Con la mano libre extendió la daga larga y fina con la que había matado al repudiado. Bajo la luz, Clary pudo ver las gemas azules de la empuñadura.
—¿La recuerdas?
Valentine la miró, y Clary vio que la mandíbula se le tensaba.
—La recuerdo —contestó, y Clary se preguntó si, también él, estaba recordando su anterior conversación.
«Esto es un kindjal, una daga circasiana. Ésta en concreto formaba parte de una pareja a juego.»
—Me la entregaste hace diecisiete años y me dijiste que pusiera fin a mi vida con ella —recordó Luke, con el arma bien sujeta en la mano.
La hoja de ésta era más larga que la hoja del kindjal de empuñadura roja que Luke llevaba en el cinturón; se hallaba en algún punto entre una daga y una espada, y la hoja tenía una punta tan fina como una aguja.
—Y casi lo hice.
—¿Esperas que lo niegue? —Había dolor en la voz de Valentine, el recuerdo de una vieja pena—. Intenté salvarte de ti mismo, Lucian. Cometí un terrible error. Si al menos hubiese tenido el coraje de matarte yo mismo, podrías haber muerto como un hombre.
—¿Como tú? —inquirió Luke.
Y en aquel momento, Clary vio en él algo del Luke que siempre había conocido, que era capaz de saber si ella mentía o fingía, que la llamaba al orden cuando se mostraba arrogante o falsa. En la amargura de su voz oyó el amor que había sentido en una ocasión por Valentine, solidificado en forma de cansino odio.
—¿Un hombre que encadena a su esposa inconsciente a la cama con la intención de torturarla para conseguir información cuando despierte? ¿Ése es tu valor?
Jace miraba sorprendido a su padre. Clary vio el ataque de cólera que crispó momentáneamente las facciones de Valentine, luego ésta desapareció, y su rostro apareció terso.
—No la he torturado —afirmó—. Está encadenada para su propia protección.
—¿Contra qué? —exigió saber Luke, penetrando más en la habitación—. La única cosa que la pone en peligro eres tú. La única cosa que jamás la puso en peligro fuiste tú. Se ha pasado la vida corriendo para huir de ti.
—La amaba —dijo Valentine—. Jamás le habría hecho daño. Fuiste tú quien la volvió en mi contra.
Luke rió.
—Ella no necesitó que la volviera en tu contra. Aprendió a odiarte sola.
—¡Eso es una mentira! —rugió Valentine con repentina ferocidad, y sacó la espada de la vaina que llevaba sujeta al costado.
La hoja era plana y de un negro mate con un dibujo de estrellas plateadas. Apuntó con el arma al corazón de Luke.
Jace dio un paso hacia Valentine.
—Padre...
—¡Jonathan, ¡estáte callado! —gritó Valentine, pero era demasiado tarde; Clary vio la expresión de sorpresa en el rostro de Luke cuando miró a Jace.
—¿Jonathan? —musitó.
La boca de Jace se crispó.
—No me llames así —dijo con ferocidad, los dorados ojos llameantes—. Te mataré yo mismo si me llamas así.
Luke, sin hacer caso de la espada que le apuntaba al corazón, no apartó los ojos de Jace.
—Tu madre se sentiría orgullosa —murmuró en un tono tan bajo que incluso Clary, que estaba junto a él, tuvo que esforzarse para oírlo.
—No tengo una madre —replicó Jace, y las manos le temblaban—. La mujer que me alumbró me abandonó antes de que aprendiera a recordar su rostro. Yo no era nada para ella, de modo que ella no es nada para mí.
—Tu madre no es quien te abandonó —corrigió Luke, moviendo la mirada lentamente hacia Valentine—. Habría pensado que ni siquiera tú —indicó despacio— serías capaz de usar a los de tu propia sangre como señuelo. Supongo que me equivoqué.
—Es suficiente. —El tono de Valentine fue casi lánguido, pero había ferocidad en él, una ávida amenaza de violencia—. Suelta a mi hija, o te mataré aquí mismo.
—No soy tu hija —replicó Clary con fiereza, pero Luke la empujó lejos de él, con tanta fuerza que casi la hizo caer.
—Sal de aquí —ordenó—. Ve a un lugar seguro.
—¡No voy a dejarte!
—Clary, lo digo en serio. Sal de aquí. —Luke alzaba ya su daga—. Ésta no es tu pelea.
Clary se apartó de él tambaleante, marchando hacia la puerta que conducía al rellano. Quizá podría correr en busca de ayuda, en busca de Alaric...
Entonces Jace apareció ante ella, impidiéndole llegar a la puerta. Había olvidado lo rápido que el muchacho se movía, con la suavidad de un gato, con la velocidad del agua.
—¿Estás loca? —siseó él—. Han derribado la puerta principal. Este lugar estará lleno de repudiados.
Ella le empujó.
—Déjame salir...
Jace la retuvo con mano férrea.
—¿Para que te hagan pedazos? Ni hablar.
Un sonoro entrechocar de metal se oyó detrás de ella. Clary se apartó de Jace y vio que Valentine había atacado a Luke, que había respondido al golpe con un ensordecedor quite. Las armas se separaron con un chirrido, y ahora ambos se movían por el suelo en un borroso remolino de fintas y cuchilladas.
—Ah, Dios mío —murmuró ella—. Van a matarse.
Los ojos de Jace estaban casi negros.
—No lo comprendes —dijo—. Así es como se hace...
Se interrumpió e inhaló con fuerza cuando Luke se coló a través de las defensas de Valentine y le asestó un golpe en el hombro. La sangre comenzó a manar, manchando la tela de la camisa blanca.
Valentine echó atrás la cabeza y rió.
—Un buen golpe —observó—. No habría creído que fueras capaz de eso, Lucian.
Luke permaneció muy erguido, con el cuchillo ocultando su rostro a los ojos de Clary.
—Tú mismo me enseñaste ese movimiento.
—Pero eso fue hace años —respondió Valentine en una voz que era como la seda cruda—, y desde entonces, no habrás tenido demasiada necesidad de cuchillos, ¿verdad? No cuando tienes zarpas y colmillos a tu disposición.
—Mucho mejor para arrancarte el corazón.
Valentine meneó la cabeza.
—Me arrancaste el corazón hace años —reprochó, y ni siquiera Clary supo si el dolor en su voz era real o fingido—. Cuando me traicionaste y abandonaste.
Luke volvió a atacar, pero Valentine retrocedía ya veloz sobre el suelo. Para ser un hombretón se movía con una sorprendente ligereza.
—Fuiste tú quien volvió a mi esposa en contra de los suyos. Fuiste a ella cuando era más débil, con tu aspecto lastimoso, tu desvalida necesidad. Yo me mostraba distante, y ella pensó que la amabas. Fue una estúpida.
Jace estaba tenso como un alambre junto a Clary, que podía percibir su tensión, como las chispas despedidas por un cable eléctrico caído.
—Es de tu madre de quien habla Valentine —dijo ella.
—Me abandonó —respondió Jace—. Vaya madre.
—Creyó que estabas muerto. ¿Quieres saber cómo lo sé? Porque guardaba una caja en su dormitorio. Tenía tus iniciales en ella. J. C.
—Así que tenía una caja —se burló él—. Mucha gente tiene cajas. Guardan cosas en ellas. Es una moda creciente, he oído.
—Tenía un mechón de tu cabello dentro. Y una fotografía, tal vez dos. Acostumbraba a sacarla cada año y a llorar sobre ella. Un llanto desconsolado.
La mano de Jace se cerró con fuerza al costado.
—Para —masculló entre dientes.
—Parar ¿qué? ¿De contarte la verdad? Pensaba que habías muerto..., jamás te habría abandonado de haber sabido que estabas vivo. Tú pensabas que tu padre estaba muerto...
—¡Lo vi morir! O pensé que lo hice. ¡No me limité... no me limité a oír que había sucedido y a elegir creerlo!
—Ella encontró tus huesos quemados —insistió Clary en voz baja—. En las ruinas de su casa. Junto con los huesos de su madre y su padre.
Por fin Jace la miró y ella vio la incredulidad bien patente en sus ojos, y alrededor de sus ojos, la tensión de mantener aquella incredulidad. Veía, casi como si viera a través de un glamour, la frágil estructura de la fe en su padre que llevaba puesta encima como una armadura transparente, protegiéndole de la verdad. En algún lugar, se dijo, había una rendija en aquella armadura; en algún lugar, si conseguía encontrar las palabras correctas, se podía abrir una brecha en ella.
—Eso es ridículo —replicó él—. No morí... no había huesos.
—Los había.
—Entonces fue un glamour —repuso él con aspereza.
—Preguntale a tu padre qué les sucedió a sus suegros —indicó Clary, y alargó la mano para tocarle la mano—. Pregúntale si eso fue un encanto, un glamour, también...
—¡Cállate!
El control de Jace se resquebrajó, y él se revolvió contra ella, lívido. Clary vio que Luke echaba una ojeada en dirección a ellos, sobresaltado por el ruido, y en ese momento de distracción Valentine se abrió paso bajo sus defensas y, con una única estocada al frente, hundió la hoja de su espada en el pecho de Luke, justo por debajo de la clavícula.
Los ojos de Luke se abrieron de par en par de asombro más que de dolor. Valentine echó la mano hacia atrás violentamente, y la hoja se deslizó hacia fuera, manchada de rojo hasta la empuñadura. Con una seca carcajada, Valentine volvió a atacar, en esta ocasión arrancándole el arma de la mano a Luke. Ésta golpeó el suelo con un hueco sonido metálico, y Valentine le asestó una fuerte patada, haciendo que resbalara bajo la mesa al mismo tiempo que Luke se desplomaba.
Valentine alzó la espada negra sobre el cuerpo caído de su adversario, listo para asestar el golpe definitivo. Estrellas plateadas incrustadas centelleaban a lo largo de toda la hoja, y Clary pensó, paralizada en un momento de horror, ¿cómo podía algo tan mortífero ser tan hermoso?
Jace, intuyendo lo que Clary iba a hacer antes de que lo hiciera, se volvió de cara a ella.
—Clary...
El momento de parálisis pasó. Clary se retorció soltándose de Jace, agachándose para eludir las manos que intentaban atraparla, y corrió por el suelo de piedra hacia Luke. Éste estaba en el suelo, sosteniéndose sobre un brazo; la muchacha se arrojó sobre él justo cuando la espada de Valentine descendía.
Vio los ojos de Valentine mientras la espada caía veloz hacia ella; pareció como si transcurrieran eones, aunque sólo pudo tratarse de una fracción de segundo. Vio que él podía detener el golpe si quería. Vio que él sabía que podría alcanzarla a ella si no lo hacía. Vio que iba a asestarlo de todos modos.
Alzó las manos, cerrando los ojos con fuerza...
Se oyó un sonido metálico. Valentine lanzó un grito, y Clary, al abrir los ojos, le vio con la mano vacía, sangrando. El kindjal de empuñadura roja yacía algo más allá sobre el suelo de piedra junto a la espada negra. Se volvió atónita y vio a Jace junto a la puerta, con el brazo todavía levantado; comprendió que él debía de haber lanzado la daga con fuerza suficiente para arrancarle a su padre la espada negra de la mano.
Muy pálido, el muchacho bajó el brazo despacio, con los ojos puestos en Valentine... muy abiertos y suplicantes.
—Padre, yo...
Valentine contempló su mano sangrante, y por un momento, Clary vio cómo un espasmo de cólera cruzaba por su rostro, como una luz apagándose con un parpadeo. Su voz, cuando habló, fue dulce.
—Ése fue un lanzamiento excelente, Jace.
Jace vaciló.
—Pero tu mano. Simplemente pensé que...
—No habría herido a tu hermana —mintió Valentine, moviéndose con rapidez para recuperar tanto la espada como el kindjal de empuñadura roja, que se metió en el cinturón—. Habría detenido el golpe. Pero tu preocupación por la familia es encomiable.
«Mentiroso.» Pero Clary no tenía tiempo para los engaños de Valentine. Volvió la cabeza para mirar a Luke y sintió una fuerte punzada de náusea. Estaba tumbado de espaldas, con los ojos medio cerrados y la respiración entrecortada. La sangre borboteaba del agujero de la desgarrada camisa.
—Necesito un vendaje —pidió Clary con voz ahogada—. Algo de tela, cualquier cosa.
—No te muevas, Jonathan —ordenó Valentine con voz férrea, y Jace se quedó inmóvil donde estaba, con la mano a medio meter en el bolsillo—. Clarissa —dijo su padre, en una voz tan untuosa como el acero untado de mantequilla—, este hombre es un enemigo de nuestra familia, un enemigo de la Clave. Somos cazadores, y eso significa que en ocasiones debemos matar. Sin duda comprendes eso.
—Cazadores de demonios —replicó Clary—. Gente que mata demonios. No asesinos. Hay una diferencia.
—Es un demonio, Clarissa —repuso Valentine, todavía con la misma voz suave—. Un demonio con el rostro de un hombre. Sé lo engañosos que pueden resultar tales monstruos. Recuerda, le perdoné la vida yo mismo en una ocasión.
—¿Monstruo? —repitió Clary.
Pensó en Luke, en Luke empujándola en los columpios cuando tenía cinco años, más alto, siempre más alto; en Luke en su graduación en la escuela primaria, con la cámara de fotos disparando sin cesar igual que un padre orgulloso; en Luke revisando cada caja de libros que llegaba a su almacén, buscando cualquier cosa que a ella pudiera gustarle y apartándolo. Luke alzándola para que arrancara manzanas de los árboles que había cerca de su granja. Luke, cuyo lugar como padre aquel hombre intentaba arrebatarle.
—Luke no es un monstruo —afirmó en una voz que igualaba en tono acerado a la de Valentine—. Ni un asesino. Tú lo eres.
—¡Clary! —Era Jace.
Clary hizo caso omiso. Tenía los ojos fijos en los fríos ojos negros de su padre.
—Asesinaste a los padres de tu esposa, no en combate sino a sangre fría —acusó—. Y apuesto a que también asesinaste a Michael Wayland y a su pequeño hijo. Arrojaste los huesos junto con los de mis abuelos, de modo que mi madre pensara que tú y Jace estaban muertos. Pusiste tu collar alrededor del cuello de Michael Wayland antes de quemarlo para que todos pensaran que aquellos huesos eran los tuyos. Después de toda esa cháchara tuya sobre la sangre no contaminada de la Clave..., a ti no te importaba nada su sangre o su inocencia cuando los mataste, ¿verdad? Asesinar ancianos y niños a sangre fría, eso es monstruoso.
Otro espasmo de cólera contorsionó las facciones de Valentine.
—¡Es suficiente! —rugió Valentine, volviendo a alzar la espada de estrellas negras, y Clary oyó la verdad de quién era en su voz, la cólera que le había impulsado toda su vida, la hirviente rabia sin fin—. ¡Jonathan! ¡Arrastra a tu hermana fuera de mi camino, o por el Ángel que la derribaré de un golpe para matar al monstruo que está protegiendo!
Por un brevísimo instante Jace vaciló. Luego alzó la cabeza.
—Desde luego, padre —dijo, y cruzó la habitación hacia Clary.
Antes de que ella pudiera alzar las manos para rechazarle, ya la había agarrado rudamente por el brazo. Tiró de ella para incorporarla, apartándola de Luke.
—Jace —susurró ella, horrorizada.
—No —dijo él.
Los dedos del muchacho se le clavaron dolorosamente en los brazos. Olía a vino, a metal y a sudor.
—No me hables.
—Pero...
—He dicho que no hables.
La zarandeó, y ella dio un traspié, recuperó el equilibrio, y alzó la vista para ver a Valentine de pie, refocilándose sobre el cuerpo encogido de Luke. Alargó la punta de un pie pulcramente embutido en una bota y empujó a Luke, que emitió un sonido estrangulado.
—¡Déjalo en paz! —chilló Clary, intentando liberarse de las manos de Jace.
Era inútil: él era demasiado fuerte.
—Para —le siseó él al oído—. Sólo lo empeorarás para ti. Es mejor si no miras.
—¿Como haces tú? —siseó ella a su vez—. Cerrar los ojos y pretender que algo no sucede no hace que deje de ser verdad, Jace. Deberías saberlo muy bien...
—Clary, para.
Su tono casi la dejó helada. Sonó desesperado.
Valentine reía entre dientes.
—Si al menos hubiera pensado —se burló— en traer conmigo una arma de auténtica plata, podría haberte despachado tal y como se hace con los de tu especie, Lucian.
Luke gruñó algo que Clary no consiguió oír. Esperó que fuera algo grosero. Se retorció en un intento de soltarse de Jace. Sus pies resbalaron y él la atrapó, tirando hacia atrás de ella con una fuerza atroz. La rodeaba con los brazos, se dijo Clary, pero no del modo que ella había deseado en una ocasión, no como había imaginado.
—Al menos deja que me levante —dijo Luke—. Déjame morir de pie.
Valentine le miró desde el otro extremo de la espada, y se encogió de hombros.
—Puedes morir tumbado de espaldas o de rodillas —dijo. Pero sólo un hombre se merece morir de pie, y tú no eres un hombre.
—¡NO!
Chilló Clary mientras, sin mirarla, Luke empezaba a izarse penosamente para adoptar una posición arrodillada.
—¿Por qué tienes que hacerlo peor para ti? —exigió Jace en un susurro quedo y tenso—. Te dije que no miraras.
Clary jadeaba por el esfuerzo y el dolor.
—¿Por qué tienes que mentirte a ti mismo?
—¡No miento! —Las manos que la sujetaban la agarraron con más violencia, a pesar de que ella no había intentado liberarse—. Sólo quiero lo que es bueno en mi vida..., mi padre..., mi familia... No puedo perderlo todo otra vez.
Luke estaba arrodillado muy erguido ahora. Valentine había alzado la espada ensangrentada. Luke tenía los ojos cerrados, y murmuraba algo: palabras, una oración, Clary no lo sabía. Se revolvió en los brazos de Jace, volviéndose violentamente para poder mirarle a la cara. El muchacho tenía los labios apretados en una fina línea, la mandíbula rígida, pero los ojos...
La frágil armadura se rompía. Necesitaba sólo un último empujón por parte de ella. Se esforzó por encontrar las palabras.
—Tienes una familia —dijo—. Una familia son simplemente las personas que te quieren. Como los Lightwood te quieren. Alec, Isabelle... —Su voz se quebró—. Luke es mi familia, y ¿tú vas a hacerme contemplar cómo muere justo del mismo modo en que pensaste que habías visto morir a tu padre cuando tenías diez años? ¿Es eso lo que quieres, Jace? ¿Es ésta la clase de hombre que quieres ser? Como...
Se interrumpió, aterrada de improviso por la idea de haber ido demasiado lejos.
—Como mi padre —dijo él.
Su voz era gélida, distante, inanimada como la hoja de un cuchillo.
«Le he perdido», pensó ella, desesperanzada.
—Agáchate —dijo, y la empujó, con fuerza.
Clary dio un traspié, cayó al suelo y rodó sobre una rodilla. Irguiéndose arrodillada, vio que Valentine alzaba bien alta la espada sobre la cabeza de Luke. El resplandor del candelabro situado en el techo estallando sobre la hoja despidió brillantes puntos de luz que le acuchillaron los ojos.
—¡Luke! —chilló con todas sus fuerzas.
La hoja se clavó con fuerza... en el suelo. Luke ya no estaba allí. Jace se había movido más rápido incluso de lo que Clary hubiera creído posible para un cazador de sombras; lo había apartado de un empujón, derribándole, cuan largo era, a un lado. Jace se quedó mirando a su padre a la cara por encima de la temblorosa empuñadura de la espada, con el rostro blanco, pero la mirada firme.
—Creo que deberías irte —dijo Jace.
Valentine contempló fijamente a su hijo, lleno de incredulidad.
—¿Qué has dicho?
Luke había conseguido sentarse. Sangre fresca manchaba su camisa. Contempló sorprendido cómo Jace alargaba una mano y con delicadeza, casi desinteresadamente, acariciaba la empuñadura de la espada que había quedado clavada en el suelo.
—Creo que me has oído, padre.
La voz de Valentine sonó igual que un látigo.
—Jonathan Morgenstern...
Con la velocidad del rayo, Jace agarró la empuñadura de la espada, arrancó el arma de las tablas del suelo, y la alzó. La sostuvo ligeramente, horizontal y plana, con la punta flotando a pocos centímetros por debajo de la barbilla de su padre.
—Ése no es mi nombre —dijo—. Mi nombre es Jace Wayland.
Los ojos de Valentine seguían fijos en Jace; apenas parecía advertir la presencia de la espada ante su garganta.
—¿Wayland? —rugió—. ¡No llevas sangre Wayland! Michael Wayland era un desconocido para ti...
—Lo mismo —dijo Jace con calma— que eres tú. —Agitó la espada hacia la izquierda—. Ahora muévete.
Valentine empezó a negar con la cabeza.
—Jamás. No aceptaré órdenes de un niño.
La punta de la espada le besó la garganta. Clary lo contemplaba todo con fascinado horror.
—Soy un niño muy bien adiestrado —repuso Jace—. Tú mismo me instruiste en el minucioso arte de matar. Sólo necesito mover dos dedos para rebanarte la garganta, ¿lo sabías? —Sus ojos eran duros—. Supongo que sí.
—Eres muy diestro —admitió Valentine.
Su tono era displicente pero, Clary advirtió, permanecía realmente quieto.
—Pero no podrías matarme. Siempre has tenido un corazón blando.
—Quizás él no podría. —Era Luke, de pie ahora, pálido y ensangrentado, pero erguido—. Pero yo podría. Y no estoy del todo seguro de que él pudiera detenerme.
Los ojos febriles de Valentine se movieron veloces hacia Luke, y regresaron a su hijo. Jace no se había vuelto al hablar Luke, sino que permanecía inmóvil como una estatua, con la espada quieta en la mano.
—Ya oyes al monstruo amenazándome, Jonathan —dijo Valentine—. ¿Te pones de su parte?
—Tiene razón —respondió él con suavidad—. No estoy totalmente seguro de que pudiera detenerle si quisiera hacerte daño. Los hombres lobos curan tan de prisa.
El labio de Valentine se crispó.
—Así pues —escupió—, al igual que tu madre, ¿prefieres a esta criatura, esta criatura medio diabólica a tu propia sangre, a tu propia familia?
Por primera vez la espada que empuñaba Jace pareció temblar.
—Me abandonaste cuando era un niño —replicó con voz mesurada—. Dejaste que pensara que estabas muerto y me enviaste lejos a vivir con desconocidos. Jamás me dijiste que tenía una madre, una hermana. Me dejaste solo.
La palabra fue un grito.
—Lo hice por ti..., para mantenerte a salvo —protestó Valentine.
—Si te importara Jace, si te importara la sangre, no habrías matado a sus abuelos. Mataste a gente inocente —intervino Clary, enfurecida.
—¿Inocente? —soltó Valentine—. ¡Nadie es inocente en una guerra! ¡Se pusieron del lado de Jocelyn y en mi contra! ¡Le habrían permitido que me quitara a mi hijo!
Luke soltó un suspiro sibilante.
—Sabías que ella iba a abandonarte —dijo—. ¿Sabías que iba a huir, incluso antes del Levantamiento?
—¡Por supuesto que lo sabía! —rugió Valentine.
Su gélido control se había resquebrajado, y Clary pudo ver la hirviente cólera bullendo bajo la superficie, enroscándose a los tendones de su cuello, convirtiendo sus manos en puños.
—¡Hice lo que tenía que hacer para proteger lo que era mío, y al final les di más de lo que jamás merecieron: la pira funeraria concedida sólo a los más importantes guerreros de la Clave!
—Los quemaste —declaró Clary en tono categórico.
—¡Sí! —chilló Valentine—. Los quemé.
Jace profirió un sonido ahogado.
—Mis abuelos...
—Jamás los conociste —insistió Valentine—. No pretendas sentir una pena que no sientes.
La punta de la espada temblaba más rápidamente en aquellos momentos. Luke posó una mano sobre el hombro de Jace.
—Tranquilo —dijo.
Jace no le miró. Respiraba como si hubiese estado corriendo. Clary podía ver el sudor brillándole en la nítida línea divisoria de la clavícula, pegándole los cabellos a las sienes. Las venas eran visibles a lo largo de los dorsos de las manos.
«Va a matarlo —pensó—. Va a matar a Valentine.»
Dio un paso al frente a toda prisa.
—Jace..., necesitamos la Copa. O ya sabes lo que hará con ella. Jace se pasó la lengua por los resecos labios.
—La Copa, padre. ¿Dónde está?
—En Idris —respondió él con calma—. Donde tú nunca la encontrarás.
La mano de Jace temblaba violentamente.
—Dime...
—Dame la espada, Jonathan.
Era Luke, la voz tranquila, incluso afable.
La voz de Jace sonó como si hablara desde el fondo de un pozo.
—¿Qué?
Clary dio otro paso al frente.
—Dale a Luke la espada. Deja que la tenga él, Jace.
Él negó con la cabeza.
—No puedo.
La muchacha dio otro paso más; uno más, y estaría lo bastante cerca como para tocarle.
—Sí, puedes —dijo con suavidad—. Por favor.
Él no la miró. Tenía la mirada trabada con la de su padre. El momento se alargó más y más, de un modo interminable. Por fin asintió, con un gesto seco, sin bajar la mano. Pero sí dejó que Luke fuera a colocarse a su lado, y que colocara la mano sobre la suya, en la empuñadura del arma.
—Puedes soltarla ahora, Jonathan —dijo Luke, y entonces, al ver el rostro de Clary, se corrigió—. Jace.
Jace pareció no haberle oído. Soltó la empuñadura y se apartó de su padre. Parte del color de su rostro había regresado, y en aquellos momentos tenía un tono más parecido a la masilla, el labio ensangrentado allí donde se lo había mordido. Clary anheló tocarle, rodearle con los brazos, pero supo que él jamás se lo permitiría.
—Tengo una sugerencia —dijo Valentine a Luke, en un tono sorprendentemente tranquilo.
—Deja que adivine —replicó Luke—. Es «no me mates», ¿verdad?
Valentine rió, fue un sonido carente por completo de alegría.
—No me rebajaría a rogarte por mi vida —declaró.
—Bien —repuso Luke, dando un golpecito a la barbilla del otro con la espada—. No voy a matarte a menos que me obligues a ello, Valentine. No pienso asesinarte frente a tus propios hijos. Lo que quiero es la Copa.
Los rugidos procedentes del piso inferior eran más fuertes ya. Clary oyó lo que parecían pisadas en el pasillo fuera de la habitación.
—Luke...
—Lo oigo —dijo él con brusquedad.
—La Copa está en Idris, os lo he dicho —contestó Valentine, moviendo los ojos más allá de Luke.
Luke sudaba.
—Si está en Idris, usaste el Portal para llevarla allí. Iré contigo. La traeré de vuelta.
Los ojos de Luke se movían veloces de un lado a otro. Había más movimiento afuera en el pasillo ahora, sonidos de gritos, de algo que se hacía añicos.
—Clary, quédate con tu hermano. Después de que pasemos, usen el Portal para que los lleve a un lugar seguro.
—No me iré de aquí —declaró Jace.
—Sí, lo harás. —Algo golpeó contra la puerta y Luke alzó la voz—. Valentine, el Portal. Muévete.
—¿O qué?
Lo ojos de Valentine estaban puestos en la puerta con una expresión contemplativa.
—Te mataré si me obligas a ello —aseguró Luke—. Delante de ellos o no. El Portal, Valentine. Ahora.
Valentine extendió las manos a ambos lados.
—Si lo deseas.
Retrocedió levemente, justo en el momento en que la puerta estallaba hacia dentro, con los goznes desparramándose por el suelo. Luke se escabulló a un lado para evitar ser aplastado por la puerta que caía, volviéndose al hacerlo, con la espada aún en la mano.
Un lobo apareció en el umbral, una montaña enfurecida de pelo manchado, con los hombros encorvados al frente, los labios echados hacia atrás sobre unos dientes que gruñían. Manaba sangre de innumerables cortes en su pelaje.
Jace maldecía en voz baja, con un cuchillo serafín ya en la mano. Clary le sujetó la muñeca.
—No..., es un amigo.
Jace le lanzó una breve mirada incrédula, pero bajó el brazo.
—Alaric...
Luke gritó algo entonces, en un idioma que Clary no comprendió. Alaric volvió a gruñir, agazapándose más contra el suelo, y por un confuso momento, la muchacha pensó que iba a lanzarse sobre Luke. Entonces vio que Valentine se llevaba la mano al cinturón, el centelleo de gemas rojas, y advirtió que había olvidado que él aún tenía la daga de Jace.
Oyó que una voz gritaba el nombre de Luke, pensó que era la suya..., luego se dio cuenta de que parecía como si su garganta estuviera pegada con pegamento, y que era Jace quien había gritado.
Luke se dio la vuelta, espantosamente despacio, al mismo tiempo que el cuchillo abandonaba la mano de Valentine y volaba hacia él como una mariposa plateada que giraba y giraba sobre sí misma en el aire. Luke alzó su espada... y algo enorme y de un gris leonado pasó como una exhalación entre él y Valentine. Escuchó el aullido de Alaric, elevándose e interrumpiéndose repentinamente; oyó el sonido de la hoja al clavarse. Lanzó una exclamación ahogada e intentó correr hacia adelante, pero Jace la echó hacia atrás.
El lobo se desplomó encogido a los pies de Luke, con sangre salpicando su pelaje. Sin fuerzas, con las patas, Alaric arañó la empuñadura del cuchillo que sobresalía de su pecho.
Valentine soltó una carcajada.
—Y éste es el modo en el que pagas la lealtad ciega que adquiriste a tan bajo precio, Lucian —dijo—. Dejando que mueran por ti.
Retrocedía, con los ojos fijos aún en Luke.
Luke, con el rostro blanco, le miró, y luego bajó la vista hacia Alaric; sacudió la cabeza una vez, y luego cayó de rodillas, inclinándose sobre el hombre lobo caído. Jace sujetaba todavía a Clary por los hombros.
—Quédate aquí, ¿me oyes? Quédate aquí —siseó.
Y fue tras Valentine, que se marchaba a toda prisa, inexplicablemente, hacia una pared. ¿Planeaba arrojarse por la ventana? Clary podía ver el reflejo del hombre en el enorme espejo de marco dorado a medida que se acercaba a él, y la expresión de su rostro, una especie de socarrón alivio, la inundó de rabia asesina.
—Lo tienes claro —masculló, moviéndose para seguir a Jace.
Se detuvo sólo para recoger el kindjal de empuñadura azul de abajo de la mesa, a donde Valentine lo había enviado de una patada. El arma le resultó reconfortante en la mano, le dio confianza, mientras apartaba una silla caída de su camino y se acercaba al espejo.
Jace tenía el cuchillo serafín en la mano, y la luz que emanaba de él proyectaba un fuerte resplandor hacia arriba, oscureciendo los círculos bajo sus ojos, los huecos de las mejillas. Valentine se había dado la vuelta y permanecía inmóvil, recortado en su luz, con la espalda contra el espejo. En la superficie, Clary pudo ver también a Luke detrás de ellos; había dejado la espada en el suelo, y extraía el kindjal de empuñadura roja del pecho de Alaric, con suavidad y cuidado. Sintió náuseas y sujetó su propia arma con más fuerza.
—Jace... —empezó a decir.
Él no se volvió para mirarla, aunque por supuesto podía verla reflejada en el espejo.
—Clary, te dije que esperaras.
—Es como su madre —comentó Valentine.
Tenía una de las manos a la espalda y se dedicaba a pasarla a lo largo del borde del grueso marco dorado del espejo.
—No le gusta hacer lo que le dicen.
Jace no temblaba como le había sucedido antes, pero Clary pudo percibir hasta qué punto se había tensado su control, como la piel sobre un tambor.
—Iré con él a Idris, Clary. Traeré de vuelta la Copa.
—No, no puedes —empezó Clary, y vio, en el espejo, cómo el rostro del muchacho se crispaba.
—¿Tienes una idea mejor? —inquirió él.
—Pero Luke...
—Lucian —dijo Valentine en una voz suave como la seda— se está ocupando de un camarada caído. En cuanto a la Copa, e Idris, no están lejos. A través del espejo, se podría decir.
Los ojos de Jace se entrecerraron.
—¿El espejo es el Portal?
Los labios de Valentine se estrecharon y dejó caer la mano, apartándose del espejo al mismo tiempo que la imagen en éste se arremolinaba y cambiaba igual que acuarelas diluyéndose en una pintura. En lugar de la habitación con su madera oscura y velas, Clary vio campos verdes, el denso color esmeralda de las hojas de los árboles y un amplio prado que descendía hasta una gran casa de piedra a lo lejos. Pudo oír el zumbido de las abejas, el susurrar de hojas en el viento y el aroma de la madreselva que arrastraba el viento.
—Ya te dije que no estaba lejos.
Ahora, Valentine estaba de pie en lo que parecía una arcada dorada, con los cabellos agitándose bajo el mismo viento que agitaba las hojas en los lejanos árboles.
—¿Está como tú lo recuerdas, Jonathan? ¿No ha cambiado nada?
Clary sintió que el corazón se le contraía en el pecho. No tenía la menor duda de que se trataba de la casa de la infancia de Jace, presentada para tentarle del mismo modo que uno podría tentar a un niño con un caramelo o un juguete. Miró en dirección a Jace, pero él no pareció verla en absoluto. Tenía los ojos fijos en el Portal, y en la vista que había al otro lado de los campos verdes y la casa solariega. Vio que el rostro se le suavizaba, su boca, como si contemplara a alguien que amara, se curvó con nostalgia.
—Todavía puedes venir a casa —insistió su padre.
La luz del cuchillo serafín que Jace sostenía proyectó su sombra hacia atrás de modo que ésta pareció cruzar el Portal, oscureciendo los luminosos campos y el prado del otro lado.
La sonrisa desapareció de la boca de Jace.
—Ésa no es mi casa —dijo—. Mi casa ahora está aquí.
Con un ataque de rabia contorsionando sus facciones, Valentine miró a su hijo. Clary jamás olvidaría aquella mirada: le hizo sentir un repentino anhelo de estar con su madre. Porque por muy enfadada con ella que hubiera estado su madre, Jocelyn jamás la habría mirado de aquel modo. Siempre la había mirado con amor.
Clary sintió tanta lástima por Jace entonces, que era imposible sentir más.
—Muy bien —dijo Valentine, y dio un veloz paso atrás a través del Portal de modo que sus pies se posaron en el suelo de Idris; sus labios se curvaron en una sonrisa—. Ah —indicó—, el hogar.
Jace avanzó a trompicones hasta el borde del Portal antes de detenerse, con una mano sobre el marco dorado. Una extraña vacilación parecía haberse apoderado de él, al mismo tiempo que Idris rielaba ante sus ojos como un espejismo en el desierto. Haría falta sólo un paso...
—Jace, no —dijo Clary rápidamente—. No vayas tras él.
—Pero la Copa —repuso él.
La muchacha era incapaz de saber qué pensaba él, pero el arma que empuñaba temblaba violentamente junto con la mano.
—¡Deja que la Clave la consiga! Jace, por favor.
«Si cruzas ese Portal, podrías no regresar jamás. Valentine te matará. Tú no quieres creerlo, pero lo hará.»
—Tu hermana tiene razón.
Valentine estaba de pie entre la hierba verde y las flores silvestres, con las briznas de hierba agitándose alrededor de sus pies, y Clary se dio cuenta de que, a pesar de que se encontraban a centímetros de distancia el uno del otro, se hallaban en países diferentes.
—¿Realmente crees que puedes ganarme? ¿Aunque tú tengas un cuchillo serafín y yo esté desarmado? No sólo soy más fuerte que tú, sino que dudo que seas capaz de matarme. Y tendrás que matarme, Jonathan, antes de que te entregue la Copa.
Jace cerró con más fuerza la mano sobre el arma del ángel.
—Puedo...
—No, no puedes.
Alargó la mano, a través del Portal, y agarró la muñeca de Jace, arrastrándola al frente hasta que la punta de la hoja serafín tocó su pecho. Allí donde la mano y la muñeca de Jace atravesaron el Portal, éstas parecieron rielar como si estuvieran hechas de agua.
—Hazlo, pues —indicó Valentine—. Hunde la hoja. Siete... tal vez nueve centímetros.
Tiró de la cuchilla hacia él, con la punta de la daga cortando la tela de la camisa. Un círculo rojo como una amapola floreció justo sobre el corazón. Jace, con una exclamación ahogada, desasió la mano de un tirón y retrocedió trastabillando.
—Lo que yo pensaba —dijo su padre—. Un corazón demasiado blando.
Y con una sorprendente brusquedad lanzó el puño en dirección a Jace. Clary chilló, pero el golpe jamás alcanzó al joven: en su lugar, golpeó la superficie del Portal entre ellos con un sonido parecido al de un millar de cosas frágiles que se rompen. Grietas en forma de telas de araña resquebrajaron el cristal que no era cristal; lo último que Clary oyó antes de que el Portal se desvaneciera en un diluvio de fragmentos irregulares fue la risa burlona de Valentine.
El cristal recorrió el suelo como una lluvia de hielo, una cascada extrañamente hermosa de fragmentos plateados. Clary retrocedió, pero Jace se quedó muy quieto mientras el cristal llovía sobre él, con la mirada fija en el marco vacío del espejo.
Clary había esperado que lanzara una palabrota, que gritara o maldijera a su padre, pero en lugar de ello se limitó a esperar a que los fragmentos dejaran de caer. Cuando lo hicieron, se arrodilló en silencio y con cuidado en el maremágnum de cristales rotos y recogió uno de los pedazos más grandes, dándole vueltas en las manos.
—No.
Clary se arrodilló a su lado, dejando en el suelo el cuchillo que había estado empuñando. La presencia del arma ya no la reconfortaba.
—No había nada que pudieras haber hecho.
—Sí, lo había. —Seguía con la vista puesta en el cristal; con el cabello salpicado de esquirlas rotas de éste—. Podía haberle matado —Giró el fragmento hacia ella—. Mira —dijo.
Miró. En el trozo de cristal pudo ver aún un pedazo de Idris..., un poco de cielo azul, la sombra de hojas verdes. Exhaló dolorosamente.
—Jace...
—¿Están bien?
Clary alzó los ojos. Era Luke, de pie junto a ellos. Iba desarmado, con los ojos hundidos en círculos azules de agotamiento.
—Estamos bien —dijo ella.
Pudo ver una figura desmadejada en el suelo detrás de él, medio cubierta con el largo abrigo de Valentine. Una mano sobresalía de debajo del borde de la tela, rematada por unas zarpas.
—¿Alaric...?
—Está muerto —dijo Luke.
Había gran cantidad de dolor controlado en su voz; aunque apenas había conocido a Alaric, Clary supo que el aplastante peso de la culpa permanecería con él para siempre. «Y éste es el modo en el que pagas la lealtad ciega que adquiriste a tan bajo precio, Lucian —dijo—. Dejando que mueran por ti.»
—Mi padre ha escapado —dijo Jace—. Con la Copa. —Su voz era apagada—. Se la entregamos justo a él. He fracasado.
Luke dejó que una de sus manos cayera sobre la cabeza de Jace, quitándole los cristales de los cabellos. Aún tenía las zarpas fuera, los dedos manchados de sangre, pero Jace soportó su contacto como si no le importara, y no dijo nada en absoluto.
—No es tu culpa —repuso Luke, bajando los ojos hacia Clary.
Los ojos azules mostraron una mirada firme y dijeron a la muchacha: «Tu hermano te necesita; permanece junto a él».
Ella asintió, y Luke les dejó y fue a la ventana. La abrió de par en par, dejando entrar en la habitación una ráfaga de aire que hizo parpadear las velas. Clary le oyó chillar, llamando a los lobos que había abajo.
La joven volvió a arrodillarse junto a Jace.
—Todo va bien —dijo con voz entrecortada, aunque estaba claro que no era así, y podría no volver a ser así jamás; le puso la mano sobre el hombro.
La tela de la camisa tenía un tacto áspero bajo sus dedos, estaba empapada de sudor y resultaba extrañamente reconfortante.
—Hemos recuperado a mi madre. Te tenemos a ti. Tienes todo lo que importa.
—Él tenía razón. Por eso yo era incapaz de obligarme a cruzar el Portal —murmuró Jace—. No podía hacerlo. No podía matarle.
—Sólo habrías fracasado si lo hubieses hecho.
No le contestó, se limitó a murmurar algo por lo bajo. Ella no consiguió oír del todo las palabras, pero alargó la mano y le quitó el trozo de cristal. Jace sangraba por dos finos y estrechos cortes allí donde lo había sujetado. Ella colocó el fragmento en el suelo y le tomó la mano, cerrándole los dedos sobre la palma herida.
—Sinceramente, Jace —comenzó, con la misma delicadeza con la que le había tocado—, ¿es que no sabes que no se debe jugar con cristales rotos?
Él profirió un sonido parecido a una risa estrangulada antes de alargar las manos y envolverla en un abrazo. Clary era consciente de que Luke les observaba desde la ventana, pero cerró los ojos con firmeza y enterró el rostro en el hombro de Jace. El muchacho olía a sal y a sangre, y sólo cuando su boca se acercó a la oreja de ella comprendió qué era lo que decía, lo que había estado murmurando antes, y era la letanía más simple de todas: el nombre de Clary, sólo su nombre.