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CL
AVE Y ALIANZA








—¿Crees que despertará alguna vez? Ya han transcurrido tres días.

Tienes que darle tiempo. El veneno de demonio es algo potente, y ella es una mundana. No tiene runas que la mantengan fuerte como a nosotros.

—Los mundis mueren muy fácilmente, ¿no es cierto?

—Isabelle, ya sabes que trae mala suerte hablar de muerte en la habitación de un enfermo.



«Tres días —pensó Clary lentamente. Todos sus pensamientos discurrían tan densa y lentamente como la sangre o la miel—. Tengo que despertar

Pero no podía.

Los sueños la retenían, uno tras otro, un o de imágenes que la arrastraban como una hoja zarandeada en una corriente de agua. Vio a su madre yaciendo en una cama de hospital, los ojos como moretones en un rostro blanco. Vio a Luke, de pie sobre un montón de huesos. A Jace con alas de blancas plumas brotándole de la espalda, a Isabelle sentada desnuda con su látigo enroscado en el cuerpo como una red de anillos dorados, a Simon con cruces grabadas con fuego en la palma de las manos. A ángeles, que caían y ardían. Que caían del cielo.



Te dije que era la misma chica.

—Lo sé. Es poquita cosa, ¿verdad? Jace dice que mató a un rapiñador.

—Sí. La primera vez que la vimos, me pareció que era una hadita. Aunque no es lo bastante bonita como para ser una hadita.

—Bueno, nadie luce su mejor aspecto con veneno de demonio en las venas. ¿Hodge va a llamar a los Hermanos?

—Espero que no. Me ponen los pelos de punta. Cualquiera que se mutile de ese modo...

—Nosotros nos mutilamos.

—Lo sé, Alec, pero cuando lo hacemos, no es permanente. Y no siempre duele...

—Si eres lo bastante mayor. Hablando del tema, ¿dónde está Jace? La salvó, ¿verdad? Yo habría pensado que tendría algo de interés en su recuperación.

—Hodge dijo que no ha venido a verla desde que la trajo aquí. Supongo que no le importa.

—A veces me pregunto si él... ¡Mira! ¡Se ha movido!

—Imagino que está viva después de todo —Un suspiro—. Se lo diré a Hodge.



Clary sentía los párpados como si se los hubiesen cosido. Imaginó que notaba que la piel se desgarraba mientras los despegaba lentamente para abrirlos y parpadeaba por primera vez en tres días.

Vio un claro cielo azul sobre su cabeza, con nubes blancas rechonchas y ángeles regordetes con cintas doradas colgando de las muñecas.

«¿Estoy muerta? —se preguntó—. ¿Es posible que el cielo tenga este aspecto?»

Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos: en esta ocasión advirtió que lo que contemplaba era un techo abovedado de madera, pintado con un motivo rococó de nubes y querubines.

Se sentó penosamente. Le dolían todas y cada una de las partes del cuerpo, en especial la nuca. Miró alrededor. Estaba acostada en una cama de sábanas de hilo, una de una larga hilera de camas parecidas, con cabeceras de metal. Su cama tenía una mesita de noche al lado con una jarra blanca y una taza encima. Había cortinas de encaje corridas sobre las ventanas, impidiendo el paso a la luz, aunque pudo oír el quedo y omnipresente sonido del tráfico neoyorquino llegando del exterior.

Vaya, finalmente estás despierta —dijo una voz seca—. Hodge estará contento. Todos pensábamos que probablemente morirías mientras dormías.

Clary volvió la cabeza. Isabelle estaba encaramada en la cama contigua, con la larga melena negro azabache sujeta en dos gruesas trenzas, que le caían por debajo de la cintura. El vestido blanco había sido reemplazado por jeans y una ajustada camiseta sin mangas, aunque el colgante rojo todavía le parpadeaba en la garganta. Los oscuros tatuajes en espiral habían desaparecido; su piel aparecía tan inmaculada como la superficie de un recipiente de nata.

—Lamento haberlos decepcionado. —La voz de Clary chirrió como papel de lija—. ¿Es esto el Instituto?

Isabelle puso los ojos en blanco.

—¿Hay alguna cosa que Jace no te haya contado?

Clary tosió.

—Esto es el Instituto, ¿correcto?

—Sí; estás en la enfermería, aunque ya te lo habrás imaginado.

Un repentino dolor punzante obligó a Clary a llevarse las manos al estómago. Lanzó un grito ahogado.

Isabelle la miró alarmada.

—¿Estás bien?

El dolor se desvanecía, pero Clary era consciente de una sensación ácida en las paredes de la garganta y de un extraño aturdimiento.

—Mi estómago.

—Ah, bueno. Casi lo olvidé. Hodge dijo que te diéramos esto cuando despertaras.

Isabelle alargó la mano para agarrar la jarra de cerámica y vertió parte del contenido en la taza a juego, que entregó a Clary. Estaba llena de un líquido turbio que humeaba ligeramente. Olía a hierbas y a algo más, algo sustancioso y oscuro.

—No has comido nada en tres días —indicó Isabelle—. Probablemente es por eso que te sientes mareada.

Clary tomó un sorbo con cautela. Era delicioso, suculento y saciante, con un regusto a mantequilla.

—¿Qué es esto?

Isabelle se encogió de hombros.

—Una de las tisanas de Hodge. Siempre funcionan. —Se deslizó fuera de la cama y aterrizó en el suelo arqueando la espalda como un felino—. A propósito, soy Isabelle Lightwood. Vivo aquí.

—Sé tu nombre. Yo soy Clary. Clary Fray. ¿Me trajo Jace aquí?

Isabelle asintió.

—Hodge estaba furioso. Dejaste icor y sangre por toda la alfombra de la entrada. Si Jace te hubiera traído estando mis padres aquí, ellos lo habrían castigado seguro. —Miró a Clary más de cerca—. Jace dijo que mataste a aquel demonio rapiñador tú sola.

Una imagen veloz de aquella cosa parecida a un escorpión, con su rostro huraño y malvado, pasó como una exhalación por la mente de la muchacha; se estremeció y aferró la taza con más fuerza.

—Supongo que sí.

—Pero eres una mundi.

—Sorprendente, ¿verdad? —dijo Clary, saboreando la expresión de apenas disimulado asombro del rostro de Isabelle—. ¿Dónde está Jace? ¿Está por aquí?

La otra muchacha se encogió de hombros.

—Por alguna parte respondió—. Debería ir a decirle a todo el mundo que te has despertado. Hodge querrá hablar contigo.

—Hodge es el tutor de Jace, ¿no?

—Hodge es el tutor de todos nosotros. —Señaló con la mano—. El baño está por ahí, y colgué algunas de mis viejas ropas en el toallero por si quieres cambiarte.

Clary fue a tomar otro sorbo de la taza y descubrió que estaba vacía. Ya no se sentía hambrienta ni tampoco mareada, lo que era un alivio. Depositó la taza en la mesita y alargó la sábana a su alrededor.

—¿Qué ha pasado con mi ropa?

—Estaba cubierta de sangre y veneno. Jace la quemó.

—¿Ah, sí? —inquirió Clary—. Dime, ¿es siempre tan grosero, o guarda eso para los mundanos?

—Bueno, es grosero con todo el mundo respondió Isabelle con displicencia—. Es lo que lo hace tan condenadamente sexy. Eso, y que a su edad es quien más demonios ha matado.

Clary la miró, perpleja.

—¿No es tu hermano?

Eso atrajo la atención de Isabelle, que lanzó una carcajada.

—¿Jace? ¿Mi hermano? No. ¿De dónde sacaste esa idea?

—Bueno, vive aquí contigo —indicó Clary—. ¿No es cierto?

Isabelle asintió.

—Bueno, sí, pero...

—¿Por qué no vive con sus propios padres?

Por un fugaz instante, Isabelle pareció sentirse incómoda.

—Porque están muertos.

La boca de Clary se abrió, sorprendida.

—¿Murieron en un accidente?

—No. —Isabelle se removió inquieta, echándose un oscuro mechón de cabello tras la oreja izquierda—. Su madre murió cuando él nació. A su padre lo asesinaron cuando él tenía diez años. Jace lo vio todo.

Vaya —dijo Clary, con voz queda—. ¿Fueron... demonios?

Isabelle se irguió.

—Mira, será mejor que avise a todo el mundo de que has despertado. Han estado esperando durante tres días que abrieras los ojos. Ah, hay jabón en el cuarto de baño —añadió—. Tal vez quieras lavarte un poco. Hueles.

Clary le lanzó una mirada furiosa.

—Muchísimas gracias.

—Es un placer.