Las cortinas ondulaban con el viento nocturno. Casasola no recordaba haber abierto la ventana de su cuarto antes de acostarse en la cama. ¿En realidad era su habitación? Había cuadros colgados en las paredes, pero no los reconocía. Todos representaban distintos lugares: un callejón repleto de basura, una carretera recta y solitaria, el lecho de un lago, el fondo de un barranco, una piscina vacía, un jardín con juegos infantiles, un cochera y un automóvil con la cajuela abierta. Las pinturas eran muy realistas y sintió que podía atravesarlas, meterse en ellas y recorrer aquellos misteriosos sitios. “Los cuadros no están completos, a todos les falta algo.” Casasola reconoció el extraño sonido de aquella voz: era un silbido y un borboteo. Desvió la mirada hacia la ventana y se encontró con el Hombre detrás de las Cortinas. “Aunque lo parecen, esos lugares no están solos. Las que sí lo están son las personas que estuvieron en ellos.” Casasola notó lo mismo que en su encuentro anterior con aquel personaje: hablaba sin mover la boca. Ahora sabía que soñaba, que se había dormido a pesar de todas las cosas que lo angustiaban. Ya le había pasado antes: estar consciente dentro de un sueño pero, paradójicamente, esa certeza provocaba que se despertara. Tenía poco tiempo. Miró al Hombre detrás de las Cortinas y comprendió que debía hacerle una pregunta. “Sí, soy esa persona”, le respondió. Entonces Casasola despertó, con una sensación de desasosiego. Sabía la respuesta, pero no conocía la pregunta. El Hombre detrás de las Cortinas se le había adelantado.