DEL EXPEDIENTE OCULTO DE ESTEBAN TABOADA (I)

“Nosotros somos los verdaderos constructores de este planeta”, me dice el insecto. “Por eso nos pertenece.” Yo traduzco sus conceptos pacientemente en estas notas que deben permanecer ocultas, porque si alguien más las encuentra podrían significar el fin de mi carrera. Esto nadie lo puede entender, excepto yo. El tiempo quizás haga que la humanidad comprenda, pero para eso falta mucho. Estoy solo en esta aventura, y solo debo enfrentarla. “En un proceso que duró cientos de miles de millones de años”, continúa el insecto, “construimos el suelo sobre el que todo se alza. Con nuestros cuerpos y desechos conformamos la caliza y sentamos las bases de gigantescas porciones de tierra. La caliza pura que se encuentra en todas partes en España, por ejemplo, fue fabricada con el polvo de nuestras conchas durante incontables generaciones. Igualmente hemos levantado monumentos que ustedes jamás podrían construir como los Apeninos en Italia y la cordillera de Chile”. El insecto hace una pausa. Parece reflexionar. Mueve sus antenas y continúa: “Quiero que sepas que los insectos también sabemos leer. Cuando algunas de nuestras especies devoran libros, no sólo se alimentan; también asimilan información y la trasmiten. Un poeta escribió alguna vez que ‘la paciencia es el arma del guerrero’, y no existe criatura más paciente en todo el planeta que nosotros. Los grandes logros arquitectónicos del hombre, sus obras de ingeniería más elaboradas, se construyeron sobre nuestros pacientes desechos. Incluso les hemos dado regalos maravillosos. Esa bebida que se elabora en Francia y que se ha hecho famosa en todo el mundo, proviene de viñas que crecen en la arena en la que se transformaron nuestros antepasados. Con nuestra paciencia, hemos construido también islas, arrecifes y represas. Cuando nos estudian, los humanos se admiran con nuestros procesos de metamorfosis, pero el más importante que hacemos es el de transformar la muerte –la nuestra– y la descomposición en un espectáculo de belleza. Somos los más grandes artistas, pero todavía somos mucho más que eso. Los antiguos egipcios lo entendían muy bien y por eso nos veneraban. En cambio, los hombres modernos han levantado los templos en los que adoran a sus falsos dioses sobre una catedral orgánica que nos ha implicado un sacrificio incomprensible para ustedes. Se equivocan, como siempre: los auténticos dioses de este mundo somos los insectos”.