No existen palabras en ningún idioma que describan cuánto odio el tráfico de la ciudad de Panamá; el exceso de autos en las calles despierta dentro de mí una furia similar a la que creo que sentiría si alguien le hiciera daño a algún miembro de mi familia. He estado involucrado en más discusiones acaloradas con taxistas de lo que preferiría recordar y es un verdadero milagro que aún no me hayan disparado o golpeado.
Simplemente esperar horas en un “tranque”, como llaman los panameños al embotellamiento vehicular, es una experiencia realmente desagradable. Sin embargo, antes de mudarme a Panamá nunca había sido un tema que me molestara; era simplemente un inconveniente, lo mismo que cuando coincido en el campo de golf con jugadores más lentos que yo. Es que en otros países los conductores tienden a manejar de forma más ordenada y esperan pacientemente, siguen las leyes y practican reglas de cortesía que, aunque no aparecen escritas en ningún lado, ayudan muchísimo para una convivencia pacífica.
Éste no es el caso en Panamá. Segundos después de cualquier situación que provoque una demora inusual, todas las reglas de cortesía desaparecen con mucha facilidad. La gente maneja por los acotamientos, cambia constantemente de carril tan pronto cree que se puede avanzar aunque sea un milisegundo más rápido; los conductores no ceden el paso cuando su carril termina, pareciera que prefieren causar un accidente antes que mostrar algún tipo de cortesía y respeto por cualquier otra persona en el camino.
De forma que, si es posible, evito manejar cuando el tráfico está pesado, y en especial hacia el aeropuerto de Panamá, localizado al otro extremo de la antigua base militar de Estados Unidos donde se ubica mi apartamento, en el lado oeste del canal de Panamá.
Aun así, a finales de septiembre de 2015 me vi tratando de controlar mi furia mientras batallaba con el tráfico a la hora pico para llegar al aeropuerto a recoger a mi esposa; normalmente le hubiese dicho que contratara a un chofer o que tomara un taxi, los cuarenta dólares que habría costado este servicio bien valían la pena para evitar el tránsito. Y no es porque no la ame, pues aunque me hubiera casado con Sofía Vergara, no habría atravesado la ciudad para recogerla en el aeropuerto.
Sin embargo, en esta ocasión estaba haciendo la excepción a una regla dura y firme, ya que mis sentimientos de furia causados por el tráfico eran insignificantes comparados con la curiosidad que tenía en relación con lo que había estado haciendo mi esposa durante su viaje.
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“Me tengo que ir a Alemania y no te puedo decir para qué.”
Unas semanas antes Rita regresó del trabajo y me saludó con esa frase; no dijo nada más. Los que conocen a mi esposa saben lo inusual que era algo así. Si por lo general nos toma unos cuarenta y cinco minutos decidir en qué restaurante vamos a cenar, un viaje a Europa requeriría semanas de discusión y, en este caso particular, mucho más tiempo del que ella estaría en Alemania.
No obstante, esto fue todo lo que recibí. Unas semanas más tarde mi esposa estaría viajando a Alemania, y no me podía decir para qué.
Rita y yo no nos guardamos secretos, tal vez porque ambos somos terribles guardándolos. De hecho, soy el primero en admitir que tengo una boca grande y que en ocasiones mi cerebro no reacciona a tiempo sino cuando ya es demasiado tarde y he dicho algo que se suponía debía guardar para mí. A Rita le encanta bochinchear (chismear): como abogada entrenada, es mucho mejor que yo cuidando sus palabras, pero por lo general me cuenta todo lo que sabe, incluso cuando tiene claro que podría ser una mala idea. La expresión que más usa es: “Tienes que prometerme que no vas a decir nada”.
Sin embargo, en este caso sus labios estaban sellados. Yo ignoraba la razón de su viaje, más allá del hecho de que tenía algo que ver con el periódico, y fuese lo que fuese, tenía que ver con Alemania. Aparte de esto, me encontraba a oscuras.
Ésa fue la razón por la cual conduje al aeropuerto para recogerla. No podía esperar a hablar con ella, aun si esto significaba pelear más de una hora con el tráfico.
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Camino a casa Rita comenzó a escupir todos los secretos que no me había podido contar por teléfono o antes de su viaje, aunque primero puso en claro que esta información debía permanecer entre nosotros: en ese momento no podía haber deslices. El secreto era la prioridad del proyecto, tanto así que los organizadores ni siquiera querían incluir a alguien de Panamá por el peligro que existía de que Mossack Fonseca, el bufete centro de la investigación, averiguase sobre tal persona.
Rita me compartió en esos momentos que viajó a Alemania acompañada por Rolando Rodríguez, jefe de la unidad de investigación del periódico. Fue contactado por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés) en relación con la investigación sobre Mossack Fonseca, habiéndose tomado la decisión de invitar a La Prensa a formar parte de ella.
A solicitud de Lourdes de Obaldía, directora de La Prensa, y debido a la naturaleza de la investigación, Rolando había conversado con el ICIJ acerca de la formación de Rita en la industria financiera offshore. Esto llamó su atención: nadie más en el proyecto tenía ese tipo de experiencia. No solamente invitaron a Rita para que asistiera, sino que le solicitaron hacer una presentación sobre el tema.
Durante la conferencia, más de cien periodistas de todo el mundo la escucharon mientras delineaba la historia de la industria y las formas en que los súper millonarios y poderosos hacían mal uso de ella para esconder sus bienes; explicó que la industria offshore en Panamá, amparada por una ley de 1927 que regula la creación de las sociedades anónimas o SA, otorgaba al propietario de la sociedad un velo corporativo, requiriendo únicamente revelar los directores, dignatarios, el representante legal y el agente residente. Bajo la ley, la identidad de los accionistas de la compañía, quienes son los dueños reales, no es de dominio público, sino que sólo debe permanecer en los archivos internos del agente residente.
En la conferencia también estuvo como orador Jake Bernstein, reportero ganador de un Premio Pulitzer, quien trabajaba para el ICIJ; Rita expuso después de él, de forma que pudiera escuchar su presentación. No obstante, me dijo que estaba tan nerviosa que no recordaba de qué había hablado Jake. “Solamente me preocupaba lo que yo iba a decir”, me confesó. En su discurso brindó a la audiencia de periodistas una breve historia de Mossack Fonseca y su crecimiento, que incluía ser el primer bufete de Panamá en abrir una oficina en Islas Vírgenes Británicas, así como en más de cuarenta países.
A pesar de estar muy nerviosa y algo agobiada, Rita hizo su presentación. Se le habían informado los detalles del proyecto, sin embargo, su nerviosismo e incredulidad pronto desaparecerían conforme la reunión en Alemania avanzaba. El proyecto consistía en revisar toda la base de datos de Mossack Fonseca, la cual contenía archivos desde los años setenta; esta información le había sido filtrada al periódico alemán en cuyas oficinas se llevó a cabo el encuentro, y éste a su vez la había compartido con el ICIJ, quien organizaría el mayor esfuerzo colaborativo en la historia del periodismo.
Meses más tarde, Rita me dijo: “Yo sonrío cuando estoy nerviosa, y en Alemania no podía parar de sonreír ya que sabía cuánto afectaría esto a la gente que me importa”. Tres de sus amigos más cercanos habían trabajado en el bufete, y ella se graduó de la escuela secundaria con la jefa de Cumplimiento; además fue miembro de la junta directiva de la Asociación de Agentes Registrados junto con Rosemarie Flax, gerente de la oficina de Mossack Fonseca en Islas Vírgenes Británicas en los años en que vivimos allí.
“Para cualesquiera de los periodistas en este proyecto, los nombres que aparecen en la base de datos son sólo eso: nombres en la pantalla de una computadora. Para nosotros estas son personas reales, y muchas de ellas son grandes amigos”, le comentaría más tarde Rita a Frederik Obermaier durante su visita a Panamá.
Mientras me contaba los detalles del proyecto, de alguna forma me mantenía escéptico de que fuese a ser tan grande como ella pensaba; sonaba como una historia común de gente rica y poderosa que se sale con la suya por medio de travesuras típicas, lo que difícilmente era algo nuevo. Asentía a todo, ya que a veces es más fácil estar de acuerdo con la esposa de uno que caer en una discusión lógica, y en esta ocasión tal vez fue una buena decisión de mi parte, ya que en unos cuantos meses comprobaría que estaba equivocado: esta historia habría de explotar para ser la mayor noticia del año. No era simplemente un Watergate, era Watergate en varios países al mismo tiempo.
Después de todo, nuestro trabajo ocasionaría la renuncia de un líder mundial (el primer ministro de Islandia), e indirectamente habría provocado la destitución de otro (en Brasil), así como ocasionar que docenas de otros políticos quedaran bajo la mirada de la opinión pública.
Pero mientras manejaba de regreso del aeropuerto, no vi cómo esto pudiera resultar en algo más que en una serie de relatos largos e incomprensibles que la gente dejaría de leer después del tercer párrafo. Después de todo, hablábamos de un bufete en Panamá; ¿cuánta información realmente interesante podría haber?
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Al final, la respuesta a mi pregunta sería: “Mucha”.
Una vez que llegamos a casa, y aun antes de que ella desempacara, Rita prendió su computadora y me mostró el porqué de su viaje secreto.
El proyecto se llamó Prometheus, enterándome más tarde de que lo nombró así un empleado del ICIJ que era fanático de Star Trek, y todos los proyectos liderados por esta organización recibieron uno de los nombres de las naves de esa serie.
Para acceder a Prometheus, Rita tuvo que crear una cuenta con un proveedor de e-mail encriptado e instalar el autenticador de Google, medidas de seguridad que se pusieron en uso para ayudar a proteger el secreto del proyecto, lo que era la máxima prioridad del ICIJ.
Los documentos estaban en un servidor llamado Blacklight. Los expertos informáticos del ICIJ habían creado la base de datos que permitía al usuario la búsqueda a través de un sinnúmero de criterios que incluían el nombre de la persona, compañías, intermediarios y aun términos como OFAC (la Oficina de Control de Bienes en el Extranjero), agencia de Estados Unidos que había impuesto sanciones contra personas y compañías por violar los embargos vigentes, como los de Irán y Corea del Norte; la búsqueda en OFAC generó cientos de datos valiosos.
También Rita me enseñó el iHub, una especie de página de Facebook secreta que el ICIJ había creado: no obstante, en vez de subir fotos de vacaciones y de sus cenas, los cientos de periodistas en el proyecto subían diariamente los resultados de sus búsquedas en el Blacklight. El iHub incluía grupos a los que se podrían unir las personas, tales como los que estaban dedicados a países en particular (me hice miembro de grupos estadounidenses, italianos, irlandeses, brasileños, rusos, ingleses, mexicanos, centroamericanos y caribeños, al igual que, por supuesto, de un grupo panameño que describía el país como el “Ashley Madison del mundo empresarial”).1
Había grupos dedicados a celebridades, artistas y deportistas (este último fue creado para los jugadores y otros personajes del mundo del soccer profesional, dado el gran número de funcionarios de la FIFA que fueron encontrados en los datos además de Lio Messi, el mejor jugador del planeta); también existían grupos que se dedicaban a investigar a la firma en sí, así como aquellos que se enfocaron en los traficantes de armas, drogas y otros tipos de actividades ilegales, o específicamente sobre evasión de impuestos y violaciones de sanciones internacionales.
Buscando en el iHub, pude descubrir por qué Rita estaba tan asustada: los datos se filtraron en febrero, y los periodistas llevaban meses buscando en ellos; para entonces habían encontrado ya a docenas de políticos, celebridades y otros con compañías fantasma. Por ejemplo, había tantos mexicanos que específicamente se solicitó a los periodistas que contribuían con el grupo que colocaran a los traficantes de drogas de ese país en el grupo correspondiente, a fin de no causar ninguna confusión.
Comencé a ver en mi cabeza los encabezados que aparecerían cuando estos hallazgos se volvieran noticia, y supe de inmediato que ésta sería la historia más grande que involucraría a Panamá desde la invasión estadounidense en 1989.
Sin embargo, también sentí que una sensación de malestar comenzaba a invadirme mientras buscaba en los grupos; en ese momento me di cuenta de la necesidad de un nivel de seguridad tan alto.
Los datos incluían información financiera delicada de algunas de las personas más poderosas y peligrosas del planeta: cualquier traficante de drogas o de armas no es el tipo de gente que reacciona de forma racional ante la gente que escarba alrededor de sus negocios.
Ésa era la razón por la cual Rita no pudo decirme nada antes de su partida, y el porqué de que la primera cosa que me dijo después de mostrarme el Blacklight y el iHub era que yo tenía que mantener esto en secreto.
Pero no necesitaba su sermón. Ya teníamos experiencia acerca de lo que le puede pasar a la gente que investiga los secretos de la gente poderosa en Panamá, y era lo suficientemente fuerte como para estar seguro de que no iba a decirle nada a nadie sobre Prometheus.
1 Ashley Madison es una red social de encuentros para personas que ya tienen una relación.