A pesar de que mi relato sobre Von der Goltz no capturó la atención de mis compañeros de los otros medios de comunicación en el proyecto, encontré a alguien que sí estaba interesado: el Servicio Interno de Ingresos (IRS, por sus siglas en inglés).
Aún no estaba listo para rendirme con mi historia. Pensaba que una de las mayores razones para que los otros periodistas la esquivaran era porque no se había presentado ningún cargo criminal, y es que según mis observaciones, la mayoría de las que generaron interés entre los compañeros de Estados Unidos eran aquéllas en las que ya existía algún tipo de proceso penal.
Para ponerlo sencillo, la historia no tenía un final claro. Ciertamente había suficientes indicios de actividad delincuencial, incluida la admisión de los propios abogados, pero eso era todo. Un abogado en Panamá me dijo en privado que este era un caso típico de lavado de dinero, de los que se encuentran en los libros. Von der Goltz estaba usando las compañías fantasma para movilizar dinero hacia Estados Unidos sin que nadie supiera que estas estaban conectadas con él.
Más importante era que al menos una de las entidades financieras, el Boston Private Bank, parecía ser cómplice en el esquema. En un punto, la firma dio instrucciones a los representantes de Von der Goltz de proporcionar la información relacionada con la debida diligencia, de forma que los fondos pudiesen ser depositados en una cuenta bancaria en Panamá; a través de sus empleados Von der Goltz se rehusó a entregarla y a cambio dio la instrucción a Mossack Fonseca de enviar los fondos a la cuenta en el Boston Private Bank.
Para mí esto era un intercambio alucinante. Yo sería la primera persona en admitir que los bancos de Panamá están involucrados en algunas transacciones oscuras, pero en este caso, cuando las cosas se tornaron demasiado torcidas aun para Panamá, la opción más sombría era un banco en Boston.
Esta conversación era también una clara indicación de que Mossack Fonseca estaba ignorando toda señal de alerta cuando provenía de este cliente. Básicamente, cuando alguien de plano se niega a proporcionar la información de la debida diligencia, la cual es tan sólo el nombre y el pasaporte, o el equivalente a lo que se necesita para tomar un avión y volar a Panamá, el único recurso ético que queda es abandonar a esa persona.
Probablemente Mossack Fonseca estaba haciendo muchas cosas no éticas durante ese periodo, pero ¿dónde quedaban todos los demás? Por ejemplo, Estados Unidos enviaba armas a Centroamérica como si regalara caramelos desde una carroza durante un desfile; las compañías que fabrican cigarrillos sólo buscaban la manera de hacerlos aún más adictivos.
No obstante, muchos de los artículos nunca reflejaron realmente este contexto. Nunca dieron al público alguna perspectiva relacionada con los cambios en la legislación o en los estándares que ayudaran a la industria offshore a evolucionar en el tiempo, al menos no los que he leído.
Sin embargo, el manejo que Mossack Fonseca hizo de Von der Goltz era diferente: muchas de las actividades cuestionables continuaron hasta que su abogado, Ramsés Owens, dejó la firma, llevándose consigo a su valioso cliente. Mossack Fonseca nunca alteró la forma de manejar a sus más grandes clientes estadounidenses a partir de consideraciones éticas, sino más bien creando estructuras cada vez más complejas para cubrir sus actividades.
Y esto me puso furioso. Mossack Fonseca estaba básicamente poniendo a toda la industria y al país en riesgo. Todo el mundo sabía que hacer tratos con clientes estadounidenses era un “rotundo no” para los servicios financieros. Y allí estaba Mossack Fonseca, bailando sólo cual quinceañera, sin darse cuenta de que la avalancha iba directamente hacia ellos.
* * *
Por eso fue que decidí acercarme al IRS: era la forma en que pensé que el caso Von der Goltz generaría interés en Estados Unidos, sobre todo si decidían abrir un caso criminal contra él. Ése era el elemento que le hacía falta a la historia, digamos, el párrafo crucial que podría confirmar que lo que hacía era ilegal.
Sin embargo, debía ser cuidadoso. Era enero y el proyecto no iba a hacerse público por varios meses aún; de realizar el IRS grandes movimientos contra el cliente de Mossack Fonseca, toda la investigación podría estar en peligro.
Esto significaba que debía tener una historia decente que me cubriese; sin mencionar el lazo en común en todo eso, o sea, la firma de abogados en Panamá que lo hizo posible; necesitaba una explicación plausible sobre cómo un reportero de un periódico panameño había accedido a la información personal de un empresario guatemalteco que vivía en Boston y poseía empresas fantasma en Islas Vírgenes Británicas.
Por suerte para mí, encontré una historia que fácilmente me cubriría, y ésta era la cuenta que Von der Goltz había abierto en Financial Pacific, la casa de valores que también tenía una cuenta secreta para Martinelli, el ex presidente, y que Vernon Ramos investigaba cuando desapareció.
También fui afortunado de que el gobierno de Estados Unidos, como parte de la División de Investigación Criminal de la agencia, hubiese abierto una oficina del IRS en Panamá años atrás para cazar a quienes hacían trampa en sus impuestos en la región.
Con anterioridad Rita y yo habíamos tenido una buena relación con la embajada de Estados Unidos; jugaba golf con regularidad con uno de los miembros del personal, lo que llevó a que recibiéramos invitaciones a eventos oficiales y sociales; también significó que tuviéramos una sólida relación cuando se trataba de informaciones nuevas. Fuera de registro, mi amigo le hablaba a Rita en la oficina acerca de sucesos actuales, y luego me hablaba a mí en el campo de golf, también fuera de registro.
Era una bonita relación debido a que nosotros le podíamos dar algunas ideas sobre lo que la “gente común” pensaba acerca de los acontecimientos en el país, un atisbo que la embajada no podía obtener de los panameños en el gobierno ni de la alta sociedad, con la que generalmente lidiaba. Una vez que el funcionario terminó su asignación en Panamá, aún mantuvimos una relación decente con la embajada, pero era diferente: no hubo más conversaciones fuera de registro en el campo de golf y las nuevas autoridades raras veces buscaban nuestras opiniones sobre sucesos de actualidad. Lo cual estaba bien para nosotros: después de todo, 99% del tiempo estábamos dando información, no recibiéndola, de forma que si nadie quería escuchar no nos molestábamos por eso.
Sin embargo, en este caso realmente quería conversar con la embajada y con el IRS en particular acerca de mi historia, pero por alguna razón ellos me lo impidieron por semanas. Finalmente decidí tomar el asunto en mis manos y les di un plazo. Rita y yo habíamos programado ir a Colombia para su cumpleaños a finales de enero; llamé a la embajada el lunes de esa semana y dije tener información que quería compartir con ellos, pero decidieron verme hasta el miércoles. También prometí que no estaría haciendo preguntas, solamente dándoles información que podrían encontrar interesante.
Bajo esos estrictos parámetros, la embajada estuvo de acuerdo en verme. Me presenté en la garita de entrada y di mi nombre a los guardias; el enorme edificio era nuevo cuando llegué a Panamá, en 2007, y se podía pensar que había sido construido con una sola idea en mente: seguridad. Los visitantes debían parar en la garita, en la parte de abajo de la colina, y luego pasar a los guardias de seguridad, cuyo humor variaba dependiendo de si uno se encontraba o no en la lista de las personas que tenían cita.
El camino de entrada lleva por la colina hacia el estacionamiento, donde la gente deja su auto para ir a gestionar su visa. Las personas que se encaminaban a dichas citas eran en su mayoría panameñas, o de cualquier país cercano; por ejemplo, Rita tuvo que ir allí cuando necesitó renovar la suya en 2011.
En vez de dirigirme a esa área, iba hacia un punto de verificación de mayor seguridad, donde mi identificación sería escudriñada y mi teléfono confiscado. Cada cierto tiempo pasaba un carro por la pesada puerta de metal que impedía al público entrar al área de estacionamiento de los empleados, lo que daba al lugar una sensación de ser más una prisión que un puesto diplomático de avanzada.
Fue en la oficina de Relaciones Públicas donde me reuní con el agente, cuya cara mostraba una mezcla de curiosidad y miedo cuando estreché su mano; no había permanecido allí mucho tiempo cuando sentí que le preocupaba haber sido tomado por ingenuo.
Ésta no sería la primera vez que a un gringo nuevo en Panamá le preocupara que un ciudadano local lo hiciera quedar como un tonto. En octubre de 1989, un grupo de oficiales militares secuestraron a Manuel Antonio Noriega y lo mantuvieron en el cuartel central de El Chorrillo; enviaron una delegación a una base de Estados Unidos para informar que habían capturado al dictador y querían entregarlo. Maxwell R. Thurman, el general a cargo, temiendo ser engañado, se rehusó a darles acceso. Pronto las tropas leales a Noriega lo rescataron y le dispararon al hombre a cargo del golpe en un incidente que fue bautizado como “la masacre de Albrook”. Esta historia no es tan conocida en Estados Unidos, pero se hizo muy popular en Panamá después de que La Prensa lo reportara en una cobertura especial con motivo del aniversario número veinte de la invasión a Panamá, proyecto que fue encabezado por Rita.
No tenía que preocuparme que aparecieran tropas de Panamá para arrestarme en la embajada, pero sí que el agente del IRS tuviese mucho problema para confiar en mí. Con todo, no tenía nada que perder, ya que él no podría comprometer nuestro proyecto.
Pasé las dos horas siguientes conversando sobre las actividades de un residente de Estados Unidos, los detalles de las transacciones entre sus cuentas offshore y su firma de inversiones en Boston; al principio el agente me interrumpió para hacerme preguntas, pero después de un tiempo sólo se sentó en silencio, aturdido. Creo que se debía a la sorpresa de que alguien finalmente le estuviera ayudando a hacer su trabajo.
No había razón para que no creyera que la información tenía que ver con Financial Pacific: la misma era creíble debido a que provenía de un reporte de debida diligencia utilizado para abrir una cuenta en la firma de corretaje que estaba en problemas. No había forma alguna de que el IRS se enterara de que realmente venía de los archivos de Mossack Fonseca.
Al siguiente día le envié al agente un correo electrónico con una sección de mi historia en la que se delineaba por qué yo consideraba que era el clásico caso de lavado de dinero y evasión de impuestos, y la evidencia de que había una clara conspiración para llevarlos a cabo. El mensaje incluía un pasaje del correo electrónico escrito por los funcionarios de Boston Capital Ventures, la firma constituida por Von der Goltz, donde se describe la creación de una compañía fantasma para recibir fondos del extranjero: “Offshore Ventures Investment Corporation (OVIC) fue incorporada por Mossack Fonseca en Islas Vírgenes Británicas (IVB) con el único propósito de comprar el interés limitado en Boston Capital Ventures IV [BCV], LP”.
Adicionalmente cité correspondencia que decía: “Desde junio de 2008, OVIC ha atraído 19.3 millones de dólares en contribuciones tanto de fondos invertidos como de dividendos pagados por BCV IV”.
También le cité un correo electrónico de julio de 2002 que el oficial jefe de Operaciones de BCV le enviara a Mossack Fonseca, donde decía: “Hay 14 inversionistas [en OVIC], cuatro de los cuales son compañías del señor Von der Goltz”.
Finalmente, un correo electrónico de octubre de 2002 donde Richard Gaffey, un contador de Boston que manejaba buena parte de las finanzas de H. J. von der Goltz, describía cómo se harían las aportaciones de dinero a OVIC. Escribió a Mossack Fonseca para informar que se habían abierto las cuentas en el Boston Private Bank and Trust, firma que posteriormente admitiría ante el IRS no haber hecho la debida diligencia para determinar los reales propietarios de las cuentas abiertas por las compañías fantasma en la institución.
No le di toda la información al agente, pero pensé haberle entregado lo suficiente como para construir un caso. Él tenía los nombres de las compañías y las cuentas bancarias, los dos elementos cruciales; pensé que le sería asombrosamente fácil reunir toda la evidencia adicional que necesitaba para formular cargos. De hecho, mi mayor temor era que hiciese un arresto demasiado pronto.
Por eso le imploré que no tomara ninguna acción hasta finales de marzo cuando mucho; le dije que era porque La Prensa estaba trabajando en una gran historia sobre Martinelli y nos preocupaba que Von der Goltz fuese arrestado, ya que podría asustar al ex presidente debido a que ambos tenían cuentas en Financial Pacific. Martinelli se encontraba viviendo en Estados Unidos y las autoridades panameñas estaban gestionando su extradición, por lo que, si se enteraba de que los agentes de investigación tenían acceso a información relacionada con los archivos de Financial Pacific, tal vez decidiría mudarse de país para sentirse más seguro, tal vez a uno que no tuviese acuerdo de extradición con Panamá. Era una historia elaborada, pero también creíble y 99% cierta. La única cosa fuera de la verdad era que los registros procedían de Mossack Fonseca y no de Financial Pacific.
Tal como resultó, mis temores de que el gobierno actuase muy rápido fueron bastante ingenuos.