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Infiltrado

Llegué a Islas Vírgenes Británicas el 31 de marzo, jueves, el día que se publica el semanario BVI Beacon, el diario más leído en el territorio; como la mayor parte del trabajo de la semana ha culminado, los periodistas suelen salir más temprano. Mi plan era reunirme, tan pronto lograra pasar Aduanas y Migración, en la oficina del jefe de redacción, Freeman Rogers, para discutir el proyecto con él.

Freeman ha sido el jefe de redacción desde que me fui, hace ya diez años. Antes de él, yo era el redactor extranjero que más tiempo había logrado permanecer en el cargo, cinco años; la mayoría de los periodistas no llegaban a completar dos. Durante mi permanencia en el periódico tuve un reportero que se fue a las pocas semanas, por no haber podido adaptarse a la vida en la isla. Pero al parecer, esta situación en sí ya no era un problema: Freeman llevaba todo este tiempo viviendo en Islas Vírgenes Británicas y Todd van Sickle, el gerente de producción, tenía todavía más años, y además se había casado y tenía dos hijos.

Contacté a Freeman a principios de marzo para dejarle saber sobre mi viaje: estoy seguro de que en su vida habrá recibido pocas llamadas telefónicas más extrañas que la mía. La conversación más o menos fue la siguiente:

YO: Hola, Freeman, te llamo para decirte que voy pronto a Tórtola.

ÉL: Okay, magnífico.

YO: Estoy colaborando en un proyecto secreto que involucra tanto a Panamá como a Islas Vírgenes Británicas y me gustaría que trabajásemos en conjunto.

ÉL: ¿De qué se trata?

YO: No puedo decirte, es secreto.

La llamada no fue fácil para mí. Como periodista, por lo general creo que la transparencia y la honestidad son las mejores formas de manejar cualquier situación; pero debido a las reglas del ICIJ, no podía ser específico con Freeman con respecto a la razón por la cual iba a Islas Vírgenes Británicas.

Al mismo tiempo, necesitaba la ayuda del Beacon. Con el clima que existía actualmente, sabía que no había forma de que pudiera desplazarme alegremente alrededor de la isla, haciendo entrevistas: todos en la industria, al igual que en el gobierno, estaban en alerta máxima. Si alguien sospechaba en lo más mínimo sobre mi trabajo allí, seguramente me vería deportado.

Mi plan era trabajar tras bastidores en el Beacon, y hacer que ellos realizaran las entrevistas usando la información que yo les proporcionaría; en mi mente, esto beneficiaría tanto a mi antiguo periódico como al actual. Pero Freeman no estaba listo para aceptar hacer cualquier cosa, ya que yo no podía proporcionarle ningún detalle acerca de mi visita, y dados los reportes de los últimos años en relación con la industria de servicios financieros, le preocupaba trabajar con un periodista externo aunque fuera su colega.

En particular, el ICIJ entró en conflicto con el gobierno de Islas Vírgenes Británicas por haber enviado, como parte de sus proyectos anteriores, a periodistas que escribieron artículos negativos sobre la industria. El de un reportero francés, publicado por el ICIJ en enero de 2014, estableció con bastante claridad la brecha entre el territorio y la organización de periodistas al describir a una maestra que dictaba una clase sobre la industria financiera en una escuela secundaria local: “¡Islas Vírgenes ha sobrevivido a un terrible huracán, y el nombre de ese huracán es el I-C-I-J!”, gritaba mientras con mucho cuidado deletreaba las iniciales del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, la organización con sede en Estados Unidos que había estado trabajando con Le Monde y otros medios de comunicación amigos para exponer el uso de sociedades creadas en paraísos fiscales. “El ICIJ nos ha causado mucho daño”, continuó. “Debemos defendernos nosotros mismos, de otra forma perderemos nuestros trabajos e ingresos. ¿Sabían ustedes esto?”

Esto no era del todo falso. La mitad del ingreso anual del gobierno de Islas Vírgenes Británicas depende de la industria offshore; aquél que escribiera cosas negativas sobre ella sería tan bienvenido en Islas Vírgenes Británicas como lo sería en Hershey, Pennsylvania, alguien que expusiera la conexión entre el chocolate y la obesidad infantil.

La plática que sostuve con Freeman, y el hecho de que hubieran devuelto a otros reporteros en los puertos de entrada de la isla, me tenían algo preocupado con respecto a mi ingreso al territorio, ya que había trabajado allí como periodista por cinco años. También me inquietaba el contexto de la información circulada por el gobierno y la Asociación de Agentes Registrados, que le habían filtrado a Rita, ya que mostraba que tanto el gobierno como la industria en general estaban muy conscientes de que algo sucedía con respecto a la industria offshore.

Además, sabíamos que después de que los equipos de TV se aparecieron en las oficinas de Mossack Fonseca, uno de los socios viajó a Islas Vírgenes Británicas para reunirse con los reguladores e informarles que algo estaba ocurriendo. En pocas palabras, ése no era el mejor momento para que un periodista conocido en Islas Vírgenes Británicas estuviera casualmente de visita.

Sin embargo, tal vez ésta sería la única vez que mis años de fiesta insensata e incesante en Islas Vírgenes Británicas pagaría sus frutos, y es que mi reputación era más bien de un soltero idiota y borracho para quien todos los días de la semana acababan en una caja de cerveza; así pues, desde mi perspectiva era poco probable que fuese visto como una amenaza. Además, precisamente por esa fecha se llevaba a cabo la Regata de Primavera, uno de los mayores eventos de veleros en el Caribe, por lo que, disfrazado con la camisa de mi antiguo equipo de vela, llegué a la isla.

Mi bienvenida de regreso a Islas Vírgenes Británicas fue como la de una estrella de rock, no porque fuese un periodista sino porque fui la última persona en bajar del ferry lleno de turistas y competidores que llegaban a la regata; esto significaba que el territorio estaría lleno de gente, lo que facilitaría mi camuflaje. Siempre había estado muy activo en las competencias de vela, por lo que aparecerme en la regata no sería visto como algo inusual. Tenía la coartada perfecta.

A pesar de que estaba acostumbrado a esperar en las filas en Islas Vírgenes Británicas, los nervios no eran mi mejor aliado esta vez. En otras ocasiones había invertido largas horas aguardando a ser atendido, pero la primera vez que fui al Departamento de Trabajo me cansé y regresé a la oficina. Cuando mi jefa me vio, entró en pánico y me dijo en tono de alarma: “Tienes que volver enseguida, o de lo contrario nunca más obtendrás un permiso de trabajo.”

Aunque nunca me acostumbré a las largas esperas durante los cinco años que viví allí, entendí que quejarme no era una buena idea, y de hecho era probable que los belongers, como se llama a los oriundos de la isla, se pusieran de muy mal humor, así que respiré tan profundo como pude y esperé pacientemente.

Por suerte para mí, estaba familiarizado con ciertos aspectos de la cultura de Islas Vírgenes Británicas. Me había propuesto bajar del barco al final pues sabía que después de una hora de revisar pasaportes, a los últimos por lo general los miran menos que a aquellos que estuvieron al inicio.

En un lugar tan pequeño como Islas Vírgenes Británicas me preocupaba la atención que podría atraer una persona con pasaporte de Estados Unidos radicada en Panamá, en especial a un periodista, en momentos en que éstos no eran exactamente recibidos con los brazos abiertos. Pero por la razón que fuera, ninguno de los oficiales de Migración reparó en este hecho.

Así que una hora después había logrado vencer el primer obstáculo de mi travesía y estaba en Road Town, Tórtola.

* * *

Caminé con mi equipaje hasta la oficina del Beacon, la cual estaba convenientemente situada a dos cuadras del muelle del ferry, pero ya estaba cerrada y con todas las luces apagadas: éste era tal vez el peor de los escenarios pues ya no tenía cómo localizar a Freeman. También me preocupaba que hubiera pensado que yo no iba a llegar y se marchara a algún bar, lo que yo acostumbraba hacer todos los jueves por la tarde. Esto era un problema porque estaba planeando quedarme con Mark, un amigo mío, que se suponía debía encontrarme en la oficina del Beacon después de que yo hubiese conversado con Freeman, de forma que no poder entrar a la oficina del diario me complicaba todas las cosas. Igual me inquietaba que, a pesar de que podría compartir con él más información sobre el proyecto a medida que los días avanzaran, no estaba seguro de que estuviese ciento por ciento de acuerdo con que llegase a Islas Vírgenes Británicas y trabajara con el periódico.

Podría compartir información porque algunos de los clientes de Mossack Fonseca que habían sido contactados con respecto a las historias en las que se estaba trabajando, las hicieron públicas, en lugar de esperar a que aparecieran las malas noticias. Éste fue el caso, por ejemplo, de la agencia de noticias rusa TASS, que publicó a finales de marzo un artículo en el que básicamente se delineaba lo que iba a ser divulgado acerca de Putin, a partir de las preguntas enviadas al presidente ruso.

Además había varias notas en circulación, algunas de las cuales pude enviarle a Freeman de forma que tuviera cierta idea sobre el alcance del proyecto antes de que yo llegara. Sin embargo, aun así tenía reservas acerca de trabajar conmigo; después de todo, él tenía que vivir allí mientras yo iba a estar por seis días.

Con la esperanza de que todo hubiese sido una confusión y no un desaire deliberado, hice lo que acostumbraba cuando enfrento alguna crisis y busqué el bar más cercano; lo cierto es que en Islas Vírgenes Británicas nunca se está demasiado lejos del alcohol. Equipaje en mano, llegué a The Dove, no muy distante de las oficinas del periódico: éste era el lugar a donde iba cada jueves por la tarde mientras trabajé allí.

Cuando entré no reconocí a nadie, lo que me decepcionó. Y no es que esperara que todo permaneciera igual tras nueve años de haber dejado la isla, pero ver alguna cara familiar me hubiera hecho sentir más a gusto, teniendo en cuenta que básicamente me habían plantado. No obstante, a pesar de que el personal no era el mismo, los nuevos camareros eran tan amigables como los viejos, así que pronto tuve una cerveza fría frente a mí y a las tres personas que trabajaban en el bar tratando de ayudarme para conectarme a su Wifi, lo cual requirió diez intentos porque nada es fácil en Islas Vírgenes Británicas; la camarera hacía su mejor esfuerzo en la tarea porque, a pesar de no conocerme, reconoció el nombre del bote que llevaba impreso en la camisa.

Mientras vivía en Islas Vírgenes Británicas competí en varias regatas a bordo del Pipe Dream, propiedad de Peter Haycraft que ahora pilotaba su hijo Chris; era quizá el bote más conocido. Esos años de regatas han sido inolvidables: hice grandes amigos que conservo hasta hoy.

Conectarme al Wifi me ayudó a ponerme enseguida en contacto con Rita, quien pudo contactar a Freeman, y supe que me había esperado en el muelle del ferry. En poco tiempo estábamos juntos en The Dove, tomando unas cervezas mientras conversábamos sobre el proyecto. Pronto se nos unió Mark, y sumamos unas cuantas cervezas más, punto en el que empecé a sentir que me mareaba; parecía que mis planes de no beber estaban getting Tortola-ed (lo que se pronuncia Tour-toll-ud, si esto tiene algún sentido), tal como acostumbramos decir cuando las cosas se ponen mal.

Grosso modo, hablamos sobre el impacto que podría tener sobre el territorio, a pesar de que ninguno conocía a ciencia cierta la respuesta. Aunque previamente hubo otras investigaciones sobre la industria, ésta se mantenía fuerte globalmente, a pesar de que Islas Vírgenes Británicas había notado una desaceleración. No obstante que esta investigación era más grande que las anteriores, sentía que la falta de historias relevantes de estadounidenses significaría que Islas Vírgenes Británicas lograría escapar de cualquier repercusión seria.

Pareciera ser ésta la “regla dorada” en una gran cantidad de temas internacionales: el escándalo y sus repercusiones son directamente proporcionales a la cantidad de ciudadanos estadounidenses involucrados.

* * *

Después de mi reunión con Freeman, Mark y yo fuimos hasta su apartamento. Había decidido quedarme con él en lugar de ir a un hotel, con la finalidad de mantener bajo mi perfil: Islas Vírgenes Británicas no era un lugar grande, y no quería que hubiese muchos ojos sobre mí mientras me encontraba allí. Además, la fachada de que estaba en la ciudad para navegar podía no funcionar si me veían deambulando por las calles durante la regata.

Mark me había advertido sobre su hogar, y ciertamente no exageraba; vivía en un pequeño apartamento de una sola recámara que era del tamaño de la cocina de mi casa en Panamá. Escasamente había espacio para su cama, y el asunto se complicaba por el hecho de que el resto lo ocupaban cajas de su oficina: su contrato de alquiler había vencido, y necesitaban un lugar para almacenar los registros hasta que los pudiesen escanear.

Por suerte para él, no soy muy exigente cuando se trata de un lugar gratis para hospedarme, y por supuesto no me iba a quejar cuando insistió en dormir en el piso mientras yo ocupaba la cama; me sentí mal por esto pero sabía que Mark no aceptaría otra cosa, por lo que no discutí al respecto.

Al día siguiente me senté con Freeman y Ken Silva, reportero comercial del Beacon, y les comenté —sin revelar detalles acerca de qué firma se trataba, ni cómo ni de dónde había obtenido la información— sobre una historia que pensaba sería de mucha relevancia para Islas Vírgenes Británicas: se trataba de la investigación hecha por The Guardian que mostraba que Mossack Fonseca básicamente había rehusado contestar las preguntas que le hiciera el regulador cuando les solicitaron información sobre la identidad de los dueños reales de las compañías que habían registrado. Se suponía que estos datos debían ser proporcionados a las autoridades en cuarenta y ocho horas; sin embargo, haciendo uso de los datos, el periódico británico determinó que en la mayoría de las instancias la firma simplemente ignoró las solicitudes.

Esto era importante. De hecho, cuando en busca de información discutí este caso de forma hipotética con las personas de la industria, se sorprendieron. “Cuando se nos solicita, entregamos la información enseguida”, me dijo una mujer. “Ni siquiera pensamos en no contestar.”

En otro caso, la firma legal mintió de plano cuando se les preguntó sobre la identidad de un accionista de una compañía ligada a un cercano asociado de Vladimir Putin; aún peor, el nombre que proporcionaron fue el de una persona que actuaba como director nominativo en numerosas compañías. Sin embargo, la información falsa no fue detectada sino hasta varios años después, cuando las autoridades de Estados Unidos comenzaron a investigar a la compañía por violación de sanciones.

A pesar de que esta historia haría que la firma legal e Islas Vírgenes Británicas se viesen mal, también vi un beneficio. En los últimos años, los datos mostraban una marcada mejoría en los reportes requeridos por las autoridades sobre los verdaderos dueños de las sociedades, y también que el problema no sucedía con todas las firmas sino con unas cuantas “manzanas podridas” que necesitaban ser eliminadas, lo cual podía arreglarse fácilmente.

En resumen, el sistema funciona cuando se maneja apropiadamente, de forma que si Islas Vírgenes Británicas quería continuar con su industria de offshore, todo lo que necesitaba hacer era enderezar su senda, por ejemplo, procediendo a eliminar firmas legales como Mossack Fonseca, que con el objeto de obtener una ganancia personal, tomó riesgos que amenazaron el futuro de todos. Estos eran los argumentos que yo esperaba se establecieran en Panamá, y fuesen válidos para Islas Vírgenes Británicas; yo creía en ellos.

Después de haber pasado el día en la oficina del Beacon, Freeman y yo acordamos reunirnos nuevamente el lunes. La investigación internacional estaba programada para hacerse pública el domingo por la tarde, sin embargo, él no quería publicar nada en la página web del Beacon sino hasta más tarde, durante esa semana.

Se suponía que el viernes trataría de reunirme con funcionarios de Islas Vírgenes Británicas para obtener una reacción sobre los hechos que ocasionaron que enviaran la carta confidencial en la que pedían tener cuidado al hablar con periodistas, a la vez que manifestaban haberse enterado de las publicaciones que se harían, y que los medios de comunicación estaban distorsionando los hechos sobre el territorio; como siempre, la estrategia fue culpar al mensajero. Más tarde habría de descubrir que este memorándum fue resultado de la reunión sostenida entre un destacado funcionario del gobierno y uno de los socios de la firma de abogados en la que éste les dijo que los medios de comunicación estaban atacando tanto a la firma como a Islas Vírgenes Británicas.

Después de saber del memorándum, decidimos que lo mejor sería evitar cualquier tipo de contacto con las autoridades. Pude haber contactado personalmente a la Comisión de Servicios Financieros, pero tenía la sensación de que acabaría en el primer bote que saliera de la isla, de forma que hice lo que hacía mejor, que era pasar limin —el término local para descansar— el viernes por la noche y todo el sábado: me fui a la villa de la Regata de Primavera, que tenía música en vivo y mucha cerveza fría, para encontrarme con mis amistades. Una de ellas era Susan, quien acababa de visitarnos a Rita y a mí en Panamá, y también pude ver a mis antiguos compañeros de regata, quienes se sorprendieron al verme en Tórtola. Rita le había hecho saber a Susan que yo estaba en la isla.

Curiosamente, la reacción de la gente en la regata al día siguiente, tras la publicación, era hasta de indiferencia: no parecía preocuparles la razón por la cual yo estaba en la isla, o por lo menos actuaban como si las noticias no fueran gran cosa. “¿Dos mil millones? Aun en estos tiempos eso es mucho dinero”, dijo uno de los chicos cuando le conté lo relacionado con la historia sobre Putin publicada en internet ese día; parecía como si él y yo fuéramos a bancos diferentes. Otros ni siquiera parpadearon cuando se nombró a Putin, como si esto fuese normal. A pesar de que aquello me sorprendió de alguna forma, pensé que se debía a que Islas Vírgenes Británicas había estado siempre bajo este tipo de escrutinio; los residentes estaban acostumbrados a la narrativa británica de que “los paraísos fiscales son malos y deben ser cerrados”, pero nunca pasaba.

Y esto también explica la reacción inicial de Freeman y aun la del gobierno. Aunque yo pudiese haber visto la investigación del ICIJ como algo que potencialmente cambiaría las reglas del juego, probablemente ellos la veían como otra tormenta más de la temporada.

* * *

Cuando desperté el domingo por la mañana, recibí una de las peores noticias que pudiese imaginar. El plan inicial había sido que La Prensa lanzara la historia principal relacionada con la investigación que el ICIJ estaba proporcionando a los compañeros; ésta era gigantesca y habría de ocupar la mayor parte del periódico. Aún mejor, estaba en idioma inglés, lo que significaba que no tendría que traducirla.

Pero sin yo saberlo, tanto los abogados de Panamá como los expertos internacionales que La Prensa contrató para revisar las historias la habían alterado drásticamente; en específico, suprimieron mucha información, y aunque no cambiaron su esencia, pasaron al modo condicional el contenido para evitar posibles demandas.

De forma que lo que yo había pensado un día fácil se convirtió en uno en el que tuve que despertarme a las siete de la mañana para trabajar en un documento de trece páginas después de haber dormido tres horas. Y se puso aún más cómico, ya que el modo condicional en español no se traduce muy bien al inglés. En español, todo lo que haces es cambiar el final de los verbos; en inglés, esto significaba tener que añadir muchas palabras, como “pudiese haber tenido”, “posiblemente”, y “al parecer”.

La historia que resultó apenas tenía sentido, sin embargo, los abogados recalcaron que la versión en inglés debía concordar con el texto en español. A pesar de una gran resaca, me las arreglé para terminar el relato que habría de aparecer en la página web más tarde ese mismo día.

Y entonces comenzó la espera hasta el lanzamiento, que se hizo a las dos de la tarde; Mark no tenía televisión, por lo que decidimos ir al bar Guns and Chickens (Revólveres y Pollos), y juro que así se llamaba.

De milagro pude convencer al camarero dominicano para que le bajara el volumen a la bachata, que normalmente suena al mismo nivel que un motor a reacción preparándose para despegar, hasta un nivel razonable que nos permitiera escuchar a la CNN y evitar que mi cabeza, que me dolía por falta de sueño, fuera sometida a una agonía adicional.

La reacción inmediata fue enorme, al menos en Twitter, tecnología que aprendí a usar ese mismo día. El hashtag #panamapapers fue la tendencia más popular el domingo, ya que las personas en todo el mundo sopesaban la investigación. La furia en lugares como Islandia, Gran Bretaña y Pakistán fue inmediata, pidiendo que los líderes de estos países renunciaran; la gente comentaba más rápido de lo que podía leer sus tuits.

No obstante, estaba pasmado de que se mencionara tan poco en los medios de comunicación de Estados Unidos: en CNN seguían obsesionados por un accidente de tren, mientras que en las páginas web del New York Times y el Washington Post no había nada al respecto. Ésta era la historia principal en todos los países, excepto en Estados Unidos, lo que me dejó atónito. A pesar de que no esperaba que la noticia fuese tocada en profundidad, pensé que al menos mencionarían lo que sucedía.

De alguna forma me resultaba decepcionante, pues le había mantenido esto en secreto a mi familia por meses, lo que les dio la impresión de que estaba trabajando en algo realmente importante; ahora que explotaba, iban a pensar que yo deliraba.

La mayoría de los comentarios en Twitter y en internet procedentes de Estados Unidos se enfocaban en el hecho de que no había clientes estadounidenses en los datos; sin embargo, en general las historias se toparon con el bostezo colectivo de los medios de comunicación dominantes en el país.

* * *

La mañana del lunes fui al Beacon y me encontré con que a Ken ya lo habían llamado reporteros de Canadá interesados en obtener los comentarios de Islas Vírgenes Británicas. Cuando me reuní con Freeman, me dijo que mi nombre aparecía en la lista de asociados del proyecto, por lo que sería incómodo que yo permaneciera en la oficina.

Esto me tomó por sorpresa. Todas nuestras historias en La Prensa aparecerían sin firmar para proteger la identidad de los miembros del equipo; también habíamos hecho grandes esfuerzos para asegurarnos de que nuestro personal no diera ninguna entrevista o apareciera en ningún material grabado. Estar ligado al proyecto significaría ciertamente que me vería en la lista de los enemigos de Islas Vírgenes Británicas, tomando en cuenta la respuesta negativa casi inmediata de los medios de comunicación británicos hacia el territorio.

Me replegué en el apartamento de Mark, desde donde seguí la creciente indignación producida por la noticia, aunque todavía no ganaba mucha atención en Estados Unidos fuera de la cobertura del ICIJ, el Miami Herald y McClatchy, la cadena que se había asociado al proyecto; más de 20 mil personas protestaron en Islandia para que el primer ministro renunciara, mientras que el sorprendente video donde abandona la entrevista en que lo confrontaron con respecto a sus propiedades en offshore parecía reproducirse en un bucle interminable.

Si alguien tenía alguna duda acerca del impacto que las historias tendrían sobre Islas Vírgenes Británicas, la disipó la columna aparecida en The Guardian que en su encabezado rezaba: “LOS PARAÍSOS FISCALES NO REQUIEREN REFORMAS, DEBERÍAN SER CONSIDERADOS FUERA DE LA LEY”. Éste era el tipo de titulares que respondían a un problema causado por unos cuantos individuos y no por una industria en sí. A la luz de artículos como éste, no reporté mucho durante los siguientes dos días, sólo escribí una nota para La Prensa a partir de las entrevistas que sostuve con fuentes que únicamente hablaron conmigo “fuera de registro”; era arrollador el alivio que sentían de que el proyecto recibiera el nombre de Panama Papers, en vez de cualquier cosa que lo ligara con Islas Vírgenes Británicas.

En estos días pude comenzar a escribir estas páginas; a pesar de que con anterioridad tuve que luchar para hacerlo, al parecer sentarme en el pequeño apartamento de Mark era todo lo que necesitaba para sanar mi temor de escritor. En dos días escribí como cinco mil palabras, con las cuales dupliqué lo que había producido en seis meses. Resulta atinado decir que sin el viaje a Islas Vírgenes Británicas, probablemente este libro no se habría escrito.

El miércoles por la mañana abordé el ferry de vuelta a Santo Tomás, y eventualmente de regreso a Panamá.

Debí haber sabido que el Beacon acabaría haciendo una excelente cobertura: Freeman, que tenía buena pluma, elaboró un excelente editorial sobre la situación, y el análisis de Ken resultó extremadamente bueno. Ellos rastrearon a un ex empleado de Mossack Fonseca para entrevistarlo, y lograron que lo hiciera bajo registro; hasta donde sé, fue la única entrevista realizada a un empleado de la firma en todo el proyecto.

Lo único que lamentaba era no haber podido ayudar más a evitar la ola de publicidad negativa que habría de inundar el territorio.