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“Los Papeles”: primeras reacciones

Al llegar a Panamá fui directamente del aeropuerto a la oficina para encontrarme con Rita en medio de su sexto día consecutivo de quince horas de trabajo: la vi estresada como nunca, con bolsas bajo los ojos y un comportamiento que parecía como si estuviese en el último round de quince de un encuentro de boxeo.

En los días siguientes a que el proyecto se hiciera público, tanto Panamá como La Prensa fueron golpeados muy duro. La reacción de los noticieros panameños fue inicialmente de indignación contra la firma de abogados, en gran medida como resultado de la cobertura que hicimos de sus supuestas felonías por medio de nuestras publicaciones y las generadas por el ICIJ. Al inicio nuestros artículos se enfocaron en la relación entre la firma legal y Odebrecht, el gigante brasileño de la construcción, que estaba envuelto desde hacía tiempo en el escándalo de corrupción conocido en su país como Lava Jato o “lavado de autos”, en referencia al negocio utilizado para distribuir millones de dólares en sobornos a políticos.

Dicha historia fue elegida como nuestro primer objetivo debido a que cambiaba parte de la atención que había sobre Panamá. A pesar de que Mossack Fonseca estaba involucrada en la formación de compañías fantasma para individuos corruptos, el caso en sí abarcaba a toda Latinoamérica, de forma que hacer que estas revelaciones salieran a la luz ayudaría a promover la noción de que la corrupción era un problema global y no sólo de Panamá.

No obstante, los medios de comunicación internacionales se volcaron rápidamente sobre Panamá, aparentemente culpando al país de todos los problemas causados por el bufete. Charlie Hebdo, el periódico satírico francés, publicó la caricatura de un hombre con aspecto de matón que sostenía un cartel que decía “JE SUIS PANAMA” (“Yo soy Panamá”), mientras se rodeaba de un elenco de personajes sospechosos, algunos de los cuales portaban anuncios que decían lo mismo.

Ciertamente era un dibujo poderoso, pues parodiaba la misma caricatura que como muestra de solidaridad el periódico pusiera en circulación después del terrible ataque terrorista que sufrió. También era profundamente ofensivo: hacer a Panamá responsable por las acciones de Mossack Fonseca era algo ridículo, en especial cuando muchas de las peores acciones de la firma legal databan de una década o más atrás.

Sin embargo, el sentimiento reflejado en la publicación estaba teniendo eco en todo el mundo. Apenas en una noche el nombre de Panama Papers se había convertido en sinónimo de actividades financieras nefastas. Ya no era el país del comercio marítimo, marcado por cien años de operación exitosa del canal (incluidos los últimos dieciséis, en los que la cantidad de ingresos generados resultó mucho mayor que cuando lo manejaban los estadounidenses), sino uno donde los ladrones del mundo se juntaban para esconder sus secretos.

Por supuesto que esto era ridículo. Los datos demostraban claramente que Panamá era tan sólo una pequeña parte del problema: había docenas de bancos importantes ligados a estas actividades, al igual que los intermediarios que facilitaban directamente la actividad ilegal. También estaban involucradas docenas de jurisdicciones financieras. No obstante, parecía que el planeta necesitara un chivo expiatorio para sus faltas, un lugar al que culpar por los problemas que el mismo mundo había creado colectivamente, y ese lugar era Panamá.

La situación se tornó mucho peor cuando Francia anunció que colocaría al país en su lista negra dadas las revelaciones de la investigación, noticia que conmocionó a todo Panamá: meses antes había logrado salir de la lista gris del Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI) tras acordar cambios para compartir información financiera con los demás países. Que Francia tomase una decisión basada en los reportes de los medios era impensable; después de todo, la mayoría de las historias se basaban en datos que tenían décadas. Esto tenía tanto sentido como aplicar sanciones a Colombia a partir de las acciones de Pablo Escobar.

También era irónico que Francia liderara las acusaciones internacionales contra Panamá, ya que los bancos en ese país fueron cómplices cuando ayudaron a Noriega, el ex militar y hombre fuerte de Panamá, a lavar el dinero que recibió de capos de las drogas. De hecho, cuando salió de la cárcel en Estados Unidos, no regresó directamente a Panamá sino que fue enviado a Francia a cumplir un corto periodo en prisión por lavado de dinero. Así que el hecho de que Francia asumiera la postura de que Panamá era la causa de los problemas financieros internacionales, cuando las entidades de ese mismo país habían contribuido a ello, era el máximo de la hipocresía.

La movida fue rotundamente ovacionada en el iHub como una victoria, sin embargo, para mí representó una aplastante derrota. La política de un gobierno debe ser cuidadosamente pensada y no implementarse solamente de forma que genere muchos tuits; el presidente francés debió tomarse el tiempo para digerir la información y mirarla con ojos críticos. De hacerlo, se pudo haber percatado de que los datos de la firma de abogados mostraban que era necesario un cambio global en áreas tales como las políticas impositivas y mejoras en la regulación de la industria financiera. Claramente las acciones meditadas no generan encabezados ni impactan en la popularidad de un político, y el presidente Françoise Hollande, con una elección por afrontar en 2017 y con una impopularidad profunda, según las encuestas, pudo haber tenido motivos para hacer algo que moviese a su gente a pensar que abordaba un problema, en lugar de estar ganando tiempo para resolverlo.

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La postura de Francia resonó tanto en Panamá como en la sala de redacción de La Prensa; estábamos impactados por la decisión pero para nada sorprendidos. Meses antes habíamos anticipado que surgirían problemas semejantes cuando el ICIJ decidió llamar al proyecto Panama Papers: nosotros argumentamos en contra, diciendo que sería injusto ligar al país a las acciones de una firma de abogados. Yo había subido al iHub los nombres alternos “The Shell Game” (El juego del encubrimiento) y “La pandemia del offshore”, ninguno de los cuales fue seriamente considerado; se rechazaron también otras propuestas, por ejemplo “Dinero oscuro”.

No nos gustaba el nombre de Panamá en el título, pues nos preocupaba que distrajese la atención del punto clave, esto es, que los problemas mostrados por los datos no eran específicos de un solo lugar sino de un asunto mundial. Pero nos ignoraron, por lo que cuando Francia tomó acciones contra Panamá por lo que parecían meras razones políticas, vimos que nuestra premonición se había cumplido.

Nuestras preocupaciones no eran compartidas por los otros asociados al proyecto, quienes solamente veían los albores del éxito. El nombre Panama Papers resultó pegajoso, fácil de etiquetar en los mensajes de Twitter. Cuando María Mercedes de la Guardia, embajadora de Panamá ante España y antigua subdirectora de La Prensa, se quejó diciendo que debió haberse elegido “Los papeles de Mossack Fonseca”, recibió la burla de un periodista español en el iHub, lo que provocó una reacción airada de mi parte. Escribí: “Ella tiene toda la razón. El nombre de Panama Papers pudo ser una frase pegajosa, sin embargo, ha sido un completo fracaso bajo la perspectiva del periodismo”.

Tal vez era una reacción excesiva de mi parte, por lo que Rita debió enviar a la brevedad un mensaje de seguimiento para limpiar mi enredo: tuvo que conversar con el ICIJ, explicando que el exabrupto fue causado por la enorme presión que sentíamos en Panamá debido al nombre escogido, al que desde un principio nos habíamos opuesto.

Realmente estaba furioso y lo decía en serio, por lo que sostengo mi postura. Para mí el nombre del proyecto era lo mismo que lo que hacían los equipos de televisión correteando a Leticia Montoya, la mal afamada directora nominativa, por todo Panamá para obtener una entrevista: podía ser un gran material y lograr grandes titulares, pero no solucionaba los problemas reales que existían. De hecho, creó una distracción innecesaria de dichos problemas.

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A pesar de que la reacción internacional era culpar a Panamá, la reacción panameña era responsabilizar a La Prensa, y específicamente al equipo que había trabajado en el proyecto: estábamos siendo retratados no como periodistas en una cruzada sino como traidores a nuestro país. Nuestros nombres, que fueron publicados en la página web del ICIJ, se mencionaban en los artículos de otros periódicos, en los programas de radio y televisión. En Twitter había un sondeo que preguntaba cuál sería el mejor lugar para que nosotros estuviésemos: “¿En el cementerio o en la bahía de Panamá?”

Un tuit popular mostraba una foto subtitulada de Rita sonriendo: “¿Cómo se siente haber arruinado al país?” La misma imagen decía que había trabajado previamente en la industria que ahora trataba de destruir. También Rolando Rodríguez, jefe de la unidad de investigación, y Lourdes de Obaldía, directora del periódico, fueron sujetos de estos ataques violentos en internet, muchos de los cuales fueron retuiteados por Ramón Fonseca.

Los periódicos rivales golpeados por las historias también tomaron la postura anti La Prensa. En sus secciones dedicadas a chismorrear sobre diversos temas, se lanzaron contra nuestra empresa, específicamente regando el rumor de que estábamos detrás del nombre del proyecto. Por supuesto que esto era falso, de hecho habíamos peleado en contra, sin embargo, algunos en Panamá no tenían humor para oír los dos lados de la historia, por lo que muchos aceptaron estas acusaciones disparatadas como algo real.

Ni los comentarios anónimos ni los de los periódicos hirieron a Rita: fueron los realizados por personas que conocía. En uno de ellos, uno de sus amigos cercanos estaba circulando una historia que alegaba que los miembros del equipo se habían beneficiado monetariamente del proyecto, lo cual era del todo falso. No obstante, los comentarios que se sumaron a éste le rompieron el corazón, en especial porque ésta era la misma gente que sabía cuán duro había trabajado para asegurarse de que la voz de Panamá fuese incluida en las notas internacionales.

La mañana siguiente a mi regreso de Islas Vírgenes Británicas, al volver de mi caminata matutina, encontré a Rita en la cama, devastada y con el teléfono al lado. Poco después de que la investigación se hiciera pública, en Panamá hubo acusaciones de que el equipo de La Prensa había aceptado pagos como parte del proyecto; estos rumores tenían origen en reportes relacionados con que el ICIJ operaba con donaciones. De alguna forma ciertas personas en Panamá habían interpretado mal estas noticias y creyeron que el equipo de los Panama Papers de La Prensa también las estaba recibiendo del extranjero, lo cual ni remotamente era verdad.

Sin embargo, dada la era tecnológica en que vivimos, con frecuencia los rumores pueden ser confundidos por verdades por personas que obtienen la mayor parte de su información de sus teléfonos, por lo que Rita buscó en algunos grupos de chat y vio a la gente comentar sobre el “hecho” de que a ella se le había pagado por participar en el proyecto, viéndose motivada a vender a sus amigos y a su patria por ganancias financieras. Para empeorar las cosas, habíamos discutido la noche anterior, como muchas veces durante el proyecto. Yo estaba preocupado por la forma en que el periódico manejaba su cobertura, y quería que tuviese una postura más agresiva; Rita y los directivos tenían un enfoque diferente, preferían informar de los hechos antes que buscar confrontar a los embajadores de Francia y Estados Unidos, como a mí me hubiera gustado hacer.

No podía ponerme a alegar con los jefes del periódico, pero sí con mi esposa. De no haber tenido esa discusión la noche anterior, quizá ella se habría reído de los ridículos comentarios que leyó esa mañana, porque sí que lo eran, tal como los rumores surgidos más tarde, lanzados por nuestros competidores, de que habíamos apoyado que el proyecto se llamara Panama Papers; esto no solamente era incorrecto sino el polo opuesto de lo sucedido.

Los estragos que el proyecto estaba causando en Rita eran inmensos: para ella toda la investigación había sido muy personal, y simplemente empeoró cuando se hizo público. Ya no hablaba con La Reina, su mentora, que había accedido a conversar con la BBC en febrero. Cuando vi el documental quedé lívido al ver que no incluyeron sus comentarios; sin embargo, al conversarlo con Rita, me dijo que ella no había atendido a la BBC antes de la emisión, y que requerían su autorización para incluir sus comentarios en el reportaje.

Esto me tiró al piso. Yo pensaba que su voz era crucial para defender tanto a Panamá como a la industria; que repentinamente no contestara esa llamada coincidió con que suspendiera toda comunicación directa con mi esposa, lo que la afectó emocionalmente, pues era una persona por la que sentía un gran aprecio y respeto. Más aún, La Reina sabía que Rita estaba haciendo todo lo posible para defender al país. Habíamos confiado en ella antes de mi viaje a Islas Vírgenes Británicas, por lo que estaba enterada de nuestros enormes esfuerzos para asegurarnos de que la culpa apuntara a los verdaderos responsables: Mossack Fonseca.

Esa mañana Rita se enteró de que precisamente algunas personas que consideraba sus amigos esparcían rumores de que había recibido dinero. Ésa era la razón por la cual sollozaba sobre la cama cuando regresé de caminar con el perro; no obstante, no lo supe al momento, pensé que era por la pelea que habíamos tenido la noche anterior, y por un breve momento pensé que iba a dejarme.

Fue esa mañana también cuando se me ocurrió mi propio nombre para el proyecto: “Panama-Divorce-Papers”, o “Los papeles de divorcio de Panamá”.