Mi relato sobre H. J. von der Goltz finalmente fue publicado el 13 de abril: la nota se pospuso más o menos una semana, a fin de darle todo tipo de oportunidad para que respondiera a los señalamientos expuestos.
En un cuestionario que le envié antes de que el proyecto se hiciera público, Von der Goltz trató de alegar que yo lo había confundido con otra persona, dueña de alguna compañía, que tenía su mismo nombre; hizo que sus asociados también me contactasen para respaldar tal pretensión.
Por supuesto que en ese momento él no sabía que yo tenía acceso a la base de datos de Mossack Fonseca, y por lo tanto conocía cada detalle sobre su vida. Los registros de la firma eran tan completos que acabé sabiendo más sobre sus finanzas personales de lo que sé de las de mi propia familia: no tengo idea de cuánto tienen en activos mi padre o mis hermanas, sin embargo, estaba al tanto de todo el dinero que Von der Goltz escondía en cuentas offshore.
Desde luego que esto levanta preguntas éticas. Von der Goltz nunca había sido acusado de ningún delito aunque existían evidencias claras de que algo andaba mal, y a sus propios abogados les preocupaba que sus actividades fueran descubiertas por las autoridades de Estados Unidos. No obstante, en este punto tuve que hacer un examen de conciencia serio sobre la ética de publicar esta historia.
Para aumentar mi ansiedad, en realidad nadie más había mostrado interés en este caso: ni el ICIJ ni McClatchy lo habían contemplado, y ninguno de los compañeros europeos hizo comentarios sobre el mismo, con excepción de la escasa curiosidad mostrada por el equipo alemán, sumergido en otras historias.
Además, tenía que escribir el final del texto. Por lo general, los artículos noticiosos no deben terminar sin ningún tipo de conclusión, pero no podía decir que el IRS estaba investigando el asunto, debido a que mis reuniones con ellos se habían dado fuera de registro. Traté de contactar a algunas fuentes en Estados Unidos para comentarles sobre los señalamientos en el artículo, a fin de que me describieran la forma en que podría estarse violando la ley, sin embargo, nadie respondió a mi solicitud; comencé a tener la sensación de que los correos que empezaban con “Soy un periodista de Panamá” eran vistos con el mismo nivel de respeto que los que comienzan con “Soy un miembro de la familia real de Nigeria”. Tampoco podía simplemente “matar la historia”, lo que en el lenguaje periodístico significa que una pieza no es publicada por consideraciones editoriales.
Esto muestra un aspecto clave de por qué La Prensa decidió cooperar con la investigación desde un inicio. Mossack Fonseca negó una y otra vez haber ayudado activamente a cualesquiera de sus clientes a evadir impuestos, pero la historia de Von der Goltz era del todo diferente: no sólo lo habían ayudado a evadir sus obligaciones fiscales sino que le trazaron un mapa de ruta bastante específico para ello. En algún momento le recordaron no usar el pasaporte equivocado para abrir una cuenta bancaria; tuvieron discusiones francas sobre su situación tributaria en Estados Unidos, si ésta representaría algún problema para la firma o no, y al final decidieron “vivir con el riesgo”, ya que nunca pensaron que fueran a atraparlos.
La historia era crucial en el caso de La Prensa versus Mossack Fonseca: de tener que presentar una defensa razonable de nuestras acciones ante el pueblo de Panamá, tendríamos que demostrar que la firma de abogados había actuado de forma que ponía a todo el país en riesgo, y una de las mejores maneras de hacerlo era probar que deliberadamente habían asesorado a un ciudadano estadounidense a evadir los impuestos de su país.
También postergamos la historia de manera que Ramsés Owens, abogado de Von der Goltz que había trabajado en Mossack Fonseca y que fue entrevistado por Frederik Obermaier, pudiese hacer sus comentarios. En su respuesta a mis preguntas iniciales, Von der Goltz me dio instrucciones para que hablara con Owens; luego de que la investigación de Mossack Fonseca se hiciera pública, éste prometió conceder una entrevista a nuestro periódico, y se guardó mi historia por unos cuantos días para darle la oportunidad de manifestarse. En última instancia, nunca accedió a ser entrevistado.
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Antes de esta publicación, solicité una entrevista a mi contacto en el IRS: no esperaba que hiciese comentarios sobre dicha historia, más bien lo que quería era darle oportunidad para que hablara sobre la filtración de los datos de Mossack Fonseca, en general.
En estos momentos, en el reportaje en el que estoy trabajando, no menciono que esté involucrado el IRS, tal como acordamos; si ustedes se mantienen en su decisión, yo lo respeto.
Sin embargo, he notado que hay mucha especulación en el público sobre la falta de clientes de Estados Unidos en los datos; inclusive se ha llegado a decir que el IRS podría estar protegiendo a individuos con grandes fortunas. Pienso que un comentario de ustedes, aun cuando fuese breve, serviría para revertir esta percepción.
Al mismo tiempo, un comentario de ustedes en este sentido haría que fuese de mayor interés periodístico para la audiencia de Estados Unidos. En mi opinión, esta publicidad serviría para proyectar una imagen positiva y proactiva de la agencia.
Envié ese correo electrónico el 10 de abril. Para mi sorpresa, el agente acordó reunirse conmigo para una entrevista “bajo registro”, pero sería después de que se publicara el reportaje. Era muy interesante y extremadamente curioso que accedieran, sobre todo porque quizá querían pasar desapercibidos en Panamá.
Acordamos reunirnos el viernes, que resultó ser el 15 de abril; no pasé por alto la ironía de la fecha, debido a que tal día marca el límite para que los ciudadanos y los residentes de Estados Unidos presenten la información sobre sus ingresos del año anterior.
Mis impuestos son todo un enredo. Para sus ciudadanos que viven fuera del país, Estados Unidos les otorga una exención de alrededor de 100 mil dólares sobre el ingreso obtenido en el extranjero; afortunadamente para mí, ése es el único beneficio de no ganar mucho dinero. No obstante, debo reportar y pagar impuestos sobre los intereses y dividendos que gano en Estados Unidos. Esta cantidad es pequeña y por lo general tengo otras deducciones, lo que significa que al final realmente pago pocos impuestos sobre dichas ganancias, pero aún tengo que llenar varios formularios para dejarle saber al IRS que existo.
Otra complicación es que el gobierno de Estados Unidos aprobó la Ley de Cumplimiento Tributario de Cuentas Extranjeras, o FATCA, en 2010. Según esta ley los ciudadanos de Estados Unidos deben reportar cualquier cuenta bancaria que tenga más de 10 mil dólares, o en el caso de que todas las cuentas combinadas tengan depósitos por más de esa cantidad.
Estas leyes fiscales son extremadamente complejas, por lo que estoy seguro de que cualquier agente del IRS lo suficientemente desafortunado como para recibir mi declaración cada año quedará desconcertado ante mis intentos por interpretar los diversos ordenamientos.
Esto también ilustra un punto importante: los temas fiscales son sumamente complejos cuando las personas tienen responsabilidades en diferentes países. A pesar de tener obligaciones fiscales como ciudadano estadounidense, también las tengo como residente de Panamá. Esto es justo, ya que hago uso de sus carreteras, aeropuertos y servicios de policía y bomberos; el gobierno gasta dinero para proporcionarme servicios, y es justo que pague por ellos.
Mi situación es bastante sencilla porque no gano suficiente dinero como para que Panamá y Estados Unidos peleen por mí: simplemente no hay mucha carne sobre ese hueso. Para los súper ricos del mundo, la cuestión es mucho más elaborada. Si yo ganara millones de dólares al año, el gobierno de Estados Unidos estaría buscando obtener de mí mayores ingresos fiscales; al mismo tiempo, Panamá tendría el legítimo argumento de que debería estar recibiendo otro tanto de mi parte.
Para abordar esto, los países han firmado tratados de doble tributación, sin embargo, como la mayoría de las cosas en la vida, lo que en teoría pareciera haber sido bien enfocado, se torna más complicado en la realidad.
Miremos a Lio Messi, leyenda del futbol y cliente de Mossack Fonseca: nació en Argentina, pero juega profesionalmente en España. De modo que, ¿a quién se le pagan los impuestos provenientes de los ingresos que gana como futbolista? Adicionalmente, gana millones de dólares por otros contratos; las compañías que pagan este dinero están localizadas en todas partes del mundo. Si Pepsi, la empresa estadounidense de bebidas, le paga una gran cantidad para que promocione su producto en México pero el jugador vive en España, ¿quién debería recibir los ingresos fiscales?
En el caso de Messi, su respuesta fue “nadie”; y escondió los ingresos provenientes de esos contratos en una cuenta propiedad de una compañía offshore llamada Mega Star Enterprises. Podría terminar siendo sentenciado a veintiún meses por fraude fiscal, frase extremadamente conveniente ya que significa que no tendría que pasar ningún tiempo en prisión bajo la ley de España. En efecto, el sistema judicial le emitió el equivalente a una tarjeta amarilla.
La expresión legal acabó siendo sólo una advertencia para el jugador, lo cual parece un tema consistente cuando se trata de gente rica que comete fraude fiscal en el mundo: por lo general, nunca acaban haciendo nada que no sea pagar una multa por sus transgresiones.
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Con esto en mente llegué por segunda vez a la reja de la embajada de Estados Unidos, para sostener una conversación con el IRS con respecto al cumplimiento de las leyes fiscales. Esta vez había dos personas en la reunión, clara indicación de que ahora el IRS estaba mucho más interesado en lo que el reportero de Panamá tenía que decir acerca del tema de las compañías offshore.
La primera parte de la charla se hizo bajo registro; tal como prometieron, los agentes me dieron citas que podría usar en la historia sobre los planes que tenían ahora que el proyecto se había hecho público, sin embargo, no podían hacer comentarios sobre algún caso específico, o sea, la historia relacionada con Von der Goltz. “A pesar de que no podemos hablar sobre casos específicos, tomamos seriamente todo señalamiento, por lo que estaremos dando seguimiento a cualquier pista que recibamos”, me dijeron. “Podemos decir esto sin entrar en temas específicos de cualquier caso en el que tengamos que corroborar adicionalmente la evidencia, obteniendo registros tanto de fuentes domésticas como de países extranjeros a través de los acuerdos que tenemos en uso.”
Esto era lo que yo más o menos esperaba, y hacía eco de lo que los funcionarios gubernamentales de Estados Unidos estaban diciendo a nivel internacional.
El 17 de abril, el noticiero de la NBC reportó que el IRS había participado en reuniones internacionales en las que se discutieron los Panama Papers. Esto llevó a la agencia a instar a los estadounidenses que aparecían en los datos a que era “hora de decir la verdad” y pagar sus impuestos, o tendrían que hacer frente a un enjuiciamiento penal.
Las personas que esconden sus propiedades offshore deberán reconocer los cambios continuos y el progreso dentro del ámbito fiscal internacional [dijo el IRS a la NBC]. Más aún, su mejor opción sigue siendo presentarse de forma voluntaria y participar en el Programa de Información Voluntaria Offshore del IRS.
Nosotros estaremos monitoreando estrechamente la situación con nuestros compañeros de la administración tributaria internacional, a medida que determinemos cuáles son los pasos a tomar para asegurar el cumplimiento de las leyes tributarias de Estados Unidos y con los intereses globales compartidos.
Fuera de registro, los agentes más o menos admitieron que este tipo de investigaciones pueden tomar años para ser completadas, y que son extremadamente complicadas y costosas de realizar. A pesar de que yo creía que el caso Von der Goltz sería un tesoro para ellos, reconocieron que sin acceso directo a los archivos de la firma legal sería muy difícil enjuiciarlo.
Esto me dejó atónito. Cuando en principio me acerqué al IRS, mi peor temor era que tomaran acción legal en el caso antes de que el proyecto se hiciera público, poniendo la investigación en peligro; ahora mi preocupación era que no pudiesen hacer nada.