Construir un pueblo es la tarea principal de la política radical.
ERNESTO LACLAU
Una estrategia puede indicar la dirección general que debe seguirse, pero deja abierta la pregunta por las fuerzas que existen para llevarla a cabo. Cualquier estrategia requiere de una fuerza social activa, movilizada en una formación colectiva y que actúe sobre el mundo. Sin embargo, aun cuando poner en práctica una estrategia contrahegemónica requerirá del uso del poder, la izquierda se ha visto rebasada y se ha mostrado sistemáticamente reacia a dicho uso.1 Los agentes tradicionales del poder de la izquierda (la clase trabajadora y sus formas institucionales asociadas) han languidecido bajo los ataques de la derecha y debido a su propio estancamiento. Mientras tanto, humillados por los fracasos de intentos previos en pos de una transformación social, muchos se han movilizado en la retaguardia de acciones marginales y defensivas de la política folk.2 No obstante, la construcción de un mundo postrabajo implicará una transformación social a gran escala y requerirá una cimentación de la capacidad para el uso del poder. Este capítulo sostiene que, con el fin de instalar un nuevo orden hegemónico, serán necesarias al menos tres cosas: un movimiento populista de masas, un ecosistema de organizaciones sano y un análisis de los puntos de ventaja.3 Las cuestiones de unidad de clase y formas de organización son temas de debate perenne entre la izquierda. Se piensa que la unidad de clase genera redes de solidaridad, fuerza numérica, confianza y conciencia sobre los intereses comunes. A su vez, la fuerza de organización brinda liderazgo, coordinación, estabilidad en el tiempo y concentración de recursos. Los puntos de ventaja se discuten menos a menudo, pero no son menos importantes. Se trata de puntos de poder político o económico que pueden aprovecharse para obligar a otros a que se adapten a los intereses de un grupo particular.4 La táctica clásica de la huelga, por ejemplo, apunta a interrumpir la producción con el fin de forzar a los propietarios a acceder a las demandas de los trabajadores. Sin estos puntos de ventaja, el cambio sólo puede ocurrir como parte de los intereses de los poderosos. Este capítulo examina estos tres elementos para construir el poder y esboza algunos caminos para avanzar. Lo que sigue no pretende ser una prescripción exhaustiva ni suficiente de lo que se debe hacer sino ofrecer reflexiones sobre los límites de los precedentes históricos, así como un argumento sobre la importancia de los factores enlistados arriba para reconstruir el poder de la izquierda. Probablemente la reconstrucción de este poder sea la tarea más difícil que la izquierda enfrenta hoy en día y, sin embargo, es una tarea esencial si es que un mundo postrabajo ha de surgir de entre la devastación provocada por el neoliberalismo.
UNA IZQUIERDA POPULISTA
Tal vez la cuestión más importante para construir el poder sea el preguntar por el agente activo de un proyecto postrabajo. ¿Qué posiciones sociales estarán interesadas en una sociedad postrabajo? La respuesta más obvia es una que ya hemos visto: población excedente en crecimiento. De hecho, conforme los trabajadores de los países desarrollados caen en la precariedad y conforme cada vez más personas a nivel global se incorporan como mano de obra «libre» al capitalismo, la condición proletaria básica empieza a caracterizar a una franja más amplia de gente. Todos somos, como argumentaba Marx, pobres en potencia. Así, a primera vista, estas tendencias parecen apoyar la narrativa marxista tradicional, según la cual la clase trabajadora debiera haber alcanzado una posición dominante al incorporar a un número creciente de personas y simplificar su posición económica.5 Concentrada en fábricas industriales cada vez más grandes, la clase trabajadora estaba supuestamente destinada a unirse en términos físicos (compartiendo el espacio), en términos de intereses (reducción del trabajo, salarios más altos) y, con el tiempo, en términos de conciencia (al estar al tanto de su posición de proletariado). La descualificación de la mano de obra eliminaría jerarquías entre los trabajadores especializados y no especializados, al tiempo que la alta demanda de mano de obra significaría que al capital le importarían poco las divisiones basadas en la identidad (por raza, género o nacionalidad).6 Esto ocurrió en algunos lugares y en algunos momentos. Por ejemplo, aunque a principios del siglo XX los negros de clase trabajadora en Estados Unidos fueron violentamente excluidos de los sindicatos blancos, después de la Segunda Guerra Mundial las divisiones raciales comenzaron a colapsar en muchas áreas.7 Se supone que las distinciones basadas en la edad, el sexo, el conocimiento, la nacionalidad y los ingresos deberían haber caído a medida que el capitalismo avanzaba.8 Y lo que es quizá más relevante, esta clase trabajadora emergente tenía una importancia estratégica por su acceso a un conjunto de ventajas centradas en la producción. Las huelgas, la toma de fábricas, la desaceleración y tácticas similares estaban todas ideadas para interrumpir el proceso de producción y forzar a la Administración y a los capitalistas a ceder a las demandas de la clase obrera.9 Esta clase —paradigmáticamente compuesta por trabajadores fabriles blancos y varones— estaba destinada, se creía, a convertirse en una clase grande, homogénea y poderosa, lo cual la colocaría a la vanguardia de una revolución poscapitalista, pero eso no sucedió: la clase trabajadora se fragmentó, sus estructuras de organización se colapsaron y hoy en día «ya no hay una sola fracción de clase que pueda hegemonizar a toda la clase».10
Bajo las presiones combinadas de la desindustrialización, la globalización de la producción, el alza de las economías de servicios, la expansión de la precariedad, el fin de los puntos de apoyo fordistas clásicos y la proliferación de identidades diversas, la clase trabajadora industrial se ha visto fracturada de forma severa. En todo el mundo, la clase trabajadora tradicional es predominantemente marginal en términos de su fuerza (con escasas excepciones en países como Sudáfrica y Brasil).11 El movimiento trabajador chino tiene cierta energía, pero incluso allí el envío de la producción a países periféricos ya está minando su poder.12 Hoy en día, el poder de la clase trabajadora global está gravemente comprometido y un retorno a la fuerza del pasado parece poco probable. Por tanto, tal como están las cosas, el sujeto revolucionario clásico ha dejado de existir y sólo hay una variedad de intereses medianamente coincidentes y experiencias divergentes. No obstante, podríamos cuestionar la idea misma de que la clase trabajadora industrial hubiera estado alguna vez en posición de transformar el mundo: la situación actual no es tan diferente de aquella de los primeros años del movimiento laboral. En primer lugar, la imagen de la unidad de los trabajadores siempre ha sido una aspiración más que una realidad. Desde sus orígenes, el proletariado se ha visto desgarrado por divisiones: entre el trabajador varón asalariado y la mujer trabajadora sin remuneración, entre el trabajador «libre» y el esclavo sin libertad, entre los artesanos especializados y los trabajadores sin capacitación, entre el centro y la periferia, entre Estados nacionales.13 La tendencia a unificarse siempre fue un fenómeno limitado y esas diferencias persisten hoy, exacerbadas bajo las condiciones de una división globalizada del trabajo. Y hay algo tal vez más fundamental: si la desindustrialización (la automatización de la manufactura) es un estadio necesario en el camino hacia una sociedad poscapitalista, la clase trabajadora industrial nunca habría podido ser el agente del cambio. Su existencia misma se predicó sobre las condiciones económicas que debían ser eliminadas en la transición al poscapitalismo. Si la desindustrialización es un requisito para la transición al poscapitalismo, era inevitable que la clase trabajadora perdiera su poder en el proceso: ésta se fragmentaría y colapsaría, tal como lo hemos visto en décadas recientes.
Así pues, ¿quién puede ser hoy el sujeto de transformación? Pese al tamaño cada vez mayor de la población excedente y la pauperización común al proletariado, debemos aceptar que no existe una respuesta fácil. Las distinciones entre empleados y desempleados, trabajadores formales e informales, coincide con el declive de un agente de transformación cohesionado. La fragmentación de los grupos tradicionales de resistencia y revuelta, así como la descomposición generalizada de la clase trabajadora, supone que la tarea de hoy debe ser la de tejer un nuevo «nosotros» colectivo. No hay un grupo preexistente que encarne los intereses universales o que constituya la vanguardia necesaria para este proyecto de transformación: ni el trabajador industrial, ni el trabajador intelectual, ni el lumpemproletariado. Entonces, ¿cómo articular un pueblo a la luz de la fragmentación del proletariado?14 En la práctica, existen varias maneras de organizar una convergencia. Como vimos, el enfoque marxista clásico presuponía que las tendencias del capitalismo intensificarían la división entre clases y conducirían a la unidad del proletariado. También hay quien ha defendido la unidad sobre la base de intereses genéricos comunes —las necesidades biológicas, por ejemplo—, pero un interés común mínimo tiende a traducirse en demandas mínimas.15 En contraste, en los movimientos de Occupy la unidad solía surgir de la proximidad física: los cuerpos trabajaban y vivían juntos en los campamentos. Sin embargo, esa unidad a menudo recubría las diferencias reales, convirtiéndose así en poco más que una frágil fachada. Cuando se destruía la proximidad física, en el desmantelamiento de los espacios ocupados, la unidad no tardaba en colapsar. Con la Primavera Árabe, por su parte, la unidad se forjó a través de la oposición compartida contra adversarios tiránicos, lo cual reunió a una serie de grupos dispares.16 No obstante, estas experiencias recientes demuestran que una unidad construida sólo sobre la oposición tiende a romperse cuando cae el adversario.
El problema de un proyecto postrabajo es que, pese a todo lo que es común a la existencia proletaria, esto no brinda más que una cohesión mínima, que puede respaldar por igual a un amplio espectro de experiencias e intereses divergentes.17 El desafío que enfrenta una política de transformación es articular esta serie de diferencias en un proyecto común, sin limitarse a afirmar que la lucha de clases es la única lucha real. Con estas condiciones, no resulta sorprendente que una gran parte de las luchas políticas más prometedoras de los años recientes se hayan identificado como movimientos populistas, antes que como movimientos de clase.18 Con «populismo» no queremos decir una suerte de movimiento de masas sin sentido, ni una revuelta de mínimo común denominador, ni tampoco un movimiento con un contenido político particular cualquiera.19 El populismo es, más bien, un tipo de lógica política mediante la cual una colección de identidades diferentes se entretejen en contra de un adversario común y en busca de un mundo nuevo.20 Desde los movimientos contra la globalización hasta Syriza en Grecia, pasando por Podemos en España, numerosos movimientos latinoamericanos y Occupy en todo el mundo occidental, todos han movilizado grandes secciones representativas de la sociedad y no sólo identidades de clase particulares.21
Estos movimientos populistas se han originado a raíz de la frustración que generan las demandas insatisfechas. Con condiciones democráticas normales, las demandas se manejan por separado dentro de las instituciones existentes, como sucede con los aumentos del salario mínimo, las ayudas al desempleo y las prestaciones de salud. Se conceden pequeños cambios, pero los arreglos institucionales, incluido el del conjunto de la sociedad, nunca se cuestionan. De esta manera, las hegemonías existentes pueden reforzarse y las amenazas se modulan con eficacia. En contraste, un movimiento populista comienza a surgir cuando esas demandas —un salario justo, vivienda social, cuidado infantil, etcétera— se frenan con más y más frecuencia. Como lo explica el teórico más importante del populismo político, Ernesto Laclau:
Una vez que se va más allá de cierto punto, lo que se pedía dentro de las instituciones se convirtió en reclamos dirigidos a las instituciones y en cierta etapa éstos pasaron a ser reclamos contra el orden institucional. Cuando ese proceso rebasa los aparatos institucionales más allá de cierto límite, comenzamos a tener el pueblo del populismo.22
En este proceso, los intereses particulares se vuelven cada vez más generales y surge el populismo, con su postura resuelta en contra del orden existente. El «pueblo», a diferencia de las agrupaciones de clase tradicionales, se mantiene cohesionado por una unidad nominal, incluso en ausencia de cualquier unidad conceptual. El pueblo es un actor complejo, disputado y construido. Más que tener cualquier unidad de intereses materiales necesaria, se nombra a sí mismo como grupo cohesionado. Esto ayuda a explicar por qué fue tan difícil coaccionar la política del movimiento Occupy. El 99 por ciento se mantenía unido más por su nombre que por cualquier política común. Esta unidad nominal se complementa cuando el populismo nombra la fractura en la sociedad y la oposición contra la cual se dirige el pueblo.23 Al nombrar al enemigo, es posible que un amplio abanico de personas vea sus demandas e intereses expresados en el movimiento. Occupy, por ejemplo, nombró al 1 por ciento, Podemos nombró a «la casta» y Syriza nombró a la Troika. Tal como sucede cuando se nombra al pueblo, dar nombre al antagonismo tiene cierto nexo con los hechos empíricos, pero no está necesariamente atado a ellos. Por ejemplo, la división que planteó Occupy entre el 1 y el 99 por ciento es un antagonismo que movilizó a la gente pese a su falta de precisión empírica.24 Nombrar al pueblo y a su oponente es un acto político, no una afirmación científica. Tanto el pueblo como el antagonismo en la sociedad se constituyen, por ende, a través de un acto de nominación. Esto representa una respuesta a la imposibilidad de medir el antagonismo en la sociedad a partir de la pura necesidad histórica, en una época en que las identidades de clase se han fragmentado y las diferencias han proliferado.
Sin embargo, para que surja el «pueblo» del populismo son necesarios elementos adicionales. En primer lugar, una demanda o lucha particular debe colocarse en el lugar de todas. El movimiento Occupy, por ejemplo, movilizó una serie de reclamos locales, regionales y nacionales que se entretejieron bajo la lucha contra la desigualdad. En casos como éste, no es un grupo particular el que busca el reconocimiento de la sociedad, sino que ese grupo particular habla universalmente por la sociedad. Para que esto suceda, empero, el grupo debe ser visto como encarnación de múltiples intereses, es decir, no sólo debe representar sus intereses propios sino que debe llegar a reflejar un amplio conjunto de intereses.25 En un movimiento tradicional de clase trabajadora, los intereses comunes serían suficientes para asegurar la alianza de todos, pero, en un movimiento populista, la ausencia de una unidad inmediata basada en intereses materiales significa que la cohesión está siempre plagada por una tensión entre la lucha que se erige en nombre de las demás y todas las demás luchas. El populismo implica, entonces, una continua negociación de las diferencias y los particularismos y busca establecer un lenguaje y un programa comunes pese a cualquier fuerza centrífuga. La diferencia entre un movimiento populista y los enfoques de la política folk radica en la postura que asume hacia las diferencias: mientras que aquél busca construir un lenguaje y un proyecto comunes, la política folk prefiere que las diferencias se expresen en tanto diferencias y evita cualquier función universalizadora. La movilización populista en torno a una política antitrabajo debe articular un populismo de tal manera que diversas luchas por la justicia social y la emancipación humana puedan ver sus intereses expresados en el movimiento. Es importante que una política antitrabajo nos brinde esos recursos; quizá ésta sea la mejor opción para una coalición entre rojos y verdes, siempre y cuando supere las tensiones entre un programa de empleo y crecimiento económico y un programa medioambiental de menores emisiones de carbono. El proyecto postrabajo también es inherentemente feminista, pues reconoce el trabajo invisible realizado sobre todo por mujeres, así como la feminización del mercado laboral y la necesidad de proporcionar independencia económica para la plena liberación femenina. Además, este proyecto se vincula con las luchas antirracistas en la medida en que las poblaciones negras y otras minorías se ven afectadas desproporcionadamente por el alto desempleo y la encarcelación masiva, así como por la brutalidad policiaca asociada a las comunidades sin trabajo. Finalmente, el proyecto postrabajo se construye sobre las luchas poscoloniales e indígenas con el objetivo de proporcionar medios de subsistencia a la inmensa fuerza de trabajo informal, así como de movilizarse contra las trabas a la inmigración.26
Articular un movimiento capaz de reunir tales diferencias ayuda a enfatizar la importancia que revisten las demandas para cualquier populismo bien formado. Las demandas constituyen un medio clave para construir unidad y, por tanto, deben estar conectadas de maneras múltiples con personas diferentes.27 Las demandas no permiten suponer de antemano quién se sentirá llamado a la acción, pero permiten que las personas vean sus propios intereses particulares reflejados en ellas, al tiempo que pueden mantener, no obstante, diferencias entre sí.28 Por ejemplo, las demandas de una política antitrabajo tienen diferentes significados para un estudiante universitario, una madre soltera, un trabajador industrial y para quienes quedan fuera de la fuerza laboral; sin embargo, pese a estas diferencias, cada uno de ellos puede encontrar sus propios intereses representados en el llamado a una sociedad postrabajo. Movilizar a esas personas en conjunto y bajo la enunciación de una demanda se convierte así en la tarea de la política en la práctica. De esta manera, un movimiento que se predica sobre la lógica populista puede otorgar consistencia a una serie de reclamos y peticiones difusos sin negar necesariamente las diferencias.29 Las demandas particulares se inscriben en una narrativa coherente que articula la forma en que varias demandas comparten un antagonista común. He aquí por qué una visión del futuro resulta esencial para un populismo bien formado y de eso han carecido muchos movimientos populistas recientes. Occupy, por ejemplo, nunca tradujo el momento negativo de insubordinación en un proyecto político positivo en torno al cual pudiera organizarse la gente. Nunca combinó los diversos intereses en un proyecto para un futuro mejor y se quedó en el nivel negativo del rechazo sin proporcionar nunca un «enfoque autónomo de subjetivación».30
Finalmente, aunque el proyecto postrabajo exija una centralidad de clase, no es suficiente movilizarse sólo sobre la base de los intereses de clase. Es preciso reunir un amplio espectro de necesidades sociales como fuerza activa y transformadora. El populismo responde a esta necesidad. No obstante, la negociación de lo común con respecto a los eslóganes, las demandas, los signos, los símbolos y las identidades no puede ser el nivel primario sobre el cual se conduzca la política. Un movimiento populista también necesita actuar en y mediante una serie de organizaciones, así como proponerse la anulación del sentido común neoliberal y la creación de un sentido común nuevo en su lugar. Ese movimiento debe abocarse a construir formas hegemónicas de poder en toda su diversidad, tanto dentro como fuera del Estado.
ECOLOGÍA ORGANIZATIVA
La organización es un mediador clave entre el descontento y la acción efectiva: transforma a cierto número de personas en una forma de poder cualitativamente distinta. Tal como lo dejaron claro el movimiento Occupy, el movimiento contra la guerra o el movimiento contra la globalización, el problema con la izquierda no es por fuerza el de los números brutos. Cuantitativamente, la izquierda no es mucho más «débil» que la derecha... pero en lo que respecta a su capacidad para lograr la movilización popular parece que ocurre lo contrario. Sobre todo en lo que hace referencia a las crisis, la izquierda parece eminentemente capaz de lanzar un movimiento populista. El problema está en el siguiente paso: cómo se organiza y se despliega esa fuerza. Para la política folk, la organización ha significado un vínculo fetichista con enfoques localistas y horizontalistas que a menudo socavan la construcción de un proyecto contrahegemónico expansivo.31 Ese fetichismo organizativo es uno de los aspectos más nocivos del pensamiento reciente de izquierda: la creencia en que sólo si se desarrolla la forma de organización correcta, el éxito político se desprenderá de ella.32 La política folk es la culpable, pero lo mismo puede decirse también de muchas posturas ortodoxas: la gama de curas milagrosas propuestas para el declive del poder de la izquierda incluye sindicatos, vanguardias, grupos afines y partidos políticos. En la mayoría de los casos, estas formas organizativas se proponen sin considerar los distintos terrenos estratégicos a los que se enfrentan. Por ejemplo, la política folk toma una forma organizativa particular con condiciones específicas e intenta trasladarla, sobre todo, el campo social y político. Más que un enfoque descontextualizado del problema de la organización, necesitamos pensar en términos de un ecosistema de organizaciones sano y diverso.
El argumento simple contra el fetichismo organizativo es que un proyecto político requiere división del trabajo. En un movimiento político exitoso, hay diversas tareas esenciales que deben realizarse: creación de conciencia, asistencia legal, hegemonía mediática, análisis del poder, propuestas políticas, consolidación de una memoria de clase y liderazgo, por nombrar unas cuantas.33 Ningún tipo de organización es por sí solo suficiente para cumplir con todos estos roles y llevar a cabo un cambio político a gran escala. Por tanto, no buscamos promover ninguna forma organizativa como medio ideal para concretar los vectores de la transformación. Cada movimiento exitoso ha sido resultado de una amplia ecología de organizaciones y no de un solo modelo organizativo. Dicha ecología ha funcionado de manera más o menos coordinada para poner en marcha la división del trabajo que la transformación política necesita. En el proceso del cambio surgen líderes, pero no hay un partido de vanguardia, únicamente funciones móviles de vanguardia.34 Una ecología de organizaciones significa un pluralismo de fuerzas capaces de retroalimentar positivamente sus fortalezas relativas;35 tiene que movilizarse bajo la visión común de un mundo alternativo, más que con alianzas laxas o pragmáticas,36 y conlleva el desarrollo de un abanico de organizaciones ampliamente compatibles:
Se trata de crear algo más que un mero edificio de alianzas (en el que se espera que las partes, entendidas como agrupaciones constituidas de personas, permanezcan iguales, cooperando sólo puntualmente) y algo menos que una solución genérica (por ejemplo, la idea del partido). Se trata de intervenciones estratégicas que puedan atraer tanto a grupos constituidos como a la «larga fila» que no pertenece a ningún grupo, intervenciones lanzadas no como exclusivas sino como complementarias y cuyos efectos puedan reforzarse los unos a los otros.37
Esto quiere decir que la arquitectura general de tal ecología es una forma relativamente descentralizada e interconectada, pero que, a diferencia de la norma de la visión horizontalista, incluya, asimismo, grupos jerárquicos y cerrados como elementos de una red más amplia.38 En última instancia, no hay una forma organizativa privilegiada. No todas las organizaciones necesitan un carácter participativo, abierto y horizontal como ideal regulativo. Las separaciones entre levantamientos espontáneos y longevidad organizativa, entre deseos a corto plazo y estrategias a largo plazo han dividido lo que debería ser un proyecto ampliamente consistente para la construcción de un mundo postrabajo. La diversidad organizativa debe combinarse con la amplia unidad populista.
Una revisión rápida de cómo podría operar esta ecología nos dará una idea del posible funcionamiento de estas propuestas en conjunto. Esto sólo puede ser muy esquemático, dadas las particularidades de cualquier lucha y la complejidad de todos los asuntos relacionados. De manera inevitable, un ecosistema de organizaciones se forja en circunstancias específicas y las distintas decisiones se toman de cara a distintos contextos políticos. Dicho lo cual, un movimiento social amplio sería esencial para cualquier política antitrabajo, pues permitiría una extensa gama de composiciones organizativas y tácticas. En una punta del espectro tenemos los estallidos transitorios de energía política a través de revueltas y protestas espontáneas. La agitación urbana en Estados Unidos, por ejemplo, fue un factor central del apoyo que la élite brindó al ingreso básico en los años sesenta.39 Tales brotes tal vez no formulen demandas complicadas, pero exigen una respuesta. Por otra parte, en modalidades ligeramente más organizadas, los movimientos sociales adoptan los enfoques de la política folk vistos en décadas recientes. Funcionar con los principios de la democracia directa puede propiciar ciertos objetivos, como dar voz a la gente, crear un sentido poderoso de agencia colectiva y posibilitar la articulación de perspectivas diferentes.40 También puede fomentar la creación de una identidad populista y empoderar a las personas para que empiecen a verse como un colectivo. Sin embargo, estas organizaciones de política folk han carecido de la perspectiva estratégica necesaria para transformar escenas espectaculares de protesta y amplios movimientos populistas en acciones efectivas a largo plazo.41 Con frecuencia, es la capacidad hegemonizadora de otras organizaciones más institucionalizadas y a largo plazo lo que, aplicado a las demandas, tácticas y estrategias de movimientos relativamente efímeros, determina el efecto final de las protestas. Los movimientos de ocupación más exitosos en los años recientes han sido los que han fomentado vínculos con movimientos laborales (en Egipto, por ejemplo) y/o con partidos políticos. En Islandia, los grandes éxitos de las protestas se alcanzaron cuando se votó una coalición entre rojos y verdes tras expulsar a la Administración conservadora;42 mientras escribimos, España muestra el potencial que surge cuando los movimientos sociales se involucran en una estrategia dual, tanto dentro del sistema partidista como fuera de él. Si una transformación social importante como la de un proyecto postrabajo ha de ocurrir, vendrá a lomos de un movimiento de masas, antes que de un simple decreto de las alturas. Los movimientos populistas en las calles serán sus elementos esenciales.
Ya se ha insinuado en los capítulos anteriores, pero las organizaciones de los medios forman parte esencial de cualquier ecología política emergente dirigida a la construcción de una nueva hegemonía. Las tareas implicadas en tal estrategia exigen una presencia mediática saludable, que cree un nuevo lenguaje común, le dé voz a la gente, nombre el antagonismo, suscite expectativas, genere narrativas que resuenen entre las personas y articule nuestros reclamos en un lenguaje claro. Son estos elementos los que proporcionan los puntos de anclaje para que las narrativas de los medios cambien con el tiempo. Las fundaciones y los periodistas están particularmente bien posicionados para esforzarse por cambiar las narrativas mediáticas.43 No fue accidental que la Sociedad Mont Pelerin incluyera a numerosos periodistas entre sus miembros. Este tipo de comunicación debe lograrse de tal manera que resuene en la conversación cotidiana. La mayoría de las personas considera inútil la jerga académica y con razón. Las organizaciones de medios de izquierda no deberían rehuir una faceta accesible y entretenida, ni tampoco cosechar ideas a partir del éxito de sitios populares en internet. La izquierda se ha concentrado típicamente en crear espacios mediáticos fuera de los principales canales, en lugar de tratar de cooptar a las instituciones existentes y de filtrar ideas más radicales dentro de los principales medios. Muy a menudo, las organizaciones informativas de izquierda terminan por cantarle al coro, impulsando narrativas que nunca escapan de su propia caja de resonancia insular. Internet ha permitido que todo el mundo tenga voz, pero no ha hecho posible que todo el mundo tenga un público. Los medios de comunicación principales aún son indispensables para esto y continuarán siéndolo en el futuro. Su capacidad para influir y alterar la opinión pública dando forma a lo que es y no es «realista» todavía es sorprendentemente fuerte. Si un proyecto contrahegemónico ha de ser exitoso, necesitará inyectar ideas radicales en los medios de comunicación y no sólo construir públicos cada vez más fragmentados fuera de ellos. De hecho, una de las lecciones clave de la experiencia estadounidense con la política del ingreso básico es que enmarcar estos temas en los medios es fundamental para sus posibilidades de éxito.44 Por estas razones las organizaciones de medios existentes constituyen un campo de batalla clave en el proyecto que se presenta aquí.
Junto con los medios, las organizaciones intelectuales son componentes indispensables de cualquier ecología política. Éstas van desde grupos de expertos hasta departamentos universitarios cautivos y otras instituciones de educación, pasando por organismos de formación y de creación de conciencia laxamente organizados. Ahora bien, construir hegemonía no significa por fuerza enviar decretos desde las organizaciones intelectuales de vanguardia. No por nada, Gramsci, el pensador principal de la hegemonía, también dio con la idea del «intelectual orgánico»: ese intelectual estrechamente vinculado con y surgido de las fuerzas materiales y económicas clave dentro de la sociedad.45 Los intelectuales orgánicos participan en la vida práctica, como organizadores y como constructores.46 Una infraestructura intelectual de izquierda que funcione adecuadamente apoyará a las instituciones que identifica en su misma línea general de visión del mundo y participará en ellas difundiendo su trabajo y, allí donde sea posible, proporcionando recursos. En un mundo complejo, nadie tiene una visión privilegiada de la totalidad y, por ende, una esfera intelectual sana tendrá intelectuales con perspectivas múltiples. Esto combinará bien con las investigaciones en el terreno llevadas a cabo por los trabajadores —investigaciones que examinen, por ejemplo, la forma en que funciona la logística de la venta al por menor y el potencial para interrumpirla47 o que aporten un análisis detallado de las redes de poder locales como medio para lograr un cambio—.48 Además del trabajo de esos intelectuales orgánicos, hay tareas que sólo pueden llevar a cabo grupos de especialistas capaces de mantener cierta distancia respecto del alboroto de la política cotidiana. Tal como lo entendió la Sociedad Mont Pelerin, algunos esfuerzos intelectuales necesitan dedicarse menos a las preocupaciones inmediatas y apremiantes y más al desarrollo de propuestas a largo plazo. Entre éstas se contarían empresas vitales como el desarrollo de nuevas formas de organizar y entender la economía, lo cual requiere de conocimiento técnico e investigación a largo plazo. Finalmente, este trabajo debe repercutir en las redes de actores políticos y narrativas sociales para alcanzar un efecto pleno.
Las organizaciones laborales han sido tradicionalmente importantes en la transformación social, pero hoy en día se encuentran en una situación difícil. Algunos hábitos enraizados y liderazgos inflexibles —cuando no abiertamente corruptos— han hecho que la revitalización de estas organizaciones sea una batalla cuesta arriba. Sin embargo, aún son indispensables para la transformación del capitalismo y cualquier esfuerzo por imaginar una nueva estructura sindical debe aprender las lecciones tanto de los fracasos de viejos modelos como de las condiciones económicas cambiantes que el movimiento laboral enfrenta hoy en día. Entre dichas lecciones se cuentan cosas básicas como: enriquecer la conexión entre el liderazgo y los miembros, fomentar el apoyo más allá de las fronteras de los sectores tradicionales (los profesores pueden apoyar a los limpiadores en una universidad, por ejemplo), aprender de los sindicatos innovadores, a menudo liderados por trabajadores (aquellos que se forman en torno a los trabajadores inmigrantes, por ejemplo); radicalizar los sindicatos existentes y construir nuevos sindicatos en áreas que carecen de esta ventaja organizativa. En términos generales, la pertinencia de un sindicato depende de la alineación de su forma política con las condiciones económicas y de infraestructura. Como vimos en los capítulos anteriores, estas condiciones están definidas hoy en día por la crisis emergente del trabajo. El aumento de las poblaciones excedentes, el retorno a la precariedad, el estancamiento de los salarios y la recuperación dolorosamente lenta del empleo presentan en conjunto los desafíos principales que enfrenta el modelo tradicional de sindicalismo. Conforme la distinción entre trabajo y vida se desmorona, la seguridad laboral desfallece y la creciente deuda personal acecha en el fondo, los problemas que rodean al trabajo tienen efectos que van mucho más allá del lugar de trabajo. Estas condiciones sociales en transformación alteran la relación entre el sindicato, sus miembros y la comunidad en general. Lo anterior exige, en primer lugar, reconocer la naturaleza social de la lucha y salvar la distancia entre el lugar de trabajo y la comunidad.49 Los problemas en el trabajo se desbordan hacia el hogar y hacia la comunidad, y viceversa. A su vez, un apoyo crucial a la acción sindical proviene de la comunidad y a los sindicatos les iría mejor si reconocieran su deuda con el trabajo invisible de aquellos que están fuera del lugar de trabajo.50 No se trata sólo de las trabajadoras domésticas, que reproducen las condiciones de vida de los trabajadores asalariados, sino también de los trabajadores migrantes, los trabajadores precarios y el amplio espectro de aquellas poblaciones excedentes que comparten las miserias del capitalismo. La atención que se presta a los sindicatos debe extenderse entonces más allá del apoyo a los miembros que pagan sus cuotas. Sin duda, existe una historia de organizaciones laborales que establecen conexiones como las antedichas con la comunidad, pero hoy en día lo anterior necesita convertirse en una meta cada vez más explícita de la organización sindical. Este proceso puede funcionar en dos sentidos. Por ejemplo, Francia ha sido sede de «huelgas por delegación» en las que los trabajadores afirman no estar en huelga (y, por ende, continúan recibiendo su sueldo), pero permiten que la gente bloquee u ocupe su espacio de trabajo.51 Además, los movimientos de los trabajadores siempre han dependido de la población local en materia de apoyo logístico y moral y, si se alimenta la solidaridad, las comunidades podrán salir a defender a los trabajadores contra la represión del Estado.52 Por su parte, los sindicatos pueden involucrarse en temas de la comunidad, como la vivienda, demostrando así el valor del trabajo organizado.53 En lugar de rebelarse sólo en torno a los lugares de trabajo, los sindicatos se adecuarían más a las condiciones actuales si se organizaran en espacios regionales y comunidades.54
Al expandirse el alcance espacial de la organización sindical, las demandas locales del lugar de trabajo se abren a una gama más amplia de demandas sociales. Como argumentamos en el capítulo 7, esto implica cuestionar el capricho fordista por los trabajos permanentes y la socialdemocracia, así como la atención tradicional sobre los salarios y la conservación del empleo. Es preciso hacer una evaluación sobre la viabilidad de estas demandas clásicas de cara a la automatización, la creciente precariedad y el desempleo en expansión. Creemos que muchos sindicatos estarían mejor si concentraran su atención en una sociedad postrabajo y en los aspectos liberadores de una semana laboral reducida, un empleo compartido y un ingreso básico.55 Los estibadores de la Costa Oeste de Estados Unidos representan un caso exitoso en el que se permitió la automatización a cambio de salarios más altos y menores recortes (aunque es cierto que estos trabajadores ocupan una posición clave de ventaja en la infraestructura capitalista).56 El Sindicato de Maestros de Chicago ofrece otro ejemplo de un sindicato que fue mucho más allá de la negociación colectiva y lanzó, en cambio, un amplio movimiento social en torno al estado de la educación en general. Por otra parte, virar en una dirección postrabajo supera algunos de los impasses más importantes entre los movimientos ecologistas y la mano de obra organizada. El recurso al incremento de la productividad para obtener más tiempo libre, en lugar de un aumento de empleos y producción, puede hermanar a estos dos grupos. Cambiar los objetivos de los sindicatos y organizarse en el nivel comunitario contribuirá a alejarlos de las metas socialdemócratas clásicas —y hoy en día fallidas— y será esencial para cualquier renovación exitosa del movimiento laboral.
Finalmente, el Estado todavía es un campo de lucha y los partidos políticos tendrán un papel importante en una ecología de las organizaciones, especialmente si las agrupaciones socialdemócratas tradicionales continúan colapsando y posibilitando así el surgimiento de una nueva generación de partidos. Con el fin de garantizar una sociedad postrabajo para todos, los lugares de trabajo individuales no bastan; también se requiere éxito en todo el Estado.57 Si bien los partidos suelen ser denunciados por consentir con cinismo la actitud electorera y a los límites impuestos por el capital internacional, esto cambia dentro de una ecología de organizaciones. Más que convertirse en el vehículo imposible de los deseos revolucionarios —asociados con la perspectiva vana de «votarle» al poscapitalismo—, los partidos podrían asumir la tarea más realista de conformar «la punta del iceberg» en términos de presión política, así como de desarrollar la capacidad para reunir un electorado bien diverso.58 El Estado puede complementar las políticas en la calle y en el lugar de trabajo, de la misma manera en que éstas pueden ampliar las opciones para los partidos. Invalidar el Estado —algo común a tantos enfoques de política folk— es un error. Los movimientos de masas y los partidos deberían ser vistos como herramientas para un mismo movimiento populista, cada uno con capacidades para lograr cosas distintas. En el ámbito más general, los partidos pueden integrar varias tendencias de un movimiento social —desde la reformista hasta la revolucionaria— en un proyecto común. Si bien el capital internacional y el sistema interestatal hacen que el cambio radical sea casi imposible desde dentro del Estado, todavía hay decisiones políticas básicas e importantes que deben tomarse sobre la austeridad, el apoyo a la vivienda, el cambio climático, el cuidado infantil, la desmilitarización de la policía y el derecho al aborto. Limitarse a rechazar las políticas parlamentarias es ignorar los verdaderos avances que éstas pueden lograr. Hace falta una posición bastante privilegiada para no preocuparse por la normatividad del salario mínimo, las leyes de inmigración, los cambios al apoyo legal o la normativa sobre el aborto. En su mejor faceta, las entidades electorales pueden actuar como una fuerza de agitación (implementando tácticas dilatorias, haciendo públicas las controversias, articulando la indignación popular) e incluso, en algunas situaciones, pueden actuar como una fuerza progresiva. Esto no significa que los movimientos sociales se conviertan en el ala de movilización política de los partidos. La relación entre partidos y movimientos sociales debería ir más allá de esto, hacia un proceso de comunicación de doble sentido. Por una parte, el partido puede brindar apoyo económico a los proyectos de la comunidad y diversas políticas —como las leyes sobre la protesta pública— pueden ser reformadas para facilitar las actividades de los movimientos sociales. En Venezuela, por ejemplo, el Estado apoyó la creación de comunas barriales como una manera de afianzar el socialismo en las prácticas cotidianas.59 Por otra parte, los recursos de los nuevos partidos pueden movilizarse colectivamente —Podemos, por ejemplo, comenzó con un crowd-funding de ciento cincuenta mil euros— y la vitalidad del partido puede mantenerse a través de negociaciones institucionalizadas constantes entre los movimientos locales, los miembros del partido y las estructuras centrales de éste.60
Podemos se ha propuesto construir mecanismos para el Gobierno popular al tiempo que busca un lugar en las instituciones establecidas.61 Se trata de un acercamiento de múltiples flancos al cambio social, que ofrece más posibilidades para la transformación real que cualquier opción por sí sola.62 Mientras tanto, el Partido de los Trabajadores en Brasil se ha mantenido abierto a múltiples grupos (grupos de teología de la liberación, movimientos campesinos), al tiempo que se organiza en torno a un núcleo basado esencialmente en los sindicatos. En palabras de un investigador: «Esta combinación de bases y vanguardia constituyó un leninismo que no era muy leninista».63 Lo que muestran todas estas experiencias es que la movilización masiva es necesaria para transformar el Estado en una herramienta significativa para los intereses de la gente y para superar la división tajante entre el poder de los movimientos y el poder estatal. El objetivo debe ser evitar tanto «la tendencia a fetichizar al Estado, al poder oficial y a sus instituciones como la tendencia opuesta a fetichizar al antipoder».64 En un contexto de descontento generalizado con el sistema político, esto todavía es posible —aunque, de nuevo, la importancia de tener un marco discursivo listo para canalizar el descontento es evidente—. A fin de cuentas, los partidos todavía mantienen un poder importante y la lucha por su futuro ciertamente no debería abandonarse a las fuerzas reaccionarias.
Debe quedar claro cuán lejos estamos ahora del fetichismo de la política folk por el localismo, el horizontalismo y la democracia directa. Una ecología de organizaciones no niega que esas formas organizativas puedan desempeñar un papel relevante, pero rechaza la idea de que sean suficientes. Esto es doblemente cierto para un proyecto contrahegemónico que busque derribar el sentido común neoliberal. Por tanto, más que a la fetichización de organizaciones o formas organizativas específicas, hacemos un llamamiento a una complementariedad funcional entre organizaciones.
PUNTOS DE VENTAJA
Si un movimiento populista logra construir con éxito un ecosistema de organizaciones contrahegemónico, con miras a tornarse efectivo, todavía necesitará capacidad de agitación. Incluso con una ecología organizativa sana y un movimiento de masas unificado, el cambio resulta imposible sin oportunidades que den ventajas al poder del movimiento. En términos históricos, muchos de los avances más importantes que ha alcanzado el movimiento laboral fueron obtenidos por trabajadores en posiciones estratégicas clave. Sin importar que contaran con una solidaridad generalizada, con gran conciencia de clase o con una forma organizativa óptima, lograron el éxito porque fueron capaces de insertarse en y contra el flujo de la acumulación capitalista. En realidad, el mejor indicador de la militancia laboral y la lucha de clases exitosa podría ser la posición estructural de los trabajadores en la economía.
Por ejemplo, dentro de la primera infraestructura logística, los trabajadores de los muelles ocupaban un punto clave en la circulación del capital. El transporte intermodal —la transferencia de bienes entre barcos, trenes y camiones— requería labor intensiva y era costoso.65 Alojados en un pasaje clave a través del cual debían circular los bienes, los estibadores que llevaban a cabo este trabajo tenían una ventaja importante. En consecuencia, los trabajadores de los muelles fueron tremendamente militantes y perdieron más días laborales en disputas que los de cualquier otra industria.66 La afamada fuerza de sindicatos como el United Automobile Workers también surgió de su posición estructural en el proceso de producción y de la importancia de la industria automotriz en la economía nacional. El poder de este sindicato creció, además, en un momento de alto desempleo y bajos niveles de organización: al parecer, ni un mercado laboral de apoyo ni la fuerza organizativa eran necesarios para el éxito.67 Una ventaja parecida fue el que tuvieron los mineros del carbón. El trabajo en las minas se prestaba a una mayor autonomía respecto de la gerencia, en un ambiente donde las interrupciones eran especialmente poderosas. El resultado de esto fue que «su posición y concentración les brindaron la oportunidad, en ciertos momentos, de forjar nuevos tipos de poder político».68 Lo mismo vale para la minería de hoy, que es resistente a la amenaza de fuga del capital porque el suministro del recurso es por sí mismo inmóvil. Las zonas mineras de Sudáfrica presentan un ejemplo contemporáneo, que revela tanto la potencia de los sindicatos como la violencia del capital. Cuando los mineros sudafricanos organizaron una huelga ilegal en 2012, se llamó al Estado y más de treinta trabajadores fueron asesinados en la masacre de Marikana. La posición de monopolio de ciertos proveedores, aunque menos violenta, no es menos importante. Las huelgas en estos puntos monopólicos, como en el Pou Chen Group de China, representan una verdadera amenaza para los intereses capitalistas porque bloquean toda una cadena de suministro.69 En el otro extremo de esa cadena, la distribución por venta al por menor también está lista para una acción militante significativa, pues brinda grandes oportunidades para interrumpir la dependencia del capitalismo contemporáneo de la logística del just-in-time.70 La importancia de estos puntos de ventaja difícilmente puede sobreestimarse.
Sin embargo, el siglo pasado fue testigo de la criba consciente e inconsciente de estos puntos de ventaja. El desarrollo de contenedores de embarque permitió la automatización del transporte intermodal;71 la globalización de la logística facilitó la capacidad del capital para trasladar fábricas en respuesta a huelgas, y el cambio al petróleo como fuente primaria de energía redujo drásticamente el número de cuellos de botella disponibles para la acción política. Hoy, los puntos de ventaja clásicos han desaparecido casi por completo, así que es necesaria una nueva ronda de experimentación y reflexión estratégica. La experimentación es necesaria precisamente porque la política es un conjunto de sistemas dinámicos guiados por el conflicto y por adaptaciones y contraadaptaciones, que conduce a una suerte de carrera táctica. Esto significa que existe una gran probabilidad de que cualquier tipo de acción política se vuelva ineficaz con el tiempo, conforme sus oponentes van aprendiendo y adaptándose. Así, ninguna modalidad dada de acción política es históricamente inviolable. En realidad, a lo largo del tiempo, se ha visto una creciente necesidad de descartar tácticas conocidas, pues las fuerzas contra las que se dirigen aprenden a defenderse y a contraatacar de manera más efectiva. La información clasificada se topa con infiltrados; el uso de máscaras, con nuevas legislaciones en su contra; las maniobras policiales de arrinconamiento, con aplicaciones que rastrean los movimientos de la policía; las grabaciones de violencia policiaca se topan con su criminalización; la protesta masiva se topa con la pesada regulación que la torna aburrida y estéril; la desobediencia civil no violenta, con la violenta brutalidad policiaca. Las tácticas políticas constituyen un campo de fuerzas dinámico y la experimentación resulta esencial para darle la vuelta a los nuevos impedimentos que el Estado y las empresas lanzan contra el cambio.
La historia del movimiento laboral nos proporciona una imagen ejemplar de este enfoque. Una de sus tácticas primordiales ha sido limitar el suministro de mano de obra, lo que le otorga a la fuerza laboral más poder y valor.72 Los primeros esfuerzos encaminados a este fin solían funcionar impidiendo la formación para trabajos particulares, pues se discriminaba sobre la base de las capacidades, el género y la raza.73 Los primeros cajistas, por ejemplo, se organizaron para proteger una fuerza de trabajo calificada y masculina contra la amenaza de la introducción de mujeres trabajadoras relativamente poco cualificadas.74 No obstante, la descualificación del trabajo por el capital y la industrialización de la producción posibilitaron el socavamiento de buena parte de los sindicatos de trabajadores profesionales y abrieron el suministro de mano de obra a un nivel mucho más amplio. El resultado fue el colapso de muchos sindicatos manufactureros tradicionales que se basaban en conjuntos de habilidades particulares y el surgimiento, en su lugar, de sindicatos industriales que organizaban tanto a trabajadores especializados como a los no especializados según la industria.75 Otra posible táctica para reducir el suministro de mano de obra es una que examinamos antes: pugnar por la reducción de las horas laborales. Esto produce una reducción del suministro de mano de obra, tal como habían logrado los sindicatos excluyentes, pero con una diferencia importante. Más que excluir a grupos particulares de los gremios especializados, la táctica de reducir las horas laborales se basa en quitar una porción del tiempo laboral de todo el mundo.76 Por razones diversas —en particular, por el consenso de posguerra entre el capital y la mano de obra— esta táctica perdió popularidad y la atención del movimiento laboral se desplazó hacia una negociación colectiva en torno a la paga. Sin embargo, como argumentamos antes, esta táctica tiene potencial para revivir en un esfuerzo por transformar nuestro sistema socioeconómico. Otra táctica clave ha sido la huelga, cuya lógica es infligir costos sobre el capital y obligarlo a negociar. Este enfoque, empero, estaba limitado por el hecho de que la mano de obra no especializada podía reemplazarse fácilmente con trabajadores nuevos y más dóciles: esquiroles. Las huelgas también permiten que los empleadores usen la inactividad para introducir nueva maquinaria —ese cambio contra el cual podrían estar luchando los trabajadores—. Frente a esta situación, a principios del siglo XX surgió una nueva táctica de sentadas y ocupaciones de fábricas que hacían imposible el reemplazo de trabajadores para seguir funcionando y amenazaban con demostrar que los administradores estaban de más.77 Lo que vemos aquí es una carrera de tácticas dinámica que tiene lugar entre oponentes, cada uno de los cuales busca aventajar al otro con nuevas tácticas y tecnologías útiles para sus propios fines.
Hoy en día, el terreno de estas luchas está cambiando de nuevo, como indican al menos dos problemas amplios y en ciernes de la interrupción clásica en el lugar de trabajo. En primer lugar, está la tendencia a la automatización. Así como la automatización de la logística arrebató a los estibadores algunas de las ventajas que tenían, la automatización de las fábricas, el transporte y, con el tiempo, de los servicios augura una caída importante del potencial de las luchas en el lugar de trabajo. El surgimiento de vehículos autónomos, por ejemplo, disminuirá en poco tiempo las ventajas que tienen los sistemas de transporte. El Sindicato Nacional de Trabajadores de Ferrocarriles, Marítimos y de Transporte del Reino Unido tendrá que enfrentar este problema de manera directa en un futuro cercano, dado que ya hay trenes autónomos en funcionamiento y se planea una expansión aún mayor. Boris Johnson, el alcalde de Londres, ha declarado de forma explícita que la automatización debe utilizarse para destruir uno de los pocos sindicatos militantes británicos que quedan.78 Sin embargo, algunos puntos de ventaja permanecen y esto es crucial, mientras que otros nuevos surgirán tras la reestructuración y la automatización. Por ejemplo, como señalara un autor —¡en 1957!—, «una huelga de un número muy pequeño de trabajadores podría detener toda una fábrica automatizada».79 Una disminución en el número de trabajadores que supervisan un proceso también significa una concentración del poder potencial en un grupo más pequeño de individuos. Del mismo modo, aunque un sistema automatizado de transporte no pueda estar sujeto a huelgas de choferes, sí queda abierto a la huelga de los programadores y los técnicos informáticos, además de ser más susceptible a los bloqueos debido a las limitaciones técnicas de los vehículos autónomos. Estos vehículos funcionan mediante la reducción de la variación ambiental, lo cual los hace «más parecidos a un tren que corre sobre vías invisibles».80 Es probable, por ende, que la manipulación intencionada del entorno se convierta en un punto particular de irrupción. De la misma manera, el uso de algoritmos de reconocimiento de patrones en diversas tareas (por ejemplo, diagnósticos, detección de emociones, reconocimiento facial, vigilancia) es muy susceptible a un embate.81 La comprensión técnica de máquinas como éstas será esencial para entender cómo irrumpir en ellas, y cualquier izquierda del futuro debe ser tan versada en tecnología como lo es en política. Por último, lo que se requiere es un análisis de las tendencias de automatización que están reestructurando la producción y la circulación, así como un panorama estratégico de dónde podrían desarrollarse los nuevos puntos de ventaja.
La segunda limitación de las tácticas de irrupción clásicas es que podrían tambalearse de cara al desempleo masivo y las luchas organizadas en torno a las poblaciones excedentes, en lugar de la clase trabajadora. Si no hay un lugar de trabajo para irrumpir, ¿qué se puede hacer? Una vez más, los repertorios de la contienda se han transformado en respuesta a las condiciones sociales, políticas, tecnológicas y económicas fluctuantes. Conforme la precariedad, los contratos de cero horas, el trabajo temporal y las prácticas laborales se diseminan por toda la sociedad, los movimientos de los desempleados y los movimientos en torno a la reproducción social ofrecen ejemplos importantes e instructivos de resistencia. Estas luchas nunca han contado con un lugar de trabajo para irrumpir, así que siempre han tenido que inventar nuevos medios para aventajar al oponente. Una de las miopías que aqueja a muchos en la izquierda consiste en ver el poder de los trabajadores sólo en la interrupción de la producción, cuando en realidad la impugnación del orden existente ha tomado numerosas formas fuera del lugar de trabajo. En Argentina, por ejemplo, los movimientos de los trabajadores desempleados bloquearon calles principales para hacerse escuchar y fueron centrales en el derrocamiento del Gobierno.82 Sin salario, desprovistos de un lugar de trabajo, el bloqueo de arterias urbanas se convierte en un medio primordial de estas poblaciones para ejercer el poder político.83 El aumento repentino de bloqueos de carreteras tras la muerte de Michael Brown a manos de policías en Ferguson, Missouri, en agosto de 2014, demuestra la creciente preponderancia de este tipo de lucha.84 Tácticas similares impulsan otros aspectos de la reproducción del capital con el mismo objetivo básico, incluidas las huelgas de rentas y deudas. Los bloqueos de puertos también tienen potencial como táctica y los modelos informáticos pueden ofrecer un panorama para evitar la acción política azarosa o poco efectiva.85 Por supuesto, estas nuevas tácticas deben situarse dentro de un plan estratégico mayor para no correr el riesgo de convertirse en uno de tantos movimientos temporales que estallan sólo para desaparecer sin dejar rastro.
Así pues, la base clásica del poder del movimiento laboral se ha difuminado y debilitado. Sin embargo, esto no tiene por qué anunciar la sentencia de muerte de la lucha de clases. La automatización y la precariedad pueden conjurar las interrupciones en puntos de producción, pero no significan el fin total de la agitación. Así como los puntos tradicionales de ventaja han sido borrados en el contexto de una infraestructura flexible y global, este cambio también ha incrementado la vulnerabilidad de esa infraestructura en otros sentidos. Las luchas locales bien posicionadas pueden convertirse inmediatamente en luchas globales.86 La tarea que tenemos ante nosotros debe ser un balance sobrio de realidades materiales que han cambiado y una introducción de estrategias en nuevos espacios para la acción. Hay precedentes y lecciones en las prácticas existentes, como el «análisis de la estructura del poder» emprendido por sindicatos y organizadores de comunidades, que hacen mapas de las redes sociales locales y de los actores clave para determinar sus debilidades, fortalezas, aliados y enemigos.87 Aquí defendemos la construcción de un complemento de este proceso, enfatizando las condiciones materiales de la lucha y no sólo sus redes sociales. En cada enfoque, empero, el conocimiento del terreno debe estar vinculado con el conocimiento más abstracto de las condiciones económicas cambiantes.
Un mundo postrabajo no surgirá de la benevolencia de los capitalistas, de las tendencias inevitables de la economía o de la necesidad de la crisis. Como hemos argumentado en este capítulo y en el anterior, el poder de la izquierda —en un sentido amplio— necesita reconstruirse antes de que una sociedad postrabajo se convierta en una opción estratégica significativa. Esto implicará un proyecto contrahegemónico amplio que anule el sentido común neoliberal y rearticule las nuevas formas de entender la «modernización», el «trabajo» y la «libertad». Éste será, necesariamente, un proyecto populista que movilice a una amplia franja de la sociedad y que, al tiempo que esté anclado en intereses de clase, permanezca, no obstante, irreductible a ellos. Este proyecto implicará considerar todo el espectro de las organizaciones con miras a combinar diferentes ventajas organizativas, pero no de acuerdo con un pragmatismo de alianzas laxas sino mediante el eje de una imagen de un mundo mejor. Y estas organizaciones y masas habrán de identificar y asegurar nuevos puntos de ventaja en los circuitos del capitalismo y sus lugares de trabajo cada día más yermos. Frente al capitalismo globalizado que siempre está en movimiento, la oposición debe adelantarse a las transformaciones del mañana con una política dúctil de anticipación.