CONCLUSIÓN

Vives los resultados sorpresa de planes pasados.

JENNY HOLZER

Entonces, ¿dónde nos encontramos? Hoy en día, arruinado por sus tendencias hacia la política folk, el último ciclo de luchas se ha agotado y la indignación de masas se combina por doquier con la impotencia de masas. Hemos sostenido que la vía más prometedora para seguir hacia delante reside en reclamar la modernidad y atacar el sentido común neoliberal que condiciona todo, desde las discusiones de política más recónditas hasta los estados emocionales más alegres. Este proyecto contrahegemónico sólo puede lograrse imaginando mundos mejores y yendo más allá de las luchas defensivas. Hemos esbozado un posible proyecto en la forma de una política postrabajo que nos libere para crear nuestra propia vida y comunidades. Para ganar las batallas políticas necesarias para conseguirlo, tendremos que organizar una izquierda populista, en términos generales, construyendo el ecosistema de organizaciones necesario para una política de amplio espectro en varios frentes y sacando ventaja de puntos clave del poder allí donde sea posible.

Empero, el fin de trabajo no sería el fin de la historia. Construir una plataforma para una sociedad postrabajo sería un logro enorme, pero aun así sólo sería el principio,1 de ahí que concebir la política de izquierda como una política de la modernidad sea tan importante: porque requiere que no confundamos una sociedad postrabajo o ninguna otra sociedad con el fin de la historia. El universalismo siempre se anula, pues posee sus propios recursos para una crítica inmanente que insiste y profundiza sobre sus ideales. Ninguna formación social particular basta para satisfacer sus demandas conceptuales y políticas. De igual manera, la libertad sintética nos obliga a rechazar la complacencia respecto del horizonte de posibilidades existente. Si quedáramos satisfechos con el postrabajo, correría­mos el riesgo de dejar intactas las divisiones raciales, de género, coloniales y ecológicas que siguen estructurando nuestro mundo.2 Si bien con suerte un mundo postrabajo desestabilizaría estas asimetrías del poder, los esfuerzos por eliminarlas sin duda tendrían que continuar. Además, tendríamos que seguir buscando un sustituto sistémico de los mercados y hacer frente a la tarea de construir nuevas instituciones políticas. Aún no sabríamos lo que un cuerpo sociotécnico puede hacer y todavía tendríamos que liberar el desarrollo tecnológico y desatar nuevas libertades. Trascender nuestra dependencia del trabajo remunerado es importante, pero aún quedarían las enormes tareas de derribar otras restricciones políticas, económicas, sociales, físicas y biológicas. El proyecto hacia un mundo postrabajo es necesario, pero insuficiente.

Sin embargo, una plataforma postrabajo sí nos proporciona un nuevo equilibrio hacia el cual apuntar y, así, completar el cambio de una socialdemocracia al neoliberalismo y a una nueva hegemonía postrabajo. Creemos que esta plataforma concentra las tareas del presente y ofrece un punto estable desde el cual buscar otras ganancias emancipatorias. Como ocurre con cualquier estructura de este tipo, sus creadores no pueden predecir del todo cómo será utilizada. Si bien una plataforma incluye ciertas restricciones y oportunidades, éstas no determinan de manera exhaustiva las formas de vida que aquélla hará posibles. Antes que pretender cerrarlo, una plataforma deja el futuro abierto.3 Cuando está ideada correctamente, su éxito reside justo en permitir que la gente siga construyendo sobre ella. Con una plataforma postrabajo, es posible que la gente empiece a participar más en los procesos políticos o que se retire a mundos individualizados conformados por espectáculos mediáticos. Sin embargo, debido al cambio en la ética laboral que se requiere para una sociedad postrabajo, hay razones para tener esperanzas. Un proyecto semejante demanda una transformación subjetiva en el proceso: potencia las condiciones para una transformación más amplia de los individuos egoístas formados por el capitalismo a formas comunales y creativas de expresión social liberadas por el fin del trabajo. La humanidad se ha visto moldeada por impulsos capitalistas durante demasiado tiempo y un mundo postrabajo augura un futuro en el que estas restricciones se hayan relajado de manera significativa. Ello no quiere decir que una sociedad postrabajo vaya a ser sólo un terreno de juego. Antes bien, en tal sociedad, el trabajo que ­quede por hacer ya no será impuesto por fuerzas externas por un empleador o por los imperativos de la supervivencia. Nuestros propios deseos serán los que impulsen el trabajo, no las demandas de fuera.4 Contra la austeridad de las fuerzas conservadoras y la vida austera que prometen los antimodernistas, la demanda de un mundo postrabajo se deleita en la liberación del deseo, la abundancia y la libertad.

Un futuro similar es sin duda riesgoso, pero cualquier proyecto para construir un mundo mejor lo es. Nada garantiza que las cosas vayan a salir como se esperaba: un mundo postrabajo podría generar una dinámica inmanente hacia la rápida disolución del capitalismo o las fuerzas reaccionarias podrían cooptar los deseos liberados bajo un nuevo sistema de control. Las preo­cupaciones sobre los riesgos de la acción política han llevado a parte de la izquierda contemporánea a una situación en que desea novedades, pero sin riesgos. Las demandas genéricas de experimentar, crear y prefigurar son comunes, pero las propuestas concretas a menudo enfrentan una ola de críticas que describen todas las cosas que podrían salir mal. A la luz de esta tendencia dual hacia la novedad, pero contra los riesgos inhe­rentes a la transformación social, el atractivo de las ideas políticas que celebran los «acontecimientos» espontáneos cobra claridad. El acontecimiento (como ruptura revolucionaria) se convierte en expresión del deseo de novedad sin responsabilidad. El acontecimiento mesiánico promete destrozar nuestro mundo estancado y conducirnos a una nueva etapa de la historia, convenientemente libre del difícil trabajo que es la política. La dura tarea que tenemos es construir mundos nuevos, reconociendo que éstos generarán problemas nuevos. Las mejores utopías siempre se hallan atravesadas por el desacuerdo.

Este imperativo va en contra del tipo de principio cautelar que busca eliminar la contingencia y el riesgo que tomar decisiones implica. En lecturas extremas, el principio cautelar busca convertir la incertidumbre epistémica en una custodia del statu quo, alejando gradualmente a quienes buscan construir un futuro mejor mediante el imperativo de «investigar más». También podríamos considerar aquí que el principio cautelar contiene una laguna casi inherente: pasa por alto los riesgos de su propia aplicación. El querer permanecer siempre del lado de la cautela y, por ende, eliminar los riesgos, conlleva una ceguera ante los peligros de la inacción y la omisión.5 Si bien los riesgos deben minimizarse en grado razonable, de una apreciación más completa de las tribulaciones de la contingencia se deriva el hecho de que no por tomar la vía de la precaución suele irnos mejor. El principio cautelar está diseñado para bloquear el futuro y eliminar la contingencia, cuando en realidad la contingencia de las aventuras de alto riesgo es precisamente lo que conduce a un futuro más abierto; en palabras de la artista conceptual Jenny Holzer: «Vives los resultados sorpresa de planes pasados». Construir el futuro significa aceptar el riesgo de consecuencias inintencionadas y soluciones imperfectas. Siempre podremos estar atrapados, pero al menos podemos escapar hacia mejores trampas.6

DESPUÉS DEL CAPITALISMO

El proyecto postrabajo y, de manera más amplia, el proyecto del poscapitalismo son determinaciones progresivas del compromiso con la emancipación universal. En la práctica, estos proyectos conllevan «una disolución controlada de las fuerzas del mercado […] y una desvinculación entre el trabajo y el ingreso».7 Sin embargo, la trayectoria última de la emancipación universal conduce hacia la superación de las restricciones físicas, biológicas, políticas y económicas. Llevada a sus límites, esta ambición de anular las restricciones conduce inexorablemente hacia fronteras espléndidas y especulativas. Para los primeros cosmistas rusos, incluso la muerte y la gravedad eran obstáculos que el ingenio del futuro debía superar.8 En estas especulaciones posplanetarias, vemos el proyecto de la emancipación humana transformado en un proyecto constante que se abre camino por dos vías de desarrollo entrelazadas: la tecnológica y la humana.

El desarrollo tecnológico sigue un camino recombinante, pues reúne ideas que ya existen, tecnologías y componentes tecnológicos en nuevas combinaciones. Une objetos simples para crear sistemas tecnológicos cada vez más complejos y cada pieza de tecnología recién desarrollada constituye la base para tecnologías más avanzadas. Con esta expansión, las posibilidades combinatorias no tardan en proliferar.9 Parecería que la competencia capitalista ha sido un importante eje impulsor de este avance tecnológico. Una narrativa popular ve la competencia intercapitalista como impulsora de los cambios tecnológicos en el proceso de producción, mientras que el capitalismo del consumidor demanda un conjunto de productos cada vez más diferenciados. Al mismo tiempo, empero, el capitalismo ha puesto obstáculos sustanciales en el camino del desarrollo tecnológico. Aunque la bien cuidada imagen del capitalismo comprende la toma de riesgos dinámica y la innovación tecnológica, esta imagen en realidad oculta las verdaderas fuentes del dinamismo en la economía. Avances como los ferrocarriles, internet, las computadoras, los vuelos supersónicos, los viajes espaciales, los satélites, los medicamentos, el software de reconocimiento de voz, la nanotecnología, las pantallas interactivas y la energía limpia han sido alimentados y guiados por Estados, no por empresas. Durante la época de oro de la investigación y el desarrollo tras la posguerra, dos terceras partes de la financiación para estas actividades provinieron del sector público,10 pero en las últimas décadas la inversión corporativa en tecnologías de alto riesgo ha disminuido de manera drástica.11 Y, con los recortes neoliberales a los gastos del Estado, no resulta sorprendente que el cambio tecnológico vaya en disminución desde los años setenta.12 En otras palabras, han sido las inversiones colectivas, y no las privadas, las principales impulsoras del desarrollo tecnológico.13 Las invenciones de alto riesgo y las nuevas tecnologías son demasiado riesgosas para que los capitalistas privados inviertan en ellas: figuras como Steve Jobs y Elon Musk ocultan astutamente su dependencia parasitaria de avances dirigidos por el Estado.14 De igual forma, los proyectos multimillonarios a gran escala son impulsados, en última instancia, por objetivos no económicos que exceden cualquier análisis de costo-beneficio. En realidad, tan ambiciosos proyectos a gran escala se ven obstaculizados por restricciones basadas en el mercado, pues un análisis sobrio de su viabilidad en términos capitalistas revela que son profundamente decepcionantes.15 Además, algunos beneficios sociales (como los que ofrecería una vacuna contra el Ébola, por ejemplo) se dejan sin explorar por su reducido potencial en cuanto a ganancias, mientras que en algunas áreas (como la energía solar y los automóviles eléctricos) puede verse a los capitalistas impidiendo de manera muy activa el progreso, cabildeando para eliminar los subsidios estatales a la energía verde e implementando leyes que obstruyen un mayor desarrollo. Toda la industria farmacéutica ofrece un ejemplo especialmente devastador en torno a los efectos de la monopolización de la propiedad intelectual, mientras que la industria de la tecnología está cada vez más plagada de troles de patentes. Así, el capitalismo atribuye el desarrollo tecnológico a fuen­tes equivocadas, pone a la creatividad en la camisa de fuerza de la acumulación capitalista, limita la imaginación social dentro de los parámetros de los análisis costo-beneficio y ataca las innovaciones que perjudican las ganancias. Para desencadenar el avance tecnológico, debemos ir más allá del capitalismo y liberar a la creatividad de sus restricciones actuales.16 Esto comenzaría a liberar a las tecnologías de su actual ámbito de control y explotación y a guiarlas hacia la expansión cuantitativa y cualitativa de la libertad sintética. Ello permitiría desatar las ambiciones utópicas de los grandes proyectos, evocando así los sueños clásicos de invención y descubrimiento. Los sueños de vuelos espaciales, descarbonización de la economía, automatización del trabajo rutinario, extensión de la vida humana, etcétera, son todos proyectos tecnológicos importantes que se ven entorpecidos de varias maneras por el capitalismo. Una vez liberado de sus cadenas capitalistas, el proceso de inicio expansionista de la tecnología puede potenciar libertades tanto positivas como negativas. Puede conformar la base de una economía totalmente poscapitalista, permitiendo un desplazamiento lejos de la escasez, el trabajo y la explotación y hacia el desarrollo pleno de la humanidad.17

El futuro de los seres humanos está, por ende, entrelazado con esta imagen de transformación tecnológica liberada. La senda hacia una sociedad poscapitalista requiere un cambio lejos de la proletarización de la humanidad y hacia un sujeto transformado y renovadamente mutable. Este sujeto no puede determinarse por anticipado, sólo puede elaborarse con el despliegue de ramificaciones prácticas y conceptuales. No existe una «verdadera» esencia humana que pudiera descubrirse más allá de nuestras involucraciones en las redes tecnológicas, naturales y sociales.18 La idea de que una sociedad postrabajo sólo inculcaría un mayor consumo sin sentido ignora la capacidad humana para la novedad y la creatividad y evoca un pesimismo basado en la actual subjetividad capitalista.19 De igual manera, el desarrollo de nuevas necesidades debe distinguirse de su mer­cantilización. Mientras la segunda encierra los nuevos deseos en un marco de búsqueda de ganancias que limita la prosperidad humana, el primero denota una forma real de progreso. La «extensión y diferenciación de la totalidad de las necesidades» ha de aclamarse por sobre cualquier sueño de la política folk de regresar a un «estado natural primitivo de esas necesidades». La complejización de las necesidades se desfigura en la sociedad de consumo capitalista, claro está, pero al quedar aquéllas libres de esta mutación, «su objetivo será necesariamente el desarrollo de una “individualidad rica” para toda la humanidad».20

El sujeto poscapitalista no revelaría, por ende, un ser autén­tico oculto por las relaciones sociales capitalistas, sino antes bien descubriría el espacio para crear nuevos modos de ser. Como apunta Marx: «Toda la historia no es otra cosa que una transformación continua de la naturaleza humana» y el futuro de la humanidad no puede determinarse de manera abstracta por anticipado: es, en primer lugar, una cuestión práctica que debe llevarse a cabo a su tiempo. Sin embargo, podrían contemplarse algunas nociones generales. Para Marx, el principio primario del poscapitalismo fue el «desarrollo de los poderes humanos que son un fin en sí mismos».21 A decir verdad, el objetivo fundamental de su proyecto era la emancipación universal. Las distintas ideas que han propuesto los marxistas en este sentido socializar la producción, terminar con la forma de valor, eliminar el trabajo remunerado son simplemente medios para alcanzar este fin. La pregunta inmediata es la siguiente: ¿qué implica este objetivo? La construcción sintética de la libertad es el medio por el cual han de desarrollarse los poderes humanos. Esta libertad encuentra muchos modos de expresión distintos, incluidos los económicos y los políticos,22 experimentos con la sexualidad y las estructuras reproductivas,23 y la creación de nuevos deseos, capacidades estéticas expandidas,24 nuevas formas de pensar y razonar, y, en última instancia, modos completamente nuevos de ser humano.25 La expansión de los deseos, las necesidades, los estilos de vida, de las comunidades, las formas de ser, las capacidades, todo ello se halla evocado en el proyecto de emancipación universal. Es un proyecto para abrir el futuro, para emprender una labor que profundice sobre lo que puede significar ser humano, para generar un proyecto utópico para nuevos deseos y para alinear un proyecto político con la trayectoria de un infinito vector universalizador. El capitalismo, a pesar de su apariencia de liberación y universalidad, ha refrenado estas fuerzas en un interminable ciclo de acumulación, osificando los verdaderos potenciales de la humanidad y limitando el desarrollo tecnológico a una serie de innovaciones marginales banales. Vamos más rápido, como el capitalismo lo exige; sin embargo, no vamos hacia ningún lado. En su lugar, debemos construir un mundo en el que podamos acelerar para salir de nuestra inmovilidad.

ANTES DEL FUTURO

La tesis de este libro ha sido que la izquierda no puede ni permanecer en el presente ni regresar al pasado. Para crear un nuevo y mejor futuro, debemos comenzar a dar los pasos necesarios para construir un nuevo tipo de hegemonía. Esto va a contracorriente de buena parte de nuestro sentido común político actual. Las tendencias hacia la política folk que enfatiza lo local y lo auténtico, lo temporal y lo espontáneo, lo autónomo y lo particular son explicables en tanto reacciones en contra de una historia reciente de derrotas, de victorias parciales y ambivalentes y de una creciente complejidad global. Sin embargo, siguen siendo radicalmente insuficientes para conseguir victorias más amplias contra un capitalismo planetario. Antes que buscar alivio temporal y local en los distintos búnkeres de la política folk, debemos ir más allá de estos límites. De cara a ideas de resistencia, retirada, salida o pureza, la tarea de la izquierda actual es echar mano de una política de escala y expansión, junto con todos los riesgos que tal proyecto conlleva. Hacer esto requiere que rescatemos el legado de la modernidad y reconsideremos qué partes de la matriz pos-Ilustración pueden rescatarse y cuáles deben descartarse, pues sólo una nueva forma de acción universal será capaz de sustituir al capitalismo neoliberal.

Sin una tabula rasa ni acontecimientos milagrosos, es dentro de las tendencias y posibilidades de nuestro mundo actual donde debemos ubicar los recursos que nos servirán de base para construir una nueva hegemonía. Si bien este libro se ha concentrado en la automatización plena y el fin del trabajo, existe una amplia paleta de opciones políticas para la izquierda contemporánea. De manera más inmediata, esto implicaría repensar las demandas de izquierda clásicas a la luz de las tecnologías más avanzadas. Implicaría construir sobre el territorio pos-Estado nación del stack, esa infraestructura global que posibilita nuestro mun­do digital de hoy.26 Un nuevo tipo de producción ya puede vislumbrarse en la vanguardia de la tecnología contemporánea. La manufactura aditiva y la automatización del trabajo presagian la posibilidad de una producción basada en la flexibilidad, la descentralización y la posescasez para algunos bienes. La rápida automatización de la logística presenta la posibilidad utópica de crear un sistema globalmente interconectado en el que las partes y los bienes puedan enviarse de manera rápida y eficiente sin trabajo humano. Las criptodivisas y su tecnología blockchain podrían introducir un nuevo tipo de dinero para los bienes libres, separado de las formas capitalistas.27

La dirección democrática de la economía también se ve acelerada por las tecnologías emergentes. Oscar Wilde alguna vez dijo que el problema con el socialismo era que te robaba demasiadas tardes. Hacer crecer la democracia económica requeriría que dedicáramos una cantidad abrumadora de tiempo a discutir y decidir sobre las minucias de la vida cotidiana.28 El uso de la tecnología informática resulta esencial para evitar este problema, tanto porque simplifica la toma de decisiones como porque automatiza las decisiones consideradas colectivamente como irrelevantes. Por ejemplo, en lugar de deliberar sobre cada aspec­to de la economía, las decisiones podrían limitarse a ciertos parámetros clave (aporte energético, producción de carbón, grado de desigualdad, inversión en investigación, etcétera).29 Los medios sociales apartados de su impulso hacia la monetización y su tendencia al narcisismo también podrían fomentar la democracia económica generando un nuevo público. De una plataforma de medios sociales poscapitalista podrían surgir nuevos modos de deliberación y participación. Y el eterno problema enfrentado por las economías poscapitalistas cómo distribuir los bienes de manera eficiente ante la ausencia de precios del mercado también puede superarse mediante la informática. Entre los primeros intentos soviéticos de planificación económica y la actualidad, el poder de las computadoras ha crecido exponencialmente: ahora es cien billones de veces mayor.30 El cálculo de cómo distribuir nuestros principales recursos productivos es cada vez más viable. De igual modo, la recopilación de datos sobre recursos y preferencias mediante el uso extendido de computadoras significa que los datos brutos para dirigir una economía están más fácilmente disponibles que nunca antes. Y todo esto podría movilizarse hacia la implementación del Plan Lucas a escalas nacionales y globales, reorientando nuestras economías hacia la producción consciente de bienes socialmente útiles, como la energía renovable, las medicinas baratas y la expansión de nuestras libertades sintéticas.

Así es como se ve una izquierda del siglo XXI. Cualquier movimiento que desee conservar su relevancia y su peso político debe lidiar con estos avances y potenciales en nuestro mundo tecnológico. Debemos expandir nuestra imaginación colectiva más allá de lo que permite el capitalismo. Antes que conformarse con mejoras marginales en la vida de las baterías y la potencia de las computadoras, la izquierda debería movilizar sueños de descarbonizar la economía, de viajes al espacio y economías robotizadas todos ellos piedras de toque tradicionales de la ciencia ficción, con el fin de prepararse para una época más allá del capitalismo. El neoliberalismo, por muy seguro que parezca hoy en día, no contiene ninguna garantía de sobrevivir en el futuro. Como todos los sistemas sociales que hemos conocido, no durará para siempre. Nuestra tarea hoy en día es inventar lo que está por venir.