En el concepto de trabajador libre ya está implícito
que él mismo es pauper [pobre]: pauper virtual.
KARL MARX
Hasta ahora hemos argumentado que la izquierda contemporánea se inclina por una política folk que no es capaz de emprender un viraje en contra del capitalismo global. En su lugar, la izquierda debería reclamar la herencia disputada de la modernidad y proponer visiones para un nuevo futuro. Sin embargo, es imperativo que su visión de un nuevo futuro esté basada en tendencias que en realidad existan. Este capítulo presenta un análisis coyuntural del capitalismo contemporáneo, visto a través del lente del trabajo. Sobre este análisis, el siguiente capítulo argumentará a favor de la conveniencia de un futuro sin trabajo. ¿Qué significa llamar al fin del trabajo? Con «trabajo» nos referimos a nuestros empleos o trabajos remunerados: el tiempo y el esfuerzo que le vendemos a alguien a cambio de un sueldo. Se trata de un tiempo que no está bajo nuestro control sino bajo el control de nuestros jefes, administradores y empleadores. Toda una tercera parte de nuestra vida adulta la pasamos sometidos a ellos. El trabajo puede enmarcarse en contraste con el «esparcimiento», típicamente asociado con los fines de semana y las vacaciones. No obstante, el esparcimiento no debe confundirse con la holgazanería, pues muchas de las cosas de las que disfrutamos exigen muchísimo esfuerzo. Aunque las hagamos por elección propia, aprender a tocar un instrumento musical, leer literatura, socializar con amigos o practicar un deporte son actividades que implican diversos grados de esfuerzo, de ahí que un mundo postrabajo no sea un mundo de holgazanería: antes bien, es un mundo en el que la gente ya no está atada a su empleo sino que es libre de crear su propia vida. Este proyecto se deriva de una larga línea de pensadores —tanto marxistas como keynesianos, feministas, nacionalistas negros y anarquistas— que han rechazado la centralidad del trabajo.1 Cada uno a su manera, esos pensadores han buscado liberar a la humanidad de la monotonía del trabajo, la dependencia del trabajo remunerado y la sumisión de nuestra vida a un jefe. Han luchado por abrir el «reino de la libertad» a partir del cual la humanidad podrá continuar con su proyecto de emancipación.2
Si bien los objetivos generales de este proyecto tienen una larga serie de precedentes, los avances más recientes del capitalismo renuevan la urgencia de estos temas. La rápida automatización, las poblaciones excedentes en crecimiento y la imposición continuada de la austeridad aumentan la necesidad de repensar el trabajo y prepararse para las nuevas crisis del capitalismo. Así como la Sociedad Mont Pelerin auguró la crisis del keynesianismo y preparó un conjunto integral de respuestas, la izquierda debería prepararse para la siguiente crisis del trabajo y las poblaciones excedentes. Si bien los efectos de la crisis de 2008 siguen repercutiendo en todo el mundo, es demasiado tarde para aprovechar ese momento; por todos los lados podemos ver que el capital se ha recuperado y consolidado de forma renovada y refinada. Ahora la izquierda debe prepararse para la próxima oportunidad.3
Este capítulo explica por qué un mundo postrabajo es una opción cada vez más apremiante. La primera sección esboza la incipiente crisis del trabajo: la desestabilización de los empleos estables en los países desarrollados, el aumento del desempleo y las poblaciones excedentes y el colapso del «trabajo» como medida disciplinaria que mantiene unida a la sociedad. Después, abordamos los distintos síntomas de esta crisis tal como se manifiesta no sólo en las cifras de desempleo sino también en la creciente precariedad, las recuperaciones sin empleo, la proliferación de los barrios pobres y la expansión de la marginalidad urbana. Por todos los lados podemos ver los efectos de este cambio aflorando en nuevos conflictos y problemas sociales. Por último, examinamos las distintas formas en que el Estado ha lidiado con la tendencia capitalista a producir poblaciones excedentes. Hoy en día, la crisis del trabajo amenaza con sobrepasar estas herramientas tradicionales de control, con lo cual se sientan las condiciones sociales para la transición hacia un mundo postrabajo.
LOS PAUPER VIRTUALES
Si bien el trabajo es común a todas las sociedades, en el capitalismo adopta cualidades históricamente únicas. En las sociedades precapitalistas, el trabajo era necesario, pero la gente tenía un acceso compartido a la tierra, a la agricultura de subsistencia y a los medios necesarios de supervivencia. Los campesinos eran pobres pero autosuficientes y la supervivencia no dependía de que se trabajara para alguien más. El capitalismo cambió todo. Mediante el proceso conocido como «acumulación primitiva», los trabajadores precapitalistas se vieron desarraigados de sus tierras y despojados de sus medios de subsistencia.4 Los campesinos lucharon contra esta situación y continuaron sobreviviendo en los márgenes del incipiente mundo capitalista,5 que, con el tiempo, cobró una fuerza violenta y adoptó nuevos y severos sistemas legales para imponer el trabajo remunerado a la población. En otras palabras, debía convertirse a los campesinos en proletarios. Esta nueva figura del proletariado se definió por su falta de acceso a los medios de producción o subsistencia y por su necesidad del trabajo remunerado para sobrevivir.6 Esto significa que el «proletariado» no es sólo la «clase trabajadora» ni se define por sus ingresos, profesión o cultura. Antes bien, el proletariado es simplemente aquel grupo de personas que deben vender su mano de obra para vivir, estén empleadas o no.7 Y la historia del capitalismo es la historia de cómo la población del mundo se fue desplazando hacia la existencia proletaria mediante el creciente despojo del campesinado. Con la reciente integración de los países poscomunistas y el ascenso de China y la India, el proletariado global se ha duplicado, lo cual significa que ahora mil quinientos millones más de personas dependen del trabajo remunerado para sobrevivir.8 Sin embargo, con el surgimiento del proletariado, también apareció una nueva forma de desempleo. A decir verdad, el desempleo tal como lo entendemos hoy en día fue un invento del capitalismo.9 Arrancada de sus medios de subsistencia, por primera vez en la historia surge una nueva «población excedente» que no puede encontrar trabajo remunerado.10 Si bien el capitalismo explota a la clase trabajadora empleada, como señaló en alguna ocasión Joan Robinson, «sólo hay una cosa peor que no ser explotados por capitalistas y es no ser explotados en absoluto».11
En general, el tamaño de este excedente se expande y se contrae con los ciclos económicos. Si todas las constantes se mantienen iguales, a medida que las economías crecen los trabajadores salen del excedente hacia el trabajo remunerado, la tasa de desempleo disminuye y el mercado laboral se estrecha. No obstante, en cierto punto, la demanda económica se estanca, los salarios comienzan a perjudicar los rendimientos o los trabajadores se vuelven demasiado audaces, políticamente hablando. Por razones de rentabilidad o inflación12 o simplemente para recuperar el poder político sobre la clase trabajadora, los trabajadores son despedidos.13 En consecuencia, el excedente aumenta y se pone en reserva para el siguiente ciclo de crecimiento. Sin embargo, estos mecanismos cíclicos sólo explican en parte la situación actual, sobre todo dado que las presiones salariales se han estancado por décadas, la inflación ha permanecido estable y el movimiento laboral se ha visto devastado. El relato cíclico basado en la demanda económica sin duda da cuenta de la gravedad de la crisis de 2008, pero no explica los cambios de más largo plazo en el mercado laboral, como el aumento de la precariedad, el surgimiento de las recuperaciones sin empleo y el crecimiento de los mercados laborales no capitalistas. En consecuencia, para entender bien la coyuntura actual deben considerarse otras tendencias. Se trata de los mecanismos que producen una tendencia secular al crecimiento constante de la población excedente, independientemente de los patrones cíclicos de altibajos.14 Estos mecanismos constituyen la mayor amenaza a la reproducción de las relaciones sociales capitalistas.
En la actualidad, la producción de poblaciones excedentes mediante el cambio tecnológico está hipnotizando cada vez más la imaginación de los medios. Si bien esta atención se ha centrado en el temor de un apocalipsis laboral inminente a manos de vastos ejércitos de robots,15 el desarrollo tecnológico también puede volver los viejos procesos más productivos sin la automatización (como ocurre con los avances en la agricultura). De cualquier forma, las mejoras en la productividad significan que el capitalismo necesita de menos mano de obra para producir el mismo resultado. Con todo, la automatización parece la amenaza más inminente y los cálculos sugieren que entre el 47 y el 80 por ciento de los empleos actuales podrían ser automatizables en las próximas dos décadas.16 Empero, los cálculos basados sólo en los avances de la tecnología no bastan para predecir el creciente desempleo. Después de todo, a pesar del crecimiento constante de la productividad, el empleo ha permanecido relativamente estable a lo largo de la historia del capitalismo. Con algunos retrasos dolorosos, se han creado nuevos empleos para sustituir los que se habían perdido. Pero el optimismo basado en las experiencias pasadas omite la base política y contingente de este registro histórico: las políticas gubernamentales, los movimientos laborales, la división de la fuerza laboral por género y las reducciones simultáneas en la semana laboral han tenido un papel importante para mantener el empleo en el pasado. Por ello, se necesitan algunas puntualizaciones adicionales para entender con qué condiciones el cambio tecnológico conducirá a un mayor desempleo. De acuerdo con la primera puntualización, dado que una mayor productividad reduce los precios de producción, el desempleo sólo aumenta cuando la demanda no crece lo suficiente en respuesta a los precios reducidos.17 Si los precios reducidos generan más ventas, la compañía podría expandirse, en lugar de despedir a los trabajadores. Un argumento similar indica que el desarrollo tecnológico suele generar nuevas industrias, lo cual podría generar nuevos empleos.18 Desde la introducción de la computadora personal, por ejemplo, han surgido más de mil quinientos nuevos tipos de empleos.19 En cualquiera de estos casos, los consumidores compran más bienes (porque son nuevos o más baratos) y otros conservan sus empleos. La misma lógica se aplica en los servicios. La introducción de los cajeros automáticos, por ejemplo, llevó a que se emplearan menos cajeros en cada sucursal, pero los bancos respondieron a los menores costos abriendo más sucursales y expandiendo su participación en el mercado.20 El resultado fue que la cantidad de cajeros permaneció estable (aunque esto podría estar cambiando a medida que los bancos empiezan a ofrecer sus servicios online).21 En todos estos casos, la lógica es que incluso si la tecnología elimina algunos empleos, la demanda aumenta lo suficiente para crear otros nuevos. En una segunda situación, el cambio tecnológico alcanza tal velocidad que una porción cada vez mayor de la población pierde la capacidad de mantenerse lo bastante actualizada.22 En este caso, aun cuando pudiera crearse una mayor demanda, simplemente no habría suficientes trabajadores capaces de tomar esos trabajos: entonces, el suministro de mano de obra se tambalea.23 La velocidad de la difusión y el cambio tecnológico podría convertir a segmentos enteros de la población en excedentes obsoletos. En una tercera situación, las tecnologías que ahorran trabajo pueden ser de uso tan general que se difunden por toda la economía, con lo cual disminuye la demanda general de mano de obra.24 En esta circunstancia, aun si se crearan nuevas industrias, se necesitaría cada vez menos mano de obra porque esas tecnologías tienen un amplio rango de aplicabilidad.25 Si se da cualquiera de las condiciones anteriores, el cambio tecnológico podría conducir a un mayor desempleo. Como veremos, hay buenas razones para creer que varias de esas condiciones están dándose. Sin embargo, si bien en la actualidad el desempleo tecnológico es la razón más importante del incremento en las poblaciones excedentes, no es la única.
Otro mecanismo que cambia activamente el tamaño del excedente es uno que ya mencionamos: la acumulación primitiva.26 Ésta no es sólo una historia fundacional del capitalismo sino también un proceso continuado que implica la trans-formación de las economías de subsistencia precapitalistas en economías capitalistas. Por distintos medios, un campesinado pobre pero autosuficiente se ve forzado a dejar sus tierras y a depender del trabajo remunerado para sobrevivir. Como hemos visto, con la globalización, este proceso se aceleró e hizo que el proletariado se duplicara. El suministro de mano de obra rural con que China puede contar está mermando, pero la integración de África y el sur de Asia significa que el suministro mundial de mano de obra sigue aumentando a pasos agigantados.27 El resultado es una nueva fuerza de trabajo vasta y global que depende de la creación de una cantidad igualmente vasta de nuevos empleos. Por tanto, independientemente de cualquier cambio tecnológico en la producción capitalista, la población excedente ha aumentado debido a este nuevo suministro de mano de obra. Además, un tercer mecanismo implica la exclusión activa de una población particular del trabajo remunerado capitalista. Tanto en el pasado como en el presente, esto ha involucrado de manera predominante la exclusión de mujeres y minorías raciales del mercado laboral.28 Si bien los problemas de esclavitud, racismo y sexismo no pueden reducirse a imperativos capitalistas —de hecho, tienen lógicas de dominación separadas—, estos fenómenos también han servido de manera indirecta a los objetivos capitalistas.29 El trabajo forzado en forma de esclavitud está bien documentado como elemento clave en los orígenes del capitalismo (y aún continúa hoy en día)30 y el trabajo no remunerado de muchas mujeres y poblaciones racializadas de prisioneros continúa funcionando como una fuente de hiperexplotación.31 En un nivel más modesto, el desempleo sigue distribuido de manera desigual por distinciones de raza, género y geografía (véase la devastación de las ciudades posindustriales, por ejemplo). Algunos grupos tienen mayores probabilidades de ser los últimos contratados durante un periodo de auge y los primeros en ser despedidos durante una recesión.32 Así, las vulnerabilidades que enfrentan las poblaciones excedentes están diferenciadas por sexo y raza; una lógica económica de explotación y expulsión se cruza con otras lógicas de opresión. Sin embargo, en todos estos casos, las poblaciones excedentes se concentran dentro de un grupo particular como resultado de estructuras políticas, legales y sociales. En otras palabras, ni el cambio tecnológico ni la acumulación primitiva son responsables de sus dificultades para encontrar trabajo remunerado. No obstante, estos mecanismos a menudo se entrecruzan: hay gente con mayores probabilidades de verse afectada por el cambio tecnológico33 y la incorporación de nuevas poblaciones excedentes suele involucrar una codificación racial.34 De incontables maneras, estos mecanismos —el cambio tecnológico, la acumulación primitiva y la exclusión activa— acrecientan la proporción del proletariado que queda fuera de la fuerza de trabajo formal.
Entonces, ¿cómo está compuesta la población excedente hoy en día? A grandes rasgos, podemos dividirla en cuatro estratos distintos: el segmento capitalista, el segmento no capitalista, el segmento latente y el segmento inactivo.35 Todos estamos familiarizados con el primer segmento: los desempleados o subempleados, situados dentro del mercado laboral capitalista normal. Este grupo tiene acceso al menos a un mínimo de prestaciones del Estado, está buscando un empleo (o uno adicional) y, por tanto, ejerce presión sobre los salarios de quienes están empleados. Con todo, en buena parte del mundo, estar «desempleado» es un lujo relativo.36 Ante la ausencia de redes de seguridad sociales, la mayoría de la población debe trabajar constantemente para sobrevivir, por lo que se ve obligada a crear nuevas economías de subsistencia de manera paralela al capitalismo.37 Éste es el segmento no capitalista de la población excedente, lleno de gente que se ha visto despojada de sus medios de subsistencia38 y que tiene pocas redes de seguridad sociales (ya sea comunitarias o estatales) que le permitan seguir sin trabajo por mucho tiempo. Estas economías de subsistencia producen bienes para el mercado —baratijas, por ejemplo—, pero están organizadas como formas no capitalistas de producción en tanto no buscan acumular.39 Estos tipos de economías dominan cada vez más el mercado laboral de los países en desarrollo y comprenden entre el 30 y el 80 por ciento de la población trabajadora en esos países.40 Un tercer grupo latente existe sobre todo en las formaciones económicas precapitalistas que pueden movilizarse fácilmente hacia el mercado laboral capitalista. Este grupo incluye la reserva de protoproletarios (incluidos los campesinos), aunque también a los trabajadores domésticos no remunerados, así como a aquellos profesionales remunerados que están en riesgo de regresar al proletariado, a menudo debido a la descualificación (por ejemplo, profesionales médicos, abogados y académicos).41 La importancia de este grupo radica en que conforma una reserva adicional de trabajo para el capitalismo cuando los mercados laborales se estrechan.42 Por último, aunada a los demás estratos, una vasta cantidad de personas se considera económicamente inactiva (incluidos los desalentados, los discapacitados y los estudiantes).43 En general, determinar con los datos existentes la naturaleza y el tamaño preciso de la población excedente global es difícil, además de que está sujeta a fluctuaciones a medida que los individuos entran y salen de las distintas categorías; no obstante, varias medidas convergen para sugerir que esta población supera significativamente en número a la clase trabajadora activa.44
Ésta es la crisis del trabajo que el capitalismo enfrentará en los años y décadas por venir: una falta de empleos formales o decentes para la creciente población proletaria. Hace una generación, la identificación de las poblaciones excedentes en tanto problema era una idea que solía ridiculizarse. Durante la «época de oro» del capitalismo, la idea de que el capitalismo producía una humanidad excedente contaba con un reducido apoyo material debido a los bajos niveles de desempleo, los empleos estables, los salarios al alza y los estándares de vida cada vez mayores. Sin embargo, mientras buena parte de los pensadores de izquierda miraba hacia los problemas económicos de crecimiento para el capitalismo, una tradición intelectual ignorada enfatizó el problema de la reproducción social de las poblaciones excedentes. No resulta sorprendente que quienes vieron el potencial de esta clase excedente a menudo fueran individuos externos al orden capitalista en funcionamiento.45 Escribiendo desde Argel en los años setenta, Eldridge Cleaver sostuvo, de manera profética, que «cuando los trabajadores quedan permanentemente desempleados, desplazados por la modernización de la producción, regresan a su condición básica [de proletarios]» y que «el verdadero elemento revolucionario de nuestra época es el [proletariado]».46 Desde el centro del capitalismo, Paul Mattick lo llamó «la más importante de todas las contradicciones capitalistas».47 En fechas más recientes, los teóricos de la comunización han hecho contribuciones importantes al análisis de la crisis del trabajo remunerado, y Fredric Jameson sostuvo que El capital «no es un libro de política y ni siquiera es un libro sobre el trabajo: es un libro sobre el desempleo».48 A decir verdad, a menudo se olvida la afirmación de Marx en torno a que la expulsión de las poblaciones excedentes era parte de «la ley general absoluta de la acumulación capitalista».49 Tras la crisis de 2008 y el aletargamiento continuado del mercado laboral, no resulta sorprendente que el tema de las poblaciones excedentes vuelva a aparecer. Con el cambio tecnológico avanzando a pasos agigantados, el ya enorme porcentaje de humanidad excedente parece listo para acrecentarse. La base social misma del capitalismo como sistema económico —la relación entre el proletariado y los empleadores, con el trabajo remunerado como mediador— se está desplomando.
LA DESGRACIA DE NO SER EXPLOTADO
Como hemos visto, el porcentaje de la fuerza de trabajo global que está empleado en el trabajo remunerado formal es muy pequeño y las cifras sólo han disminuido tras la crisis de 2008. Los síntomas más obvios de esta población excedente en aumento se ven reflejados en los cambios a largo plazo en las estadísticas de desempleo. En la época inmediatamente posterior a la posguerra, un desempleo del 1 o 2 por ciento se consideraba un objetivo viable en los países desarrollados: en los años cincuenta y sesenta, el desempleo en el Reino Unido y Estados Unidos rondaba el 2 por ciento, mientras que en Alemania estaba incluso por debajo del 1 por ciento.50 Desde entonces, en cada década se ha experimentado un incremento en los niveles aceptables de desempleo, combinado con disminuciones en el crecimiento del empleo.51 Hoy en día, la Reserva Federal considera que el 5,5 por ciento es el índice de desempleo óptimo a largo plazo —más del doble de los niveles de posguerra—.52 En Estados Unidos, el porcentaje de hombres que no trabajan se ha triplicado desde finales de la década de 1960 y, a pesar de haber comenzado en una tasa mucho más alta, el porcentaje de mujeres también se ha incrementado.53 La proporción de personas empleadas ha descendido vertiginosamente y la población excedente en general ha ido aumentando de manera consistente en décadas recientes.54 En el ámbito global, el índice de desempleo ha seguido aumentando tras la crisis de 2008, en términos tanto absolutos como relativos.55 El índice global de creación de empleos ha permanecido significativamente menor, ha generado en buena parte empleos de media jornada y se pronostica que continúe con esta tendencia aletargada.56 Mientras tanto, los índices de participación de la fuerza laboral han ido descendiendo a nivel global durante décadas y se espera que sigan bajando durante otras tantas.57 Sin embargo, estas estadísticas son sólo la punta del iceberg. La crisis laboral y los efectos de las poblaciones excedentes se ven reflejados no sólo en estas medidas directas sino también en una serie de consecuencias más sutiles e indirectas.
Una de éstas —la creciente precariedad— ha llegado a ejemplificar el mercado laboral neoliberal en las economías en desarrollo.58 En relación con las carreras estables y bien pagadas de las generaciones anteriores, los empleos actuales suelen exigir más horas de trabajo esporádico, salarios bajos y estancados, menor protección laboral e inseguridad generalizada.59 Esta tendencia hacia la precariedad tiene varias causas, pero una de las principales funciones de una población excedente es que permite a los capitalistas presionar más a los pocos que tienen la suerte de tener un trabajo.60 A medida que el excedente va aumentando y el mercado laboral se debilita, más trabajadores compiten por menos trabajos y el poder pasa a los empleadores. La amenaza de trasladar una fábrica, por ejemplo, sólo es posible con una superabundancia de mano de obra global. El resultado es que los empleadores ganan fuerza sobre los trabajadores y la calidad de los empleos disminuye (complementando la cantidad medida por las estadísticas de desempleo). Esto es exactamente lo que hemos visto en las décadas más recientes. En toda Europa, la intensidad del trabajo ha aumentado, en términos tanto de velocidad como de exigencia.61 El cambio a las cadenas de suministro de tipo «justo a tiempo» ha exacerbado las exigencias del trabajo, al tiempo que se van imponiendo nuevas tecnologías de vigilancia a los trabajadores (en algunos casos, incluso se los monitorea fuera de las horas de trabajo).62 Más que en la abierta eliminación de empleos, el declive en la calidad de los empleos también puede verse en el recorte de las horas de trabajo. Esto podemos verlo en la pequeña pero creciente cantidad de empleos de media jornada, flexibles y freelance a lo largo de los últimos treinta años.63 Por ejemplo, los niveles de desempleo relativamente bajos en el Reino Unido tras la crisis de 2008 son en buena medida resultado del mayor número de personas autoempleadas que viven con salarios de pobreza.64 En Estados Unidos, más de seis millones y medio de personas se ven obligadas a trabajar media jornada a pesar de buscar un trabajo de tiempo completo.65 Esta irregularización del trabajo también involucra innovaciones como las tareas de colaboración masiva, las agencias de contratación temporal y los contratos de cero horas, junto con las duras condiciones de trabajo y la falta de beneficios que las acompañan. En el Reino Unido, por ejemplo, se estima que casi el 5 por ciento de la población que trabaja está empleada mediante contratos de cero horas.66 Las poblaciones excedentes también han ejercido una presión descendente en los salarios. Algunos cálculos sugieren que cada 1 por ciento de incremento en la debilidad del mercado laboral se asocia con un 1,6 por ciento de incremento en la desigualdad de ingresos.67 Tanto el estancamiento de los salarios reales como la participación a la baja de los ingresos invertidos en mano de obra están vinculados con un suministro excesivo de esta última,68 y buena parte de los economistas piensa que la automatización y la globalización del proletariado son las razones centrales por las cuales los salarios se han estancado en décadas recientes.69 Todas estas tendencias han continuado también desde la crisis de 2008, con un crecimiento real lento de los salarios en los países del G20 y un absoluto declive en el Reino Unido.70 El lento crecimiento de los salarios hace que la precariedad también se exprese en forma de ansiedad sobre el gran endeudamiento de los consumidores y el poco ahorro personal.71 En Estados Unidos, por ejemplo, el 34 por ciento de los trabajadores de tiempo completo vive al día, y en el Reino Unido el 35 por ciento de la gente no podría vivir de sus ahorros más de un mes.72 Y en su punto más despiadado, la precariedad se ve reflejada en un aumento de la depresión, la ansiedad y los suicidios —un «exceso» que las medidas económicas tradicionales no tienen en cuenta—.73 A decir verdad, el desempleo está asociado con una quinta parte de los suicidios en el ámbito global y esto sólo ha empeorado tras la crisis financiera.74
Además de la precariedad, las poblaciones excedentes y la automatización tecnológica ayudan a comprender un fenómeno reciente del mercado laboral: el surgimiento de las «recuperaciones sin empleo», en las cuales el crecimiento económico regresa después de una crisis, pero el crecimiento del empleo permanece anémico.75 Estas recuperaciones se han convertido en la norma para la economía de Estados Unidos76 y, desde la década de 1990, la tendencia ha sido hacia recuperaciones sin empleo cada vez más largas.77 La actual crisis no es la excepción, pues aún falta por recuperar más de un millón de trabajos de jornada completa y los pronósticos sugieren que el desempleo en Estados Unidos continuará por encima de los niveles anteriores a la crisis hasta 2024.78 Esto también es un fenómeno global: la economía mundial está generando empleos con tal lentitud que el número de puestos permanecerá significativamente por debajo de los anteriores a la crisis por lo menos durante una década.79 Si bien su causa sigue siendo un misterio, las recuperaciones sin empleo parecen estar relacionadas de cerca con la automatización.80 A decir verdad, las únicas ocupaciones que han experimentado recuperaciones sin empleo han sido las que se han visto amenazadas por la automatización en décadas recientes —trabajos semicualificados y rutinarios—.81 Más aún, buena parte de estas pérdidas de trabajo ha ocurrido durante y después de las recesiones.82 En otras palabras, los empleos automatizables desaparecen durante los periodos de crisis y nunca vuelven a aparecer. Si la automatización se acelera en las siguientes décadas, estos problemas tenderán a intensificarse y el capital aprovechará los periodos de crisis para eliminar estos empleos de forma permanente.83 La lenta recuperación de los empleos también se manifiesta como un aumento del desempleo de larga duración, con lo cual grupos enteros de personas se ven cada vez más segregados del mercado laboral normal. Desde la crisis más reciente, la duración media del desempleo se ha duplicado y ha permanecido obstinadamente alta.84 Estos periodos extendidos de desempleo sugieren que el responsable es un problema estructural, es decir, un problema al que los trabajadores desempleados tardan más en adaptarse, como tener que estudiar de nuevo para obtener habilidades completamente nuevas. A los trabajadores despedidos de un área como la venta al por menor les será difícil encontrar de inmediato un trabajo en sectores de crecimiento como la programación. Al mismo tiempo, cuando los desempleados de larga duración por fin encuentran trabajo, es muy probable que queden en los márgenes del mercado laboral, con un salario menor y más trabajo esporádico.85 En otras palabras, las recuperaciones sin empleo exacerban los problemas de la precariedad y segregan cada vez más a una porción de la población que queda subempleada de manera permanente. A fin de cuentas, el desempleo y su amenaza se están volviendo las normas de la fuerza laboral.
En algunas zonas urbanas, el desempleo y la segregación del mercado de trabajo normal caracterizan la existencia cotidiana desde hace mucho. En las banlieues de París, los guetos de Estados Unidos y los crecientes espacios de pobreza suburbana, comunidades enteras se han visto separadas de las tendencias económicas más amplias y se han estancado incluso durante los periodos de crecimiento.86 En la mayoría de los casos, estos espacios segregados también están divididos por líneas raciales, y el descuido deliberado y la exclusión abierta transforman estas comunidades en zonas cada vez más duras de baja cohesión social, vivienda inadecuada y alto desempleo.87 El origen histórico de estos espacios es bien conocido: el racismo, la esclavitud y la exclusión activa derivados de ciertas elecciones de política, la violencia física y la migración blanca.88 Por ejemplo, a principios del siglo XX, en Estados Unidos la mecanización de la agricultura obligó a la población rural negra a migrar y concentrarse en zonas urbanas, pero allí les era difícil encontrar empleo, pues el racismo continuado los excluía de los empleos en la industria textil o manufacturera. (La racialización de la población excedente también permitió que los propietarios manipularan la clase blanca trabajadora, manteniendo los salarios bajos y evitando la sindicalización.)89 Cuando el capitalismo se extendió en el periodo de posguerra, los trabajos del sector manufacturero terminaron abriéndose a la población negra, y para mediados de los años cincuenta los índices de desempleo entre jóvenes blancos y negros eran más o menos similares,90 pero, entonces, la globalización del suministro de mano de obra sembró el caos entre los trabajadores negros no especializados. Dado que los trabajos de manufactura comenzaron a enviarse a otros países o a automatizarse, esos trabajadores se vieron desproporcionadamente afectados por la desindustrialización.91 Los trabajos industriales salieron de los centros urbanos y fueron sustituidos por trabajos en el sector de servicios, a menudo ubicados en zonas suburbanas distantes.92 Los guetos urbanos fueron abandonados a su suerte y se convirtieron en centros de desempleo de larga duración.93 Se volvieron trampas de pobreza, carentes de trabajo, con poco apoyo comunitario y una proliferación de economías clandestinas.94 Comunidades enteras quedaron fuera de la maquinaria del capitalismo y tuvieron que arreglárselas con los medios que pudieran encontrar. La gente que buscaba un ingreso tuvo que recurrir al trabajo informal, los negocios nuevos recurrieron a usureros después de haber sido rechazados por los bancos de propietarios blancos y la desesperación cada vez mayor derivó en actividades abiertamente ilícitas.95
Como reflejo de la concentración del desempleo en los márgenes urbanos, las economías en desarrollo han tenido que enfrentar la expansión y concentración de las poblaciones excedentes en barrios pobres, favelas y villas miseria. En todo el mundo, éstos han crecido a niveles sin precedentes a medida que la fuerza de trabajo urbana se ha ido relegando a las economías informales y marginales.96 Como lo plantea un informe de la ONU, «las ciudades se han convertido en un basurero para una población excedente que encuentra empleos no especializados, sin protección y con salarios bajos en los sectores informales de servicios y comercio».97 La causa principal que subyace a esta expansión de los barrios pobres es la acumulación primitiva. Espoleado primero por el colonialismo y luego por las políticas de ajuste estructural, el campesinado de muchos países en desarrollo ha tenido que dejar sus tierras por la competencia global, la rápida industrialización y el devastador cambio climático. Como ocurrió en la experiencia europea de la industrialización, los trabajadores rurales despojados han migrado a zonas urbanas para encontrar trabajo. Y, también como en Europa, en ocasiones este proceso condujo al nuevo proletariado urbano a las villas miseria y a la indigencia.98 Pero aquí terminan las similitudes, pues en Europa la transición conllevó la creación de suficientes empleos, el surgimiento de una clase trabajadora industrial fuerte y la provisión de vivienda para los migrantes.99 Con las condiciones de desarrollo poscolonial, esta narrativa se ha venido abajo. La reciente industrialización ha ocurrido en el contexto de una fuerza de trabajo amplia y global y no de escasez de mano de obra.100 El resultado ha sido un escaso desarrollo de algo parecido a una clase trabajadora tradicional, perspectivas laborales constantemente pobres y una falta de vivienda adecuada.101 A los nuevos migrantes urbanos se los ha dejado en un estado permanente de transición entre el campesinado y la proletarización y, en ocasiones, en una circulación estacional entre la existencia rural y la pobreza urbana.102 Los barrios pobres y otras formas de vivienda improvisada representan, pues, una expulsión dual de la tierra y de la economía formal.103 Esta humanidad excedente, después de haber sido despojada de sus medios tradicionales de subsistencia y dejada sin empleo, se ha visto obligada a generar sus propias economías de subsistencia no capitalistas. Buena parte del trabajo que lleva a cabo es informal: mal pagado, inseguro, irregular y sin apoyo del Estado. En estas economías, la producción está organizada típicamente de formas no capitalistas, pero permanece orientada hacia la producción de mercancías —para vender bienes en el mercado y no para uso individual—. La mediación del mercado distingue a estas economías de subsistencia poscoloniales de las economías de subsistencia precapitalistas,104 aun cuando ambas funcionan como un medio desesperado de supervivencia.105
Empero, si bien la acumulación primitiva es responsable de los orígenes de esos barrios pobres, la «desindustrialización prematura» es lo que al parecer consolidará su existencia. Mientras los periodos previos de industrialización al menos tenían la ventaja de proveer suficientes empleos fabriles para el nuevo proletariado, la desindustrialización prematura amenaza con eliminar por completo esta vía tradicional. Hoy en día, los avances tecnológicos y económicos permiten que los países se salten prácticamente la fase de industrialización, lo cual significa que las economías en desarrollo se están desindustrializando con índices mucho menores de ingreso per cápita y con una participación mucho menor de los empleos en el sector manufacturero.106 China es un buen ejemplo de ello: el trabajo en el sector manufacturero va en descenso,107 las luchas laborales están ganando seguridad,108 los salarios reales van en aumento109 y los límites demográficos están llevando a que el foco se ponga en «la actualización tecnológica [y] las mejoras en la productividad» con el fin de mantener el crecimiento.110 La automatización de las fábricas está a la vanguardia de esta tendencia desindustrializadora: China ya es el mayor comprador de robots industriales y se espera que pronto tenga más de ellos en funcionamiento que Europa o Estados Unidos.111 La fábrica del mundo se está robotizando. La desindustrialización también puede verse en el reshoring, el retorno de la manufactura a las economías desarrolladas en formas automatizadas, sin empleos.112 Estas tendencias de desindustrialización se están arraigando en las economías en desarrollo de América Latina, el África subsahariana y buena parte de Asia.113 Incluso en países donde el empleo en el sector manufacturero ha aumentado en términos absolutos, ha habido reducciones significativas en la intensidad laboral del proceso.114 El resultado de todo esto no es sólo una transición incompleta hacia una clase trabajadora significativa, sino también la obstaculización de la vía laboral esperada para la fuerza de trabajo. La desindustrialización prematura está dejando a buena parte del proletariado urbano del mundo despojado de su subsistencia agrícola y sin la oportunidad de ser contratado en empleos del sector manufacturero. Hay quienes tienen la esperanza de que un incipiente sector de servicios absorba las poblaciones excedentes, aunque esto parece cada vez menos probable. Incluso en la India, el centro de la subcontratación de servicios y de alta tecnología, sólo una pequeña parte de la fuerza laboral trabaja en el sector de la tecnología informática y de comunicaciones.115 Y lo más importante es que el potencial de los empleos en el sector de servicios está limitado por la ola más reciente de automatización, que probablemente eliminará los trabajos no especializados y mal pagados que tradicionalmente se subcontrataban, como los trabajos de oficina, en call centers o de captura de datos, por ejemplo.116 A medida que este trabajo cognitivo no rutinario se va automatizando, como si la desindustrialización prematura fuera poco, podría producirse un alejamiento prematuro de una economía basada en los servicios. Esto significa que las tendencias tecnológicas emergentes podrían consolidar el mantenimiento de sectores importantes de la humanidad dentro de barrios pobres y economías informales no capitalistas. A fin de cuentas, si bien las medidas del desempleo nos dan cierta idea del tamaño del problema de la población excedente, lo que en realidad expresa la reducción del mercado de trabajo global son la precariedad, las recuperaciones sin empleo y la marginalidad urbana multitudinaria.
LA VENGANZA DEL EXCEDENTE
Por un lado, los excedentes cada vez mayores resultan beneficiosos para los intereses capitalistas. Sirven como herramienta disciplinaria contra la clase trabajadora (en particular, cuando se filtra a través del racismo, el nacionalismo y el sexismo) y como reserva para ocupar en periodos de crecimiento. Reducen los salarios, siembran la competencia entre los trabajadores y encadenan las ambiciones del proletariado. Éstas forman parte de las razones que subyacen al impulso gradual por incorporar a la población mundial a una fuerza de trabajo global, fomentada por el imperialismo y la globalización.117 Por otro lado, el capital requiere de un tipo particular de población excedente: barata, dócil y maleable.118 Sin estas características, este exceso de humanidad se convierte en un problema para el capital. No conforme con tumbarse y aceptar su disponibilidad, se hace escuchar mediante revueltas, migración masiva, criminalidad y todo tipo de acciones que perturban el orden existente. Por tanto, el capitalismo debe producir un excedente disciplinado y, al mismo tiempo, desplegar violencia y coerción contra quienes se resisten.
Una de las principales formas de lidiar con el excedente rebelde ha sido abogar por el ideal social democrático del pleno empleo, en el que todos los trabajadores (varones) físicamente capaces tienen un trabajo. En apoyo a este ideal, las políticas económicas buscan reincorporar el excedente al capitalismo en forma de trabajadores disciplinados y remunerados, asegurados por un consenso hegemónico entre los representantes de la mano de obra y el capital. El apogeo de este enfoque se dio durante el periodo de posguerra, cuando la lucha de la clase trabajadora y la preocupación de los conservadores por el orden social posicionaron el pleno empleo como un objetivo económico necesario.119 En esta breve «época de oro» del capitalismo, el desempleo se conservó en un nivel mínimo y el capital tuvo que buscar poblaciones precapitalistas en todo el mundo para expandirse y acumularse.120 En buena parte, el crecimiento del empleo se logró mediante un crecimiento económico saludable que incrementó la demanda de mano de obra.121 Históricamente, el crecimiento de la economía nacional ha tendido a ser importante para repeler los efectos del desempleo tecnológico, ya sea aumentando la producción de las industrias existentes o inventando nuevas industrias para emplear a los trabajadores desplazados. Por ejemplo, durante la segunda mitad del siglo XIX, el aumento en la producción de bienes de capital generó empleos que compensaron la población excedente recién liberada del sector agrícola.122 En las épocas de preguerra y posguerra, el crecimiento de los empleos manufactureros se mantuvo gracias al aumento del consumismo de masas y a los incrementos en el gasto militar de los gobiernos.123 En la actualidad, podemos ver intentos similares por generar nuevos mercados mediante la acumulación por despojo; es decir, la conversión de bienes públicos o comunes en mercancías privatizadas (y monetizadas). Sin embargo, si se quiere que los aumentos en la demanda laboral sean exitosos, se requiere el suministro adecuado de mano de obra, lo cual implica la existencia de una fuerza de trabajo cada vez más especializada. La educación ha sido el principal medio para lograr esto: la educación secundaria, por ejemplo, tiene sus orígenes en los esfuerzos por producir más trabajadores especializados. La exigencia de educar a los trabajadores para el empleo tuvo un amplio apoyo durante el mayor periodo de desempleo de la Gran Depresión124 y los primeros neoliberales llegaron incluso a argumentar que la educación era necesaria sólo para adaptar a los seres humanos a los constantes cambios en la economía.125 Hoy en día, las áreas de crecimiento del mercado laboral tienden a situarse en trabajos especializados, no rutinarios y cognitivos.126 Ello significa que cualquier intento por lograr el pleno empleo requiere, de manera cada vez más notoria, nuevas capacidades de los trabajadores —una exigencia que ayuda a explicar los agresivos esfuerzos por reducir la educación superior a una formación laboral glorificada—.127 El objetivo general de la sociedad se convierte en la producción de sujetos competitivos que se someten a un constante proceso de mejora en un esfuerzo interminable por lograr que se los considere «empleables».128 La exigencia de que los trabajadores se pongan al día constantemente y que las políticas apoyen el crecimiento económico saludable son componentes necesarios para impulsar el pleno empleo.129
Sin embargo, si bien los llamados por un mayor número de empleos siguen siendo ubicuos desde un punto de vista ideológico, la viabilidad práctica del pleno empleo ha desaparecido en gran medida. Con los mercados laborales estrechos en el periodo de posguerra, la fuerza resultante de la clase trabajadora se convirtió en un problema cada vez mayor para el capitalismo. En particular, la crisis de la estanflación en los años setenta brindó una oportunidad de revertir la prioridad otorgada al empleo. Las presiones de clase y sus efectos —la suspensión del trabajo, la inflación salarial, las ganancias a la baja— fueron un factor importante en las decisiones de los bancos centrales de elevar las tasas de interés, con la esperanza de reducir la demanda agregada e incrementar el desempleo.130 A decir verdad, con el tiempo, el principal asesor económico de Thatcher aceptó que la guerra contra la inflación era en realidad una guerra contra la clase trabajadora.131 La estrecha política monetaria de principios de los años ochenta fue, entonces, un esfuerzo por socavar el poder de la clase trabajadora, aumentar el desempleo a una tasa aceptable para el capital y terminar con el sueño del pleno empleo. Sin embargo, aun cuando no se hubiera atacado el pleno empleo, éste habría requerido de un fuerte crecimiento económico, una condición que parece cada vez menos probable para la economía global. En años recientes, el crecimiento global ha sido significativamente menor que durante el periodo anterior a la crisis.132 Economistas de todo el espectro político advierten que los cambios fundamentales de la economía conllevan el estancamiento del crecimiento en un estado permanentemente menor.133 Más aún, las empresas que encabezan los sectores de crecimiento —como Facebook, Twitter e Instagram— no son capaces de generar trabajos en la misma escala que empresas clásicas como Ford y GM.134 De hecho, las nuevas industrias sólo están empleando un 0,5 por ciento de la fuerza laboral estadounidense —difícilmente un récord inspirador de generación de empleo—.135 Y, tras un declive constante, el negocio nuevo promedio genera un 40 por ciento menos de empleos que hace veinte años.136 El viejo plan socialdemócrata para alentar el empleo en las nuevas industrias se tambalea frente a las empresas de baja intensidad laboral y el titilante crecimiento económico. Aun así, podríamos imaginar que, con la presión política y las políticas adecuadas, el retorno al pleno empleo podría ser posible.137 No obstante, dado que el auge de la época socialdemócrata requería la exclusión de las mujeres de la fuerza laboral remunerada, deberíamos preguntarnos si el pleno empleo en realidad fue posible en algún momento.
Si bien el pleno empleo sigue operando sólo como una mistificación ideológica, su normalización del trabajo aún se extiende a los desempleados. Un ejemplo cada vez más insidioso de ello es la transformación de los beneficios sociales y el ascenso de los programas de trabajo para desempleados —es decir, obligar a la gente a trabajar para recibir beneficios—. Como reflejo de la suerte mudable del pleno empleo, el desempleo ha estado gobernado desde hace tiempo por distintas ideas.138 Los enfoques iniciales veían el desempleo como un accidente individual, algo que podía mitigarse con soluciones que involucraran algún tipo de seguro. Sin embargo, este enfoque se vio abrumado por el desempleo masivo de la Gran Depresión y, en consecuencia, el desempleo llegó a ser visto como un problema estructural (y de varones). El movimiento laboral se convirtió en un movimiento del empleo y los gobiernos adoptaron políticas de bienestar y pleno empleo como respuesta parcial. En la actualidad, muchas de las transformaciones que está experimentando el Estado de bienestar pueden entenderse como un intento por revivir la función disciplinaria de los desempleados. Su mano de obra gratuita, en la forma de programas de trabajo para los desempleados, actúa para contener los salarios y amenazar los trabajos de los empleados; la figura de «buscador de empleo» le impone una norma de trabajo a todos, y los ataques a los beneficios por discapacidad convierten incluso a quienes están fuera de la fuerza laboral en un ejército de reserva de trabajadores potenciales.139 Los desempleados deben cumplir con una lista cada vez más larga de condiciones para obtener beneficios mínimos: asistir a cursos de formación, solicitar trabajo de manera constante, escuchar consejos e incluso trabajar gratis. El aumento de la vigilancia y el control están concebidos para producir una población excedente no sólo obediente, especializada y flexible, sino que ejerza presión sobre quienes están empleados. Por tanto, realmente no importa si estos esquemas reducen el desempleo o no, dado que su objetivo es otro.140 Cada vez más, el Estado de bienestar se está convirtiendo en poco más que una institución concebida para desplegar al excedente en contra de la clase trabajadora.
La administración de las poblaciones excedentes no sólo gira en torno a la producción de trabajadores disciplinados y buscadores de trabajo maleables. Cada vez más, las medidas de dominación y castigo se están convirtiendo en la norma para lidiar con el acceso al capital. Por ejemplo, la composición y el tamaño de este grupo están fuertemente regulados mediante las políticas de inmigración. Para el excedente, además de haber sido una constante histórica, migrar a países con mejores perspectivas laborales es una respuesta común ante el desempleo. En el siglo XIX, a medida que la mecanización de la agricultura transformaba el campo, el resultado predominante era la emigración masiva al Nuevo Mundo.141 No obstante, hoy en día la opción de migrar es cada vez más difícil para los habitantes de los países en desarrollo. Si bien existen varias razones que justifican los controles migratorios más herméticos, la que más ha predominado es reducir la oferta laboral excesiva y potencialmente rebelde.142 Hoy en día estamos presenciando la militarización de la frontera entre México y Estados Unidos, así como el ascenso de la Fortaleza de Europa, en respuesta al temor erróneo de que los extranjeros terminen ocupando los empleos disponibles. Sin embargo, la desesperación de los emigrantes por encontrar un trabajo decente es tal que emprenden el peligroso viaje a un nuevo país aun cuando enfrenten la amenaza de la muerte. El resultado es que durante los últimos quince años han muerto más de veintidós mil migrantes que intentaban llegar a Europa, más que los seis mil que han muerto tratando de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos y que los más de mil quinientos que buscaban llegar a Australia.143 Estas barreras mortales para la migración constituyen uno de los principales mecanismos que se usan en la actualidad para segregar y administrar las poblaciones excedentes en todo el mundo. Parte integral de este trato a los migrantes es la codificación racial: estos migrantes no son sólo otros individuos, sino que también pertenecen a otras razas. Ya sean «hordas extranjeras» que amenazan la santidad de la frontera europea o trabajadores textiles inmigrantes en Tailandia sujetos a la hiperexplotación y al abuso, las jerarquías raciales son un componente esencial en el control de las poblaciones excedentes.144
Cuando no se logra incorporar al excedente en una fuerza de trabajo excesiva disciplinada, el Estado siempre puede recurrir a encerrar, excluir y brutalizar a grandes secciones de la población excedente. En todo el mundo, la encarcelación masiva ha ido en aumento y el tamaño de las poblaciones de presos se ha incrementado en términos tanto absolutos como relativos.145 Más aún, existe un componente racial significativo en esto, sobre todo en la encarcelación masiva de la población negra en Estados Unidos, aunque también de musulmanes en buena parte de Europa, de aborígenes en Canadá y la detención y deportación de migrantes extranjeros en todo el mundo.146 Estos sistemas de encarcelación masiva deben entenderse como algo que va más allá de las prisiones, pues comprenden toda una red de leyes, tribunales, políticas, costumbres y reglas que funcionan para subyugar a un grupo de personas.147 La encarcelación masiva es un sistema de control social orientado, ante todo, a las poblaciones excedentes y no al crimen. Por ejemplo, el aumento del desempleo en el sector manufacturero está asociado globalmente con aumentos en el empleo de policía.148 A medida que el ejército de reserva crece, también crece el aparato punitivo del Estado. De igual forma, la expansión de los centros de detención de inmigrantes responde a la desaparición de las economías de subsistencia y a la formación de un proletariado móvil.149 Quienes no están dispuestos a vivir en barrios pobres buscan mejores oportunidades en otros lugares, sólo para ser encerrados o abandonados a su suerte en el Mediterráneo. El sistema estadounidense es quizá el ejemplo más claro de cómo se entrelazan las poblaciones excedentes y la vigilancia policiaca. El aumento bien documentado de la encarcelación masiva en las últimas décadas no fue una respuesta a mayores índices de crimen,150 sino más bien a la proliferación de guetos de desempleados y a los avances del movimiento por los derechos civiles. La naturaleza racializada de este sistema es bien conocida, pero los criterios de encarcelación no pueden entenderse por completo sin hacer referencia a la clase y a las poblaciones excedentes. Por ejemplo, a las poblaciones negras de clase media y alta suele dejárselas tranquilas,151 mientras que la amplia mayoría de la población en las prisiones consiste en «pobres, con trabajo o sin él».152 De igual manera, las disparidades en la encarcelación en términos de clase supera las disparidades entre razas,153 y el aumento de la encarcelación masiva de negros coincide con la reducción de empleos para esa misma población.154 De hecho, la naturaleza racial de la encarcelación masiva en Estados Unidos se deriva «exclusivamente» del encierro en extremo desproporcionado de las poblaciones negras de clase baja.155 Así, la encarcelación masiva se ha convertido en un medio para controlar y lidiar con ese excedente que se ha visto excluido del mercado laboral y ha quedado en la pobreza. Espacialmente concentrados en los guetos de los barrios pobres, esos grupos se convirtieron en blanco fácil del control estatal. Esto se cruza con la raza, por supuesto, dado que los orígenes de los guetos de desempleados residen en la exclusión activa de la población negra de Estados Unidos. De muchas formas, el sistema carcelario perpetúa el legado de la esclavitud, de Jim Crow y los guetos, sustituyendo muchas de sus funciones con un nuevo sistema de exclusión.156 No obstante, la clase nos permite ver una distinción: mientras esos sistemas anteriores de control social explotaban la mano de obra gratuita e intentaban transformar a las poblaciones negras en una fuerza de trabajo disciplinada, el sistema de prisión moderno está concebido en buena medida para excluir y controlar a la población excedente.157 Debido a las repercusiones de los antecedentes penales, el sistema carcelario trae consigo una triple exclusión: del capital cultural y educativo, de la participación política y de la ayuda pública.158 El resultado final es que la encarcelación inicia un círculo vicioso con los pobres urbanos que quedan desempleados y no pueden encontrar un empleo, de manera que estos grupos se reproducen interminablemente como algo externo al capital.159 En lugar de reformar, educar y reintegrar a los prisioneros a la sociedad capitalista, se establecen sistemas retorcidos para mantenerlos fuera de ella y prevenir su reincorporación al trabajo remunerado normal después de salir de prisión. En casos extremos, estas poblaciones se vuelven sencillamente desechables y quedan ubicadas fuera de la sociedad normal y sujetas a la violencia gratuita. El resultado final es un sistema que produce y reproduce de manera permanente la exclusión de la economía formal. Estas poblaciones se consideran desechables y están sujetas a toda la brutalidad policiaca y violencia estatal que pueda exhibirse en su contra. Así pues, estamos ante una amplia gama de mecanismos —desde la integración disciplinada hasta la exclusión violenta— que el Estado y el capital utilizan para lidiar con las poblaciones excedentes.
LA CRISIS DEL TRABAJO
Como hemos visto, existe una creciente población de gente ubicada fuera del trabajo formal y remunerado que se las arregla con prestaciones sociales mínimas, trabajo informal de subsistencia o medios ilegales. En todos los casos, la vida de esta gente se caracteriza por la pobreza, la precariedad y la inseguridad. Sencillamente, no hay empleos para todos. A medida que el orden hegemónico predicado sobre empleos decentes y estables se viene abajo, es más probable que el control social recurra a medidas cada vez más coercitivas: programas de trabajo más duros para desempleados, mayor antagonismo en torno a la inmigración, controles más estrictos sobre el movimiento de las personas y encarcelación masiva para quienes se resisten a ser relegados. Ésta es la crisis del trabajo que enfrentan el neoliberalismo y las poblaciones excedentes que conforman buena parte de la fuerza laboral en el mundo.
Con el potencial para la automatización extensiva del trabajo —tema que abordaremos más a fondo en el siguiente capítulo—, es probable que veamos las siguientes tendencias en los años por venir:
Por supuesto, ninguno de estos resultados es inevitable, pero este análisis está basado tanto en las tendencias actuales del capitalismo como en los problemas que podrían surgir a medida que sigan creciendo las poblaciones excedentes. Estas tendencias auguran una crisis del trabajo y una crisis de cualquier sociedad basada en la institución del trabajo remunerado. Bajo el capitalismo, el empleo ha sido fundamental para nuestra vida social y el sentido de quiénes somos, así como la única fuente de ingresos para la mayoría. Lo que auguran las próximas dos décadas es un futuro en el que la economía global será cada vez menos capaz de producir empleos suficientes (y mucho menos buenos) y en el que, no obstante, seguiremos dependiendo del empleo para subsistir. Los partidos políticos y sindicatos parecen ignorar esta crisis y siguen luchando por lidiar con sus síntomas, aun cuando la automatización promete relegar a cada vez más trabajadores. Frente a estas tensiones, el proyecto político de la izquierda del siglo XXI debe ser construir una economía en la que la gente ya no dependa del trabajo remunerado para sobrevivir.
Como argumentaremos en los siguientes capítulos, esta lucha puede y debe abarcar diversos enfoques: ello significa crear ideas hegemónicas en torno a la obsolescencia del trabajo monótono, desplazar los objetivos de los sindicatos de la resistencia ante la automatización a los trabajos compartidos y a las semanas de trabajo reducidas,160 demandar subsidios gubernamentales para la inversión en automatización y aumentar el costo de la mano de obra para el capital,161 junto con muchas otras opciones.162 Significa oponerse a la expulsión de las poblaciones excedentes y atacar los mecanismos utilizados para controlarlas. La encarcelación masiva y el sistema racializado de dominación asociado a ella deben abolirse,163 y los mecanismos espaciales de control —que van desde los guetos hasta los controles fronterizos— deben desmontarse para garantizar el libre movimiento de las personas. El Estado de bienestar debe defenderse, no como un fin en sí mismo sino como un componente necesario de una sociedad postrabajo más amplia. El futuro permanece abierto y decidir qué dirección tomará la crisis del trabajo es precisamente la lucha política que enfrentamos.