CAPÍTULO 3

LO QUE ERA EL NUEVO MUNDO

Fijarse en:

América como una idea creada por los europeos, porque querían ver en ese Nuevo Mundo algo que hacía falta en su propio continente ya “gastado.”

La tendencia de ver a América como una utopía posible.

El impacto psicológico que tuvo la geografía del Nuevo Mundo en los conquistadores, exploradores, y colonizadores.

Las diferentes maneras en que se adaptaron los europeos a la vida en ese continente.

Términos:

Amazonas, Andes, Bandeirantes, Espacio Ideal, Gaucho, Idea del Descubrimiento, Invención de América, Llano, Pampa, Utopía.

AMÉRICA: ¿DESCUBRIMIENTO O “INVENCIÓN”?

Usted estará pensando que el uso del término “invención” con respecto a América es un abuso de licencia poética. “Inventar” es transformar algo a través de una intervención de la mente y de la acción humana, mientras “descubrir” implica el encuentro de algo que ya existía. Generalmente se considera que Cristóbal Colón (1451–1506) reveló la existencia de América al mundo: no tuvo que inventarla, porque ya existía antes del 12 de octubre de 1492. Por lo tanto, la idea de la “invención de América” parece lejos de la verdad, porque Colón seguramente “descubrió” algo que ya estaba bien acomodado en su lugar. Y ese “algo” hubiera seguido estando ahí aunque Colón y sus aventureros nunca hubieran emprendido su viaje en la Niña, la Pinta, y la Santa María.1

Sin embargo, existe la hipótesis de que América fue “inventada.” ¿Cómo es eso? El historiador mexicano, Edmundo O’Gorman, escribe en La invención de América (1958) que cuando se dice que Colón “descubrió” América, no se trata de lo que pasó tal como pasó, sino de la idea de lo que pasó. Ahora bien, el descubrimiento y la idea del descubrimiento son dos cosas distintas. Descubrir algo es encontrar una entidad sobre la que antes no existía una idea precisa o bien desarrollada. En cambio, la idea de inventar algo presupone que ese algo fue primero el producto de la imaginación—o la invención—y luego fue “descubierto.” Por lo tanto, es necesario investigar la idea de América antes del viaje de Colón.

EL PRESENTIMIENTO DE AMÉRICA

Pero ¿Cuál fue esa idea, esa imaginación de América antes de que fuera conocida? Vamos a ver.

Desde hacía más de dos mil años antes del primer viaje de Colón, había en Europa especulaciones sobre la existencia de una cuarta región del mundo para completar las tres regiones ya conocidas: Europa, África, y Asia. Estas especulaciones existían en forma de leyendas, crónicas, fábulas medievales, y poemas visionarios. En su conjunto esas historias se referían a tierras imaginarias que tenían una característica en común: la idea de un espacio ideal, de un lugar puro, sin la contaminación de las imperfecciones humanas. Ese tipo de espacio ideal como producto de la imaginación europea fue lo que después llegó a conocerse como utopía—un lugar imaginario, un paraíso perdido pero recobrable—en que el ser humano podía vivir sin los sufrimientos y problemas que siempre hay en la vida real.

En la época de Colón, existía la creencia de que ese espacio ideal se encontraba al oeste de Europa, dentro de una zona nebulosa de cartografía fantástica. Ese espacio ideal era producto de la fantasía; era algo deseado, algo soñado. Pero una vez que América fue conocida, el espacio ideal parecía entrar en la realidad. Por lo tanto, se puede afirmar, al igual que el intelectual mexicano, Alfonso Reyes (1889–1959), que América fue “deseada” antes de ser “encontrada,” porque fue un presentimiento antes de llegar a ser una realidad. Entonces, no es exagerado decir que la idea del descubrimiento de América fue inspirada por la imagen y el deseo de un espacio ideal.

Como consecuencia, el llamado “descubrimiento” sirvió para confirmar la idea del descubrimiento—es decir, la “invención”—de América, porque ofreció pruebas tangibles que justificaban la búsqueda de ese espacio ideal deseado desde hacía siglos. Dicho de otra manera, la “invención” no fue refutada sino apoyada por el “descubrimiento.” Bien puede ser por eso que el cronista, Bernal Díaz del Castillo (1496–1584), al aproximarse con Hernán Cortés a la gran ciudad azteca de Tenochtitlan, pudo escribir en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (1568) que creyó ver la maravilla de las novelas de caballería2 que se leían en Europa en esos tiempos. Igualmente puede ser por eso que Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias (1527–1561), pudo declarar que Colón fue el escogido por Dios para llevar a cabo tan grande y noble empresa (el descubrimiento). Por lo tanto Colón, al enfrentarse a los indígenas del Caribe, confiaba en saber lo que ellos estaban diciéndole, aunque no conocía su lengua. Con la misma confianza procedió Colón a interpretar (“inventar”) todo lo referente a América de acuerdo con sus ideas preconcebidas, aunque su interpretación de las apariencias obviamente chocaba con la realidad que le rodeaba.

Escribe Tzvetan Todorov en The Conquest of America (1984) que Colón no tuvo éxito al tratar de comunicarse con los amerindios, porque en realidad no le interesaban como seres humanos de carne y hueso. No le interesaban, porque ellos eran más bien ideas (“invenciones”) que personas. Parece que Colón percibía su mundo con los ojos del Caballero de la Mancha, Don Quijote, de una manera ideal. América era la manifestación de lo que los españoles idealizaban. Querían ver en América lo que había sido el objeto de sus deseos. Por lo tanto, América fue más bien “inventada” que descubierta. Fue “inventada,” porque los españoles habían encontrado lo que buscaban en los mitos: un mundo de nostalgia, de sueños, un mundo paradisíaco de la legendaria Edad de Oro. De este modo, la idea de América llegó a ser un capítulo más en las grandes historias de las utopías.

Entonces quizás no sea mera coincidencia que el filósofo inglés, Tomás Moro (Thomas More [1478–1535]) haya publicado su libro titulado Utopía (1517), pocos años después de la “invención” de América. Probablemente no es coincidencia que la obra de Moro tenga influencia del libro de Pedro Mártir, De Orbe Novo (1511), que se trata del Nuevo Mundo, y de las cartas de Amerigo Vespucci, en Quatre Navigations (1504). Es que en aquellos años la idea de la utopía estaba de moda. Como veremos más adelante, esa fue la idea que a principios del siglo XVI, motivó a los Franciscanos Bartolomé de las Casas y Vasco de Quiroga (1470–1565) en sus intentos de crear una utopía entre los amerindios. Las Casas trató de realizar una utopía entre los mayas de Vera Paz de Guatemala y luego entre los indígenas de Venezuela. Quiroga quiso establecer la utopía entre los amerindios de lo que hoy constituye el estado mexicano de Michoacán. Además tenemos, un poco después, el gran sueño utópico de los Jesuitas al establecer misiones entre los amerindios Guarani de Paraguay y el norte de Argentina.

Las primeras grandes utopías socio-cristianas de las Casas y Quiroga fueron abandonadas poco tiempo después, debido a diversos problemas. El proyecto utópico de los Jesuitas terminó en 1767, cuando toda la orden de la Compañía de Jesús fue expulsada de América. Sin embargo, los viejos mitos utópicos ya se habían mezclado con otras utopías nuevas en otros momentos de la colonia y de la historia nacional de Latinoamérica. Como se verá en los capítulos 10, 11 y 13, los sueños utópicos estaban destinados a re-emerger con diferentes nombres durante el movimiento para la independencia a principio del siglo XIX. También en los Capítulos 15, 16 y 17, vamos a ver cómo continúan brotando tendencias de sueños utópicos dentro de varios países Latinoamericanos. La noción de utopía nunca muere.

Pero no hay que adelantarse. Volviendo al principio de la historia de América como utopía para ponernos una tarea más básica: concebir al Nuevo Mundo de alguna manera semejante a la forma en que lo percibieron los primeros exploradores y conquistadores. Entonces, quizás, podamos llegar a sentir lo que fue la idea de América.

LO QUE SE VEÍA (INVENTABA) EN EL NUEVO MUNDO

Cuando hay gente que se desarraiga de la tierra de su nacimiento con el propósito de forjar una nueva vida en otro lugar, por regla general queda cierta añoranza por la patria que esa gente dejó, y en parte por eso, existe el deseo de buscar en la nueva tierra lo que se conocía en el lugar de origen.

Por lo tanto, los españoles—y los portugueses—buscaban algo parecido a la tierra que habían dejado en el Viejo Mundo. La gente de Castilla, que constituía la mayor parte de los inmigrantes, salió de una tierra bastante hostil. El corazón de la península era árido, casi sin árboles, quemado por un sol implacable en el verano y batido en el invierno por un viento frío de las montañas sombrías quebraban las llanuras. Además, los castellanos siempre habían vivido en lugares con panoramas montañosos a lo lejos. Las montañas les ofrecían un punto de orientación para que no se sintieran perdidos dentro de la inmensidad del paisaje. Esa semblanza que presentaba Castilla, aunque parecía adusta e inhospitable para extranjeros, era bastante cómoda para los castellanos. Incluso complementaba su espíritu austero: la naturaleza recia y algo intransitable de su psicología, correspondía al panorama escabroso de su medio ambiente. El escenario no dejaba de influir en los castellanos, y éstos se asimilaban a su medio ambiente. Estaban profundamente arraigados a su tierra—ellos eran una parte de ésta—y la tierra penetraba íntimamente en el espíritu de ellos.

Contraria a la meseta central de España, la periferia del mismo país mostraba otra cara. Con amplias llanuras en el sur (la Costa Azul, la vega de Valencia, la faja entre Alicante y Cartagena, el valle del río Guadalquivir, y la costa de Portugal), que gozaba de un clima mediterráneo de lluvias esporádicas y calor subtropical. Por otro lado, en el norte (Asturias, Galicia, y la provincia Vasca), había más lluvias, con los inviernos fríos de las zonas templadas.

En resumen, esa fue la topología que la mayoría de los españoles guardaba en su memoria, y la que había llegado a constituir el empuje de su cultura. En el Nuevo Mundo encontraron pocas réplicas de su madre patria, y cuando las hubo, los colonizadores las abrazaban con un afán nostálgico. En general, la naturaleza del nuevo continente fue de una escala magnificada hasta el infinito, o cuando menos así les parecía a los españoles. Todo—montañas, ríos, bosques, selvas, llanura, pantanos—era para ellos inconcebiblemente enorme. Además, el temperamento de la naturaleza americana era más violento y esporádico que el de la península, con sus terremotos, erupciones volcánicas, huracanes, inundaciones, sequías, y lluvias torrenciales. Es sobre todo por eso que la mayoría de los españoles que colonizaron el Nuevo Mundo se sentían más cómodos en las mesetas rodeados de sierras (la altiplanicie de México y Guatemala, las zonas montañosas de Colombia, Ecuador, y Perú), que en tierras bajas. Las ciudades de Bogotá, México, Lima, y Quito son más altas que Madrid, pero dentro de estas alturas se encuentran las ciudades principales de la época colonial.

Por ejemplo, en el Valle de México, Cortés encontró una tierra hecha a su gusto. Había algo en ésta que le recordaba a él—y a muchos de sus compatriotas—a España. Cortés escribió al emperador Carlos V que en cuanto a su fertilidad, tamaño, clima, y el paisaje en general, el nombre más apropiado debía ser La Nueva España, y así la bautizó, en el nombre del Dios, el Rey, y España. En el hemisferio sur, los españoles igualmente buscaron algo que les recordara su tierra acostumbrada para curar su añoranza. Reportaron que Quito de Ecuador les parecía una tierra amena, y semejante a España con respecto a su clima, césped, flores y valles. Sin embargo, fue en el Valle de Chile—después de la larga conquista de los belicosos amerindios, los araucanos—donde los españoles encontraron su tierra predilecta. Aquí, en el pasillo estrecho entre los Andes, y el Mar Pacífico, se encontraba el objeto ideal del gran sueño español. El conquistador, Pedro de Valdivia, la denominó la tierra más primorosa del mundo—a pesar de que había poco oro y de que los amerindios eran sumamente combativos. No obstante parece cierto. El valle central de Chile tiene un clima casi mediterráneo, ideal para la producción de vino que tanto agradaba el paladar de la gente de la península—hasta hoy en día los vinos chilenos se cuentan entre los mejores de Latinoamérica.

Entre los sistemas geográficos principales que encontraron los españoles y portugueses en el nuevo continente están los Andes, la Pampa argentina, y la selva del Río Amazonas. Sin embargo, a principio no les agradaba ninguno de los tres. Se sentían impotentes ante la enormidad indomable de los Andes, se perdían dentro de la inmensidad vacía de la Pampa, y se confundían en la laberíntica selva amazónica, con su interminable maraña de vegetación, sus ríos espantosamente grandes, y las torrenciales y deprimentes lluvias. Las tres zonas empequeñecían a los europeos. Por eso tenemos la observación de Alexander von Humboldt de que en el Viejo Mundo las civilizaciones, producto del esfuerzo humano, ocupaban la atención principal, mientras en el Nuevo Mundo la humanidad y el fruto de sus esfuerzos casi desaparecían dentro del estupendo espectáculo de la gigantesca naturaleza virgen.

Además, aunque los españoles se sentían a gusto en las mesetas, los puntos más altos de los Andes no les gustaban. Al contrario de los amerindios incas que se sentían cómodos en las grandes alturas de los Andes, los españoles nunca podían sentirse en casa. Las minas de Potosí, Castrovirreina, y Oruro no se consideraban más que paraderos provisionales. El deseo de los españoles era solamente de explotarlas, y luego huir lo más pronto posible a las mesetas bajas donde la vida fuera más agradable. Sólo los vascos y los asturianos del norte de España estaban dispuestos a permanecer en tierras altas. Pero aún ellos tenían sus retiros en lugares de menos altura, como Cochabamba, de Bolivia, donde pasaban sus días de ocio. Con referencia a la vida en las alturas, parece que la fisonomía geográfica servía como un freno al crecimiento demográfico. En Potosí pasó mucho tiempo antes de que la natalidad incrementara notablemente, y después los pocos niños que sobrevivían los primeros años de vida se contaban entre los más afortunados. Allá, la existencia era dura (incluso hasta hoy los Andes tienen una población relativamente escasa de gente europea; la mayoría son amerindios y mestizos). Los españoles de la zona mediterránea generalmente evitaban la altiplanicie latinoamericana cunado era posible. Esa gente, acostumbrada a una topografía y clima más moderados de la península ibérica, no se adaptaba con facilidad al frío, al aire claro, y a la frugalidad de las alturas en esta zona.

La Pampa es una llanura vasta que comienza al este de la costa del Atlántico y al sur del río Paraná. Sube poco a poco de altura hasta que se acerca a los Andes en el oeste. Además, las ricas tierras entre los ríos Paraná y Uruguay son una continuación de la Pampa. Toda la zona, que se extiende centenares de millas sin interrupción, no tiene igual en el mundo. La primera vez que la gente de la península penetró en este vacío topográfico por tres direcciones diferentes—desde los pasos altos de los Andes al oeste, desde el norte por el río Paraguay, y desde las riberas del estuario del Río de la Plata—su intrepidez típica, tan evidente durante las conquistas de la Nueva España y Perú, se desvaneció. Los conquistadores quedaron estupefactos ante esta enormidad; perdieron su identidad dentro de ella; no había punto de referencia para orientarse.

Esta tensión—de admiración y pavor al mismo tiempo—respecto a la Pampa, se perpetuaba. Tres siglos después, para el gaucho argentino, producto de la mezcla de razas—europeo y amerindio—y de la fuerza telúrica3 de la Pampa, no había más que “paja y cielo.”4 Esa vida gauchesca del siglo XIX fue descrita en Tales of the Pampas (1929) por el aventurero inglés W.H. Hudson (1849–1922), como una transformación del español agricultor—lo que había sido en España—a un habitante pastoril y cazador, llegando a veces a una vida nómada. Esa vida fue la “barbarie” que Domingo Faustino Sarmiento (1811–1888), en su obra clásica, Facundo: Civilización y Barbarie (1845), contrastó con la civilización de Buenos Aires. Ezequiel Martínez Estrada (1895–1964) en Radiografía de la Pampa (1933), denominó “los señores de la nada” a los primeros españoles que se enfrentaban con la Pampa y se perdían en ella. Eran dueños de una infinidad espacial, es decir, de la “nada.” Es que la Pampa poco a poco remodelaba a la gente que se atrevía a penetrarla, forzándola a conformar con ella de acuerdo a su propia semblanza parca, sencilla y taciturna.

En el interior del norte de América del sur, hay otra zona con una topografía semejante a la de la Pampa—aunque de menor extensión—pero de clima opuesto: el Llano de Venezuela y Colombia, que incluye gran parte de la cuenca del Río Orinoco. Como la Pampa, el Llano es un “mar de césped,” un sinfín de matorrales divido por el río y sus vertientes. Los primeros españoles que atravesaron el Llano en busca del legendario El Dorado lo encontraron poco agradable a la existencia humana. Durante gran parte del año se encuentra abrasado por un sol inclemente que lo seca, partiendo su suelo en un mosaico caótico de grietas. Luego, durante la temporada de lluvias, se convierte en un mar de poca profundidad. Entre las dos temporadas, ese mar se convierte en puro barro, casi intransitable, y luego se seca de nuevo. A través de los siglos, el Llano ha llegado a sostener una industria ganadera un poco primitiva. Los llaneros, que trabajan con el ganado, son sombríos y están acostumbrados a una vida dura que exige mucho y rinde poco. Rómulo Gallegos (1884–1969)—en su conocidísima novela, Doña Bárbara (1929)—describe la lucha perpetua entre el ser humano y la naturaleza en el Llano, lo que representa la impenetrable barrera entre la “civilización” y la “barbarie”—el mismo tema de Sarmiento. La visión un poco utópica de la novela de Gallegos implica un esfuerzo civilizador contra la naturaleza, que tiende a reducir al ser humano a la barbarie. Pero a fin de cuentas parece que hay pocas esperanzas, ya que la naturaleza está destinada a ejercer influencia sobre sus habitantes.

La última zona en someterse a la mano domadora de los europeos era la de las enormes selvas fluviales. Una gran parte de esta zona queda hasta hoy en día como un vacío demográfico, aunque ha habido ambiciosos proyectos recientes para traer el “desarrollo,” sobre todo en Brasil, con una destrucción ecológica irreversible. La región amazónica, como hemos notado en el capítulo anterior, representa la extensión forestal del trópico más grande del mundo. Al norte llega hasta la cuenca del Orinoco, al sur hasta el sistema del Río de la Plata, y al oeste hasta la división andina. Hay igualmente otras zonas selváticas—en el sur de México y las costas de Centroamérica, en Colombia y Venezuela, en Paraguay y el norte de Argentina, y en la costa del este de Brasil—pero no se compara con el Amazonas. Las características ecológicas básicas de la Amazonía son los ríos, la selva, las lluvias, y el calor. Las cuatro se complementan, de modo que parecen conspirar en contra de los seres humanos que se atreven a penetrarla en busca de sus secretos.

Como ya se ha mencionado, a los primeros españoles y portugueses que penetraron esta oscura región, no les agradó lo que tenían a la vista. No quisieron permanecer allí, y un vez que escapaban de esa “prisión verde,” de ninguna manera tenían ganas de volver. No había a la vista ni oro, ni ningún indicio de los templos de El Dorado, que, según la leyenda, empequeñecería a Cuzco de Perú—capital de los incas—y a Tenochtitlan de Nueva España—capital de los aztecas. La incomodidad y cansancio que la Amazonia le provocaba al explorador, no le ofrecía compensación. En 1540 Francisco de Orellana bajó por el río Amazonas desde el Perú hasta el Océano Atlántico, y ya había visto bastante. Para mediados del siglo XVI, Cortés, Jiménez de Quesada, y Pizarro, ya habían penetrado sus secretos pero salieron desilusionados. El portugués, Pedro de Teixeira subió el río desde su embocadura, reclamándolo para el Rey de Portugal, pero poco después huyó de prisa. Desde el sur, los intrépidos bandeirantes de São Paulo en Brasil—grupos de exploradores que emprendían expediciones en el interior en busca de esclavos amerindios y riquezas—no encontraban nada que los animara a quedarse. Es que el interior de América del Sur, y sobre todo la selva amazónica constituía un ambiente que limitaba incluso a los de espíritu más aventurero—gente generalmente inquieta que no estaba acostumbrada a quedarse solamente en un lugar. Fue el Padre Acuña, quien en 1693 bajó por el lado de los Andes, el primero en dar un reporte favorable respecto del área. El jesuita aseguró que lo habría considerado un “paraíso,” de no haber sido por la incesante plaga de mosquitos. Después, las misiones establecidas en el Río Marañón—el nombre que se le da al Río Amazonas por el lado de Perú—fueron las primeras colonias europeas en la región.

Cabe mencionar que por regla general los portugueses demostraban una mayor capacidad para adaptarse a medios desconocidos que los españoles. Los españoles, que siempre habían vivido a la vista de un paisaje abierto con montañas en el horizonte, evitaban la “prisión verde” que les representaba la selva. Las pocas veces que intentaban crear una vida en el trópico, insistían en llevar consigo demasiado equipaje cultural. Por lo tanto trataban de imponer su propio modo de vida a un ambiente natural que lo resistía. Por otra parte, los portugueses estaban dispuestos a desechar todo lo de su cultura tradicional que no tuviera relevancia, y consecuentemente se lograban adaptar con más destreza al nuevo ambiente. Además, los esclavos africanos, que los portugueses importaban en cantidades mayores que los españoles—que tenían más acceso a los amerindios como mano de obra5—encontraban en la Amazonía un elemento favorable.

En perspectiva, nosotros hoy en día—acostumbrados a una vida relativamente fácil gracias a los avances de la ciencia y la tecnología—tendríamos dificultad en identificarnos con los “inventores” y exploradores del Nuevo Mundo. Pero no vamos a darnos por vencidos.6 Hay que seguir, ahora dirigiendo la mirada hacia la gente que ya estaba en América cuando llegaron los europeos.

PREGUNTAS

1.¿Cuál es la diferencia entre una “invención” y un descubrimiento?

2.¿De qué manera se distingue el descubrimiento de la idea del descubrimiento?

3.¿Cuál fue la naturaleza particular de la “invención” de América?

4.¿Qué es un espacio ideal?

5.¿De qué manera contribuyó Colón a la “invención”?

6.¿Cómo funcionó la noción de la utopía en América?

7.¿Qué intentos hubo de establecer una utopía en América después de la conquista? ¿Cuál fue el resultado?

8.¿Qué clase de tierra buscaban los españoles, y por qué?

9.¿Qué efectos tuvieron las montañas, las selvas, y las llanuras en la psicología de los exploradores y colonizadores?

10.¿Qué aspecto tiene la Pampa? ¿Quiénes han escrito sobre zona geográfica y qué dicen?

11.¿Cuáles son las diferencias entre la Pampa y el Llano?

12.¿Qué aspecto tiene la región amazónica? ¿Dónde hay otras zonas selváticas?

13.¿Por qué tardaron tanto los colonizadores en penetrar las selvas?

14.¿Quiénes son los bandeirantes?

15.¿Por qué los portugueses podían adaptarse mejor al ambiente americano?

TEMAS DE DISCUSIÓN Y COMPOSICIÓN

1.Si América hubiera sido solamente “descubierta,” ¿qué diferencias piensa usted que habría en Latinoamérica hoy en día?

2.¿Hasta que punto cree usted que la geografía puede influir—por la “fuerza telúrica”—en la psicología de la gente?

UN DEBATE AMIGABLE

Se forman tres grupos para defender las siguientes hipótesis: (1) Que la utopía es alcanzable y que hay que trabajar hacia ese fin. (2) Que la utopía no es factible y que se debe olvidar. (3) Que la utopía no es realizable, pero que de todos modos es necesario tratar de alcanzarla, solamente así se puede asegurar el mejoramiento de las condiciones.

Notas al pie

1 Colón, hay que recordar, no fue el primer europeo en llegar a América. Como es bien sabido, el vikingo noruego, Leif Erikson, precedió al navegante genovés, y es posible que haya habido algunos africanos en América antes de Erikson.

2 Novelas de caballería = novels of chivalry about the gallantry, honor, generosity, and courtesy of knighthood during the medieval period.

3 Fuerza telúrica = telluric force, the influence of geographical conditions on the psyche of the people.

4 Paja = straw.

5 Mano de obra = physical labor.

6 No vamos a …vencidos = let’s not give up.