Fijarse en:
•El problema de comunicación entre las coronas y sus colonias.
•La diferencia entre el idealismo de los colonizadores y la realidad americana, y las razones por las cuales existe tal discrepancia.
•La situación de los amerindios durante los tres siglos del colonialismo.
•Las características de la esclavitud de la gente negra en las colonias.
•Las diferencias entre la esclavitud de Brasil y la de Hispanoamérica.
•El fenómeno del mestizaje en Latinoamérica.
•Las características de los mestizos y las relaciones entre ellos y los amerindios.
Términos:
•Aleijadinho, Asiento, “Blue Laws,” Casa grande, Casticismo, Cholo(a), Cimarrón, Estancia, Finca, Gañán, Hacienda, Ladino(a), Leyes de Burgos, Negro(a), de Ganho, Nuevas leyes, Pícaro, Preto(a), Quilombo, Saudade, Senzala, Sertão, Zambo(a).
Como se ha observado, los peninsulares—en particular, los españoles—desde el principio establecieron un sistema de explotación no sólo de tierras y minas, sino también de amerindios como fuente de trabajo forzado. Siempre hubo una variedad de artificios institucionales para que los amos europeos se aprovecharan del trabajo de esas desafortunadas “bestias de carga” (la esclavitud, la encomienda, el repartimiento [mita], y el contrato con el amerindio como obrero “libre” con sueldo fijo).
De cualquier modo, hay que volver a hacer hincapié1 en que los colonizadores peninsulares siempre redactaban leyes con el propósito de crear en América una sociedad ideal. Desde el principio, las Leyes de Burgos (1512–1513) de la corona española, incorporaban un código de legislatura humana establecido con el fin de proteger a los amerindios de toda clase de opresión y explotación. Estas leyes eran un buen ejemplo—quizá uno de los mejores—del idealismo español. Pues, en aquella época no había ningún país colonizador que solicitara un tratamiento tan justo y humanitario hacia los colonizados—ni lo hubo en toda la historia del mundo occidental hasta siglos después. La Leyes de Burgos eran generales en cuanto a su aplicación. Sin embargo, había artículos específicos que hoy parecen absurdos, tales como el de prohibir a los colonos que forzaran a los amerindios a: (1) desenterrar a sus antepasados, (2) cargar a sus amos en hamacas, (3) traer hielo desde la sierra de los Andes hasta Lima para refrescar a sus amos. Tales ordenanzas eran el resultado de los abusos con respecto a las prácticas particulares en ciertos lugares que luego se sujetaron a las leyes generales. A través de esas ordenanzas se nota el gran esfuerzo de la corona por poner fin a toda clase de abusos. Otras ordenanzas de aplicación general que ejemplifican ese esfuerzo incluyen la estipulación de que los crímenes cometidos en contra de los nativos merecerían castigos más severos que los crímenes en contra de los mismos peninsulares—la corona consideraba que los peninsulares podían defenderse a sí mismos y los indígenas no. Además, las leyes reiteraban con frecuencia el concepto de que los amerindios eran libres y no debían estar sujetos a ninguna clase de servidumbre forzada.
De nuevo, el mismo tema de siempre: las leyes llegaban a ser producto del idealismo de la corona que contrastaba con la realidad de América. Consistía en el conflicto entre el deseo de la corona de proteger a los amerindios, pero al mismo tiempo había un pleno reconocimiento de que si los indígenas no proveían la mano de obra para los colonos, el imperio entero no sería operativo. Como los amerindios a menudo resistían el trabajo forzado, se concebía la posibilidad de aplicarles castigos. Sin embargo, al castigar a los amerindios los colonos violaban las leyes redactadas para proteger a los mismos indígenas. Era un círculo vicioso que al parecer no tenía solución. En su afán por encontrar un balance entre esas dos necesidades, la corona—con la aprobación de la Iglesia—por una parte dictaba en las leyes un principio según el cual los colonos debían vigilar que los indígenas no fueran perezosos y siguieran siendo vasallos productivos. Por otra parte, se les garantizaba a los amerindios la libertad de ofrecer a sus amos sólo la cantidad de trabajo que estuviera dentro de su capacidad según su sexo, edad, y estado de salud.
Con respecto a las Leyes de Burgos, los colonos tenían que entrar en el notorio “Obedezco pero no cumplo,” según dictaban las exigencias de la realidad de las colonias. Al mismo tiempo, la corona y la Iglesia continuaban en su mundo ideal, como para decir: “Así se administran las colonias para cumplir con toda justicia.” Las leyes eran bien intencionadas, de eso no hay duda. Sin embargo, como ya se ha visto, varios de los artículos quedaban fuera de la realidad según los colonos, y a menudo eran ignorados. Las leyes merecían todo respeto como originarias de España, la Iglesia, y Dios. Éstas eran concebidas como si fueran una especie de “blue laws.”2 Su existencia se debía a la buena voluntad de su autor, la Corona, pero no tenían lugar dentro de las prácticas cotidianas de las colonias, por lo tanto eran invariablemente olvidadas.
El gran problema fue cuestión de perspectivas que quedaban en parte incompatibles. Lo que dictaba la corona respecto a las colonias se trataba desde una perspectiva peninsular, mientras la manera en que se interpretaban los dictámenes de la corona desde América se trataba desde una perspectiva americana. La comunicación no era comunicación, sino “no-comunicación” o “incomunicación.” Es decir, entre la corona y los colonos no había diálogo abierto en el que cada dialogante haría un esfuerzo por comprender el punto de vista del otro. Sólo había dos grupos irremediablemente separados en cuanto a “tiempo y espacio” que no podían entenderse cabalmente porque tenían perspectivas distintas e incompatibles.
Un buen ejemplo de la falta de diálogo genuino es la famosa serie de debates—sobre el destino de los amerindios—que sostuvieron Bartolomé de las Casas, “protector” de los amerindios, y Juan Ginés de Sepúlveda (1489–1573). Al principio, las Casas parecía estar en la realidad, porque conocía personalmente las condiciones que existían en América. Sepúlveda, en cambio, era del pensamiento escolástico medieval. Seguía al pie de la letra3 la autoridad del dogma eclesiástico y la filosofía aristotélica según la cual las condiciones que existían debían perpetuarse porque era el orden natural—es decir, el orden de Dios. Las Casas mantenía la idea que los amerindios merecían los mismos derechos que tenían los conquistadores, mientras Sepúlveda respondía que la subyugación de los indígenas a la esclavitud era adecuada. Las Casas por fin convenció a los reyes sobre su punto de vista, y como consecuencia dictaron las Nuevas Leyes de 1542 exigiendo un tratamiento más humanitario para los amerindios. Desafortunadamente, esas leyes eran idealistas y muy lejos de la realidad según la concebían los colonos. O sea, las Nuevas Leyes eran como “Blue Laws.” Entonces, resultaba que las Casas no tenía los pies tan firmes en la realidad como parecía. Al parecer, él creía que por el hecho de haberse realizado nuevas leyes (de acuerdo al idealismo de la corona) las condiciones de los amerindios mejorarían. Sin embargo, la realidad americana dictaba todo lo contrario: en muchos casos los colonos seguían tratando a los amerindios de acuerdo a las prácticas acostumbradas (interpretaban las Nuevas Leyes como “blue laws”). El argumento de Sepúlveda, basado no en la condición americana tal como era sino en ideas abstractas, irónicamente resultó más cercano al punto de vista de los colonos. Era como si la “incomunicación” fuera el resultado de hablar “dos lenguas” dentro de la “misma lengua.”
En vista de las condiciones que existían en las colonias, los conflictos eran inevitables. Por una parte, había encomenderos y mineros que sostenían que la tierra y los minerales pertenecían a los españoles como premio de la conquista. Por lo tanto, los amerindios estaban obligados a servir a sus nuevos amos. Por otra parte, tenemos a los clérigos y a los representantes de la corona que argumentaban que el derecho a muchas tierras debía seguir perteneciendo a los amerindios, porque merecían el mismo respeto que cualquier otro vasallo del rey. Mientras las leyes concedían favores a los amerindios, en algunos casos poniéndolos al mismo nivel que los colonos, los colonos tendían a relegarlos a una posición inferior. A veces su estado social era aún más bajo que el de los esclavos africanos, a pesar de que fue categóricamente prohibido esclavizar a los amerindios.
Quizás no había remedio. Tal vez la única manera de administrar las colonias era por medio de la dualidad—que era inevitable, en vista de la naturaleza doble de la misma administración de las colonias. Ya se ha observado que la dualidad entre los colonos, absorbidos como estaban en lo que concebían como la realidad, y la corona, con su marcado idealismo. Sin embargo, había también otra dualidad: por un lado los representantes de la corona y los caciques indígenas, y por otro, los mismos amerindios. Esa dualidad se debía en gran parte a que el papel de los amerindios era doble. Debían proveer una fuente de trabajo para sus amos españoles, y a la vez tenían que pagar tributos en forma de trabajo a sus caciques locales cuando no estaban bajo la jurisdicción de sus amos peninsulares. En primer lugar, como se describió en el Capítulo 5—sobre las instituciones coloniales—a nivel local se les permitía a los indígenas la continuación de su organización social y política prehispánica. En segundo lugar, a nivel de la administración global de las colonias, gobernaban representantes casi exclusivamente de la península. De esta manera, los corregidores peninsulares y los caciques amerindios formaban un tipo de alianza para extraer trabajo y tributo de “los de abajo,” los desdichados trabajadores amerindios. Queda el hecho, sin embargo, de que quizás solamente de esta manera pudieron las colonias producir las riquezas que salieron de los puertos de América para Europa.
No obstante, a medida que la explotación de riquezas aumentaba, disminuía la población de amerindios. Eso se nota de manera dramática cuando se comparan la población de amerindios con la cantidad de animales domésticos en algunas regiones. Por ejemplo, en la parte central de la meseta de México, en 1550 se calcula que había entre siete y ocho millones de amerindios y menos de un millón de ganado vacuno, ovejas, y cabras. Para el año 1610, la cantidad de ganado vacuno, ovejas, y cabras había alcanzado más de ocho millones, mientras que la población de indígenas había disminuido a poco más de un millón. ¡Los animales “se comían” a los amerindios! La situación en las minas de México y Perú fue igualmente pésima. Desde luego, hay que tener presente que ese “desastre ecológico” no solamente se debía al tratamiento atroz de los amerindios. Como ya se mencionó, hubo factores imprevisibles, como enfermedades y otras calamidades naturales (terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, inundaciones, y sequías). De cualquier manera, a los siervos amerindios les iba horriblemente mal.
En general, se dio una evolución de relaciones sociales entre los varios grupos en las colonias: la dicotomía peninsular/amerindio fue poco a poco reemplazada por la de encomendero/siervo, y por fin, por la de hacendado/peón.4 Esta evolución se nota en las transformaciones que hubo de la encomienda al repartimiento (o mita) hasta el contrato con el amerindio como obrero en un mercado libre. Para mediados del siglo XVI, la encomienda había perdido mucha de su importancia, y el repartimiento, apenas introducido en algunos lugares por aquellos años, llegó a predominar durante el siglo XVII. El sistema de contratos inició, y durante el siglo XVIII, cada vez más amerindios entraban en contratos con los amos europeos como trabajadores y con la supuesta libertad de seleccionar al patrón que quisieran. Esos trabajadores, llamados gañanes,5 desde un principio preferían permanecer en sus comunidades, manteniendo una condición más o menos prehispánica, pero ahora sujetos a la jurisdicción de oficiales municipales. Se les exigían tributos, y mientras no tuvieran deudas, podían cambiarse a otras comarcas a su gusto. Los oficiales locales de la corona—que eran de los mismos amerindios—intentaban reducir la cantidad de los tributos de mano de obra que se les exigía. Sin embargo, estos esfuerzos eran inútiles, porque los colonos resistían, porque en realidad la existencia de los gañanes resolvía el problema de la escasez de la mano de obra que con el tiempo iba en aumento, a causa de la disminución de la población indígena.
Hasta mediados del siglo XVIII muchos de los gañanes vivían en sus respectivas comunidades. No querían prestar sus servicios a los amos europeos, porque preferían llevar una vida austera, cultivando la poca tierra que les quedaba. Como último recurso, los peninsulares comenzaron a despojarlos de sus tierras, muchas veces a la fuerza, para obligarlos a entrar en contratos con ellos. Fue entonces cuando un número cada vez mayor de amerindios comenzó a trabajar en las tierras de los amos—que en México ahora tomaban el nombre de haciendas (fincas en Centroamérica y el norte de Sudamérica). Los amerindios eran atraídos a las haciendas en parte porque ahora se les ofrecía una pequeña parcela de tierra a cambio de sus servicios durante la siembra, cosecha, y otras temporadas agrícolas. En el campo, sin embargo, aunque la población de las comunidades amerindias seguía disminuyendo, de todos modos se les exigía el mismo tributo de antes, una obligación cada vez más excesiva que provocaba aún más la migración hacia las haciendas. Lo que fue peor, con el número de mestizos en aumento, en la mayoría de los casos eran ellos mismos los que formaban el grupo de los caporales6 trabajando en las haciendas. Por lo tanto, esto agravó el conflicto que casi siempre existía entre amerindios y mestizos.
Hacia el final del siglo XVIII y hasta los movimientos de Independencia a principios del siglo XIX, el número de amerindios que vagaba de un lado a otro, sin tierra ni rumbo aparente, iba en aumento. Lo desastroso fue que muchos de ellos habían perdido para entonces su lugar seguro en la sociedad. Desde luego, siempre habían estado marginados, pero en contraste con los afroamericanos, la mayoría de los amerindios habían seguido viviendo en las mismas tierras que llamaban suyas desde antes de la llegada de los españoles. Eso les daba cuando menos un poco de seguridad. Sin embargo, con la política borbónica del trabajo en el mercado libre, estaban perdiendo este sentido de seguridad.
Las reformas daban la impresión de que gozando de libertad, los amerindios podrían establecerse en alguna hacienda o migrar a la ciudad, para poder asociarse con gente de otra cultura y otro grupo étnico en un ambiente nuevo. De esta manera podrían asimilarse a aspectos fundamentales de la cultura dominante, acomodándose a ésta. De hecho, al dejar su ropa tradicional, aprender español, y entrar a laborar en algún oficio, a menudo a los amerindios se les llamaba mestizos (ladinos y cholos en Centroamérica y Sudamérica respectivamente) en lugar de simplemente indios. Para los amerindios, esa transformación de categoría a veces les abría puertas para que subieran en la escala social para mejorar su condición. Ahí estaba la prueba, les parecía a los administradores Borbón: si sólo los amerindios pudieran perderse dentro de la cultura colonizadora, como un tipo de “melting pot,” todo estaría resuelto.
Pero la supuesta solución del problema amerindio con las reformas borbónicas en realidad no fue ninguna solución. Los amerindios resistían la asimilación a la cultura dominante, a veces con pasión. Se mantenían alejados de la corriente principal, como algo distinto, como una presencia muda. De todos modos, hay que conceder que en las colonias españolas (y hasta cierto punto la portuguesa), el proceso de aculturación de los amerindios incluía relaciones humanas entre europeos y amerindios considerablemente más íntimas que en las colonias francesas, inglesas y holandesas. La existencia de la leyenda negra es evidencia de que había más pruebas sobre las atrocidades de los españoles que las cometidas por otros pueblos colonizadores de Europa. En realidad los españoles estaban obsesionados con documentar todo lo que pasaba, lo que ofreció materia amplia para la misma leyenda negra. Sin embargo, el hecho de que la documentación exista también es testimonio de que los sistemas peninsulares—sobre todo los españoles—eran más jurídicos, y que la administración se ejercía con más rigor que en las colonias de otras naciones europeas. La posibilidad de que existiera la leyenda negra en cierto sentido ofrece la idea de que ésta era una exageración, y que la condición humana en las colonias francesas, inglesas, y holandesas, en donde había menos legislación, y por lo tanto menos materias para leyendas, podría haber sido mucho peor.
A menudo se ignora el hecho de que, como esclavos o siervos, hubo africanos que llegaron al nuevo mundo junto con los primeros conquistadores. Nuño de Olano estaba con Balboa cuando descubrieron el Océano Pacífico. Bernal Díaz del Castillo escribe sobre un africano que viajó con Cortés, otro estaba con Francisco Pizarro al comienzo de la conquista de Perú. Por supuesto, también tenemos al famoso Estevanico, que acompañaba a Cabeza de Vaca.
Sin embargo, la historia de los Africanos en las Américas es principalmente la del transporte sistemático de esclavos desde África para trabajar en el campo y las minas. El tráfico de esclavos africanos comenzó en 1502, diez años después del desembarque de Colón en las islas Bahamas. Durante esos diez años, debido al trabajo forzado y pesado, y las múltiples enfermedades hasta entonces desconocidas en América, la población amerindia había disminuido con una rapidez alarmante. Algunos de los frailes dominicanos—sobre todo Bartolomé de las Casas, tratando de defender a los indígenas—sugirieron que los africanos serían más adaptables al sol del trópico y al trabajo forzado que los amerindios. Esta “recomendación” fue recibida con entusiasmo—aunque seguramente la compra y venta, así como la brutal opresión de pueblos enteros, no había sido el propósito de las Casas—y así comenzó un tráfico de seres humanos de una magnitud que el mundo jamás había conocido.
En 1517, España concedió un asiento7 oficial a un grupo de comerciantes para transportar 4000 esclavos anualmente al Nuevo Mundo, de los cuales la tercera parte deberían ser mujeres, para multiplicar la población de esclavos. Durante la misma época, los portugueses, para quienes la esclavitud de africanos dentro de Portugal era ya un hecho desde hacía tiempo, iniciaron también el comercio de esclavos en Brasil. Hacia el año 1600, los africanos ya formaban la base de la economía de áreas extensas en las regiones tropicales donde se cosechaba la caña de azúcar (en el noreste de Brasil, las costas de Colombia, y Venezuela, la costa del oeste de México, y todo el Caribe). Por regla general, en el trópico los africanos reemplazaron a los amerindios como trabajadores, mientras en las sierras, tierra ingrata y casi inhospitable para los africanos, los amerindios seguían proveyendo la mano de obra. Los africanos han tenido una influencia profunda en Latinoamérica, a pesar de que sus aportaciones culturales se han tratado de borrar en varios países por diversos motivos, como señala Henry Louis Gates en Black in Latin America (2011). Sin embargo, ha sido en el noreste de Brasil donde los africanos tuvieron el mayor impacto, y por eso éste será el enfoque principal de lo que resta de esta sección.
La influencia de los africanos en la cultura brasileña se debe no sólo a la cantidad de los esclavos en comparación con la población europea, sino también a la mayor aceptación de los portugueses de culturas exóticas del continente africano. Los portugueses ya habían tenido un contacto intenso con gente del interior de África desde hacía algún tiempo. La diferencia entre Portugal y España se puede notar, por ejemplo, en la naturaleza del catolicismo de las dos culturas. La clerecía portuguesa no llegó al extremo del fanatismo con respecto a la Contrarreforma como sí fue el caso con la clerecía española. Lo mismo se puede decir de los reyes portugueses en contraste con los españoles. La corona portuguesa siempre estuvo menos ligada al Vaticano. Además, en comparación con el catolicismo de España, el de Portugal tenía más influencia islámica. Según escribe el sociólogo brasileño Gilberto Freyre en Casa-grande y senzalas (1946),8 es por eso que la religión portuguesa no era tan austera como la de Castilla, era más una liturgia social que religiosa, suavizada por elementos aportados de otras religiones y culturas.
Además, hay que reconocer que la naturaleza del catolicismo en Portugal en gran parte se debe a que la población era relativamente pequeña, pero estaba diseminada por todo el mundo, gracias a las extensas exploraciones marítimas. Por lo tanto, un porcentaje relativamente alto de portugueses conocía otras partes del mundo y otras culturas, lo que había creado en ellos un espíritu un poco menos intolerante. Sin embargo, el costo de la expansión marítima también había sido caro, y ahora Portugal tenía relativamente pocos recursos humanos disponibles para su colonia gigante en América. Como consecuencia, el proyecto fue el de mantener la población de la península hasta donde fuera posible, empleando hasta el máximo los recursos que les ofrecía la institución de la esclavitud.
Como resultado de este proyecto, en Brasil los afro-brasileños eran los que cultivaban y procesaban la caña de azúcar, pero además, servían como arrieros, cargadores, herreros, carpinteros, tejedores, barberos, sastres, artesanos, en fin, servían para todos los quehaceres. Había en los campos de Brasil, más que en Hispanoamérica, una comunidad auto-contenida, el llamado conjunto de la casa grande y las senzalas. En los pueblos y otras ciudades, los afro-brasileños hacían toda clase de trabajo. Una práctica común—e hipócrita, hay que notar—se trataba del negro(a) de ganho. El negro(a) de ganho era un esclavo(a) que durante su tiempo libre podía trabajar, según su oficio—como portador(a) o en trabajos especializados—por una jornada (un pago al final de su trabajo). Podía quedarse con una “cuota” fija cada día, pero tenía que entregar a su amo todo el dinero que excediera la “cuota.” Como resultado de esta práctica, había portugueses que pasaban una vida de puro ocio, gracias a la “renta” cobrada a sus esclavos. Lo que era peor, a veces los amos se contaban entre los mismos afro-brasileños o mulatos (Port. Pardos), que antes habían sido esclavos.
Al contrario de las colonias españolas, en Brasil, la casa grande de las fazendas9 tomaba precedencia sobre las ciudades y hasta las iglesias. En la colonia portuguesa, generalmente no se construyeron iglesias de la talla y majestuosidad que aún hoy se pueden apreciar en México, Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia. Las excepciones más notables son las iglesias barrocas de los estados de Bahía, y Minas Gerais. En Minas Gerais se encuentran impresionantes monumentos eclesiásticos adornados por el arte del mulato Antonio Francisco Lisboa, conocido como “Aleijadinho” (1730–1814).10 Las ciudades de Brasil tampoco tenían la importancia de las casas grandes. En 1800, Río de Janeiro apenas alcanzaba una población de 80,000 y São Paolo 15,000. Su arquitectura no impresionaba mucho, y los servicios públicos (calles, aceras, desagües, parques, vías de transporte) casi no existían. A diferencia de las colonias españolas, la portuguesa era más rural que urbana. Mientras en Hispanoamérica las ciudades predominaban, en Brasil, las ciudades servían a las fazendas.
Aunque algunas características de la sociedad de Brasil tenían cierta semejanza con las del sur de los EE.UU. antes de la guerra civil, había también diferencias notables. Ha existido la idea—aunque los críticos digan que es puro mito—de que en ninguna parte del mundo hubiera un tratamiento más humanitario y menos deshumanizador para los esclavos africanos que en Brasil. Según escribe Freyre, los portugueses eran demasiado placenteros, sedentarios y liberales como para tratar a sus esclavos de un modo tan bárbaro y cruel como sí fueron tratados en otros lugares.11 Los castigos tendían a ser más moderados, y el sadismo de parte del amo era relativamente escaso en comparación con el tratamiento de los esclavos en EE.UU. En Brasil las relaciones de tipo paternalista entre amo y esclavo eran a veces bastante íntimas, y por tanto había, al parecer, menos prejuicio a causa del color de la piel. Esto es porque, para reiterar, los portugueses—y hasta cierto punto los españoles al sur de España—estaban acostumbrados desde hacía tiempo a vivir con gente morena. Además, en Brasil la mezcla de sangre era menos restringida por tabúes de tipo moral y tradiciones sociales que en los EE.UU. Eso produjo lo que más se aproxima a una verdadera pluralidad cultural. Esa mezcla sirvió para procrear gente donde precisamente hacía falta población, porque como ya se mencionó, había relativamente pocos portugueses. De todos modos, el vació demográfico de la gran expansión brasileña se llenó, cuando menos en algunas zonas costeñas, con africanos—ya como afro-brasileños. Desde entonces, hubo poco a poco una mezcla de afro-brasileños y europeos para formar la compleja fusión étnica que existe hoy en Brasil. En fin, fue sobre todo gracias a los afro-brasileños que los portugueses pudieron colonizar y desarrollar el noreste y las llanuras costeñas de Brasil, que luego sirvió para proteger la colonia en contra de la infiltración de franceses y holandeses.
Según parece, los afro-latinoamericanos se adaptaban con bastante facilidad a las exigencias de la vida en su nuevo ambiente. Fueron brutalmente desarraigados de África, vendidos a europeos por traficantes de esclavos y de su propia raza, sujetos a condiciones horriblemente subhumanas durante el viaje a América, y reducidos a la esclavitud en lugares desconocidos. Sería razonable pensar que, después de esta serie de experiencias traumáticas, hubieran caído en un estado de añoranza y hasta depresión anémica. En parte así fue, por eso cierta melancolía y nostalgia vaga e inefable influía en el carácter de todos los brasileños, tanto afro-brasileños como europeos. Esa influencia de melancolía y nostalgia continúa hasta hoy, con la tendencia hacia lo que se le ha denominado en portugués “saudade.”12
Sin embargo, el espíritu de los afro-brasileños era tan elástico que de modo admirable se fueron acostumbrando al ritmo de su nueva vida. Es decir, se aprovecharon de las nuevas relaciones entre ellos y sus amos lo mejor que pudieron. Su adaptación sutil a las nuevas circunstancias tuvo repercusión en la sociedad en general, cambiando en el proceso a sus amos también. Como resultado, la presencia de los afrobrasileños sirvió para alegrar y dar sabor a la vida monótona y rutinaria de la colonia con su música, baile, folklore, y vestigios de sus creencias religiosas que han tenido influencia en el Brasil contemporáneo—la música brasileña con marcado elemento vital de ritmo y vida contrasta con el rito y la lírica de la música de Portugal. De hecho, el Carnaval de Salvador, capital del estado de Bahía, es la manifestación suprema del “africanismo” en las culturas americanas.
La emancipación de los esclavos de Brasil fue progresiva. No fue un cataclismo, a manera de la sangrienta historia de EE.UU. En Brasil, el proceso de liberación de los esclavos traza una línea paralela con la historia misma de la esclavitud brasileña. Es decir, la puerta a la libertad siempre estuvo un poco abierta, y a través de los años hubo ocasiones y pretextos, basados en las costumbres y las leyes, para abrirla más. Había varias maneras en que los esclavos podían ganar su libertad. Primero, el amo por regla general daba libertad a sus propios hijos mulatos. Segundo, después de muchos años de servicio, a veces a un(a) esclavo(a) se le concedía su libertad como premio (lo malo es que como ya estaba viejo[a] y no servía para el trabajo, muchas veces le iba mal, ya que ahora quedaba fuera del cuidado paternalista del amo). Tercero, a los esclavos que se les permitía trabajar por su propia cuenta como negros de ganho (negros que ganaban su propio dinero) podían ahorrar y comprar su propia libertad. Y por último, los hijos de un esclavo y una mujer libre no quedaban bajo el yugo de la esclavitud.
Aunque las condiciones de los afro-brasileños y afro-hispanos quizás no hayan sido tan pésimas como en EE.UU., de cualquier manera, como era natural, los esclavos siempre tuvieron el deseo de romper las ataduras de su esclavitud de una forma u otra. En Brasil a menudo huían al sertão,13 a veces fuera del alcance de los europeos que por regla general preferían quedarse cerca de la costa (otra vez con la excepción de los bandeirantes). En el siglo XVII, un gran número de cimarrones14 fundó un quilombo,15 con el nombre de la República de Palmares, que tenía un sistema político y eclesiástico bien organizado. Al crecer la fama de este “estado libre” de afro-brasileños, esto fue atrayendo a esclavos de toda la comarca que también deseaban escapar, lo que causó mucha inquietud entre los portugueses. La República de Palmares fue destruida sólo después de una campaña total por parte del ejército del noreste de Brasil y un grupo de paulistas. (gente de São Paulo). Aunque ni ésta ni otras rebeliones tuvieron éxito duradero, el esfuerzo dio más ánimos a los abolicionistas, que siempre habían existido desde el comienzo de la esclavitud.
Hay que aclarar que, como consecuencia del tipo de esclavitud y la naturaleza de la cultura brasileña, hoy quizás no hay tanta discriminación racial como en EE.UU., sino más bien lo que existen son distinciones, y por lo tanto discriminación, basadas en la posición que tiene cierta gente en la escala social. En general los negros y mulatos tienen un nivel de vida inferior a la gente blanca. Es decir, hay indicios de prejuicio contra la gente preta16 no simplemente a causa de su etnicidad sino por su clase social. En el Brasil contemporáneo, si un(a) afro-brasileño(a) logra bastante éxito económico, tendrá más respeto por parte de sus compatriotas—según un refrán popular brasileño, no hay como el dinero para emblanquecer la piel. La discriminación existe en el Brasil aunque sea más social que racial. De todas formas, reiterando, no hay ni ha habido otro país en el mundo donde personas de origen africano y europeo hayan convivido con tan poco conflicto social. Como consecuencia, mucha gente con antepasados africano ha alcanzado prestigio y fama en la historia de Brasil. Un ejemplo ya mencionado es el arquitecto y escultor Aleijadinho, que diseñó y creó el arte de muchas iglesias del estado de Minas Gerais. Otro ejemplo sobresaliente es Joaquim María Machado de Assis (1839–1909), gran novelista del siglo XIX, hijo de padre portugués y madre afrobrasileña.
En las colonias españolas, la esclavitud carecía de relaciones paternalistas tan suaves como las que se daban en Brasil, porque antes de la época colonial los españoles no habían tenido tanta experiencia conviviendo con africanos. A pesar de ser bastante tolerantes con respecto al concepto racial, los españoles estaban muy orgullosos de su casticismo17 y su catolicismo. Además, había condiciones específicas en las colonias que producía un tipo de esclavitud diferente al de la colonia portuguesa. En primer lugar, el emplear a los esclavos en las minas, donde el trabajo era dificilísimo, fue la causa de una situación violenta que no ocurría hasta el mismo grado en Brasil. En segundo lugar, la abundante presencia de amerindios—de temperamento normalmente más dócil que el de los negros—complicaba las relaciones entre los grupos étnicos. Los amerindios con frecuencia proveían una fuente de trabajo cuando había insuficiencia de esclavos africanos, de manera que había cierta clase de competencia entre los dos grupos. Debido a que los amerindios tenían un lugar más seguro dentro de su comunidad—en contrate con los negros que habían sido desplazados de sus pueblos—los africanos por regla general se manifestaban más agresivos, y a menudo surgían situaciones que terminaban en violencia.
Entre todas las combinaciones raciales, para complicar más las cosas, los zambos (combinación de amerindios y gente de origen africano) eran por desgracia considerados como la mezcla étnica menos deseable. A veces se les percibía como una amenaza social. La población más densa de zambos en las colonias españolas se encontraba en la zona costera de Ecuador, Colombia, Venezuela, y Centroamérica. En algunos casos, la mezcla entre amerindios y negros en el campo producía un tipo humano independiente, orgulloso y bastante guerrero. Por ejemplo, hubo muchos zambos en las comunidades de la costa del Miskito en el norte de Nicaragua. Durante la década de los años de 1980, cuando el gobierno revolucionario “sandinista” intentó integrarlos a su revolución social, muchos zambos manifestaron su fuerte espíritu independiente. Sin embargo, con el tiempo, en muchos lugares de Latinoamérica los zambos y sus descendientes han encontrado su lugar en la jerarquía social, aunque casi siempre en los niveles más bajos.
Las rebeliones de esclavos en las colonias españolas eran más frecuentes que en la colonia portuguesa antes del siglo XIX. A veces causaban disturbios profundos en la población de toda la comarca. A mediados del siglo XVIII, los afro-guatemaltecos habían infundido tanto terror en la gente europea, que los mismos amos tenían miedo de sus esclavos, aún los de más confianza. En la ciudad de México, llegó a ser una práctica común la ejecución de esclavos escogidos al azar si se descubrían indicios de una rebelión. Los esclavos que lograban escapar eran considerados como una amenaza. Hay poca evidencia de que los afro-mexicanos tuvieran la intención de organizar una rebelión en contra de los españoles, solamente querían su libertad, y que los dejaran en paz para sobrevivir entre gente de su misma raza. Por ejemplo, entre la ciudad de México y el estado de Veracruz un grupo de cimarrones, encabezados por Gaspar Yanga, establecieron un pueblo llamado San Lorenzo de los Negros en 1570. Al parecer, esta comunidad estaba poblada por gente trabajadora y relativamente pacífica que sencillamente quería convivir con su propia gente. A través de casi cuarenta años el pueblo alcanzó una prosperidad notable pero los colonizadores la destruyeron en 1609, sin poder capturar ni a Yanga ni a sus seguidores.
Posteriormente, los españoles accedieron a un tratado de paz y, ya viejo, Yanga negoció el derecho de construir su propia sociedad libre, siempre y cuando se le pagara el tributo correspondiente a la corona. Este pueblo—primera comunidad libre, oficialmente reconocida, de gente negra en las Américas—fue finalmente establecida en 1630 y todavía existe hoy con el nombre de Yanga en el estado de Veracruz.
Hay que notar que los mulatos llegaron a ser un elemento importante en la vida de las colonias hispanoamericanas. Con fisonomía más parecida a la de los españoles, eran considerados una mezcla étnica “más progresiva.” En general, durante el último siglo del coloniaje y el siglo XIX, todo prejuicio que surgía en contra de los mulatos era paulatinamente suavizado a medida que se integraban en los diferentes niveles sociales y en los trabajos y profesiones. Cada vez más socializaban con mestizos y españoles, mejorando su condición económica y asimilando las costumbres de la sociedad dominante. Gradualmente se asimilaban a la cultura, alcanzando a veces posiciones de prestigio que antes estaban reservadas sólo para españoles y mestizos. La sociedad que había sido relativamente inflexible ahora les permitía entrada por varias vías antes prohibidas.
En conclusión, a medida que avanzaba la época colonial, las diferencias étnicas eran menos evidentes, de modo que había más tolerancia y las mezclas raciales eran más aceptadas. Hacia finales del colonialismo, ciudades principales como Lima, y México, donde antes había una cantidad notable de esclavos de raza africana pura, manifestaban un espectro sutil de gradaciones entre los pocos afro-hispanoamericanos que quedaban y tipos humanos más europeos que africanos.
En las colonias españolas la composición étnica de mayor alcance como producto de la conquista del Nuevo Mundo se manifiesta en el resultado de la mezcolanza entre españoles y amerindios para formar a los mestizos. Sin embargo Hispanoamérica no es, propiamente dicho, un continente mestizo, como a veces se le ha calificado.
Una de las razones de este error tiene que ver con la expresión “mestizo(a).” Conectado con “mezcla” y “mixto,” “mestizo” podría generalizarse para incluir todas las combinaciones étnicas. El problema es que si se adopta este significado general al término “mestizo(a),” entonces toda la gente del mundo sería “mestiza.” Si se adopta el significado más limitado—la combinación de europeo con amerindio—sólo algunos países de Latinoamérica, y regiones específicas de algunos países, se pueden calificar de “países mestizos.” De acuerdo al significado limitante del término, la clase mestiza constituye la base de las poblaciones solamente en algunas regiones de México, Paraguay, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Chile, y Brasil.
Desde el tiempo del coloniaje, algunos mestizos alcanzaron prestigio, El más famoso durante la época de la conquista fue el Inca Garcilaso de la Vega (1539–1616), cuya madre era una princesa inca, amante de su padre español. De la Vega llegó a resentir el desprecio de los peninsulares por el grupo étnico del que él formaba parte. Odiaba el “esnobismo” de la clase aristocrática, y se consideraba más peruano que español. En sus Comentarios Reales (1609), obra clásica de la literatura hispanoamericana, narra la historia del pueblo de su madre y la conquista de los incas. El dilema de Garcilaso de la Vega es un microcosmos del macrocosmos del mestizaje.
Los mestizos desde el principio no eran ni europeos ni amerindios, y sentían dentro de sí una tensión que los colocaba en una especie de “limbo” cultural. Por eso en algunas comarcas de las colonias hacia mediados el siglo XVI se consideraba a la clase mestiza como vagabunda y violenta, con inclinaciones maliciosas. Esa generalización era un estereotipo exagerado. Sin embargo, hay una marcada diferencia entre la “mentalidad mestiza” y la “mentalidad amerindia.” El etnólogo Eric Wolf escribe en Sons of the Shaking Earth (1959) que los mestizos, tanto parias sociales18 como culturales, llegaron a convertirse en la antítesis de los amerindios, que estaban íntimamente ligados a su tierra. Mientras los amerindios se identificaban con su comunidad local, los mestizos quedaban en la periferia tanto de la cultura peninsular como de la indígena. Mientras los amerindios preferían la vida del campo o las provincias, los mestizos gravitaban hacia las ciudades para integrarse a la vida urbana. Los amerindios se sentían cómodos labrando la tierra en la que tenían profundas raíces espirituales, los mestizos encontraban su elemento en el mercado entre la gente, la actividad, y el intercambio de palabras, ideas, dinero, y posesiones materiales.
La idea del pícaro se describe en un tipo de novela, la “novela picaresca,” de España, ejemplos clásicos de ésta se encuentran en Lazarillo de Tormes (1554) y Guzmán de Alfarache (1599). El pícaro—como se notará con más detalle en el Capítulo 15—se distingue por ser el protagonista de un grupo marginado de la sociedad. Es un anti-héroe que se presenta a sí mismo narrando primera persona. Es un individuo, como el mestizo en Hispanoamérica, que nació en circunstancias desventajosas; por consiguiente, se ve obligado a sobrevivir por medio de su astucia, ingenio, gracia, y facilidad de palabra que siempre tiene.
En realidad, para sobrevivir al margen de la sociedad, los mestizos tuvieron que aprender a cambiar según las circunstancias con la misma facilidad que una persona puede cambiar de máscara. Tuvieron que vivir de su astucia, sagacidad, y artimaña, volviéndose en personas que en los casos más extremos se asemejaban al prototipo del pícaro.19 Mientras los amerindios se mantenían en contacto con el mundo físico, reconociendo que sólo por el sudor de su frente podrían ganarse la vida, los mestizos con frecuencia se refugiaban en un mundo de sueños y fantasía. Señala Wolf que, colocándose al margen de la sociedad, los mestizos se ponían también al margen de la “realidad.” Su gran sueño era el de realizar esa fantasía en la vida real, de crear o transformar las condiciones de tal forma que su mundo armonizara con su sueño—sueño sutilmente descrito en la novela de Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz (1962).
Así es que la misma marginación de los mestizos de la cultura criolla dominante les sirvió como fuente de su impulso. Llegaron a formar la clase intermediaria entre los amos y sus trabajadores (los amerindios y los afro-latinoamericanos). Dedicándose al comercio, muchas veces llegaron a ser agentes de compra y venta. En algunas regiones llegaron a conformar la espina dorsal de la economía del imperio colonial. En el proceso, muchos se elevaron en la escala social a través del dinero y los contactos con gente de poder. Sobre todo, adquirieron un gusto por lo que les proporcionaba el dinero: respeto, prestigio, autoridad, y poder. Entonces, mientras los amerindios valoraban la tierra, los mestizos veían la prosperidad como un medio hacia otro fin; mientras los amerindios se perdían en su comunidad a la cual debían su existencia, los mestizos quedaban aparte de la comunidad de la cual nunca habían sido una parte integral de todos modos. Paulatinamente a los mestizos se les fue formando la idea de que la comunidad existía para el beneficio del individuo que supiera aprovecharse de la situación. En eso también los mestizos eran todo lo contrario de los amerindios, cuya existencia estaba dedicada a la existencia de la comunidad. Fue esa característica precisamente la que después de la época colonial hizo a los mestizos candidatos ideales para el caudillismo (características discutidas en el Capítulo 2). Ya que los mestizos habían llegado a manifestar la expresión máxima de vigor, fuerza de voluntad, facilidad de expresión, carisma, y hasta machismo, es bastante lógico que el caudillismo haya sido una de las manifestaciones más naturales de su psicología.
Durante la época colonial después de haberse establecido en las ciudades, y con su naturaleza frecuentemente agresiva, los mestizos empezaron a dispersarse por los campos otra vez para intervenir en las actividades de los amerindios, generalmente para explotarlos. Se unían a ellos con la apariencia de familiaridad, pero con el motivo de tener una fuente de trabajadores a la mano cuando los necesitaran. Sobre todo, les atraía a los mestizos el prestigio de convertirse en terratenientes, y fue entonces cuando comenzaron a despojar—en gran escala—a los amerindios de sus tierras. A pesar de que existían mestizos en las comunidades amerindias, de todos modos los amerindios seguían bajo la administración de oficiales indígenas. Se observa la misma paradoja de siempre. Por un lado, había autoridades locales y leyes de la corona que dictaban protección a los amerindios (el idealismo), y por otro lado, existía la explotación de los amerindios por los mestizos (la realidad) a causa de su insaciable deseo de adquirir tierra, como fuente de prestigio. (De esta manera, hasta cierto punto se preservaba el sueño del hidalguismo). Con razón había conflictos entre los mestizos y los amerindios. No obstante, a veces las relaciones entre ellos eran relativamente armoniosas. Eso es testimonio de la naturaleza dócil, para bien o para mal, de los amerindios vis-à-vis la agresividad mestiza. La sed de dinero y prestigio de los mestizos es quizás su característica más sobresaliente pero no se puede ignorar también la codicia del poder, como ha notado Wolf, y como sugiere Octavio Paz (1914–1998) en El Laberinto de la soledad (1950). Para los mestizos el poder, sobre todo el poder político típico de la mentalidad caudilllesca, es el camino hacia el prestigio—que en épocas anteriores guardaba la imagen del hidalguismo. Esa codicia del poder se debe en parte a las circunstancias coloniales, y en parte a las condiciones sociales. En cuanto a las circunstancias coloniales, ya que la mayoría de los judíos fueron expulsados de España en 1492, año que vio el nacimiento de la “invención” de América, y ya que ellos habían constituido el sector comercial, ahora quedaba un vacío: prácticamente no había quién se ocupara de los negocios. En vista de que a los judíos no se les permitía la entrada a América—aunque algunos vinieron de todos modos, violando la ley—había necesidad de una clase que llenara ese vacío que había dejado el sector comercial judío, sobre todo en las colonias. En general, los mestizos ofrecieron sus servicios en ese rubro. Se puede decir que así tenía que pasar por la siguiente razón.
Durante la época colonial, los españoles gozaban de todos los privilegios que les extendía la ley. A los criollos, aunque relegados a una posición “inferior” a la de los peninsulares, les iba relativamente bien de todas maneras. Aunque su propia cultura había sido arrasada, los amerindios cuando menos encontraban su lugar en el cosmos a través de su comunidad amerindia dentro de la cual continuaban como miembros. Los afro-latinoamericanos, desplazados de su tierra de origen, a veces no tenían más remedio que acercarse a sus amos, los europeos, e integrarse a la sociedad dominante. En cambio, los mestizos, que no tenían un lugar en el mundo que pudieran llamar suyo, poco a poco fueron conformando varios niveles de la clase comercial, ese mismo sector que habían ocupados los judíos en España. Por lo tanto, más o menos semejante al tipo del mencionado pícaro, los mestizos aprendieron a vivir a base de sus propios recursos, voluntad, y astucia.
En cuanto a la naturaleza general de los mestizos de hoy en día, Germán Arciniegas en El continente de siete colores (1965) examina lo que podemos llamar la “idiosincrasia mestiza.” Ese temperamento les da por un lado, una ingeniosidad y un afán creador, y por otro, una personalidad doble, que puede culminar en la ansiedad y tensión interiores que se han ya mencionado. Es decir, hasta cierto grado los mestizos tienen la naturaleza triste y estoica de los amerindios, pero esta naturaleza está limitada a sus horas de soledad y contemplación. Mientras tanto, esperan el momento propicio para re-entrar en la algarabía20 de su sociedad, y se esfuerzan por destacarse en el trabajo o en la calle, reunirse con los amigos (compadres y comadres), o entrar en una u otra fiesta. Sus momentos de tristeza son como uvas que luego se exprimen hasta sacarles las últimas gotas de vida, de frenética actividad, de alegría, y a veces de violencia. Esta doble personalidad de los mestizos, es una ventaja mientras es una amalgama que enriquece al individuo con nuevo ánimo, y sirve para abrir nuevos horizontes de posibilidades futuras.
La llamada “personalidad mestiza,” en fin, no es fácil de comprender, y cada generalización de ella demuestra un sinfín de excepciones. Quizás lo único que se puede concluir es que cualquier definición del mestizo tiene que ser incompleta y parcialmente errónea, porque el mestizo es un tipo humano sumamente complejo. Bueno, cuando menos hicimos la lucha, ¿no?
1.¿Cómo ejemplifican las Leyes de Burgos la brecha que hay entre “idealismo” y “realidad?
2.¿Qué son las “blue laws”? Ofrezca algunos ejemplos de éstas.
3.¿Cuáles son las perspectivas incompatibles acerca de las colonias?
4.¿Qué son la Nuevas Leyes?
5.¿Cuál es la dualidad que define la administración de las colonias?
6.¿Cuál fue la alianza que resultó de la explotación de los amerindios?
7.¿Por qué perdieron los amerindios su sentido de seguridad durante las reformas borbónicas?
8.¿Quiénes eran los ladinos, y los cholos?
9.¿En qué lugares existía la esclavitud más extensiva, y por qué?
10.¿Cuáles eran las diferencias entre las relaciones de los portugueses con los africanos y de los españoles con los africanos? ¿A qué se deben estas diferencias?
11.¿Quién fue Aleijadinho?
12.¿Qué quiere decir saudade?
13.¿Qué relaciones había entre afro-latinoamericanos y amerindios?
14.¿Quién fue Gaspar Yanga? ¿Qué fue la República de Palmares?
15.Describa las condiciones de los mulatos en las colonias españolas.
16.¿Por qué no es Latinoamérica un continente puramente mestizo?
17.¿Quién fue uno de los primeros mestizos en alcanzar prestigio y qué es lo que hizo?
18.¿Cuáles son las principales características de los mestizos?
19.Por qué eran los mestizos candidatos ideales para el caudillismo?
20.¿Qué es un pícaro?
21.¿Cómo eran las relaciones entre los mestizos y los amerindios?
1.¿Hay conflictos y debates hoy que pueden ser parecidos a los de Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda? Explique.
2.¿Cuál es la diferencia entre la discriminación racial y la discriminación social, y las desventajas de las dos? ¿Podría haber en EE.UU. una clasificación sutil entre negros (o pretos), mulatos (o pardos), amerindios, y mestizos (ladinos, cholos) como en Latinoamérica?
3.¿Cree usted que los mestizos tomaron la mejor ruta para localizar su espacio en la sociedad?
Dos puntos de vista y dos defensas: (1) tomando en consideración el contexto histórico, el tratamiento de los esclavos en Latinoamérica fue relativamente humanitario, y (2) la institución de la esclavitud es intolerable, a pesar del tiempo o lugar, y no se puede más que censurarla.
1 Hacer hincapié = to emphasize.
2 “Blue laws” = From colonial New England, the “blue laws” were extremely rigorous laws designated to regulate morals. They were looked upon as extreme to the absurd, and in fact, so ridiculous that the citizens often paid them little mind.
3 Al…letra = to the letter of the law.
4 Hacendado = plantation or large ranch (hacienda) owner. Peón = unskilled peasant laborer.
5 Gañán = an Amerindian free to choose for whom he will work for a wage.
6 Caporal = foreman.
7 Asiento = monopoly.
8 Casa Grande (Port.) = mansión, owned by the landed gentry. Senzala (Port.) = slave quarters.
9 Fazenda (Port.) = a plantation in colonial Brazil.
10 “Aleijadinho” quiere decir “mutilado.” A pesar de que el uso de sus manos estaba severamente limitado por la lepra, llegó a ser el escultor de más renombre en Brasil durante la época barroca.
11 La tesis de Freyre, hay que señalar, ha sido censurada con severidad. Según la crítica, Freyre exagera las características humanitarias de la esclavitud brasileña. Sin embargo, es probable que las condiciones de los esclavos en Brasil fueran menos pésimas que en otras colonias, lo que de todos modos era poco consuelo para los afro-brasileños.
12 Saudade (Port.) = longing, nostalgia. This word is difficult to translate. It entails a vague longing for something: something remote, intangible and ineffable, but something representing the object of some undefinable, deep-seated desire. Saudade can be sensed in much Brazilian music, for example, the Bossa Nova, with its smooth, melancholic rhythm and its nostalgic lyrics.
13 Sertão (Port.) = the backlands of Brazil west of the northeastern coast.
14 Cimarrón(a) = escaped slave.
15 Quilombo (Port.)= name given to a community of escaped slaves.
16 Preto(a) (Port.) = dark skinned (moreno[a]), usually referring to Blacks, but occasionally also to mulattoes, in addition to their being called pardos.
17 Casticismo = “purity” of one’s Spanish “blood.”
18 Paria social = pariah, social outcast.
19 Pícaro = rogue, a person who is wily, scheming, tricky.
20 Algarabía = clamor, din, gabble.