Fijarse en:
•Las causas de la lucha por la Independencia.
•Los métodos que emplearon los independentistas, y por qué recurrieron precisamente a ésos y no a otros.
•El papel de los criollos en el movimiento por la Independencia.
•Las hazañas de los libertadores principales en América del sur y México.
•Las diferencias entre la Independencia de México y la de América del Sur.
•El destino de los amerindios, los afro-latinoamericanos, y los mestizos durante y después de la Independencia.
•Las diferencias entre la liberación de Brasil y la de los países hispanoamericanos.
Términos:
•Cabildo Abierto, Carta de Jamaica, Causas Internas-Causas Externas, Conservador, Ejército, Realista, Enciclopedistas, Junta, Liberal, Oligarquía, Fazendeira, Pacto Implícito.
Tarde o temprano, la brecha entre el idealismo de las coronas de la península y lo que concebían los colonos como la realidad americana no pudo menos que servir como un hilo que unificó a las colonias en contra de los colonizadores.
Para comprender la esencia de ese hilo unificador, conviene otra vez fijarse en los problemas de la distancia entre la península y sus colonias y el problema de la comunicación. Al comienzo del siglo XIX, a veces las líneas de información eran más estrechas entre Sudamérica y España que entre Sudamérica y México. En gran parte ese problema se debía a las dificultades que presentaba la geografía americana. Por ejemplo, en la región de Panamá (conexión vital entre España y Perú) la selva tropical servía como barrera, dificultando el paso de Centroamérica y Sudamérica. Amerindios hostiles prevalecieron en las llanuras tropicales entre Nueva Granada y Venezuela y entre Ecuador y Perú, lo que obligaba a los colonos a tomar rutas difíciles de colonia a colonia por la cordillera andina. El ascenso desde Lima a las tierras altas de Perú y Bolivia era todavía más difícil. El camino entre Perú y Río de la Plata parecía interminable. Y la comunicación entre los puertos de las costas de México y la meseta central era sumamente dificultosa. Cada viajero debía ser un intrépido aventurero.
A pesar de esas barreras, es sorprendente que en el mismo año, 1810, hayan estallado movimientos de Independencia hispanoamericana con una simultaneidad impresionante, desde la nueva España hasta el Río de la Plata. En abril de ese año, revolucionarios de Caracas tumbaron la capitanía española, en mayo los ciudadanos de Buenos Aires expulsaron al Virrey, el 16 de septiembre comenzó la rebelión en México, y el 18 del mismo mes brotó un movimiento en Santiago, Chile. Es como si de alguna manera, propósitos comunes dirigieran una conciencia colectiva hacia la misma meta. Como si todos tuvieran un destino común, a pesar de no haber un acuerdo explícito. Sin embargo, aunque al principio los colonos hispanoamericanos compartieron un destino común, eso por desgracia no duró después de que se liberaron del yugo español del colonialismo, como se verá más adelante.
Ya se ha mencionado el efecto de las reformas borbónicas y el resentimiento criollo como antecedentes y causas del movimiento por la Independencia. También otras causas internas importantes: la expulsión de los jesuitas en 1767, que puso de manifiesto1 el absolutismo de España, y varias expediciones científicas como la del alemán Alexander Van Humboldt entre 1799 y 1804, que sirvieron para ampliar la conciencia de los colonos. No se puede ignorar tampoco a los precursores de los diferentes movimientos de Independencia: el venezolano Francisco de Miranda (1750–1816), el colombiano Camilo Torres (1766–1816), y el argentino Mariano Moreno (1778–1811), entre otros. La voz de esos precursores sirvió para ampliar las conciencias acerca de la posibilidad de emanciparse del yugo de la colonia. Además de los precursores criollos, durante los últimos años del coloniaje hubo algunas rebeliones por parte de grupos amerindios que tuvieron influencia en el movimiento general por la Independencia. Las rebeliones más notables fueron la de 1780–1783 de José Gabriel Condorcanqui de Perú, bajo el nombre incaico de Túpac Amaru II, y la de los comuneros2 de Zipaquirá, Colombia durante los mismos años.
También hubo causas externas que inspiraron la lucha por la Independencia: el movimiento de EE.UU. de 1776, y la Revolución Francesa de 1789, y en general el pensamiento del Siglo de las Luces.3 A partir de las ideas de la Ilustración, triunfó la Revolución Francesa en nombre de los derechos humanos y el fin de toda monarquía. Unos años antes, con alguna influencia de los enciclopedistas franceses4 y otros pensadores ingleses, los norteamericanos habían ganado su propia Independencia. Esas revoluciones conmovieron profundamente a los latinoamericanos, animándoles a emprender una lucha por sus propios derechos.
Desde el principio, la independencia de las colonias hispanoamericanas fue precipitada por la invasión napoleónica francesa de Portugal en 1807 y de España en 1808. Como consecuencia de la invasión, inmediatamente los habitantes de Madrid se levantaron en rebelión contra las tropas francesas, lo que motivó insurrecciones por todo el país a favor del que se consideraba el monarca legítimo, Fernando VII, “el deseado.”
Napoleón impuso en España una nueva dinastía, instalando a José Bonaparte como autoridad máxima. Al hacer esto, sin embargo, Napoleón rompió lo que se podría denominar como un tipo de “pacto implícito” o “tácito,”5 que había tenido una larga tradición entre los reyes españoles y el pueblo. El pacto implícito, más un sentimiento común que una ley por escrito, estaba profundamente arraigado en la conciencia colectiva. La idea implícita era que el rey era “Nuestro rey, por la gracia divina de Dios.” Esa idea era una fuerza vital de la cultura misma que simbolizaba la estrecha unión entre iglesia y estado, manteniendo coherente al pueblo. Solamente a través del pacto implícito podía haber una línea de autoridad entre el pueblo y su monarca, entre un monarca y otro, y entre la monarquía y la iglesia. Después de la invasión napoleónica, donde antes existía el pacto como hilo unificador, había ahora un gran hueco.
¿Quién podría tener autoridad legítima en la conciencia colectiva del pueblo? ¿José Bonaparte? Desde luego que no. ¿La Junta Suprema del gobierno español en Sevilla? En realidad no era capaz de proyectar un sentimiento religioso, porque, como institución secular, no existía dentro de la Junta una imagen semejante a la del rey de España, “por la gracia de Dios.” ¿Los virreyes de las colonias en ausencia de una monarquía legítima en la península? No, porque esa posibilidad rompía demasiado con la tradición. ¿O quizás la autoridad descansaba en las manos de los mismos criollos, con la responsabilidad de organizar juntas y asumir el poder en la ausencia de Fernando VII? Quizás sí. Esa última posibilidad parecía prometedora, pero era peligrosa porque tenía implicaciones revolucionarias en contra de la monarquía misma.
De todos modos, muchos criollos no quisieron desaprovechar esa oportunidad. Por primera vez en la historia de las colonias, tenían la posibilidad de ejercer un poder político principal sin sufrir represalias del virrey o manifestar falta de lealtad al rey. La institución que les ofrecía el medio para que asumieran el poder existía en los cabildos, que desempeñaban una función semejante a la de las municipalidades en la península. Originalmente con directores elegidos, los cabildos habían seguido la misma evolución de otras instituciones de la tradición hispánica; es decir, paulatinamente el foco de poder de los cabildos había llegado a establecerse en las familias de influencia, en un círculo cerrado de amigos, y en personas que tuvieran medios económicos para “comprar” su entrada al “club.” Con la crisis provocada por la invasión napoleónica, hubo un llamado a cabildos abiertos6 por todas las colonias para organizar juntas.7 En mucho de esos cabildos abiertos, el plan era el de seguir el ejemplo de las juntas de España para demostrar su apoyo al rey caído. Sin embargo, en la ausencia del rey, no había más remedio que el de asumir el mando de las colonias ellos mismos. Así es que muchos criollos vieron en la declaración de lealtad hacia Fernando VII un pretexto para separarse de la corona. De esa manera, pudieron ejercer el control que tanto habían deseado desde hacía generaciones.
Para el año 1810, se puede decir que después de tres siglos el colonialismo llegaba a su fin. La gran ironía era que los franceses invadieron España con el fin de “librarlos” de las monarquías decadentes, pero la respuesta española fue: “Vivan nuestras cadenas monárquicas!” Los criollos se organizaron en las colonias en nombre del monarca caído, pero terminaron rebelándose en contra del mismo con el lema “¡Ni Napoleón ni el Rey!” A fin de cuentas quedaron los mismos criollos, como se verá en breve, en un tipo de limbo cultural y político. Alejados de la monarquía católica, los criollos ahora se encontraban en un mar confuso de tensiones políticas, intrigas sociales, y crisis económicas, sin una ruta bien definida para navegar las aguas revoltosas de la masa de gente que les rodeaba. De todos modos, siguieron fieles a la obligación que se habían impuesto a sí mismos de forjar su propio destino.
En 1814 Napoleón fue derrotado y Fernando VII fue restaurado a su trono. El pueblo español celebró su regreso con euforia. Aprovechando ese nuevo sentimiento nacionalista, Fernando VII trató de re-imponer el régimen de fines rígidos en las colonias. Era un acto atrevido, llevado a cabo con el fin de recobrar la legitimidad de la corona con la imagen de un rey que goza de la divina “gracia de Dios,” igual que durante la época de los reyes Habsburgo. Las ambiciones de Fernando VII no eran en su totalidad ilusorias. Parecía el comienzo en el que quizás España recobraría sus colonias perdidas. México estaba casi pacificado, Nueva Granada estaba otra vez en manos del ejército realista,8 y Buenos Aires había logrado relativamente poco en su lucha contra las fuerzas españolas. El problema para Fernando VII era que con su restauración, los criollos se enfrentaban con una situación nueva: la legitimidad del rey parecía nuevamente establecida, por lo tanto cualquier oposición a la corona ahora no podía menos que considerarse traición. Los criollos tuvieron que elegir entre el sistema absolutista (con los privilegios para los peninsulares) y el camino hacia lo desconocido, hacia las promesas del pensamiento del Siglo de la Luces de gobiernos democráticos basados en la igualdad y la libertad. Optaron por lo segundo, pero la idea de abrazar la democracia no fue fácil.
Se estima que en 1810, dieciocho millones de personas vivían bajo la corona española desde California hasta Tierra de Fuego. Ocho millones eran amerindios, un millón negros, cuatro millones españoles y criollos, y otros cinco millones de razas mixtas.
Desde luego, es difícil saber exactamente cuántas personas de cada grupo había en realidad. Había mestizos y mulatos que se denominaban criollos, amerindios que se decían mestizos, y gente de varias tintas que quería considerarse blanca. Esa fusión y confusión de grupos étnicos existía porque las distinciones eran, hasta cierto punto, más sociales que raciales. Sin embargo, se puede concluir que la mayor parte de los mestizos se encontraba en México, América Central, Brasil, y los países andinos, y los afro-latinoamericanos y mulatos por regla general ocupaban Brasil, el Caribe, y las costas de México, Venezuela, Colombia, los países centroamericanos, y algunos centros de comercio, como Guayaquil en Ecuador.
En el campo, la aristocracia criolla consistía de un grupo poderoso de terratenientes, mientras que en las ciudades, de funcionarios políticos que se habían aprovechado de la expansión económica durante la reforma borbónica para entrar en el comercio. Sin embargo, la reforma había tenido consecuencias indeseables también. Uno de los objetivos principales de la corona era el ejercer control a base de un nuevo vigor en la producción económica. Por consiguiente, hubo un influjo de inmigrantes de la península. Esos inmigrantes consistían de nuevos administradores y comerciantes que entraban en competencia agresiva con los criollos ya establecidos. Entonces los criollos se vieron más obligados que nunca a vigilar las actividades de los peninsulares con tal de proteger su posición social y sus intereses económicos.
Si los criollos mantenían un ojo bien fijo en los peninsulares de “arriba,” el otro ojo vigilaba también a “los de abajo.” Estaban conscientes de la presión y la amenaza de “los de abajo,” e incesantemente procuraban mantener esas castas a una distancia cómoda. En realidad, fuera de los círculos privilegiados de los criollos, se encontraba la gran masa de amerindios, afro-latinoamericanos (libres y esclavos), y mulatos y mestizos. El crecimiento geográfico de las castas, junto con la posibilidad de su movilidad social, le daba a la gente europea una nueva conciencia acerca de las distinciones sociales y étnicas. Por lo tanto las tensiones se agudizaron. No obstante, los criollos se vieron obligados a movilizar a las castas en su campaña en contra de España. Desde luego procuraban hacerlo sin perder su lugar privilegiado, y sin que las clases populares pudieran entrar en la lucha por su propia autonomía. Esa no era una hazaña trivial, cada paso exigía tácticas psicológicas, manipulaciones retóricas, y sutiles maniobras socio-políticas.
En primer lugar, tuvieron los criollos que reclutar a las masas de amerindios y adjuntarlas a las filas militares antes de que pudieran huir a las selvas o montañas. En segundo lugar, a la gente que parecía más peligrosa, los esclavos, se les ofreció su libertad a cambio de servicio en el ejército independentista. Muchos de los esclavos preferían no contribuir a una lucha que quedaba fuera de sus propios intereses. Sin embargo, por fortuna para los libertadores, los esclavos tampoco veían mucho provecho en aliarse a las fuerzas realistas. De cualquier modo, los afro-latinoamericanos desempeñaron un papel importante en la lucha por la independencia. Aproximadamente 1,500 de los 4,000 soldados del “Ejército de los Andes” del General José San Martín (1778–1850) que liberó a Chile fueron ex-esclavos. También tuvieron los afro-latinoamericanos un papel importante en el éxito del General Antonio José de Sucre (1795–1830), libertador de Perú. Debido a que los soldados de descendencia africana tenían el menor rango militar, iban éstos siempre al frente de las batallas, y el número de pérdidas entre ellos fue desastroso.
Los primeros días del movimiento en México fueron diferentes a los de Sudamérica. El sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla (1753–1811) se puso a la cabeza de una masa enorme, desordenada, y políticamente desinteresada de amerindios bajo el pendón de La Virgen de Guadalupe. Hidalgo y su muchedumbre marcharon desde Dolores, Hidalgo hacia la ciudad de México, lo que aterrorizó a los capitalinos. Aunque seguramente hubiera triunfado ese cuasi-caótico ejército independentista, por razones todavía desconocidas en su totalidad, el Padre Hidalgo dio órdenes de no invadir la ciudad. Algunos historiadores opinan que Hidalgo temía que la gran masa desordenada destruyera la ciudad. Cualquiera que sea la razón, el hecho es que en el principio de la lucha por la Independencia hubo en México menos participación de los criollos y un rol más activo por parte de los mestizos y los amerindios que en Sudamérica.
Después, tanto en México como en los países andinos, los amerindios pelearon al lado de las dos fuerzas militares (realistas e independentistas). Muchas veces era una cuestión de oportunismo. Las masas se aliaban con los que les ofreciera más favores, o simplemente se alejaban de la contienda. De todos modos, la Independencia les trajo relativamente pocos beneficios. Tanto los realistas como los independentistas empujaban a los amerindios a la batalla a la fuerza. Después, a los que habían peleado al lado de los vencidos se les aplicó represalias brutales, y los que se habían aliado con los vencedores apenas recibieron un “bien hecho, muchachos; ahora regresen a sus casas y que les vaya bien.” Tanto de parte de los españoles como de los criollos, a los amerindios se les trataba como siervos en vez de aliados: se les exigían servicios militares durante el tiempo de guerra, y trabajo forzado durante la época de paz. En realidad tanto los europeos como los criollos temían por igual a los amerindios y a los afro-latinoamericanos.
En suma, el comienzo de la Independencia fue complejo. Una vez iniciada la lucha, no se podía dar marcha atrás. A continuación se verá lo que pasó en términos más concretos.
Antes de entrar en el movimiento por la Independencia, Simón Bolívar—de una familia adinerada de Venezuela—había viajado por Europa y EE.UU. En 1810, al regresar a su tierra natal, declaró guerra en contra de España. Debido a su capacidad como líder, fue nombrado libertador, y después de la Independencia, fue presidente de la gran Colombia, un nuevo estado que incluía Venezuela, Colombia, y Ecuador. Después de poco tiempo hubo desacuerdos, Bolívar se desanimó, y se exilió en Jamaica en 1815. Allá escribió su famosa Carta de Jamaica dando su opinión, bastante certera cabe decir,9 sobre el futuro del continente.
En 1816 Bolívar volvió a Venezuela para re-emprender la lucha. En alianza con José Antonio Páez, y después de una serie de fracasos, por fin tuvo éxito en las batallas de Boyacá en 1819 y Carabobo y Pichincha en 1821. Esas batallas aseguraron la Independencia de la región. A su vez, Antonio de Sucre, lugarteniente de Bolívar, derrotó a las fuerzas realistas en Ecuador. Bolívar y Sucre siguieron su marcha hacia el sur. Mientras tanto, José de San Martín en Argentina—quien había regresado a las colonias en 1812—organizó el “Ejercito de los Andes,” y con 4,000 soldados atravesó heroicamente la cordillera andina para liberar a Chile con la ayuda del chileno Bernardo O’Higgins (1778–1842). Llevando su campaña al norte, entró victoriosamente en Lima en 1821. Bolívar y Sucre pasaron por Perú en 1822, y se encaminaron hacia el sureste. Después de las épicas batallas de Junín y Ayacucho en 1824—sobre las que escribe el poeta José Joaquín de Olmedo (1780–1847) en Victoria a Junín; canto a Bolívar (1824)—fue liberada Bolivia. Toda Sudamérica quedaba ahora independiente.
El famoso Grito de Dolores, “Viva la Virgen de Guadalupe, Viva Fernando VII, mueran los gachupines!” de Miguel Hidalgo y Costilla en la pequeña ciudad de Dolores al noroeste de la ciudad de México, marcó el comienzo de la lucha en Nueva España. Hidalgo proclamó la abolición de la esclavitud y la repartición de las tierras entre los amerindios, actos que luego provocaron su excomunión de la Iglesia Católica por hereje. Con un grupo desorganizado de 50,000 amerindios y mestizos armados con arcos y flechas, machetes, y unas cuantas armas de fuego, emprendió la marcha desde Dolores hacia la capital. Atacaron y destruyeron pueblos y ciudades, y en cada lugar ganaron reclutas. Cuando llegaron a las afueras de la ciudad de México, el “ejército” era ya una masa de gente que contaba con más de 100,000 personas. Sin embargo, como ya se ha dicho, Hidalgo no se atrevió a entrar en la capital, y después fue vencido por las fuerzas realistas. Huyó al norte pero fue capturado y fusilado en Chihuahua. Entonces el cura José María Morelos y Pavón (1765–1815) fue el que continuó llevando adelante la causea independentista. Sin embargo, Morelos también fue derrotado al poco tiempo por las fuerzas realistas, y fusilado en 1815. Otros rebeldes siguieron en nombre de la causa, pero para fines de 1819 todos habían sido vencidos. Por fin, Agustín de Iturbide (1783–1824), excoronel del ejército español, abatió a los realistas, consumándose la Independencia de México en 1821. Sin embargo, los ideales democráticos en este país prevalecieron todavía menos que en Sudamérica. En 1822 Iturbide se proclamó el Emperador Agustín I de por vida. No obstante, su vida duró poco debido al hondo sentimiento antimonárquico que predominaba en la nueva nación. Por lo tanto—a solamente dos años de estar al frente de su imperio—hubo una sublevación por medio de la cual Iturbide fue derrotado y ejecutado.
Desde el principio, la independencia de Hispanoamérica fue más bien una contienda limitada a la esfera política. Los republicanos de la clase aristocrática nacional tomaron poder sobre los que estaban a favor de la monarquía y que pertenecían a la clase aristocrática imperial, pero el cambio de la estructura socio-económica no fue más que marginal. Los hispanoamericanos ya habían rechazado el sistema monárquico, y ahora buscaban otra clase de gobierno. Pero había un problema: la “libertad, igualdad, y fraternidad” inspiradas por el pensamiento de la Ilustración exigía una interacción social hasta entonces desconocida entre los europeos y las castas, lo que les incomodaba bastante. Al mismo Bolívar—a pesar de ser ideológicamente un republicano fanático—le desconcertaba lo que él veía como anarquía surgida tras las guerras, la barbarie, la ignorancia, y la apatía política de las masas. En su famosa Carta de Jamaica, ofrece una imagen decepcionante del futuro de Hispanoamérica. Consideraba a los pueblos como ineptos para un sistema político progresista. Optaba por gobiernos fuertes, con poder centralizado. Creía que solamente un gobierno de ese tipo podría mantener un nivel mínimo de estabilidad. Ese era el Bolívar realista, que contrastaba con el Bolívar idealista de años anteriores—y he aquí, la oposición tradicional entre lo ideal y lo real condensada en una persona. Bolívar veía el poder político centralizado como un instrumento tanto de reforma como de autoridad. La centralización del poder implicaba reformas desde “arriba,” mientras se mantenía un control rígido de “los de abajo.” Sin embargo, como se verá más adelante, los pioneros de la Independencia pronto cedieron su lugar a una serie de caudillos.
Por otra parte, estaba la repercusión económica de la Independencia. El cambio político destruyó el monopolio colonial y abrió los puertos de Latinoamérica al mercado internacional. Entonces, una gran fila de mercaderes, expedidores y banqueros llenaban el vacío empresarial y comercial que habían dejado los peninsulares. Aunque hubo esfuerzos por controlar la economía y proteger los intereses nacionales en algunos lugares, por regla general el mercado quedó bastante abierto. Al principio, el nuevo sistema ponía en circulación una cantidad considerable de capital y mercancía. A fin de cuentas, sin embargo, el sistema promovía aún más la exportación de materias primas y la importación de productos fabricados. Ese tipo de intercambio económico favorecía cada vez más a los países industrializados. A pesar de las transformaciones en la economía de Hispanoamérica, la institución esencial continuó siendo la hacienda (estancia en el cono sur, finca en Centroamérica y el norte de Sudamérica). La polarización de la sociedad que poco a poco se hacía más evidente entre los terratenientes y las masas rurales llegó a ser la característica principal de las provincias latinoamericanas en el siglo XIX. El problema era que la hacienda, como se vio en el Capítulo Siete, era una institución relativamente ineficaz y de poca organización. Absorbía mucha tierra, producía poco, y dependía de una servidumbre dócil y permanente. Sin embargo, el sistema de la hacienda llegó a ser el medio de organización política y de control social. Proveía la estabilidad que necesitaban los nuevos jefes políticos.
Es bastante lógico, entonces, que después de la Independencia uno de los objetivos principales era el de ejercer control sobre la gente que proveía la mano de obra. Esa gente consistía, precisamente, de llamadas castas. Pocos años después de la Independencia la esclavitud fue abatida en todos los países (menos en Brasil, Cuba, Puerto Rico y algunas islas del Caribe). En general, la cronología de la abolición estaba determinada por el porcentaje de la población de esclavos, y su importancia en la economía nacional. Si había relativamente pocos esclavos, y si su contribución a la economía del país no era de suma importancia, convenía la abolición para estar “de moda.” Por otro lado, si los esclavos tenían un papel esencial en la economía, era más ventajoso mantenerlos en cadenas.
En Chile, la esclavitud fue abolida en 1823, en Bolivia en 1826, y en México en 1829. En otros lugares, donde los amos dependían más de sus esclavos, la abolición no llegó hasta más tarde: Colombia en 1851, Venezuela y Perú 1854. Al parecer, la abolición no tenía fines puramente humanitarios. En realidad, la liberación de los esclavos en cada región se debía a que los terratenientes empezaron a darse cuenta que el mantenimiento de los esclavos ya no era económicamente rentable, y que como peones, los afro-latinoamericanos serían una fuente de trabajo más conveniente y barata. Además, como en el caso de las mencionadas leyes bien intencionadas de la corona española—las “Blue Laws”—el hecho de redactar una nueva ley no necesariamente equivalía a ponerla en vigor. Porque ahora el espíritu sedimentado en la conciencia colectiva de la mentalidad “Obedezco pero no cumplo,” para bien o para mal, seguía más o menos intacto. Es por eso que el fin de la esclavitud después de la abolición formal fue un proceso lento y difícil—en contraste con la abolición en EE.UU. a partir de la Guerra Civil.
Hasta cierto punto los amerindios fueron emancipados después de la Independencia: ahora no quedaban sujetos ni al trabajo forzado ni a los tributos que antes tenían que entregar a la corona española. Los políticos liberales después de la Independencia, como se verá, concebían a los amerindios como un obstáculo para el desarrollo nacional. Por lo tanto deseaban integrarlos de una forma u otra a la vida económica y política en sus respectivos países. En Perú, Colombia y México, los nuevos jefes procuraron desintegrar las comunidades amerindias para crear entre ellos una fuente barata de trabajo. Por consiguiente, la condición de los amerindios y los afro-latinoamericanos no mejoró mucho en los años que siguieron a la Independencia. Tampoco hubo mucho progreso con respecto a la vida de los mestizos y otros grupos mixtos. Quedaron independientes los mestizos, pero la capa superior de la pirámide social era pequeñísima y la base era enorme, de modo que se abrieron pocas puertas para los que deseaban mejorar su condición.
En 1822 comenzó la liberación de Brasil. Cuando Napoleón invadió a España y Portugal en 1808, la familia real bajo João VI huyó a Brasil. En 1821 hubo una sublevación en Oporto, Portugal, y el Rey João decidió regresar a Europa. Allá asumió el poder, y después, ordenó al príncipe de Brasil—Pedro de Braganza—regresar a la península con el fin de re-establecer la centralización colonial.
Pero el pueblo brasileño resistió, y Pedro desobedeció el mandato del Rey con el lema: “Fico!” (“¡Me quedo!”). El siete de septiembre de 1822 Pedro proclamó el grito de Ipiranga: “Independencia ou Morte!” Poco después él fue nombrado el Emperador Pedro I. No obstante, por estar envuelto en escándalos a causa de su ineptitud, abdicó en 1831. Después de una década tumultuosa, en 1841 Pedro II—de apenas dieciséis años de edad—subió al trono y comenzó un largo reinado que duró hasta 1889. Fue así como la Independencia de Brasil no trajo ni la anarquía ni las transformaciones políticas típicas en la Independencia de las colonias hispanoamericanas. Al contrario de los países hispanoamericanos, Brasil emergió como una verdadera monarquía.
La evolución en Brasil hacia una monarquía en contraste con la serie de intentos frustrados por encontrar soluciones democráticas en Hispanoamérica se debe principalmente a dos razones: (1) la transferencia del poder político-económico desde Portugal hasta Río de Janeiro para el año 1815, que facilitó una transición política pacífica, y (2) la aparición de una poderosa oligarquía fazendeira10 conservadora durante la primera mitad del siglo XIX. Es en parte por eso que la tradición política brasileña ha sido más suave y menos violenta que la hispanoamericana.
Con los fazendeiros en control del sistema monárquico brasileño, parecía que los problemas principales pronto estarían resueltos. Sin embargo, los países hispanoamericanos tenían que atravesar una nueva barrera. Vamos a ver.
1.¿Cómo fue el comienzo de la lucha por la Independencia? ¿Quiénes fueron los precursores?
2.¿Cuáles fueron las causas internas y las externas de la lucha?
3.¿Qué impacto tuvieron los enciclopedistas, El Siglo de las Luces, y la Revolución Francesa?
4.¿Qué pasó después de la caída de Fernando VII? ¿Qué era el pacto implícito?
5.¿Qué función tenían los cabildos abiertos en la Independencia?
6.¿Cuál era la ironía del comienzo de la lucha en 1810?
7.¿Qué pasó en 1814 cuando Fernando VII fue restaurado?
8.¿Cuáles fueron las hazañas principales de Bolívar, San Martín, y Sucre?
9.¿Cuál fue el destino de amerindios y afro-latinoamericanos durante y después de las guerras de Independencia?
10.¿Cómo fue diferente la Independencia de México a la de Sudamérica?
11.¿Qué repercusiones económicas hubo a partir de la Independencia?
12.¿Qué institución fundamental persistió después de la Independencia y por qué?
13.¿Cuándo fue abolida la esclavitud en los países latinoamericanos, y bajo qué condiciones?
14.¿Por qué fue la liberación de Brasil diferente a la de los países hispanoamericanos?
1.¿Qué tuvieron que hacer los criollos para reclutar a los grupos étnicos? ¿De qué manera se explican las relaciones entre criollos y “los de abajo”? ¿Qué tipo de relaciones estaban implicadas entre los criollos libertadores y las clases populares durante ese tiempo?
2.¿Por qué cambió sus ideas Bolívar? ¿Cuál era su nueva opinión? ¿Qué mensaje tiene ese cambio sobre lo que pasó inmediatamente después de la lucha por la Independencia?
Después de la lucha por la Independencia hubo tendencias democráticas y monárquicas. Dividir la clase y discutir los pros y los contras acerca de este asunto.
1 Poner…manifiesto = to make manifest, make known.
2 Comuneros = common people. This was also the name given to the first patriots in Colombia that rose up against Spanish rule.
3 Siglo de las Luces = también llamado “Ilustración.”
4 Los enciclopedistas, que incluían a Juan le Rond D’Alembert (1717–1783), Dionisio Diderot (1713–1778), Carlos de Secondat Montesquieu (1689–1755), Juan Jacobo Rosseau (1712–1778), y Francisco María Arouet Voltaire (1689–1778), atacaban el “derecho divino” de los reyes y las monarquías, proponiendo democracias liberales basadas en la división de poderes entre las ramas ejecutiva, legislativa, y judicial.
5 “Pacto implícito” o “tácito” = an implicit, unwritten, generally unspoken agreement—a sort of tacit social contract—between two or more parties that is taken for granted usually without the necessity of its being made explicit in the form of a document.
6 Cabildo abierto = comparable to a “town house meeting,” a meeting of the general public, headed by the authorities of the cabildo, in order to arrive at a consensus regarding some important issue or plan for future action during a time of crisis.
7 Junta = council, a provisional governing body.
8 Ejército realista = royal army (of the Spanish monarchy).
9 Cabe decir = it is worthy of note.
10 Oligarquía fazendeira (Port.) = plantation oligarchy; (fazenda = hacienda).