CAPÍTULO 11

UNA UTOPÍA PROBLEMÁTICA

Fijarse en:

La imagen especial del rey de España en la conciencia colectiva del pueblo y la relación que tiene esa imagen con el concepto de la legitimidad política.

El porqué de la inestabilidad de los países hispanoamericanos durante el siglo XIX.

El fenómeno del localismo en Hispanoamérica y sus consecuencias.

Las características del caudillismo y su función.

Algunas diferencias fundamentales entre la imagen que tienen los hispanoamericanos sobre su patria y su presidente en contraste con la que tienen los ciudadanos de Europa y EE.UU.

Términos:

Ausencia de Legitimidad, Caciquismo, Caudillismo, Coronelismo, Crisis de Legitimidad, Interrelaciones Abstractas, Interrelaciones Concretas, Localismo, Oligarquía, Patrón, Patronato, Sr. Presidente.

UN PROBLEMA DE LEGITIMIDAD1

Hay un síntoma grave del que padecían las nuevas repúblicas hispano-americanas—del cual Brasil pudo escapar—durante el siglo XIX: una crisis de legitimidad por parte de los nuevos amos políticos.

Como ya hemos observado, según la larga tradición hispánica, el rey incorporaba la autoridad máxima tanto en la esfera socio-político-económica como en la esfera religiosa. En cuanto a la vida cotidiana de cada individuo, por regla general no había una división bien marcada entre la vida secular y la religiosa. Toda la fe, la confianza, la lealtad, y el apoyo descansaban en la figura del rey: como se ha visto, él era rey por la “divina gracia de Dios” (era el rey porque sí, y así tenía que ser). Es por eso que con la caída de Fernando VII quedó un gran hueco, un vacío socio-político-económico-eclesiástico. Ya no había figura en la que se concentrara la conciencia colectiva del pueblo—el pacto implícito. Ya no había, por una parte, diseminación de la fuerza sagrada-secular que ligara a la gente de la ciudad con la del campo, la clase aristocrática con la popular, la gente de la península con la de las colonias, y por otra parte, a los peninsulares con los criollos, y con las castas. Para resumir, había un problema de autoridad o legitimidad (como se ha visto en el Capítulo Cuatro). ¿Quién, después de la independencia, podría ser capaz de ocupar en la mente colectiva del pueblo ese lugar único que ya no ocupaba el rey? ¿Quién podría llenar ese gran hueco que ahora existía?

Bolívar, aunque de convicciones democráticas, se dio cuenta desde el principio del problema de legitimidad. En su intento de encontrar una solución al problema, iba inclinándose cada vez más hacia la idea de constituciones autoritarias para los territorios recién liberados. La Constitución de 1826 de Bolivia, por ejemplo, contenía el concepto del “poder moral” según el cual se permitía una censura rígida, capaz de sancionar los derechos civiles y los principios de la Constitución. El presidente lo sería por toda la vida, y escogería a su propio sucesor. Con orgullo, Bolívar opinaba que esa Constitución garantizaba un poder centralizado con toda la estabilidad de los regímenes monárquicos. Había en realidad poca diferencia entre un gobierno “republicano,” según esa Constitución, y la monarquía del tipo que los independentistas acababan de repudiar. Sin embargo, con pocas excepciones, en las décadas que siguieron a la Independencia, la estabilidad era como un fantasma inalcanzable tanto en Bolivia como en casi todas las demás repúblicas hispanoamericanas. Es por eso que desilusionado, y poco antes de morir de tuberculosis en 1830, Bolívar opinó lo que seguramente ha quedado como su proclamación más famosa: América era ingobernable, y todos sus esfuerzos habían sido como “arados en el mar.”2

Por consiguiente el poder político, en parte por la mencionada ausencia de legitimidad, tendía cada vez más hacia la centralización en vez de naciones gobernadas por y para el pueblo. Desafortunadamente, muchas veces la conclusión fue que Hispanoamérica había logrado su Independencia sin la suficiente madurez política, y por eso fue víctima de la inestabilidad y hasta de la anarquía cuando intentó gobernarse a sí misma. Como medida para combatir esa anarquía, los que estaban en el poder no veían otro remedio más que el de recurrir a un gobierno centralizado. En realidad las repúblicas hispanoamericanas habían heredado muchas de las prácticas coloniales que desde hacía tiempo quedaron sedimentadas en la conciencia y conducta misma de la gente. La verdad es que ni Hispanoamérica ni cualquier otro país ha podido deshacerse de su herencia cultural: todos estamos destinados a repetir, cuando menos en parte, las prácticas que hemos heredado. Por lo tanto, Hispanoamérica no fue un conjunto de países con jefes totalitarios en el sentido contemporáneo, sino más bien de repúblicas con caudillos que respondían a las condiciones particulares de la comarca (recordar el Capítulo 2 sobre el caudillismo).

Entonces unas cuantas palabras más acerca de esos jefes enigmáticos, los caudillos, es pertinente.

LOS HOMBRES DE A CABALLO3

Parece una paradoja que pocos pueblos del mundo hayan fomentado tanto los ideales democráticos, y a la vez, hayan sufrido de tantos regímenes dictatoriales, como los pueblos latinoamericanos.

En realidad, una vez que se logró la Independencia, el sentimiento de igualdad de los libertadores fue diseminado a paso de tortuga. Todavía existía relativamente poca comunicación entre las regiones escasamente pobladas de Hispanoamérica. Esa falta de comunicación se debía primeramente a las enormes distancias antes mencionadas, y en segundo lugar, a las líneas de comunicación que durante el coloniaje se extendían directamente a la península a través de una red en lugar de a las varias colonias. Es decir, lo que fue en Hispanoamérica denominado el “localismo” llegó a ser la norma. Además, aunque los criollos pudieran identificarse con los ideales de la Revolución Francesa y Norteamericana, tenían poca simpatía por las masas analfabetas de sus propios países. Era casi como si no hubieran sido las repúblicas hispanoamericanas las que se independizaran, sino grupos relativamente pequeños de individuos prominentes. Es por eso que en gran parte predominó desde el principio una tendencia hacia el anarquismo.

Pero ese anarquismo, tan complejo como era, siempre quedaba hirviendo bajo la superficie del sistema colonial. Durante tres siglos, España y Portugal pudieron nivelar las tendencias anárquicas. Ese equilibro estaba basado en el mantenimiento del localismo en las colonias, mientras existían líneas directas de poder desde la madre colonizadora. Es decir, había relativamente pocas relaciones entre las diversas localidades, mientras cada localidad estaba ligada—hasta donde era posible—a la península. Después de la Independencia, el sistema colonial se fracturó en múltiples focos locales de aristocracia criolla que poco a poco se alejaban de los antiguos centros de poder colonial. Esto provocó, como resultado, la formación de países relativamente pequeños—con la notable excepción de México, Argentina, y Brasil, cuya historia siguió otra ruta. Es sobre todo por eso que después del gran sueño de una Hispanoamérica unida, varios de los libertadores comprendieron que solamente un estado fuerte sería capaz de ligar esas fuerzas centrífugas y desestabilizadoras.

A pesar de que la situación era compleja, la tarea apremiante para los libertadores era la creación de instituciones políticas. Esto, como puede suponerse, no era nada fácil principalmente por cuatro razones: (1) En las provincias el poder descansaba en una multitud de dominios locales, los latifundios. (2) La fuerza política de las ciudades era la única capaz de promover la integración nacional, pero muchas veces la política dominante de las ciudades iba en contra de los intereses latifundistas. (3) En Centroamérica y los países andinos, perduraban muchas comunidades indígenas que se resistían a la integración. (4) había grupos numerosos—mestizos, mulatos, ex-esclavos—que no aceptaban la servidumbre que les querían re-imponer los nuevos terratenientes criollos. En parte a causa de la fractura de las esferas socio-político-económicas del colonialismo, la inclinación era hacia lealtades personales en vez de institucionales. La simpatía de la gente se extendía hacia ciertos individuos sobresalientes con quienes se identificaban. Estos personajes destacados eran capaces de llamar la atención, de influir, y en fin dominar, a todos los que se encontraban en su rededor. Esos individuos eran, precisamente, los clásicos caudillos.

El caudillismo tiene su origen en el caciquismo (en Brasil, coronelismo), un fenómeno más bien local que nacional. El término “cacique” viene del “Taino-Arawako (dialecto del Caribe) que quiere decir “jefe.” Actualmente, “cacique” se usa por toda Hispanoamérica para designar a las personas que ejercen poder local. A veces lleva la connotación peyorativa de una persona que abusa de su poder y de su patronato para sus propios fines. El efecto del caciquismo en el siglo XIX fue el de debilitar la autoridad central de la nación, a menos de que hubiera un Gran Cacique en el palacio presidencial capaz de controlar a todos los caciques locales. En tal caso, se convertía el Gran Cacique en caudillo nacional. En casi ninguna parte de Hispanoamérica pudo la autoridad central recobrar control del territorio nacional sin la intervención de un caudillo. Sólo Brasil, gracias a la prolongación de la monarquía, pudo cuando menos en parte escapar de la clásica era de los caudillos.

Basta presentar sólo un caso, el de Venezuela, país que ha sufrido los efectos de una larga serie de caudillos. Desde 1830—fecha de la desintegración de la gran Colombia—casi no hubo más que una sucesión constante de caudillos. José Antonio Páez gobernó de 1830 a 1846, cuando fue reemplazado por los hermanos José Gregorio y José Tadeo Monagas (1846–1860), y entonces otra vez subió al poder Páez (1861–1863). Después tenemos a Antonio Guzmán Blanco (1870–1877), Joaquín Crespo (1887–1898), Cipriano Castro (1899–1908), y Juan Vicente Gómez (1908–1935). Durante el transcurso de todo un siglo la fila de caudillos fue interrumpida sólo una vez, de 1863 a 1870. Durante el siglo XIX, Venezuela ha sufrido de constantes golpes de estado [coups d’état]. De 1959 hasta 1994 había habido presidentes no militares. Sin embargo en 1999 surgió la figura de un nuevo tipo de caudillo, el militar Hugo Chávez Frías (1954–2013). Chávez llegó al poder por su gran carisma entre la clase popular, pobre, y trabajadora, pero una vez instalado se convirtió en—la opinión de muchos venezolanos—otro dictador hasta su muerte en 2013. Sin embargo, el arquetipo de caudillo que presentó Chávez se diferencia de los anteriores en que su partido y su gobierno han tendido a crear una imagen del presidente como democráticamente elegido.

¿Cómo se puede explicar el fenómeno del caudillismo? Hasta las últimas dos décadas, los historiadores tendían a atribuir el caudillismo al temperamento específico de los latinoamericanos. Sin embargo, esa interpretación está paulatinamente cayendo en el olvido.4 Ahora el caudillismo no se acepta como un fenómeno particular, sino como la expresión latinoamericana de un fenómeno universal que también se puede observar en países recién liberados como los de África. De hecho, durante toda la historia de la humanidad, cuando sistemas feudales han dejado de organizarse alrededor de la jerarquía y legitimidad monárquicas, guerrillas locales han brotado, y la inestabilidad ha sido el resultado. Lo que ha pasado, sobre todo en Hispanoamérica, es que la clase aristocrática criolla estaba influida por las ideologías políticas de Europa y EE.UU. Sin embargo, a diferencia de Europa y Norteamérica, Hispanoamérica todavía se encontraba dentro de una tradición que contenía vestigios del feudalismo. De acuerdo a la tradición feudal, y en ausencia de la legitimidad cuasi-religiosa invertida en la monarquía, era demasiado esperar que la voluntad del pueblo hispanoamericano se pudiera expresar a través de elecciones democráticas basadas en instituciones seculares y abstractas. Las lealtades en Hispanoamérica más bien se extendían hacia individuos que infundían confianza en el pueblo como si fueran patrones, según las costumbres paternalistas. Ese tipo de lealtad quedaba lejos del concepto que existía en EE.UU. En el país de Thomas Jefferson, existe lealtad hacia un estado en sentido abstracto. Este sentido abstracto del estado queda lejos de las interrelaciones humanas de naturaleza personal, patriarcal, y concreta tal como existían en las repúblicas del sur.

De hecho, el contraste entre el sistema de EE.UU. y el de los países hispanoamericanos puede ejemplificar, respectivamente, la tendencia hacia las interrelaciones abstractas y la tendencia hacia las interrelaciones concretas.5 Desde luego, el presidente de EE.UU. es un individuo con su propia personalidad, conducta, e idiosincrasias. Sin embargo, el individuo no equivale al presidente, o mejor dicho, a la “presidencia,” hasta el punto que sí lo es en Hispanoamérica. Las ideas de la “presidencia” y del “presidente” en EE.UU son más bien palabras abstractas. El hecho que sea “presidente” de EE.UU. significa que es “presidente” por ahora, y dentro de unos años más, el pueblo volverá a votar, y entonces el “presidente” quizá sea otra persona, y quizás no. De todos modos la gente mantendrá más o menos la misma fe en la institución abstracta llamada “presidencia.”6

En Hispanoamérica, en cambio, el caudillo como El Señor Presidente lo es por ser él, y nadie más: la “presidencia” equivale a las cualidades particulares del caudillo.7 Es decir, el caudillo es la encarnación misma de la idea de la “presidencia” en sentido concreto. En los momentos culminantes de su conducta como caudillo, es casi como la encarnación de la patria misma. Es por eso que el caudillo debe ser capaz de llenar con la fuerza vital de su personalidad, su dinámica, y lo atractivo de su yo, esa ausencia de legitimidad. Después de la Independencia, Hispanoamérica, con la pérdida de la legitimidad de la tradición monárquica, seguía sintiendo un hueco, una ausencia. Solamente un caudillo con la debida fuerza de voluntad, poder político, económico y militar, además de carisma, podría llenar, aunque fuera provisionalmente, ese vacío. Mientras fuera capaz de llenarlo, gozaría del apoyo del pueblo; y si no, pronto cedería su lugar a otro caudillo.

Así fue como durante el siglo diecinueve y parte del siglo veinte el patriotismo de los países hispanoamericanos a menudo estaba fundado en caudillos de carne y hueso, no en constituciones e instituciones abstractas, como ha sido más bien la tendencia en EE.UU. Reiterando, en Hispanoamérica el individuo equivalía al presidente; era la “presidencia” misma. Cuando algún caudillo dejaba la silla presidencial, la idea de la “presidencia” nunca volvería a ser la misma. Ahora tendría que tomar el aspecto de un nuevo Señor Presidente. Ese nuevo líder político sólo podría serlo quien fuera capaz de capturar la imaginación y sentimiento del pueblo para merecer su legitimización. Es decir, merecía la legitimización por ahora; y quizás mañana pudiera aparecer otro caudillo que lo reemplazara. Así sucesivamente, de un Señor Presidente a otro. Por lo tanto, en la conciencia nacional, la lucha entre un caudillo y otro era frecuentemente una contienda entre dos personalidades en vez de una batalla de ideologías y partidos políticos. En Hispanoamérica el interés supremo era el del individuo concreto y su grupo abstracto en lugar de un programa político y un modo de acción. Consecuentemente, en Hispanoamérica el cacique local se convertía en caudillo, y el caudillo, si lograba mantenerse en el poder, y si gozaba de suficiente carisma, casi podía ser un pequeño César.

Es necesario enfatizar que ninguno de los dos sistemas políticos—el de inclinación hacia lo abstracto, más típico de EE.UU. y el de inclinación hacia lo concreto y personal más típico de Hispanoamérica—es inferior o superior a otro. Los dos sistemas son simplemente distintos. Uno carece un poco de relaciones personales o interhumanas; el otro necesita un poco el hilo continuo de legitimidad que se extiende de un líder a otro. Uno queda en un nivel abstracto, relativamente lejos del sentimiento y el “yo” como sujeto de cada individuo; el otro tiene que ver con la imagen concreta del líder político y el poder que ejerce sobre el pueblo. Las instituciones hispanoamericanas conducen hacia líneas de conducta personal e intuitiva de parte de los ciudadanos. Pero en otros tiempos de crisis, los administradores políticos, sociales y económicos de Hispanoamérica han demostrado repetidas veces una capacidad impresionante para evaluar una situación, tomar una decisión con toda lógica y razón, y actuar con firmeza. La otra institución, la de EE.UU., se supone que es guiada por la razón bien medida. Sin embargo tiende a funcionar con más lentitud, porque el cuerpo legislativo y ejecutivo—el congreso y el presidente—deben llegar a un acuerdo respecto a las decisiones de más importancia.

Es interesante notar que todas las clases sociales, las profesiones, y tipos humanos diferentes han representado el caudillismo hispanoamericano. Juan Manuel de Rosas, que dominó la república argentina de 1829 a 1852, era atlético, carismático, y conocido como el mejor jinete8 del país. El doctor José Rodríguez de Francia (presidente, 1811–40) de Paraguay era un aristócrata cultivado, mientras que el mexicano Antonio López de Santa Anna (presidente 1821–1855) era un criollo adinerado, y Diego Portales (presidente, 1830–1837) de Chile era un empresario rico. Rafael Carrera (presidente, 1838–1865) de Guatemala era un amerindio analfabeto. Benito Juárez (presidente, 1857–1872) de México también era amerindio, pero educado y políticamente liberal. El boliviano José Mariano Melgarejo (presidente, 1864–1871) era un mestizo analfabeto y alcohólico, Andrés Santa Cruz (presidente 1829–1839) de Bolivia y Rufino Barrios (presidente, 1872–1895) de Guatemala eran militares sumamente crueles, mientras Gabriel García Moreno (presidente, 1869–1875) de Ecuador era profesor y católico fanático. Algunos caudillos eran honrados, mientras otros no fueron más que ladrones; unos creían en la justicia y la practicaban, mientras otros eran extremadamente bárbaros; unos tenían un carácter humilde, mientras otros padecían de delirio de grandeza.

Casi todos los países hispanoamericanos han pasado por épocas de caudillismo antes de llegar a ser las naciones de hoy. Desde luego, la transformación del feudalismo a naciones modernas no llegó sin muchos esfuerzos, mucha confusión, y violencia. Sin embargo, si se considera que el desarrollo de las naciones hispanoamericanas durante el siglo XIX logró lo que más o menos había surgido en Europa durante el curso de cinco a seis siglos de evolución, uno se da cuenta de que en realidad fue una hazaña. Los cambios sociales y políticos en Hispanoamérica fueron muy concentrados. Es decir se llevaron a cabo en casi la sexta parte del tiempo en que los mismos cambios ocurrieron de manera paulatina en Europa. Quizás lo más asombroso es que los hispanoamericanos hubieran logrado tanto en tan poco tiempo.

Actualmente, se puede decir que la época de los caudillos clásicos pertenece al pasado. A pesar de que ha habido dictadores en el siglo XX, y hasta nuestros días que san manifestado algunas tendencias del caudillismo clásico, como se verá adelante.

PREGUNTAS

1.¿Cuál era el concepto general que tenía el pueblo español sobre su rey?

2.¿Cuál fue el problema de autoridad después de la caída de Fernando VII? ¿Por qué había un problema de legitimidad?

3.¿Qué características tenían las primeras constituciones en Latinoamérica? ¿Cuáles fueron los resultados?

4.¿Por qué es insuficiente la conclusión general sobre la inestabilidad de Latinoamérica después de la Independencia?

5.¿Qué función tenía el localismo durante el coloniaje? ¿Cómo se beneficiaron España y Portugal de ese fenómeno?

6.¿Por qué fue tan difícil la creación de instituciones políticas después de la independencia?

7.Describa el origen del término “caudillismo.”

8.¿Cómo se diferencian las relaciones humanas abstractas de las concretas?

9.¿Cuáles son las diferencias entre la “presidencia,” que ocupa una persona elegida en sentido abstracto, y la imagen del “Señor Presidente” en sentido concreto?

10.¿De qué manera se llenaba provisionalmente la ausencia de la legitimidad en Hispanoamérica durante el siglo XIX?

11.Describa la gran variedad de los caudillos.

TEMAS PARA DISCUSIÓN Y COMPOSICIÓN

1.¿Ha habido alguna crisis de legitimidad en EE.UU. aunque en grado mínimo? ¿Qué pasaría en EE.UU. si hubiera una verdadera crisis que requiriera decisiones inmediatas? ¿Cómo piensa usted que sería diferente a las crisis en Latinoamérica?

2.¿Cómo se explica el fenómeno del caudillismo, y la política del personalismo? ¿Cómo cree usted que sería diferente EE.UU. si existiera ese fenómeno en el país?

UN DEBATE AMIGABLE

Organícese una discusión acerca del controvertido9 tema del caudillismo. ¿Fue este fenómeno un producto de la evolución natural de las sociedades hispanoamericanas? ¿Podrían haberlo evitado? ¿Debieron tratar de evitarlo? ¿Qué alternativas había? ¿Hubiera sido preferible alguna de las posibles alternativas?

Notas al pie

1 Esta sección está principalmente basada en el excelente estudio de sociólogo francés, Jacques Lambert, en su libro titulado Latin America (1969).

2 Arado en el mar = plowed in the sea.

3 Los…caballo = the men on horseback (The phrase comes from a history book by Samuel E. Finer, The Men on Horseback, 1988).

4 Caer…olvido = to become relegated to forgetfulness.

5 Pero hay que tener en cuenta que este contraste implica generalidades de parte de EE.UU. e Hispanoamérica, de las cuales hay muchas excepciones. Sin embargo, cuando menos se puede decir que tales generalidades ofrecen una idea de las “tendencias” en vez de “características fijas.”

6 Habrá quien diga que en EE.UU. la fe en la presidencia como institución abstracta ha ido degenerándose desde que fue instituida. Quizás sí, quizás no. De todos modos, ahora no es tiempo de entrar en esta controversia.

7 La idea de “El Señor Presidente” es el tema de la novela del mismo nombre, El Señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias.

8 Jinete = horseman.

9 Controvertido = controversial.