CAPÍTULO 12

TRADICIONES Y TRANSFORMACIONES

Fijarse en:

La naturaleza del conflicto entre los liberales y los conservadores que emergió en los países hispanoamericanos después de la Independencia.

Las razones por las cuales surgió ese conflicto precisamente en la época en que surgió.

La razón por la que el hispanoamericano parece un terreno natural para el caudillismo.

Lo extraordinario de los casos de México, Colombia, y Argentina en el siglo pasado.

Las semejanzas y diferencias de los cambios socio-político-económicos de esos tres países durante el siglo XIX.

Términos:

Afrancesados, Caudillismo, Conservadores, Demagogos, Federalismo, Federalistas, Gauchos, Inestabilidad, “Ley Fuga,” Liberales, Localismo, Populismo, Rurales, Unitarios.

CONSERVADORES Y LIBERALES

Desafortunadamente, la emancipación de Latinoamérica no fue en un principio mucho más que una liberación política. La monarquía católica fue reemplazada por la idea de estados soberanos, pero por debajo de la superficie, hubo pocos cambios. Hay que decir “idea de estados soberanos,” porque a pesar de que muchos hispanoamericanos habían adoptado un republicanismo liberal, todavía no la habían podido poner en práctica.

El problema fue que la emancipación tuvo lugar sin el acompañamiento de verdaderos cambios económicos y sociales. Es decir, no hubo ningún tipo de reestructuración fundamental en la economía o en la estratificación social—no emergieron nuevas clases sociales, se perpetuó más o menos el mismo sistema. Gente en su mayoría europea seguía en control de las castas, pero ahora los que mandaban eran criollos y unos cuantos mestizos en lugar de los peninsulares.

Ya ganada la Independencia, a las oligarquías criollas se les presentaron dos opciones: (1) re-establecer el viejo orden hasta donde fuera posible para continuar dominando a las clases populares, o (2) crear estados modernos a pesar de que esto pusiera en peligro el lugar privilegiado del que gozaban los mismos criollos después de expulsar a la vieja oligarquía peninsular. Por causa de esas opciones, pronto la clase criolla—al lado de un número creciente de mestizos—se encontró dividida en dos facciones: los conservadores y los liberales. Los conservadores lamentaban la pérdida de la monarquía y el bienestar que el catolicismo prometía. Hasta cierto punto se creían los herederos legítimos de los conquistadores del continente. Los liberales, en cambio, creían que la soberanía del pueblo, así como el respeto a sus derechos como ciudadanos de una nación moderna que garantizaba el voto popular, era el único modelo factible para el futuro.

Los liberales, no obstante, pronto se enfrentaron con un dilema semejante al de Bolívar: la brecha entre sus ideales y la realidad, entre los deseos y lo realizable. Como Bolívar, rápidamente se dieron cuenta que la naturaleza de la gente que tenían a su alrededor quedaba lejos de los ciudadanos de Francia y EE.UU. que les habían servido de modelo. Con ese conflicto en mente, el exfraile mexicano Servando Teresa de Mier escribió en 1823 que los norteamericanos componían un pueblo homogéneo, industrioso, trabajador, y educado, con todas las cualidades sociales deseables. Latinoamérica, por desgracia, era todo lo contrario porque, según Teresa de Mier, los latinoamericanos habían heredado las características retrógradas de los excolonizadores, además de seguir padeciendo de los efectos desfavorables de tres siglos de esclavitud. Tal pesimismo motivó a un gran número de liberales a huir de la idea de una sociedad igualitaria, de un gobierno que ponía pocas restricciones delante de la ciudadanía, y de una economía Laissez-faire.1 Empezaron a proponer un estado que recordaba a las reformas borbónicas: la abolición de todos los privilegios, la intervención del estado, y subsidios para la inversión de capital privado y extranjero. En fin, la preocupación principal fue la de modernizarse, incluso por la fuerza si no hubiera más remedio. Entonces cuando los liberales comenzaron a poner su programa en efecto, las repúblicas bajo su dirección con frecuencia estaban destinadas a terminar en dictaduras, con caudillos en las sillas presidenciales. Fue todo lo contrario a lo que los liberales habían propuesto en un principio.

Al contrario de Teresa de Mier, el historiador conservador mexicano, Lucas Alamán, en una carta escrita al General Santa Anna en 1853, le aconsejó que asumiera poderes dictatoriales como la única solución al malestar del que sufría la patria. Afirmó Alamán que había que preservar la fe católica, porque: (1) era el hilo que unía a todos los mexicanos, y (2) allí quedaba la única posibilidad de liberar al pueblo hispanoamericano de los peligros—la inestabilidad, la influencia de EE.UU. y Europa, y las masas con tendencias hacia la rebelión—que le amenazaban. Entonces los conservadores defendían los privilegios tradicionales, y para asegurarlos, abiertamente proponían una centralización del poder. A fin de cuentas, el resultado de la política conservadora no fue muy diferente a la de los liberales en un aspecto importante: por regla general los dos caminos terminaban en gobiernos fuertes. Como hemos notado, los liberales propagaban los conceptos de la “libertad, igualdad, y fraternidad,” pero para ponerlos en vigor, muchas veces no veían otra alternativa que la de un gobierno centralizado, igual que los conservadores. Aunque la escena estaba puesta para la gran lucha entre las dos facciones, cualquiera que triunfase, la tendencia sería una forma u otra de caudillismo. A continuación, un breve examen de tres casos en particular: México, Colombia y Argentina.

VAIVENES MEXICANOS

Durante los primeros meses después de la Independencia en México, hubo acalorados aunque confusos debates sobre el conservadurismo y el liberalismo. Los conservadores, en su mayoría criollos, se mantenían firmes en la fe católica y las prácticas del pasado, y apoyaban a los hacendados, al ejército, y los intereses extranjeros. Los liberales, que incluían a muchos mestizos, siempre habían mantenido una vigilancia sospechosa sobre los privilegios de la clerecía, los latifundistas, el ejército, y la clase criolla adinerada.

Por lo tanto, al principio la doctrina del federalismo—que dividía el poder y la responsabilidad entre los estados—les atraía. Al caer de gracia Agustín de Iturbide, emperador de México de 1821–1823, los conservadores perdieron su lucha por conseguir un gobierno centralizado. Los liberales, ahora en el poder, redactaron la Constitución de 1824. Esa Constitución siguió más o menos el modelo de la de EE.UU., pero también con influencia de la Constitución Liberal Española de 1812 y de los pensadores franceses. Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones de los creadores, esa Constitución no tenía sus raíces bien profundizadas en la realidad mexicana: no tomaba en cuenta la distribución desigual de las tierras, y la necesidad de educar a las masas analfabetas e incorporar a los amerindios—mucho de los que no hablaban español—a la vida nacional del país. Entonces, tenemos un caso más de la brecha entre lo ideal (las buenas intenciones) y la realidad. Por consiguiente, una reconciliación de las dos facciones políticas habría sido casi imposible.

La falta de reconciliación dio en parte como resultado tres grandes épocas de caudillismo: (1) la del general Santa Anna (1821–1855), (2) la del liberal, Benito Juárez (1855–1876), y (3) la del liberal convertido en conservador, Porfirio Díaz (1876–1910). Como líder carismático, orador elocuente, y oportunista sin escrúpulos, Santa Anna casi no tenía igual. Como administrador político, era inepto. Oficialmente llegó a ser presidente seis veces, y cada vez fue un rotundo fracaso. En cinco ocasiones más se nombró presidente a sí mismo sin el voto del pueblo, y cada vez duró poco. Logró enardecer a extranjeros y repetidas veces enajenó a otras naciones. Extendió a los norteamericanos la invitación de colonizar Texas, pero después les hizo a los colonos la vida tan difícil que éstos declararon una secesión en 1830, y él mismo encabezó tropas mexicanas contra los “tejanos” para evitar su separación. Aunque la batalla del Álamo fue ganada por los mexicanos en 1836, eventualmente Texas logró una breve independencia. Francia intervino en México en 1838, y durante la llamada “Guerra de los pasteles” que siguió, Santa Anna perdió una pierna. Como era excéntrico hasta llegar al ridículo, le organizó un magnánimo funeral a su extremidad.2 Después, a menudo se refería a esa pérdida de su miembro con modos gráficos y dramáticos, como prueba de su sacrificio por la patria—una táctica populista3 que a veces tuvo éxito, por grotesca que fuera. Individuos de EE.UU. con intereses expansionistas consiguieron que su país anexara a Texas, ya independiente en 1845. Santa Anna se opuso con vehemencia, y en 1846 EE.UU. entró en guerra en contra de México. El “coloso del norte”4 derrotó a su vecino del sur, y en 1848, México perdió más de la mitad de su territorio. Después de todo esto, ¡en 1853 Santa Anna tuvo la audacia de nombrarse presidente por toda la vida! Sin embargo, duró poco en la silla presidencial, como de costumbre. Santa Anna: ejemplo clásico de un caudillo cuya ambición no conocía límites y cuya capacidad casi no tenía más que límites.

Benito Juárez, amerindio zapoteca del estado de Oaxaca, llegó con los liberales al poder en 1855 cuando derrotaron a Santa Anna. Dos años después redactaron la Constitución de 1857, que estipuló la supremacía del estado, y en el mismo año Juárez asumió la presidencia por voto popular. Ahora, con el apoyo de la nueva Constitución, Juárez no tardó en poner en vigor las Leyes de Reforma (1857). Las leyes incluían la toma de propiedades de la clerecía—que todavía estaba en control de casi 40% de las tierras productivas—y el registro civil obligatorio respecto a los nacimientos, matrimonios, y muertes. La idea era tumbar la gran pirámide de poder que tradicionalmente ejercía la Iglesia, y crear una vigorosa e industriosa clase media. La imagen de una nueva clase media seguía el modelo que tenían los liberales de la estructura social de EE.UU. Sin embargo, para instituir el programa en México, había que transformar la estructura existente a la fuerza, lo que requeriría un gobierno fuerte. Así, el gobierno de los liberales capitaneado por el estoico5 Presidente Juárez, se hizo fuerte.

Así que Juárez, el liberal, terminó volviéndose un tipo de caudillo. Sin embargo, no era otro “hombre a caballo,” era un caudillo civil. Tenía ideas igualitarias, pero a la vez estaba consciente de que—en vista de la situación socio-político-económica de su país—la centralización del poder era quizás la única manera de alcanzar la suficiente estabilidad para llevar a cabo los principios liberales. Los conservadores, como se podía esperar, reaccionaron alarmados. Acudieron al ejército, a la Iglesia, y a naciones extranjeras en busca de ayuda para derrocar a los odiados liberales. Bajo el pretexto de que México había faltado al pago de deudas exteriores, Francia intervino—pero Inglaterra y España, países con los cuales México también tenía deudas, se negaron a cooperar. En 1862 Francia propuso como emperador de México al austriaco Maximiliano de Habsburgo, quien llegó con su esposa, Carlota. Hay que enfatizar que Maximiliano y Carlota hicieron la noble lucha de “volverse mexicanos”—demostrando gusto por la cocina nacional, la música de los mariachis, y otras pequeñeces. No obstante, como representantes de los “invasores,” nunca lograron la simpatía del pueblo mexicano, cansado ya de la dominación extranjera. Sobre todo, Juárez nunca cesó su resistencia a la intervención francesa. Bajo su mando, en 1867 Maximiliano fue capturado y fusilado, para cumplir con el lema de Juárez mismo: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.” Carlota se fue a Italia, donde terminó su vida en un estado de locura, tras largos períodos de depresión mental.

Ahora entra la pax porfiriana al drama mexicano. Porfirio Díaz era un mestizo de Oaxaca, el mismo estado de origen de Juárez. Su herencia amerindia venía de los Mixtecas, quienes durante la época prehispánica estaban perpetuamente en guerra contra los Zapotecas, de quienes Juárez descendía. Díaz comenzó a estudiar en el seminario para cumplirle a su madre el profundo deseo de verlo convertido en sacerdote, pero lo abandonó al simpatizar con las ideas de los liberales como Juárez. Cursó toda la carrera de leyes en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, y solamente le faltaba recibirse cuando descubre su verdadera vocación: la carrera militar donde se destacó notablemente, alcanzando el rango de General. Bajo la promesa de orden y su lema liberal, “Sufragio efectivo, no reelección,” la pequeña clase media de México, ya cansada de sesentaiséis años de contiendas e inestabilidad, recibió a don Porfirio con los brazos abiertos. Sin embargo, ya bien establecido en el sillón presidencial, Díaz no tardó en ejercer un poder caudillesco. Se dio cuenta de que el país estaba plagado de caciques locales, y para imponer un poder central, los compró, los encarceló, o los mandó fusilar. Su política fue “Pan o palo.”6 Su fórmula era: “Los que entran en alianza conmigo, bien; los que no, el castigo (o la ‘ley fuga’).”7 En el campo, Díaz mantuvo orden por medio de una red de agentes, muchos de ellos ex-bandidos, llamados los rurales (algo semejante a los “Texas Rangers”). En las ciudades, poco a poco cooptó o eliminó a sus enemigos, e inauguró un programa de obras públicas que impresionó a la clase media nacional y a los extranjeros. Bajo el lema, “Orden y Progreso,” estableció una educación “científica,” una administración política enérgica, y oportunidades casi sin restricciones para la inversión de capital extranjero.

Desde cierto punto de vista, el progreso durante el porfiriato era innegable. En 1881 había apenas 723 millas de vías de ferrocarril, pero en 1900 el país contaba con 9.029 millas. La producción de oro y plata era cuatro veces más alta al final de los años del “Diazpotismo.”8 En 1876 el cobre no tenía importancia en la economía del país; para 1910 México estaba en segundo lugar del mundo entre los países que exportaban el dicho metal. La perforación de pozos de petróleo tuvo su comienzo en los últimos años del siglo XIX. La producción del “oro negro” en 1901 era de 10.345 barriles, y en 1911 había aumentado a 13,000,000.

Por otra parte, en el campo, grandes extensiones de tierra eran absorbidas por las haciendas. La propiedad de la familia terrazas en Chihuahua era más grande que Bélgica y Holanda juntos. En 1910, cien millones de acres que incluían granjas, pasturas, minas, y bosques, estaban en manos de norteamericanos; sólo una persona, el magnate William Randolph Hearst era dueño de más de ocho millones de acres. Mientras tanto, el antiguo sistema comunal agrícola de los indígenas había desaparecido. Ahora, sin tierras, se veían los amerindios obligados a trabajar por centavos en las haciendas durante la época de la siembra y la cosecha, mientras acumulaban deudas en las tiendas de raya (“company stores”), deudas que nunca podían pagar, y que heredaban sus hijos.

Desde el exterior, el mundo entero aplaudía a Díaz por sus hazañas, pero en general, ignoraba sus fracasos. Los diplomáticos y otros huéspedes invitados por el gobierno mexicano encontraban un ambiente cómodo y lujoso. Había cuisine internacional, champagne, las mejores óperas del mundo, y avenidas y parques elegantes. Todavía hoy el Paseo de la Reforma es bellísimo, asemejándose a el Champs Elysées de París. El Palacio de Bellas Artes, aun sin terminar, era una copia audaz de la arquitectura francesa. Mientras tanto, la policía desalojaba de las calles a los vendedores y pordioseros amerindios para dar un aspecto más agradable a los extranjeros. En suma, Díaz le devolvió a la Iglesia algunos privilegios de los que gozaba antes de las Leyes de Reforma, complació a la clase media y la aristocracia criolla conservadora con oportunidades lucrativas, y estableció un orden hasta entonces desconocido. Es decir, llegó más o menos como liberal, pero en muchos aspectos gobernó como conservador. En contraste con otros países hispanoamericanos, durante el siglo XIX nunca hubo en México una línea de demarcación bien definida entre las dos facciones políticas, aunque a veces peleaban hasta la muerte por sus ideologías preferidas.

POLARIDADES COLOMBIANAS

El localismo alcanzó su expresión máxima en Colombia. Después de la Independencia, entre montañas empinadas, valles angostos, y selvas impenetrables, existían ciudades, pueblos, y villas aisladas de una manera parecida a la España medieval. Era un país que consistía de una colección de focos de población casi autónomos, cada uno con un fuerte sentimiento de lealtad a su localidad. Es en gran parte por eso que el país estaba plagado de múltiples guerras civiles durante el siglo XIX.

En Colombia hubo tres épocas marcadas desde la Independencia hasta bien entrado el siglo XX: (1) la fundación de una república (1819–1940), (2) las luchas políticas (1840–1880), y (3) el dominio de los conservadores (1880–1930). Desde el principio, el país sufrió bastante a causa del liderazgo errático de Bolívar. Después de su muerte, Francisco Paula de Santander quedó como presidente. Católico fiel, y a la vez liberal, desde un principio Santander fue capaz de mantener equilibrio, aunque débil, entre los dos polos políticos. Sin embargo, para 1840, la brecha entre conservadores y liberales había llegado a ser cada vez más ancha. Desde esa fecha los conservadores se mantuvieron más o menos en control, aunque no sin repetidos brotes de violencia. Hubo una serie de guerras civiles entre 1840 y 1861, sutilmente documentada por M. Palacios en Coffee in Colombia, 1850–1970 (1980) y novelada con ironía en Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez.

Durante esa época, los conserva-dores se presentaban como los defensores del orden, de Dios, y de la república, ganando así la simpatía del pueblo. Mientras tanto, mantenían control a través del ejército, la clerecía, los terratenientes, un gobierno fuerte por medio de la Constitución de 1843 que confería poderes casi absolutos al presidente. A pesar de la inestabilidad, el país progresó, gracias a la producción del café. Pero los liberales, esporádicamente violentos, poco a poco fueron aumentando su influencia, y en 1860 brotó una guerra civil que los llevó al poder el año siguiente.

Entonces, de 1861 a 1880 los liberales mandaron. Lograron introducir en la Constitución de 1863 principios liberales diseñados con el fin de debilitar a los conservadores hasta un punto en que nunca más pudieran volver a ejercer dominio. Sin embargo, los liberales no tomaron en cuenta la profundidad del catolicismo en la mente popular. Después de una serie de contiendas políticas y militares, en 1880 retomaron el control los conservadores con la elección de Rafael Núñez—liberal que cambió de bando, convirtiéndose en conservador fanático—que inició un poder ininterrumpido del partido conservador hasta 1930. Núñez era poeta, intelectual, y muy patriotero. Desde su segunda elección en 1884 hasta la fecha de su muerte en 1894 fue el caudillo indisputable de la nación. Su nueva política resultó en la Constitución de 1886, la décima para Colombia, que restauró el poder al ejecutivo, o sea al presidente. Bajo Núñez, la Iglesia recobró su poder perdido. A través de un concordato con el Vaticano en 1887, el catolicismo llegó a ser la religión oficial del estado, gozando de autonomía y de completa libertad. En suma la prensa fue suprimida, disidentes políticos fueron encarcelados o exiliados, privilegios de la clerecía fueron restaurados, y para acabar con el drama, Núñez fue proclamado el “restaurador” de Colombia.

La única crisis de escala mayor durante la época de los conservadores fue el caso de Panamá. Colombia no había podido incorporar efectivamente el estado de Panamá al país. Animado por intereses norteamericanos, el istmo se rebeló contra el gobierno colombiano en 1903. Barcos estadounidenses llegaron para evitar una represalia por parte del gobierno de Colombia, y con esta ayuda, Panamá logró fácilmente su independencia. Tres días después, Panamá fue reconocido por Washington, y en las siguientes dos semanas, se firmó un tratado entre Panamá y EE.UU. para la construcción de un canal, y ocho años después, Theodore Roosevelt proclamó con orgullo: “Yo liberé la Zona del Canal.” Desde luego, pocos latinoamericanos quedaron impresionados. En 1914 fue firmado un tratado según el cual EE.UU. le daba veinticinco millones de dólares a Colombia como tipo de “disculpa” por lo que había acontecido. Ese acto tampoco conmovió al pueblo colombiano. Hoy, desde un punto de vista irónico, se puede decir que los grandes narcotraficantes colombianos de la cocaína han realizado una venganza en contra de EE.UU.

BIFURCACIONES CULTURALES ARGENTINAS

Los años que siguieron tras la Independencia de Argentina en el siglo XIX también pueden dividirse en tres partes: (1) el período de formación (1810—1829), (2) la era de Juan Manuel de Rosas (1829–1852), y (3) la organización nacional (1852–1890). Desde un principio, la polaridad liberalismo/conservadurismo de Argentina tomó una ruta diferente a la de las otras repúblicas hispanoamericanas. La polaridad argentina consistió de unitarios (comparables a los liberales, pero proponían un control del país centralizado en Buenos Aires) y federalistas (semejantes a los conservadores, con la excepción de que querían autonomía para las provincias. Sin embargo no se puede conceptualizar esa polaridad sin hablar un poco del gaucho.

Más o menos el equivalente al “cowboy” norteamericano, el gaucho, es más una leyenda que una realidad histórica. Ha llegado a ser como un tipo de héroe nacional, celebrado en canciones, literatura, y leyendas. Al comienzo del siglo XIX, el gaucho, típicamente un mestizo, era una persona nómada, analfabeta, y supersticiosa, y en general andaba feliz de la vida. Vivía en unión ecológica con la pampa. Cazaba con facón9 y boleadoras.10 Trabajaba solamente cuando era necesario para comprar alguna ropa, artículos de plata, y licor barato de caña de azúcar. Comía grandes cantidades de carne de res, y tomaba té de mate.11 Se vestía de chiripá,12 poncho de lana, y botas altas hechas de cuero crudo.13 Se emborrachaba cuando le daba la gana, jugaba naipes a menudo, y quizás sabía tocar la guitarra y cantar baladas de sus hazañas en el amor y sus peleas a muerte con otros gauchos. Su casa de adobe con techo de paja era humilde. Los muebles casi no existían—una práctica pintoresca era el uso de calaveras de vacas y caballos como sillas. En fin, el gaucho gozaba de la más completa libertad imaginable: su mundo era la pampa—que parecía extenderse hasta la infinidad—y el cielo azul que no tenía límites. En fin, el gaucho fue acaso el tipo latinoamericano más apropiado para desempeñar el rol de caudillo.

Con el apoyo de las bandas de gauchos, hacia 1820 los caudillos locales o caciques eran los amos de las provincias. Estanislao López dominaba en Santa Fe, Ramírez en Entre Ríos, Güemes en Salta, y Aráoz en Tucumán. Estaban unidos solamente por un profundo desprecio hacia los porteños (los criollos unitarios de Buenos Aires). En 1823, hubo un sangriento encuentro entre el ejército nacional y los defensores de la Iglesia de las provincias, que tenían el apoyo de los gauchos. Fue entonces cuando Facundo Quiroga, caudillo de la Rioja y tema del texto clásico de Domingo Faustino Sarmiento (1811–1888), Facundo: civilización y barbarie (1845), izó una bandera negra con el lema: “Religión o muerte.” Para entonces el país estaba envuelto en guerras civiles dirigidas por los caudillos locales, manifestándose como los más fuertes y capaces de pensar, engañar, y matar con más eficacia a sus enemigos. Según un gran número de unitarios de Buenos Aires, para que hubiera estabilidad, era necesario un jefe político fuerte y capaz de unificar la república. Dicho jefe apareció en la forma de Juan Manuel de Rosas. Sin embargo, Rosas de ninguna manera era lo que los porteños esperaban.

Rosas, prototipo del gaucho, tenía treintaiséis años cuando asumió el poder. Era musculoso y guapo, el tipo masculino que todos los hombres aspiraban ser. Tenía el respeto de otros gauchos. Según un mito, pocos gauchos podían manejar el facón o las boleadoras mejor que Rosas. Los afro-argentinos lo veneraban: era casi inaudito que un criollo les extendiera tanta cortesía como él. Hasta los amerindios lo respetaban: era un hombre que nunca faltaba a su palabra,14 lo que les agradaba. Rosas llegó a ser gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1829 como representante del federalismo, e inmediatamente comenzó aplastando a toda la oposición. Sus oponentes incluían a otros caudillos provincianos, como Facundo Quiroga, que generalmente se inclinaban hacia un gobierno federalista. La oposición también comprendía a los unitarios, la mayor parte de ellos criollos, que proponían un gobierno centralizado en Buenos Aires. Sin embargo, la distinción entre federalistas y unitarios no era clara. No había solamente un “partido” federalista sino varios grupos provincianos que estaban en constante guerra entre sí. Había federalistas en las provincias que demandaban su autonomía local. Otros federalistas querían ciertos lazos entre las provincias y Buenos Aires. Sin embargo, los federalistas de Buenos Aires—al igual que sus enemigos, los unitarios—no querían dar ninguna concesión a la gente de las provincias, y los federalistas de las riberas del Río de la Plata exigían acceso a los mercados exteriores.

Cuando menos se puede decir que Rosas era federalista en el sentido de que atacaba sin piedad15 a los unitarios mientras estuvo en el poder. Era un excelente demagogo y populista, y entendiendo profundamente la psicología del pueblo, Rosas sabía cultivar la simpatía de las masas. Su acercamiento a la clase popular se notaba plenamente en su campaña contra los letrados y aristocráticos unitarios de Buenos Aires. Con desprecio, los llamaba los “afrancesados,” debido a su predilección por las modalidades y el pensamiento francés. También se veía el acercamiento de Rosas a “los de abajo” por el hecho de que aparentemente no buscaba ni la riqueza ni la buena vida de la aristocracia, sino era “como ellos.” Los colores blanco y azul de la época de la Independencia fueron rechazados y reemplazados por el rojo, color predilecto de Rosas. El pueblo se volvió fanático de Rosas y el rojo. Los soldados “rosistas” portaban uniformes rojos, y las mujeres y los hombres llevaban mascadas y bandas rojas como parte de su atavío. Doña Encamación, esposa de Rosas, frecuentemente se vestía completamente de rojo, hasta los zapatos. El retrato de Rosas aparecía en tiendas, restaurantes, consultorios, ferreterías, y hasta prostíbulos. Para 1835 Rosas había consolidado su poder desde la ciudad de Buenos Aires, siendo jefe efectivo del país hasta 1852 cuando fue derrotado por Justo José Urquiza (18011870).

Es evidente que la polaridad liberalismo/conservadurismo tuvo otra cara en Argentina. Los federalistas proponían autonomía local, valores hispanos tradicionales, y privilegios para la Iglesia. En este sentido eran parecidos a los conservadores en Colombia, México, y otros países hispanoamericanos. Los federalistas ideológicamente rechazaban el concepto de aquellos conservadores que pugnaban por una centralización del poder. Sin embargo, el federalismo, sobre todo en la forma que le daba Rosas, en la práctica se convirtió en centralismo, lo que habían promovido los conservadores de otros países desde un principio. Los unitarios, criollos de la aristocracia y de influencia francesa, guardaban el sueño de una Argentina con poder concentrado en la capital, lo que era el opuesto de lo que proponían los liberales hispanoamericanos, que diseminaban por lo menos la idea de una división de poder y un gobierno sin poderes absolutos. Los que apoyaban a Rosas lo consideraban un defensor del catolicismo, de las tradiciones, y del pueblo, que incluía a los gauchos, los mestizos, los afro-argentinos, y los mulatos. En cambio, los criollos unitarios eran considerados burgueses europeizados y elitistas. Esa imagen de los unitarios contrastaba con la de los liberales mexicanos, por ejemplo, a quienes se les percibía como enemigos de la Iglesia y la oligarquía, pero campeones del pueblo al mismo tiempo—bueno, al menos ellos mismos se sentían “campeones del pueblo.”

Después de haber derrotado a Rosas en 1852, Urquiza entró a Buenos Aires como el gran libertador. Los porteños, no obstante, le dieron una recepción ambigua. Por un lado le agradecían el haberles quitado de encima al pesado de Rosas, pero por otro, Urquiza, llevando una cinta roja en su sombrero, tenía aspecto de otro gaucho-caudillo más. Sin embargo, Urquiza poco a poco conquistó la simpatía de los porteños al proveer estabilidad política y prosperidad económica—que duró cuatro décadas después de su entrada en Buenos Aires. Gracias en parte a los esfuerzos de Urquiza, en poco tiempo vías de ferrocarril se extendieron como venas por la pampa, tierras fronterizas fueron abiertas, la producción de trigo se duplicó varias veces, y floreció el comercio en las ciudades. De hecho, Argentina llegó a ser la estrella luminosa de un continente que en general estaba todavía sumergido en las sombras de la violencia socio-política y el estancamiento económico.

Durante la era de Urquiza, la Constitución de 1853 siguió el modelo de la de EE.UU., pero sin la posibilidad de la re-elección y con un poder más centralizado. El estadista Juan Bautista Alberdi (1810–1884) opinó que la concentración del poder era la única manera de evitar una nueva ola de anarquismo con el advenimiento de otros caudillos del tipo de Rosas. El famoso lema de Alberdi, “Gobernar es poblar,” era una exhortación a atraer inmigrantes europeos con el fin de inyectar una dosis de vitalidad en la sociedad y de desarrollar las riquezas todavía no explotadas en la pampa. Después del término presidencial de Urquiza, Bartolomé Mitre (1821–1906) fue elegido presidente de 1862–1868, y Domingo Faustino Sarmiento de 1868–1874. Esos dos hombres, eran intelectuales, estadistas, educadores, y fomentadores eficaces de programas económicos, establecieron la base para la modernización de Argentina de una calidad nunca antes gozada por otro país latinoamericano.

En resumen, la oscilación entre liberales y conservadores—unitarios y federalistas en Argentina—que ocurría en muchos de los países hispanoamericanos se debía en parte a que esa repúblicas apenas nacidas deseaban lograr en unos cuantos años lo que se había logrado en Europa a través de siglos. Era una tarea sumamente difícil, si no imposible. EE.UU., desde luego, no tiene la rica tradición de las civilizaciones indígenas, la grandeza colonial, la pluralidad amerindia-africana-europea, o la variedad lingüística-cultural, que tiene Latinoamérica. El contraste entre EE.UU. y Latinoamérica es más grande de lo que indican las apariencias. La diferencia se debe en gran parte a la visión que los latinoamericanos tienen de sí mismos, una perspectiva que ha prevalecido desde la época colonial. ¿Cuál es esta perspectiva? Para averiguarlo, hay que pasar el siguiente capítulo.

PREGUNTAS

1.¿Qué características tenían las dos facciones políticas que dominaron en el siglo XIX?

2.¿Cuál fue la reacción a las ideas de Fray Servando Teresa de Mier? ¿Qué propuso Lucas Alamán?

3.¿Cuáles eran los ideales de los liberales en México y cuál era su destino?

4.¿Cuáles fueron las tres épocas del caudillismo en México?

5.¿Por qué Antonio López de Santa Anna fue un inepto?

6.¿Por qué se le considera a Benito Juárez como un gran estadista?

7.¿Quiénes fueron Maximiliano y Carlota y que rol tuvieron en la historia de México?

8.Enumere usted los logros materiales durante el régimen de Porfirio Díaz. ¿Qué pasó con la clase campesina y trabajadora? ¿Qué aspecto tenía México según la opinión internacional?

9.¿Por qué fue Colombia un país de localismo por excelencia? ¿Cómo se nota el localismo en las tres grandes épocas del siglo XIX?

10.¿Qué aspecto tenía la lucha entre conservadores y liberales en Colombia?

11.¿Qué pasó durante y después de la crisis de Panamá?

12.¿Cuáles fueron las cuatro eras de Argentina durante el siglo XIX y al comenzar el siglo XX, y qué características tenían?

13.¿Por qué fue el gaucho el candidateo ideal para el caudillismo?

14.¿Por qué era Rosas el prototipo del gaucho?

15.Discuta la distinción federalistas/unitarios en Argentina en contraste con la de liberales/conservadores en el resto de Latinoamérica.

16.¿Por qué la Argentina del siglo XIX fue un caso excepcional en Latinoamérica?

TEMAS PARA DISCUSIÓN Y COMPOSICIÓN

1.¿Fue o no saludable la división de la política hispanoamericana en dos facciones? ¿Cree usted que había alternativas?

2.¿Por qué cree usted que en otros países no se dio el mismo nivel de desarrollo socio-político-económico que ocurrió en Argentina durante el siglo XIX?

3.¿Cómo podría haber cambiado su política EE.UU. con respecto a Colombia para la construcción del canal?

UN DEBATE AMIGABLE

La clase se divide en tres grupos que presentan argumentos a favor de (1) los liberales, (2) los conservadores y sus programas políticos, y (3) los amerindios y afro-latinoamericanos, voces apagadas durante siglos.

Notas al pie

1 Laissez-faire = the doctrine according to which government should not interfere with the economic affairs of the citizens, but rather, a free enterprise system should evolve through natural processes.

2 Durante la rebelión contra Santa Anna en 1844, la pierna fue sacada de su sepulcro y arrastrada por la ciudad de México.

3 Táctica “populista” = populist tactics; from “populism,” the politics of gaining mass support by means of showmanship, promises, and attempts to identify with common causes.

4 Coloso…norte = EE.UU. (as the United States came to be known in some circles in Latin America).

5 Estoico = stoic, an apparently indifferent person, unaffected by joy, sadness, grief, pleasure or pain. According to the popular though somewhat erroneous stereotype, stoicism was one of the chief qualifying characteristics of the Amerindians.

6 “Pan o palo” = Enticements were offered, and one should accept them with gratitude, for if not, one must suffer the consequences (the equivalent in English of this saying would be “The carrot or the stick”).

7 “Ley fuga” = An unwritten “escape clause” following one’s arrest: one is encouraged to attempt an escape, but when doing so, one catches a slug in the back.

8 “Diazpotismo” = “despotismo” (tyranny, despotism), como un juego de palabras, fue el nombre dado a la dictadura de Díaz por un periodista de EE.UU.

9 Facón = knife (an all-around tool, used in hunting, preparing, cooking, and eating food, as well as fighting and brawling, and in contests and sporting events).

10 Aparato hecho de tres piedras o bolas de acero conectadas con correas de cuero que tiraban a los pies de los animales en movimiento giratorio de manera que se les enredaban las patas y caían.

11 Yerba mate, un té caliente con estimulante que aún es una bebida popular en Argentina, Uruguay, Paraguay, y el sur de Brasil.

12 Un pantalón suelto que permitía la libertad de movimiento.

13 Antiguamente las botas se hacían del cuero crudo (= “rawhide”) de dos patas de vaca. El gaucho hacía un agujero donde estaba la pezuña del animal, y al meter la pierna en el tubo de cuero, salían sus dedos del pie, con los cuales manejaba los estribos (= stirrups) de la silla de montar (= saddle).

14 No. palabra = never told a lie.

15 Atacaba…piedad = attacked ruthlessly, without mercy.