Fijarse en:
•La fusión de los “mitos” en la cultura mexicana, y por extensión, en las culturas latinoamericanas.
•Las características de los héroes y los villanos de la Revolución Mexicana.
•La manera en que lentamente el pueblo entró en la Revolución.
•Los aspectos políticos, sociales, y económicos de la Revolución, que aparecieron en diferentes épocas.
•La evolución del sistema político de México y por qué es extraordinario en Latinoamérica.
•La naturaleza del paternalismo en México a partir de la Revolución.
•Tlatelolco 1968 y sus consecuencias.
Términos:
•Corporatismo, Corrido, Decena Trágica, Golpe de Estado, Imagen folklórica o popular, Muralistas, Nacionalización, Partido de la Revolución Mexicana, Partido Revolucionario Institucional, Paternalismo, Personalismo, Privatización, Profesionalismo, Reformista, Revolución Agraria, Revolución Socio-Política-Económica, Revolucionario, Sector, Soledad, Tlatelolco.
Todo el mundo sabe algo sobre la Revolución Mexicana a través de cuentos populares, leyendas y estereotipos. Se han hecho varias películas “holly-woodescas” de Pancho Villa y Emiliano Zapata, dos de los héroes revolucionarios más famosos. Quizá usted haya escuchado canciones como “La Cucaracha” o “La Adelita.” Sin embargo, lo más probable es que lo que usted sepa sobre la Revolución Mexicana—a través del cine, revistas, y hasta libros de historia—esté cargado de “imágenes populares” o “folklóricas.” (Éstas llevan una carga histórica en parte verdadera y en parte fabricada sobre algún héroe o aspecto de la Revolución).
Por consiguiente, para comprender a fondo la Revolución Mexicana, hay que saber más de las “imágenes populares.” Para esto, sin embargo, es primero necesario comprender México y su Revolución. ¿Cómo es eso? Al parecer es un círculo vicioso. Así es la Revolución Mexicana misma. Un círculo, un torbellino1 o mejor, como la metáfora del novelista Mariano Azuela (1873–1952), la Revolución es un huracán. El huracán resiste la comprensión, pero por lo menos hay que entender la Revolución Mexicana hasta donde sea posible. Hagamos, pues, la lucha.
Ya se sabe que en México, Porfirio Díaz fue un “dictador benigno” de 1876–1880 y de 1884–1910. Durante el “porfiriato” hubo apariencias de prosperidad, pero, para repetir la historia ya conocida, en realidad esas apariencias engañaban. Los peones quedaban atrapados en las haciendas, sin esperanza de encontrar mejores condiciones laborales. Cada año el salario de los trabajadores en las ciudades compraba menos, y mucha gente de la clase media nacida durante el porfiriato encontraba cerradas las puertas a nuevas oportunidades. Al mismo tiempo, protestas, rebeliones, y huelgas2 eran, a menudo, sofocadas de forma violenta.
El Partido Liberal Mexicano (PLM), que se oponía a Díaz, fue organizado en 1901, pero en los primeros años de su existencia no ganó fuerza. En 1910, por fin hubo una chispa prometedora: en una entrevista con el periodista norteamericano James Creelman, el dictador Díaz anunció que había decidido no lanzar su campaña3 para la presidencia del país. Entonces Francisco I. Madero (1873–1913)—hijo de una de las familias más prominentes del estado de Coahuila—se declaró “apóstol de la democracia,” y lanzó su propia campaña. Sin embargo, al acercarse las elecciones Porfirio Díaz decidió entrar en la pugna por la presidencia, desvirtuando así la promesa4 que hizo en la Entrevista Creelman. Hubo elecciones, y Díaz declaró que había “vencido” con una victoria casi unánime: el fraude electoral fue bastante obvio. Madero, que ahora temía por su vida, huyó a Texas donde proclamó el Plan de San Luis Potosí. El Plan denunciaba las fraudulentas elecciones e incitaba al pueblo entero a levantarse en armas en contra de Díaz para el día 20 de noviembre.
Sin embargo, la Revolución abortó el 18 de noviembre en Puebla, cuando la policía allanó la casa de los hermanos Aquiles, Carmen y Máximo Serdán, donde se guardaban armas. Los Serdán resistieron pero fueron finalmente abatidos. Inolvidable y simbólica es la salida al balcón de Carmen—la primera mujer guerrera de la Revolución—empuñando un rifle y arengando al pueblo a participar en la lucha. Contra lo que se creía, la fuerza del ejército porfirista no era tan poderosa. Además la oposición contra Díaz había crecido sustancialmente durante la última década de su mandato. Como consecuencia, Díaz duró muy poco tiempo en la presidencia, y Madero entró victorioso en la ciudad de México el siete de junio de 1911. Poco después hubo elecciones de las que Madero salió ganador, comenzando a gobernar el país el seis de noviembre del mismo año. Madero entró en la ciudad en una marcha triunfal. El pueblo mexicano había puesto todas sus esperanzas en este recién llegado, “con la frente ancha, nariz chata, varaba negra, piel flácida, y ojos ardientes…que combinaban con su baja estatura” para ofrecer la imagen de un “profeta, mesías, y apóstol (como lo describe Edith O’Shaugnessy).5 El pueblo llenaba las calles por donde pasaba el nuevo héroe con gritos de “¡Viva Madero!” “¡Viva el Incorruptible” “¡Viva el Redentor!” Madero el incorruptible sí, pero eso no necesariamente lo calificaba como redentor. Definitivamente México merecía una redención. Sin embargo, Madero en realidad fue un instrumento débil para llevarla a cabo.6
Madero prometió elecciones limpias, y las hubo. Eso fue un paso gigantesco hacia la democracia. No obstante, los campesinos también querían tierra, y los obreros aspiraban a oportunidades de trabajo y un sueldo justo. Los hacendados reclamaban represalias y protección contra el pueblo que estaba invadiendo sus haciendas. Los embajadores pedían orden y protección a las empresas y sus compatriotas extranjeros.
El término “imagen popular” o “folklórica” dentro del presente contexto se refiere al conjunto de imágenes populares, leyendas, historias folklóricas, y hasta chismes y chistes, que contienen un poco de verdad y un poco de mentira o ficción acerca de las figuras y los acontecimientos más conocidos de la cultura. Una imagen, entonces, generalmente se trata de un suceso o un héroe, ya sea verdadero o ficticio, que evoca profundos sentimientos y deseos en la conciencia colectiva del pueblo. Por ejemplo, en EE. UU., ha habido imágenes sobre personajes ficticios—Johnny Appleseed, Paul Bunyan, Pecos Bill—y otras figuras históricas—Daniel Boon, Davy Crockett, Buffalo Bill, Billy the Kid, Wyatt Earp—que han contribuido a la creación de una identidad cultural. Ya que la Revolución Mexicana consiste de una serie volcánica de acontecimientos que transformaron radicalmente la cultura, es lógico que alrededor de muchas figuras emblemáticas de ese período se hayan formado algunas imágenes.
El problema fue la imagen popular que fue creado alrededor de Madero. Es que en realidad, Madero era un teórico político que sabía poco de los quehaceres diarios con respecto a la administración de un país. Como consecuencia, la desintegración de su gobierno en febrero de 1913 fue inevitable. Durante diez días (a lo que se le llamó la decena trágica) ex-porfiristas atacaron al ejército del gobierno en la capital. Victoriano Huerta—un general porfirista que madero había dejado encargado del ejército—emergió como el hombre dominante dando un golpe de estado. Muchos maderistas fueron encarcelados o fusilados, y el mismo Madero fue asesinado junto con el vicepresidente, José María Pino Suárez, el veintidós de febrero de 1913.
Sin embargo, el fracaso fue en parte causado por el aura imaginaria que envolvía la figura de Madero. Originario de Coahuila, un estado en el norte y muy alejado de la capital de la república, Madero era relativamente poco conocido en el centro y sur del país. Es decir, el pueblo solamente lo conocía por medio de la retórica política en los periódicos y los rumores y chismes en las calles, pero no en persona. Según se le pintaba7 en la imagen popular, Madero tenía que haber aparecido como caudillo en todo el sentido de la palabra—imponente, dinámico, carismático, y de aspecto físico impresionante. Se esperaba que viniera desde el norte ese “apóstol de la democracia,” aplastando a todos los porfiristas que se le cruzaran enfrente, y con su nueva política liberal, se pensaba que él resolvería todos los males del país.
No obstante, el Madero “real” demostró otra cosa. Una vez en la silla presidencial ese supuesto “caudillo” no fue capaz de estar a la altura de la imagen que ya se había formado en la mente del pueblo. Como lo describe O’Shaugnessy, Madero, de estatura bastante baja, parecía una persona insegura y titubeante. Por la voz débil que tenía, era ineficaz como orador, Además, su estilo de vida—vegetariano y espiritista—y su conducta pacífica y moderada durante tiempos críticos, no impresionaba mucho al pueblo. Madero, el supuesto “caudillo” prototípico de la imagen popular se desvaneció, y en su lugar apareció un hombre débil que parecía incapaz de enfrentarse a la difícil situación de México, país que ahora era una bomba a punto de estallar. Otra vez, lo ideal cedía lugar a lo real. Así se disolvió la primera imagen de la Revolución Mexicana. Además del conflicto entre la imagen popular de Madero y el verdadero Madero de carne y hueso, hubo un problema grave.
En realidad, Madero fue “reformista,” no “revolucionario.” Un verdadero revolucionario habría inmediatamente luchado por la redistribución de tierras en las haciendas y derechos para los trabajadores.
Según un programa revolucionario, los campesinos serían dueños de la tierra que trabajaban y los empleados en las ciudades trabajarían en condiciones favorables, y si no, tendrían derecho a protestar a través de la huelga. En cambio, un reformista propondría un gobierno democrático y un sistema de libre empresa8 que diera oportunidades sobre todo a la clase media.
Es decir, un programa reformista no se enfocaría tanto en el bienestar de las masas oprimidas. Aunque Madero prometió al pueblo mejores sueldos, derechos laborales, y tierras para los campesinos, sus compromisos en realidad estaban con la clase media, clase frustrada a causa de sus esfuerzos infructuosos por mejorar su propia condición económica durante el porfiriato. En la práctica, Madero nunca fue un gran partidario de las masas oprimidas, a pesar del aura de “redentor” que se había formado por la imagen popular. Más bien, Madero fue un “reformista” pero un “reformista puro,” como lo califica el historiador Enrique Krause.9 Como tal, Madero no fue tan inepto como varios historiadores lo pintan. Al contrario. Desafortunadamente, el momento propicio para este tipo de democracia libre y abierta no había llegado a México todavía. El país estaba envuelto en un sinfín de tensiones que amenazaban con convertirse en caos.
También hay que comprender la naturaleza de la clase media de México, e incluso de la de toda Latinoamérica de aquella época (naturaleza que tiene repercusiones hasta ahora, como se discutirá más adelante). El gran sueño de los mexicanos que esperaban subir la escala social no era sólo de pertenecer a la clase media, y nada más. Veían su entrada a la clase media, no como el final del camino, sino como un ascenso hacia niveles superiores. Era cuestión de convertirse de un “Don Nadie” a un “Don Alguien,” de entrar por la puerta que daba acceso a una vida más respetable: la de la clase aristócrata, no la de la clase media. Es en gran parte por eso que, durante el porfiriato, la frustración de la clase media—en buena parte mestiza—tiene semejanza con la frustración criolla de las últimas décadas del período colonial. Tal como los criollos querían reemplazar a los peninsulares, así la clase media quería reemplazar o integrarse a la élite superior dominante durante el mandato de Porfirio Díaz. Esa clase media, al igual que los trabajadores y campesinos, quería ver en Madero al libertador que derrumbaría las barreras que impedían su avance hacia la vida que deseaba.
Para abreviar una historia compleja, al llegar a la presidencia Madero no disolvió la estructura político-militar establecida durante el porfiriato. La dejó casi intacta. Incluso dejó al General Victoriano Huerta, uno de los principales militares del régimen de Díaz, bien colocado en su lugar. Fue el mismo Huerta el que, en colaboración con el embajador de EE.UU. Henry Lane Wilson—desacatando las órdenes del Presidente Woodrow Wilson—depuso a Madero, y lo mandó a asesinar. Fue sólo entonces cuando entraron las masas de los campesinos en rebelión contra Huerta, el “usurpador.” Si Huerta era el villano, lógicamente el pueblo necesitaba un héroe. ¿Quién podría serlo? Ni más ni menos que Madero, naturalmente, pero no el Madero de carne y hueso ya muerto, sino el Madero de la memoria colectiva del pueblo, el Madero “caudillo” y “redentor,” el Madero del mito o la imagen popular. Muerto, ese Madero se convirtió en el “verdadero revolucionario” y defensor del pueblo. No es que Madero tuviera la intención de llevar a cabo una revolución agraria, expropiando las haciendas, dividiéndolas, y entregándoselas a los campesinos. Como ya se ha mencionado, Madero era un “reformista,” no un “revolucionario” genuino. Sin embargo, en la conciencia popular continuaba siendo el “apóstol” y “salvador” de los oprimidos. Es decir, el pueblo continuaba con la imagen popular, no el Madero tal como fue.
Entre los líderes campesinos-revolucionarios de más fama que se sublevaron en contra de Huerta se encontraban Doroteo Arango—con el pseudónimo de Pancho Villa—del estado de Chihuahua en el norte, y Emiliano Zapata del estado Morelos en el sur. Por otro lado, jefes “revolucionarios-reformistas” de la clase media-alta incluían—entre los más sobresalientes—a los terratenientes norteños Venustiano Carranza de Coahuila y Álvaro Obregón de Sonora. En alianza vaga y tenue con las fuerzas campesinas, Carranza, Obregón, y otros de la clase media y alta, emprendieron una rebelión en contra de Huerta. Desde el principio, Carranza se declaró el Primer Jefe Constitucionalista, con pretensiones vanas—sin embargo, Villa con su División del Norte, tuvo mayor poder por algún tiempo. Frente a esa alianza subversiva de pobres, medio-ricos, y bastante ricos, Huerta pudo mantenerse en la silla presidencial sólo hasta el verano de 1914.
En realidad, el destino de Huerta ya estaba escrito. La imagen popular lo calificaba de dictador brutal. Según esa imagen, también mitificada, Huerta tenía la personalidad de un animal: era salvaje cruel y bárbaro. Además, corría el rumor de que vivía perpetuamente bajo la influencia del alcohol, y lo que era peor, que fumaba mariguana. Esa última característica fue recopilada en algunos versos del famoso corrido10 que se extendía por los campos del norte, “La Cucaracha”:
La cucaracha, la cucaracha,
Ya no puede caminar,
Porque no tiene, porque le falta,
Mariguana pa’ fumar.
Fue esa dichosa “cucaracha” precisamente una metáfora de Huerta, el gran villano, la encarnación del mal que había acabado con el “Apóstol de la Democracia,” Madero.
Surge así otra imagen de la Revolución Mexicana, la de Huerta, una imagen “negra” que contrastaba con la “blanca” de Madero. No obstante, como ya se sabe, lo ideal (imagen) y lo real suelen ser dos cosas distintas. En un intento por desafiar la imagen, el historiador Michael C. Meyer, en Huerta: A Political Portrait (1972), demuestra que Huerta en realidad no era tan malo como lo pintaban. Al parecer no era prisionero irremediable de sus vicios, y tampoco tenía una excesiva disposición hacia la crueldad sino que las condiciones de la época a veces exigían actos de violencia para evitar un desorden incontrolable. Sin embargo, la verdad es que a veces nada puede ir en contra del sentimiento del pueblo y sus imágenes. Huerta, según el pueblo, fue un águila falsa cuyo único rumbo podía ser la caída, y cayó.
Después de Huerta, y con la esperanza de llegar a un acuerdo, las varias facciones revolucionarias se reunieron en la Convención de Aguascalientes en 1914 con el fin de organizar un gobierno provisional. Desafortunadamente no hubo un acuerdo entre las fuerzas de Carranza y Obregón que defendían los intereses de la clase media, y las de Villa y Zapata que defendían los de los campesinos. En una ocasión cuando el desorden llegó a un punto culminante, Villa tomó la palabra11 a la fuerza y sugirió, en tono irónico, que para resolver el desacuerdo insuperable, él y Carranza deberían suicidarse—un acto máximo de machismo, como era de esperarse,12 de acuerdo del desorden. Por fin, Eulalio Gutiérrez fue electo presidente interino, aunque nadie estaba conforme. Entonces las fuerzas dirigidas por Villa y Zapata, y las de Carranza y Obregón se separaron, ocasionando una guerra civil sin tregua.13 Ahora la lucha era entre los “revolucionarios” y los “reformistas,” es decir, generalmente entre las facciones que tenían los intereses de la clase media, y los que apoyaban a los campesinos.
En contraste con Huerta, Pancho Villa fue capaz en poco tiempo de crear una imagen popular y positiva de sí mismo. Comenzó su carrera revolucionaria como fugitivo de la ley, escondiéndose en las montañas del norte de Chihuahua. Después entró en la Revolución. Conocía como la palma de su mano el terreno de aquellas comarcas, estaba dotado de una aptitud natural para las tácticas guerrilleras, poseía una personalidad carismática, además de una determinación y fuerza de voluntad impresionantes. Con estas cualidades, en muy poco tiempo conquistó fama por todas partes. Como tenía acceso a la frontera con EE.UU., podía comprar fácilmente armamento de guerra y uniformes color caqui—esta era la razón por la que los villistas eran también conocidos como los “dorados.” Villa conseguía aviones—piloteados por norteamericanos—que servían para reconocimiento militar, y dirigía sus tropas por las rutas que seguían las vías del tren, con carros bien equipados—incluso tenía un carro hospital. Además para conseguir dinero para sus tropas, Villa firmó contratos con Hollywood, permitiendo que filmaran varias de las batallas. De esta manera, Villa se convertía en la primera estrella del cine mexicano.
Debe notarse también la participación de la mujer en la Revolución. Muchas mujeres viajaban con la tropa y cumplían varias funciones vitales como madres, esposas, cocinera, enfermeras, y también guerreras que combatían en los campos de batalla. Estas mujeres se han mitificado en la imagen popular de la soldadera,14 simbolizada en varios corridos de la época, como la inmortal canción, “La Adelita.” Se ha calculado que el ejército de Villa llegó a fluctuar entre 50,000 y 65,000 soldados. En aquella época esos números eran impresionantes.
Contrastando con la imagen de Huerta, se puede observar una referencia a Villa en el mismo corrido antes mencionado, “La Cucaracha”:
Una cosa me da risa,
Pancho Villa sin camisa.
Ya se van los carrancistas,
Porque vienen los villistas.
Corría el rumor—es decir, la imagen—de la invencibilidad de Villa, quien pronto llegó a convertirse en una especie de “Robin Hood” en la mente colectiva del pueblo. Robaba a los grandes terratenientes para entregar el botín15 a los pobres. Cuanto más se diseminaban las noticias de las hazañas de Villa, más heroico e invencible parecía. La novela de la Revolución Mexicana más conocida, los de abajo (1915) de Mariano Azuela, narra la reacción de una pequeña banda de campesinos revolucionarios al recibir la noticia de que Villa por fin había sido derrotado:
—¿Derrotado el general Villa?…¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!…
Los soldados rieron a carcajadas…
—¡No nace todavía el hijo de la… que tenga que derrotar a mi general Villa!—clamó con insolencia un veterano de cara cobriza con una cicatriz de la frente a la barba (74).
Pancho Villa era ya una imagen popular. Esta imagen escondía al Pancho Villa verdadero, ese hombre que Martín Luis Guzmán (1887–1976) describe en El águila y la serpiente (1928) como un hombre con intuición e instinto extraordinarios, pero a fin de cuentas con defectos como todos los seres humanos. No obstante, la imagen de la figura de Pancho Villa se perpetuó.
La realidad, desde luego, tenía otra cara: el héroe de los oprimidos sí fue vencido por las tropas de Álvaro Obregón en la Batalla de Celaya en 1915. Aunque Villa era más astuto que un zorro cuando se trataba de guerrillas en las montañas, ante el empleo de tácticas militares clásicas en campo abierto—como fue la situación en Celaya del Estado de Guanajuato donde encontró su primera derrota—no pudo con las fuerzas de Obregón. Después de ser derrotado, Villa huyó hacia el norte, perdiendo tropas que desertaban porque ya no tenían el mismo entusiasmo, y perdiendo otras batallas esporádicas contra las fuerzas de Obregón que le perseguían. La desilusión revolucionaria en la figura de Villa quedó magistralmente plasmada también en el cine con el extraordinario filme (considerada por la crítica como la mejor película mexicana) de Fernando de Fuentes, ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935), basado en la novela de Rafael F. Muñoz del mismo nombre.
Después de la época más violenta de la Revolución, a Villa se le otorgó amnistía y la concesión de una hacienda en el norte. Sin embargo, el Villa de la imagen seguía siendo una amenaza en la opinión de los políticos que capturaron el poder en la capital del país. Por consiguiente, Villa fue asesinado en 1923 en una emboscada cuyo motivo hasta hoy no se ha aclarado. ¿Por qué fue asesinado si el Villa revolucionario ya no existía? Porque el poder de la imagen popular del águila del norte seguía perpetuándose.
La rebelión de Emiliano Zapata fue más bien local que nacional. Zapata no quería más que tierra para los que la trabajaban y libertad para labrarla. Deseaba un regreso al sistema agrario comunal que había existido durante la época prehispánica. Según este sistema—el de los ya mencionados ejidos—a cada campesino se le otorgaba una pequeña parcela de tierra, que no era suya sino de la comunidad. Cada individuo tenía el derecho a cultivar su parcela, y si no lo hacía con prudencia, perdía ese derecho. Esa institución agraria de los indígenas fue protegida por las Leyes de las Indias durante el período colonial, aunque, como ya se ha visto, había abusos por parte de los colonos. No obstante, estas leyes fueron abolidas durante el siglo XIX, y los ejidos fueron apresados por las grandes haciendas. Ahora Zapata buscaba restaurarlos, y sus ambiciones no iban mucho más allá de esta específica pero esencial reforma. En vista de que la revolución zapatista fue local, casi no salió de los estados de Morelos y Guerrero. En contraste con Villa, Zapata nunca fue completamente derrotado; siendo solamente contenido dentro de las fronteras de su tierra. Sin embargo, al igual que Villa, después del período más violento de la Revolución, políticos en el poder seguían considerando a Zapata peligroso. En 1919 fue invitado a una reunión en una antigua hacienda con el propósito de establecer relaciones pacíficas. Ahí se le tendió una emboscada y—el jefe16 guerrillero del sur, quizás el más auténtico de la Revolución—fue asesinado.
Zapata siempre había sido una palabra mágica para los campesinos de Morelos. Llegó a convertirse en la imagen pura, que encarnaba la Revolución Mexicana e inspiraba sus versos, narraciones, cuadros, pintura, y programas agrarios, políticos y sociales.17 Como Cuauhtémoc y el independentista José María Morelos, Zapata es uno de los héroes legendarios más venerados por los mexicanos de hoy. En la figura de Zapata, imagen popular y realidad convergen en la ardiente figura de alguien que murió de la misma forma en que vivió: abrazando la tierra. Años después de su asesinato, en su tierra corría la leyenda de que su amado héroe en realidad no había muerto. Había escapado, y un día volvería en su famoso caballo blanco para reemprender la lucha en contra de los federales. La imagen zapatista resistía pasar al olvido en la conciencia popular.
Bueno, valió la pena dedicar un poco de tiempo a la Revolución Mexicana y a sus imágenes populares por: (1) la centralidad de la Revolución como iniciadora de las transformaciones que estaban destinadas a ocurrir en las esferas socio-político-económicas de toda Latinoamérica, y (2) la naturaleza misma de las imágenes, que revela una corriente profunda en la conciencia y la conducta de los latinoamericanos, sobre todo en los países de culturas más pluralistas. No hay que olvidar que el deseo de los mexicanos de “inventar” su identidad a través de sus imágenes es en realidad una característica universal. Según Octavio Paz, la gente de todas las culturas ha sentido un hueco, algo que falta, algo de que quizá los antepasados hayan gozado o algo de lo que quizá se pueda gozar en el futuro. Ese hueco o vacío envuelve al individuo en su soledad. El individuo se siente solo aunque esté rodeado de muchas personas, todos en busca de una comunidad ideal. Por lo tanto, todos los individuos de una sociedad crean imágenes para combatir esa sensación de soledad, para que cada individuo pueda sentir que comparte algo con sus prójimos.18 Y vuelven a despertar, dentro de esas mismas imágenes, para vivir en un mundo que es en parte ideal sin que se haya dejado completamente lo real. México, en este sentido, no es único, sino que incorpora las características básicas de todas las culturas. En estas culturas, las imágenes seguirán viviendo mientras haya vida.
Ya se ha reflexionado bastante sobre las imágenes populares. Hay que volver a la tumultuosa trayectoria de la Revolución Mexicana.
Para 1915–1916, Carranza y Obregón habían triunfado definitivamente. Es decir, triunfaron los intereses de la clase media y perdieron los de la clase campesina. Carranza fue elegido presidente e inaugurado en 1917. Poco después fue escrita la Constitución de 1917, la cual—gracias a la presión que todavía se sentía de los verdaderos revolucionarios—contenía programas sociales que la colocaban entre las constituciones más progresistas del mundo occidental de aquella época.
Sin embargo, aún no había acabado la violencia en todo el país. En poco tiempo creció la oposición contra Carranza, quien presintiendo su caída, huyó en tren hacia el puerto de Veracruz en 1920. Escapó en vano pues antes de llegar a su destino fue asesinado en la selva. Hubo elecciones poco tiempo después y Obregón resultó el triunfante. Éste sobrevivió su mandato presidencial de 19201924. Durante el gobierno de Obregón el gobierno empezó a implementar las medidas agrarias vigentes en la Constitución de 1917 con la repartición de tierras a los campesinos—aunque en realidad esto no fue más que un frágil comienzo.
Obregón organizó un programa de educación bajo la dirección del escritor José Vasconcelos (1882–1959). De acuerdo con este programa, maestros y estudiantes de las universidades salían de las ciudades al campo para enseñarles a los campesinos a leer ya escribir. Los artistas, que también recibieron apoyo del gobierno obregonista, manifestaban la filosofía de que el arte debía existir para el beneficio de toda la ciudadanía, no sólo la clase alta. La forma más impresionante de la expresión artística dentro de ese programa—bajo la influencia del caricaturista, José Guadalupe Posada (1852–1913), y el pintor, Dr. Alt (1875–1964),19 fue la de los muralistas, cuyos representantes más notables fueron José Clemente Orozco (1883–1949), Diego Rivera (1886–1957), y David Alfaro Siqueiros (1898–1974). Estos tres muralistas pronto conquistaron fama internacional. Su fama consagró ese momento y los que siguieron como una época de oro en la historia de la cultura mexicana, dando un impulso dinámico a la creatividad artística de las próximas generaciones.
Para el siguiente período presidencial de 1924–1928, Plutarco Elías Calles fue elegido. Según la Constitución de 1917, un presidente no podía reelegirse al cabo de su período en la silla presidencial, este artículo fue escrito con el fin de evitar nuevamente una larga dictadura como la de Porfirio Díaz. Sin embargo, Obregón, como burlándose de ese artículo, en 1928 lanzó su campaña para la presidencia, y ganó la mayoría del voto popular—aunque José Vasconcelos, otro candidato, denunció las elecciones como fraudulentas. No obstante, antes de ser inaugurado Obregón fue asesinado por un fanático religioso—o por lo menos según se dijo. Aunque empezó a correr el rumor que quien estuvo detrás del asesinato de Obregón fue en realidad Calles. El humor popular no se hizo esperar: si alguien preguntaba “¿quién mató a Obregón?” otro respondía ¡Cállate la boca!” Por su parte Calles, según él para prevenir otra nueva explosión de violencia, pronto impuso su voluntad. Durante los seis años siguientes ejerció poderes casi-dictatoriales con su “sombra” en vez de su “presencia” en el palacio gubernamental, época narrada en la novela La sombra del Caudillo (1929)20 de Martín Luis Guzmán. Es decir, para cumplir con el precepto constitucional de la no reelección, Calles mismo puso a tres hombres en la silla presidencial entre 1928–1934, cada uno ejerciendo en su lugar el poder durante un lapso de dos años. Para estabilizar la política, Calles organizó en 1929 un partido oficial, el Partico Nacional Revolucionario (PNR) que seguiría cambiando de nombre hasta convertirse en el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Este partido se estableció en el poder por más de siete décadas hasta que en el año 2000 Vicente Fox—candidato del Partido Acción Nacional (PAN)—ganó las elecciones.
De 1934–1940 gobernó el presidente Lázaro Cárdenas (los períodos presidenciales se habían extendido de cuatro a seis años). Cárdenas había sido discípulo y aprendiz de Calles. Calles lo seleccionó como el próximo candidato para la presidencia, creyendo que tendría otro títere en sus manos—como fue el caso de los primeros. Sin embargo, Cárdenas no cumplió con el rol que quiso imponerle Calles. Inmediatamente después de su inauguración, Cárdenas puso en pie una serie de las más profundas reformas de la historia de México, pero antes mandó a Calles a Los Ángeles, California, donde permanecería exiliado el por toda su vida. Cárdenas, el “Tata” (“Papá”) como le decían los campesinos indígenas, era un firme creyente de las virtudes de la revolución agraria: favoreció el sistema de ejidos, sistema que, como ya se sabe, era semejante al de la época prehispánica. Para 1940 más de 17 millones de hectáreas habían sido distribuidas para el cultivo ejidal, lo que representaba más de la mitad de la producción agrícola del país. Cárdenas servía como árbitro en las contiendas entre trabajadores y empresarios, y en la mayoría de los casos, se ponía a favor de los trabajadores (por consiguiente los sindicatos en esa época alcanzaron su máximo poder). Además bajo Cárdenas hubo un programa dinámico de nacionalización de servicios públicos, ferrocarriles, fábricas, y minas: todo fue puesto bajo el control del gobierno federal.
Pero la nacionalización más dramática para los mexicanos y más traumática para los inversionistas extranjeros fue la del petróleo. En 1938, cuando las empresas de EE.UU., Gran Bretaña, y Holanda se negaron a respetar un acuerdo con los trabajadores arbitrado por el mismo Cárdenas, el presidente ordenó la expropiación de todo el petróleo. Después, hizo una petición al pueblo mexicano a que contribuyera con lo que pudiese para ayudar con el pago del petróleo a las empresas extranjeras. En un acto de patriotismo, mujeres ricas donaron joyas y cubiertos de plata, niños vaciaron sus alcancías,21 y los campesinos entregaron puercos y gallinas a su “tata” para ayudar a la causa. Todas las contribuciones ayudaron poco a la indemnización de los empresarios extranjeros del petróleo, desde luego, pero fue un acto de importancia simbólica más bien que la solución al problema. Sin embargo, estos actos de contribución a una causa sirvieron para unificar al pueblo mexicano más que nunca. A pesar de las protestas de las empresas y de los rumores de los rumores de intervención de gobiernos extranjeros, el presidente de México se mantuvo firme con respecto a la nacionalización del petróleo, que desde entonces fue patrimonio de los mexicanos.22 (Hay que agregar también que la indemnización—determinada por un comité internacional—fue pagada en su totalidad una década y media después).
En fin, Cárdenas cambió la cara de México, quitándole la cosmética extranjera que había retenido desde el porfiriato y que había sobrevivido la Revolución y los años de Carranza, Obregón, y Calles. Ahora era un país en camino hacia algo nuevo, algo genuinamente mexicano, con identidad propia. Es significativo y hasta simbólico que Cárdenas haya confirmado esas transformaciones con un nuevo nombre para el partido oficial: el Partido de la Revolución Mexicana (PRM).
Ya que con la presencia de Cárdenas hemos llegado a lo que muchos historiadores consideran la culminación de la Revolución Mexicana, conviene echar una nueva mirada23 a un aspecto sobresaliente de la cultura mexicana, y de hecho, de las culturas latinoamericanas en general: el paternalismo.
México, gracias a la Revolución, se abrió a nuevas posibilidades para que la gente de clases antes marginadas pudiera comenzar a soñar de nuevo y a trabajar hacia la realización de sus sueños. Debido en gran parte a esa apertura, emergió toda una generación dinámica de políticos, profesionales y empresarios. Su fama consagró ese momento y los que siguieron como una época de oro en la historia de la cultura mexicana, dando un impulso dinámico a la creatividad artística de las próximas generaciones. Esa nueva generación de mexicanos llegó a tener éxito por su inteligencia, industria, y sobre todo por aprovechar las inter-relaciones humanas que existían en esa nueva sociedad. Hay que mencionar que en una sociedad paternalista, la red de interrelaciones humanas es de suma importancia.24 Por eso, no sería nada extraordinario encontrar una persona del México post-cardenista con suficiente renombre e influencia que describiera su camino al éxito más o menos así:
Nací en el seno de una familia provinciana medio pobre. A los doce años llegué a la ciudad a vivir con unos tíos porque mi padre murió y mi madre ya no podía con siete hijos. Asistí a la universidad donde conocí a algunos estudiantes de familias adineradas, y con ellos—durante el último año de mi educación universitaria—tomé parte activa en las elecciones gubernamentales. El padre de uno de mis amigos fue elegido senador del estado, y después de graduarme de ingeniero civil, me invitó a trabajar con él en su negocio. Él tuvo después la bondad de prestarme dinero para poner una planta de cemento. Varios años después, hice campaña para diputado, y afortunadamente, el pueblo me eligió. Últimamente, la Secretaría de Obras Públicas me ha concedido cuatro contratos de una suma impresionante para la construcción de nuevos edificios en las principales ciudades del estado. Me va bien.
¿Por qué “le va bien”? Por los “contactos” que ha hecho. Ahora, como recompensa a sus esfuerzos, se encuentra rodeado de “amigos” (de “compadres”), dentro de un sistema profundamente paternalista.
El camino al éxito no es solamente el de la frugalidad, el trabajo diligente, y la inversión de dinero con bastante cordura—como sería el camino al éxito más apropiado según otro imagen popular, el de Horacio Algiers de EE.UU. En Latinoamérica, más que en EE.UU., también es importante conocer gente respetable, hacer contactos, adquirir influencia a través de la familia, obtener membresía en los “clubs” apropiados, y entrar en los círculos dominantes en la escuela, el comercio, la burocracia y el palacio municipal. El éxito de uno no se mide a base de su actividad industriosa o de haber corrido con suerte. Su éxito es también el producto de la red de socios y “compadres” que se haya establecido: pues, como dice el refrán, “Dime con quién andas y te diré quién eres.” Además el éxito no le pertenece a la persona por el simple hecho de merecerlo. Fue en gran parte a base de las conexiones sociales: “Hay que tener palanca,”25 o “Estar enchufado,” como dicen.
No hay que creer que los procedimientos dentro del sistema paternalista de Latinoamérica son necesariamente menos justos que los del sistema social de EE.UU. o de cualquier otra sociedad. Sencillamente son distintos. Propiamente dicho, en Latinoamérica no existe una “meritocracia” en la que le dan premios a un individuo por sus logros, y nada más. En realidad, tampoco en EE.UU. se puede encontrar un proceso de selección que siempre escoge objetivamente a los más preparados para los trabajos, la administración, la burocracia, la política, y el ejército. No obstante, el sistema de EE.UU. sí es menos personal. Sin embargo, a EE.UU. le hace falta una característica que sobresale en México y en Latinoamérica: el personalismo (las interrelaciones interpersonales), que es inherente al paternalismo (como fue mencionado en el Capítulo 2). Así como la política latinoamericana está más bien basada en relaciones concretas que en instituciones abstractas—como suele practicarse en EE.UU.—del mismo modo todos los aspectos culturales latinoamericanos tienden a basarse en relaciones de índole personal, concreta, y humana (lo que ya se vio en la discusión sobre el vacío de la legitimidad en el Capítulo 11).
Así es que aunque el camino al éxito en Latinoamérica quizá no le parezca a una persona de EE.UU. ni lógico ni justo, para los latinoamericanos sigue rutas bastante acostumbradas y cómodas. El individuo que depende de parientes, amigos, y otros conocidos para subir de categoría, se conduce de un modo que le es bastante razonable. Su camino al éxito es para él tan lógico como para el norteamericano lo es el tener confianza en su preparación y en sus talentos para realizar sus sueños como individuo (eso es, el “rugged individualism,” de acuerdo con la tradición en EE.UU.). El personalismo le puede ofrecer a un individuo de Latinoamérica un lugar más seguro, más íntimo y cómodo, y de más sociabilidad, comparado con el sistema relativamente abstracto y frío de EE.UU. Reiterando, ni un sistema ni otro es necesariamente superior o inferior, son diferentes. Cada uno tiene sus ventajas y desventajas, y cada uno puede atraer pero también quizás repeler un poco. A fin de cuentas, la Revolución Mexicana—al igual que otros movimientos históricos de Latinoamérica—es uno de los eventos que, transformando radicalmente la cultura, abrió las puertas a la dinámica de esa profunda característica del personalismo-paternalismo.
Terminada esta breve divagación, hay que proseguir con la trayectoria histórica de México.
El huracán de cambios cardenistas fue demasiado profundo y excesivamente rápido. Era hora de volver a una política más “conservadora” y “calmada,” después de tantos programas “radicales.” Esa era la opinión general de las clases media y alta, y de la corriente tradicional del catolicismo.
Los períodos presidenciales de Manuel Ávila Camacho (1940–1946) y de Miguel Alemán (1946–1952) fueron, por lo tanto, una vuelta de la derecha. Durante ese período, la industrialización llegó a tener prioridad sobre la revolución agraria, las empresas fueron favorecidas mientras que los trabajadores ganaban un sueldo que cada vez alcanzaba menos, y la estabilidad política fue la norma en vez de la iniciación de programas nuevos y cambios bruscos. A la vez, hubo modernización de la economía nacional. Las fábricas empezaron a reemplazar a las minas a los pozos petroleros como la base principal de la economía. La mecanización de la agricultura y el cultivo de los productos agrícolas—por parte de los granjeros de clase media—para la exportación tomaron prioridad sobre los ejidos de los campesinos. Además, un incremento de inversión extranjera en fábricas y comercio comenzó por primera vez desde la época de Porfirio Díaz a tener un papel importante en la economía del país. Se hablaba del “milagro mexicano” a causa de su aparente progreso económico.
Esa transformación fue certificada en 1946 con otro cambio de nombre del partido oficial: Partido Revolucionario Institucional (PRI). El PRI según la retórica oficial, perpetuaba el papel dinámico de la revolución Mexicana. Se presentaba como un partido obsesionado con el ideal de una democracia capaz de unificar a todo el pueblo. Al mismo tiempo, bajo el programa del PRI, el personalismo, disminuía mientras el profesionalismo cobraba más vigor. Es decir, hasta cierto punto las relaciones burocráticas y abstractas de las instituciones sociales, políticas y económicas reemplazaban las relaciones puramente paternalistas y personalistas típicas del cardenismo. Por lo tanto, la política se inclinaba hacia una administración de técnicos en vez de patrones, de política en vez de administración a base de interrelaciones humanas.
Por otra parte, comenzó a haber duda entre un número impresionante de intelectuales sobre la legitimidad de ese partido “revolucionario.” Surgieron preguntas como: ¿Tenía todavía fuerza la Revolución Mexicana o había ya muerto? Las dudas aumentaron, sobre todo durante los períodos presidenciales de Adolfo López Mateos (1958–1964) y Gustavo Díaz Ordaz (1964–1970). Como se sabe, durante esos años había mucha inquietud política y social por todas partes: los asesinatos de John F. Kennedy, Martin Luther King Jr. y Malcolm X en EE.UU., la revolución cultural en China, la revolución social de Cuba, el movimiento en París de 1968, y la guerra de Vietnam. La inquietud que emergió en México presentó una cara diferente, de acuerdo con las circunstancias particulares.
En primer lugar, para fines de la década de 1960 el “milagro mexicano” de la economía parecía alejarse del horizonte. El proceso de la industrialización estaba perdiendo su ímpetu. Las empresas ya no podían competir con eficacia en el mercado internacional. Además, con un aumento en la población de 3 a 4% cada año, por primera vez desde el comienzo del cardenismo había necesidad de importar alimentos básicos. En segundo lugar, para el verano de 1968, año en que México había sido seleccionado como anfitrión de los XIX Juegos Olímpicos, un conflicto entre estudiantes en huelga y representantes del gobierno llegó a un punto crítico. Las manifestaciones estudiantiles no se encaminaban hacia una revolución de tipo marxista-socialista, como era el caso en otros países latinoamericanos y de Europa. Por regla general, los estudiantes simplemente demandaban democratización política y reformas universitarias. Desde el extranjero se criticaba la inestabilidad de México, además había rumores de que quizás no se permitirían los Juegos Olímpicos allí si la situación continuaba.
Entonces, el gobierno mexicano recurrió a medidas represivas extremosas. El dos de octubre de 1968 hubo una masacre en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas,26 donde se había reunido un grupo enorme de estudiantes, profesores, y otros simpatizantes. La operación fue sencilla y certera. El gobierno mandó al ejército al sitio de la reunión, y de repente, se comenzó a disparar a la gente. Según se ha calculado, 400–600 estudiantes murieron en ese día trágico en la historia de México. La Revolución ahora sí parecía sin duda “institucionalizada,” o sea, impersonalizada. Es decir, el gobierno se había mostrado como benigno y paternalista durante tiempos de calma y estabilidad, pero capaz de imponer castigos severos durante tiempos de rebelión. La masacre de Tlatelolco fue una verdadera tragedia, pero a la vez sirvió para demostrar otra máscara del gobierno mexicano: un coronel en forma de esqueleto con el sable ensangrentado y montado a caballo típico de los grabados de José Guadalupe Posada.
Después de la masacre de Tlatelolco, los presidentes que siguieron a Díaz Ordaz probaron nuevos caminos de reconciliación, tratando de cooptar, acomodar, y asimilar a los elementos inquietos. Luis Echeverría (1970–1976) puso renovado énfasis en la redistribución de tierras y el nacionalismo, mientras su sucesor, José López Portillo (1976–1982) intentó reformas políticas y una expansión de la representación de los partidos políticos que competían con el PRI. Al final de 1970, el descubrimiento de extensos yacimientos de petróleo le dio a la llamada “familia revolucionaria” del PRI la confianza de pedir al Banco Mundial grandes préstamos para crear obras públicas. El gobierno suponía que el petróleo proveería los medios para pagarlas. Poco después, México tenía la deuda más grande de los países en desarrollo, deuda que México había incurrido con el sueño de que a base de dinero prestado el país podría entrar en plena modernidad. Lo que en realidad pasó es que las obras públicas no se realizaron según se esperaba, algunos políticos se llenaron las bolsas de dinero, y con la nueva ola de corrupción, el PRI cosechó ira y cinismo por parte del pueblo.
Además, el gran proyecto de la modernidad del Presidente López Portillo se esfumó en 1982 con la caída del precio de petróleo. El peso mexicano se devaluó un 600%, y López Portillo acabó su mandato presidencial envuelto en controversia. Miguel de la Madrid Hurtado (1982–1988) con prudencia inició un programa de privatización27 de muchas de las empresas que habían pertenecido al estado, y una liberación del comercio entre México y otros países. El sucesor del Presidente de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari (1988–1994), quien ganó las elecciones más controvertidas de la historia del PRI hasta entonces, prolongó el programa de privatización. Para 1994 la inflación había sido reducida, la economía parecía sana, y el país tenía un acuerdo con sus acreedores para pagarles a plazos más largos. Con renovada confianza, el primero de enero de 1994 se ratificó el Tratado de Libre Comercio (TLC).28
Irónicamente, al mismo tiempo brotó la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el estado de Chiapas como respuesta. La realidad es que a los campesinos marginados les había ido cada vez peor en las últimas décadas. Además, el nuevo Presidente, Ernesto Zedillo (1994–2000), devaluó el peso después de prometer un futuro estable, lo que puso en crisis al joven TLC. La inquietud aumentó en parte al descubrirse que el ex–presidente Salinas de Gortari y su hermano, Raúl, estaban implicados en asesinatos políticos y tráfico de drogas. La pregunta clave en lo que concierne a la década de los noventas era si el PRI podría seguirse manteniendo en el poder a través de medios pacíficos, re-estableciéndose como el partido que mejor representaba al pueblo, o si la oposición podría conquistar la confianza de la ciudadanía de tal forma que derrotara al PRI en las elecciones. La situación era enigmática y sumamente insegura antes de las elecciones presidenciales del año 2000.
En fin, el caso de México es único, porque quizá ejemplifique la naturaleza socio-político-económica de Latinoamérica mejor cualquier otro país. ¿Por qué? Hay varias razones para enfatizar el caso de México.
En primer lugar, La Revolución Mexicana a principio parecía una revolución legítima. No fue sencillamente otro golpe de estado en que un general del ejército desplaza a un presidente elegido, o en el que un general desplaza a otro general. Tales golpes no son más que revoluciones políticas: las estructuras sociales y económicas se modifican poco. En cambio, La Revolución Mexicana realizó una transformación política durante su período más violento (1910–1917), una transformación social bajo la presidencia de Cárdenas (1934—1940), y una transformación económica durante los últimos años de Cárdenas y los dos presidentes que le sucedieron, Ávila Camacho (1940—1946) y Alemán (1946—1952). Otros países latinoamericanos que han logrado una revolución en ese sentido cabal de la palabra son: (1) Guatemala (1945—1954), pero fue una revolución frustrada por la intervención apoyada por la CIA de EE.UU., (2) Bolivia (1952—1968), que después tuvo una intervención del ejército boliviano, (3) Cuba (1959—?) que relativamente continúa hasta hoy, aunque las cosas están cambiando desde diciembre de 2014 con el prospecto de la reanudación de las relaciones internacionales entre este país y los EE.UU., y (4) Nicaragua (1979—1990), que terminó cuando Violeta Barros de Chamorro derrotó al “sandinista,” Daniel Ortega, en las urnas electorales.
En segundo lugar, México es el país mestizo por excelencia, y por lo tanto ejemplifica maravillosamente el fenómeno de la pluralidad cultural latinoamericana. Como hemos visto, la mayoría de los países del cono sur son más bien de características europeas. Los países andinos nunca consiguieron lograr una mezcla racial-cultural tan profunda desde la conquista como México. Los países de Centro América son mayoritariamente o indígenas (Guatemala), criollos (Costa Rica), afro-latinoamericanos (Panamá), o de mestización esporádica (Nicaragua, Honduras, El Salvador). El Caribe carece de una larga tradición amerindia. Paraguay es un país predominantemente mestizo, pero hay poca cultura “moderna” y casi no hay influencia afro-latinoamericana. Brasil, desde luego, tiene una de las pluralidades étnicas y culturales más complejas del mundo. Sin embargo, el mestizaje es local. El sur de Brasil es sobre todo europeo, mientras el noreste es más bien afro-brasileño. El interior de Brasil, aunque de escasa población, tiene de todo. Pero la mezcla es también esporádica: hay indígenas que se han mezclado poco con la cultura dominante, y hay migrantes de la costa de norte a sur que han mantenido las características de la provincia de su origen. Aunque el sur de México es mayoritariamente indígena, y aunque lo afro-mexicano esté concentrado en las costas, la mezcla en México es más completa que la de los otros grandes países de Latinoamérica.
En tercer lugar, México fue el primer país en crear un programa genuino para revelar, rehabilitar, y asimilar su pasado prehispánico. José Vasconcelos, escritor y Ministro de Educación Pública bajo la presidencia de Obregón, mantenía la idea de que el futuro del continente dependía de la fusión de todos los grupos étnicos en una cultura única. Vasconcelos, el “caudillo de la cultura,” organizó una campaña de educación universal y un programa con énfasis en las culturas prehispánicas y en el arte muralista, la literatura, y el teatro, con el sentido de forjar un sentido de identidad nacional en todos los ciudadanos del país. La estabilidad de México del presente siglo—cuando menos hasta fines de los años 1980—en gran parte de debe al éxito de incorporar la herencia indígena con el concepto de la “mexicanidad.”
En cuarto lugar, México quizá sea el país que mejor ha logrado una evolución política sui generis.29 En cuanto a la evolución del sistema político, la Constitución de 1917 fue escrita de acuerdo a la condición del país después de la Revolución. Fue Cárdenas el instrumento principal en la creación de una estructura administrativa del estado de acuerdo con los artículos de la Constitución, con su revolución agraria, la nacionalización de bienes del estado, y los derechos otorgados a los trabajadores y campesinos. Esas transformaciones fueron posibles por medio de los cambios efectuados por el partido oficial de la Revolución, el PNR, fundado por Calles. El partido, ya bautizado como el PRM, fue reorganizado alrededor de cuatro ramas o sectores, que incluían: los campesinos, los trabajadores, la burocracia, y el ejército. Conflictos entre los diferentes sectores, y entre los sectores y otros grupos del país, eran arbitrados directamente por los líderes de los sectores y el presidente—el congreso, por lo tanto, fue excluido casi por completo, contrario al sistema de EE.UU. De esta manera se disminuyó aún más la influencia de las ramas jurídica y legislativa y se aumentó el poder del ejecutivo, el poder del Señor Presidente.
No obstante, hay que mencionar que este sistema es poco comparable al de EE.UU. con sus tres divisiones de poder entre el jurídico, el legislativo, y el ejecutivo, y se asemeja más a un estado corporativista.30 (Como se verá más adelante, ese aspecto corporativista también sirvió como modelo para la presidencia de Juan Domingo Perón [1946—1955] de Argentina y el estado novo de Getúlio Vargas [1930—1945] de Brasil). La diferencia principal entre la estructura política establecida por Cárdenas y el corporativismo es que la Constitución de 1917 tenía como base preceptos democráticos con marcados elementos socialistas, lo que sirvió como barrera para que México no se convirtiera completamente en un estado corporativista y hasta totalitario. Según escribió Octavio Paz en Posdata (1970), el desarrollo del cuerpo político mexicano es más bien una “institucionalización” que ha producido la “máquina paternalista burocratizada” menos personalista de todas las sociedades latinoamericanas.
En fin, México puede ser una clave principal para una comprensión de la “latinoamericanidad” en general.
1.¿Cómo fue “re-elegido” Díaz en 1910, y qué pasó con Madero?
2.Describa la “imagen popular” de Madero. ¿Por qué desapareció después?
3.¿Cuándo y cómo fue que entraron los campesinos a la Revolución?
4.¿Quiénes fueron Villa, Zapata, Carranza, y Obregón?
5.¿Cuál es la “imagen popular” de Huerta?
6.¿Qué función tienen los corridos? ¿Qué es una soldadera?
7.Describa a Villa según su “imagen popular.” ¿Cómo fue derrotado Villa, y qué pasó después?
8.¿Qué aspecto extraordinario tiene la “imagen folklórica” de Zapata, y por qué perduró tanto en la conciencia popular?
9.¿Qué era lo que querían los zapatistas de la Revolución?
10.¿Cómo subió Carranza a la presidencia, y qué le pasó?
11.Describa el pequeño “renacimiento” durante el gobierno de Obregón.
12.¿Qué importancia tiene el PRN? ¿Qué otros nombres ha tenido el partido oficial, y qué significan los cambios?
13.¿Qué características especiales tenía Cárdenas?
14.¿Qué cambios radicales hubo después de Cárdenas? ¿Por qué se puso en duda la Revolución?
15.¿Qué aspecto tuvo el gobierno mexicano después de 1968? ¿Por qué fue tan problemática la situación?
16.¿Por qué merece atención especial el caso de México?
17.¿Qué aspectos únicos tiene el sistema político de México?
1.¿Cómo se puede decir que la revolución social de México no llegó hasta la presidencia de Cárdenas?
2.¿Qué diferencias hay frecuentemente entre un individuo que ha tenido éxito en Latinoamérica y su contraparte en EE.UU.? ¿Por qué existen estas diferencias?
3.¿De qué manera representa el acontecimiento trágico de Tlatelolco la culminación de las tendencias que existían en México desde la conquista y la colonización?
Tres grupos: el primero propone y explica una pequeña lista de “imágenes populares” norteamericanas según el modelo de las “imágenes” descrito en este capítulo. El segundo grupo critica la lista basándose en las grandes diferencias entre las “imágenes” norteamericanas y las de Latinoamérica. El tercer grupo sugiere que, como las “imágenes” son universales, las semejanzas son más importantes que las diferencias.
1 Torbellino = whirlwind.
2 Huelga = strike.
3 Lanzar…campaña = to throw his hat in the ring for the presidential race.
4 Desvirtuando…promesa = diminishing the value or going against his word.
5 Edith O’Shaugnessy, Intimate Pages of Mexican History (New York: George H. Dorán, 1920), 149.
6 Llevar a cabo = to bring to fruition or completion.
7 Según…pintaba = according to the way he was depicted.
8 Sistema…empresa = free Enterprise system, that of a capitalist society in which opportunities are provided for the citizens who prove themselves to be the most industrious.
9 Enrique Krauze, Caudillos culturales en la revolución mexicana (México: SepCultura, 1985), 28.
10 Corrido = a type of song, accompanied by guitar, and serving as a medium for the dissemination of news, gossip, jokes, and folktales among the lower classes.
11 Tomó…palabra = took the stand.
12 Como…esperarse = as would be expected.
13 Sin tregua = without repite, truce.
14 Las soldaderas han sido amalgamadas en una especie de grupo homogéneo de mujeres de clase baja que acompañaban a—y a veces peleaban al lado de—los hombres en la revolución. Esta clasificación popular es equivocada ya que oscurece el rol real y esencial de la mujer revolucionaria en la historia mexicana.
15 Botín = booty.
16 Emboscada = ambush.
17 Debe mencionarse que la clase media y aristócrata de la capital del país le decían a Zapata el “Atila del sur,” pues, el mito que convenientemente había fabricado la clase media en las ciudades fue el de un Zapata salvaje, un bárbaro que quería acabar con la Revolución. Pero como los signos están en perpetuo cambio, hacia fines de 1920—una vez que la Revolución Mexicana fue institucionalizada por el principal partido político—Zapata pasaría de bandido a héroe nacional.
18 Prójimos = neighbors.
19 Alt = agua (en náhuatl). Dr. Alt era el pseudónimo de Gerardo Murillo.
20 La película homónima, basada en la novela de Guzmán y dirigida por Julio Bracho (1909–1978) no pudo estrenarse en 1960 cuando se terminó por la censura de que fue objeto por algunos oficiales del ejército. Se le ha llamado “la película maldita.” El filme fue destruido y solamente se recuperó una copia de mala calidad. Por fin en 1990 se permitió la exhibición de La sombra del caudillo durante el mandato de Carlos Salinas de Gortari. Julio Bracho murió sin poder ver su película estrenada. Ahora este filme se ubica dentro de las 35 mejores películas del cine mexicano.
21 Alcancías = personal savings banks (“Piggy Banks”).
22 PEMEX (Petróleos Mexicanos) fue creado en 1938 bajo la administración de Lázaro Cárdenas.
23 Echar…Mirada = to take another look.
24 Suma importancia = of utmost importance.
25 Tener palanca, estar enchufado = to have connections, “pull.”
26 A este lugar se le llamó “Plaza de las tres Culturas” porque allí se descubrieron restos de construcciones aztecas (cultura prehispánica—la plaza se llamaba Tlatelolco) en el sitio en que existía una iglesia edificada durante el período colonial (cultura española tradicional), y en la periferia de la misma plaza habían construido el edificio gubernamental de Relaciones Exteriores (cultura contemporánea).
27 Privatización = privatization; placement of state owned properties into the hands of private individuals or corporations, by sale, bid, or auction.
28 Tratado de Libre Comercio (TLC) = North American Free Trade Agreement (NAFTA).
29 Sui generis (Latin) = unique, original, arising from within.
30 Estado corporativista = corporate state, a political system in which the principal economic functions, such as banking, industry, and labor are organized chiefly by the government. This type of political system has existed in the past in Italy, Portugal, and Spain.