[LIBRO IX. DEL PARAÍSO]

 

Comienza el noveno libro, que trata del paraíso y, primeramente,

 

 

[CXVI]

 

DE LA GLORIA DE LOS ÁNGELES

 

Dijo el ermitaño a Félix que la gloria que los ángeles tienen en el paraíso es tan grande que quien en este mundo la pudiese entender toda, sobre todas las cosas se maravillaría de ella; pues en aquella gloria ha dado Dios tanta semejanza de su grandeza, que maravillosa cosa es recordar y entender aquella gloria que los ángeles tienen en el paraíso. Para que Félix se maravillase de la gloria de los ángeles, dijo estas palabras:

—Dios en el paraíso asemeja a sus dignidades las cualidades de los ángeles, según pueden en sus cualidades recibir semejanzas los ángeles de aquéllas, pues la bondad de Dios asemeja a sí misma la bondad de los ángeles; y lo mismo hacen la grandeza, la eternidad, el poder de Dios, y todas las demás. La bondad de Dios asemeja a sí misma la bondad de los ángeles en grandeza de sí misma y de eternidad, poder, sabiduría, y así todas. Lo mismo hace la grandeza de Dios, que asemeja a sí misma la grandeza de los ángeles en bondad, eternidad, poder, sabiduría de Dios, y así en todas las dignidades de Dios; pues cada una por sí y en sí, y en unas y en otras, asemeja e informa las cualidades de los ángeles, para que sean vaso espiritual en el que reciban la gloria de Dios. Aquello por lo que Dios quiere que la gloria de los ángeles sea muy grande en la bondad, grandeza, duración, poder, sabiduría, voluntad, y en todas las cualidades angelicales, es para que los ángeles pueden contemplar mucho a Dios en su esencia, en sus dignidades, en su trinidad, y en su unidad; pues cuanto más fuertemente Dios da semejanza de sus dignidades a las cualidades de los ángeles, y semejanza de su esencia a la esencia de los ángeles, más fuertemente los ángeles lo pueden contemplar y gozar.

»En la esencia de Dios la bondad que es Padre de toda sí misma engendra al Hijo, que es bondad; y porque aquella bondad que es Padre y es Hijo son una misma esencia, reside la distinción en la persona que es Padre, y en la persona que es Hijo; y lo mismo se entiende del Espíritu Santo, y se entiende de todas las dignidades de Dios. Siendo así esta obra intrínseca en Dios, se unen en el ángel todas sus cualidades para recibir conocimiento y amor de la divinal obra; y por la contemplación que tienen de aquella obra, dimana de ellos tan grande sentimiento de la gloria, que el corazón no lo podría considerar, ni la boca decirlo, ni los oídos oírlo.

Mucho consideró Félix en la gran gloria de los ángeles, que el ermitaño le había figurado en la esencia de Dios, y en sus dignidades y personas; y porque entendió que aquella gloria era tan grande, estuvo maravillado mucho tiempo antes de que al ermitaño pudiese decir estas palabras:

—Señor, mucho me maravillo, puesto que los ángeles tienen tanta gloria, de por qué los hombres de este mundo no les hacen mayor reverencia y honor; porque los hombres pecadores no les prestan oídos ni les obedecen, sino que ante ellos hacen y dicen villanías y pecados y cosas que a los ángeles son desplacientes y desagradables.

—Hijo —dijo el ermitaño—, el fuego y el agua son contrarios, y por eso va una contra el otro.

Entendió Félix, por aquella semejanza, que los hombres pecadores tienen uso contrario a las semejanzas que tienen, en cuanto son criaturas, con las semejanzas que los ángeles tienen de Dios; y por eso los pecadores tienen cualidades creadas semejantes a las cualidades de los ángeles, y de aquellas cualidades que tienen usan en contrario a aquello para lo que las cualidades son creadas. Mucho plugo al ermitaño que Félix hubiese entendido la semejanza que le había dado, y maravillóse de que la hubiese entendido tan fácilmente.

—Hijo —dijo el ermitaño—, en el paraíso, donde los ángeles tienen gloria, es su gloria de muchas maneras, y aquellas maneras son tantas y tan grandes, que fácilmente no te las podría nombrar ni figurar. Mas entiende que en poca cantidad te podré significar algo, según estas palabras: En el ángel su bondad ama su semejanza en la grandeza, y en la duración, y en el poder, y en la sabiduría, y en todas las cualidades que el ángel tiene; y porque la bondad ama y entiende a su semejanza, reside en cada una de las cualidades la bondad misma, de tal modo que todas aquellas cualidades son buenas, y la bondad tiene en sí misma todas las semejanzas de las cualidades; y por eso la bondad es grande, durable, poderosa, y así respecto a todas las demás. Lo mismo, hijo, que te he dicho de la bondad, que ama su semejanza en todas, te podría decir de la grandeza, que ama su semejanza en todas; y así de cada cualidad angelical, que ama su semejanza una en la otra. Y por eso, hijo, porque eso se sigue de las cualidades angelicales, que es deseado en ellas, es tanta la gloria que el ángel tiene, que maravilla sería considerarla y relatarla.

»Hijo, en dos grados te he hablado de la gloria que los ángeles tienen en el paraíso: el primero es el de la gloria que tienen en Dios; el segundo es el de la gloria que tienen en sí mismos. Ahora te quiero hablar de la gloria que tienen los hombres que aman a Dios; y entiende esta gloria según estas palabras: Los ángeles aman tanto a Dios, que aman todo lo que Dios ama y todos aquellos que a Dios aman; y porque Dios ha creado al hombre a su imagen y a su semejanza, aman los ángeles a los hombres, porque son a imagen y a semejanza de Dios; y cuando el hombre quiere contemplar a Dios con su imagen y semejanza, entonces los ángeles tienen por eso gran gloria, porque placer tienen cuando se sigue en el hombre el fin por el cual Dios ha creado en él su imagen y semejanza.

Cuando Félix hubo entendido los tres grados que los ángeles tienen de gloria, tuvo de ello gran placer, pues le pareció muy maravillosa gloria, y gran gloria, de los ángeles. Empero, dijo que le parecía que los ángeles tienen más gloria por las buenas obras que hacen los buenos hombres que pena deban tener por las malas obras que hacen los malos hombres, siendo así que los ángeles deben estar airados cuando el hombre hace algo contra la bondad de Dios.

—Hijo —dijo el ermitaño—, los ángeles tienen mayor gloria por las obras que hace Dios que por las obras que los hombres hacen; y por eso aquella obra que Dios tiene en sí y en los ángeles y en los hombres es causa en los ángeles de que no tengan pena por las malas obras que hacen los hombres malos, sino que tienen gloria por ellos cuando les castiga la justicia de Dios o cuando les perdona la misericordia de Dios.

—Señor —dijo Félix—, como quiera que los ángeles tengan tan grande gloria en Dios y en sí mismos, mucho me maravillo de que puedan tener gloria por cosa alguna que los hombres hagan, sea buena o mala.

—Hijo —dijo el ermitaño—, del comienzo se sigue el fin, y del fin se sigue el comienzo.

Por lo que el ermitaño había dicho, entendió Félix que ordenada cosa era y razonable que los ángeles tuviesen gloria en Dios, por el bien que Dios hace en los hombres, y por el amor que los hombres le tienen; porque justicia lo requiere para que los ángeles amen todo lo que Dios ama, y aman a todos aquellos a quienes Dios ama.

 

 

[CXVII]

 

DE LA GLORIA QUE EL ALMA DEL HOMBRE TIENE EN EL PARAÍSO

 

Félix dijo al ermitaño que él se maravillaba de que el alma pueda tener gloria en el paraíso sin el cuerpo, si tanto ama al cuerpo y no lo tiene en el paraíso hasta el día de la resurrección.

—Hijo —dijo el ermitaño—, porque Dios es memorable, inteligible y amable, ha creado el alma del hombre, para que le recuerde, le entienda y le ame. Y porque Dios ha creado las casas sensuales para demostrar la grandeza de sus dignidades, ha creado al cuerpo para que vea y oiga cuán grandes son las cosas temporales que Dios ha creado; y por eso el alma tiene gloria, puesto que tiene el fin para el que fue creada, a saber, que recuerda a Dios, entiende y ama a Dios, en quien reside toda su gloria; y después del día del juicio, tendrá gloria con el cuerpo como gloria de hombre, y ahora la tiene como gloria de alma.

»Hijo, no podrías pensar cuán grande es la gloria que el alma tiene en el paraíso; porque Dios, en toda su esencia, en todas sus dignidades, en todas sus tres personas, en toda la gloria que tiene en sí mismo, es gloria del alma; y por eso puedes conocer, puesto que el alma tiene gloria en todo Dios, que su gloria es muy grande y muy maravillosa.

Mucho se maravilló Félix de las palabras que el ermitaño decía, pues no le parecía que el alma, que es cosa poca y finita, pudiese tener gloria en toda la esencia y en todas las dignidades y en todas las personas de Dios. Y el ermitaño dijo esas palabras:

—Dios es todo, sin parte y sin partes, porque cosa es que no se puede partir en parte ni en partes; y todo Dios es digno de ser por el alma recordado, entendido y amado en su totalidad; y por eso conviene que el alma en todo Dios tenga su gloria; porque si no la tuviese sería Dios dividido, cuya cosa es imposible.

Entendió Félix lo que el ermitaño decía, y maravillóse de la gran gloria que el alma tiene en el paraíso; porque si en este mundo tiene el hombre gran placer cuando recuerda, entiende y ama a algún amigo suyo, aunque no le recuerde ni le entienda todo, ¡cuánto más tendrá el hombre gloria en el paraíso, donde el hombre recordará, entenderá y amará a Dios! Cuando Félix hubo dicho estas palabras, rogó al ermitaño que le dijese la manera según la cual el alma tiene gloria en toda su esencia, en todas las dignidades y en todas las personas de Dios.

Y el ermitaño le dijo estas palabras. Dijo el ermitaño que el alma del hombre justo recuerda, entiende y ama, en el paraíso; que la esencia de Dios es bondad, grandeza, eternidad, poder, y así todas; y cada dignidad, en sí y por sí y en otra, es toda la esencia de Dios, sin ninguna diferencia de esencia y de natura.

—Recuerda además y entiende y ama que todo el Padre, que es toda la esencia y es todas las dignidades, de todo sí mismo engendra al Hijo y espira al Espíritu Santo. Además recuerda, entiende y ama como en el paraíso el Espíritu Santo, que es toda la esencia y todas las dignidades, en todo sí mismo fruye de sí mismo y del Padre y el Hijo. Y porque el alma todo eso por todo Dios recuerda, entiende y ama, por eso tiene gloria en todo Dios, y en todo su recordar, entender y amar.

Entendió Félix lo que el ermitaño decía, mas maravillóse de que el alma pudiese tener gloria en todo Dios, y que no entendiese tanto en Dios como Dios entiende en sí mismo; y pidió al ermitaño que le declarase aquello de lo que él se maravillaba.

Y el ermitaño le dijo estas palabras:

—Alma de hombre no puede entender tanto como sabiduría de Dios; mas porque Dios es todo en sí mismo, y es todo sí mismo sin hacer partes, y ha dado su semejanza al alma en toda su totalidad, según que se la ha dado en bondad, y en grandeza, y en duración, y en sabiduría, y así de las otras dignidades; por eso el alma entiende a todo Dios y recuerda a todo Dios, y ama a todo Dios en el paraíso; porque si no lo hiciese, la totalidad de Dios no tendría tan semejante a sí el alma como la bondad, grandeza, y así todas, y sería menos que semejante, y la bondad y las otras serían mayores; y esto es imposible. Mas así como la bondad y las otras dignidades de Dios son mayores que la bondad y las otras cualidades del alma, así la totalidad de Dios es mayor en el entendimiento de Dios que en el entendimiento del alma; y por eso Dios se entiende mejor a todo sí mismo que el alma, aunque el alma entienda a todo Dios.

Mucho plugo a Félix lo que el ermitaño le había explicado de Dios y de su totalidad; pues mucho se maravillaba de que el alma pudiese entender a todo Dios, y de que no le entendiese tanto como Dios se entiende a sí mismo. Por lo cual, cuando Félix se hubo alegrado mucho tiempo de todo lo que el ermitaño le había declarado, él le dijo estas palabras:

—Señor, una vez que vos me habéis declarado cómo el alma tiene gloria al recordar, entender y amar a todo Dios, ruegoos que me declaréis y me mostréis cómo toda el alma tiene gloria en Dios; pues muy bien conviene que, puesto que el alma tiene gloria en todo Dios, el alma tenga gloria en toda sí misma.

—Hijo —dijo el ermitaño—, porque todo Dios es digno de ser recordado; entendido y amado, ha influido la totalidad de Dios su semejanza en la memoria, entendimiento y voluntad del alma, a saber, que toda la esencia del memorante, entendiente y amante que hay en el alma quiere Dios que sea fruyente de Dios; y aquel memorante, entendiente y amante son la esencia del alma, en cuanto son esencias sustanciales, y el alma es unida con aquellas esencias por manera de forma, y es agente para recordar, entender y amar a Dios, y Dios es recordado, entendido y amado. Y así toda el alma es glorificada en Dios, para que la totalidad de Dios influya e imprima, en toda el alma, toda la semejanza de su gloria.

»Hijo —dijo el ermitaño—, tú que te quieres maravillar y buscas maravillas, entiende cuán grande es la gloria del alma que se halla en el paraíso, y entiéndelo por esta semejanza que te diré. En la esencia del fuego, que quema la leña, mayor cosa es la forma y la materia que el calor y el resplandor, porque la forma y la materia son la esencia del fuego, y el calor y el resplandor son cualidades del fuego. Empero, por todo el fuego está el calor y está el resplandor, y en aquella esencia del fuego el calor no cesa de calentar, ni el resplandor de iluminar.

Mucho plugo a Félix la semejanza que el ermitaño le había dicho, pues por aquélla entendió que toda la esencia del alma fruía esencialmente de Dios, y por eso toda su esencia tenía gloria por toda su sustancia. Después entendió que el alma, por todas y con todas sus cualidades, tendrá gloria fruyendo, con aquéllas, de las obras que Dios tiene en las criaturas; y así, según grandeza de gloria, Félix se maravilló de la gran gloria que el alma tiene en el paraíso.

El ermitaño dijo:

—Hijo, maravíllate y entiende cuán grande gloria tiene el alma del hombre justo en el paraíso, porque la memoria recuerda que la voluntad tiene toda la gloria que quiere tener; y el entendimiento entiende que la voluntad tiene aquella gloria que quiere tener, que la tiene por grandeza de querer, entender y recordar, según que la grandeza de Dios influye su semejanza en la voluntad y el querer, y la memoria y el recordar, y el entendimiento y el entender; y eso según grandeza de semejanza de la bondad; y así de todas las dignidades de Dios.

Mucho tiempo consideró Félix en aquello que el ermitaño decía de la grandeza de la gloria; y cuando hubo entendido lo que el ermitaño le había dicho, él se maravilló en gran manera de la grandeza de la gloria, de que sea tan grande, y de que un maestro de divinidad, que era obispo, amaba más la gloria de este mundo que del otro.

 

 

[CXVIII]

 

DE LA GLORIA QUE EL CUERPO DEL HOMBRE TENDRÁ EN EL PARAÍSO

 

—Señor —dijo Félix—, según he oído decir, en el paraíso no comerá el hombre, ni beberá, ni olerá, ni tendrá carnal deleite; y por eso me maravillo de cómo podrá el cuerpo, sin estas cosas, tener cumplida gloria.

—Hijo —dijo el ermitaño—, en el paraíso serán los cuerpos de los santos glorificados corporalmente; porque así como el hierro en la fragua está ignito y todo lleno de fuego por dentro y por defuera, así el cuerpo, en la gloria que el alma tendrá al ver la esencia y las dignidades y las divinas personas, será todo él glorificado, a saber, que el cuerpo tendrá todo el cumplimiento que la voluntad querrá en grandeza de bondad, duración, poder, sabiduría. Y eso mismo se seguirá de todas las semejanzas que el alma tiene de Dios.

»Entenderá el entendimiento grandeza de la gloria corporal, y la memoria recordará aquella grandeza, y la voluntad la querrá, y la natura del cuerpo obedecerá a aquella grandeza que la memoria no podría recordar, ni el entendimiento entender, ni la voluntad querer. Y porque en el paraíso el alma puede mucho más recordar, entender y amar que en este mundo, pues ve a Dios en su esencia, dignidades y personas, pensar puedes, pues, hijo —dijo el ermitaño—, cuán grande será la gloria que el cuerpo de hombre bienaventurado tendrá en el paraíso.

Mucho consideró Félix en las palabras que el ermitaño le había dicho, y, según aquellas palabras, conoció que la gloria del cuerpo será muy grande y maravillosa; y por la grandeza que entendió de la gloria del cuerpo, dijo estas palabras:

—En este mundo quiere el hombre comer, beber, vestir y tener deleites, porque en el cuerpo tiene desfallecimientos por los cuales los hombres desean tener refinamientos. Mas si el cuerpo fuese tan cumplido en virtudes como la voluntad pudiese querer, y el entendimiento entender, y la memoria recordar, y aquel cumplimiento viniese al cuerpo de la influencia que Dios hace al influir su semejanza al alma que está en el paraíso, ya ningún hombre quisiera comer, beber ni vestir, ni tener ninguno de los deleites que son temporales.

Según las palabras que el ermitaño había dicho, entendió Félix que si el alma quiere que el cuerpo sea moviente por el aire lo será; y si quiere que aquel movimiento sea tan grande que en un momento vaya de occidente a oriente, lo será; y que nada podría empacharla, puesto que la voluntad lo quiere, pues, si algo la empachara, la voluntad no sería cumplida. Lo mismo dijo del resplandor del cuerpo, y de su inmortalidad, y del gran sentimiento que sentirá de gloria, y así de las demás cosas. Por lo tanto, cuando Félix hubo dicho estas cosas, consideró en lo que había dicho, y maravillóse de la gran gloria que el cuerpo tendrá en el paraíso perdurablemente.

Dijo el ermitaño que en el paraíso el alma ve a todo Dios, según habéis oído ya, y por aquella visión será influida semejanza de visión en el cuerpo, la cual será corporal visión por la cual el hombre verá corporalmente a Jesucristo y a nuestra señora Santa María, y a todos los hombres y las hembras que estarán en el paraíso; y los verá a todos lucientes y resplandecientes, más que el fulgor del sol, y sin comparación.

Tras estas palabras el ermitaño dijo que de aquella visión que el alma tendrá de Dios será influyente en el cuerpo audición, que el cuerpo tendrá al oír hablar a Jesucristo, y a nuestra Señora, y a los santos gloriosos. Aquella audición será grande en glorificación del cuerpo, según es grande la influencia que el alma influirá en el cuerpo por la visión que tendrá de la esencia de Dios. Por lo tanto, siendo esto así, ¿quién puede vislumbrar cuán grande será la gloria que el hombre tendrá en el cuerpo por razón de la audición?

—Hijo —dijo el ermitaño—, según que el hombre tiene placer en este mundo al ver, oír, oler, gustar y tocar, tiene el hombre placer en el sentimiento; y por eso puedes considerar cuán maravillosa y grande será la gloria que el cuerpo sentirá por ver y oír en el paraíso; pues según será grande la visión que el alma tendrá en el paraíso de ver a Dios, según será grande la visión y la audición que el cuerpo sentirá de ver y oír a Cristo y a los santos, según eso será grande la gloria de Dios en el sentimiento.

Mucho consideró Félix en aquello que dijo el ermitaño, y entendió que así como el alma y el cuerpo se unen en el ser del hombre, así se unen en la gloria que tiene el cuerpo con el alma. Y por eso entendió Félix cuán grande es la gloria del cuerpo, de cuya gloria se maravilló mucho tiempo; y dijo estas palabras:

—¡Ah, señor Dios, que sois cumplimiento de todos los cumplimientos! ¡Y cuán grande maravilla es la de por qué los hombres de este mundo puedan amar tanto la vanagloria de este mundo, y tan poco amar y desear la gloria del otro siglo, siendo así que la gloria de este mundo sea tan poca, y la otra sea tan grande!

—Señor —dijo Félix—, en el cuerpo del hombre son unos elementos contrarios a otros, así como el fuego y el agua, que son contrarios por calor y por frialdad, y el aire y la tierra por humedad y por sequedad; y por eso me maravillo de que en el paraíso el cuerpo pueda tener perfecta gloria.

—Hijo —dijo el ermitaño—, había un hombre que quería mucho mal a su mujer, y su mujer a él; mas tenían un hijo al que mucho amaban, y por el gran amor que cada cual tenía a su hijo se concordaban y se pacificaban.

Entendió Félix al ermitaño, y dijo que porque en el paraíso el cuerpo seguía lo que quería la voluntad, y lo que entendía el entendimiento, y lo que recordaba la memoria, se seguía que los elementos concordasen, y que en nada se contrariasen; y aquella concordancia es el cumplimiento y la final intención a la cual los elementos se mueven siempre en este mundo, engendrando y corrompiendo.

Cuando Félix hubo entendido esto, entendió cuán grande gloria será la que el cuerpo tendrá en el paraíso; porque si en este mundo el cuerpo tiene poder de sentir tantos deleites, aunque sean en él los elementos contrarios, y el cuerpo no pueda seguir ni cumplir lo que quiere la voluntad de sus deleites, ¡cuánto más será grande la gloria del cuerpo, en la gloria, en donde no se contrastarán los elementos, ni el cuerpo contrastará a nada que quiera la voluntad!

—Señor —dijo Félix—, siendo tan grande la gloria que el cuerpo tendrá en el paraíso, maravíllome de por qué el cuerpo naturalmente esquiva morir.

—Hijo —dijo el ermitaño—, el cuerpo en este mundo tiene ser en sustancia humana, mientras vive en el alma, y, cuando ha muerto, pierde aquel ser y está en privación de aquel ser, hasta que ha resucitado; y porque privación de tan noble ser es esquivadora, por eso el cuerpo naturalmente esquiva morir; mas si incontinente que ha muerto resucitase, otra cosa sería.