PASO 1


Cómo saber si se sufre una adicción

«No dejo de hacer las mismas cosas demasiadas veces y demasiado a menudo. ¿Significa eso que tengo una adicción?» Esta cuestión es central en el paso 1. Muchas personas repiten comportamientos como beber, hacer ejercicio y comprar de una forma que ellas mismas (u otras) consideran excesiva. Sin embargo, eso no significa necesariamente que tengan una adicción. Hay otras causas posibles de los comportamientos repetitivos e, incluso, excesivos. La mejor manera de comprobar si algún comportamiento concreto es una adicción es compararlo con la descripción de la adicción que se planteó en la primera parte.

La primera pregunta que puede hacerse es: ¿Cuándo surge mi comportamiento (o simplemente la idea)? ¿Es cuando se siente indefenso ante algo o insultado, cuando lo dejan al margen, se siente usado, ignorado, desesperado, o le sobreviene algún otro sentimiento de impotencia? Por supuesto, es muy posible que no sepa qué desencadena las ideas que conducen a su comportamiento adictivo hasta que tenga la posibilidad de meditar cuidadosamente el asunto. Ahora bien, si el comportamiento que le preocupa se desencadena por este tipo de disgusto emocional, es mucho más probable que sea una verdadera adicción. También puede ser de gran ayuda comparar su comportamiento con ejemplos de comportamientos repetitivos no adictivos.

1. HÁBITOS

Michelle era una amante del café. Lo bebía por la mañana, por la tarde y por la noche, en casa y en el trabajo. Jamás confundiría un café au lait con un caffè latte. Su erudición respecto al tema le permitía debatir los méritos de los tuestes del café francés, italiano y vienés. En realidad, en momentos de sinceridad tenía que admitir la triste verdad. Era una snob del café. No obstante, había estado teniendo problemas para dormir y, últimamente, su estómago también le daba problemas. Cuando fue a consultar a su médico y le dijo cuántas tazas de café se tomaba al día, él le indicó que dejara el café por completo, al menos por un tiempo. Para Michelle, aquello era como si le hubiera pedido que metiera los dedos en un enchufe durante unas semanas.

Aun así, lo intentó. Podía tomar una taza por la mañana, ¡pero no más! Sin embargo, a las diez y media lo supo. Siempre se tomaba una taza de café a las diez y media de la mañana. Miró al reloj: 10:30. Buscó un chicle en la cartera, pero no llevaba ninguno. Miró a su alrededor, y después otra vez al reloj: 10:31. «¿Qué daño podía hacerle tomar una tacita?», se dijo mientras se levantaba y se dirigía hacia la salida. Por suerte, la cafetería estaba en la puerta de al lado.

¿Se trata de una adicción? Michelle estaba haciendo algo que no la beneficiaba. Y ya tenía una historia de hacerlo demasiado. Sin embargo, la clave no era si el café resultaba bueno para o ella o si había tomado demasiado. Michelle sentía un enorme deseo de beber café cuando se levantaba y a las diez y media, porque siempre se tomaba una taza de café a esas horas. Su consumo de café no se debía a cuestiones emocionales más importantes. Era solo un hábito.

Los hábitos son muy diferentes de las adicciones. Son comportamientos automáticos que no tienen ningún significado más profundo. Apagar las luces cuando se sale de una habitación o leer las secciones del periódico en un cierto orden son otros ejemplos de hábitos. Aun así, pueden ser difíciles de romper simplemente porque requieren nuestra atención en un momento en el que no se es consciente de lo que se hace. De hecho, no tener que prestar atención a lo que uno hace es una buena parte de lo que podemos llamar hábito, y explica lo que los hace tan útiles. Si tuviéramos que prestar atención a todo lo que hacemos por costumbre, no tendríamos tiempo para nada más.

Además de tener que prestar atención a lo que hacemos, los hábitos, por supuesto, son difíciles de romper si se disfruta con ellos. De hecho, es posible desarrollar un hábito solo porque es muy agradable, como tomar una copa de café a media mañana.

Sin embargo, según nuestra experiencia, los hábitos se pueden romper, y todo el mundo tiene que romper alguno en un momento u otro. Aunque requiera cierto esfuerzo, no exige tratamiento. Desde una perspectiva psicológica, los hábitos son fenómenos superficiales, de la profundidad de un arañazo, lo cual los hace extremadamente diferentes de las adicciones, que surgen como una solución (temporal) a problemas con raíces mucho más profundas.

Bien, y ¿qué le ocurría a Michelle? Le costaba mucho dejar de tomar café, pero después de un día de dar rodeos lo consiguió. Le encantaba el café, pero no valía la pena poner en riesgo la salud por él. Para Michelle, dejarlo fue una decisión simple y racional, basada en el consejo de su médico. ¿Quería eso decir que era una persona más racional que otra con adicciones? Desde luego que no. Lo único que significaba era que dejar de tomar café no requería tener que tratar con los fuertes complejos y sentimientos que se esconden tras una adicción.

No siempre es fácil distinguir adicciones de hábitos. Para estar seguros de a qué nos enfrentamos es posible que tengamos que dedicar un tiempo a investigar si hay algo más profundo que desencadena el comportamiento. En capítulos posteriores explicaré cómo hacerlo, pero, por ahora, si se pregunta si su comportamiento (o el de un ser querido) es una adicción, compruebe si el patrón de comportamiento se asemeja a un hábito, es decir, si está ligado a situaciones familiares, como un momento del día o una actividad regular. Michelle tomaba café en determinadas ocasiones. Otra persona puede fumarse un cigarrillo con el café de la mañana, tomarse una copa de vino relajante al final del día, entrar en Internet para ver sus sitios favoritos o jugar a algún juego. Si el comportamiento en cuestión es una rutina, no está asociada con ningún acontecimiento emocionalmente significativo y, lo que es más importante, si se debe a que simplemente nos gusta un comportamiento y no interviene sentimiento alguno de obligación, puede tratarse de un simple hábito. Las personas que verdaderamente sufren alguna adicción también puede decir que repiten sus comportamientos adictivos simplemente porque les gustan («me gusta el sabor de la cerveza»), pero normalmente puede distinguirse. Los adictos defenderán con todas sus fuerzas el comportamiento en cuestión, mientras que, por muy difícil que pueda ser resistirse a un hábito, si se plantean razones sensatas para dejarlo, se puede abandonar.

2. ADICCIÓN FÍSICA

La adicción física es un modo en el que nuestros cuerpos reaccionan a ciertas drogas, y está completamente fuera de nuestro control. Por ese motivo, la adicción física puede ser una causa de comportamiento repetitivo que se asemeja al tipo de adicción psicológica que he descrito hasta ahora. Ahora bien, es necesario distinguirlas cuidadosamente, porque los factores físicos son relativamente poco importantes para comprender la naturaleza y el tratamiento de la adicción. Por ese motivo, solo considero auténtica la adicción psicológica. Ahora bien, ¿cómo distinguimos estos dos tipos de adicciones?

La manera más simple es detener el comportamiento y ver qué ocurre. Para detener la adicción física hay que interrumpir completamente el consumo de drogas el tiempo suficiente para que el cuerpo pueda reajustarse. Dejar de consumir una droga es siempre desagradable y, en ciertas drogas, puede ser bastante peligroso. Según la droga, interrumpir el consumo puede requerir supervisión médica u hospitalización. (Las drogas más peligrosas de retirar son sedantes como el alcohol, Xanax o Valium, y barbitúricos. La retirada de narcóticos, a pesar de los efectos secundarios que puede provocar, no es médicamente peligrosa, y tampoco lo es la de otras drogas más fuertes como la cocaína o las anfetaminas, aunque pueden desestabilizar el ánimo.) Ahora bien, por muy desagradable que esa retirada pueda resultar, es relativamente fácil comparada con intentar acabar con una adicción basada en el tipo de problemas psicológicos descritos en la primera parte. De hecho, si la adicción es únicamente física, tras la interrupción del consumo (desintoxicación) se puede considerar que el problema se da por finalizado.

Todo esto puede parecer sorprendente, ya que en nuestra cultura la idea de las personas controladas por las drogas (o «enganchadas») es un mito común. Sin embargo, a principios de la década de 1980, millones de personas dejaron de fumar después de que el cirujano general de Estados Unidos hiciera una declaración sobre los severos riesgos de fumar y exigiera que se colocaran etiquetas de aviso en los paquetes de cigarrillos. Esos millones de personas tenían una dependencia física de la nicotina, pero, como Michelle en el ejemplo de más arriba, pudieron dejar de fumar cuando se dieron cuenta de que era peligroso. Su experiencia demuestra que la adicción física (o dependencia) en sí misma no es un impedimento significativo para recuperar el control de su comportamiento. La dependencia física simplemente no es un factor principal del problema de la adicción.

Probablemente, el ejemplo más famoso de este argumento es un estudio llevado a cabo sobre la experiencia de los soldados en Vietnam.2 La guerra de Vietnam colocó a un gran número de hombres y mujeres, sin ningún historial de adicción, en una situación de estrés sin precedentes, donde había un acceso fácil a la heroína. Muchos soldados tomaron suficiente heroína para convertirse en adictos físicos. Al mismo tiempo, en Estados Unidos, la adicción a la heroína se había convertido en un gran problema entre la población civil; los programas de tratamiento habían conseguido unos resultados muy pobres, puesto que casi todos los individuos habían recaído tras desintoxicarse. Así que existía una gran preocupación sobre lo que les podría ocurrir a los soldados cuando volvieran a casa. ¿Se engancharían a la heroína y serían incapaces de librarse de mantenerse limpios, como los adictos de Estados Unidos?

Más del 90 por ciento de estos veteranos, después de regresar a casa y de desintoxicarse con todas las garantías, no volvieron a tomar heroína ni ningún otro narcótico de nuevo. ¿Por qué no? Pues porque tener una adicción física no es suficiente para que la gente siga siendo adicta a una droga una vez que la abandonan. Esos soldados habían recurrido a la heroína porque estaban en guerra, porque no podían permitirse otra manera de manejar sus conflictos emocionales internos. Igual que los fumadores que dejaron el hábito tras el aviso del cirujano general, los veteranos sufrían solo una adicción física, así que pudieron detenerla.

Sin embargo, las personas de Estados Unidos eran adictas a la heroína por una razón diferente: eran víctimas de un comportamiento impulsado por factores psicológicos. La desintoxicación en sí misma no ayudó. Para tratarlos tendrían que llegar a la base psicológica de su problema.

Para llegar a comprender con más claridad la relación entre una verdadera adicción y la adicción física, conviene entender que hay muchas adicciones en las que no se desarrolla dependencia física ni síndrome de abstinencia. Incluso ocurre con algunas drogodependencias; por ejemplo, el uso adictivo de la marihuana y de alucinógenos como algunas setas no está asociado a ningún tipo de adicción física, porque estas substancias no pueden producir dependencia física. Y por supuesto, no hay ninguna adicción física, ni se produce síndrome de abstinencia cuando las adicciones no tienen que ver con drogas, como en los casos de ludopatía, adicción sexual o desórdenes alimenticios. Sin embargo, los adictos a las drogas pueden pasar a sufrir adicciones que no tienen que ver con ellas. En torno al 40 por ciento de los ludópatas también padecen alcoholismo. Nadie podría sustituir adicciones que no tienen que ver con la drogadicción por adicciones que sí la tienen, a menos que esas actividades cumplan la misma función. Como cualquier persona que haya padecido una sabrá, las adicciones que no tienen que ver con las drogas producen los mismos impulsos desesperados por repetir el comportamiento, y tienen la misma capacidad de hacer prevalecer lo irracional sobre la preocupación por la propia salud (o la salud de los demás). En nuestra sociedad nos hemos centrado en la drogadicción, pero ello no significa que la adicción solo tenga que ver con drogas.

EL ERROR MÁS COMÚN SOBRE LA ADICCIÓN: EL MODELO DEL «CEREBRO ENFERMO»

En los últimos años, se ha propagado la idea de que la adicción es algún tipo de enfermedad neurológica, una «enfermedad cerebral crónica». Esta idea surge a partir de experimentos en los que se suministraba a las ratas grandes dosis de narcóticos durante un tiempo; más adelante estas seguían buscando más droga, incluso cuando solo se las exponía a estímulos asociados con la droga. Ese efecto, se trata de una especie de reflejo condicionado, como el famoso experimento de Paulov, que consistía en tocar una campanilla cada vez que se alimentaba a un grupo de perros. Estos aprendieron a asociar la campanilla a la comida, y finalmente salivaban cuando el timbre sonaba, aunque no hubiera comida. Estaban condicionados a responder solo a la campanilla. En experimentos recientes con ratas y narcóticos, se exponía a las ratas a estímulos asociados con una droga que se les había administrado regularmente. Como respuesta, automáticamente buscaban la droga, como si la droga en sí estuviera presente. El examen de los cerebros de las ratas mostraba que esos estímulos producían la misma respuesta que la droga en sí misma, de modo que liberaban un químico excitante (un neurotransmisor llamado dopamina). Al proseguir con la investigación, se descubrió que se habían producido cambios en la anatomía en los cerebros de las ratas, cosa que los hacía extremadamente sensibles a una nueva exposición, ya fuera a las drogas o simplemente a los estímulos asociados a ellas. En otras palabras, en un círculo vicioso, la exposición a los narcóticos durante un tiempo prolongado hacía más probable que las ratas respondieran a una exposición adicional (a las drogas o solo a los estímulos) y buscaran más drogas. A la luz de estos resultados, quienes realizaban los experimentos concluyeron que la adicción era una enfermedad cerebral crónica que funcionaba en las personas igual que en las ratas. Si es así, la adicción estaría causada por el uso de las propias drogas que una persona usaba de forma adictiva, aunque esa teoría no explica por qué alguien empieza a tomarlas.

Esta teoría, finalmente resultó no encajar con los hechos de los humanos. Cuando se expone a un grupo de personas normales a dosis altas de narcóticos durante mucho tiempo, como a personas médicamente enfermas o a los soldados que lucharon en Vietnam, mencionados más arriba, se vuelven físicamente dependientes (igual que las ratas); pero al contrario que estas, una vez que les retiran la droga con todas las garantías, muy pocas personas se vuelven adictas. No desarrollan una respuesta condicionada, automática a las drogas o a los estímulos ambientales asociados a la substancia. En conclusión, los seres humanos somos diferentes de las ratas.

La principal diferencia reside en nuestros cerebros. Podemos procesar ideas, sentimientos complicados y conflictos internos de una forma que jamás cabría imaginar en el caso de una rata. Precisamente nuestra compleja psicología (nuestros conflictos y defensas) nos lleva a tomar buenas y malas decisiones basadas en quienes somos. Ron Golding, al que conocimos en la primera parte, es un buen ejemplo de ello. Cuando Ron decidió beber, en su entorno no había ningún estímulo relacionado con la droga. Estaba en el trabajo. Y no solo eso, cuando decidió repetir su comportamiento adictivo, estaba haciendo planes con antelación, de hecho, con muchas horas de antelación. No tenía el cerebro lleno de químicos excitantes. En efecto, una vez que había tomado su decisión para un futuro próximo, pudo calmarse y volver a trabajar. El funcionamiento de la adicción de Ron era totalmente diferente al de las ratas.

OTRAS CAUSAS COMPORTAMENTALES QUE PARECEN ADICCIONES

Más abajo encontrará algunas fuentes de comportamiento repetitivo excesivo que no son adicciones (si desea más información sobre cuestiones no adictivas, puede consultar mi libro previo, The Heart of Addiction). Intente pensar si alguna de ellas se ajusta a usted, o a alguien que le preocupe. Ahora bien, sea prudente: es común que se presenten a la vez una verdadera adicción y alguna combinación de factores como los que se enumeran más abajo. Debe procurar asegurarse de vigilar ese comportamiento durante un tiempo antes de concluir que no es una adicción.

1. Presión social

En ocasiones, la gente hace cosas porque sus parejas o su grupo las hacen. Si una mujer tiene un marido alcohólico, puede llegar a beber más de la cuenta. Es posible que se sienta fuera de la vida de su marido cuando este se da a la bebida, así que opta por beber con él. Asimismo, es posible que una persona con una adicción presione a su compañero a que se una. En grupos de adolescentes, hacer algo porque «todo el mundo lo hace» puede ser razón más que suficiente para participar en esa actividad, pero ninguno de estos ejemplos es una adicción.

2. Ocasiones especiales

En la cena de Acción de Gracias, el tío Joe siempre se emborracha. Eso no implica necesariamente que padezca alcoholismo. A menudo, el entorno hace que las personas se comporten de un modo inusual. La cogorza del tío Joe el día de Acción de Gracias puede ser una especie de tradición para él. Si realmente fuera así, podría dejar ese comportamiento en cuanto causara algún problema. Hay algunos escenarios que, de hecho, se crean a propósito para promover un comportamiento excesivo, como, por ejemplo, los casinos donde se juega. Están construidos para animar a los presentes a apostar más de lo que lo harían normalmente. No hay ni relojes ni ventanas, de manera que es fácil perder la noción del tiempo. Las luces que parpadean y los sonidos musicales tienen el propósito de alertar a las demás personas presentes de que alguien está ganando en el edificio. Suele haber alcohol gratuito, pero no es ningún regalo. Ahora bien, apostar más de lo que se preveía en estas circunstancias no implica que se sea adicto al juego.

3. Adolescencia

Los adolescentes tienden a realizar actividades excesivas que varían desde las que son solo excéntricas a las que son simplemente peligrosas. Cuando se repiten, en ocasiones, pueden parecerse mucho a una adicción. La clave aquí reside en averiguar si esta manera de actuar se debe a la rebeldía normal de la edad (lo hacen porque está prohibido), sirve para probar nuevas identidades (haces cosas extrañas para averiguar quién eres), o simplemente a la creencia normal de un adolescente en la propia inmortalidad («Ah, papá, te preocupas demasiado»). Distinguir estas causas de verdaderas adicciones a menudo no es fácil. Hablar con un adolescente siempre es buena idea, pero si sigue preocupado, puede ser útil consultar a alguien que comprenda tanto la naturaleza psicológica de la adicción como la psicología normal adolescente.3 Volveré a tratar el tema de la adicción entre adolescentes en la tercera parte, «Vivir con un adicto». Si ha decidido que tiene entre manos una verdadera adicción, el siguiente paso será averiguar qué significa para usted, y, lo que es igual de importante, qué no significa.