Cómo pensar en uno mismo si tiene una adicción
Una vez que se reconoce que se tiene una adicción, uno de los primeros problemas a los que debe enfrentarse un adicto es la imagen que tiene de sí mismo. Es importante plantear esta cuestión ahora para que no interfiera con su determinación o con la confianza en usted mismo mientras completa el resto de pasos para acabar con su adicción. Por ejemplo, tal vez sienta que ahora forma parte de un nuevo grupo, independiente y con muy mala reputación: «los adictos». Ahora bien, la mayoría de personas tienen ideas erróneas sobre la adicción, y por tanto, también tienen ideas equivocadas sobre todos aquellos que las sufren. Por ejemplo:
Quien padece una adicción no es diferente en absoluto de los demás.
Sin embargo, se podría argumentar que no todo el mundo tiene adicciones. Naturalmente es un hecho innegable, pero hay una respuesta clara a esa cuestión: virtualmente todo el mundo tiene algún problema psicológico o emocional de algún tipo. Años atrás, se hizo un estudio para el que se entrevistó a todo el mundo de una sola área geográfica para ver lo común que era ser «normal» (en este caso, quería decir «estar libre de problemas emocionales»). Los resultados sorprendieron a los investigadores, aunque no deberían haberlo hecho. El estudio reveló que prácticamente ninguno de los sujetos era normal; casi todo el mundo tenía algún problema psicológico u otro. Puesto que la adicción no es nada más que un síntoma psicológico —uno más de los muchos mecanismos humanos para manejar la vida emocional—, el adicto puede incluirse dentro de la mayoría de la humanidad.
Encontramos claros ejemplos de esto en casos en los que personas sustituyen comportamientos adictivos por otro síntoma psicológico que puede realizar la misma función, como en la siguiente historia:4
AMY
Amy Johnson tenía sus propias órdenes que cumplir. No estaba en el ejército, pero así sentía que era la vida con su marido, William. Siempre estaba ocupado con tareas y planes que parecían más importantes que los de ella, así que se convirtió en la persona que debía apoyarlo. Por supuesto, sus obligaciones diarias podrían haberse considerado importantes, como ser madre de tres niños (de edades entre tres y medio y siete años), comprar, cocinar y ocuparse de más o menos todos los aspectos de las vidas de su familia, pero ambos miembros de la pareja parecía dar por sentado que esas cosas tenían una prioridad menor. Además, había una o dos cosas que le gustaba hacer, pero definitivamente estaban al final de su lista de prioridades.
Amy sufría alcoholismo. Su adicción a la bebida había sido un problema en su matrimonio durante años. William creía que carecía del temple necesario para controlarse. El por qué no hacía simplemente lo que debía hacer, como él habría hecho, sin recurrir a la bebida, escapaba a su comprensión. Le importaba Amy, pero no le interesaba en absoluto por qué bebía. ¿Acaso debería? Hacía mucho tiempo que había decidido que no era más que una debilidad de su mujer; en realidad, era un santo por aguantarla.
Un día concreto, la principal orden de Amy era ir a la oficina de correos para enviar una carta de William. «Tiene que haber salido a mediodía», le había dicho. Era precisamente el tipo de directriz que Amy obedecía casi cada día. Después de cumplir su tarea, estaba acostumbrada a ir directamente a uno de los escondites donde guardaba vino en casa. Beber siempre había sido una solución para la abrumadora impotencia que sentía cuando obedecía las órdenes de William. No obstante, ese día resultó ser diferente.
Amy cogió la carta de William y volvió a su habitación. No se le pasaba por la cabeza la idea de rebelarse. De hecho, estaba pensando en cómo organizarse la mañana para ir a la oficina de correos y después hacer todo lo demás. Fue a la cocina y comprobó en el frigorífico qué necesitaba comprar. Después fue a verificar que su hija menor estaba jugando tranquila. Todo bien. Lo primero que debía hacer era enviar la carta, así que se llevaría al bebé (seguían llamándola bebé) con ella, y, al volver, cumpliría con el siguiente asunto de su lista. Estaba a punto de decir a su hija que iban a salir cuando se dio cuenta de que ya no llevaba la carta en la mano. Dio una vuelta completa en la habitación de la pequeña. No estaba allí. Volvió a la cocina. No estaba en la mesa ni en la encimera. Miró donde William le había entregado la carta. Su marido se había ido y no había ni rastro del sobre. Lo había perdido.
Amy era consciente de la mezcla de sentimientos que le producía la pérdida de la carta. Por un lado, era un problema. Había que enviar la carta, y era responsabilidad suya. Por otro lado, sentía cierta satisfacción por haberla perdido. Se quedó allí durante un momento. «Bueno —pensó—, no hay nada que pueda hacer ahora», y volvió a la cocina a escribir la lista de la compra. Cuando acabó, se guardó la lista en el bolso, lo cogió y, cuando se disponía a recoger a su hija, entonces vio el sobre perdido, justo al lado de la tostadora
—¡Vaya! —dijo en voz alta. Frunció el ceño al mirar el sobre. «¿Cómo se me ha podido pasar?», pensó.
Amy cogió la carta y fue a la habitación de la bebé.
—Vamos a la tienda —dijo ella.
Cogió a su hija de la mano, volvieron a la cocina, salieron por la puerta trasera y cerró con llave desde fuera. De camino a su coche, miró en la cartera para estar segura de que seguía llevando la lista de la compra. Allí estaba. Pero ni rastro de la carta. Se detuvo.
—Vamos —dijo a su hija—, tengo que volver a entrar un segundo.
Una vez en la cocina, volvió a mirar. Echó un vistazo en la habitación del bebé. Nada, la carta había desaparecido. Había vuelto a perderla. Amy se encogió de hombros y salió a comprar con su hija. Ese día no bebió.
¿Qué estaba ocurriendo en este caso? Normalmente, Amy se plegaba a las exigencias de su marido y bebía para contrarrestar la impotencia de tener que estar a la altura de su marido. En esa ocasión, de forma bastante inconsciente, descubrió otra manera de manejar las exigencias de su compañero: al perder su carta, no podía enviarla por correo. Era una nueva forma de reafirmarse.
Las acciones inconscientes como el extravío de Amy de la carta son comunes en la vida diaria. Se trata de acciones que parecen permitir que los sentimientos profundos de una persona se «filtren». Cuando se nos escapan palabras que decimos sin querer, en lugar de acciones, suelen llamarse lapsus freudianos.5
El desliz de comportamiento de Amy al perder la carta era solo eso. Se trataba de un síntoma psicológico que expresaba sus sentimientos más profundos. Conscientemente no podía permitirse desafiar o resistirse a la orden de William, así que usó el nuevo síntoma del despiste para hacerlo. No bebió ese día porque no lo necesitaba: perder la carta de William había cumplido la misma función.
Amy, por tanto, había reemplazado su adicción por un nuevo síntoma psicológico, cosa que solo es posible porque las adicciones en sí mismas son síntomas psicológicos. Son mecanismos de la mente que cualquiera podría tener.
OTRAS RAZONES POR LAS QUE PADECER UNA ADICCIÓN NO LE HACE DIFERENTE DE LOS DEMÁS
• El impulso en las adicciones es normal
A menudo las acciones adictivas se persiguen y realizan con tanta intensidad que puede extrañar a ciertas personas. Sin embargo, recuerde (como decía en la primera parte) que el nombre técnico para este comportamiento determinado inconscientemente es parapraxis. La fuerza del impulso en la adicción es, en realidad, bastante normal, el problema es que otras personas no pueden comprender el abrumador sentimiento de estar atrapado que se apodera del adicto en esos momentos. Así, para quien lo ve desde el exterior, el impulso que mueve al adicto carece de sentido. Es conveniente recordar que si usted y yo estuviéramos atrapados debajo de un edificio derrumbado (el ejemplo habitual de una situación de indefensión), cualquiera golpearía las piedras con furia de la misma forma.
• Las adicciones son solo compulsiones
Probablemente se habrá dado cuenta de que mientras hablaba sobre adicciones las he descrito como compulsivas. Algunas adicciones incluso llevan incluida la palabra compulsiva en su denominación, como juego compulsivo. Las «compulsiones», como grupo diagnóstico, son básicamente idénticas a las adicciones. Se trata de comportamientos basados en un fuerte deseo, repetitivos y difíciles de detener aunque quieras. Sin embargo, a la mayoría de las compulsiones nunca se les atribuye la misma indignidad que a las adicciones. Colocar compulsivamente los papeles sobre el escritorio de manera que estén paralelos, o sentirse impelido a ahuecar las almohadas cada noche, o bien tener que leer todos los libros hasta la última página no son razones por las que sus amigos y vecinos lo señalarían como diferente. De hecho, las compulsiones son tan comunes que a menudo se dan por descontado, o, en el peor de los casos, como una fuente de humor benevolente. Las compulsiones funcionan del mismo modo que las adicciones: tras ellas se esconde una necesidad intensa y son comportamientos desplazados que emergen cuando la expresión directa de ese impulso se considera prohibida. A continuación propongo un ejemplo:
Un hombre que había sentido ira hacia su padre durante toda su vida, pero que no se permitía a sí mismo expresarla, se veía impelido a hacer comentarios despreciativos sobre su jefe en la oficina, y no sabía por qué hacía algo que podía poner en riesgo su trabajo. Su compulsión estaba motivada por los mismos factores que una adicción: se sentía incapaz de reafirmarse frente a su padre y desplazó esa necesidad con una acción sustituta (volcaba su rabia en una figura de autoridad paterna). Si, en lugar de hacer continuamente comentarios groseros sobre su jefe, se hubiera tomado un puñado de píldoras, llamaríamos a su comportamiento adicción en lugar de compulsión.
Las adicciones no son ni más ni menos fuertes que las compulsiones. Son muy parecidas, tanto que uno se pregunta cómo la gente no lo ha visto claramente antes. La idea equivocada de que las drogas y sus efectos físicos desempeñan un importante papel en la adicción ha supuesto un obstáculo para comprender las bases psicológicas de la adicción. Y además, ha oscurecido el vínculo entre adicciones y otras compulsiones de bases psicológicas.
• Por desgracia, la gente tiende a juzgar la naturaleza y la seriedad de un síntoma no por lo que ocurre en la mente de una persona, sino por sus consecuencias en el mundo. Puesto que las adicciones a menudo causan tremendas pérdidas a las personas que las padecen, así como a quienes las rodean, se ven como problemas emocionales más serios. Sin embargo, no existe una correlación entre la seriedad de sus problemas emocionales y la seriedad de sus consecuencias. Hay algunas personas con problemas serios cuyos síntomas principales permanecen completamente ocultos. Tener una adicción, aunque sea seria, no implica que se esté más enfermo que cualquier otra persona.
• El tratamiento de las adicciones no es diferente del tratamiento de otros síntomas psicológicos
Dado que sufrir una adicción no hace a quien la padece distinto del resto de personas, no hay motivo para tratarla de forma distinta. Por desgracia, algunos terapeutas sostuvieron durante años que las personas con adicciones no deberían someterse a psicoterapia porque estaban demasiado enfermas. Eso fue una tragedia. Lo cierto es que si usted tiene una adicción es tan capaz de comprenderse a sí mismo como a cualquier otra persona.
Otro mito que sigue vigente es que las adicciones deben tratarse por separado, es decir, antes de considerar todos los problemas emocionales a los que se enfrenta el individuo. ¿Se imagina ir a ver a un terapeuta por tener que lavarse las manos compulsivamente y que le digan: «Me encantará tratarlo, pero primero tiene que recibir tratamiento para dejar de lavarse las manos»? O bien que le respondieran: «Lo trataré, pero debe ver a alguien simultáneamente para tratar su adicción». Antiguas actitudes como estas se basan en la idea de que las adicciones son totalmente diferentes de otros problemas que no deberían tratarse ni examinarse como cualquier otro síntoma. Lo aconsejable es hacer lo contrario.
Como las adicciones son esfuerzos por tratar con los problemas emocionales más importantes de su vida, es imposible comprenderlas sin llegar a entenderse a uno mismo. Además, es extremadamente útil explorar los factores emocionales que precipitan el comportamiento adictivo; entenderlos es un método rápido, un «camino directo» hacia la propia comprensión.