Ahora que ya conoce mejor los siete pasos que le permiten tomar control de su adicción, aquí tiene la oportunidad de llevar este conocimiento a la práctica. Hasta ahora he descrito historias de personas con adicciones y he destacado qué podíamos aprender de cada historia sobre el proceso adictivo. En este capítulo se incluyen las historias de varias personas más, pero no haré ningún comentario. En cada caso, me gustaría que pensara en las siguientes cuatro preguntas:
LUKE
El doctor Luke Greene entró en su oficina del Departamento de Radiología de su hospital. Iba encogido de hombros, como siempre. Cargaba con su maletín como si fuera el peso del mundo.
Se dejó caer en su silla. Luke era consciente de que sus colegas a veces bromeaban sobre su aspecto deprimido, y decían que la radiología era perfecta para él, pues parecía vivir en las sombras. Sin embargo, para él no era divertido. La vida era realmente deprimente, y siempre lo había sido.
Cuando empezó a beber con más frecuencia, cuando era residente de primer año, recién salido de la escuela médica, lo hacía con el objetivo consciente de mejorar su humor. Como parecía funcionar, continuó, y siguió bebiendo hasta que se convirtió en un ritual al final de cada día, con la única excepción de cuando volvía a estar de servicio al cabo de ocho horas. Cuando acabó su instrucción, su tiempo de trabajo disminuyó bruscamente y empezó a beber más. Ahora, con cuarenta años, bebía tanto cada noche que sufría un ligero temblor cada mañana cuando se despertaba. Sabía que era uno de los primeros síntomas de mono de alcohol, así que lo trató con un trago de whisky en el desayuno. Creía que no era suficiente para incapacitarlo, sobre todo porque podía sentarse en su dormitorio cada mañana y pasarse la primera hora del día respondiendo e-mails, y cuando llegaba la hora de trabajar ya no temblaba.
Luke trabajaba mucho. Siempre lo había hecho y su posición actual como subdirector del departamento de su hospital lo demostraba. Hacía un buen trabajo y era muy respetado. En su vida privada tenía menos éxito, sin embargo. No se había casado nunca, había tenido tres relaciones importantes a lo largo de los años. Beber había sido un factor determinante para estropearlas, pero no era la única causa. Al principio de cada relación, la inteligencia y bondad de Luke compensaban su persistente melancolía. Las mujeres a las que les gustaba, o bien creían que su mal humor se desvanecería por sí solo, o bien que ellas conseguirían animarlo. De hecho, una mujer había llegado directamente a decir a Luke, entre lágrimas, que había pensado que su amor sería suficiente para hacerlo feliz.
Y había intentado ser feliz con esas mujeres. La verdad era que las había amado, a cada una de ellas, y el final de cada relación había sido profundamente doloroso. Sin embargo, no tenía control de su visión deprimente del mundo.
A Luke no le gustaba pedir ayuda a otros. Sin embargo, trabajar en un hospital le hacía un poco más fácil preguntar a un amigo que trabajaba allí, un psiquiatra, si creía que un antidepresivo podía ayudarlo. Su colega estuvo de acuerdo en prescribirle uno y, durante seis meses, Luke había tomado la medicación. Por desgracia, no había cambiado sus sentimientos habituales. El amigo psiquiatra, que conocía a Luke del trabajo desde hacía años y era muy consciente de lo estresado que parecía siempre, dijo a Luke que no le sorprendía. Le dijo que, como Luke llevaba deprimido desde que lo conocía, era más probable que su temperamento estuviera más relacionado con la forma en que veía la vida y a sí mismo que con un cambio temporal en su química cerebral —el tipo de depresión que normalmente responde perfectamente a esas medicinas—. Aconsejó a Luke que hablara con otro miembro del departamento de psiquiatría respecto a someterse a terapia, pero Luke no lo hizo. Su pesimismo habitual lo llevó a pensar que probablemente tampoco le haría ningún bien. Al final de esta experiencia, llegó a la conclusión de que no podía mejorar su vida ni siquiera con ayuda profesional.
No obstante, quizás paradójicamente, nunca había sido el tipo de persona que se rendía. A lo largo de su vida depresiva, había seguido enfrentándose a los problemas y trabajando para lograr su siguiente objetivo. Aunque apenas era consciente de ello, tras todo ese trabajo había una esperanza intermitente de que el siguiente paso podría hacerlo feliz, aunque nunca había ocurrido. Por tanto, ahora que creía que la ayuda psicológica no tenía nada que ofrecerle, se dijo a sí mismo que tenía que esforzarse con más ahínco en dejar de beber por su propia cuenta.
Luke seguía aferrándose a la idea de que beber lo ayudaba a vivir, especialmente porque en su vida no había casi nada más que le proporcionara algún alivio. No obstante, después de intentar sin éxito dejarlo en varias ocasiones, había llegado a un punto en el que ya no podía negar que beber para él era más un problema que una solución. Reconocer el problema, junto a su creencia de que no había nada más que pudiera hacer para manejar su depresión, convirtió dejar de beber en su prioridad número uno. Confiaba en que, si de verdad se preparaba mentalmente, dejaría de beber para siempre. La capacidad de esfuerzo siempre había sido su fuerte.
Luke, a menudo, había actuado como su propio médico, pues no le gustaba pedir ayuda a sus colegas o a otros, y sabía que podía desengancharse con seguridad del alcohol en unos pocos días. Preparó un programa y se ciñó a él. Durante el siguiente par de semanas no tomó alcohol.
De inmediato, se dio cuenta de que se sentía mejor físicamente, pero no mejoró su humor ni lo más mínimo. Sin embargo, conforme los días pasaron, esa buena sensación empezó a desvanecerse. Durante la segunda semana de su abstinencia, aunque seguía sintiéndose mejor físicamente, le resultaba evidente que volvía a su viejo ser. De nuevo, sentía todo el peso del mundo sobre sus hombros.
Aun así, al menos no tenía que enfrentarse a la vez a los problemas emocionales y a su alcoholismo, pues seguía siendo abstemio.
Casi un mes después de su última copa, Luke estaba sentado tras la mesa de su oficina cuando el teléfono sonó. Era el jefe de su departamento: quería que Luke fuera a su oficina un minuto. Cuando llegó, el jefe lo invitó a sentarse.
Luke salió de la oficina de su jefe con una extraña mezcla de sentimientos. Desde luego, eran buenas noticias, pero Luke sentía que sus antiguos sentimientos depresivos empeoraban. ¿Realmente se lo merecía? Solo había sido jefe auxiliar durante año y medio, mientras que su superior era veinte años mayor y conocido a nivel nacional. ¿Por qué lo eligieron para la sustitución? Por supuesto, era su mano derecha, pero para cubrir el puesto durante un año entero podrían haber elegido a alguien mucho más conocido.
Cuando Luke volvió a su despacho, empezó a pensar en beber. Aquello no tenía ningún sentido. Llevaba siendo abstemio casi un mes, y creía que por fin había superado su problema con la bebida. Además, ¿por qué iba a pensar en beber ahora? El ascenso eran muy buenas noticias.
Luke se enterró en el trabajo el resto del día para no tener que pensar más en ese cambio repentino. De regreso a casa, pasó por la licorería. Tras dejar de beber el mes anterior, había tirado todo el whisky que tenía todavía en casa. Luke disminuyó la velocidad del coche y después se dirigió al aparcamiento de la licorería. Apagó el motor y se sentó allí.
«Esto es una locura —pensó—. Ahora mismo debería sentirme genial. Jefe en funciones. Es jodidamente genial.» Entonces salió del coche y entró en la tienda. Se llevó a casa una botella de su marca de whisky favorito y empezó a beber en cuanto entró por la puerta.
Luke creció en un edificio de apartamentos en una ciudad grande. Era el tercer hijo en la familia, después de su hermano Stan, seis años mayor, y de su hermana Sandra, cuatro años mayor. Antes de que Luke llegara al mundo, su padre perdió un trabajo en el que llevaba mucho tiempo, en una fábrica de zapatos. La familia tuvo problemas después de eso, y debió mudarse dos veces cuando el padre de Luke encontró trabajo en otras ciudades. Se endeudaron seriamente y, durante unos cuantos meses, tuvieron que recurrir a un programa de cupones de comida para dar de comer a sus dos hijos pequeños, Stan y Sandra. Entonces, justo antes de que Luke naciera, su padre consiguió un buen trabajo en una empresa en expansión. Durante el siguiente par de años, aunque tuvieron que sacrificar cualquier cosa considerada un lujo, incluidos los juguetes de Luke, cuyos hermanos mayores ansiaban, consiguieron saldar sus deudas. Cuando Luke tenía tres años y medio, se habían recuperado. Luke no recordaba los aprietos que había sufrido su familia, pues cuando esta tuvo problemas él era muy pequeño.
Sin embargo, su familia sí lo recordaba, y aunque sus padres no tenían intención de hacer daño a Luke, a menudo los oía hablar de todas las penurias que ellos habían pasado y lo agradecido que debería sentirse él por haberse librado. Sus hermanos eran más directos. Ambos consideraban que su suerte era injusta. En Navidades, siempre había tenido muchos juguetes nuevos, y aunque para entonces ellos también recibían cosas bonitas, nunca le dejaban olvidar que era el niño «mimado». Los padres de Luke podrían haberlo protegido mejor de sus hermanos mayores, pero, inconscientemente, creían que ese trato le convenía. Ellos también creían que debían de haber mimado a Luke porque nació cuando los malos tiempos ya hubieron pasado.
Luke recibió el mensaje alto y claro. Su respuesta fue esforzarse mucho en la escuela o con las tareas de la casa para demostrar que apreciaba lo afortunado que era. Se convirtió en un niño serio, que no sonreía mucho. Fuera de su familia, se ganó la admiración de sus profesores y entrenadores por su dedicación y perseverancia. Sin embargo, por extraño que pareciera para quienes lo rodeaban, nunca parecía disfrutar demasiado con los premios que recibía por sus logros académicos o atléticos. Parecía haber aceptado la opinión de sus padres y hermanos de que ya había recibido demasiado. Era un malcriado y no merecía más.
Cuando empezó a beber mientras era residente en radiología, sintió un alivio. Fue como si le quitaran una carga de encima. Era evidente por qué tardó tantos años en decidir que beber era malo para él, pues parecía haberle venido bien.
El día siguiente a beberse la botella de whisky que había comprado en la licorería, Luke se despertó sintiéndose fatal. Tenía dolor de cabeza y estaba algo mareado. Pero también rebosaba confusión y remordimientos. Pensaba que había resuelto su problema con la bebida. Aunque no había conseguido dejarlo cuando lo había intentado en el pasado, creía que nunca se había mentalizado tanto como en esta ocasión. Y había sido perfectamente capaz de no beber durante semanas. ¿Por qué bebía, entonces? Como la mayoría del resto de su vida emocional, simplemente eso no tenía sentido.
RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS PLANTEADAS
1. ¿Cuáles son los temas emocionales subyacentes que conducen a la experiencia de impotencia de Luke y, en consecuencia, a su solución adictiva?
Luke creció sintiendo que no merecía lo que había recibido. Sus padres le decían periódicamente que debería estar agradecido por no haber tenido que vivir los aprietos económicos por los que pasó su familia antes de nacer y durante su primer par de años. Sus hermanos mayores recogieron el mensaje de sus padres y lo reforzaron burlándose de Luke por ser el niño mimado. Por desgracia, aunque sus padres se habían esforzado por dar a Luke una vida mejor, el mensaje que le habían repetido tantas veces de que había tenido más suerte que el resto de su familia hacía que su vida fuera mucho peor. Creció con la carga de la culpa y pensando que no merecía nada, un pensamiento del que parecía no haber escapatoria, y cargó con ese peso de la culpa hasta la madurez.
Esa situación lo condujo a una depresión y un pesimismo crónicos, además de tener el aspecto de llevar el peso del mundo sobre los hombros. Esa constante actitud depresiva había acabado con todas sus relaciones con las mujeres, y sus fracasos amorosos habían reforzado la idea de que había algo inherentemente malo en él, y lo había hecho sentir incluso más solitario.
Beber, para Luke, fue de entrada una elección consciente para intentar aliviar el peso de su carga. Se sentía menos deprimido durante unas pocas horas cuando bebía, y todo ello parecía explicación suficiente del por qué volvía a beber una y otra vez. No era consciente de que su consumo de alcohol enseguida fue más allá de una elección racional, y se convirtió en una adicción. Si beber hubiera sido realmente una decisión consciente y práctica, al ver los problemas que causaba a sus relaciones y el remordimiento que sentía cuando era incapaz de detenerse, habría podido dejarlo. Como probablemente ya habrá averiguado, la adicción de Luke era una respuesta a la culpa que lo había acompañado toda su vida y a la interiorización de su sentimiento de no merecer nada de lo que tenía. Bebía para conseguir algo de alivio, como él mismo decía, pero solo era consciente del alivio superficial de sus sentimientos depresivos. No comprendía que también bebía para contrarrestar el sentimiento de impotencia que subyacía bajo la trampa imposible en la que vivía a diario. En esa trampa, preocuparse de satisfacer sus propias necesidades era una nueva razón para sentirse culpable por ser un malcriado. Cuando bebía, por fin hacía algo para él, al dar rienda suelta a su sentimiento de furia por vivir en esa trampa de culpabilidad.
2. ¿Qué defensas usaba Luke para ver el momento clave?
Gracias a su gran inteligencia, Luke no era un hombre introspectivo. Cuando más deprimido estaba, respondía trabajando más, igual que hacía de niño. Esa era una de sus principales defensas. Tras esta, y fuera de su control, se escondía la idea de que si se esforzara lo suficiente, tal vez, finalmente, sería capaz de probar que merecía lo que se le había concedido en la vida.
Además de trabajar compulsivamente, Luke tenía otra defensa: evitaba apoyarse en otras personas. Al rechazar la ayuda de los demás, de nuevo intentaba evitar la culpabilidad que le causaría recibir algo de los demás.
Con estas defensas, Luke no estaba en posición de comprender las cuestiones subyacentes por las que su adicción era una solución. Por tanto, después de conseguir dejar de beber durante unas cuantas semanas, se sorprendió al recaer en la bebida. Trabajar duro le había permitido conseguir muchas cosas en su vida. Realmente creía que, si se esforzaba lo suficiente, podría manejar su alcoholismo. Por tanto, cuando llegó el momento clave de su adicción, fue incapaz de reconocerlo o usarlo para explorar el impulso que se escondía tras su adicción de manera meditada.
3. ¿Cuál fue el momento clave en el camino de la adicción de Luke?
El momento clave de este episodio se produjo cuando Luke regresó a su oficina tras hablar con el jefe. En ese instante, la idea de beber se le pasó por primera vez por la cabeza, aunque después estuvo trabajando todo el día y no empezó a beber hasta que llegó a casa.
4. ¿Qué acciones más directas podría haber adoptado Luke en lugar de recurrir a su adicción?
No tenía apenas capacidad de modificar él solo, y de una manera simple y práctica, lo que precipitó el momento clave: su ascenso. Igual que en muchos casos que hemos visto, lo importante aquí era lo que el suceso significaba para ellos. Lo mejor que podría haber hecho era centrarse en eso. ¿Qué sentimientos le provocaba esa oferta? ¿Le recordaban a algún otro aspecto de su vida? Luke nunca había considerado su vida en términos psicológicos, pero podría haber empezado en ese momento. Si hubiera prestado atención a esas cuestiones, probablemente se habría acordado de otros momentos en los que había recibido algún reconocimiento u honor. En ese caso, habría visto esa promoción como otro honor, y habría recordado que nunca se había sentido merecedor de esas cosas. Una vez hubiera visto que el hecho concreto de ese momento era solo otro ejemplo de su viejo problema, habría sido capaz de identificar y controlar algunos de los fuertes sentimientos que le provocaban. Podría haberse dicho: «Siempre me siento culpable por estas cosas. Ha sido un gran problema en mi vida. Entiendo que ser nombrado jefe en funciones toca mi punto débil, pero esto es solo un patrón de comportamiento, es decir, que este hecho concreto no puede ser el problema, sino que estoy reviviendo algo de mi pasado». Si hubiera podido centrar adecuadamente su atención, habría tenido la oportunidad de evitar sentirse abrumado por ese nuevo honor.
Examinar los propios sentimientos era lo más importante que Luke podía hacer. Sin embargo, también había algunas acciones prácticas que le habrían ayudado a controlar su trampa de impotencia. Podría haber llamado a su jefe y decirle que necesitaba unos cuantos días para meditar su oferta. Así se habría librado de parte de la presión del momento, y habría tenido la oportunidad de explorar su reacción con mayor tranquilidad. También podría haber intentado hablar con alguien sobre cómo se sentía, para ayudar a esclarecer su reacción. Por supuesto, eso habría entrado en conflicto con el celo con el que protegía su intimidad y con sus reticencias a buscar ayuda (igual que había ignorado el consejo de su amigo de ver a un terapeuta, lo que habría sido una buena idea). Así hablar con otra persona no habría sido fácil para Luke, pero si hubiera reconocido los problemas tras su adicción, se podría haber sentido menos culpable al pedir ayuda.
ERICA
Erica corría de un lado a otro por su apartamento mientras se preparaba para ir a ver a su amiga Jamie, con quien había quedado para charlar y dar un paseo por un parque cerca de casa de Erica. Estaba de buen humor después de la cita que había tenido con un hombre nuevo la noche previa. Era listo y parecía saber escuchar, al contrario de la mayoría de los hombres con los que había salido. También era guapo, y se agradecía. No había tenido una cita de verdad en un par de meses. Acabó de vestirse y caminó hasta la entrada al parque donde ya podía ver a Jamie esperando.
Las dos mujeres empezaron a hablar mientras caminaban por el parque. Era un bonito día de primavera y en los árboles ya habían crecido nuevas hojas. Hablaron unos cuantos minutos sobre el parque antes de que Jamie dijera a Erica que parecía haber perdido algo de peso. Era algo de lo que podían hablar, puesto que, tiempo atrás, Erica había confiado a Jamie su problema de comer compulsivamente. A sus veintiséis años, Erica creía que era particularmente importante tener una figura esbelta.
Siguieron caminando antes de que Jamie empezara a hablar. Erica le había dicho que tenía una cita la noche anterior.
(Erica se encogió de hombros, y las dos amigas caminaron en silencio durante un minuto.)
Pasaron dos meses, y Erica seguía viendo al «chico nuevo», que se llamaba Tim. Jamie había insistido a Erica en que la mantuviera al tanto de cómo iban las cosas entre ellos para poder vigilar de cerca el «problema» de Erica. Erica lo aceptó, en parte porque Jamie era su mejor amiga y, en parte, porque le preocupaba que pudiera tener razón.
Erica pensaba que las cosas con Tim iban bien, aunque ya no era tan considerado como cuando se habían conocido por primera vez, y, a veces, le había parecido que la trataba de forma poco caballerosa. Jamie había reaccionado enérgicamente al oír esas cosas, y había avisado a Erica de que volvía a tropezar con la misma piedra. Erica no lo veía así. Estaba contenta de tener un novio nuevo, y si ella estaba dispuesta a aguantar algunos de sus fallos, bueno, ¿qué problema había?
Había salido a cenar con Tim cuando este le dijo que quería preguntarle algo.
Acabaron de cenar sin hacer ninguna otra referencia a sus planes de baloncesto. Erica se sentía incómoda. Cuando el camarero preguntó si querían postre, a ella le costó mucho decir que no, aunque llevaba bastante tiempo siguiendo la disciplina de evitar postres. Tim y ella habían llegado a casa directamente del trabajo, y no iban a pasar juntos la noche, así que Erica se fue a casa. Cuando llegó, empezó a rebuscar en los armarios de la cocina. Como había estado cuidando su peso, no había mucho más que una caja sin abrir de crackers, una rebanada de pan y una caja de espaguetis. Se detuvo por un momento. Había dejado de darse atracones y había bajado de peso. «¡Bah, a la mierda con todo!», gritó mientras agarraba y abría de golpe la caja de crackers y empezó a comerse una tras otra. Al mismo tiempo, puso agua a hervir. Cuando estuvo lista para los espaguetis, se había acabado la caja de crackers y se estaba comiendo el pan con un poco de mantequilla de cacahuete que había encontrado. Los espaguetis no tardarían mucho en estar listos, ya lo sabía, aunque había echado la caja entera en la olla.
Crecer con sus padres y dos hermanos mayores podría haber hecho que Erica fuera especial por ser la única chica. Sin embargo, no ocurrió así. Aunque anhelaba unirse a los juegos de sus hermanos mayores, que solo se llevaban unos pocos años de edad, siempre acababa siendo el personaje con menos rango en todos los juegos; sus hermanos eran el capitán (a veces el emperador) y el teniente, mientras ella era el cadete júnior. Si jugaban a que tenían un fuerte, ellos eran el general y el mayor, y ella el soldado, que recibía órdenes, pero nada de autoridad ni respeto. Sus ganas de unirse a ellos la hacían aceptar cualquier humillación a la que decidieran someterla. Su padre podría haberle dado algún consuelo si hubiera tenido un lugar especial en su corazón para su niñita, pero se sentía más cercano a sus hijos, cuya energía e incluso su comportamiento salvaje hacían que se sintiera orgulloso. Cuando todos los niños estaban con él, casi siempre prestaba más atención a sus hijos. Erica siguió haciendo todo lo que pudo para atraer su interés, pero, a pesar de todos sus esfuerzos, solo conseguía un asentimiento, y a veces ni siquiera eso. De hecho, los chicos habían captado la actitud de su padre hacia ella mucho antes, y al tratar de forma desigual a su hermana solo estaban siguiendo el ejemplo de su padre. La madre de Erica podría haber sido su salvación, pero era una mujer callada, cuyo carácter influía en el comportamiento ingobernable de sus hijos. Así, tanto sus hermanos como sus padres (aunque estos últimos lo habrían negado vehementemente), todos los miembros de la familia de Erica creían que los chicos eran mejores que ella.
Por supuesto, Erica creía que, ya de pequeña, su posición en la familia era desaventajada, y aunque no podía poner nombre a su sentimiento, era una vergüenza. Como todos los niños pequeños, carecía de contexto fuera de su familia para comprender su situación. Lo único que sabía era que quería sentirse parte de la familia, y que tenía que hacer lo posible para conseguirlo, aunque solo fuera por un tiempo breve. Más adelante, al crecer, cuando vio que adoptaba un papel subordinado en las relaciones, lo consideró simplemente una prueba más de su inferioridad, otra razón para sentirse avergonzada.
RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS PLANTEADAS
1. ¿Cuáles son los temas emocionales que conducen a Erica a su sensación de indefensión y, a su vez, a su solución adictiva?
No cabe duda de la relación entre los sentimientos de vergüenza y descrédito que Erica había experimentado de niña, y de sus posteriores experiencias con hombres ya de adulta. Su amiga Jamie tenía razón en que era de «ese tipo de mujeres» que escoge a hombres abusivos. En realidad, este comportamiento autodestructivo no se limita solo a las mujeres. Y normalmente, la causa es la misma que en el caso de Erica.
Erica tenía un dilema imposible de niña. Tenía la necesidad normal de sentirse unida a las personas más importantes de su vida —sus padres y, en menor parte, sus hermanos—. Los niños en la situación de Erica normalmente resuelven el problema cediendo para encajar con las personas que necesitan. Como respuesta a unos padres dominantes y que les hacen de menos, los niños se adaptan siendo sumisos y dóciles. Cuando crecen, a menudo siguen comportándose así y, sin ser completamente conscientes de por qué lo hacen, buscan a personas nuevas que son emocionalmente como los padres, cuya valoración y atención habían buscado durante toda su vida. Por tanto, de manera no intencionada, caen en los mismos tipos de relaciones desiguales. Tras su necesidad de vincularse con personas dañinas se esconde a menudo la convicción, aprendida en la niñez, de que los sentimientos propios no merecen consideración. La idea que suele subyacer bajo este comportamiento es: «Si me hago valer, nadie me querrá».
Como ya se habrá dado cuenta a estas alturas, la relación entre la historia de Erica y sus atracones de comida encaja exactamente con todo lo que sabemos sobre la adicción y el impulso tras ella. Cuando Erica sintió que tenía que aceptar las exigencias poco razonables de Tim respecto a que hiciera de chófer para sus amigos, volvía a caer en su vieja trampa de vergüenza y menosprecio. Nunca se le había dado bien expresar sus sentimientos respecto a cómo la trataban, por las razones que vimos más arriba: desde su punto de vista, se habría arriesgado a perder su relación con Tim, y, de todos modos, no valía la pena luchar por sí misma, en todo caso. Era imposible que no se enfureciera a cierto nivel. Cuando se daba atracones, expresaba su profunda rabia por la impotencia debida a la posición sumisa y servil que había tenido durante toda la vida («¡Bah, a la mierda con todo!», había dicho), al mismo tiempo que contrarrestaba la impotencia con la acción desplazada de comer compulsivamente.
2. ¿Qué defensas impedían a Erica ver el momento clave?
Durante toda su vida, Erica nunca había conseguido averiguar por qué acababa metida en relaciones problemáticas y dándose atracones de comida, a pesar de los esfuerzos de su amiga Jamie de servirle de ayuda y darle buenos consejos. Erica racionalizaba los síntomas como malas decisiones. Cuando Jamie la presionaba con ser una de esas mujeres que se quedaban con hombres abusadores, la respuesta de Erica se basaba en un pensamiento racional pero superficial. Erica le había dicho: «Tampoco me maltrataba». Pero esta respuesta se iba del tema. Desde luego, a Erica no le gustaba que la trataran mal. Sin embargo, no entendía por qué se encontraba una y otra vez en esa situación. Erica evitaba este tipo de introspección, sin duda porque era un punto débil emocional. Si se dedicara a dar demasiadas vueltas a esas relaciones viciadas, se sentiría incluso más avergonzada, y tendría que enfrentarse a la tristeza y la rabia por el menosprecio que había soportado toda su vida. El mismo problema aparecía cuando pensaba en su adicción a la comida. Se centraba en perder peso para tener mejor aspecto, en lugar de en la desesperanza y vergüenza que la impulsaba a comer.
3. ¿Cuál era el momento clave en el camino a la adicción de Erica?
El momento clave de Erica tuvo lugar cuando se sintió frustrada por no pedir un postre. Ese fue el primer momento en que el centro de su adicción (la comida) se le pasó por la cabeza; aunque, como siempre, tardó un poco en recaer en su adicción. Incluso antes del momento clave, durante la cena, cuando se sintió incómoda por tener que hacer de chófer, vemos que Erica empezaba a adentrarse por el camino de su adicción. Este fue el primer instante en el que empezó a sentirse atrapada. Según lo que hemos aprendido, ya había sonado la voz de alarma de que corría el riesgo de recaer. Por desgracia, Erica no podía verlo. Si hubiera entendido mejor lo que ocurría en su interior, con toda seguridad no habría pasado por alto esta primera señal de que se dirigía hacia un atracón, incluso antes de que se hiciera consciente su deseo de comer postre.
De hecho, si Erica hubiera estado atenta a las cuestiones que sustentaban su adicción, podría haber impedido ese atracón mucho antes de la noche de su comida con Tim, pues habría empezado a notar que su nuevo novio estaba actuando como todos sus antiguos novios. Habría reconocido que se estaba adentrando por el camino de siempre y que, si no lo cortaba de raíz, acabaría herida del mismo modo y con los mismos sentimientos de furia, así como con la misma respuesta adictiva.
4. ¿Qué otras acciones directas podría haber tomado Erica en lugar de recurrir a su adicción?
En la cena, Erica se enfrentó a una decisión específica, una opción concreta, la de aceptar llevar a los amigos de Tim en coche, que la llevaría a caer en su adicción. La otra opción, es decir, negarse a hacerlo, la habría llevado por un camino diferente, más beneficioso. Por supuesto, sabemos que por mucho que la mejor opción salte a la vista, eso no significa que sea fácil de llevar a la práctica. Al fin y al cabo, detrás de la conformidad de Erica estaba toda la historia y la fuerza de su necesidad de aferrarse a relaciones con personas dañinas.
Sin embargo, como hemos visto, ser consciente de lo que está en juego en estos momentos clave (el control de tu adicción) puede ser útil para adoptar alguna acción que lo bloquee. Y, como hemos visto antes, no era necesario que Erica optase por la mejor elección posible bajo esas circunstancias. Solo necesitaba encontrar algo que le bastara para manejar su trampa. Si no podía rechazar directamente la petición de Tim, tenía todo un abanico de soluciones a su disposición. Podría haber aceptado llevar a cabo solo una parte de la tarea, por ejemplo, recoger a algunos de los amigos para que llegaran a tiempo para el partido, pero dejar en sus manos resolver el problema de la vuelta al final de la noche, quizás haciendo varios viajes, cuando ya no había prisa. O podría haberse ofrecido a llevar a algunos de sus amigos que vivían más cerca, en lugar de a los que vivían más lejos, de modo que hubiera suficiente sitio en los coches de otros para recoger a quienes vivieran más lejos. Incluso podría haberle dicho que se encargaría de limpiar al final de la noche, para que Tim pudiera llevar a sus amigos a casa en coche. Cualquiera de estas y muchas otras ideas podrían habérsele ocurrido y calmado su sentimiento de impotencia lo suficiente para evitar que se diera un atracón, aunque no hubiera optado por la acción más directa posible.
BILL
Bill, durante sus diecisiete años de matrimonio, había tenido cinco aventuras extramatrimoniales. Cuatro de las mujeres con las que había dormido trabajaban en la misma empresa que él, y una vivía en su mismo barrio. La mujer de Bill, Cindy, no supo nada de las infidelidades de su marido hasta el decimoquinto aniversario de la pareja, cuando Bill, lleno de remordimiento, confesó. Su momento de sinceridad vino seguido por una separación que duró cuatro meses, tiempo durante el cual Bill se instaló en un motel cercano y podía ver a sus dos hijos, en principio, varias veces a la semana, en parte para compartir la tarea de llevarlos al colegio por la mañana, puesto que su mujer trabajaba fuera de casa. Los hijos de Bill también se quedaban con él los fines de semana, al principio, y después los visitó cada vez con más frecuencia en la casa de la pareja entre semana. Finalmente, Cindy le dijo que podía regresar a casa y Bill dejó el motel, completamente resuelto a no volver a caer en su debilidad.
Bill no era un hombre extraordinariamente guapo. No era ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado, ni demasiado musculado ni enclenque. Era muy listo, pero nunca había destacado en la escuela, ni tampoco sobresalía por su capacidad para la conversación. No obstante, gozaba de mucho tirón entre las mujeres, lo que habría sido motivo de envidia entre sus amigos si él los hubiera dejado entrar en su vida secreta. El propio Bill no podía explicarlo, solo decía que se sentía cómodo con mujeres.
Parte de los problemas de Bill para describir su habilidad con las mujeres era que, en ese momento, con cuarenta y un años, llevaba casado diecisiete, de modo que casi había olvidado las horas que había pasado en su adolescencia practicando deliberadamente cómo hablar con chicas. Lo había hecho con la misma intensidad con que sus amigos levantaban pesas en el gimnasio para pertenecer al equipo de fútbol americano. Solo que él había prolongado sus esfuerzos por más tiempo y había puesto más ganas que muchos de sus amigos. Solo los chicos más musculosos podían compararse con el delicado nivel de pericia que él había desarrollado.
Bill, sin embargo, no era un hipócrita más. Su plan nunca fue aprovecharse de las muchas chicas, y después mujeres, con quienes había entablado una relación. Era considerado y atento, rasgos que al final resultaron ser más importantes para mantener las aventuras que su increíble capacidad para iniciarlas. Ahora bien, había dos razones por las que todas sus aventuras acababan. La primera era que Bill estaba, al fin y al cabo, casado. Por increíble que pareciera, dada su historia, quería a su mujer. Durante muchos años, se había dicho que, si ella no se enteraba de sus aventuras, no le hacían daño. Aunque eso significara que, si empezaba a temer que podían descubrirlo, tenía que poner punto y final a su aventura. La otra razón por la que sus aventuras acababan era que todas las mujeres a las que conocía también estaban casadas. Sus matrimonios no parecían importarles mucho a algunas de ellas, pero al menos tres mujeres lo abandonaron cuando pensaron que estaban a punto de descubrir su indiscreción; una incluso fue más allá y confesó a su marido que estaba teniendo una aventura, y por tanto, terminó con él abruptamente.
Bill amaba a su mujer, y por eso ella aceptó que volviera. Tras quince años, estaba segura, a pesar de lo que él pudiera haber hecho.
Al año siguiente, la vida familiar volvió a la normalidad, y Bill era feliz. Aún pensaba en flirtear con algunas de las chicas más jóvenes de su oficina, pero conseguía controlarse.
Bill dirigía más o menos la mitad de una empresa de software de mucho éxito, un negocio que había ayudado a levantar cuando tenía poco más de veinte años, en pleno boom de las nuevas tecnologías. Mientras que varios socios se encargaban del marketing y las ventas, él era uno de los magos de la programación que creaban los principales productos de la empresa; más adelante dirigió equipos de programadores y la empresa siguió creciendo. Para sus adentros, pensaba que era como uno de sus antiguos amigos que habían jugado en el equipo de fútbol en el instituto y la universidad: era el hombre importante del campus. Como ellos, la habilidad con la que se movía en su medio lo convertía en la estrella de la que su equipo esperaba fuerza y liderazgo.
Últimamente, sin embargo, la empresa se tambaleaba. La competencia en su línea de productos había aumentado y tenían que esforzarse por mantenerse a la cabeza del desarrollo. Bill tenía un problema concreto, pues él y el cofundador y el otro mago de la empresa, Isaac, dirigían divisiones separadas, y al grupo de Isaac le iba mejor. Sus actualizaciones y nuevos productos habían captado tanto la atención del mercado como la de las revistas de la industria. El grupo de Bill no había conseguido ninguna de las dos cosas recientemente.
Un viernes al mediodía, la junta directiva de la empresa celebraba su reunión mensual para revisar el estado de sus negocios, algo que habían hecho con más regularidad desde que las ventas habían bajado durante el año anterior. Cuando a cada persona le tocaba hablar sobre su área de responsabilidad, se palpaba la tensión en la sala. Todo el mundo entendía que los retos a los que la empresa se enfrentaba eran inevitables en un campo en rápido crecimiento, pero nadie podía ignorar que la división de Bill los lastraba a todos. Habían estado eludiendo el tema durante meses. En parte porque Bill les había asegurado repetidamente que su grupo estaba trabajando mucho para mejorar, y también porque Bill estaba claramente a la defensiva y nadie se sentía cómodo criticándolo.
Sin embargo, ese día parecía que iba a ser diferente. Las cosas no iban mejor y ahora una de las revistas mensuales había escrito una terrible reseña de la última actualización de la división de Bill. Por supuesto, Bill había visto la reseña; primero, claro, se había sentido destrozado, y después furioso. Ahora bien, ese día en la reunión estaba preparado para proteger su nombre y reputación, aunque estuviera entre colegas y viejos amigos.
El presidente de la empresa, que era también uno de sus miembros iniciales, sacó a colación la reseña de la revista y afirmó que supondría un problema no solo para ese producto, sino por la duda que arrojaba sobre toda la empresa. Bill respondió de inmediato con agresividad. La revista había sido injusta al comparar su actualización con la versión más nueva de sus competidores. Él y su grupo habían estado trabajando a contrarreloj para sacarla rápidamente y, por supuesto, habría fallos. Bill miró desafiante a su alrededor. En esta ocasión, los demás no se amedrentaron. Otro compañero preguntó por qué había tenido que trabajar con tantas prisas, y por qué iban tan retrasados que habían tenido que correr para acabar un trabajo. Antes de que Bill pudiera responder, el director financiero tomó la palabra. La empresa no podía permitirse otro trimestre de bajadas de ventas, que serían la consecuencia inmediata de esa mala reseña de uno de sus principales productos. Bill, entonces, levantó un grado la voz y empezó a hablar sobre los éxitos que él y su grupo habían conseguido durante todos los años previos. Mirando directamente al director financiero, dijo que la empresa no tendría beneficios que perder si no hubiera sido por su trabajo. Sin embargo, entonces Isaac lo interrumpió. Ambos habían sido compañeros desde el principio, y la ligera rivalidad que se había establecido entre los dos maestros de la programación y sus divisiones siempre había sido amistosa. «Creo que aquí hay un problema serio —empezó a decir Isaac—. No se trata solo de la última actualización. Las primeras versiones carecían del poder de nuestros competidores. Es imposible que consigamos poner ese producto al nivel de nuestros competidores sin tener que escribir de nuevo las partes principales del núcleo del sistema. Ahora mismo, es como intentar convertir un bungaló en una mansión con solo darle una nueva capa de pintura.»
Bill estaba fuera de sí. Tenía ganas de levantarse y dar un puñetazo a Isaac. No se debía solo a lo que había dicho Isaac; el problema era que Bill no podía esquivar esas críticas como había hecho con las de los demás. Isaac era tan brillante y sabía tanto de programación como Bill, así que si le decía que no sabía de qué estaba hablando perdería toda credibilidad, y Bill lo sabía. Lo mejor que Bill podía hacer era decir que era consciente de que había algunos ajustes que él y su grupo necesitaban hacer a su producto, pero estaba absolutamente seguro de que sería capaz de llevarlos a cabo.
Cuando la reunión acabó, Bill regresó a su oficina. Se dio cuenta de que el corazón todavía le iba muy rápido. Intentó trabajar un poco, pero no conseguía concentrarse. Tras una hora, estaba más tranquilo, pero seguía disgustado. Salió de su despacho y fue hasta la máquina expendedora del piso inferior. Allí había una joven atractiva que intentaba elegir qué apetitoso tentempié seleccionaría de la máquina expendedora. Trabajaba en la empresa, y Bill la había visto antes, pero nunca habían hablado. Bill se presentó, aunque suponía que ella sabría quién era. Le preguntó cómo iba en su proceso de selección. Parecía un poco abrumada porque uno de los jefes de la empresa se estuviera dirigiendo a ella. Bromearon sobre las limitadas opciones que ofrecía la máquina. Bill dijo que se encargaría del problema inmediatamente, y ella se rio. Tras un minuto, la mujer dijo que tenía que volver a trabajar, y Bill se ofreció a acompañarla a su oficina y asumir la culpa por su retraso, pues ambos sabían que era una subordinada de Bill. Cuando se separaron, Bill había conseguido quedar con ella para tomar una copa después del trabajo. Mientras volvía a su oficina, ya estaba pensando en adónde podían ir después de la copa, y qué era lo mejor que podía decir a su mujer cuando la llamara para avisarla de que llegaría a casa muy tarde.
Bill era hijo único. El matrimonio de sus padres siempre había sido problemático, pues había estado marcado por las aventuras extramaritales del padre de Bill. Se llamaba Charley, y parecía poder con todo. Tenía mucho éxito como constructor; además no solo era físicamente grande, sino que se adueñaba de la habitación con su estruendosa voz, su personalidad desbordante y —para la consternación de muchos— sus grandes puros. Su mujer, Abby, la madre de Bill, actuaba como una especie de apéndice, pero era una buena madre, y crio con discreción al niño sin quejarse de su marido o de sus aventuras, de las que estaba al corriente. La necesidad de Charley de dominar la situación no solo lo conducía a sus amoríos, sino también a burlarse de las capacidades de su hijo. «Buen intento, pequeño», solía decir su padre sarcásticamente cuando Bill intentaba emular el comportamiento de su padre. Bill tuvo que sufrir continuamente la represión de su padre y su incapacidad de ver la necesidad del chico de identificarse con él. Abby lo vio claramente e intentó ayudarlo incluyendo a Bill en sus actividades de arte y diseño. Por mucho que Bill quisiera a su madre y la considerara un ejemplo, también había calado en él la actitud del padre hacia ella. En consecuencia, cuando creció, las atenciones de su madre llegaron a fastidiarle e incluso las rechazaba: aliarse con ella significaba alejarse más de su padre y sufrir más humillaciones en sus manos.
Cuando Bill empezó a salir con chicas, entró en un mundo del que había oído hablar a menudo a su padre, generalmente sobre su habilidad autoproclamada. Por tanto, mucho más allá de los deseos normales del desarrollo, para Bill era importante competir en esa área. Aunque no era físicamente imponente como su padre, Bill usaba su humor e inteligencia para atraer y seducir a las mujeres. Al mismo tiempo, el profundo amor que sentía hacia su madre le permitía establecer un vínculo genuino que estaba por debajo de sus capacidades más superficiales para comprometerse con las mujeres.
RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS PLANTEADAS
1. ¿Cuáles son las cuestiones emocionales subyacentes que provocaban la sensación de impotencia de Bill y, a su vez, su solución adictiva?
Al crecer, Bill había sido incapaz de identificarse de forma positiva con su padre hipermasculino. La necesidad de Charley de ser más que los demás, un todoterreno, implicaba que solo concedía a Bill un espacio muy pequeño. Bill creció, por tanto, albergando dolorosas dudas sobre su masculinidad y con un sentimiento incontenible e intolerable de indefensión cuando le parecía que esas dudas se comprobaban. Por tanto, más adelante, para Bill adquirió gran importancia tener la imagen de un hombre notable en el campo y que lo asociaran con los atletas de físico imponente de un equipo de fútbol. Para Bill, la capacidad de atraer y seducir a mujeres se volvió especialmente importante, y conforme pasaban los años llegó a ser muy valiosa, porque había sido un experto en ella desde una edad muy temprana gracias a su enorme motivación. Debido a que sus dudas internas sobre su masculinidad lo acompañaban toda la vida, la necesidad de Bill de seducir a las mujeres no disminuía. Y con la fuerza de esta necesidad tras él, la afición a las faldas de Bill se convirtió en una adicción. No es ninguna sorpresa que esta adicción se volviera especialmente poderosa cuando Bill se sentía débil. En esas ocasiones, caía en la vieja trampa de sentirse pequeño y poco varonil, se enfurecía y lo incitaba a compensar su inseguridad mediante su capacidad de atraer a mujeres.
Bill no elegía a las mujeres al azar. Y no era una coincidencia que todas las aventuras más largas de Bill fueran con mujeres casadas. La solución a esta cuestión la encontramos tras otra faceta de los primeros años de vida de Bill. La incapacidad del padre de Bill de establecer vínculos con su hijo perjudicó el desarrollo normal de las primeras fases de la infancia de Bill, cuando todos los niños pequeños sueñan con tener a sus madres para ellos solos. Si los hechos se desarrollan con normalidad, esta fase termina. Sin embargo, para Bill, cuya vida estaba marcada por la falta de vínculos con su padre y por la furia que sentía hacia él, superar a su padre en las relaciones con el sexo opuesto era algo imprescindible. Una cosa era ser capaz de demostrar su masculinidad seduciendo a las mujeres, pero quitárselas a sus maridos era aún mejor. No solo conquistaba a las mujeres, sino que también derrotaba a sus rivales masculinos, los maridos. Era una solución adictiva casi perfecta para contrarrestar los sentimientos de impotencia intolerable.
2. ¿Qué defensas impiden a Bill ver el momento clave?
Bill era otra persona que se había centrado en su comportamiento, pero no en su naturaleza ni en sus causas. Cuando, finalmente, confesó sus aventuras a su mujer, creyó que eran una traición a su moral y a la debilidad de su personalidad. No se paró a meditar por qué pasaba de amante en amante, o ni siquiera si había alguna razón. Cuando empezó a pensar en seducir a otra mujer después de sincerarse con su esposa, lo único que podía frenarlo era recordar que había jurado no volver a hacerlo. Por desgracia, un juramento no era suficiente para poner freno a su impulso adictivo. Sin comprender qué ocurría en su mente o cómo manejarlo, no podía evitar la culminación del proceso.
La respuesta automática y defensiva de Bill cuando se enfrentaba a un reto planteaba en sí misma otro problema: no podía oír ni aceptar las críticas sin sentir que eran un golpe a su masculinidad. Eso le hacía imposible poder pensar con claridad qué emociones había desatado en él.
3. ¿Cuál era el momento clave del camino a la adicción de Bill?
Bill pensó en acercarse a otra mujer por primera vez cuando la vio en la máquina expendedora; pero, como siempre, podía buscar más atrás los antecedentes de ese momento clave. La reacción de Bill en la reunión era un ejemplo. Aunque no era el momento clave, se defendió con un «contraataque». Si hubiera estado atento a su estilo defensivo, su estallido en la reunión habría hecho sonar sus alarmas. Podría haber reconocido que algo se estaba despertando en él, algo que era emocionalmente importante. Siendo consciente de ello, podría haber reconocido que su adicción lo acechaba ya a la vuelta de la esquina. De hecho, si se hubiera conocido a sí mismo y hubiera sabido cómo funcionaba su adicción en cuanto su división empezó a tener malos resultados, podría haber reconocido que en ese momento era vulnerable a su adicción. Quizás podría haber reconocido esa situación familiar, en la que su poder y su capacidad estaban en entredicho. Podría haber visto con anticipación que la vieja trampa se estaba cerrando en torno a él.
4. ¿Qué acciones más directas podría haber tomado Bill en lugar de recurrir a su adicción?
Según la visión de Bill, se enfrentaba a un desafío intolerable a su virilidad. Tras la reunión, fue incapaz de concentrarse, y, nublado por la rabia, no podía hacer nada ante la situación que tenía entre manos. Si Bill hubiera podido volver sobre sus pasos y se hubiera visto a sí mismo sufriendo la agonía de su vieja trampa de indefensión, su monólogo interno habría sonado algo así: «Bueno, vuelvo a sentirme como si mi padre me machacara y tuviera que pelear por mi autoestima como hombre; pero lo que pasa aquí de verdad es que la empresa quiere que mi personal y yo fabriquemos mejores productos. Es un problema serio, pero no tiene nada que ver con el enorme y retorcido dilema de tener que demostrar que soy un hombre».
Aunque Bill no era capaz de examinar sus problemas con la suficiente claridad ni tampoco entender el origen de su rabia, que se remontaba a su pasado, podría haber adoptado medidas más directas. Estaba furioso con Isaac, pero después de la reunión podría haber ido a hablar con él. Isaac y él se conocían y eran colegas desde hace mucho tiempo. Bill podría haber dicho a Isaac que no le habían gustado los comentarios que había hecho en la reunión. Le podría haber pedido que, si tenía alguna opinión sobre el trabajo de Bill o el de su equipo, habría preferido que acudiera a hablar con él directamente, en lugar de atacarlo en una reunión ante todo el mundo. También podría haber dicho cosas parecidas al director financiero y a otros de los asistentes, y haberlos avisado de que no le gustaba que lo atacaran por sorpresa o que le tendieran una emboscada.
También podría haber contrarrestado ese sentimiento de impotencia más directamente preparando el borrador con los argumentos que esgrimir ante sus colegas. Así, Bill habría tenido la oportunidad de prepararse para la reunión y demostrar a los asistentes cuánto habían contribuido él y el personal a su cargo al éxito de la empresa. Podría haber añadido que él precisamente estaba más y mejor preparado para manejar los problemas actuales que los colegas que no pertenecían a su área de experiencia y, dada su larga carrera llena de éxitos, tenían razones más que suficientes para mantener su confianza en él.
Si Bill hubiera dado alguno de estos pasos, es probable que su compulsión a caer una y otra vez en su adicción habría disminuido bruscamente. Y, por supuesto, si hubiera reconocido lo profundamente amenazado que se sentía mucho antes, cuando su división empezó a perder la carrera contra sus competidores, podría haberse evitado completamente tener que enfrentarse a su adicción desde el principio.