PRIMERA PARTE

Una forma nueva de entender la adicción

Todo el mundo sabe que el comportamiento adictivo no es bueno. Y las personas que padezcan alguna adicción posiblemente serán quienes mejor lo sepan, porque lo han vivido. No obstante, las adicciones siguen existiendo y deben tener algún propósito. De hecho, su propósito debe ser tan importante que es incluso más esencial que evitar sus consecuencias negativas. Debe serlo más que perder matrimonios, familias, amigos, trabajos y salud. Tiene que ser más importante que perder el carné de identidad o un trabajo en su campo deseado, debe ser más importante que herir a tus seres queridos. ¿Qué podría ser tan importante como para justificar todos esos sacrificios?

En términos del mundo exterior, y si pensamos en una carrera profesional, en la familia y en el éxito, de hecho, no hay nada tan importante como para perder todo eso. El propósito de la adicción debe residir en el mundo interior, donde lo que está en juego son los sentimientos vinculados a la supervivencia emotiva en sí misma. Si es así, entonces nadie se sorprendería al descubrir que prevalece sobre las causas externas más importantes. Volvamos a Ron, del que ya hablamos en la introducción, para ver cómo funciona este proceso.

RON

Cuando Ron tenía siete años, jugaba en la habitación que compartía con su hermano mayor cuando oyó los gritos de sus padres, cosa que sucedía muy a menudo. Si gritaban lo suficientemente alto, entendía muchas palabras, pero se le escapaba la mayor parte de lo que decían. Sus discusiones solían tener que ver con el dinero. Sin embargo, sabía que los lazos familiares se estaban rompiendo y solo deseaba que sus padres pararan de una vez. El ruido se detuvo y un momento después su madre entró en la habitación.

—Ron, tengo dolor de cabeza y me voy a tumbar. Vamos a tener compañía, así que necesito que organices la sala de estar y que lleves las toallas del baño a la lavadora, por favor.

—Estoy construyendo un castillo de Lego, mamá.

—De verdad, necesito que hagas lo que te digo, por mí, ahora.

—¿Me dejas acabar esta parte? Mira, ¿ves?, casi he levantado ya este muro.

—Ronald, necesito que hagas esto ya mismo.

—¿Puedo enseñarte lo que he hecho?

Sin embargo, su madre ya se había dado media vuelta y andaba por el pasillo hasta su habitación. Después de limpiar, Ron volvía a su habitación cuando su padre lo vio.

—Oye, Ron, ven aquí. —Ron se giró y fue hacia su padre—. Mira, tengo que llevar a tu hermano a su entrenamiento de béisbol, así que necesito que saques al perro.

—Pero, papá, estoy construyendo un castillo.

—Lo siento, chaval, los planes acaban de cambiar. Tu madre iba a llevar a Ben a su entrenamiento, pero ahora tengo que hacerlo yo.

—Pero, papá, ¿tengo que hacerlo ahora? Estoy levantando un castillo y necesito . . .

—Discútelo con tu madre —dijo su padre mientras cogía las llaves de la mesita antes de volver a por Ben.

Cuando Ron tenía doce años, las peleas de sus padres empeoraron. Ben también daba problemas. En esa época se había convertido en un gigante de catorce años, que rara vez escuchaba a ninguno de sus padres, lo que, en opinión de Ron, solo empeoraba todavía más las cosas en casa. Ron siempre había tenido peleas con Ben, igual que todos los hermanos, pero ahora era mucho peor, porque no había peleas, Ben simplemente lo ignoraba. Ron hacía todo lo que se le ocurría para conseguir que Ben se interesara por él, pero captar la atención de su hermano mayor era una causa perdida.

La madre de Ron parecía necesitarlo cada vez más, puesto que se pasaba mucho tiempo en la cama. Su padre también se mostraba muy tenso. Ron intentaba con todas sus fuerzas mantener la paz, pero era una tarea imposible.

Ron estaba lavando los platos por encargo de su madre cuando su padre lo llamó desde el garaje.

—Oye, Ron, te necesito aquí fuera.

—Estoy con los platos.

—¿No lo ha hecho tu madre?

—No, no se encuentra bien.

—¡Chorradas! —dijo su padre—. Como si alguna vez se encontrara bien. Sal y ayúdame a sacar este cortacésped de la esquina. Todo esto está hecho un desastre.

—Mamá dice que necesita . . .

—Me importa un pimiento lo que necesite. Ven aquí a echarme una mano.

Ron se secó las manos y salió por la puerta trasera. Pensó en ir a echar unas canastas en la pista que había cerca. Lanzar unos tiros, calcular la distancia hasta el aro, poner a prueba el tiro de gancho que practicaba sin parar. Eso era lo que quería hacer.

Veinte años después, tras acabar el montón de papeleo antes de las cinco de la tarde, Ron estaba furioso. Los demás habían tenido que completar los mismos impresos, pero no estaban en absoluto tan disgustados. ¿Por qué se soliviantaba tanto Ron? ¿Y por qué beber le ayudaba a soportar la frustración? Si conocemos un poco su historia, estas preguntas son más fáciles de responder. Cuando Ron creció, algunas de estas heridas emocionales perduraron. Por supuesto, este hecho por sí solo no es extraño. Nadie supera la infancia sin unas cuantas marcas y cicatrices tanto físicas como emocionales. Tan solo el par de incidentes que he descrito bastan para adivinar qué le ocurría a Ron. Sentía que nadie lo escuchaba. Aunque tanto su madre como su padre lo querían, a menudo estaban demasiado preocupados por sus propios problemas, incluidas sus peleas. El hecho de que sus padres lo quisieran le permitió crecer, en general, con una buena salud emocional. Sin embargo, el amor que recibió no fue suficiente, porque sus padres no le demostraron un interés profundo en las cosas que eran importantes para él, y que deberían interesarles solo porque eran importantes para su hijo. Como todos los niños, Ron necesitaba saber que él era una prioridad en sus vidas. No obstante, tenía claro, aunque de niño nunca llegara a verbalizarlo, que sus padres priorizaban sus propias necesidades. Él estaba más abajo en la lista. Ron se esforzaba mucho por ajustarse a su visión de las cosas. Quería paz, y complacer tanto a su padre como a su madre, incluso cuando le exigían cosas diferentes. Al final, se acostumbró a tratarse a sí mismo igual que lo hacían los demás: sacrificaba sus necesidades por las de los demás, todo por su deseo de que los demás lo quisieran y lo escucharan. Así pudo seguir adelante con su vida, pero todo eso le dejó una cicatriz. No podía evitar el rencor al sentir que lo ignoraban, y no podía expresar esa ira a unos padres que quería. En parte, todo se debía a que ya había perdido la esperanza de que alguien lo escuchara. E intentaba mantener la paz dentro de la familia, sin causar más problemas de los que ya provocaba su hermano. Estaba atrapado entre la indefensión y la incapacidad de hacerse oír. Y, mientras intentaba dar a sus padres lo que esperaban de él, se convirtió en parte del mismo sistema que lo atrapaba. Involuntariamente, incrementó su propia sensación de indefensión.

Bien, ¿y qué ocurrió cuando Ron recibió esos impresos veinte años después? La empresa los necesitaba a las cinco de la tarde. También necesitaban el borrador de un informe para el día siguiente. Su mujer lo quería en casa, y también sus hijos. No podía complacer a todos. Era imposible. Ah, y por cierto, ¿alguien se preguntaba alguna vez lo que él necesitaba? ¿Alguien pensaba en los aprietos en los que lo ponían? Movido por su frustración, llegaba a preguntarse si a alguien le importaba lo que él necesitaba o se molestaba en escucharle alguna vez. Ron estaba atrapado porque sentía que no controlaba su vida. Y así era cuando pensaba en beber.

EL OBJETIVO DE LA ADICCIÓN

Más arriba he planteado la pregunta de qué podría ser tan importante como para llevar a personas, que, por lo demás, son sensibles e inteligentes, a arruinar sus vidas repitiendo un comportamiento adictivo. La historia de Ron sirve para ilustrar la respuesta. Cuando pensó en tomarse una copa, se sintió mejor. Y lo más importante, no tenía alcohol en su organismo; le bastaba con anticipar el hecho. Para comprenderlo, debemos tener en cuenta el sentimiento que le embargaba en el momento clave, esto es, cuando se planteó beber por primera vez. Una vez que Ron se aferró a la idea de hacer una parada en el bar de camino a casa, fue capaz de trabajar en su papeleo. Se había sentido inmediatamente aliviado, ¿por qué?

La respuesta es simple: la mera decisión de beber aliviaba el sentimiento de impotencia de Ron. Podría llevar a cabo una acción, enteramente bajo su control, que lo haría sentir mejor. Era el dueño de su vida interior, de sus sentimientos. Y asumía el control no solo de su indefensión, sino también del punto neurálgico del problema emocional central de su vida. Por supuesto, siendo realista, seguía atrapado en obligaciones contradictorias entre su casa y el trabajo. Ahora bien, en ese momento clave lo fundamental era contrarrestar ese sentimiento concreto de indefensión que, como siempre, no podía aceptar. Tal vez tendría que quedarse a trabajar hasta tarde, pero no aceptaba ser un pelele zarandeado por las necesidades de los demás. Ese día no.

Esa es la razón de ser de la adicción:

La adicción es un comportamiento dirigido a contrarrestar un profundo e insoportable sentimiento de impotencia, que siempre tiene su origen en algo muy importante para el individuo.

POR QUÉ IMPORTA COMPRENDER LA RAZÓN DE SER DE LA ADICCIÓN

Comprender su propósito es solo una parte de la misión de entender cómo funciona la adicción. La siguiente parte es igual de crítica. Todos sabemos que la urgencia de satisfacer una adicción no es simplemente una decisión intelectual. Tras los actos adictivos existe una enorme energía, se esconde un impulso muy poderoso. Es imprescindible conocer en qué consiste.

EL IMPULSO TRAS LA ADICCIÓN: ¿POR QUÉ PRODUCE UN SENTIMIENTO TAN INTENSO?

Retomemos la historia de Ron:

Habían transcurrido unas horas y ahora eran las 6:15. Ron había acabado el papeleo y finalmente había completado el borrador del informe para su jefe. Se levantó, se puso el abrigo y se dirigió hacia la salida de la oficina, con el bar y su primera copa en la cabeza. Llegó el ascensor y bajó hasta el sótano, donde tenía aparcado su coche. De inmediato estaba al volante, conduciendo, pero había tráfico, mucho tráfico. Ron hacía el trayecto opuesto a la mayoría, pues vivía en la ciudad y tenía su trabajo fuera de la ciudad, así que el tráfico de la hora punta normalmente jugaba a su favor, tanto al principio como al final del día. Sin embargo, había olvidado que cuando salía tarde se encontraba con todos los coches de quienes decidían ir al centro de la ciudad para pasar la noche. También había olvidado que el equipo local de béisbol jugaba en casa. Vio la fila de luces traseras rojas delante de él y redujo la velocidad lentamente hasta que se detuvo por completo, rodeado de unos cuantos miles de aficionados al béisbol, que iban de camino al partido que empezaba a las siete de la tarde.

Ron siempre había sido un hombre paciente, pero esa noche sentía que la ira se apoderaba de él. El bar no estaba muy lejos, pero a esa velocidad de cero kilómetros por hora muy bien podía estar en Marte. Por la izquierda, un coche intentó pasarse a su carril. Ron hizo sonar el claxon. El coche siguió su camino pasando por encima de las líneas de separación. Ron volvió a tocar el claxon, y en esa ocasión durante más tiempo.

«¿Qué cojones crees que haces?», le gritó desde el interior del coche. Se le estaba poniendo la cara colorada. El otro conductor parecía distraído. Ron empezó a golpear el salpicadero con los puños y a gritar al otro conductor. A esas alturas, las venas del cuello se habían convertido en cuerdas azules. Finalmente, el otro conductor pareció fijarse en Ron. Volvió a su carril y movió la mano haciendo el gesto universal de «lo siento, culpa mía». Ron se resistió al impulso de enseñarle un dedo al otro, pero siguió jadeando durante otro minuto. Notó que le temblaban las manos.

La reacción de Ron era de ira, pero ¿por qué? Había estado en un atasco de tráfico un millón de veces, y miles de coches habían intentado ponerse delante de él; pero nunca había reaccionado así. Sin embargo, esa situación era diferente. En esta ocasión iba a tomar una copa. Nada ni nadie lo detendrían. Nada se interpondría en su camino. Lo que sentía no tenía que ver con estar atrapado en el tráfico, sino con la furiosa intensidad de su deseo por tomar una copa.

La reacción de Ron era absolutamente característica del sentimiento que impulsa a las personas a proseguir con sus acciones adictivas. De hecho, si consideramos cómo la furia se revela, veremos que se parece notablemente a una adicción. En este momento de furia, la ira se apodera de las personas; su proceso de pensamiento racional y el autocontrol desaparecen. Dejan de importar las consecuencias de sus acciones a largo plazo. Todo lo que importa en la vida se convierte en algo secundario respecto a la expresión de la furia. ¿Esta descripción suena bastante parecida a una adicción, no? No es ninguna coincidencia, porque este tipo de furia alimenta la adicción y provoca la pérdida característica de control y aparente falta de racionalidad en los adictos. Precisamente esta furia intensa lleva a las personas a hacer cosas que destrozan sus esperanzas y planes para el futuro. Más adelante, por supuesto, lamentan honestamente sus acciones, como seguramente ya sabrá si padece alguna adicción. Ahora bien, cuando estás sumido en una furia absoluta, no hay lugar para arrepentimientos.

Esto plantea la siguiente pregunta obvia. Si la furia es lo que impulsa la adicción, entonces, ¿cuáles son los fundamentos de esa furia? Para responder esta pregunta simplemente tenemos que recordar el hecho de que la función (la razón de ser) de la adicción es contrarrestar un sentimiento de impotencia. Cualquier persona normal sentirá rabia ante una situación de impotencia o, en algún caso extremo, incluso furia. Piense en las ocasiones en las que se ha visto atrapado o se ha sentido incapaz de actuar. Estas situaciones enardecen las emociones, como es normal. Todos los animales reaccionan de forma agresiva cuando se ven atrapados; se trata de un instinto de supervivencia indispensable. Así que la respuesta a la pregunta es la siguiente:

El desencadenante del comportamiento adictivo es la furia desatada por una situación de impotencia. Este particular tipo de furia otorga a la adicción sus características más llamativas de intensidad y pérdida del control.

La furia unida a la adicción es, de hecho, bastante habitual. A veces, para describirla, uso la analogía de quedar atrapado en un derrumbe. Cuando se vea atrapado en un espacio estrecho y oscuro, puede intentar mantenerse tranquilo, pero no durará. Enseguida empezará a dar golpes a las rocas y a apartarlas para salir. Se hará heridas en las manos hasta que le sangren. Incluso puede romperse la muñeca en un esfuerzo desesperado, pero daría igual. En un momento semejante, la furia es la fuerza que predomina.

Por tanto, parece inevitable concluir que decir que la gente con adicciones es autodestructiva carece de sentido. Este mito común surge cuando la gente solo observa los resultados desastrosos del comportamiento adictivo, en lugar de aquello que lo causa. No se podría decir que una persona que se rompe la muñeca al intentar salir de una cueva es autodestructiva. Bien, pues si se tiene una adicción, no se es inherente o intencionadamente más autodestructivo que cualquier otra persona.

La razón de que una adicción tenga unas consecuencias tan desastrosas no es la energía emocional que la impulsa, sino que ese impulso se activa no solo en circunstancias realistas, como estar atrapado en una cueva, sino también en circunstancias que resultan abrumadoras y determinantes solo para la persona que sufre la adicción.

¿CÓMO ADOPTA LA ADICCIÓN UNA FORMA ESPECÍFICA?

Cuando Ron se sintió atrapado en el trabajo, necesitó contrarrestar un antiguo sentimiento de impotencia que volvió a revivir en esa situación. ¿Pero qué tenía que ver el alcohol? ¿Y qué relación tiene tomar drogas, comer compulsivamente, usar Internet, gastar dinero o hacer ejercicio con la razón de ser y el impulso en la adicción? ¿Por qué una adicción adopta una determinada forma específica y no otra cualquiera?

Podemos recurrir de nuevo al caso de Ron para responder a estas preguntas. Cuando estaba echando chispas en su escritorio a la una de la tarde, su problema era que tenía que hacer una serie de cosas, pero no veía una forma realista de conseguirlo. Aun así, debía hacer algo. Para Ron, ese algo era beber alcohol. Si hubiera sido un ludópata, entonces su mente habría bullido con la idea de ir al casino o de comprar billetes de lotería. La cuestión es que, cuando no hay ninguna acción directa que una persona crea que puede llevar a cabo para superar el sentimiento de impotencia, busca un sustituto o desplaza una acción. Por eso la adicción adopta la forma que adopta.

Las adicciones son siempre acciones sustitutas (o desplazadas). Ocupan el lugar de una respuesta más directa a los sentimientos de impotencia en una situación concreta.

De hecho, usamos estas acciones sustitutas o desplazadas para etiquetar las propias adicciones. Si sustituimos compulsivamente una acción directa por tomar una copa, decimos que alguien padece alcoholismo. Si se sustituye por sexo, diremos que se padece una adicción sexual. Si se sustituye por comer, lo calificamos como un tipo de desorden alimenticio, y así podemos continuar. El motivo por el que cada individuo se ve arrastrado a una acción desplazada o a otra es una cuestión interesante. A veces se debe a que la acción tiene un significado personal. Algunas actividades sexuales compulsivas pueden tener un sentido importante para un individuo particular, por ejemplo. Sin embargo, a menudo una adicción adopta una forma que no tiene significado alguno, como ocurre en muchos casos de alcoholismo. Aquí, la forma de la adicción es un desplazamiento compartido por muchas personas que, en otro sentido, son completamente diferentes unas de otras. El hecho de que se centren en el alcohol tiene más que ver con el uso casi universal en nuestra sociedad y, a veces, con el hecho de que otras personas importantes en su vida ya usen el alcohol como solución a su angustia emocional.

¿POR QUÉ ES NECESARIO EL DESPLAZAMIENTO EN UNA ADICCIÓN?

Las personas caen en comportamientos adictivos al tener que plantar cara a sentimientos abrumadores de impotencia porque se sienten atrapadas y no ven formas más directas de encarar una situación determinada. No obstante, en los escenarios que provocan pensamientos adictivos, hay opciones. Volvamos a la historia de Ron, ¿qué alternativas tenía? Podría haber ido directamente a ver a su jefe al recibir el papeleo que debía completar. Podría haber dicho algo como: «Mira, Larry, acabo de recibir estos formularios y me dicen que los necesitan para hoy mismo a las cinco de la tarde. No puedo acabarlo y tener listo también el borrador del informe para mañana a primera hora. ¿Puedes ayudarme a solucionar este problema? ¿Podrías tal vez llamar al departamento de contabilidad? O si no, ¿podría entregarte el informe mañana a última hora? Verás, para mí es un problema quedarme hoy hasta tarde porque había prometido a mis hijos que hoy haríamos algo juntos». ¿Qué habría pasado si Ron hubiera hecho esto?

Hay un par de posibilidades. No vivimos en un mundo perfecto, y Larry podría haber respondido: «Lo siento, pero no hay nada que pueda hacer. No servirá de nada que hable con el departamento de contabilidad y tengo que tener el informe por la mañana como sea». Este sería el peor resultado posible, pero incluso en este caso, es bastante posible que Ron se sintiera un poco menos impotente, ya que habría hecho algún esfuerzo por manejar la situación. E incluso, si ese hubiera sido el resultado final, podría haber sentido que conseguía algo. Quizás habría hecho entender a Larry que le debía una por poner a Ron en una situación tan difícil. Es posible que la vez siguiente Larry fuera más flexible. También es posible que no hubiera ocurrido lo peor. Quizás a Larry no le habría importado mostrarse flexible. Tal vez podrían haber llegado a un acuerdo, un punto medio, como decir a Ron que podía presentar solo un esquema del informe, pues se trataba de un borrador, al fin y al cabo.

Asimismo, acudir a Larry no acababa con las opciones de Ron. Podría haber hecho una versión más rápida y menos acabada del borrador por su cuenta. Podría haberse ido a casa a jugar con sus hijos e ir a trabajar pronto a la mañana siguiente. Incluso podría haber ignorado el papeleo y haber soportado las quejas de contabilidad. La cuestión es que Ron no consideró en serio ninguna de estas posibilidades. ¿Por qué no?

La respuesta está relacionada con por qué es imprescindible el desplazamiento en la adicción. Ron no consideró las alternativas prácticas y directas porque enseguida cayó en su trampa de siempre. Al mismo tiempo que se enfureció, sentía que tenía que contenerse, mantener la paz y complacer a esos nuevos «padres» de contabilidad y a su propio jefe. Sin ser consciente de que esos problemas distorsionaban su percepción de la situación o que su deseo de beber era su solución a esta trampa, se vio abrumado.

No obstante, cuando una persona sí comprende cómo funciona la adicción, normalmente puede encarar esa impotencia con alguna acción más directa. Cuando lo hace, se convierte en dueño de su adicción en lugar de en su esclavo. Ron, especialmente al conocer su tendencia a recurrir a la bebida, debería haberse centrado en encontrar esa solución más directa.

Por supuesto, en ocasiones es más difícil hacerlo que decirlo. En el caso de Ron, estar sumergido en los conflictos centrales de su vida no solo le impedía pensar opciones realistas, sino que, de hecho, lo alejaba de ellas. Recordemos que Ron había desarrollado un modo propio de manejar las exigencias contradictorias de sus padres y las tensiones existentes entre ellos que tan dolorosas le resultaban de niño. Una parte importante de su solución consistía en ignorar sus sentimientos y mantener la paz. Acudir a su jefe para pedir que le quitara alguna de sus tareas le suponía un gran reto. Para Ron, que procuraba evitar parecer exigente y llamar la atención, ni siquiera era una opción. Así pues, paradójicamente, Ron era, en última instancia, el origen de su propia impotencia. La capacidad de respuesta de Ron ante los problemas de la oficina se veía limitada igual que le había ocurrido siempre.

Ponerse límites a uno mismo es muy común en las adicciones. Ron necesitaba mantener la paz, pero otras personas con adicciones podían limitarse de otros modos. Hay a quien puede preocuparle que actuar directamente sea inapropiado o inmoral, o que regirse por sus sentimientos pueda hacerlos indeseables. Cada persona con una adicción es diferente.

Entender cómo los problemas personales pueden limitarnos a la hora de actuar de forma directa suele ser una forma muy importante para solucionar una adicción. Plantearé varios ejemplos de personas que hacen esto en secciones posteriores.

El hecho de que cada persona desempeñe un papel a la hora de perpetuar su propio sufrimiento es tanto una buena como una mala noticia. La mala noticia es que no es necesario que se produzca un suceso objetivamente importante para que Ron caiga en su adicción. No necesita estar atrapado debajo de un edificio derrumbado. Como todo aquel que sufre una adicción, tiene tendencia a experimentar en la vida cotidiana el tipo de impotencia a la que él se había habituado. Su auténtico desencadenante era la forma en la que él vivía cada acontecimiento.

La buena noticia, sin embargo, es muy buena. Si la acción dependiera por completo de hechos externos, nadie que sufriera una adicción podría ser capaz de llegar a controlarla. Puesto que la adicción es un síntoma, una manera de tratar con sentimientos abrumadores de impotencia, una vez que se conocen cuáles son los propios problemas, se está en posición de controlar y, en última instancia, acabar con el comportamiento adictivo. Ron, por ejemplo, habría sido capaz de descubrir qué tenía de especial la situación a la que debía enfrentarse ese día, y, en consecuencia, por qué se sentía tan superado por el mismo problema que sus colegas encaraban de forma más positiva. Para hacerlo, tendría que dedicar un tiempo a aprender a detectar cuándo surgía la necesidad de beber a partir de ocasiones previas. Debería haber aprendido qué tipo de impotencia le resultaba intolerable. Entonces, habría sido capaz de ver qué estaba ocurriendo a la una de la tarde de ese día y de evitar cualquier necesidad de actuar en consecuencia.

Examinemos con más detenimiento cómo acabar con una adicción, en siete pasos.