Capítulo 8

 

Aún no había amanecido cuando Brenna se subió al coche a la mañana siguiente.

El trayecto hasta casa de sus padres le supuso unos veinte minutos, y en ese tiempo no hubo ni un solo segundo en el que no le entraran ganas de darse la vuelta y volver a Snow Crystal. Llevaba días nevando sin parar, pero no lo suficiente como para hacer que el trayecto resultara peligroso, y la carretera estaba limpia, así que no había motivos para posponer la visita.

Su estado de ánimo había caído en picado, al igual que la temperatura.

Visitar a sus padres era un deber, no un placer, y era un deber que siempre la hacía sentir vacía, deprimida y más que culpable.

Si se comparaba con Kayla y Élise, tenía suerte, ¿no? Tenía a su padre y a su madre, y, además, seguían casados.

Aparcó en la puerta de una construcción de ladrillo de estilo colonial que era el orgullo y la alegría de su madre. Para Brenna, una casa era un lugar donde estar cuando no se podía estar fuera. Si fuera por ella, viviría en una tienda de campaña. Y de hecho, alguna que otra vez lo había hecho, en verano; había levantado una tienda en el jardín trasero hasta que su madre la había obligado a entrar en la casa, preocupada por lo que dirían los vecinos.

Para Maura Daniels, la opinión de sus vecinos estaba en segundo lugar, pero solo por detrás de la de Dios.

Brenna se quedó sentada un momento, preparándose para lo que le esperaba, prometiéndose que no se disgustaría por nada.

Tenía una llave en el bolsillo, pero llamó al timbre y esperó, tensa como un ciervo olfateando el aire alerta ante el peligro. Si se hubiera tratado de alguna de las viviendas de los O’Neil, habría entrado directamente, segura de ir a recibir una cálida bienvenida. Ahí, en la casa en la que había crecido, dudaba antes de cruzar el umbral sin permiso. Nada molestaba más a una madre obsesionada con el orden que visitas sin previo aviso o invitación.

Para Brenna, vivir allí había sido como crecer metida en una camisa de fuerza.

Oyó el rítmico taconeo de su madre sobre el suelo de madera de cerezo y la puerta se abrió.

–Hola, mamá.

–¡Estás empapada!

–Está nevando.

–Dejas las botas fuera.

Lo habría hecho aunque no se lo hubiera dicho, pero su madre no dejaba nada al azar cuando se trataba de su casa.

Brenna había aprendido a muy temprana edad que la nieve tenía que quedar fuera de la casa. Su madre no podía controlar el clima, pero para controlar sus efectos más ingratos, trabajaba cada hora del día desde sacándole brillo a las ventanas hasta eliminando marcas imaginarias de ese suelo que pulía con tanto amor.

–¿Cómo estás, mamá? –dio un paso al frente con cuidado de no resbalar. Lo último que necesitaba era empezar la temporada con un tobillo roto, y encima como resultado de los demasiado entusiastas hábitos de limpieza de su madre.

–Bien. Hemos estado muy ajetreados en el trabajo –su madre miró sus pantalones de esquí negros, y Brenna interceptó la mirada mientras se quitaba las botas y las dejaba en los escalones.

–Tengo clase a las diez en punto. He pensado que podría estar más rato aquí si luego no tenía que pasar a cambiarme.

–Si nos visitaras más a menudo, no tendrías que concentrar tanto en cada visita.

Brenna sabía que lo mejor era evitar responder a eso. Las conversaciones con su madre eran como un partido de tenis. Siempre que devolvía la pelota, luego le llegaba con más fuerza, pero aun así tenía que admitir que su madre parecía más tensa de lo habitual.

Se preguntaba qué habría pasado.

Entró en la casa e inmediatamente se sintió como si las paredes se estuvieran cerrando a su alrededor, atrapándola dentro. Quería empujarlas, quería liberarse. No ayudaba nada que estuvieran pintadas de un tono rojo oscuro y que de ellas colgaran cuadros y fotografías. Su madre era una coleccionista de cosas. Cuadros, adornos, jarrones, figuritas… La casa estaba abarrotada con todos ellos y no había duda de que la Navidad traería consigo otro aluvión de objetos que sumar a las paredes y superficies ya de por sí saturadas. Brenna no entendía de qué servía llenar una casa de objetos, pero su madre disfrutaba añadiendo cosas a la casa.

Era la vivienda en la que había crecido, pero para ella nunca había sido un hogar. Ese lugar la asfixiaba. Echaba de menos el altísimo techo de catedral de la Casa del Lago y los acres de cristal que capturaban la luz del sol y enmarcaban los árboles. Ya fuera invierno o verano, era como mirar una postal, y nunca se cansaba de ello. De hecho, le asustaba la rapidez con la que había empezado a sentir ese lugar como su hogar.

Siguió a su madre por la cocina.

Su padre estaba sentado en la barra de desayuno con los ojos pegados al televisor.

–Hola, papá –se inclinó para besarlo y él le dio un breve abrazo sin apenas apartar los ojos del partido de fútbol.

–Deberías apagar eso cuando tu hija está en casa. Dios sabe que no es algo que suceda a menudo –su madre sacó una taza y la llenó de café–. Espero que esos O’Neil te estén pagando bien por todas las horas que le dedicas a ese lugar.

Ya estaba ahí otra vez, la fricción, la tensión. Si su madre fuera una máquina, Brenna habría comprobado el aceite para ver si podía hacer que funcionara con más suavidad.

–Es elección mía trabajar tanto, mamá. Me encanta mi trabajo, y Jackson O’Neil es un buen jefe. Adoro trabajar con él.

–Así que estás decidida a trabajar otra temporada para los O’Neil –el gesto de boca de su madre expresaba lo que opinaba al respecto.

–Sí –Brenna rodeó la taza con las manos para entrar en calor. Su madre podía helar el ambiente con más eficacia que un aparato de aire acondicionado–. Las reservas van en aumento y resulta emocionante después de lo mal que lo han pasado los últimos años.

–Si Michael O’Neil le hubiera prestado más atención a sus responsabilidades, no lo habrían pasado así.

El rencor con el que habló la impactó.

–Está muerto, mamá. No deberías hablar así de los muertos. Y Jackson y Kayla han trabajado mucho durante el último año. Es una época muy emocionante, y estoy disfrutando de mi trabajo –si se había esperado que las noticias dieran pie a una respuesta positiva, podía volver a sentirse decepcionada.

–Ambas sabemos que no es el trabajo lo que te retiene aquí –Maura Daniels dejó la taza con un golpe sobre la resplandeciente encimera de granito y soltó sus emociones en forma de cacofonía de golpes mientras sacaba cuencos de los armarios y unos huevos de la nevera–. Podrías haberte quedado en Europa. Tuviste la oportunidad de escapar de estos largos e interminables inviernos y de la familia O’Neil, pero ¿la aprovechaste? No. Volviste aquí a la primera oportunidad que tuviste y tiraste tu vida por la borda.

Apenas llevaba cinco minutos en la casa y ya había empezado todo. Brenna miró por las ventanas hacia las montañas que tanto amaba e intentó imaginar ser así de feliz en otro lugar. Cuando Jackson había iniciado su negocio en Europa, ella había vivido en Suiza un tiempo. Era precioso, pero no era Snow Crystal.

–No estoy tirando nada por la borda. Soy feliz.

–¿Lo eres? –su madre se detuvo con un cartón de huevos en la mano–. ¿No quieres algo más que esto? ¿Qué pasa con tener una casa? ¿Una familia?

Su madre la hacía sentir como si hubiera hecho algo mal.

Brenna miró a su padre, pero claramente él había decidido no implicarse y estaba mirando al televisor.

–Estoy asentada. Volví porque quería este trabajo.

–Volviste por él.

–Volví porque Jackson me dijo que el negocio familiar tenía problemas. Son mis amigos, mamá. Jackson me ofreció un empleo y yo lo acepté.

–Las dos sabemos por qué lo aceptaste, Brenna Daniels. Pensaste que si los dos estabais en el mismo sitio, tendrías una oportunidad con él. Siempre has hecho el tonto con Tyler O’Neil.

Brenna sintió cómo le ardían las mejillas.

–Eso no es verdad.

–Puedes mentirte todo lo que quieras, pero a mí no me engañas. Fue una mala influencia de pequeña y sigue siendo una mala influencia para ti ahora. Estás tirando tu vida por la borda por ese chico.

–Es mi vida, y no considero que esté tirando nada por la borda. Adoro Snow Crystal. Es donde quiero estar –«y no es un chico». Pensó en los anchos y musculosos hombros de Tyler, en el atlético poder de su cuerpo y en la sombra que cubría su mandíbula. No, no era un chico. Era todo un hombre.

–¿Querrías estar en Snow Crystal si él no estuviese aquí? Te estás poniendo en ridículo, eso es lo que estás haciendo, y nos estás avergonzando a nosotros.

Brenna agarró la taza.

–¿Cómo os estoy avergonzando?

Con la boca apretada, su madre batió los huevos y los vertió en una sartén.

–No me lo ibas a contar, ¿verdad?

–¿Contarte qué?

–Que te has mudado con él. Soy tu madre y tengo que ser la última en enterarse de que mi hija está viviendo con Tyler O’Neil.

¿Lo sabía?

A Brenna se le revolvió el estómago y maldijo para sí por no haber imaginado que eso podía pasar.

–Mamá…

–En lugar de enterarme por mi propia hija, he tenido que enterarme por Ellen en la tienda. ¿Cómo crees que me he sentido?

–¿Cómo lo sabe Ellen?

–¿Cómo lo sabe todo el mundo por aquí? Porque la gente habla.

La idea de que todo el mundo estuviera chismorreando la hizo estremecerse. Era como volver a estar en el instituto, con todos murmurando sobre ella.

–¡No estoy viviendo con él, mamá! Estoy alojada en su casa, eso es todo, y pasó hace unos días. El negocio está en alza; necesitaban alquilar la cabaña y yo necesitaba un lugar donde quedarme. Soy una mujer adulta y tomo mis propias decisiones. ¡Déjame en paz!

–Podrías haberte quedado aquí. Aquí tienes tu habitación, como siempre ha estado.

Sintió un intenso calor en la nuca.

–Empiezo la jornada muy pronto y termino tarde. Ahora que llega el mal tiempo, no quiero tener que hacer este trayecto cada día.

–Las dos sabemos que esa no es la razón –su madre ladeó la sartén y ajustó el fuego–. De pequeño era un salvaje y de mayor también lo es. Los Carpenter nunca lo han perdonado por lo que le hizo a Janet.

–Haces que parezca como si hubiera abusado de ella o algo así, y las dos sabemos que eso no fue lo que pasó. ¿Por qué todo el mundo culpa a Tyler? Janet tuvo la mitad de responsabilidad –para ella, más de la mitad. Pero había cosas que Brenna sabía que no había contado nunca y no pretendía hacerlo. ¿Qué sentido tenía?–. Y Jess es maravillosa.

–No culpo a la niña. No puede ser fácil para ella crecer siendo la hija de Tyler O’Neil.

–Está orgullosa de él. Lo adora. Y él es un buen padre. Muestra mucho interés por ella y la acepta tal como es –añadió énfasis al comentario e intentó ignorar el hecho de que su propio padre no había participado en la conversación en ningún momento–. Los O’Neil han luchado por tener a Jess. Fue Janet la que se la llevó de bebé.

–No pienses que siento compasión por esa mujer, porque no es así –su madre volcó en un plato una tortilla perfecta y lo colocó delante de Brenna–. Aún no se lo has dicho, ¿verdad?

–¿Decirle qué?

Su madre se detuvo. La miró fijamente a los ojos.

–No le has dicho que Janet Carpenter fue la que te acosó en el instituto.

Comenzó a sudar y a temblar.

¿Cómo podía seguir afectándola tanto eso después de tantos años?

–No quiero hablar del tema.

–Nunca hablas –su madre abrió un cajón y sacó un par de tenedores–. Esa chica hizo que tu vida en el instituto fuera un martirio, pero jamás se lo dijiste a él.

–¿Cómo iba a hacerlo? Es la madre de Jess. Si le contara lo que pasó, todo sería mucho más complicado. Resultaría incómodo para él y terrible para la pobre Jess.

–He perdido la cuenta de todas las mochilas y abrigos que tuve que comprarte.

Eso no había sido lo peor. No, lo peor habían sido las palabras que habían minado su autoestima.

«No eres su tipo, Brenna. A él no le van las de pecho plano y pelo castaño. Esquiará contigo, pero nunca, jamás, querrá acostarse contigo».

Los abrigos y las mochilas se habían podido sustituir, pero ella no había logrado borrarse esas palabras de la cabeza.

–Los padres de Janet se estaban divorciando. Creo que estaba pasándolo mal en casa.

–Eso no es excusa para hacerle la vida imposible a otra persona –su madre le pasó un tenedor–. Me sentí aliviada cuando se llevó al bebé de aquí. Fue lo mejor.

–Janet se llevó a Jess a Chicago, ¡a muchos kilómetros de distancia de los O’Neil! ¿En qué sentido pudo ser lo mejor?

–¡Fue lo mejor para ti! ¿Cómo te habrías sentido si te hubieras encontrado a Janet y a Jess en el supermercado todos los días? Y, de todos modos, Tyler O’Neil no estaba aquí. Estaba viajando por todo el mundo. No podía estarse quieto ni cinco minutos.

–Pertenecía al equipo de esquí. Tyler es un atleta de talla mundial.

–Lo era –su madre sirvió otra tortilla perfecta y se sentó al lado de Brenna–. A lo mejor era un atleta de talla mundial, pero por mucho talento que tenga, ahora no le va a servir de nada, ¿no?

–Y le está resultando duro –lo sabía, a pesar de que él no lo había hablado con nadie, y le partía el corazón–. ¿No te da pena?

–¿Pena de qué? ¿De que ya no esté viviendo a todo tren y con una chica distinta en cada país?

Brenna se estremeció como si su madre la hubiera apuñalado.

–Fuiste tú la que me enseñó a no creerme todo lo que leía y oía.

–Bueno, esperemos que su hija tampoco lo haya leído ni oído.

Brenna miró la comida que se le estaba quedando fría en el plato. Nada bueno podía suceder si decía lo que pensaba. Y nada bueno podía salir de ahí si seguían con esa discusión.

–Jess ha vuelto y es feliz. Deberías verla esquiar. Tiene mucho talento. Igual que su padre.

Su madre dio un bocado.

–¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que se canse de tener que cuidar a una adolescente?

–Tienen una relación fantástica. Deberías verlos juntos, ellos…

–Tyler O’Neil nunca va a sentar la cabeza. Jamás será lo que quieres que sea, y por mucha esperanza que tengas, nada va a cambiar eso. Y mudarte a vivir con él tampoco lo cambiará.

–No quiero que sea nada que no es –dijo Brenna pinchando la tortilla. ¿Por qué había ido?–. Es un buen amigo. Mi mejor amigo.

–Una mujer y un hombre no pueden ser tan buenos amigos.

–Yo no lo creo.

–Entonces realmente eres tonta. Una persona siempre siente más que la otra.

Brenna tragó saliva porque sabía que en ese caso su madre tenía razón, y ella era la persona que sentía más que Tyler.

–No importa.

–¿No? –su madre soltó el tenedor con un golpe—. ¿Qué pasará cuando conozca a alguien? ¿Crees que a esa mujer le va a agradar que seas su mejor amiga? Porque él conocerá a alguien.

Era imposible mantener una conversación con ella. Hablar con ella era como verse acribillada por palabras, y esas palabras martillaban su piel y sus huesos como granizo; dañaban una piel que ya se resentía desde que Tyler le había confesado que Jess quería que tuviera una vida amorosa.

–Soy amiga de Sean y de Jackson, y sus relaciones con Élise y con Kayla no se han visto afectadas por nuestra amistad.

–Es distinto. No estás enamorada ni de Sean ni de Jackson. Te verás apartada de la vida de Tyler y será como si vuestra amistad no hubiera existido jamás –en su voz había una amargura que Brenna no había oído nunca antes. Y había algo más. Tristeza.

De pronto se sintió culpable. ¿Tan dolorosa era para su madre su situación?

–Tyler no me apartaría de su lado. Nos conocemos de toda la vida.

–Y si algo tuviera que pasar, ya habría pasado a estas alturas. Ya es hora de que asumas el hecho de que Tyler O’Neil no siente lo mismo por ti.

«Esquiará contigo, pero nunca, jamás, querrá acostarse contigo».

–Ya basta, mamá.

–Deberías marcharte y construirte una nueva vida en otro sitio en lugar de humillarte a ti misma esperando a recoger las migajas que caen de su mesa.

–¿Podemos hablar de otra cosa?

–No puedes construir una vida basada en sueños, Brenna. Deberías salir con otros hombres, ver a otra gente. Helen y Todd vinieron a firmar una licencia la semana pasada. Se casan la primera semana de febrero. Y Susan Carter lo hizo el mes pasado. Esa boda se va a celebrar por todo lo alto, vendrán invitados de fuera del pueblo –como secretaria del ayuntamiento, su madre tenía toda la información sobre quién se iba a casar con quién.

Había momentos en los que deseaba que tuviera otro empleo.

–Salgo con otros hombres.

–¿Con quién? ¿Cuándo?

Acorralada, Brenna se puso a buscar una respuesta desesperadamente.

–Esta semana voy a salir con Josh. El martes –pronunció esas palabras antes de poder contenerlas. Al ver el rostro de su madre iluminarse por primera vez desde que había entrado por la puerta, se dio cuenta aterrada de que al intentar mejorar las cosas, las había empeorado. Seguro que su madre se lo contaba a Ellen Kelly en el supermercado y antes de que la nieve hubiera cuajado, todo el mundo sabría que Brenna Daniels iba a salir con Josh. Todo el mundo menos Josh. Tenía que solucionarlo antes de que Josh se enterara.

La iba a matar.

–Mamá…

–Bueno… –su madre respiró lentamente, y se le relajaron los hombros–. Me agrada mucho. Josh es muy respetado en este pueblo. Es el jefe de policía más joven que hemos tenido nunca. Y tiene una cabeza bien amueblada. No le faltan admiradoras.

«Oh, mierda».

Decidiendo que desenmarañaría ese follón más tarde, Brenna cambió de tema.

–Así que Helen y Todd por fin se van a casar. Qué bien –hablaría de lo que fuera para que el tiempo pasara y que su madre no hablara de Tyler.

Logró sobrevivir al desayuno, pero cuando se marchó, tenía un fuerte dolor de cabeza, y la pequeña cantidad de tortilla que había comido le había caído como una piedra en el estómago.

Llegó al Outdoor Center sintiéndose emocionalmente agotada y soltó un gruñido al reconocer el todoterreno del jefe de policía.

«Voy a salir con Josh».

¿Por qué tenía que ser la primera persona con la que se encontrara?

Aparcó a su lado, cerró los ojos y se prometió que si deshacía ese lío, nunca, jamás, volvería a decir una mentira.

La puerta se abrió y, al girar la cabeza, lo vio allí.

–Parece que has tenido un día horrible, y eso que solo son las nueve y media. ¿Quieres hablar de ello? –Josh le habló con tono suave y la mirada fija. Ella se sonrojó.

La mitad de las chicas de su clase habían estado enamoradas de él; la mitad que no había estado enamorada de los O’Neil, claro.

–No esperaba encontrarte aquí. ¿Es una visita social o tenemos problemas con la ley?

Josh enarcó una ceja.

–No lo sé. ¿Deberíais?

–Puede que haya quebrantado una o dos normas en mi época –y haber dicho una mentira. Una gran mentira. Sentía la lengua pegada al paladar.

–¿Has estado en algún lugar emocionante?

No había motivos para no decírselo, y menos cuando la gente habría visto su coche aparcado en la casa de sus padres.

–Visitando a mis padres.

–Ah –esa mirada oscura era muy perspicaz–. ¿Y qué tal ha ido?

–Ha sido… –Brenna se mordió el labio–. Estresante.

–¿Quieres que los arreste? –Josh esbozó una sonrisa cálida y comprensiva, y ella se preguntó cuánto duraría esa sonrisa una vez se corriera la voz y alguien le preguntara por su «cita».

Se bajó del coche y le fallaron los nervios al verse frente a esos hombros tan anchos.

–Mira, Josh… –iba a resultar muy embarazoso confesar, pero sería mucho más embarazoso que él se enterara por otra persona–. Tengo que decirte algo… y necesito que me escuches y que no te enfades.

Él estaba ahí de pie, con las piernas separadas; era un hombre fuerte, formal y absolutamente decente.

–Te escucho.

¿Cómo iba a hacerlo?

–Yo… Cuando he estado con mi madre, ella no paraba de decirme que estoy malgastando mi vida, que debería haberme marchado de Snow Crystal hace años en lugar de quedarme aquí. Me ha empezado a hacer una lista de todos los que se van a casar…

A él le brillaban los ojos.

–¡Vaya! ¿Y sabes por qué se ha puesto así?

–Sí –le golpeteaba el corazón y tenía las manos cubiertas de sudor–. Se ha enterado de que me he mudado a casa de Tyler.

–¿Te has mudado a casa de Tyler?

Vio un cambio en su expresión y se preguntó por qué automáticamente todo el mundo daba por hecho que había algo entre ellos.

–¡Sí, porque Kayla ha alquilado Forest Lodge y no tenía otro sitio adonde ir! Me voy a quedar con él hasta que pueda encontrar otro sitio.

Se produjo un largo silencio.

–Estoy empezando a comprender por qué tu madre se ha puesto así.

–No dejaba de hablar de ello. Me ha dicho que debería mudarme, que debería ver a otras personas… No paraba de decir esas cosas, y el único modo de hacerla callar ha sido… le he dicho que yo… –se encogió de hombros avergonzada–, bueno, que estoy saliendo con alguien.

Josh la miró fijamente.

–A juzgar por tu expresión y por el hecho de que no has sido capaz de mirarme a los ojos desde que has bajado del coche, doy por hecho que yo soy ese alguien.

–Lo siento –sintiéndose culpable y avergonzada, se cubrió la cara con las manos–. No sé por qué lo he dicho. No dejaba de decirme que estaba malgastando mi vida, que debería salir con otra gente, y se me ha escapado, y entonces he intentado arreglarlo, pero no he podido, y ahora he organizado un buen lío porque seguro que se lo va a contar a la gente porque cree que eres el partido perfecto…

–Oye, cálmate. Son muchas palabras para tan poco espacio de tiempo –unas fuertes manos le rodearon las muñecas y, con delicadeza, le apartaron las suyas de la cara–. Tienes que respirar, cielo.

Ese «cielo» la hizo sentir aún peor.

–Lo siento mucho, Josh. No sé en qué estaba pensando. Y ahora vas a ir al supermercado y todo el mundo te hará preguntas y… bueno, ya sabes cómo son. Cotillean. Voy a llamarla ahora mismo y le voy a decir que era mentira. Le diré que me deje en paz.

–No la llames. Tengo una idea mejor.

Ella se obligó a mirarlo esperando encontrar rabia, pero lo que encontró en su lugar fue un gesto de diversión.

–¿Sí?

–Sí, vamos a tener esa cita.

–No podemos. Josh, la gente chismorreará.

–Me enfrento a borrachos, ladrones de coches e incluso a algún atracador armado. Creo que me las puedo apañar con los chismorreos.

–No puedo permitir que lo hagas. Ojalá no lo hubiera dicho nunca. Debería haber sido asertiva y haberle dicho que mi vida amorosa es asunto mío, pero he dicho lo contrario. Quería detenerla.

–Entonces detengámosla. ¿Cuándo es nuestra cita?

Sentía la cara tan caliente como una hoguera.

–Le he dicho que el martes.

Josh pensó por un segundo.

–Tendré que cambiar algunas cosas, pero supongo que puedo quedar el martes. Tengo una reunión con el Equipo de Rescate de Montaña a las seis para hablar de la temporada de invierno, pero terminaré sobre las siete y media.

Como escalador experimentado, Josh era entrenador del Equipo de Rescate de Montaña de Snow Crystal.

–¿Estás seguro? –no podía quitarse de encima la vergüenza que sentía–. Yo invito. Y te recojo donde me digas.

–No –respondió él pensativo–. Te recogeré en casa de Tyler. ¿A las ocho te va bien? Tenemos que ir a un lugar público para que se corra la voz de nuestra cita por todo el pueblo, así tu madre estará contenta un tiempo y te dejará tranquila. Y ahora tengo que irme. Llego tarde a una reunión de planificación para la siguiente nevada que se nos viene encima.

–No tienes tiempo para esto.

–Es lo de siempre. Prohibiremos el aparcamiento, acondicionaremos las carreteras y tendremos a los quitanieves funcionando durante la tormenta. Traiga lo que traiga consigo el clima, tenemos que comer –dijo Josh con calma–. Reservaré mesa en algún lugar del pueblo.

–No es justo para ti.

–Es una cena, nada más –respondió con delicadeza–. Dos amigos compartiendo comida y charlando. No tiene que ser más complicado que eso.

–¿No? ¿Qué pasará después?

–Ya lo pensaremos cuando lleguemos al final de la cena. O podemos volver a cenar juntos o podemos declarar públicamente que no encajamos el uno con el otro. Puedes decir que le tienes aversión a salir con un poli. No sé, ya se nos ocurrirá algo.

–Me siento como si te estuviera utilizando.

–No lo estás haciendo. Estás siendo sincera conmigo –vaciló–. Tal vez me exceda diciendo esto, sobre todo porque creo que sabes lo que siento por ti, pero nos conocemos desde hace mucho tiempo y no quiero verte sufrir. En este caso creo que deberías escuchar a tu madre. Tyler no es hombre de sentar cabeza, y tener a su hija viviendo con él no va a cambiar eso.

Era la primera vez que Josh le había dado voz a sus sentimientos, y oírlo resultó peor de lo que había sospechado.

–Josh… –resultaba muy doloroso saber que él podría estar sintiéndose tan mal como ella–. Somos amigos desde hace mucho tiempo y… nunca me habías dicho nada y… –respiró hondo–, y no tengo ni idea de qué decir.

–No tienes que decir nada. Son mis sentimientos, es mi problema.

Estaba intentando facilitarle las cosas, pero para ella no estaba siendo fácil, probablemente porque se encontraba en la misma situación. Todo lo que él sentía, ella lo sentía, aunque por una persona distinta.

–No podemos salir a cenar si tú sientes lo que dices que sientes. Estaría mal.

–¿Acaso tú no puedes vivir con Tyler sintiendo lo que sientes? No voy a hacerme ilusiones con nuestra cita, no tienes que preocuparte por eso. ¿Que si me gustaría algo más? Sí, pero me conformaré con una amistad.

Y eso ella lo entendía mejor que nadie.

Había hecho lo mismo, ¿verdad? Toda su vida.

Sintió envidia por Élise y Kayla. Sus vidas amorosas parecían tan sencillas mientras que la suya era un follón.

–¿Por qué todo tiene que ser tan complicado?

Josh soltó una suave carcajada.

–Creo que a eso se le llama «vida».

Debería haber sido sencillo amarlo. Era todo lo que la mayoría de las mujeres buscarían en un hombre, pero sabía que el amor y la lógica no iban de la mano necesariamente.

–¿Estarás bien?

–¿Un tipo grande y duro como yo? ¡Claro! Iré a arrestar a alguien para desahogarme.

Era muy típico de Josh. Fuerte, paciente y formal. Esa era la razón por la que la gente le enviaba postales navideñas incluso aunque los hubiera encerrado en el calabozo durante una noche.

¿Por qué no podía haberse enamorado de él?

Su madre tenía razón. Habría sido mucho más sencillo.

–Pero te diré una cosa –Josh puso las manos sobre sus brazos y su tono sonó engañosamente suave–. Si Tyler te hace daño, seré yo el agente que lo arreste.

–Son mis sentimientos, es mi problema –le devolvió sus propias palabras, y Josh la miró durante un instante antes de soltarla.

–Tal vez, pero si te veo con los ojos rojos y sé que no has estado pelando cebollas, entonces también será su problema.

Esperando que la situación entre Tyler y Josh no se fuera a deteriorar, sacó su mochila del coche, corrió hacia el Outdoor Center y se topó con Tyler.

–Oye –él le puso las manos sobre los hombros para detenerla–, ¿de qué huyes? ¿Incendio o avalancha?

Amor.

Huía del amor.

Verlo la desestabilizaba, y más teniendo tan cercanas las conversaciones con su madre y con Josh. Sabiendo que Josh seguía fuera, decidió que lo mejor sería entretener a Tyler unos cinco minutos. No le extrañaría que el jefe de policía le leyera los derechos.

¿Cómo se había complicado todo tanto?

¿Cómo demonios se había metido en ese lío?

Por no decir lo que pensaba.

Debería haberle dicho a Tyler que no podía mudarse con él, y debería haberle dicho a su madre que se metiera en sus propios asuntos.

–Lo siento. No estoy teniendo una mañana demasiado buena.

–Has desayunado con tu madre. Por tu cara, supongo que ha ido tal como temías.

–He salido con indigestión y no creo que sea por la tortilla.

–¿Te lo ha hecho pasar mal? –estaba de pie, con las piernas separadas y los brazos cruzados. Ella sentía su impaciencia, esa energía que formaba parte de él. Era el polo opuesto al tranquilo y calmado Josh.

Carecía de la delicada sutileza de Josh, pero su ofrecimiento de escucharla la conmovía especialmente porque sabía que no le habría hecho esa oferta a nadie más que a ella. La respuesta de Tyler ante una situación estresante no era hablar del tema. Él no analizaba nada y su idea de terapia era lanzarse por una pendiente vertical tan rápido como fuera humanamente posible.

–No hay nada de qué hablar. Ha sido una visita por obligación y ya está. Pero gracias.

–Vamos, Bren –sonaba impaciente–, dime qué te ha molestado.

–Cree que estoy desperdiciando mi vida –era más rápido decir una media verdad que discutir o evitar la pregunta–. Quiere que me marche y que consiga un trabajo de verdad.

–No lo hagas. Tu sitio está aquí –le acarició la mejilla–. Eres una O’Neil honorífica.

Ella se quedó sin respiración.

Brenna O’Neil.

¿Cuántas veces había garabateado esas palabras en la parte trasera de su cuaderno?

–La verdad es que paso más tiempo con tu familia que con la mía.

–Eso suele pasar cuando la tuya te produce indigestión. Anímate. De todos modos, las próximas semanas vas a estar tan ocupada que no podrás ir a tu casa. Luego iré a entrenar a Jess, y después, si tenemos tiempo, iremos a por el árbol de Navidad. ¿Quieres acompañarnos? –se olvidó del tema, siguió con otra cosa y Brenna se sintió aliviada por ello.

–Puede, si a Jess no le importa. Tengo que ir a por mi equipo y después estaré dando clases todo el día. ¿Tú?

–Jackson me ha pedido que almuerce con él y con unos empresarios que vienen a visitarnos. No me apetece mucho tener que conversar con ellos. Será sobre acciones, bonos… –parecía tan horrorizado que ella no pudo evitar reírse.

–Viven aburridos ahí metidos detrás de un escritorio. Todos te envidian y te admiran. Quieren codearse con un esquiador medallista de oro e intentar absorber algo de esa adrenalina y búsqueda de emociones. Sé tú mismo.

Se preguntó si ese sería un buen consejo. Decirle a Tyler que fuera él mismo podía resultar arriesgado, y sus siguientes palabras confirmaron que no era ella la única que lo pensaba.

–Eso es interesante porque Jackson me ha dicho que intente con todas mis fuerzas no ser yo mismo durante una hora –tenía los ojos del color del océano y por eso, incluso en el gélido invierno, la hacía pensar en el verano. Mirarlo hacía que a su piel la recorriera una calidez que le penetraba los huesos, hacía que le fallaran las extremidades, y derretía su tensión.

–No estoy de acuerdo. Creo que están interesados en tu verdadero yo.

–Al parecer, mi verdadero yo es una bomba de relojería –esbozó una sonrisa–. Soy salvaje y soy peligroso.

Y ella deseaba tanto a ese tipo salvaje y peligroso que casi podía saborearlo.

–Jackson sigue enfadado contigo por haberle dicho a ese grupo la semana pasada que deberían haber elegido otra actividad distinta.

–Eran peligrosos.

–Hiciste que se sintieran como unos incompetentes. ¡Querían dejarlo e irse a casa!

–Eran unos incompetentes. En mi opinión, ¡deberían haberlo dejado y haberse ido a casa! No entiendo por qué me culpan por eso. Mintieron sobre su experiencia, lo cual yo podría calificar de peligroso no solo para ellos, sino también para mí. Además de casi matarme de aburrimiento, estuve a punto de morir congelado por estar esperando a que me alcanzaran.

Por muy deprimida que estuviera, él siempre la hacía reír.

–Haremos que la gente haga una prueba antes de esquiar contigo. Luego nos vemos.

–Oye, Bren… –la agarró del brazo y con un tono extremadamente casual, dijo–: Te he visto hablando con Josh. ¿Qué quería?

¿Qué debía responder a eso?

–Quería llevarme a cenar.

–¿Por qué? –un músculo se tensó en su mandíbula–. ¿Por qué iba a querer llevarte a cenar?

El hecho de que le hiciera esa pregunta le hirió el corazón, ya de por sí maltrecho.

«No eres su tipo, Brenna. A él no le van las de pecho plano y pelo castaño».

–Sé que no es algo en lo que tú te hayas fijado, Tyler, pero debajo de mi equipo de esquí, soy una mujer –se sentía tan dolida que fue más brusca con él de lo que había sido nunca–. Tengo citas. Tengo sentimientos –y esos sentimientos eran tan puros, estaban acercándose tanto a la superficie, que estaban empezando a asustarla.

Él le sujetaba el brazo con fuerza.

–Sé que eres una mujer –respondió con los dientes apretados–. Me he fijado.

–¿Ah, sí?

Fue una pregunta que nunca antes le había hecho. Un tema que ninguno de los dos había tratado jamás.

Se quedaron mirándose, y ella supo que al decir lo que pensaba, al haber pronunciado esas palabras, había cruzado una línea invisible.

Sus cuerpos estaban cerca, pero no llegaban a tocarse. Lo sentía tanto que apenas podía respirar. Si daba un paso más, estaría contra ese duro y poderoso cuerpo, y lo deseaba más que a nada. Deseaba cada centímetro de ese sexy chico malo. Quería respirar su masculino aroma, verse aplastada bajo su peso, quedar enroscada en su cuerpo.

No podía pensar en otra cosa que no fuera sexo; ocupaba toda su cabeza y todos sus sentidos estaban en llamas.

Giró la cabeza y miró la mano de Tyler, que aún le rodeaba el brazo. Rara vez establecían contacto físico. Miró esos dedos e imaginó cómo sería sentirlos contra su piel desnuda. Seguro que tendría destreza con ellos, lo sabía.

Pero jamás llegaría a descubrir exactamente lo diestro que era, ¿verdad?

Esperó a que él dijera algo, pero Tyler no lo hizo. Por el contrario, la miró con la respiración entrecortada.

Claramente, estaba intentando pensar en algún motivo por el que Josh quisiera salir con ella.

Brenna deseó poder volver a la cama y comenzar el día de nuevo.

–Tengo que irme –dijo desalentada, pero en lugar de soltarla, Tyler la agarró con más fuerza.

–Te ha pedido que vayas a cenar con él, pero tú le has dicho que no, ¿verdad?

A ella le dio un vuelco el corazón.

–Le he dicho que sí –de pronto, se cansó de todo eso. Se cansó de que le dijeran lo que debía o no hacer. Se cansó de mantener la boca cerrada cuando su mente gritaba por dentro–. Me recoge el martes a las ocho.