Capítulo 9

 

–Tequila. Sin más –Brenna apoyó la cabeza en la barra del bar y se perdió la mirada que Kayla le lanzó a Élise.

–Ya la has oído –le dijo Kayla a Pete, el camarero, guiñándole un ojo–. Danos la botella y tres vasos. Es una noche de chicas. Estamos de celebración.

–Yo no estoy de celebración. Me estoy compadeciendo.

–¿De quién?

–De mí misma –levantó la cabeza y se hundió los dedos en el pelo–. Olvídate del vaso. Sírvemelo directamente en la garganta y hazlo rápido. Quiero quedar inconsciente.

–¿Tan mal está la cosa? –Kayla esperó a que Pete llenara el vaso y se lo pasó a Brenna–. Bueno… ¿nos vas a contar qué está pasando?

–¿Qué os hace pensar que pasa algo?

–Eh… ¿aparte del hecho de que tú normalmente no bebes alcohol?

Brenna levantó el vaso, volcó el contenido en su boca y comenzó a toser al sentir el fuego en la garganta.

–Está asqueroso.

–Es un sabor adquirido y está claro que tú no lo has adquirido. Por curiosidad, ¿por qué has pedido tequila?

–Porque es sábado por la noche, he tenido una semana de mierda y una cerveza no me iba a bastar. Cuando veo a la gente beber tequila en las películas, siempre parece que se están divirtiendo. Merezco divertirme y, como está claro que de momento no voy a tener diversión entre las sábanas, he pensado que podría divertirme vaciando una botella.

–¿Cómo es posible que hayas tenido una semana de mierda? –Élise ignoró el tequila y pidió una copa de vino–. Casi es Navidad, el negocio está en alza y te has mudado a vivir con Tyler. Es tu sueño, ¿no?

–Si no te quisiera, te mataría. Os mataría a las dos. Por entrometeros. Por ponerme en esta situación. Y para que quede claro, no es mi sueño tener al hombre de mis fantasías durmiendo en una cama diferente y con una pared entre medias –le acercó su vaso a Kayla–. Llénalo. No escatimes.

–Si no escatimo, mañana no podrás caminar.

–Ya me preocuparé por eso mañana. Ni se os ocurra volver a interferir –bebió y sintió la calidez extenderse desde su garganta hasta sus rodillas–. Mi vida ha sido un desastre continuo desde que hicisteis que me mudara con él.

–Bren, solo llevas un par de días viviendo con él. Los desastres no pueden suceder tan rápido.

–En mi vida sí. En estos días me han pasado muchas cosas –acercó el vaso a Kayla–. Más.

–No –Kayla le devolvió la botella a Pete–. ¿Qué ha pasado?

–He visitado a mis padres y, como en este lugar hay un sistema de comunicaciones más sofisticado que nada que haya desarrollado la NASA, ya se habían enterado de la feliz noticia sobre mi nuevo alojamiento.

Kayla esbozó una mueca de disgusto.

–¡Ups!

–«Ups» no alcanza a expresar lo que ha sido. Me ha caído una buena charla sobre todos los motivos por los que soy estúpida al mudarme con Tyler. Le he dado a mi madre vuestro número de teléfono. De ahora en adelante podréis hablar las dos del tema directamente, sin intermediarios –agarró el vaso de Kayla y se lo bebió–. De todos modos, yo no pinto nada. Todo el mundo me ignora.

Merde, ¿qué le has hecho? –Élise se acercó para quitarle el vaso a Brenna de los dedos–. Ya basta, o te caerás de boca en la nieve.

–Al menos eso solo lo hace cuando bebe. Yo lo hago estando sobria –Kayla le hizo un gesto a Pete–. ¿Nos puedes servir un par de gaseosas?

Brenna levantó la cabeza.

–No quiero gaseosa. Quiero tequila.

Preocupado, Pete le sirvió una gaseosa.

–¿Va todo bien, Brenna?

–No –se apoyó en la barra del bar con la barbilla sobre la palma de la mano–. Mi vida es un asco.

–Es el tequila el que está hablando –se apresuró a decir Kayla–. Se lo ha bebido demasiado deprisa. Estamos bien, Pete. Tienes un montón de gente esperando al otro lado de la barra. No dejes que te entretengamos.

–Conozco a Brenna desde que era pequeña y jamás la había visto así.

–Todo el mundo me conoce desde que era pequeña –dijo Brenna con tono lúgubre–. Todo el mundo opina sobre cómo debería vivir mi vida, y todo el mundo lo expresa. Vamos, Pete, adelante. Dime qué estoy haciendo mal y después llama a mi madre y compadeceos de mí. O puedes llamar a Ellen Kelly y ya de paso podéis desviar la llamada y hacer correr la noticia por toda la nación. Houston, Brenna tiene un problema.

–No creo que estés haciendo nada mal, Bren.

Nervioso, retiró la botella de tequila y se fue al otro extremo de la barra.

Kayla sonrió.

–Lo has asustado.

–Bien. A lo mejor ha llegado el momento de espabilar un poco a la gente. Estoy harta de que todo el mundo piense que sabe quién soy y qué necesito. Estoy cansada de ser la vecinita tonta.

Élise deslizó los dedos por el tallo de su copa.

–En ese caso, podrías irte a casa ahora mismo, entrar en el dormitorio de Tyler desnuda y servirte un poco de esa diversión entre las sábanas.

–No he tomado suficiente tequila para eso y, de todos modos, ya me he puesto demasiado en ridículo por hoy –dio un trago de gaseosa y esbozó una mueca–. Esto no me hace sentir mejor.

–Mañana me darás las gracias cuando no te sientas como si te estuviera machacando la cabeza el martillo de Thor.

–Me voy a casa y me meteré pronto en la cama. Así no tendré que escuchar a Tyler en la ducha –se levantó del taburete y se tambaleó–. A lo mejor debería haberme conformado con la cerveza.

–No, estás muy graciosa después de beber tequila –dijo Kayla recogiendo su abrigo–. Te voy a comprar una caja entera por Navidad. Te acompaño a casa.

–Gracias a ti, esa casa está solo a unos pasos al final del camino y puedo ir sola –se puso la cazadora y vio a sus amigas cada una a su lado, ahí apostadas, como sujetalibros–. ¿Qué?

Élise la agarró del brazo.

–Te llevamos hasta la puerta.

–Os estáis agarrando a mí porque, si no, os caeríais.

Kayla sonrió.

–Eso es verdad. Venga, chica del tequila, vamos a llevarte a casa.

Caminaron por la crujiente nieve, Kayla resbalándose y refunfuñando, mientras Brenna se preguntaba por qué se le habría ocurrido que tomarse una copa con sus amigas podría solucionarle el problema.

Le daba vueltas la cabeza, le temblaban las extremidades y estaba rebuscando en su bolso en busca de la llave justo cuando Tyler abrió la puerta.

Llevaba un jersey azul remangado hasta los codos y unos vaqueros que evidenciaban por qué su madre lo consideraba un tipo peligroso. Ninguna mujer en su sano juicio podría mirarlo y no ver problemas en el horizonte.

Él las miró a las tres.

–¿Qué le habéis hecho?

Brenna gruñó.

–Nada. Puede que esto impacte a algunas personas, pero tomo mis propias decisiones sobre cómo vivir mi vida. Buenas noches, chicas. Gracias por traerme a casa –soltándose de ellas, dio un paso adelante mientras, tras ella, sus amigas desaparecieron discretamente.

Mirando hacia la luz del vestíbulo, intentó pasar por delante de él, pero perdió el equilibrio y cayó contra su pecho.

Unas manos fuertes rodearon sus hombros, y lo oyó resoplar entre dientes.

–Brenna…

–En esta puerta no hay espacio suficiente para dos personas –estaba apoyada en él y podía sentir la presión de sus muslos contra su cazadora.

–No –respondió él–. No lo hay.

–Creo que podríamos quedarnos atascados –apoyó la cabeza contra su pecho–. ¡Ay, Dios, qué bien hueles! –sintió sus dedos apretándole los brazos.

–Brenna…

–Si vas a darme una charla, no lo hagas. Hoy ya me han dicho bastante lo que debo y no debo hacer. Estoy harta de que otros sepan lo que me conviene.

–Me alegra oírlo, pero ¿por qué no me dices todo eso dentro para que no acabemos congelados? –la metió dentro y cerró la puerta dejando fuera el frío y la oscuridad–. ¿Cuánto has bebido?

–¿Por qué? ¿También me vas a reprender por eso?

–No, pero nunca te había oído hablar así.

–Siempre me estás diciendo que sea más asertiva y que diga lo que pienso. Así soy cuando digo lo que pienso. Puedo beber lo que quiera, puedo trabajar donde quiera, puedo acostarme con quien quiera. No necesito aprobación pública.

Se hizo un breve silencio.

Un músculo se tensó en la barbilla de Tyler. Después, la soltó.

–Lo que necesitas –le dijo lentamente– es café. Prepararé un poco –entró en la cocina y ella lo observó sin despegar la mirada de esas piernas fuertes y atléticas.

–Ty, ¿te gustan las mujeres con las que te acuestas?

Se oyó un golpe, cuando una taza cayó al suelo, seguido de una ristra de improperios.

–¿Qué? ¿Qué has dicho?

–Te he preguntado si te gustan –se sentó en la silla y se llevó las manos a la cabeza mientras seguía observándolo–. ¿O para meterse en tu cama solo se requieren una melena rubia y unas tetas grandes?

–¿Qué has bebido esta noche exactamente?

–Tienes que responder a mi pregunta antes de que yo responda a la tuya. ¡Oye! –añadió sintiéndose orgullosa de pronto–, ¿has oído eso? He sido asertiva. Me he mantenido firme. ¿No estás impresionado?

Él apretó la mandíbula.

–La respuesta es sí. Me gustan. Y no han sido ni por asomo tantas como…

–Tequila –respondió sonriendo–. He bebido tequila. Estaba asqueroso.

Él recogió los pedazos rotos de porcelana y preparó café.

–A lo mejor la próxima vez tendrías que limitarte al café.

–Beberé lo que me apetezca beber. Así que te gustan, ¿pero no quieres volver a verlas? Quiero decir, ¿te acuestas con ellas y ya está?

Él le puso delante una taza de café solo.

–¿Por qué me estás preguntando eso?

–¿Por qué no?

–Mi vida sexual no es algo de lo que hable normalmente.

–Ya estoy harta de lo normal. ¿Quién decide qué es normal? Vamos a sobrepasar los límites. Quiero hablar de tu vida sexual.

Él se sentó frente a ella.

–Si vamos a sobrepasar los límites, puedes empezar diciéndome por qué vas a salir con Josh.

–Ah, no… –sacudió la cabeza y deseó no haberlo hecho porque eso hizo que el mareo fuera más intenso–. Primero, tienes que responder a mi pregunta.

Hubo un breve silencio.

–No quiero compromisos, así que sí, intento elegir a mujeres que sientan lo mismo.

–¿Y alguna vez te equivocas?

–A veces.

–¿Y en esos casos te llaman y te dicen que te quieren?

–Intento evitar que las cosas vayan tan lejos.

–¿Entonces no ha habido ni una sola mujer que te haya gustado lo suficiente como para querer pasar tiempo con ella con la ropa puesta?

Él la miró. Brenna esperó que desviara la mirada, pero no lo hizo. El silencio se prolongó más y más, Tyler siguió mirándola hasta que el corazón le comenzó a latir con fuerza y se le encogió el estómago. Estaba segurísima de que lo que le estaba pasando a su cuerpo no tenía nada que ver con el tequila.

–¿Ty? ¿Vas a responder?

–Es tu turno.

–No puedo recordar lo que me has preguntado.

–¿Por qué vas a salir con Josh?

–¿No es obvio? Está muy bueno. Y además es fuerte, es un tipo centrado y de fiar. Debería ser perfecto para mí.

–¿Debería?

–Bueno, existe el pequeño inconveniente de que no estoy enamorada de él, pero la mayoría de la gente no deja que eso sea un problema así que… –dio un sorbo de café–, yo tampoco lo voy a ver como un problema. Sexo sin sentimientos. Puedo hacerlo.

Él tenía la mandíbula apretada.

–No, no puedes.

–¿Por qué no?

–Porque te conozco. Te odiarás a ti misma.

–A lo mejor no.

–Tienes que cancelar esa cita.

–No tengo la más mínima intención de cancelar esa cita.

Él se levantó de pronto y la silla chirrió contra el suelo.

–No puedes acostarte con él, Bren.

–¿Me estás diciendo lo que puedo y no puedo hacer?

–Te estoy ofreciendo un consejo de amigo.

–Pues ahora mismo no tienes mucha pinta de amigo. Tienes pinta de querer matar a alguien.

–No quiero ver cómo te hacen daño.

–Es gracioso, los que dicen que no me quieren hacer daño son justo los que me lo hacen. Si quiero acostarme con Josh, lo haré. Y será mi decisión. Pero si estás preocupado por Jess, no lo estés. Podemos ir a su casa –apartó la silla–. Me alegra que estemos teniendo esta conversación. Siento que te conozco mejor. Ahora me voy a la cama.

–Te ayudo a subir.

–No hace falta. Puedo apañarme sola –fue hasta las escaleras y se detuvo–. ¿Me haces un favor, Ty?

–¿Qué?

–No te duches esta noche. No quiero imaginarte desnudo al otro lado de la pared.

 

 

Se despertó cuando sonó la alarma y sintió como si tuviera la cabeza atrapada entre dos cantos rodados. Y por si eso era poco, además tenía un claro recuerdo de todo lo que había sucedido la noche anterior y de todas las cosas que había dicho.

«Oh, mierda».

No quería recordar lo que había dicho.

Después de tomarse unos analgésicos, se duchó y llegó a la montaña a tiempo para su primera clase. El sol era cegador, los rayos le atravesaban la cabeza como filos de un cuchillo mientras intentaba sobrevivir a la mañana.

–Así que mientras completas el recorrido, tienes que extender, soltar, plantar el bastón… –estaba en mitad de una clase particular cuando le sonó la radio. Ese mínimo sonido fue fatal, y se estremeció–. Discúlpame un minuto, Alison.

Era Patrick, uno de los nuevos instructores, preguntándole dónde estaba.

–En lo alto de Moody Moose –«con una jaqueca espantosa y no de muy buen humor».

Sostuvo la radio lo más lejos posible de su oído y escuchó mientras el chico le describía el problema. Por un momento se olvidó del dolor que le machacaba el cerebro.

–¿Qué? ¿Qué estás haciendo en Black Bear? –se giró y bajó la voz para que no la pudieran oír–. Es uno de los recorridos más complicados del complejo. ¿Por qué has subido ahí a un grupo de niños de seis años? ¡Son unos bebés!

La voz del chico se oía entre interferencias mientras explicaba que uno de los niños se había equivocado de camino y los demás lo habían seguido.

–Han visto un letrero azul y han pensado que era una pista azul.

Brenna no perdió el tiempo señalando que debería haberlos controlado mejor. Miró al otro lado de la cumbre sabiendo que tardaría menos de cinco minutos en llegar a la pista donde estaba Patrick.

–Quedaos donde estáis. Voy a ayudaros.

Por suerte, Alison era buena esquiadora y juntas llegaron hasta Black Bear.

–No los veo, y nunca he esquiado por esta pista. Da miedo –Alison miró hacia abajo de la pendiente y después hacia atrás.

–No los veo por ninguna parte –dijo Brenna ajustándose las gafas–. La cima de Black Bear engaña porque parece menos pronunciada de lo que es en realidad, así que supongo que han avanzado sin esperar y para cuando han llegado a la zona más empinada, ya era demasiado tarde para volver atrás. Vamos a tener que bajarlos de la montaña de algún modo. Lo siento mucho, pero tengo que ayudar a Patrick, Alison.

–¡Claro que sí! Cambiaremos la clase a otro día. Llamaré al Outdoor Center.

–¿Te importaría? Me siento fatal, pero no puedo dejarlo solo con esto.

–Estaré aquí otra semana más, así que no hay problema. Voy a bajar por otra pista distinta. ¿Quieres que llame a la patrulla o algo?

Brenna consideró las opciones y sacudió la cabeza.

–Los bajaremos de uno en uno. Tardaremos un poco, pero es inevitable.

–¿Qué es inevitable? –preguntó Tyler tras ella, con su traje negro de esquí ciñéndose a esos musculosos contornos de su poderoso cuerpo.

Si el Diablo hubiera decidido dedicarse al esquí, habría llevado ese traje, pensó Brenna fijándose en cómo cambió la expresión de Alison.

–Eres… oh… vaya… No me puedo creer que te esté viendo. Quiero decir, sabía que vivías por aquí, pero…

–Tenemos niños pequeños atascados en Black Bear –intentando no pensar en todas las cosas que le había dicho la noche anterior, Brenna mantuvo la mirada fija en el horizonte.

–¿Es esto una nueva política? ¿Retar a los pequeños?

–No tiene gracia, Tyler –nada le parecía gracioso después del tequila.

–¿Hay heridos?

–Aún no.

–Qué optimista –calmado, se agachó y se ajustó las botas de esquí–. Bueno, ¿cuál es el plan?

–Hay demasiada distancia para volver a subirlos arriba, así que voy a tener que bajar esquiando con ellos, pero como alguien tiene que quedarse con los demás, tendré que hacerlo de uno en uno. Harán falta tres viajes. El tiempo que dura mi clase con Alison.

–Hola, Alison –Tyler le dirigió una sonrisa que podría haber derretido la nieve, y Alison se la devolvió.

–Hola. Por cierto, me pareces increíble –tenía la cara roja–. Ese descenso en Beaver Creek fue una pasada. Esquiabas como si te hubieras escapado de la cárcel o algo así.

Brenna apretó los dientes, pero Tyler no pareció fijarse, y si la referencia a sus éxitos pasados le molestó, no lo demostró. Estaba encantador, carismático, e incluso le dio a Alison un par de consejos. Para cuando la chica se marchó esquiando, lucía la sonrisa más amplia que Brenna había visto en su vida.

–¿No la vas a seguir? –Brenna se dijo que el tono de su voz era el resultado de la jaqueca, no de los celos–. Creo que podrías tener suerte. Es tu tipo.

Él la miró fijamente.

–Voy a ayudarte a rescatar a los niños. ¿Cuántos hay?

–Cuatro. Dos niños y dos niñas –se sintió miserable por haber pensado por un instante que él los abandonaría, y al momento se vio invadida por una cálida sensación–. Gracias.

–¿Te encuentras bien para ayudar?

–¿Por qué no me iba a encontrar bien?

–¿No te duele la cabeza?

–Nada.

Él esbozó una ligera sonrisa.

–Vale. Pues vamos.

Tyler avanzó una breve distancia y cuando su cuerpo dejó de hacerle sombra a Brenna, ella sintió el sol golpeando contra su cara. Creía que no había emitido ningún sonido de queja, pero debió de hacerlo porque él se giró y le dijo:

–Ponte las gafas, eso ayudará a filtrar el sol.

–No tengo ningún problema con el sol.

–Cielo, lo de anoche fue una borrachera de chica adulta, y ahora tienes una resaca de adulta.

Toda sensación de calidez y bienestar se disipó.

–Te pegaría, pero tenemos unos niños que rescatar.

Al pasar esquiando por delante de él, vio cómo se estaba riendo.

Tyler la alcanzó con facilidad.

–¿Recuerdas algo de anoche?

–Todo.

–Estabas…

–Cierra el pico, Tyler.

Él le lanzó una mirada que hizo que la recorriera un cosquilleo.

–Bueno, este es el plan. Tú te llevas a uno, Patrick se lleva a otro y yo me llevo a dos.

–¿Qué?

–Niños. Me llevaré a uno debajo de cada brazo.

–No puedes hacer eso.

–¿Por qué no? ¿No habías dicho que eran bebés?

–No bebés literalmente.

–Echemos un vistazo a ver qué tenemos –Tyler pasó por delante de ella y desapareció dejándola sin más elección que seguirlo.

Patrick, que estaba trabajando su primera temporada como instructor, tenía a los cuatro niños arrimados a un lado de la pista. Dos estaban llorando, una estaba haciendo un muñeco de nieve y el otro estaba claramente desesperado por esquiar por Black Bear porque Patrick lo estaba sujetando de la cazadora y le estaba reprendiendo sobre lo importante que era escuchar, seguir las instrucciones y no irse solo esquiando.

Brenna se fijó en la expresión de determinación del niño y miró a Tyler.

–Me recuerda a ti –murmuró al pasar esquiando por delante de él para reunirse con Patrick.

–Yo ya estaría abajo –contestó Tyler y se sentó en la nieve junto al niño que estaba llorando–. Oye, ¿qué pasa?

El niño miró con pavor hacia la pendiente vertical que se extendía bajo él.

–De… demasiado empinado.

–Sí, es empinado. Imagínate lo impresionados que se van a quedar los otros niños cuando les digas que has esquiado Black Bear.

–No quiero esquiarlo. Me voy a caer –dijo sollozando– o a morir.

–Ni te vas a caer ni te vas a morir. Te lo prometo.

El niño no parecía muy convencido.

–Sí, claro que sí.

–No –contestó Tyler pacientemente–, porque yo estaré sujetándote. Solo te caerás si me caigo yo, y yo no me voy a caer.

–Eso no lo sabes.

–Sí que lo sé. Siempre sé cuándo me voy a caer, y no será hoy. ¿Cómo te llamas?

–Richard.

Tyler se acercó a la pequeña que tiritaba de frío.

–¿Y tú cómo te llamas?

–Rosie.

–Encantado de conoceros, Richard y Roise. Soy Tyler. Puedo bajaros de esta montaña, pero no lo puedo hacer si estáis llorando porque el ruido me desconcentra y está haciendo que a mi amiga le duela más la cabeza. Tenéis que hacer exactamente lo que os diga, y si lo hacéis, ganaréis una medalla.

Richard parecía interesado por lo que oía. Se sorbió y se rascó la nariz.

–¿Una medalla?

–Una medalla. Podéis llevárosla a casa y colgarla en vuestra puerta. Hasta os sacaré una foto con ella puesta –se acercó para subirle la cremallera de la cazadora a la niña–. Tienes que tenerla abrochada para ir más abrigada–. ¿Estáis listos?

–¿Qué vas a hacer?

–Voy a llevarte debajo de mi brazo derecho.

–¿Y mi hermana?

–Ella irá debajo de mi brazo izquierdo –se levantó y hundió los bastones en la nieve. Después se agachó, les desabrochó los esquís y los hincó en la nieve junto a los bastones–. Luego vendré a por ellos.

–¿Por qué no puedo dejarme los esquís puestos?

–Porque no quiero que me los clavéis mientras estoy descendiendo.

–Yo puedo bajarlos –se ofreció Patrick, y Tyler miró al niño que había causado el problema.

–No lo creo. Vas a necesitar las dos manos para controlarlo –se agachó y miró al niño a los ojos–. Tienes que hacer todo lo que te diga Patrick y exactamente cuando te diga que lo hagas. ¿Entendido?

El pequeño asintió y Tyler dejó que Patrick saliera primero, supuestamente para poder intervenir si era necesario.

A Brenna se le hizo un nudo en la garganta.

«Mierda».

Justo cuando estaba totalmente enfadada con él, hacía algo así.

Era un esquiador de talla mundial; se le revolvían las tripas ante la idea de dar clase a esquiadores experimentados, y aun así, ahí estaba, con un niño debajo de cada brazo y con la mirada puesta en el que se estaba intentando escapar de Patrick. Podría haberse mostrado impaciente o irritado y, sin embargo, convirtió la situación en un divertido juego. Esquió a ritmo constante haciendo que la empinada pendiente resultara la pista más sencilla del complejo. Era un hombre que podía con todo, y de pronto cada una de las emociones que sentía por él se magnificaron.

Observándolo, sintió como si se le estrujara el corazón. La conversación con su madre la había herido y ahora se sentía expuesta, desprotegida.

Vivir juntos había intensificado lo que sentía por él.

Ver cómo era con Jess…

Brenna dejó de mirarlo deseando poder apagar sus sentimientos o, al menos, ignorarlos. Se dijo que era el tequila lo que la había puesto tan sentimental.

–¿Estás lista? –preguntó a la niña que había estado haciendo el muñeco de nieve, le explicó lo que quería que hiciera y juntas esquiaron sin que Brenna la soltara ni por un instante.

Tyler estaba esperando abajo; tenía el casco y las gafas en la nieve mientras se reía y bromeaba con los padres, que no parecían en absoluto alarmados ni enfadados por que sus hijos hubieran descendido por una de las pistas más complicadas del complejo. Y ella no tuvo que pensar mucho para encontrar el motivo por el que habían aceptado la situación de un modo tan apacible.

La razón la tenía justo delante: ese hombre de metro noventa.

Cuando una de las madres le preguntó si podían sacarse unas fotos, Brenna se esperaba que él se negara, pero de nuevo la sorprendió posando con cada uno de los niños. Ante la insistencia de uno de los padres, metió a Brenna también en la foto.

Le echó el brazo por el hombro, la llevó contra sí y ella esbozó la sonrisa de rigor.

–Un placer conocerte –dijo el padre de Richard estrechándole la mano y alborotando con cariño el pelo de su hijo–. Esta es para el álbum. Gracias. Y gracias también a tu novia.

Brenna no se atrevió a mirar a Tyler.

 

 

–¿No se apaga ni con la llave ni con el interruptor? –Tyler sujetaba el teléfono entre el hombro y la mandíbula mientras vertía dos latas de tomate y una de judías sobre la carne y subía el fuego.

La comida no resultaba nada apetitosa y tenía la sensación de que nada de lo que hiciera iba a mejorar la situación. Removió con una cuchara y escuchó mientras Jackson le detallaba el problema.

–Te propongo un trato: tú vienes a arreglarme la cena, y yo voy a arreglar la motonieve. Cocinas mejor que yo.

Brenna entró en la cocina con el pelo mojado por estar recién salida de la ducha. Llevaba una camiseta de tirantes con unos pantalones de yoga y estaba descalza. Evitando su mirada, caminó cuidadosamente por la gran cocina abierta. Piernas largas. Pies descalzos.

Por desgracia, la falta de contacto visual no hizo nada por calmar la tensión que ahora parecía ser una constante en su relación.

No era solo el hecho de vivir juntos lo que había causado el problema, sino el cambio en la forma en que estaban respondiendo el uno al otro.

Cuando la había animado a decir lo que pensaba y a ser más asertiva con la gente, no se había dado cuenta de que él sería una de esas personas.

Y no importaba si había sido por culpa del tequila; había dicho cosas que no se podían borrar.

Habían hablado de temas que ninguno de los dos había tratado nunca.

Como el sexo.

¿Estaría pensando en acostarse con Josh?

Sintió como si algo lo atravesara; una emoción que no reconocía y que no había sentido nunca antes.

Celos.

Él nunca se había puesto celoso, y resultaba irónico que la primera vez que fuera a experimentar los celos fuera con Brenna. Había protegido su amistad con más cuidado que ninguna otra cosa en su vida, aparte de Jess. No debería importarle a quién veía o qué hacía.

Así no funcionaba su relación, y jamás lo haría.

Jackson estaba diciéndole algo desde el otro lado del teléfono, pero Tyler no lo oyó.

Le rugían los oídos y el cerebro le estaba jugando una mala pasada.

Quería llevarla contra la pared y besarla hasta que ella ya no pudiera recordar ni su propio nombre, y mucho menos pensar en Josh. Quería deslizar la boca por su hombro desnudo y continuar más abajo. Quería arrancarle esa camiseta de tirantes de su firme, suculento y perfecto cuerpo y darse un festín con cada parte de ella.

Cuando Brenna abrió la nevera y por fin lo miró, en sus ojos debió de ver algo que no había visto antes porque se quedó paralizada. A él le recordó a una gacela viendo a un león, temerosa de moverse.

Aunque, dado que estaba a punto de abalanzarse sobre ella, resultaba una incómoda analogía.

Tal vez habría estado más segura con el león.

No tenía derecho a hacer eso. No tenía derecho a generar pensamientos que no tenía intención de realizar con actos.

La voz de Jackson volvió a sonar, más aguda esta vez.

–¿Qué? Sí, sigo aquí –la observó mientras ella sacaba algo de la nevera. Era esbelta y fuerte, tonificada, y él sabía que el hecho de que se le estuviera haciendo la boca agua no tenía nada que ver con la comida que estaba preparando.

–¿Ty? ¿Me estás prestando atención? –la voz de Jackson salió por el teléfono, irritada, y él se obligó a concentrarse.

–Más o menos –respondió con la voz ronca. Desvió la mirada de la hondonada y la curva perfectas que formaban la cadera y la cintura de Brenna. ¿Qué había querido decir con ese comentario sobre que no se había fijado en que era una mujer? Por supuesto que se había fijado. De hecho, se estaba esforzando tanto por no fijarse, que se estaba volviendo loco–. Estoy aquí, por desgracia. Ojalá no lo estuviera porque así no tendría que ser el que hiciera la cena –escuchó las previsibles bromas de su hermano con la mirada posada de nuevo en los suaves brazos de Brenna y en su firme columna. La había visto con menos ropa en verano, pero por la razón que fuera, ahora era distinto–. ¿Qué? No creo que lo que estoy cocinando tenga un nombre, pero parece como si alguien se hubiera muerto dentro de la cacerola. Con un poco de suerte, este brebaje me asegurará no volver a cocinar nunca. Élise está enseñando a Jess, así que tengo esperanza en el futuro. Eso, contando con que tenga un futuro, porque podría no tenerlo una vez me coma esto –esperaba que Brenna se marchara, pero, en lugar de eso, ella se sentó en la mesa y agarró el vaso de zumo que se había servido, escuchando.

Su piel se veía fresca y suave, su cabello era del color del roble. Tenía ese tipo de rostro que usaban las agencias de publicidad para anunciar champús y jabón natural, lo cual convertía sus pensamientos en más inapropiados todavía.

Era su mejor amiga.

Y Josh la iba a llevar a cenar.

Metió la cuchara en la cacerola pensando que, aunque removiera sin cuidado, no arruinaría más algo que ya estaba echado a perder.

–¿La cebolla debería ser negra? ¿Qué? –escuchó a Jackson–. Preferiría arreglar la motonieve que la cena, eso seguro.

–Jackson tiene un problema con una de las motonieves? –medio susurró Brenna para no interrumpir la conversación–. Puedo ir a ayudarlo.

¿Estaba buscando una excusa para escapar?

Él sacudió la cabeza, aunque sabía que era perfectamente capaz de arreglar lo que fuera que estuviera roto. Sabía cómo funcionaba un motor tan bien como él.

–¿Ves un cable negro con una franja blanca saliendo del estator? –se cambió el teléfono de posición para poder hablar y seguir removiendo; no lo hizo porque pensara que con remover iba a mejorar la cena, sino porque teniendo una cuchara en la mano no podría agarrar a Brenna–. Tiene un conector tipo bala y a veces se sale… sí, eso es. ¿Tenías desconectada la caja de aire? Bueno, entonces ahí está el problema. Sin el cable conectado, el trineo no se detendrá cuando lo apagues.

Le solucionó el problema a Jackson, y para cuando terminó la llamada y dejó el teléfono sobre la mesa, ya había recuperado el control.

–He hecho la cena. ¿Un consejo? Encarga comida para llevar.

–Huele… interesante –Brenna se levantó y se acercó al fuego–. ¿Qué es?

–Mejicano, aunque es un desastre. Lleva judías, chile y alguna otra cosa. Alguna otra cosa que he quemado. Échale la culpa a Jackson. Me ha distraído. Ha llamado en la parte más complicada, cuando estaba friendo.

Ella apoyó la cadera contra la encimera.

–¿La parte más complicada? ¿Alguna vez escuchas lo que dices?

Ahora mismo él solo podía oír a su cerebro diciéndole que la besara.

–Jamás me escucho a mí mismo –murmuró– porque tengo unas ideas muy locas.

–Tyler, has rescatado a dos niños y has descendido con uno debajo de cada brazo por una pendiente por la que el noventa por ciento de la población no se atrevería a bajar ni con las manos libres. ¿Y a esto –dijo mirando la comida– lo llamas «difícil»?

–Preferiría esquiar esa pendiente con los ojos vendados antes que hacer la cena.

–Estará buena.

–Aún no la has probado.

–Estás olvidando que yo tampoco soy buena cocinera. Si el modo de conquistar el corazón de un hombre es a través del estómago, estoy condenada. Lo que sea que hayas hecho será mejor que lo que suelo comer.

¿Le interesaba el corazón de un hombre? ¿U otras partes de él?

Tyler agarró su cerveza y le dio un gran trago.

–¿Has hablado con Patrick sobre el incidente con esos niños?

–Sí, pero ya estaba bastante asustado como para que encima yo insistiera en el tema. Gracias por ayudar. Quise darte las gracias ayer, justo después de aquello, pero te marchaste corriendo y luego apenas nos vimos en todo el día.

Él se había esforzado especialmente en asegurarse de que no se vieran.

–De nada.

–Escucha, sobre lo de la otra noche y las cosas que dije…

–Olvídalo –Tyler levantó la mirada aliviado cuando Jess entró en la cocina–. Hola, cielo. Llegas tarde. ¿Iba con retraso el autobús?

–Sí –sin mirarlo, Jess fue directa a la nevera.

Tyler estaba a punto de hacer un comentario sobre los adolescentes poco comunicativos cuando se fijó en sus zapatos.

–¿Qué te ha pasado?

–No me ha pasado nada.

Por un momento él se olvidó de Brenna.

–Estás calada. ¿Te has caído en una zanja o algo?

–Ahí fuera el suelo resbala mucho. Espero que mañana nieve otra vez –se sirvió leche en un vaso, pero la mano le temblaba tanto que se le derramó en el suelo–. Me he roto la cazadora. Me pagaré una nueva. Lo siento.

–No tienes que pagar nada. ¿Desde cuándo te pagas tu ropa?

–Mamá me hacía pagar la ropa que estropeaba –se bebió el vaso y lo rellenó–. Me decía que si la pagaba, aprendería a cuidar más mis cosas.

Tyler la miró.

–Sí, bueno, los accidentes ocurren, y no espero que pagues por ello. Pero me gustaría saber cómo se te ha roto –había algo en su actitud, en el modo en que estaba evitando mirarlo, que le decía que había algo más que no le estaba contando–. ¿Te has…?

–¡Papá! Deja de hacer preguntas. Soy una patosa, eso es todo –furiosa, cerró la nevera de un golpe y arrugó la nariz–. ¿Qué huele tan mal?

–Eso que huele tan mal es lo que sucede cuando me dejas cocinar –decidiendo que para tratar con una adolescente se requerían las habilidades de un experto en desactivación de bombas, dejó el tema–. Cuando tengas hambre, cenamos.

–Creo que ya no tengo hambre –dijo Jess acercándose y mirando dentro de la cacerola con cautela–. ¿Lo has probado?

–¿Por qué iba a querer probarlo? Lo he hecho yo. El resto te toca a ti –soltó la cuchara, fue a la mesa y se sentó en una silla. Estaba a punto de poner los pies encima cuando vio a Jess.

–Tú siéntate también, Brenna –dijo llevando a Brenna a la mesa–. Pero no en este lado porque voy a estar cocinando y moviéndome por aquí. Ve a sentarte al lado de papá. Yo terminaré la cena.

Él no quería que Brenna se sentara a su lado.

No la quería tener cerca, pero, al parecer, Brenna no se percató de esa descarada manipulación adolescente porque hizo lo que Jess le indicó.

–Bueno, ¿qué tal el cole, Jess?

Tyler se preguntó si ella tendría más éxito que él, pero todo apuntaba a que Jess no tenía ganas de compartir los detalles de su día con nadie.

–No he ido a esquiar. No hace falta decir más –respondió Jess metiendo la cuchara en la cacerola. Probó el contenido con cuidado y tosió a la vez que los ojos se le llenaban de lágrimas–. ¡Papá! ¿Cuánto chile le has puesto a esto?

–He perdido la cuenta. Échale la culpa a tu tío Jackson. Me estaba hablando.

–No es buena idea perder la cuenta con el chile –bebió agua como si llevara un mes perdida en el desierto, y Luna se acurrucó a su pierna con la esperanza de comer algo–. No querrías comer esto, hacedme caso. Te destrozaría ese cerebro perruno que tienes.

Rebuscó entre los armarios, sacó más tomates y puré de tomate concentrado y fue añadiendo y saboreando al mismo tiempo.

–Ty, se ha comido tu comida y sigue viva –dijo Brenna alargando la mano hacia el zumo que se había servido–. Es un milagro.

El milagro era que él estuviera logrando mantener las manos lejos de ella.

Desde donde se encontraba, recibía una visión directa de su parte de arriba y mantuvo la mirada clavada en el valle que se formaba entre sus suaves pechos. Vio una piel cremosa, un toque de encaje y después ya perdió la concentración.

No respiró, no se movió, y cuando ella se sentó, tomó aire sintiéndose como si un objeto pesado le hubiera golpeado la entrepierna.

Gracias a Jess, la tenía sentada tan cerca que podía ver los destellos verdes de sus ojos y las pecas que le salpicaban la nariz. Podía percibir ese sutil aroma que le hacía pensar en los largos y lentos días de verano.

Y no podía pensar en otra cosa que no fuera sexo.

¿Por qué?

¿Qué demonios le pasaba? ¿Sería el recuerdo de las cosas que ella había dicho bajo la influencia del tequila o sería simplemente que sentía celos de Josh?

Apartó la silla con un movimiento involuntario diseñado para poner distancia entre los dos. Desviando la mirada de sus hombros y de la suave piel de sus brazos, agarró la cerveza.

Frente a ellos, Jess servía la cena en unos cuencos.

–He hecho lo que he podido, pero probablemente os hará sudar.

Él no podía sudar más de lo que ya lo estaba haciendo.

Era por tener a Brenna viviendo allí. Delante de sus narices. Moviéndose por la casa descalza y ataviada únicamente con una camiseta de tirantes y unos pantalones ceñidos de yoga.

«Y hablando de sexo».

Hundió el tenedor en la comida y se sorprendió por lo bien que sabía.

–Eres un genio, Jess.

La expresión hosca y malhumorada de su hija se desvaneció y quedó reemplazada por una sonrisa.

–Lo has hecho tú. Yo lo único que he hecho ha sido arreglarlo un poco –lo miró y sonrió–. Bueno, vale, lo he arreglado mucho.

Por fin habían superado el momento de la cena, aunque él no había prestado mucha atención a lo que habían estado hablando.

Brenna tuvo la sensatez de no volver a mencionar nada del colegio y la conversación se había centrado en el esquí. Aun así, él no había podido dejar de pensar en sexo.

Comió rápidamente, decidió no servirse un segundo plato y recogió su plato de la mesa.

–Disculpadme, chicas, tengo que ir a darme una ducha fría –se levantó y se golpeó contra la mesa en un intento de no mirar a Brenna.

–¿Ahora? –Jess tenía la misma expresión que habría tenido si su padre le hubiera dicho que se había apuntado a clases de ballet.

–Sí, ahora. Cocinando se suda mucho.

–Brenna y yo vamos a ver esquí por la tele. ¿Lo ves con nosotras?

–Lo siento, cielo, esta noche no –ni siquiera la culpabilidad fue suficiente para obligarlo a dar una respuesta distinta–. Tengo que ayudar al tío Jackson con esa motonieve.

Jess recogió los cuencos.

–¿Después de la ducha?

Él abrió la boca, pero fue incapaz de pensar en una explicación lógica, básicamente porque no tenía ninguna. La lógica había desaparecido de allí, al igual que el autocontrol.

–No sabía que un hombre no pudiera decidir cuándo darse una ducha en su propia casa. Gracias por rescatar la cena. Luego os veo.

Al final renunció a la ducha fría a cambio de salir de la casa lo antes posible. Agarró la cazadora, silbó a Ash y salió al frío de la calle.

Recorrió caminos cubiertos de nieve en dirección al granero donde guardaban las motonieves y el resto de equipo de exterior.

Jackson estaba tendido boca arriba hurgando en la motonieve y empleando palabras que habrían hecho que su abuela torciera el gesto. Unas palabras que fueron a peor cuando Ash pegó un saltó y aterrizó encima de él.

–Creía que estabas adiestrando a este estúpido perro.

–Es un trabajo en progreso –respondió Tyler junto a la motonieve–. Hasta el momento no ha habido muchos progresos.

–Me lo creo –contestó Jackson acariciando al perro antes de levantarse–. ¿Qué tal la cena?

–He empezado a prepararla yo, así que eso te puede dar una pista. Por suerte, ha llegado Jess y ha rescatado la comida.

–Eso explica que estés vivo. Entonces, si no has venido para decirme que te has envenenado y que solo te queda una hora de vida, ¿qué estás haciendo aquí? –Jackson probó la motonieve–. Esta máquina está muerta. He cambiado las clavijas, pero estaban llenas de combustible cuando las he sacado.

–Bueno, al menos sabes que les entra combustible, así que ese no es el problema. Tiene pinta de que las agujas de las válvulas de entrada están pegadas al carburador –dijo Tyler quitándose los guantes y agachándose junto a su hermano.

Durante la siguiente hora trabajaron juntos con la motonieve, y entonces Kayla entró con dos tazas de café. Maple, su caniche miniatura, la seguía.

–He pensado que… ¡Ah, hola, Tyler! No sabía que estabas aquí.

Ash vio a Maple y echó a correr hacia ella.

–¡Siéntate! –dijo Tyler, y Ash se detuvo en seco, vaciló, y volvió a saltar, pero ese breve retraso le había dado a Kayla la oportunidad de dejar las tazas en el suelo y levantar a Maple en brazos.

–¡Controla a ese animal!

–Lo creas o no, ahora mismo está controlado –dijo Tyler levantándose y sentándolo en el suelo–. «Siéntate» significa que tengas el culo pegado al suelo.

Ash sacudió la cola con la mirada clavada en Maple.

–El perro quiere jugar –Jackson se levantó y se limpió las manos con un trapo–. No le va a hacer daño.

–A lo mejor no intencionadamente, ¡pero Ash jugando puede terminar con Maple! –Kayla sujetaba a la perrita, pero Maple se revolvía–. ¿Es que tienes ganas de morir? Os he traído café, pero casi todo está en el suelo ahora.

–Eso veo –Jackson se inclinó y la besó lentamente, tomándose su tiempo.

Ash gimoteó.

–Tápate los ojos, colega –murmuró Tyler–, esto es solo el principio.

Kayla apartó a Jackson con delicadeza.

–¿Qué tal es tener a Brenna viviendo en casa?

«Difícil».

Y era ella la que lo había puesto en esa situación.

Sabiéndolo, le dio la respuesta que sabía que a Kayla no le gustaría oír.

–Apenas nos vemos.

Como era de esperar, a Kayla le cambió la cara.

–¿En serio?

–Hemos estado cada uno haciendo nuestras cosas. Me preocupaba un poco que se pudiera sentir sola, así que me alegro de que esté saliendo con Josh.

–¿Saliendo con Josh? –la expresión de consternación de Kayla dejó claro que no lo sabía–. ¿Desde cuándo está saliendo con Josh?

–¿Y cómo quieres que lo sepa? Su vida amorosa es asunto suyo –respondió mirándola fijamente, y ella se sonrojó.

–Tyler…

–Los dos somos amigos desde hace mucho tiempo. Josh es un buen tipo. Me alegro por ella –no se alegraba nada. Y quería cargarse a Josh–. Bueno, esto ya está arreglado, así que debería volver a casa.

Recogió sus guantes, silbó a Ash y se marchó dejando a Kayla preocupada.