Capítulo 14

 

Nevó profusamente durante la noche y, tal como se había creído, los colegios volvían a estar cerrados.

–¡Hoy no hay clase! ¡Toma! Qué pasada. Espero que siga nevando cada día hasta que cumpla los dieciocho –Jess iba bailando por la casa y Ash y Luna saltaban tras ella contagiados por su emoción–. ¿Podemos ir al bosque a elegir el árbol de Navidad, papá?

Tyler, agotado después de una noche de sexo ininterrumpido con Brenna, intentó mostrar algo de energía.

–Claro, pero primero necesito un café.

Jess lo miró con cierto recelo.

–Tú no bebes café.

–Bueno, pues hoy sí que voy a beber –preguntándose cómo iba a conseguir comportarse con normalidad, asomó la cabeza dentro de la nevera y se quedó ahí mientras Brenna entraba en la cocina.

Habían acordado que por el momento seguirían siendo discretos cuando Jess estuviera delante, así que mantendrían las distancias cuando la niña no estuviera con su abuela.

–Hola, Jess –la voz de Brenna sonó cálida y suave y él cerró los ojos preguntándose si debería echarse hielo por dentro de los pantalones.

–Hoy vamos a elegir un árbol de Navidad. ¡Por fin! –Jess agarró la caja de cereales y se sirvió un cuenco echando la mitad encima de la mesa–. Y después vamos a ir a esquiar. Y a lo mejor a hacer compras de Navidad. Papá, ¿has comprado ya algo para la abuela?

Decidiendo que la congelación sería un añadido a sus problemas más que una solución, Tyler sacó la cabeza de la nevera.

–Aún no. No he comprado nada para nadie.

–¡Hombres! –suspiró Jess.

–¿Cómo dices? –Tyler dejó el cartón de leche sobre la mesa–. No hagas comentarios sexistas.

–¡Pues entonces no te comportes con esa actitud tan estereotípica!

Tyler estaba a punto de responder cuando Brenna se sentó frente a Jess. Llevaba un forro polar fino y el pelo suelto cayéndole sobre los hombros, tan brillante. Con las mejillas sonrojadas, le robó una mirada y le lanzó una diminuta sonrisa dirigida exclusivamente a él.

Si Jess no hubiera estado sentada ahí, Tyler habría desechado la idea del desayuno y habría usado la mesa de la cocina para otro propósito.

–¿Café? –pronunció la palabra aunque lo que de verdad habría querido hacer con esos labios era otra cosa distinta a hablar. La vio sonrojarse de nuevo.

–Sí, por favor –respondió ella con voz baja y Tyler le miró la boca recordando todo lo que se habían hecho.

–Vamos a por el árbol de Navidad –dijo con la voz estrangulada–. Hoy hace mucho frío –y eso era lo que necesitaba.

 

 

¿Era posible tener pensamientos ardientes cuando estaba helando?

Resultó que sí, sobre todo cuando la razón de esos pensamientos se encontraba en una motonieve delante de él.

Ahí fuera, en el bosque nevado, Brenna se sentía como pez en el agua.

Conducía su motonieve deprisa y él la seguía, sintiendo a Jess riéndose tras él, rodeándolo por la cintura, aferrándose con fuerza a la vez que lo instaba a ir a más velocidad para alcanzarla.

Atravesaron los bosques de abetos nevados siguiendo el sendero que se extendía desde Snow Crystal hasta las profundidades del bosque. Una vez estuvieron lejos del complejo, Tyler aumentó la velocidad mientras Jess, claramente disfrutando del momento, lo animaba a continuar.

Bajo su casco, él sonrió recordando la primera vez que había hecho eso con su padre. Tenía cuatro años y había sentido una alegría y una emoción inmensas. Enseguida se había convertido en su segunda experiencia favorita después de esquiar, y después de aquello había pasado varios inviernos haciendo carreras con sus hermanos por los caminos.

Podrían haber encontrado bastantes árboles aceptables más cerca del complejo, pero Brenna había insistido en aprovechar la nieve y el luminoso día y así había conducido diestramente por los senderos hasta llegar a la chocolatería.

–¡Me encanta este lugar! Ha sigo una idea guay venir aquí –Jess saltó de la motonieve de Tyler y avanzó sobre la crujiente y densa nieve hasta llegar a Brenna–. A la vuelta voy contigo. Papá va demasiado lento.

–Sí, así conduzco cuando voy lento –Tyler estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener las manos alejadas de Brenna. ¿Cómo había aguantado tanto sin besarla? Ahora que había descubierto cómo sabía, cómo era esa boca, quería pasar cada minuto del día besándola.

Inquieto por ese pensamiento, bajó de la motonieve y se quitó el casco.

Cuando se trataba de relaciones, él pensaba en términos de un día. O mejor dicho, de una noche.

–Gofres y chocolate caliente –propuso Brenna, y Jess y ella discutieron sobre las distintas opciones mientras cruzaban la nieve hacia la cabaña. Salía humo de la chimenea y fuera había mesas colocadas estratégicamente para aprovechar el débil sol de invierno y la belleza del bosque.

–Parece que estamos en Narnia –dijo Jess con tono alegre quitándose los guantes y dejándolos sobre la mesa–. ¿Me puedo tomar uno con todo, por favor? Con nata, malvaviscos, pepitas de chocolate…

–¿Seguro que eso es suficiente? –preguntó Tyler–. ¿Brenna? ¿Tú quieres nata? –la miró intentando ser breve, pero no lo logró. Su mirada se quedó enganchada a la de ella. Vio un rubor extenderse por sus mejillas y supo que ella no estaba pensando precisamente en chocolate caliente.

–Me parece bien –Brenna agachó la cabeza y él se preguntó si alguien se extrañaría si se desnudaba y se ponía a rodar sobre la nieve.

–Vale –se aclaró la voz–. Pues voy a comprarlos.

Cuando Tyler volvió con tres tazas de chocolate caliente, ya se sentía bajo control. Las dejó en la mesa. Jess agarró la suya y metió la cuchara en la nata.

–Bueno, ¿vais a seguir así de raros todas las Navidades o es algo puntual?

–¿Raros? –Tyler eligió la silla que estaba más alejada de Brenna–. ¿«Raros» en qué sentido? Ni siquiera he mirado a Brenna.

–Eso es. Normalmente habláis de todo, pero hoy estáis como nerviosos. ¿Es que habéis discutido o algo así?

–¡No! –Brenna se sacó del bolsillo su gorro azul favorito y se lo puso–. Claro que no. No pasa nada. Te lo estás imaginando.

Jess estrechó la mirada y después sonrió.

–Ah, vale, ya lo entiendo. ¡Guau!

Tyler apretó los labios.

–¿Qué entiendes?

–Los dos –sopló el chocolate con gesto de petulancia–. No os preocupéis por mí. Sé que estáis deseando besaros, y por mí perfecto.

–Jess…

–Papá, no soy estúpida –dio un sorbo de chocolate–. Y para que quede claro, estoy totalmente de acuerdo con esto.

Tyler tomó aire profundamente.

–Cielo…

–No tienes que explicarme nada –contestó Jess con tono amable–. Me parece bien todo esto, así que no tenéis que conteneros delante de mí. Voy a cerrar los ojos, a pensar en el árbol que quiero y a dejar que los dos hagáis eso que os estáis aguantando.

Tyler miró a Brenna.

Ella parecía muerta de vergüenza, sobre todo cuando giró la cabeza y vio a Jess escribiendo un mensaje por debajo de la mesa.

–¿Qué haces, cielo?

–Estoy escribiendo a la abuela para darle la buena noticia.

Tyler maldijo para sí.

–Jess, no hay ninguna buena noticia.

–Créeme, que los dos por fin os hayáis juntado es una buena noticia para todos. Me preocupaba que esto pudiera terminar como Romeo y Julieta y eso sí que no habrían sido buenas noticias –pulsó el botón de Enviar y se terminó el chocolate–. Bueno. Vamos a elegir el árbol de Navidad.

 

 

Brenna sacó otro adorno de la caja y se lo pasó a Jess, que lo colgó en el árbol que habían traído del bosque. La niña hablaba sin parar sobre esquiar, y Tyler respondía cada pregunta pacientemente.

Brenna se preguntó cómo le podía haber preocupado ser buen padre y observó cómo se alzó para colgar un adorno en una rama que estaba demasiado alta para su hija.

–Diría que ya hemos terminado. Si colgamos más adornos, no se verá nada de árbol –dijo él retrocediendo–. Enciende las luces, Jess.

Jess se metió detrás del árbol y Ash fue tras ella sacudiendo la cola y golpeando a su paso las ramas más bajas.

Tyler lo apartó y Jess encendió las luces.

Brenna se sentó en el sofá y la niña fue a sentarse a su lado.

–¡Vaya! ¿Qué te parece, Brenna?

–Es un árbol fantástico. Es precioso.

Podría haberle resultado una situación complicada, pero no lo fue. No resultó incómoda porque ya quería a Jess y, aunque nada hubiera pasado con Tyler, la seguiría queriendo de todos modos.

–¿Podemos ver vídeos de esquí juntos? ¿Los tres?

Sabiendo lo difícil que sería para Tyler, Brenna se levantó.

–¿Por qué no vamos tú y yo mientras tu padre recoge todo esto? Prepararé unos refrescos y unos nachos.

Vio decepción en la mirada de Jess, pero entraron juntas en el estudio y ella eligió un DVD.

Estaban sentadas la una junto a la otra en el sofá, con Ash y Luna en el suelo, cuando Tyler entró.

Le pasó a Brenna una botella de cerveza y se sentó a su lado. Ahora los tres estaban sentados juntos en el sofá.

Jess miró primero a Brenna y después a su padre.

–¿Vas a verlo con nosotras?

–Si quieres que te entrene, esta es una parte importante del aprendizaje –respondió Tyler estirando las piernas y llevándose la cerveza a los labios–. Vamos. Dadle al Play.

Rozó el muslo de Brenna con el suyo y ella sintió la respuesta instantánea de su cuerpo.

Podría haber sido un roce accidental de no ser porque la presión continuó y ella supo que ambos estaban pendientes el uno del otro.

Tyler miraba fijamente a la pantalla.

–Fíjate en cómo hace la transición… –le quitó el mando a Jess, detuvo la imagen y rebobinó–. ¿Lo has visto? El final de ese giro se mezcla con el principio del siguiente. Está abriendo un arco más estrecho y ganando segundos así –se lo explicó, analizando cada giro, cada movimiento, y Jess escuchó con atención, haciéndole interminables preguntas sobre técnicas y su experiencia en competición.

Llevaban aproximadamente una hora viendo el DVD cuando a Jess le sonó el teléfono.

Lo sacó del bolsillo.

–Es mamá. Hace semanas que no me llama.

Brenna sintió la tensión recorrer a Tyler.

–Será mejor que respondas –su voz sonó calmada–. No tengas prisa.

Jess miró el teléfono, la pantalla y a su padre.

–¿No te irás a ninguna parte?

–No. Estaré aquí mismo cuando termines de hablar.

Reconfortada, Jess salió de la habitación y Tyler se recostó en el sofá y cerró los ojos.

–Esa mujer es como una nube negra esperando a arruinar un día soleado.

Brenna se acurrucó a su lado y apoyó la cabeza en su hombro. Él la rodeó con el brazo y la acercó a sí. Se quedaron así sentados un momento, mirando la imagen congelada en la pantalla.

–Estás sufriendo.

–Solo por Jess –su voz sonó profunda y áspera–. Es la primera vez que Janet ha levantado el teléfono en casi un mes.

–¿Crees que ella se siente mal? A mí me parece que está bastante tranquila.

–Creo que lo que la desestabiliza es que su madre la llame –Tyler la acercó más y le besó la cabeza–. Sobre esta noche…

–No podemos. No estaría bien con Jess en casa.

Tyler dijo algo que habría hecho que su abuela lo mirara mal.

–Me temía que dirías eso. Puede que tenga que ponerme a rodar desnudo sobre la nieve.

Ella se rio.

–¿Por qué has decidido venir a ver los vídeos de esquí?

–No podría haber soportado la mirada de decepción en su cara si le hubiera dicho que no vendría –vaciló–. Y he decidido que ya era hora de hacerlo. Si voy a entrenarla, tengo que hacerlo bien –miró la pantalla y Brenna deslizó una mano sobre su muslo.

–¿Es duro?

Él giró la cabeza con un pícaro brillo en la mirada.

–Oh, sí… –le llevó la mano más arriba y ella sintió el grosor de su erección ejerciendo presión contra la tela de los vaqueros.

–¡No me refería a eso!

–Ya lo sé, pero me ha parecido que debías saberlo de todos modos –apoyó la frente contra la suya riéndose–. Me encanta que seas tan tímida.

–¡No soy tímida! Solo me avergüenzo con facilidad –habló con la boca muy cerca de la suya–. Y además, no estoy acostumbrada a estar así contigo.

–Te acostumbrarás –le respondió Tyler lanzándole una mirada cargada de seriedad.

¿Lo haría? ¿O eso que tenían ahora llegaría a su fin antes de siquiera haber comenzado? Incluso en los momentos más intensos y ardientes de su relación, él había tomado la precaución de no decir las palabras que ella quería oír.

–¿Te ha resultado difícil ver los vídeos?

Tyler bajó la cabeza y la besó lentamente, tomándose su tiempo. Después se apartó.

–No tanto como me esperaba. Tal vez porque lo estoy viendo con un propósito en concreto. Para ayudar a Jess.

–Creo que tiene lo necesario para triunfar en esto, Tyler.

–Yo también lo creo.

En ese momento Jess entró en la sala, y él se apartó y Brenna saltó al otro lado del sofá.

–¿Va todo bien?

–Creo que sí. He podido hablar con Carly, aunque no es que ella pueda decir mucho. Casi todo han sido balbuceos y sonidos de bebé. Después ha sido todo un poco incómodo porque como mamá nunca quiere hablar de esquí, porque lo odia, ha estado preguntándome por el instituto, y eso lo odio yo. Le he dicho que Brenna está viviendo aquí. ¡Ah! Por cierto… –los miró a los dos–, no tenéis que dejar de achucharos solo porque entre en la habitación.

Tyler agarró su cerveza, relajado, pero Brenna tenía el corazón acelerado.

Se obligó a lanzar la pregunta.

–¿Qué te ha dicho tu madre cuando le has dicho que estoy viviendo aquí?

–Nada –respondió Jess encogiéndose de hombros, y lo mismo hizo Tyler.

–No te preocupes –añadió él–. Estaba deseando alejarse de mí, así que más que envidiarte, sentirá compasión por ti. Siéntate, Jess. Vamos a ver más vídeos.

Pero Brenna ya no podía concentrarse.

¿Cómo iba a hacerlo cuando sabía algo que ellos desconocían?

Por primera vez en su vida se preguntó si se habría equivocado al no decirle a Tyler la verdad sobre su relación con Janet.

Sabía cuánto la odiaba esa mujer. ¿Habrían hecho disminuir los años ese rencor que Janet sentía hacia ella?

Si no, se avecinaban problemas.

 

 

Unos días más tarde, Tyler se encontraba encerando sus esquís e intentando no pensar en aquellos tiempos en los que había tenido a todo un equipo para hacerlo.

Levantó el teléfono y llamó a la empresa de esquí que lo patrocinaba, les habló sobre los nuevos proyectos y encargó dos pares nuevos de esquís para Jess.

Con eso ya podía tachar de la lista un regalo de Navidad.

Por desgracia, aún quedaba mucho por comprar, incluyendo lo más importante de todo.

–Tengo que pedirte un favor –dijo Jackson al entrar al granero y ver cómo Tyler terminaba con el esquí–. ¿Podrías llevar luego al bosque a un grupo pequeño? Están dispuestos a pagar una cantidad extra por pisar nieve virgen.

Sin dejar de pensar en Brenna, Tyler asintió.

–¿A qué hora?

Jackson lo miró.

–¿Ya está? ¿Eso es todo lo que vas a decirme?

–¿Qué más quieres que te diga? –sabía que ella no era una persona materialista. No era dada a llenar su vida con objetos, así que no apreciaría un regalo que terminara acumulando polvo.

–Normalmente dices que no, y después, cuando te presiono un poco, pones mala cara y me preguntas qué tal esquían los clientes en cuestión.

–Doy por hecho que eso ya lo has comprobado –tal vez podría comprarle un equipo de esquí, aunque ya tenía todo lo que necesitaba.

–¿Estás enfermo? –Jackson se movió a su alrededor para mirarlo desde todos los ángulos–. ¿Drogado? ¿Te has caído y te has dado un golpe en la cabeza? ¿Qué demonios te pasa?

–Ya te he dicho que me llevaré a tus esquiadores. ¿Por qué eso tiene que significar que me pasa algo?

–Porque normalmente no eres tan flexible.

Tyler intentó dejar de pensar en Brenna.

–Ya me he dado por vencido.

–Esta mañana he visto a Jess con Brenna en la montaña. Tiene mucho talento.

–Es innato –Tyler se limpió las manos–. Voy a entrenarla.

Jackson se apoyó en el banco.

–Me alegra oírlo.

–Es buena, y nunca se queja ni gimotea. Si se cae, se levanta. Disfruto mucho viéndola mejorar –levantó el esquí sintiendo el peso en su mano.

Jackson alargó la mano y deslizó un dedo por el canto.

–Va a necesitar unos esquís mejores.

–Ya lo tengo pensado para Navidad –agarró su cazadora–. Es mejor que comprar muñecas y cosas rosas de peluche. Lo de comprar algo para Brenna lo veo más complicado.

–¿Vas a comprarle un regalo a Brenna?

–Va a pasar la Navidad con nosotros y Jess no quiere que se levante la mañana de Navidad sin nada para ella debajo del árbol.

–Claro –Jackson lo miraba fijamente–. ¿Entonces va bien?

–¿Qué?

Jackson enarcó una ceja.

–Tu relación con Brenna. Estás más relajado. Más sosegado. No vas por ahí contestando y hablando mal a la gente. Dices que sí a cosas a las que normalmente dirías que no o por las que te tirarías discutiendo una hora.

–¿Tan malo soy?

–A veces, sobre todo durante la Copa del Mundo, pero es complicado para ti. Todos lo sabemos –lo miró expectante–. ¿Y bien?

–Y nada –soltó el esquí y decidió que no le haría ningún daño ser sincero–. Lo estoy llevando paso a paso, día a día. Intentando no estropearlo.

–¿Día a día? Vaya. Eso en tu caso ya es como una relación larga.

Tyler no picó el anzuelo.

–En lugar de disfrutar con mi dolor, podrías darme algún consejo.

–¿Me estás pidiendo consejo? –Jackson sonrió–. Esto es una novedad. Dame un momento para saborear la experiencia.

–Podrías ofrecerme algo de tu sabiduría en lugar de regocijarte.

–Podría, pero ¿entonces dónde estaría la gracia?

–Necesito ayuda para no estropearlo todo.

–¿Y por qué ibas a estropearlo todo?

–Porque lo he hecho las demás veces.

–No vas a estropear nada. Si lo haces, Sean y yo te mataremos, lenta y dolorosamente.

Tyler lo vio marcharse envidiando su serena estabilidad y el hecho de que supiera lo que quería.

Sabía que Brenna lo quería y el peso de esa responsabilidad resultaba aterrador. Lo asustaba más que cualquier pendiente vertical a la que se hubiera enfrentado en un circuito de descensos.

Si esa relación salía mal le haría mucho daño a Brenna, ¿pero qué experiencia tenía él en hacer las cosas bien?

Ninguna.

Terminó con los esquís, se llevó a un grupo de universitarios adinerados a esquiar sobre nieve polvo y después volvió a la casa. Brenna le había escrito un mensaje diciéndole que tenía pensado pasar por casa durante una hora a mitad del día y había decidido sorprenderla.

Como tenía tiempo de sobra, abrió el portátil de Jess, que estaba en la mesa de la cocina, y empezó a buscar regalos.

¿Qué le gustaba a Brenna?

Con ahínco miró fotos de jerseys, botas, libros, algunos DVD, aunque nada le llamó la atención. Después pasó a las joyas, pero no se podía imaginar a Brenna dándole mucho uso a unos pendientes de diamantes mientras esquiaba.

Podía comprarle unos esquís, pero ya tenía varios pares además de varias tablas de snowboard.

Apartó el portátil y se recostó en la silla. Era un inútil para esas cosas. No es que no supiera qué le gustaba, porque sí que lo sabía, pero nada de lo que a Brenna le gustaba se podía envolver y meter debajo de un árbol de Navidad.

¿Otro gorro?

No, porque le encantaba el azul. Y a él le encantaba cómo le quedaba el azul.

Estaba a punto de llamar a su madre y preguntarle si se le ocurría algo cuando oyó el timbre.

Dando por hecho que Brenna había olvidado las llaves, fue a la puerta y abrió con una sonrisa en la cara.

–Se me ha ocurrido darte una sorpresa… –las palabras se le perdieron en la boca junto con la sonrisa en cuanto vio quién estaba en la puerta.

–Pues tiene gracia –respondió Janet con tono tranquilo–, porque pensaba que sería yo la que te iba a sorprender a ti.

Tyler agarró con fuerza el picaporte; los nudillos se le pusieron blancos y se sintió golpeado por distintas emociones.

–¿Qué cojones haces aquí? –no la veía desde el verano, desde una de las raras ocasiones en que había ido a ver a Jess.

–Agradable recibimiento para la madre de tu hija –Janet miró hacia dentro de la casa–. ¿Está aquí?

–No. Está esquiando.

–Claro, ¡cómo no! Qué pregunta tan tonta dado que lleva tus genes y que le has lavado el cerebro –se encogió de hombros–. Pues pasaré a esperar dentro.

–¿Esperar qué? ¿Qué haces aquí?

–He venido a ver a mi hija.

–¿La misma hija a la que echaste de casa el invierno pasado? –bramó–. ¿La misma de la que te has olvidado durante la mayor parte del año?

–Yo no la eché. Estaba pasando por una etapa difícil –desvió la mirada–. Era complicado manejarla.

–Razón de más para tenerla cerca de ti.

–No me juzgues, Tyler, cuando no me ayudaste a criarla.

–Eso fue elección tuya, no mía. Y ya nos hemos dicho todo lo que nos teníamos que decir sobre ese tema.

–Ha estado viviendo contigo un año y de pronto te has convertido en un experto en asuntos paternales? ¿Desde cuándo sabes qué necesita un hijo?

–No soy ningún experto… –tenía la boca seca, como si hubiera tragado arena–, pero sé que a los hijos hay que darles estabilidad, que necesitan tener siempre a su lado a alguien en quien se puedan apoyar.

–¿Cuándo has estado tú siempre al lado de alguien? Dudo que sepas deletrear la palabra «compromiso», y mucho menos ponerla en práctica.

–Estoy a su lado. La habría tenido a mi lado desde el principio. Eso era lo que yo quería.

–Deja de engañarte, Tyler –la sonrisa desapareció–. Viajabas por todo el mundo con el equipo de esquí, para ti todo era diversión. ¿Crees que no veía las portadas de los periódicos? No eras capaz de aguantar con la bragueta subida ni cinco minutos. Si hubieras tenido a Jess, ¿en serio habrías estado preparado para renunciar a todo eso? A lo mejor debería haberlo hecho. A lo mejor debería habértela dado. Ese habría sido un mejor castigo que alejarla de ti.

–¿Castigo? –cinco minutos con Janet y se sentía como si quisiera quitársela de encima lo antes posible. Siempre pasaba lo mismo.

–¡Me dejaste embarazada, Tyler! ¿Sabes lo que supuso eso para mi vida? ¡Yo también tenía planes! ¡Cosas que quería hacer!

–¿Te quedaste con Jess para castigarme? ¿Qué clase de plan retorcido y enfermizo fue ese?

–Debería haber dejado que te la quedaras para ver cómo te las apañabas intentando conciliar el cuidado de una hija pequeña con tu vida sexual. Piensa en ello. Un bebé llorando, nada de dormir y sin nadie para ayudarte. Así era mi vida.

–¿Y su vida? ¿Pensaste en eso?

–Me la quedé. Le di un hogar. Y constantemente tenía que leer artículos sobre cómo te ibas de fiesta. ¿Cuatro mujeres en un jacuzzi?

Él no se molestó en decirle que aquella historia en particular no era cierta porque estaba demasiado ocupado recordando lo insegura que se había sentido Jess al llegar allí.

–Cree que arruinó tu vida. Cree que la culpas.

–Tiene razón al pensar que tenerla me arruinó la vida, pero se equivoca al pensar que la culpo. No lo hago. Me culpo a mí misma –lo miró a los ojos–. Deberías haberte puesto un preservativo.

–Y tú no deberías haber entrado desnuda en el granero.

Janet sonrió.

–Nunca quisiste responsabilizarte de nada, ¿verdad?

–Me responsabilicé de Jess –bramó–, y en cuanto a lo otro… Tú podrías haberme dado un preservativo.

–Pues estamos en paz, los dos tenemos la misma culpa. No hay diferencia entre nosotros.

–La diferencia es que yo veo a Jess como lo mejor que me ha pasado, y tú la ves como una penitencia que has de pagar de por vida por un error de juventud.

–Sí, así es. Quise abortar, pero mis padres me lo impidieron. ¿Lo sabías?

–No –Tyler se quedó impactado y comenzó a temblar–. No lo sabía.

–No sé con quién estaban más furiosos, si contigo o conmigo. Nosotros nunca estuvimos tan unidos, no del modo en que tú lo estabas con tus padres, pero aquello por lo que los hicimos pasar acabó con toda posibilidad de tener una buena relación con ellos.

Tyler no señaló que él había hecho pasar a sus padres por lo mismo, y tampoco le dijo que no había habido ni un solo día en que hubiera tenido motivos para dudar de su amor o apoyo.

Por primera vez en su vida vio lo sola que se debió de haber sentido Janet y sintió cierta lástima por ella.

–¿Ahora te has alojado con ellos?

–Me alojo en el pueblo. Pero ya basta de hablar de los viejos tiempos. Lo que me interesa es el futuro. Ambos somos padres de Jess y quiero hablar de ella, ¿así que puedo pasar?

Tyler vaciló. Le gustara o no, era la madre de Jess.

–Si haces que se disguste, me aseguraré de que no vuelvas a acercarte a ella.

–Cuando te dije que estaba embarazada no vi esta faceta tuya tan de machote y protectora –pasó a la casa mirando a su alrededor–. Muy bonita. Recuerdo cuando este lugar era un vertedero. Has desarrollado mucho estilo a lo largo de los años.

–Me ofrecí a casarme contigo.

–Eso habría convertido un error en dos. No eres hombre para estar casado, Tyler.

Tyler contuvo su ira.

–Has dicho que querías hablar de Jess.

Janet fue hasta el salón y miró el gran árbol de Navidad.

–Jamás he comprendido por qué la gente de por aquí quiere poner un árbol en su casa. Todo este condenado lugar está rodeado de árboles, es imposible alejarse de ellos. Cuando era pequeña había días en los que no me habría importado no volver a ver un árbol en toda mi vida. ¿Cómo está Brenna? Jess dice que ahora vive con vosotros –su pregunta lo pilló desprevenido.

No confiaba en ella. Janet no era de charlar porque sí; todo lo que decía, lo decía con un propósito.

–Es algo temporal.

–Claro, porque en tu vida nada es permanente, ¿verdad? Aun así, para ella debe de ser como haber muerto y haber subido al cielo. Lleva enamorada de ti desde que era pequeña. Todo el mundo lo sabe –se situó en el centro de la sala y miró por la ventana mientras Tyler intentaba adivinar la verdadera razón por la que estaba allí.

–El complejo tiene ocupación plena y necesitaba un lugar donde quedarse.

–¿Y no hay otros cientos de opciones? –se giró–. Brenna Daniels quiere llevar el apellido O’Neil. Es lo que siempre ha querido. Estaba todo el tiempo con vosotros tres, prácticamente vivía aquí. A tu familia solo le faltó adoptarla.

Tyler recordaba lo que Jess había dicho sobre que Janet sentía celos de los O’Neil, y ahora se preguntaba por qué había tardado tanto en verlo por sí mismo.

–Sus relaciones no son asunto tuyo.

–Puede que lo sean si afectan a Jess. Si Brenna vuelve a estar contigo, eso demuestra que ni se tiene respeto a sí misma, ni tiene agallas –su voz era como veneno cubierto por una fina capa de azúcar–. Ya le rompiste el corazón una vez y aquí la tienes ahora, dejando que se lo vuelvas a hacer.

Por razones de seguridad, Tyler prefirió que el sofá estuviera como parapeto entre los dos.

–Tiene más agallas de las que tú tendrás nunca.

Janet no se movió.

–Si las tuviera, te habría seducido cuando tenía dieciocho años. Habría sido ella la que habría entrado en el granero desnuda, pero no lo hizo. Brenna Daniels no tiene ni idea de cómo seducir a un hombre.

Tyler pensó en esas transparencias negras y en esas largas piernas rodeando su cuerpo.

–Yo no estaría tan seguro de eso.

–Así que te estás acostando con ella.

–Con quién me esté acostando no es asunto tuyo –se preguntó por qué la conversación estaba girando en torno a Brenna cuando ella había dicho que quería hablar de Jess.

–Jamás podrá tener satisfecho a un hombre como tú.

Él bullía de ira.

–Largo de mi casa. Si Jess quiere verte, te lo diré.

–Ella jamás se mantendrá a tu lado porque no está preparada para luchar. Debería haberme abofeteado por haberle quitado lo que tanto quería, pero eso tampoco lo hizo. Nunca me dijo nada. Ni una sola cosa.

–Porque es amable y educada –se agarró al sofá; sintió ganas de vomitar porque de pronto veía la verdad, y la verdad era tan fea que apenas era capaz de mirarla–. Aquel día en el granero… No fue ni por mí ni por ti… Fue por Brenna. No fuiste a buscar algo que querías tú. Fuiste a buscar algo que quería ella.

Si había esperado que se lo negara, se llevó una gran decepción.

–¿Pensabas que fui porque me resultabas irresistible? Sí, eres genial en la cama y muy agradable a la vista, pero como el resto de los O’Neil, solo piensas en esquiar, y precisamente por eso Brenna encajaba a la perfección.

–Estabas celosa –¿cómo era posible que no lo hubiera visto cuando lo había tenido delante de las narices?–. Lo hiciste para hacerle daño porque formaba parte de mi familia. Tenía algo que tú no tenías. Y por eso le rompiste el corazón.

–No –contestó Janet mirándolo directamente–. Eso lo hiciste tú, no yo. Tú le rompiste el corazón, Tyler, y parece que la vas a tener a tu lado para dejar que lo vuelvas a hacer.

Como no se fiaba de sí mismo ni de lo que pudiera llegar a hacer si se movía, cerró los puños y la vio marcharse con la furia retumbándole por los oídos. Janet se marchó, tomándose su tiempo, contoneando las caderas y con una sonrisa en los labios.

Fuera de quien fuera la culpa, estaba claro que ella no se la atribuía.

Algunas piezas del pasado encajaron en su sitio formando una imagen espantosa. Por fin entendía por qué Brenna se había mostrado tan reticente a darle el nombre de la persona que había convertido en un infierno su vida escolar.

Janet Carpenter era la acosadora.

Había hecho todo lo que había podido por hacerla sufrir y él había formado parte de ello sin ser consciente.

Cerró los ojos, pero lo único que veía era a Brenna, pálida y demacrada e intentando superar un día de clase. Por fin tenía un nombre y un rostro para su torturador, pero sabía que fuera cual fuera el dolor que Janet le había causado a Brenna, no era nada comparado con lo que él mismo había hecho.

Ahora sabía que la razón por la que Janet lo había llevado al granero de los Carpenter aquel día no tenía nada que ver ni con química sexual ni con lujuria adolescente. Había querido hacerle daño a Brenna y había empleado el arma que había sabido que le causaría más dolor.

Él.

Esperó a que la puerta se cerrara y llegó al baño a tiempo de vomitar.