Capítulo 15

 

Brenna entró en casa dejando atrás una ráfaga de nieve.

–Ahí fuera está helando –temblando, cerró la puerta con el pie y se quitó el abrigo–. ¿Tyler?

Sabía que Jess seguía en la montaña con el resto del equipo de esquí, así que cuando había visto el coche aparcado fuera se le había iluminado el corazón. Podrían aprovechar un poco de tiempo juntos sin preocuparse por nadie más.

Entró en la cocina, se preparó un café y le dio un sorbo mientras miraba el reflejo del sol sobre los árboles nevados. El lago estaba helado y podía ver a la gente patinando en un extremo.

Al oír el sonido de unas pisadas fuertes y masculinas, se giró con una sonrisa.

–Esperaba que estuvieras aquí. ¿Qué has…? –se detuvo al ver su expresión–. ¿Qué ha pasado? ¿Estás enfermo? ¿Le ha pasado algo a Jess?

–No –se apoyó contra el marco de la puerta como si las piernas por sí solas no pudieran sostenerlo.

–¿Entonces qué? –dejó la taza de café y fue hacia él con una sensación de miedo en el estómago–. ¿Te ha pasado algo? ¿Le ha pasado algo a tu madre? –sabía que solo podría estar así de afectado si algo le había pasado a alguien de su familia–. ¿Le ha pasado algo a tus hermanos?

Él la miró.

–¿Por qué no me lo contaste? Desde el principio deberías habérmelo dicho y nada de esto habría pasado.

Ella se sintió como si un agujero se hubiera abierto bajo sus pies.

–¿Qué debería haberte dicho?

–Que Janet era quien te acosaba. Que fue Janet la que te hizo tan infeliz en el instituto.

¿Lo sabía?

A Brenna le empezaron a temblar las piernas.

–¿Cómo te has enterado?

–Responde a mi pregunta. ¿Por qué no me lo contaste? –hablaba entre dientes–. ¿Por qué?

Nunca lo había visto así. Se apartó de él hasta que sus muslos se toparon con la mesa de la cocina.

–Porque cuando estaba contigo, me olvidaba de todo eso.

–Dejaste que se saliera con la suya y se fuera de rositas.

–No fue así –buscaba las palabras que podrían ayudarla a explicarlo–. Destrozó mi vida escolar, pero no quise que destrozara también nuestra amistad. No quería permitírselo. ¿No lo puedes entender? No quería darle ese poder. Esa parte de mi vida, la mejor parte, era mía, y no quería que ella la tocara.

–Pero lo hizo. Y como yo no tenía ni idea de lo que te estaba haciendo, porque no me habías dado ni la más mínima pista y te negabas a darme un nombre cuando te lo preguntaba, no sospechaba nada. Cuando Janet entró en el granero desnuda aquel día, ni me paré a preguntarme si habría alguna razón a parte de la obvia. No me paré a preguntarme por qué me había elegido.

Tyler sentía un dolor tan intenso que parecía estar levantándole la piel.

–¿Me estás culpando por haberte acostado con ella?

–No. Esa responsabilidad fue toda mía. Pero si hubiera sabido cómo te estaba tratando, jamás habría pasado –estaba pálido–. No tuvo nada que ver conmigo.

–¿Así que ahora tienes el ego dañado?

–Mi ego está muy bien. No se trata de mi ego, se trata de ti y de todas las cosas que no compartiste conmigo. Lo hizo para hacerte daño.

Brenna tragó saliva.

–Sí.

–¿Lo sabías?

–Cuando se enteró de que estaba embarazada, vino a verme –Brenna cerró los ojos recordando cómo su madre la había sacado de la cama y la había obligado a vestirse y a enfrentarse a su acosadora. Cómo le había dado maquillaje para ocultar los estragos de su sufrimiento y había sacado un vestido que le había comprado pero que ella jamás se había puesto. Lo irónico de todo fue que en aquella ocasión Brenna por fin había sido la hija que su madre siempre había querido.

Había bajado las escaleras con piernas temblorosas preguntándose cómo lo iba a hacer y después había sentido a su madre a su lado, había sentido la fuerza que emanaba de su solidaridad femenina.

«Enhorabuena». Esa palabra había salido con dificultad de entre sus labios rígidos, y Janet la había mirado con recelo, como si no tuviera claro si Brenna la estaba felicitando por su bebé o por el hecho de haber ganado la partida.

–¿Por qué fue a verte? –la brusca pregunta de Tyler la devolvió al mundo real.

–Quería asegurarse de que lo sabía. Se disculpó por haberme hecho daño, por el hecho de que tú la hubieras elegido a ella antes que a mí. Y no me sentí muy bien –se sintió destrozada, como si hubiera muerto de sufrimiento mil veces–, pero ella tampoco parecía que estuviera muy bien. y eso me hizo sentir peor porque tenía lo que yo siempre había querido, pero para ella no significaba nada.

Tyler cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz.

–Hoy me ha dicho que había querido abortar, pero que sus padres no se lo permitieron.

A Brenna se le encogió el corazón.

–Cuánto agradezco que no lo llegara a hacer.

Él se acercó a la ventana.

–¿Por qué no me lo contaste tiempo después? Cuando todo explotó, me lo podrías haber dicho.

–¿Para qué? La situación ya resultaba bastante estresante sin que yo me sumara a esa presión. Y la verdad es que tampoco pensé mucho en ti. Estaba destrozada.

Él se giró para mirarla con una expresión cargada de culpa.

–¿Sabes qué es lo más descabellado de todo esto? Sí, todo fue culpa mía, fui un irresponsable y pensé con mi libido y no con mi cerebro, pero si digo que ojalá nunca hubiera pasado, estoy diciendo que deseo que Jess no hubiera nacido, y eso no es lo que siento.

–Claro que no.

–Es lo mejor de todo esto… –tragó saliva–, y lo peor es que a ti te hice daño.

–Eso pertenece al pasado, Tyler.

–¿Ah, sí? Janet ha estado en casa esta mañana. Me guste o no, es la madre de Jess y siempre será parte de mi vida.

–No, no lo es –dijo una voz temblorosa desde la puerta. Ambos se giraron.

Allí estaba Jess con la cara del color de la nieve fresca.

–Ella fue la que te acosó. ¿Mi madre? ¿Es verdad?

Brenna se quedó allí, sin saber qué hacer, horrorizada, preguntándose cuánto habría oído.

Fue Tyler quien habló.

–Eso parece. Y siento que lo hayas oído, cielo.

–Yo no lo siento. Quiero saber… –visiblemente afectada, Jess se llevó las manos al pelo y las volvió a bajar con gesto de repugnancia–. ¿Por qué hizo algo así? ¿Cómo puede alguien hacer algo así?

Era una pregunta que Brenna se había hecho muchas veces.

–Creo que no era feliz –dijo Brenna en voz baja–. Las cosas no le iban muy bien en casa. Y creo que de verdad le gustaba tu padre –había tardado años en ver esa posibilidad a través de la retorcida complejidad del comportamiento de Janet.

–Si crees eso, entonces es porque nunca has oído las cosas que dice de él.

–Creo que le dolió que él no compartiera sus sentimientos –vio a Tyler mirarla, vio asombro en sus ojos.

–Me ofrecí a casarme con ella.

–Pero por obligación, no porque la quisieras. Porque creías que era lo más responsable. Creo que eso fue duro para ella. Se sentía sola, asustada y muy infeliz.

Jess emitió un sonido de disgusto.

–Ella te hizo infeliz a ti. No me puedo creer que sea mi madre. Es un monstruo, y la odio –comenzó a llorar, soltando unos enromes sollozos que parecían partirle el pecho–. ¡Ojalá no me hubiera tenido! ¡Ojalá no hubiera nacido!

Brenna cruzó la habitación en un instante, pero Tyler fue el primero en hacerlo.

Abrazó a Jess, ignorando los intentos de su hija de apartarlo, sujetándola con fuerza, murmurando contra su pelo mientras ella lloraba y sollozaba.

–Me alegro de que hayas nacido. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Siempre lo has sido. Todos te queremos. Los abuelos, el tío Jackson, el tío Sean, Brenna… –le acariciaba el pelo–. Hay mucha gente que te quiere y a la que le importas. Y tu madre también te quiere. Estoy seguro.

–No, no me quiere, y no quiero volver a verla nunca. Nunca más… –estaba llorando tanto que apenas podía hablar–. ¡Hazlo! Quiero que busques abogados o lo que sea, pero prométeme que no volveré a verla nunca. ¿Papá? –lo miró, tenía la cara colorada–. ¿Lo prometes?

Tyler parecía conmocionado.

–Creo que tenemos que hablar de esto cuando estés más calmada.

–¡Quiero que me lo prometas!

Él respiró hondo y miró a Brenna por encima de la cabeza de Jess.

–Te prometo que si eso es lo que quieres después de haber tenido tiempo para pensarlo, entonces lo haremos.

–¿Por qué ha venido? –se frotó la cara con la mano–. No la he visto, nunca se interesa por lo que hago, ni siquiera me llama, y de pronto se planta aquí. ¿Ha traído algún regalo de Navidad o algo? –se apartó de Tyler y los miró a los dos.

–No estoy seguro –su voz sonó áspera–. Si ha traído algo, probablemente quiera dártelo en persona.

–Estás intentando hacerme sentir mejor, pero sigo sin comprender por qué ha venido aquí –de pronto los ojos se le llenaron de angustia al caer en la cuenta de la verdad–. Ha venido porque le dije lo de Brenna. Es culpa mía. Le dije que Brenna está viviendo con nosotros y que es genial y que nos divertimos mucho, y eso ha debido de ponerla furiosa o celosa.

–No es culpa tuya –se apresuró a decir Brenna, pero Jess no la estaba escuchando.

–Está casada, tiene otra hija y, aun así, viene corriendo porque cree que Brenna podría estar teniendo una relación contigo. Como ella no puede tenerte, no quiere que nadie más te tenga.

Tyler palideció.

–Quería verte a ti.

–Papá, no tengo seis años. Si hubiera querido verme, me habría llamado y me habría dicho que iba a venir. Los dos sabemos que no le intereso. Me lo ha dicho tantas veces que ya he perdido la cuenta, así que deja de mentir y cubrirla.

–No la estoy cubriendo, pero creo que las relaciones en ocasiones son complicadas. Por eso siempre las he evitado.

Brenna se sintió como si hubiera resbalado y estuviera cayendo por un precipicio.

Se dijo que esas palabras no iban dirigidas a ella, que Tyler solo estaba intentando reconfortar a su hija, pero aun así sintió como si una oscura nube de pronto hubiera salido en el cielo y hubiera ensombrecido su felicidad.

–La odio, y no quiero volver a verla nunca –Jess salió corriendo de la habitación y Tyler inhaló profundamente.

–¡Jess! –se pasó la mano por el pelo y maldijo para sí. Después miró a Brenna, que estaba visiblemente destrozada.

–Ve –le dijo ella rodeándose con sus propios brazos y pensando únicamente en Jess–. Te necesita.

–No acierto con lo que digo.

–Eso no es verdad. Es imposible poder suavizar una situación así. Lo único que puedes hacer es estar a su lado y escucharla.

–¿Y tú?

–Ahora la que importa es ella.

–Tú y yo tenemos que hablar –la miró fijamente y Brenna vio incertidumbre en sus ojos.

–Ella es la prioridad. Yo sé cuidarme sola.

Además, no tenían nada más que hablar, lo sabía.

El hecho de que Tyler supiera la verdad sobre Janet no cambiaba lo esencial. Él no quería una relación a largo plazo y jamás sería capaz de superar ese miedo al compromiso por mucho que ella quisiera que lo hiciera.

No tenía ninguna duda de que esa última crisis con Janet quedaría olvidada, pero el problema no era Janet.

Era Tyler.

Y hablar del tema no cambiaría eso.

 

 

–Se ha quedado dormida. Por fin –agotado, Tyler se tiró en el sofá y cerró los ojos–. ¡Vaya día!

–Has estado horas ahí arriba. ¿De qué habéis hablado?

–De todo. De sus sentimientos. De Janet. De ti.

–¿De mí?

–Por fin me ha hablado de los chicos que la están molestando en el colegio. Enterarse de que fue Janet la que te acosó ha debido de desbloquear algo en ella porque ha empezado a hablar del tema sin más –abrió los ojos y parpadeó, como alguien que acababa de salir de la oscuridad–. Nunca me he sentido tan impotente. Quería ir al instituto a solucionarlo, pero no quiere que haga nada, lo cual me sitúa en una situación imposible. Si ignoro sus deseos, pierdo su confianza. No quiero arriesgarme a eso, pero tampoco puedo permitir que esto continúe –se quedó en silencio un momento–. Odio verla llorar, me siento como si alguien me estuviera retorciendo un cuchillo en las entrañas.

–¿Estaba llorando? –Brenna se levantó, parecía tan tensa como él–. ¿Debería subir a ver cómo está?

–No. Está agotada y se ha quedado dormida encima de Luna. He dejado la puerta entreabierta por si se despierta.

–¿Has dejado que los perros pasen a la habitación?

–Si vas a darme una charla sobre que los padres tienen que mantenerse firmes y ser constantes, ahórratela. Y ha sido solo a Luna. A Ash no lo he dejado pasar. Me preocupaba que pudiera despertarla.

–Soy la última persona que le daría una charla a nadie. Creo que estás haciendo un gran trabajo.

–¿Sí? –su voz estaba cargada de mofa hacia sí mismo–. Si estoy haciendo un gran trabajo, ¿entonces por qué tengo arriba una niña que se ha quedado dormida de tanto llorar?

–Eso no ha tenido nada que ver contigo.

–Sí, claro que sí. Primero Janet y ahora los acosadores. La están tomando con ella por mi culpa.

–Los niños siempre pueden encontrar una excusa si la quieren. Ser pelirrojo, llevar gafas, ser un empollón, ser un chicazo –Brenna caminaba de un lado a otro del salón. Las luces del árbol de Navidad se reflejaban en la enorme ventana, y esa atmósfera festiva contrastaba cruelmente con las emociones que llenaban la habitación.

–¿Esa fue la excusa de Janet? –la voz de Tyler sonó áspera–. ¿Te llamaba «chicazo»?

–No estamos hablando de mí.

–Pues hagámoslo. Vamos a hablar de ti. Es una conversación que tenemos pendiente desde hace mucho tiempo. Ven aquí.

Tyler le habló con tono suave, y cuando ella lo miró, su cuerpo entró en calor.

–No me parece que sea una buena idea.

–Si no vienes aquí ahora mismo, yo iré a buscarte. Tú eliges.

–Jess se podría despertar.

–Lo sé. No te estoy proponiendo una sesión de sexo bajo el árbol de Navidad. Solo un abrazo. Aunque tú no lo necesites, yo sí. Ven a sentarte conmigo.

Lo hizo y al instante se sintió mejor, envuelta en el círculo protector de sus brazos. Se acurrucó contra él, necesitaba su fuerza.

–Me siento fatal por Jess.

–No lo hagas. Es culpa mía que nos haya oído. Debería haber tenido más cuidado.

–No me refería a eso. No me puedo creer que Janet haya dejado a su marido y a su bebé en casa para venir aquí porque se ha enterado de que me he mudado. Han pasado años.

–Quiero que me hables de ello, pero no si te va a hacer sentir peor. Ya he hecho llorar a demasiadas mujeres por hoy.

–¿Qué quieres saber?

Él le apartó el pelo de la cara con delicadeza.

–¿Cuándo empezó todo?

–No me acuerdo. Fue pronto. Ella era mayor, así que no la veía mucho, pero solía esperarme a la salida de clase. Una vez me encerró en los vestuarios para impedir que fuera a reunirme contigo. Al cabo de un rato me encontró un profesor.

–¿Culparon a Janet?

–No. Les dijo que el cerrojo estaba roto y que estaba intentando rescatarme. Para cuando salí ya era tan tarde que pensé que te habrías marchado, pero no. Seguías allí. Te metiste conmigo por quedarme estudiando hasta tarde.

Él la abrazaba con fuerza.

–Deberías habérmelo dicho.

–Entonces le habrías dicho algo a ella y eso lo habría empeorado todo.

–Recuerdo aquel día que saliste de clase magullada –hablaba en voz baja–. ¿Con qué frecuencia te pegaba?

–Casi siempre era daño psicológico. Intentaba minar mi autoestima. Me llamaba «Brenna la Pelma» o «Brenna el Chicazo» porque no tenía las tetas grandes. Se aseguró mucho de hacerme creer que yo no era tu tipo. «A él no le van las de pecho plano y pelo castaño. Esquiará contigo, pero nunca, jamás, querrá acostarse contigo». Eso era lo que me decía.

–La voy a matar –dijo él entre dientes–. Dime que sabías que no tenía razón.

–No, porque pensaba que tenía razón. Lo he estado pensando durante años. He llevado esas palabras dentro de mi cabeza y han cambiado el modo en que me he relacionado contigo y cómo me siento conmigo misma. Durante años di por hecho que no era una mujer atractiva, que ningún hombre querría acostarse conmigo nunca.

Él respiró profundamente.

–¿Por qué no me has contado nada de esto nunca?

–¿Por qué no te he dicho que no me sentía sexy? ¿Y cómo iba a haber surgido esa conversación? Nosotros no hablamos de esas cosas. Utilizando la expresión favorita de Jess, habría sido una avalancha de mal rollo. Y para serte sincera, me gustaba que me trataras igual que a tus hermanos.

–No tenía ni idea de que te sentías así. Siempre te veía muy segura de ti misma.

–En los circuitos, sí. Era una buena esquiadora. Era buena en muchas cosas, pero tenía la autoestima por los suelos.

–Creía que eras un poco tímida, nada más. Debería haberme dado cuenta. Eras mi mejor amiga, Bren…

–Sí, pero estaba enamorada de ti, y no podía hablar de ello porque me lo creía –lo oyó murmurar algo, pero continuó–: A lo mejor por eso nunca se me ha dado bien lo de tener relaciones de una noche. No lo sé. Lo único que sé es que tardé mucho tiempo en superar aquello y en darme cuenta de que ser sexy no significa lo mismo para todos.

–Eres sexy, Bren –Tyler bajó la boca hacia la suya–. Y cuando quieras que te demuestre todo lo sexy que eres, no tienes más que decirlo.

Ella llevó la mano hasta su cara y exploró la áspera textura de su mandíbula.

–Creo que por eso se acostó contigo aquella vez. Para demostrar que ella sí que podía hacerlo.

–Vino a buscarme. Sabía dónde estaría –la miraba fijamente–. ¿Es demasiado tarde para decir que lo siento?

–Nunca es demasiado tarde, pero en este caso no es necesario. No me debes nada. Tú no sabías lo que estaba pasando. Éramos amigos, nada más –se acercó y lo besó–. ¿Y ahora qué? ¿Dónde se aloja Janet?

–Según Jackson, en un hostal del pueblo. Y ha venido sola.

–¿Entonces sí que ha dejado a su marido y a su bebé para venir aquí solo porque se ha enterado de que me he mudado a tu casa?

–Eso parece. Preferiría pensar que ha venido por Jess.

–¿Crees que volverá?

–No lo sé. Supongo que sí porque aún no ha visto a Jess. Tengo que asegurarme de estar aquí cuando eso pase. Me siento como si estuviera en lo alto de una pendiente sabiendo que está a punto de producirse una avalancha y no puedo hacer nada para evitarlo –se acercó más–. Pero de una cosa estoy seguro. No quiero que tengas que volver a ver a Janet.

–Eso forma parte del pasado.

–No creo que para Janet forme parte del pasado.

Las diminutas luces del árbol de Navidad proyectaban un cálido brillo sobre el salón.

–Es Jess en quien tenemos que pensar. Todo se arreglará. Es complicado, pero pasará, y pase lo que pase con Janet, Jess sabrá que es una niña muy querida y que te tiene a ti y al resto de la familia. No podemos dejar que esto le estropee las Navidades. Si lo hacemos, entonces Janet saldrá ganando.

–Llevaré a Jess a reunirse con ella en terreno neutral.

–No es necesario.

–Sí, claro que sí. No puedo impedir que vea a Jess, pero no quiero que se te acerque.

–Puedo con ella.

–La última vez no pudiste. Y odias las confrontaciones.

–Elegí el camino de menor resistencia. Esa fue mi elección. Y si pudiera retroceder, creo que no lo haría de otro modo. Y tú tampoco. No cambiarías lo que pasó porque eso implicaría no tener a Jess.

–Todo esto es un desastre.

–Es la vida. La vida es así. Lo bueno y lo malo van de la mano y no siempre puedes separarlos. Hablemos de otra cosa. ¿Le has comprado ya a Jess sus regalos de Navidad?

–Sí. Creo que se va a poner muy contenta –deslizó los dedos bajo su barbilla, le alzó la cara y la besó–. Aún me quedan unos cuantos regalos que comprar. Supongo que no te apetecerá escribirle una carta a Santa Claus, ¿verdad?

A pesar de lo agitada que se sentía por dentro, él la hizo sonreír.

–No hago eso desde que tenía seis años.

–Él te agradecería mucho que le dieras algunas pistas sobre lo que quieres.

–Tengo todo lo que quiero.

No era verdad, por supuesto, pero lo único que quería de verdad no lo podía tener.

Quería decirle que lo quería, pero temía su reacción, así que se contuvo y se guardó esas palabras muy adentro, al igual que había hecho con la verdad sobre Janet.