Brenna estaba en la cocina preparando café a la mañana siguiente cuando oyó un coche aparcar en la puerta de la Casa del Lago.
Tyler se había marchado una hora antes para llevar a un grupo de huéspedes a esquiar y era demasiado pronto como para que hubiera vuelto.
–¡Brenna! –la voz de Jess se oyó desde arriba, cargada de pánico–. ¡Es mi madre! ¡Está aquí! ¡En casa!
Con una mano temblorosa, Brenna soltó la taza de café, fue hasta el vestíbulo y miró por la ventana a tiempo de ver a Janet saliendo del coche.
–¿Qué está haciendo aquí? –Jess estaba en las escaleras con expresión de pánico–. ¡No quiero verla! Quiero que se vaya. Y tú tampoco puedes verla. No abras la puerta. Haremos como si no estuviésemos. ¿Podemos hacerlo? No nos ha visto. Podríamos escondernos debajo de la cama o algo así. He intentado llamar a papá, pero no responde.
–Se ha llevado a un grupo a esquiar por los claros para hacerle un favor a Jackson. Allí no hay cobertura.
Lo cual significaba que era la única que podía interponerse entre Jess y un encuentro complicado con su madre.
«Odias las confrontaciones».
No podía tratarse de una coincidencia que Janet estuviera allí. Había elegido un momento en el que Tyler estaría fuera pensando probablemente que Brenna no se enfrentaría a ella.
–Sube, Jess. Hablaré con ella y le diré que vuelva en otro momento, cuando tu padre esté aquí.
Esa era una confrontación que no evitaría.
Jess parecía consternada.
–No puedes hacer eso. Te hizo sufrir. No deberías tener que hablar con ella.
–Eso fue hace mucho tiempo, Jess. Pertenece al pasado.
–No. Ha venido porque quiere molestarte. Quiere estropearlo todo entre papá y tú, estoy segura.
Brenna también estaba segura, y una parte de ella quería hacer lo que Jess le sugería y ocultarse hasta que la oyeran marcharse.
El estómago se le revolvió al pensar en tener que enfrentarse cara a cara con Janet después de tantos años.
–¿Brenna? –preguntó Jess con voz temblorosa–. ¿Nos podemos esconder?
Brenna giró la cabeza y la miró. Vio su dolor y su confusión y recordó las lágrimas y sus ojos enrojecidos.
–No. No nos vamos a esconder –con esa decisión tomada, se puso un jersey. Esta vez no necesitaba ni un vestido, ni maquillaje, ni a su madre para ayudarla a enfrentarse a ella y hacer lo correcto–. Si no quieres bajar, me parece bien, cielo. Yo hablaré con ella. Tú vuelve arriba y quédate con Luna.
–¡No puedes verla estando sola! Fue muy mala contigo.
–Esta vez no lo será –Brenna fue hacia la puerta. Una intensa ira le recorría las venas.
Se quedó allí de pie un momento preparándose para abrir la puerta, y entonces sintió algo contra la pierna y vio a Ash mirándola y agitando la cola.
–Hola –lo acarició y abrió la puerta.
Por primera vez en más de una década estaba frente a su acosadora, y lo primero que la impactó fue comprobar lo normal que le resultó la otra mujer; no la vio como un monstruo aterrador, sino como otro ser humano. Estaba más mayor y menos delgada, pero quitando eso, no parecía haber cambiado demasiado.
–Hola, Janet.
Janet apenas la miró.
–He venido a ver a mi hija.
–No es buen momento –respondió Brenna educadamente–. Si llamas a Tyler, podrás quedar con él para cuando os venga bien a los dos.
Janet no se inmutó por la respuesta.
–No has cambiado nada.
Brenna pensó en cómo era por entonces y en cómo era ahora. Tal vez por fuera no había cambiado, pero por dentro sabía que era diferente.
–Le diré que has venido. Lamentará no haberte visto.
–Así que por fin estás viviendo bajo el mismo techo que él. Es lo que siempre has querido.
–Conduce con cuidado. Las carreteras están heladas –comenzó a cerrar la puerta, pero Janet la detuvo.
–Jamás se casará contigo, lo sabes, ¿verdad? Jamás te dirá «Te quiero».
Ash se pegó más a Brenna y ella posó la mano sobre su cabeza.
–Adiós, Janet.
Sin quitar la mirada del perro, Janet apartó la mano de la puerta.
–Has estado a su lado toda su vida y estoy segura de que ni una sola vez en todos estos años te ha dicho esas palabras. No es capaz de hacerlo. Estás perdiendo el tiempo.
Incluso ahora, después de tantos años, Janet sabía exactamente qué palabras le podían hacer más daño y las lanzó como si fueran un puñetazo. Intentando esquivarlo, Brenna casi cerró la puerta, pero entonces recordó que no era ella quien importaba, sino Jess.
Se puso recta y miró a Janet a los ojos.
–Lo que Tyler me diga no es asunto tuyo, y tampoco lo es con quién tenga una relación. Además, puedo hacer con mi tiempo lo que quiera y perderlo del modo que mejor me parezca.
–Así que no te lo ha dicho –pero en lugar de resultar petulante, ahora la mirada de Janet reflejó angustia–. Ten cuidado de que no te deje embarazada. No cometas el mismo error que cometí yo.
–Jess es una persona, no un error. Y debería darte vergüenza decirle esas cosas a una niña.
–Es la verdad. Tenerla me arruinó la vida.
–No tuvo por qué. Habrías tenido ayuda si la hubieras pedido.
A Janet se le escurrió el bolso del hombro.
–Mis padres no querían saber nada de mí.
–Pero los O’Neil estaban a tu lado. Te habrían ayudado. Querían hacerlo, pero tú los apartaste y lo hiciste para hacerles daño porque sabías lo mucho que anhelaban tener a Jess.
–Querían a Jess, no a mí, y no podía soportar verme atada a un hombre que no me quería. Pensabas que no sentía nada por él, pero yo también lo quería –se volvió a colocar el bolso en el hombro–. Siempre estaba contigo, a todas horas. Cada día después de clase ibas a buscarlo y os marchabais juntos. Los fines de semana os veía en la montaña. Siempre juntos.
–Estabas celosa –Brenna tenía la boca seca. No la reconfortó ver que sus sospechas quedaban confirmadas–. Por eso me odiabas.
Janet tenía las mejillas coloradas.
–Le di lo único que sabía que tú no le darías, pero después se vistió y se fue corriendo porque había quedado contigo. ¿Sabes cómo me hizo sentir aquello?
¿Por qué no se le habría ocurrido antes que ese pernicioso comportamiento habría tenido su origen en lo que Janet sentía por Tyler?
Se había sentido hundida, se había centrado en su propia supervivencia. No había mirado bajo la superficie y nada en esa superficie había insinuado la presencia de sentimientos profundos.
Había huido cuando debería haberse mantenido firme.
–No podemos cambiar el modo en que nos comportamos en el pasado, Janet, pero sí que podemos elegir cómo comportarnos en el futuro. No sé por qué estás aquí, pero espero que sea porque te preocupas por Jess y quieres verla. De lo contrario, no tienes nada que hacer aquí ni tienes por qué intentar importunar a una familia.
–Él no es tu familia. Y por mucho que te engañes pensando que la gente puede cambiar, él no lo hará. Esa es la diferencia entre nosotras. Yo veo la realidad y tú vives en un mundo de sueños.
–Me refería a Jess y Tyler –dijo Brenna–, y la diferencia entre nosotras es que yo no quiero que cambie, y nunca he querido eso. Lo quiero por quién es y mi relación con él es algo entre los dos, de nadie más –se detuvo porque en ese momento dos hombres de hombros anchos aparecieron detrás de Janet.
–¿Janet? –la voz de Jackson sonó brusca. Desde que lo conocía, Brenna jamás había visto una expresión tan dura en su rostro–. Sube a tu coche y vuelve adonde sea que te alojaste anoche. Me aseguraré de que Tyler sepa que has estado aquí.
Janet giró la cabeza, miró a Sean y a Jackson, y después volvió a mirar a Brenna.
–Quiero ver a mi hija.
Brenna oyó un sonido tras ella y entonces Jess dio un paso adelante.
¿Cuánto habría oído?
–No sé por qué estás aquí, mamá –Jess se mantuvo al lado de Brenna–. Le has dicho a todo el mundo que he arruinado tu vida, que tenerme ha sido lo peor que te ha pasado, que desearías que no hubiera nacido nunca. Ojalá me hubieras dejado vivir aquí con él desde el principio, pero no lo hiciste, y yo no podía hacer nada para evitarlo, pero ahora soy mayor y puedo tomar mis propias decisiones.
–No, no puedes.
–Papá se asegurará de que me quedo aquí. Me lo ha prometido.
–Odio decepcionarte, pero tu padre no tiene mucha práctica cumpliendo promesas.
–Esta sí que la cumplirá.
–Y yo lo ayudaré a hacerlo –dijo Sean sacando el teléfono del bolsillo y marcando un número–. Mientras tanto, creo que es buen momento para que te marches. Ya estoy viendo a nuestro jefe de policía de camino y dicen por ahí que últimamente su vida es muy aburrida. Seguro que tiene ganas de entretenerse un poco.
–¿Ha estado aquí y ya se ha ido? –pálida, Elizabeth miró a sus hijos y se sentó en la silla.
–Sí, se ha ido –respondió Jackson levantando la mirada del teléfono–. Sean ha hablado con un amigo abogado. Lo va a arreglar todo. No me preguntes por los detalles.
–A mí tampoco me preguntes por los detalles. Mi conocimiento de las leyes lo he sacado de ver algunos episodios de The Good Wife –dijo Sean bostezando–. Yo me dedico a arreglar piernas rotas.
Jackson lo miró.
–Pues se me ha ocurrido darte algo más de trabajo.
Sean esbozó una ligera sonrisa.
–A mí también se me ha pasado por la cabeza, pero se me da mejor arreglarlas que romperlas.
La puerta se abrió en ese momento y Tyler entró en la cocina sin quitarse las botas. Llevaba nieve sobre los hombros y tenía el pelo mojado.
–¿Qué cojones está pasando? –al ver a Alice estremecerse, le lanzó una mirada de disculpa–. Lo siento, abuela. ¿Ha estado aquí Janet? No sabía que volvería; si no, habría estado aquí. Imagino que lo sabía.
Jackson se guardó el teléfono en el bolsillo.
–Creo que ha elegido muy bien el momento.
–¿Cómo sabíais que estaba allí?
–Jess nos envió un mensaje cuando Janet llegó.
–A mí también me llamó y me escribió, pero estaba en la montaña sin cobertura y para cuando recibí el mensaje, ya era demasiado tarde para ayudar. Gracias por ayudarla.
–Nosotros no hemos hecho nada. Fue Brenna.
–¿Brenna?
–Sí, Brenna. Y te aconsejo que no la enfades nunca –dijo Sean sonriendo–. Deberías haberla visto ahí en la puerta plantándole cara. Pasaron por lo menos cinco minutos hasta que se percataron de nuestra presencia. Hasta Ash parecía nervioso.
Tyler se quedó atónito.
–¿Brenna plantándole cara? Pero jamás le dijo ni una palabra a Janet en el pasado.
–Pues entonces imagino que las ha estado acumulando porque hoy le ha lanzado unas cuantas. Y algunas estuvieron muy bien elegidas, casi todas relacionadas con las habilidades maternales de Janet.
–¿Estaba disgustada?
–¿Janet? Visiblemente no, pero es un témpano. A ella nada la disgusta.
–No me refiero a Janet… –dijo Tyler frunciendo el ceño con gesto de impaciencia–. Me refiero a Brenna.
–Furiosa –respondió Jackson lentamente–. Estaba furiosa. Y entonces ha bajado Jess y le ha dicho que no quería ver a Janet nunca más y que tú habías prometido solucionarlo.
Alice emitió un sonido de disgusto, pero Tyler siguió mirando fijamente a su hermano.
–¿Y qué ha dicho Janet?
–Que tú no habías cumplido una promesa en tu vida.
A Tyler le temblaba la mandíbula.
–Entonces ese abogado amigo tuyo… –dijo mirando a Sean–. ¿Lo puede solucionar? Porque si no puede, tenemos que encontrar a alguien que pueda.
–Confío en él. Puedes hablar con él directamente.
–Lo haré –se bajó la cremallera de la cazadora y algo de nieve cayó al suelo–. ¿Están las dos en casa?
–No. Creo que Brenna se ha llevado a Jess a esquiar.
Tenía sentido. Siempre que la vida era dura con ella, Brenna se refugiaba en la montaña. Era el lugar al que iba para recuperarse y sanar, y era muy propio de ella que se hubiera llevado a su hija.
–Ojalá pudiera esquiar como tú –dijo Jess viendo a Brenna efectuar otro giro.
–Serás mejor que yo.
–Eso jamás.
–Lo digo en serio, Jess –Brenna se apoyó en sus bastones y miró a lo lejos. Jess le lanzó una mirada de preocupación.
–¿Estás disgustada por lo que ha pasado con mi madre?
¿Lo estaba?
Examinó sus sentimientos y buscó esa sensación de pánico y dolor que la invadían siempre que se mencionaba el nombre de Janet, pero habían desaparecido.
Se había enfrentado a algo que la aterrorizaba y había sobrevivido. Y no solo había sobrevivido, sino que había triunfado. Había dicho lo que hacía falta, y decirlo había sanado unas heridas que pensaba que jamás podrían sanar. Se sentía distinta.
–Por supuesto que me ha disgustado verla ahí, pero creo que las dos lo hemos manejado muy bien.
–Has estado increíble. ¿De verdad piensas que estaba enamorada de papá?
–No lo sé. Pero sí, creo que sí. Eso explicaría muchas cosas –respondió haciendo un dibujo en la nieve con el bastón–. ¿Y tú cómo te sientes con todo esto? Sé sincera comigo.
–Quiero quedarme aquí con papá y me aterroriza que ella pueda intentar llevarme para hacerle daño.
–Eso no va a pasar, Jess.
–¿Estás segura? –había incertidumbre en su mirada–. Porque si lo hace, haré snowboard por las escaleras a diario hasta que me deje volver a casa.
Casa.
Snow Crystal.
Brenna miró a su alrededor, inhalando el aroma a invierno. A su alrededor las suaves pistas de esquí trazaban líneas en el bosque nevado como lazos de satén atados alrededor de un regalo con un precioso envoltorio.
–Tienes mucho talento. Vas a tener que esforzarte mucho, pero lo vas a hacer muy bien.
–Me esforzaré mucho. Y con papá y contigo entrenándome, habré mejorado para primavera.
¿Seguiría ella allí en primavera?
Janet se había ido, pero sus palabras le seguían retumbando por la cabeza, negándose a silenciarse.
«Jamás te dirá “Te quiero”».
Probablemente era lo único en lo que Janet y ella coincidían, y se dio cuenta de que tenía una decisión que tomar.
No era justo para nadie que siguiera viviendo allí, alimentándose de una dieta de esperanza y poco más.
–¿Sabes lo que creo? Creo que deberíamos pasar por la tienda de camino a casa, comprar todos los adornos que le queden a Ellen Kelly y convertir la Casa del Lago en una gruta de cuento –se sintió aliviada al ver a Jess sonreír.
–Papá se moriría. Por poco lo mata tener que poner el árbol de Navidad.
Brenna agarró un puñado de nieve y se lo lanzó a Jess.
–Creo que es especialmente importante decorar su habitación. Con lazos y guirnaldas.
–Y con brillantina. Y tal vez podríamos comprar un árbol pequeño para su cuarto –Jess le lanzó nieve a Brenna, que se agachó y avanzó deslizándose por la montaña.
Si esas iban a ser las últimas Navidades que iba a pasar con Tyler y Jess, se aseguraría de que fueran unas Navidades que quedaran para el recuerdo.
Tyler abrió la puerta de la Casa del Lago, se tropezó con las botas de Jess y dos perros se abalanzaron sobre él.
Sintiéndose tan tenso como antes de una gran competición, se vio aliviado al oír risas saliendo del salón.
–No, no. No podemos –estaba diciendo Jess–. Papá nos matará. En serio. Tendremos que mudarnos con la abuela o hasta irnos al Polo Norte a vivir con Santa Claus.
Tyler sonrió. Jess era una adolescente, pero había momentos en los que se comportaba más como una niña pequeña. Preguntándose qué habría hecho Brenna para hacer reír a su hija en un día que debió de haber estado cargado de tensión y estrés, abrió la puerta y se detuvo ante la imagen de millones de diminutas luces enroscadas alrededor de las bombillas que colgaban de las ventanas.
–¿Qué…?
–¿Está recta? –Brenna se balanceaba en lo alto de una escalera intentando colocar otra guirnalda–. ¿Está a la misma altura que la otra? –al alargar la mano, la escalera se movió y Tyler cruzó la habitación en dos zancadas–. Baja –sujetando la escalera, añadió entre dientes–. Yo lo hago.
–No seas sexista. Soy perfectamente capaz de poner unas luces y unas guirnaldas.
–Sí que lo es –dijo Jess dándole otra guirnalda–. Ya ha puesto las demás. ¿No está precioso? Hemos decidido que este año vamos a poner la casa mega navideña.
–Ya lo veo –sin soltar la escalera, Tyler escudriñó el salón–. Parece una gruta de un cuento de hadas.
Y en ese momento su hija sí que pareció contenta.
Si el encuentro con su madre la había disgustado, de eso ya no quedaba ni rastro.
–¿No te parece chulo? Brenna ha comprado todos los adornos que tenía Ellen en la tienda. Casi se le han salido los ojos de las órbitas.
Tyler miró a Brenna y ella lo miró a él.
–Odias el exceso de decoración.
–Esto no es un exceso de decoración. Es Navidad –Brenna fijó la última guirnalda y bajó con destreza–. ¿Qué te parece?
Tyler se contuvo y evitó decir que entre tanta lucecita y oropel, tendría que empezar a llevar gafas de sol dentro de casa.
–Me parece genial.
–Santa Claus necesita saber a qué casa llamar –Jess le puso a Luna, que mostraba demasiada paciencia, unas astas de juguete–. Así. Ella es mi reno. ¿Dónde has estado, papá? Creíamos que volverías hace horas.
Tyler se quedó allí de pie sin decir nada un momento, esperando poder posponer la conversación. No quería ser él el que arruinara ese feliz momento.
–Tenía unas cosas que hacer.
La expresión de alegría de Jess quedó reemplazada por una de inquietud.
–¿Has visto a mamá?
–Sí. Hemos tenido una conversación. Una conversación que debíamos haber tenido hacía mucho tiempo.
–¿Quiere que vuelva con ella? –preguntó Jess echando los brazos alrededor de Luna–. Ha venido a casa.
–Lo sé. El tío Jackson me lo ha contado todo. Siento no haber estado aquí contigo.
–Brenna ha estado increíble.
–Siempre está increíble –Ash pegó un salto hacia él y Tyler lo bajó al suelo sin dejar de mirar a Brenna–. Muchas gracias por lo que has hecho.
–No he hecho nada. Simplemente he tenido una conversación con ella que también debería haber tenido hace mucho tiempo.
¿Eran imaginaciones suyas o había algo distinto en ella? Irradiaba una seguridad en sí misma que normalmente solo veía cuando estaban en la montaña, y estaba sonriendo mientras recogía ramas de muérdago de un montón que había en el suelo.
–¿Y qué tal ha ido esa conversación?
–Mejor de lo que me esperaba –él volvió a mirar a Jess–. No quiere que vuelvas con ella. Eso está arreglado. Vivirás aquí con nosotros y eso no va a cambiar. Mañana por la tarde vuelve a su casa, pero tiene un regalo para ti y quiere dártelo en persona. Quiere hablar contigo. Le he dicho que te lo preguntaría. Si prefieres no hacerlo, no hay problema. Lo arreglaré para que no tengas que verla.
Jess acariciaba el pelo de Luna.
–¿Por qué no me lo ha dado esta mañana?
–Creo que esta mañana tenía muchas otras cosas de las que ocuparse.
–¿Y lo ha hecho?
–Creo que ha dado el paso. Hablar con Brenna le ha hecho pensar en algunas cosas –se preguntó qué se habrían dicho, qué verdades habrían intercambiado que pudieran explicar esa nueva y apacible Janet con la que había hablado por la tarde.
–¿Dónde vamos a quedar con ella? –Jess parecía preocupada–. ¿Aquí en casa?
–He pensado que sería mejor un lugar público. Le he propuesto vernos en la cafetería del pueblo.
–¿No cotilleará la gente?
Tyler se encogió de hombros.
–Eso no es problema nuestro.
–Supongo que no –Jess besó a Luna en la cabeza y se tomó su tiempo para responder–: Tal vez deberíamos verla. Podríamos llevarnos a Luna y que se quede esperando fuera. ¿Qué opinas, Brenna?
–Creo que deberías hacer lo que te apetezca –Brenna volvía a estar en lo alto de la escalera, esta vez colgando un gran ramo de muérdago sobre la puerta de la cocina–. ¡Pero no lleguéis tarde a la fiesta del hielo!
–No. Me apetece mucho. Kayla ha encargado una escultura de hielo con forma de alce como broma porque papá siempre está burlándose de ella con eso –se llevó la mano a la boca–. ¡Se suponía que no debía contártelo!
Tyler volvió a sujetar la escalera.
–Prometo que me haré el sorprendido.
–Y habrá fuegos artificiales, Dana ofrecerá paseos en trineo y Élise va a preparar una comida riquísima. ¡Y al día siguiente es Nochebuena y luego Navidad! ¡Estoy deseando que llegue! ¿Has terminado con las compras de Navidad, papá? –miró brevemente a Brenna y luego a él–. Porque tienes que terminar.
Y ese, pensó él, era el único problema pendiente.
No sabía qué comprarle a Brenna.