Brenna se levantó antes del amanecer e hizo lo que siempre hacía cuando estaba disgustada. Se fue a esquiar.
Se dijo que había otras montañas, otros hombres, pero aun así se sentía como si una roca le estuviera aplastando el corazón, y ese sufrimiento se pegó a ella como la niebla de la mañana, negándose a elevarse y disiparse. Tanta tristeza la estaba asfixiando, pero sabía que estaba haciendo lo correcto.
Por fin seguiría adelante con su vida.
Dejaría de soñar.
Después de su clase, condujo hasta la casa de sus padres sabiendo que tenía pendiente una conversación más antes de poder seguir adelante.
Su padre había salido, y su madre la miró y suspiró.
–No necesito ni preguntar.
–¿Puedo pasar? Hay algo que te tengo que decir –se quitó las botas, cansada de tanta formalidad, de contenerse. Había dicho lo que pensaba con Janet y con Tyler y ahora pretendía hacer lo mismo con su madre.
«Limpieza emocional», pensó. Agotadora, pero necesaria.
Entraron en la cocina y se sentó en la mesa bajo el brillo del sol de invierno que se colaba por la ventana. Al notar que le resultaba complicado hablar sentada, se levantó.
–Me marcho de Snow Crystal. Aún no sé adónde voy a ir, pero buscaré un nuevo trabajo en cuanto pase la Navidad.
Su madre estaba de pie en la puerta, sin moverse.
–Ni siquiera necesito preguntar por qué. Te lo veo en la cara.
–Bien, porque estoy cansada de decir una cosa cuando en realidad quiero decir otra. Estoy cansada de ocultarme, de fingir que no tengo sentimientos cuando esos sentimientos son tan fuertes que hay días en los que podría estallar. Quiero a Tyler.
Su madre cerró los ojos.
–Oh, Brenna…
–Sí, lo quiero y él no me quiere a mí –logró decirlo sin que se le quebrara la voz–. Y tengo que dejar de desear y soñar y empezar a vivir mi propia vida por mucho que no me pueda imaginar cómo lo voy a hacer cuando él es lo más importante de ella.
–Sabía que esto pasaría. Te lo advertí.
–Sí, y no te escuché. Y fue mi elección. Soy una adulta, no una niña.
–No quería que cometieras ese error.
Brenna pensó en los pocos días y noches durante los que su vida había sido tan perfecta que le había parecido irreal.
–Yo no lo veo como un error, pero si lo es, es mi error. Y ahora mismo en lugar de oír cómo me culpas y cómo me dices «te lo dije», lo que me vendría bien es un abrazo porque he perdido a mi mejor amigo y… bueno, olvídalo, no espero que tú lo entiendas. No he venido aquí buscando tu compasión –se cubrió la cara con las manos y al instante se vio rodeada por los brazos de su madre, como no la había abrazado desde la última vez que Tyler le había roto el corazón.
–Lo entiendo –su madre le acarició el pelo–. Sé lo que estás sintiendo y no tienes ni idea de cómo he querido ahorrarte todo esto, pero ha sido como ver un choque de trenes y no ser capaz de hacer nada por evitarlo. Y si crees que te culpo, te equivocas. ¿Cómo iba a culparte? No eres el primer miembro de esta familia que se ha enamorado de un O’Neil y ha resultado herido.
Brenna se apartó. La cabeza le palpitaba y le dolía de tanto pensar.
–¿De qué estás hablando?
–Crecí aquí, igual que tú –su madre se sentó en un taburete y miró a lo lejos–. Conocí a Michael cuando tenía cuatro años.
–¿Michael?
–Michael O’Neil.
–¿El padre de Tyler? –era lo último que se había esperado oír de su madre–. ¡Ay, Dios mío…!
–¡No! Nosotros nunca… –su madre sacudió la cabeza–. La cosa no fue así, aunque a mí me habría gustado. No hubo un solo día en que no soñara con que sucediera algo entre los dos, pero para él solo era una amistad.
Brenna miró a su madre observando su bonito vestido e impolutos tacones.
–¿Estabas enamorada de Michael?
–Éramos amigos. Y seguimos siéndolo hasta que Elizabeth llegó para cocinar en Snow Crystal. Michael la miró y ahí acabó todo. Vi cómo pasó.
–Mamá…
–No puedes elegir a quién amar, y jamás dudé de que Michael quisiera a Elizabeth profundamente, pero eso no impidió que yo sufriera por el hecho de que a mí no me quisiera.
–No lo sabía. ¿Por qué no me lo contaste? Eso explica mucho… Explica por qué siempre has odiado a los O’Neil.
–Nunca los he odiado. Su familia nunca supo nada de nuestra amistad. Yo no esquiaba ni compartía ninguno de sus intereses, pero Michael y yo estábamos muy unidos. Hablábamos. Sabía que se sentía muy presionado por hacerse cargo del negocio. Tal vez le resultaba más sencillo hablar conmigo porque yo era ajena a la familia, porque no tenía esa conexión con Snow Crystal –Maura Daniels estaba sentada con las manos paralizadas sobre su regazo–. Durante un tiempo, justo después de que conociera a Elizabeth, no podía estar cerca de ellos porque me recordaba a lo que yo había querido y no podría tener jamás. Tardé tiempo en superarlo. Mucho tiempo, pero entonces conocí a tu padre y me enamoré otra vez. Los viejos sentimientos se disiparon, pero ya había puesto demasiada distancia de por medio como para saber cómo volver a establecer un vínculo con los O’Neil. Y entonces naciste tú y te uniste mucho a Tyler desde el primer momento que os visteis, y vi que todo volvería a pasar –había dolor en la expresión de su madre–. Michael te regaló tus primeros esquís. Estaba intentando limar asperezas, pero a mí me preocupaba que la historia se volviera a repetir y preferí no entablar relación. Lamento no haber hablado con él antes de que muriera. Lamento muchas cosas, pero sobre todo lamento los errores que he cometido contigo. En lugar de alimentar tu talento y fomentarlo, intenté impedir que esquiaras, intenté impedir que pasaras tiempo con ellos. Pero tú te escapabas por la ventana y te marchabas. Y tal vez me sentía un poco celosa porque los O’Neil podían darte algo que yo nunca podría. Y en cuanto a Tyler, erais inseparables. Habéis estado pegados el uno al otro desde el momento en que os visteis por primera vez.
–Es mi mejor amigo, mamá. Siempre lo ha sido.
–Sí –su madre le agarró la mano–. Y podría matarlo con mis propias manos por hacerte tanto daño.
–Él no puede elegir lo que siente. Tú misma lo has dicho.
Su madre la agarró con más fuerza.
–¿Sigues viviendo en su casa?
Brenna asintió.
–El complejo está lleno, no tengo ningún otro sitio adonde ir.
–Podrías venir aquí. Podrías dormir aquí.
–No puedo –pensó en el árbol, en los regalos, en la casa llena de adornos, en Jess–. Jess está muy ilusionada con la Navidad y no voy a hacer nada que le arruine eso. El año pasado fue duro para ella, aún llevaba poco tiempo con Tyler y las cosas estaban un poco complicadas. Quiero que este año sea perfecto.
–Al final tendrá que saberlo.
–Se lo diré después de Navidad. Mamá… –tragó saliva–, pensé que no te gustaba cómo era. Que te había decepcionado.
–Nunca me he sentido decepcionada, pero tenía miedo. Sentía tus sentimientos como si fueran los míos. Y como yo también los había tenido, por eso los sentía con mayor intensidad.
–Pero tú seguiste adelante con tu vida. Conociste a otra persona.
–Sí, con el tiempo. Y tú también lo harás.
–¿Tú crees? –le parecía imposible. Se había entregado por completo a Tyler. ¿Qué quedaba de ella para poder darle a otro hombre?–. ¿Y si no? ¿Y si siempre siento lo mismo?
–Eres una persona decidida y fuerte. Lo vi cuando eras una niña y te esforzabas tanto por ir a clase todos los días por mucho que lo odiabas. Lo vi cuando te enfrentaste a Janet aquella mañana que vino, y lo vi cuando te fuiste a trabajar a Snow Crystal, queriendo a Tyler y sabiendo que él no sentía lo mismo. Los humanos somos resistentes. Estás sufriendo, pero seguirás con tu vida y ese sufrimiento irá disminuyendo con el paso del tiempo. Me siento orgullosa de ti, Brenna. Debería haberme asegurado de que lo supieras. Debería haber aceptado lo que sentías por Tyler en lugar de luchar contra ello. Lo único que hice fue poner distancia entre nosotras, y todo eso te impidió ver cuánto te queremos.
Brenna se quedó ahí de pie, embargada por la emoción mientras sentía los brazos de su madre rodeándola. Se quedó rígida, conteniéndose hasta que ya no le fue posible y cerró los ojos y le devolvió el abrazo.
–Yo también te quiero.
Así estuvieron un momento, hasta que Brenna se apartó.
–Casi me olvidaba, tengo algo para ti. Por Navidad –metió la mano en el bolso y sacó el tarro de cerámica que había comprado en una feria de artesanía en verano. Era azul claro y había pensado que animaría los fríos inviernos que sabía que su madre detestaba.
Su madre lo desenvolvió y su expresión se suavizó al verlo.
–Es precioso, gracias. Siempre sabes lo que me gusta. Si el día de Navidad se te hace complicado, siempre puedes venir aquí –sonrió–. Sin presiones, pero quiero que sepas que puedes hacerlo.
Era el día de Nochebuena y nevaba sin cesar. Tyler estaba terminando los preparativos cuando Jess lo encontró en el estudio.
–¿Papá, dónde has estado todo el día? Quería que vinieras a esquiar conmigo.
–Mañana es Navidad. Tenía cosas que hacer –cosas que lo habían mantenido en vela la mayor parte de la noche y ocupado todo el día. Escondió paquetes debajo del sofá y Jess intentó echar un vistazo.
–¿Mi regalo está escondido ahí abajo?
–Tal vez –había tardado todo el día en trazar un plan, pero creía que había dado con el regalo de Navidad perfecto para Jess. Y en cuanto a lo que pasara después… Bueno, prefería no pensar en eso ahora mismo. No podía–. ¿Qué tal el esquí?
–La nieve estaba increíble. He esquiado con Brenna otra vez porque no te encontrábamos.
–Mañana esquiaremos juntos. Aún tengo cosas que hacer y no las puedo terminar si estás por aquí mirando.
–¿Dónde has estado todo el día?
–Me dijiste que comprara regalos y he comprado regalos –¿había olvidado algo? Esperaba que no.
–¿Le has comprado ya un regalo a Brenna? Aún hay tiempo para ir a la tienda si no lo has hecho todavía. Puedo ayudarte.
–Eso ya lo tengo cubierto.
–¿Seguro? –lo miró con desconfianza–. ¿Qué es?
–Un regalo que debe ser una sorpresa.
–Por favor, dime que no le has comprado una chorrada.
Él pensó en el regalo que había escondido.
–Espero que no lo sea.
–¿Pero no lo sabes? –Jess parecía preocupada–. Papá, será mejor que me lo digas.
–No te lo pienso decir, y las tiendas están cerradas ya, así que es demasiado tarde. Si no le gusta, no hay nada que yo pueda hacer.
–No será algo para la cocina, ¿verdad? Porque las mujeres odian eso.
–No.
–¿Algo relacionado con la montaña?
–Más o menos –se levantó–. Tienes que dejar de hacer preguntas ya, Jess.
–Lo siento, pero es que quiero que sea una Navidad muy especial.
–Yo también lo quiero. Ven aquí –la abrazó–. Eres increíble.
–Eso significa que se te ha olvidado comprarme un regalo.
–No significa eso. Te he comprado un regalo.
–¿Me gustará?
–No lo sé. Espero que sí. Si no, puedes presentarle una queja a Santa Claus.