–¡Ya ha venido!
Brenna se despertó tras una noche de poco dormir y se encontró a Jess en pijama en su puerta con un abultado saco rojo en la mano. Ash olfateó al pasar por delante y saltó sobre la cama. Luna gimoteó, miró a Jess e hizo lo mismo.
Jess se tiró también en la cama junto a los perros y en ese momento Tyler apareció en la puerta, bostezando. Tenía el torso desnudo, pero se había puesto unos vaqueros.
Era la primera vez que se veían desde la noche de la fiesta del hielo, y Brenna lo miró brevemente, consternada por lo incómoda que le resultaba toda esa situación.
¿Cómo iba a superar el día?
Él no parecía haber dormido mucho más que ella. Esos ojos azules parecían cansados y estaba sin afeitar.
Que ella estuviera allí los estaba matando a los dos. Se sentía fatal. Él se sentía fatal.
Y Brenna no podía soportar que se sintiera así.
Por el bien de los dos, tenía que marcharse lo antes posible.
–Abre tus regalos, Jess –se apartó para hacer más sitio en la cama, pero entonces deseó no haberlo hecho porque Jess le hizo un gesto a Tyler para que se sentara.
–Ven a sentarte aquí también, papá.
Él le lanzó una mirada fugaz a Brenna y, obedientemente, se sentó en un extremo de la cama.
–Los perros no deberían haber dormido en tu cama, Jess.
–No lo han hecho. Han dormido abajo toda la noche y los he dejado subir hace dos minutos.
Jess metió la mano en el saco y sacó un paquete. Lo agitó y lo olfateó.
–Me encanta intentar adivinar qué será.
–Los perros han estado en tu cama toda la noche.
–No lo sabes –arrancó el papel, lo miró y suspiró–. Bueno, vale, han estado en mi cama toda la noche. ¿Cómo lo sabes siempre todo?
–Porque soy el amo de la casa.
–Ash es el amo de la casa. ¿Es que vienes a ver cómo estoy en mitad de la noche o algo así?
–Santa Claus me lo ha contado –respondió Tyler–. Estos puñeteros perros han vuelto locos a los renos.
A pesar de cómo se sentía, Brenna sonrió.
–¡Hala! –Jess sacó una enorme tableta de chocolate. Ash gimoteó y ella lo apartó de su lado–. Chico malo. Siéntate.
–Ya está sentado. En la cama –sacudiendo la cabeza desesperado, Tyler se movió–. Podrías abrir tu calcetín abajo y así estaríamos todos más cómodos.
Sin mirar a Brenna, se levantó.
–Voy abajo a empezar a hacer el desayuno. Baja tu calcetín. Abajo hay más espacio y más regalos bajo el árbol.
Según Brenna lo veía, Tyler no podía haberle dejado más claro cómo se sentía. Obviamente le aterrorizaba que ella le volviera a decir «te quiero» o, peor, que le pidiera que se lo dijera a ella.
Y no lo haría.
Ya no.
El silencio de Tyler dejaba claros sus sentimientos y ahora tenía que pensar en sí misma.
Quedarse allí no era una opción. Sería un martirio para los dos.
Rescató a Luna de debajo de un pedazo de papel de envolver y apartó a Ash de sus pies.
–Vamos todos abajo.
Salió de la cama pensando que solo un par de semanas atrás no había podido imaginarse alejándose de Forest Lodge, y ahora no podía soportar la idea de alejarse de la Casa del Lago.
Pero sobre todo no podía soportar la idea de alejarse de Tyler y de Jess.
A través de la ventana podía ver que hacía otro día perfecto, la nieve resplandecía bajo un cielo de color azul mediterráneo como si la naturaleza estuviera decidida a burlarse de su decisión de marcharse.
Preocupada ante la posibilidad de darse por vencida, se giró dándole la espalda a Jess y se puso unos pantalones de esquí y su jersey azul favorito.
–Huele a beicon –dijo Jess bajando de la cama junto a Ash–. Vamos.
Diez minutos más tarde estaban sentados alrededor de la mesa comiendo beicon con gofres y sirope de arce extraído de los árboles de Snow Crystal.
A Brenna no le apetecía hablar, pero por suerte Jess habló por todos y después pasaron al salón donde comenzó a sacar regalos de debajo del árbol.
–Tu regalo principal está detrás del sofá –le dijo Tyler con las manos en los bolsillos y una sonrisa mientras observaba a su hija correr detrás del sofá y abrir la boca de sorpresa.
–Esquís. ¿Dos pares? –los levantó con los ojos como platos–. Papá. Son una pasada. Gracias. ¡Guau! Esto es increíble –deslizó la mano sobre ellos, los observó detenidamente y los dejó en el suelo–. Quiero salir a probarlos.
–Buena idea. Vamos ahora –Tyler se agachó para levantarlos mientras Jess lo miraba con cara de asombro.
–¿Ahora?
–Sí, antes de que haya mucha cola para el telesilla.
–Pero es Navidad, y aún no le has dado a Brenna su regalo.
–Luego. Ponte el equipo de esquiar. Y no te olvides el casco –salió de la habitación y Jess lo siguió.
–Papá, podemos hacerlo luego. Tienes que darle a Brenna…
–Cierra la puerta del estudio. No quiero que entren los perros mientras estamos fuera.
–Yo puedo vigilarlos –Brenna le pasó a Jess los guantes y el casco–. ¡Divertíos! Y tened cuidado.
Tyler le lanzó su cazadora.
–Tú también vienes.
¿Estaba ciego? ¿Tan insensible era? Se negaba a creer que no sintiera la tensión que percibía ella. Cada mañana que pasaba con él era una tortura.
–Esta mañana no.
–Jess quiere que vengas –con esas palabras le dio justo en su punto débil, y a Brenna la invadió la frustración.
Ya que el motivo de quedarse había sido darle a Jess las mejores Navidades posibles, no podía encontrar una razón para negarse.
–Pero solo una hora.
Podría sobrevivir una hora más.
Se metieron en el coche de Tyler y recorrieron la breve distancia hasta el telesilla.
Jess fue parloteando todo el tiempo, preguntándole a su padre por los esquís, preguntándole qué debería cambiar de su técnica, por qué le había elegido esos y no otros; mientras, Brenna estaba callada, observando los árboles y la nieve bajo ella según el telesilla ascendía por la montaña.
¿Sería la última vez que haría eso?
¿Llegaría un momento en el que Tyler y ella pudieran volver a ser amigos y volver a casa no implicara vivir situaciones incómodas? ¿O sería como su madre, incapaz de soportar el dolor de verlo con otra persona?
Llegaron a la cima de la montaña y Jess plantó las botas sobre sus nuevos esquís.
–Me encantan. Tú diriges, papá.
Brenna estaba a punto de deslizarse y dejarlos solos cuando Tyler la agarró del brazo.
–Quédate cerca. No te alejes.
¿Esperaba que se quedara pegada a él después de haberle confesado sus sentimientos? ¿Tan despiadado era?
–Tyler, yo no…
Sin embargo, se quedó hablando sola porque él ya se había lanzado por la pendiente seguido de cerca por Jess.
Sin más elección, Brenna los siguió, pero en lugar de dirigirse hacia una de las pistas delanteras que bajaban hasta el complejo, él bordeó la parte trasera del teleférico y bajó por la pequeña pendiente que conducía hasta su restaurante favorito en la montaña.
–¿Por qué vamos por aquí? No puedes tener hambre, acabamos de desayunar –dijo Jess deteniéndose en seco y levantando una nube de nieve. Brenna se unió a ella.
–¿Tyler? ¿Qué estamos haciendo aquí?
–Quiero darte tu regalo.
–¿Aquí?
–Sí –clavó los bastones en la nieve y se quitó los guantes–. Tengo algo importante que decirte y creo… espero… que este sea el lugar adecuado. La otra noche me hiciste una pregunta y no estaba preparado para responderla.
Era lo último que se había imaginado que le diría.
¿Por qué estaba sacando ese tema ahora delante de Jess?
–¿Podemos hablar de esto luego?
–No. Vamos a hablar ahora.
–Pero Jess…
–Jess debería oír lo que tengo que decir. Me preguntaste si te quería, si podría decirte esas palabras, y la respuesta es sí, sí que puedo –le temblaba la voz–. Te quiero. Te he querido toda mi vida aunque he tardado un tiempo en darme cuenta de cuánto.
Ella se quedó allí, atónita, mientras intentaba averiguar si habría oído mal. Su aliento formaba pequeñas nubes al choque con el gélido aire.
Llevaba tanto tiempo queriendo oírle decir esas palabras que no podía permitirse creerlas. La esperanza era como una montaña rusa a la que tenía demasiado miedo de volver a subir.
–Me quieres como a una hermana.
–Al principio, sí. Pero eso cambió hace tiempo.
Le golpeteaba el corazón.
–No pensaba que sintieras eso. Te entró el pánico cuando te dije lo que sentía.
–Sí, es verdad, pero antes de que me juzgues por eso, tienes que recordar que he estropeado todas las relaciones que he tenido en mi vida. El hecho de que no quisiera estropear esta es un indicador de lo importante que eres para mí. He cometido tantos errores… –miró a Jess–, y tenerte a ti no ha sido uno de ellos, así que no malinterpretes lo que voy a decir.
Con la boca cerrada y los ojos abiertos de par en par, Jess sacudió la cabeza y Tyler volvió a centrarse en Brenna.
–He cometido tantos errores en mis relaciones –continuó–, que no quería cometer otro. Pero después de que te marcharas la otra noche, supe que el mayor error de todos sería dejarte ir. Tenía miedo de estar contigo por si te hacía daño, y solo la idea de hacerte daño me aterraba más que nada a lo que me haya enfrentado antes, pero después me di cuenta de que dejándote marchar, te estaba haciendo daño de todos modos. Y eso no lo puedo hacer. No puedo dejarte marchar. No solo eres mi mejor amiga, eres la mujer a la que amo. Quiero estar contigo, siempre.
–Tyler…
–Llevas a mi lado toda la vida, has estado en los peores momentos y en los mejores. Cuando tuve el accidente, fuiste tú la que se quedaba en el hospital conmigo. Cuando no podía ver qué me depararía el futuro, fuiste tú la que se negó a perder la fe en mí, y fuiste tú la que sugirió que enseñara a Jess. Cuando te pregunté qué querías por Navidad, me dijiste que nada, y he estado pensando en el regalo perfecto que te demostrara cuánto significas para mí. Espero haber acertado –se quitó el guante, metió la mano en el bolsillo de la cazadora y sacó una pequeña caja envuelta en papel plateado y atada con un lazo del color de un cristal de hielo–. Feliz Navidad, Brenna.
Brenna se quedó mirando la caja.
–¿No vas a aceptarlo? –él tenía la mano extendida y ella se fijó en que le temblaba un poco.
Igual que la suya, porque temía que el regalo no fuera eso que tanto deseaba.
Agarró la caja y torpemente la desenvolvió, temerosa de equivocarse. Podían ser unos pendientes, o una pulsera…
Se quedó atónita al ver el diamante que captaba la luz del sol deslumbrándola.
–Oh, Tyler…
–¡Ay, mi…! ¿Papá? –Jess se cubrió la boca con las manos–. Es el regalo más impresionante que he visto en mi vida.
Brenna se quedó mirando el diamante y después lo miró a él con lágrimas en los ojos mientras Tyler le rodeaba la cara con las manos y acercaba la boca a la suya.
–Te quiero –pronunció las palabras contra su boca–. Siempre te he querido y siempre lo haré.
Y por fin ella se permitió creerlo.
–Yo también te quiero. Siempre te he querido y siempre lo haré.
Tyler apoyó la frente contra la suya sin dejar de mirarla.
–¿Tanto como para casarte conmigo?
Le dio un vuelco el estómago. Se le paró el corazón.
–Tyler…
–Una vez te pregunté qué querías, y me dijiste que estas montañas. Esta vida. También es lo que quiero yo, pero quiero compartirlo contigo. Di que sí.
–Sí –se estaba riendo y llorando al mismo tiempo–. Sí, sí, sí.
–Bien. Pues vamos a hacerlo ahora mismo.
Brenna se apartó de él eufórica, emocionada y confundida.
–¿Cómo podemos hacerlo ahora mismo? –y entonces oyó a Jess exclamar con sorpresa y se giró para ver qué había llamado la atención de la niña.
–¿Es… la abuela? –Jess miraba la terraza cubierta de nieve del restaurante–. ¿Qué hace aquí arriba? ¡Y Élise! Creía que hoy estaría muy ocupada en el restaurante. ¡Y el tío Jackson! Papá… –se giró hacia Tyler–, ¿qué está pasando? ¿Vamos a almorzar todos juntos?
–No, eso vendrá luego –respondió sin dejar de mirar a Brenna.
Ella miró a Elizabeth y vio también a Alice y Walter, envueltos en capas de abrigo para protegerse del frío. Tras ellos, Sean, Kayla y…
–¿Mamá? –atónita, dio un paso adelante–. ¿Qué estás haciendo aquí? –y si ver a su madre fue una sorpresa, no fue nada comparado con verla sonriendo a Tyler.
–Estoy aquí desempeñando mis funciones oficiales.
–¿Oficiales? –Brenna vio a su padre junto a Walter y solo entonces se fijó en que su madre sostenía algo en la mano–. ¿Qué es eso?
–Una licencia matrimonial. He pensado en cómo sería tu boda ideal –dijo Tyler–, y me pareció que querrías estar en la montaña, rodeada de nieve, de árboles y de la familia. Una vez me dijiste que las cosas que son importantes para ti están fuera, no dentro. Un cielo azul y nieve fresca.
Brenna lo miró y miró a su madre.
–¿Has ido a ver a mis padres?
–Ayer. Después de contarles lo que sentía y lo que quería hacer, me miraron con mejores ojos. Estuvimos charlando un rato y luego hablamos con mi familia para encontrar el modo de hacer esto.
–¿Mamá? —Brenna vio lágrimas en los ojos de su madre y después una sonrisa.
–Es la primera vez que me han pedido que traiga una licencia matrimonial a lo alto de la montaña, pero dado que toda vuestra relación se ha desarrollado prácticamente aquí, me parece apropiado. Nos sentimos muy felices por ti, Brenna. Muy felices.
Aún abrumada, Brenna se giró hacia Tyler.
–¿Quieres casarte aquí?
–Sí. Si es lo que tú quieres.
Ella no podía ver bien entre las lágrimas.
–Sí quiero, pero… ¿qué pasa con la ropa? ¿Y el pelo? Ni siquiera llevo maquillaje.
–No podrías estar más guapa –le tomó la cara entre las manos, pero antes de poder besarla oyó la voz de Kayla.
–¡La organizadora de bodas al ataque, disculpadme…!
Maldiciendo para sí, Tyler la soltó.
–Con el empeño que has puesto en traernos hasta este punto, ¿y ahora vas a detenerme?
–No voy a detenerte, solo voy a retrasarlo lo justo para asegurarme de que la novia está mejor que nunca –Kayla sacó maquillaje del bolso–. Quédate quieta.
–Está fantástica –dijo Tyler entre dientes–. No es necesario.
–La has hecho llorar, Tyler, y no importa que hayan sido lágrimas de felicidad. Ninguna mujer quiere salir hecha una pena en sus fotos de boda –Kayla trabajó con celeridad, aplicando corrector, un poco de colorete y un toque de brillo labial–. Ya está. Estás preciosa. ¿Élise?
–Oui, j’arrive. Quítate la cazadora, Brenna.
–¡No me puedo quitar la cazadora! ¡Me voy a congelar! –y entonces Brenna se fijó en que su amiga llevaba una bolsa grande–. ¿Qué hay ahí?
–Algo para evitar que te congeles –Élise metió la mano y sacó una cazadora de esquiar blanca con una suave capucha de piel sintética–. Queríamos que tuvieras una boda blanca. No te imaginas lo complicado que fue encontrar una cazadora de esquí blanca en Nochebuena.
Brenna empezó a reírse mientras Jess las miraba con los ojos como platos.
–Esa cazadora es muy guay. ¿Dónde la habéis encontrado?
–En Nueva York –Kayla miró a Jackson, que volteó los ojos.
–No quiero conocer los detalles.
–Bien, porque no te los pienso contar. Una chica necesita tener sus secretos. Y hablando de secretos… ¿Sean? –Kayla le hizo una señal y Sean dio un paso al frente con un pequeño ramo de rosas blancas.
–Tampoco vas a querer saber hasta dónde he tenido que conducir para conseguirlo. Me debes una buena por esto –Sean le dio una palmadita a Tyler en el hombro y se acercó para besar a Brenna–. Para mí has sido como una hermana toda mi vida. Me alegra que vayáis a hacerlo oficial.
Brenna sacó una de las rosas del ramo y se la entregó a Jess.
–¿Quieres ser mi dama de honor?
Jess se puso colorada, estaba encantada.
–Claro. Quiero decir, sí quiero.
Todo el mundo se rio y Maura Daniles se aclaró la voz antes de decir:
–¿Vais a firmar la licencia? Paul ha sido muy amable al ofrecerse a oficiar la ceremonia, pero estoy segura de que está deseando poder irse para disfrutar de la comida de Navidad con su familia, y sé que Tyler tiene planes para ti, Brenna, así que vamos a empezar.
¿Planes?
Envuelta por la sensación acogedora y cálida que le proporcionaba la cazadora, y con las rosas en la mano, Brenna miró a Paul Hanlon, el juez de paz del pueblo. Lo conocía desde que era pequeña y ni siquiera se había percatado de que estaba allí, detrás de su padre y de Walter.
–Te he estropeado el Día de Navidad.
–Me has alegrado del Día de Navidad, Brenna –el hombre dio un paso adelante y se situó frente a los dos.
Después de eso, lo que vino a continuación quedó en un recuerdo algo borroso.
Recordaba haber intercambiado los votos con Tyler y haber dicho unas palabras no leyéndolas de un papel, sino pronunciándolas desde el corazón. Aunque apenas había oído lo que él le dijo porque estaba hipnotizada por su mirada, una mirada que llevaba toda la vida esperando ver.
Y recordaba también que después le había puesto el anillo y la había besado como si no quisiera detenerse nunca.
Se quedaron allí besándose, ajenos a su familia, ajenos a todo, hasta que Jess tiró a Tyler del hombro.
–Papá. Ya basta. Nos estamos congelando.
–C’est vrai! –dijo Élise asintiendo–. Me gusta el romanticismo más que a nadie, pero tengo que preparar la comida de Navidad para la mitad de Vermont, así que me tengo que marchar y no quiero perderme nada. Esta noche lo celebramos. Habrá champán.
–Pues será mejor que encarguéis mucho porque tenemos mucho que celebrar –Kayla sujetaba la mano de Jackson–. No solo que por fin Tyler haya entrado en razón, sino que tenemos ocupación completa hasta marzo.
Tyler sonrió contra la boca de Brenna.
–Qué suerte que vayas a vivir en la Casa del Lago.
–Venid a casa cuando queráis –dijo Elizabeth instando a todos a ir hacia el telesilla–. Tus padres comen con nosotros. También he invitado a Tom.
«Una nueva fase», pensó Brenna mientras se iban marchando uno a uno dejándola sola con Tyler.
–Esto es surrealista. Hace unas horas me estaba preguntando cómo iba a ser capaz de terminar el día, y ahora ha pasado de ser el peor día de mi vida al mejor.
–Lo mejor aún está por llegar. Me lo he ahorrado para el final. Anoche nevó –le puso la capucha de la cazadora con una mirada pícara–. Y sé dónde podemos encontrar nieve virgen.
–¿Ahora? Nos están esperando.
–Nos reuniremos con ellos luego, para tomar el champán. Es nuestro día de boda. Deberíamos pasarlo haciendo lo que nos encanta.
–¿En serio? En ese caso… –Brenna lo agarró de la parte delantera de la cazadora y él esbozó una lenta y sexy sonrisa.
–Sí, claro, eso también.
Se besaron hasta que Brenna llegó a dudar de si las piernas podrían llevarla hasta abajo de la montaña; hasta que se sintió mareada de emoción.
–Tienes que parar –le dijo contra los labios y lo sintió sonreír.
–Jamás voy a parar, cielo. Voy a estar besándote durante los próximos sesenta años.
–Para entonces tendrás más de noventa.
–¿Y? El abuelo va a seguir besando a la abuela cuando tengan noventa. Seguramente en la mesa de la cocina. Ahora eres una O’Neil. Tienes que aprender que las muestras de afecto son obligatorias en las reuniones familiares para que a los demás les entren ganas de vomitar.
Bajaron esquiando entre los árboles sobre una nieve espesa, y en esa ocasión fue ella la que guio el camino, deslizándose con velocidad, retándolo como solo ella podía hacerlo, y en todo momento consciente de la extraña sensación de llevar una alianza por dentro del guante.
Brenna O’Neil.
Sintió la calidez del sol sobre su rostro y se detuvo porque con un día de celebración por delante, quería pasar un momento a solas con él.
Tyler se detuvo a su lado.
–¿Pasa algo?
–Ya no –miró los árboles cubiertos de nieve y resplandeciendo bajo la luz del sol–. Pasamos tanto tiempo aquí de pequeños, que es perfecto estar hoy aquí también. No me puedo creer que hayas organizado todo esto. No me puedo creer que fueras a ver a mis padres.
–Necesitaba una licencia de matrimonio y necesitaba que tus padres supieran lo que siento por ti. No quería una vida llena de incómodas visitas familiares por obligación. Necesitaba convencerlos de que voy en serio, de que esto no es un juego para mí.
–Conociendo a mi madre, debió de costarte un buen rato.
Él se rio.
–Casi toda la mañana y gran parte de la tarde. Pero ayudó mucho que le enseñara el anillo.
–Es precioso –se quitó el guante y de nuevo vio cómo destellaba sobre su dedo–. No quería alejarme de este lugar. No quería alejarme de ti.
–No te lo habría permitido. Llevamos demasiado tiempo formando parte de la vida del otro.
Ella giró la cabeza y contempló la belleza del bosque nevado.
–Por algún sitio hay un árbol con mi nombre grabado.
–¿Hay un árbol llamado «Brenna Daniels»?
–Brenna O’Neil.
Algo se iluminó en los ojos de Tyler.
–¿Grabaste eso en un árbol?
–Estaba soñando y quería ver cómo quedaba.
Él agachó la cabeza.
–¿Y cómo quedaba?
Brenna lo rodeó por el cuello.
–Perfecto.