Tyler estaba tirado en una silla en un extremo de la habitación sin apenas escuchar mientras Jackson y Kayla presentaban la planificación para la temporada de invierno. Para él era el peor modo de pasar una noche, y tuvo que obligarse a concentrarse mientras iban viendo diapositivas que mostraban cifras proyectadas, número de visitantes y número de clientes habituales frente a nuevos clientes, hasta que al cabo de un rato todo se desdibujó y dejó de escuchar, muerto de aburrimiento.
No le importaría lo más mínimo no volver a oír el término «flujo de caja».
Debería haber estado en Europa, analizando vídeos con su equipo o discutiendo planificaciones con Chas, su técnico de esquí, cuya pericia en el terreno del afilado de cantos, del encerado y otros acabados lo habían ayudado a mejorar sus tiempos. Habían formado un equipo ganador, pero no eran las victorias lo único que echaba en falta. También echaba de menos los nervios y la emoción, la velocidad, los cien segundos al límite entre el control y el descontrol lanzándose por la pendiente a unas velocidades que la mayoría de las personas ni siquiera alcanzaría en un coche.
Esa había sido su vida, y esa vida había cambiado en un instante.
Por suerte, la noticia de que su pierna no podría soportar los esfuerzos del esquí de competición había llegado a la vez que la noticia de que Jess se iría a vivir con él, y así al menos había tenido algo más en lo que centrarse.
De pronto sus pensamientos giraron en torno a su hija y la conversación que habían mantenido antes.
Era imposible obviar el hecho de que ya no era una niña.
Era una adolescente.
Todo estaba cambiando. ¿Cuánto sabía exactamente sobre su vida sexual? ¿Cuánto sabía sobre el sexo en general?
Con la nuca cubierta de sudor, cambió de postura en la silla; la turbación que lo invadía era casi física.
¿A qué edad se suponía que había que mantener esa charla? No tenía ni idea. No tenía ni idea sobre nada del tema.
¿Y qué pasaba en el colegio? No lo sabía, pero estaba claro que algo no iba bien.
Tenía que pasar más tiempo con ella, y el modo más sencillo de hacerlo era centrarse en sus prácticas de esquí.
Pensar en esquiar lo ayudaba a relajarse. Al menos así se sentía en su zona de confort.
Jess era buena, pero por el hecho de haber crecido en Chicago con una madre que odiaba todo lo que tuviera que ver con el esquí, le faltaba experiencia. Tendría que encontrar el modo de suplir eso a la vez que cumplía con sus obligaciones en el negocio familiar. Lo que su hija necesitaba era pasar más horas en la montaña con alguien que tuviera la capacidad de entrenarla.
Sabía que él tenía esa capacidad, pero no la paciencia.
Aun así, la idea de entrenarla lo animó. Aunque ya no pudiera esquiar en competición, sí que podría esquiar con su hija. Veía mucho de sí mismo en ella, lo cual era probablemente la razón por la que su madre la había echado de casa el invierno anterior. Janet lo había intentado todo para borrar la parte O’Neil de Jess, pero no le había funcionado.
Un intenso orgullo se entremezcló con una rabia latente.
La familia Carpenter había pagado una fortuna a un grupo de hábiles abogados para asegurarse de que Janet se quedaba con la custodia de Jess. Así, durante doce años se había tenido que conformar con verla solo durante el verano y en Navidad, pero entonces, Janet se había vuelto a quedar embarazada. La combinación de un nuevo bebé con una Jess rozando la adolescencia había propiciado que acabara enviando a su hija a vivir con él.
Tyler había sentido alivio y alegría de que por fin Jess estuviera donde siempre la había querido tener, pero también había sentido rabia e incredulidad por el hecho de que Janet se hubiera desentendido de ella.
Para él, la familia era la familia, y así se mantenía incluso cuando las cosas se ponían feas. Uno no podía renunciar ni abandonar. Alejarse no era una opción. Tenía dieciocho años cuando Janet le había dicho que se había quedado embarazada tras el único encuentro sexual que habían tenido, y por mucho que la noticia había impactado a la familia O’Neil, él jamás había dudado de que tendría todo su apoyo.
La familia Carpenter, por el contrario, había sido menos tolerante, y a Janet nunca le habían perdonado que se hubiera quedado embarazada. Ella lo culpaba a él de todo, como si no hubiera sido ella la que había entrado en el granero aquel día ataviada únicamente con una sonrisa. Y ese resentimiento había impregnado su relación con su hija. No era de extrañar que Jess hubiera llegado a Snow Crystal sintiéndose insegura, rechazada y vulnerable.
–¿Qué opinas, Tyler?
Al darse cuenta de que le habían hecho una pregunta que ni siquiera había oído, Tyler se despertó y miró a su hermano.
–Sí, adelante. Gran idea.
–No tienes ni idea de lo que he dicho –Jackson se cruzó de brazos y estrechó la mirada–. Esto es importante. Podrías intentar prestar atención.
Tyler contuvo un bostezo.
–Y tú podrías intentar ser menos aburrido.
–El equipo de esquí del instituto necesita entrenador. Está perdiendo más de lo que gana. Quieren nuestra ayuda.
–He dicho «menos aburrido».
Su hermano lo ignoró.
–Les he dicho que les daríamos un par de sesiones. Podemos darles clases teóricas y luego una demostración sobre cómo aplicar la cera.
–¿La cera? –preguntó Kayla enarcando una ceja–. ¿Seguimos hablando de esquí, verdad? ¿No de depilación?
Tyler la miró.
–¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?
–Lo suficiente como para saber exactamente cómo tomarte el pelo.
Sonriendo, Kayla hizo una anotación en su teléfono.
–Ayudar al equipo del instituto nos traerá buena publicidad. Puedo aprovecharlo a nivel local.
Malhumorado, Tyler bajó la mirada dando por hecho que le pedirían que lo hiciera él.
En una época de su vida había esquiado junto a los mejores del mundo. Ahora entrenaría a un pésimo equipo de instituto.
Un intenso pesar lo recorrió junto con una sensación de decepción y anhelo que no tenía ningún sentido. Lo hecho, hecho estaba.
Estaba a punto de hacer un comentario frívolo sobre cómo había llegado a lo más alto, cuando Jackson dijo:
–Hemos pensado que podría hacerlo Brenna.
Brenna era la persona indicada, obviamente. Era instructora certificada de Nivel 3 de la PSIA y tenía mucho talento como profesora; era paciente con los niños e intrépida con los esquiadores expertos.
Al mirarla, Tyler se fijó en cómo le cambió el gesto y cómo se le tensaron los hombros. No hacía falta ser experto en lenguaje corporal para ver que no quería hacerlo.
Y él sabía por qué.
Imaginaba que se negaría, pero en lugar de eso ella esbozó una tensa sonrisa.
–Claro. Kayla tiene razón. Nos traerá buena publicidad y será positivo para nuestra reputación –dio la respuesta que Jackson quería y escuchó mientras él señalaba los detalles, aunque ya no quedaba ni rastro de la sonrisa que había sido tan evidente unos momentos atrás. Ahora Brenna, seria, miraba hacia la ventana, hacia el bosque cubierto de nieve y los picos que se alzaban a lo lejos.
Tyler se preguntó por qué su hermano no se había percatado de la falta de entusiasmo en su respuesta y llegó a la conclusión de que Jackson estaba demasiado ocupado con la presión de mantener el negocio familiar a flote como para fijarse en pequeños detalles. Detalles como la rigidez de sus hombros.
Estaba furioso, a punto de estallar.
¿Por qué Brenna no se expresaba y decía lo que sentía y opinaba?
Sabía que no quería hacerlo. A diferencia de lo que le sucedía con la mayoría de las mujeres que había conocido, en el caso de Brenna le resultaba sencillo saber lo que pensaba y sentía. La expresión de su rostro se ajustaba a su estado de ánimo. Sabía cuándo estaba feliz, cuándo estaba ilusionada por algo; sabía cuándo estaba cansada y cuándo de mal humor. Sabía cuándo estaba triste. Y ahora lo estaba tras saber que entrenaría al equipo del instituto.
Y él sabía por qué.
Brenna había odiado ir a clase. Al igual que él, había considerado que era una absoluta pérdida de tiempo. Lo único que había querido hacer era ir a la montaña a esquiar tan deprisa como pudiera, y las clases se habían interpuesto en eso. Tyler había sentido lo mismo, y esa era la razón por la que la había comprendido. Sabía perfectamente lo que era sentirse atrapado dentro de un aula, sufriendo por no entender lo que ponía en unos aburridos libros que pesaban como ladrillos.
Sin embargo, en el caso de Brenna no habían sido ni el amor por las montañas ni el rechazo por el álgebra lo que la había llevado a detestar el instituto, sino algo mucho más feo e insidioso.
Había sufrido acoso.
En más de una ocasión, sus hermanos y él habían intentado averiguar quiénes le estaban haciendo la vida imposible, pero ella se había negado a hablar de ellos y ninguno había presenciado nunca nada que pudiera haberles dado alguna pista. Tampoco había ayudado mucho el hecho de que fuera más pequeña, ya que eso había supuesto que no coincidieran apenas durante su jornada escolar.
Tyler había querido solucionarlo y le había vuelto loco que ella no se lo hubiera permitido.
Si eso le hubiera sucedido a uno de sus hermanos, él habría solucionado el problema, y por eso no había entendido por qué ella no le había permitido ayudarla.
En una ocasión, Brenna había vuelto de clase con las rodillas arañadas, un corte en la cara y los libros estropeados tras su encuentro con quien fuera que la había empujado a una zanja.
–No necesito que libres mis batallas, Tyler O’Neil –le había dicho con la mochila llena de barro colgada de su delgado hombro.
Tyler recordó cómo en aquel momento había pensado que si alguna vez descubría quién le estaba haciendo todo eso, lo arrojaría desde lo alto de Scream, una de las pistas más peligrosas de la zona.
Pero jamás lo había descubierto.
Y suponía que la persona o personas responsables se habían marchado de Snow Crystal dejando allí solo ese recuerdo.
¿Estaría Brenna pensando en ello ahora?
Se pasó la mano por la mandíbula y maldijo para sí. No quería verla como a alguien vulnerable. Quería verla como a uno de los chicos. Se había entrenado a sí mismo para no fijarse en la dulce curva de su boca cuando se reía. Era una colega. Una amiga.
Su mejor amiga. Y él nunca, jamás, haría nada que pudiera poner eso en peligro.
«Mierda».
–Iré al instituto. Entrenaré al equipo y haré lo que haga falta –mientras Tyler pronunciaba esas palabras, una parte de su cerebro le estaba gritando que se callara–. Brenna ya tiene demasiado que hacer por aquí.
Jackson enarcó las cejas con gesto de sorpresa.
–¿Tú?
–Sí, yo. ¿Por qué no?
–La pregunta es más bien: «¿Por qué sí?».
Esperó a que Brenna admitiera cómo se sentía y, cuando no lo hizo, se inventó una explicación.
–Son las estrellas del mañana –dijo repitiendo mecánicamente algo que había leído en el encabezado del informe del instituto de Jess, pero después decidió que necesitaba algo más convincente–. Y no hay nada mejor que disfrutar de las adulaciones de un grupo de adolescentes. Por aquí no me aduláis lo suficiente, así que lo haré.
–No –dijo Brenna sacando voz finalmente–. Todos sabemos que a ti eso no te va. Yo lo haré.
–Haré que me vaya. Lo haré yo, y no se hable más.
Kayla soltó una carcajada de alegría.
–Ya estoy viendo los titulares: «Campeón de esquí alpino entrena a equipo perdedor de instituto». Será una historia magnífica –comenzó a caminar de un lado a otro mientras su entusiasmo y emoción eran notables a cada taconeo que daba–. Podría investigar si a alguien le interesaría para grabar un documental. ¿Puedo hacerlo?
Tyler, que detestaba a la prensa después de la publicación de un artículo especialmente desagradable sobre su supuesta relación con una impresionante esquiadora de snowboard australiana, sintió cómo se le erizó el vello de la nuca.
–No, si queréis que sea el entrenador.
Jackson estaba frunciendo el ceño.
–¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
–Estoy seguro –Tyler pensó en lo que acababa de comprometerse a hacer y decidió que desde ese momento el viernes se había convertido oficialmente en su peor día de la semana–. ¿Hemos terminado? Porque ver todas esas líneas en la hoja de cálculo me está haciendo sentir como si estuviera encerrado tras unos barrotes. Tengo trabajo que hacer con parte del equipamiento. Y me refiero a trabajo de verdad, no trabajo que tenga que ver con hacer presentaciones.
Era divertido burlarse de su hermano y lo ayudaba a olvidarse de que Brenna lo estaba pasando mal, algo que lo hacía sentirse agitado e incómodo.
–Casi hemos terminado –Jackson se negaba a que le metieran prisa–. Como sabéis, están pronosticando una gran tormenta de nieve por todo el estado. Ya se está monitoreando y, según la predicción del tiempo, se posará justo sobre la costa de Nueva Inglaterra, lo cual nos sitúa en un punto óptimo para tener nieve, y eso es una buena noticia teniendo en cuenta que ahora mismo estamos un veinte por ciento por debajo de la media para esta época del año.
–Así es el invierno en Vermont. Primero estás esquiando sobre la hierba, al minuto estás deslizándote por el hielo, y, si tienes mucha suerte, al momento te ves cubierto de nieve hasta el cuello.
La mención de la nieve hizo que Tyler saliera de su estado de hastío.
–¿Cuánta nieve se espera, exactamente?
–Entre 30 y 40 centímetros. Posiblemente más.
–Es la mejor noticia que he recibido en mucho tiempo. Me encanta disfrutar de un buen día de nieve.
–A nuestros clientes también, y pagarán por un guía, así que estarás ocupado.
–Nunca fallas a la hora de arruinar las buenas noticias. ¿Es que nunca puedes pensar en algo que no sea el trabajo?
–No, teniendo tan cerca nuestra época del año más ajetreada. Somos un complejo turístico de deportes de invierno.
Kayla levantó la mirada de su portátil.
–Y tú eres nuestra PUV.
–¿Que soy vuestra qué?
–Nuestra propuesta única de venta. Ningún otro complejo turístico tiene un esquiador medallista disponible para alquiler.
–Yo no estoy en alquiler.
Ignorando su peligroso tono, Kayla sonrió.
–Lo estás por un precio. Por un buen precio, he de añadir. No eres barato. ¿Has echado un vistazo a nuestra nueva web? Hay una página entera dedicada a ti. «Esquía con el mejor del mundo».
Tyler contuvo un bostezo.
–¿No puedo darles un mapa y que ellos se busquen el camino?
Jackson ignoró el comentario.
–La gente pagará una buena cantidad de dinero por lanzarse por las pistas con nieve fresca y disfrutar del silencio.
–Y con toda esa gente disfrutando de eso, no habrá silencio –destacó Tyler, pero Jackson no estaba escuchando.
–La nieve resultará una diversión en las pistas, pero no tanto en la carretera –como de costumbre, su hermano se centraba en las implicaciones para el negocio–. Si eso sucede, tendremos que encontrar habitaciones para tantos empleados como podamos porque los quitanieves no van a dar abasto.
Decidiendo que el tema de la logística no era problema suyo, Tyler se puso de pie.
–Mi cama es bastante grande para dos. Para tres, si son rubias –añadió evitando mirar la brillante melena oscura de Brenna–. Y ahora me marcho antes de que me muera de aburrimiento y tengáis que sacar de aquí mi cadáver en descomposición. No sé mucho de marketing, pero imagino que no sería bueno para el negocio.
Intentando sacarse de la cabeza la imagen de Tyler compartiendo cama con dos rubias, Brenna se abrochó la cazadora y salió a la gélida noche. Tyler avanzaba delante y se fijó en esos hombros anchos y poderosos pensando que, cuando él estaba presente, las reuniones nunca duraban mucho. Él aceleraba las cosas, impaciente por salir al aire fresco, incapaz de estarse sentado un momento.
Encerrar a Tyler O’Neil en una sala de reuniones era como intentar enjaular a un tigre.
Sus pies rozaban una ligera capa de nieve y sin necesidad de la predicción meteorológica sabía que tendrían más antes de que la semana terminara. Podía olerlo en el aire. La temperatura había caído en picado y el frío cargaba el cielo.
Por lo que a ella respectaba, no había un lugar en el mundo más perfecto que Snow Crystal. Adoraba la tranquilidad y la paz del lago en verano, el estallido de colores otoñales que hacían que pareciera que la frondosidad del bosque estaba en llamas, pero sobre todo adoraba la helada belleza del invierno.
–¡Brenna, espera! –Kayla corrió hacia ella con el portátil golpeteándole contra la cadera y su melena rubia deslizándose sobre su elegante abrigo rojo. Su cabello era suave y perfecto, como el de Christy. Y al igual que Christy, Kayla podría entrar en cualquier sala de juntas de Nueva York y no desentonar.
–¿Va todo bien?
–Sí, pero hacía días que no te veía. Ha sido una locura. ¿Vas a ir al gimnasio mañana? –a Kayla le sonó el teléfono y lo miró rápidamente–. Es un mensaje de mi exjefe de Nueva York ofreciéndome un ascenso si vuelvo. Es de risa. Me está enviando uno a la semana. Han conseguido una gran cuenta y están desesperados por contratar a gente.
–¿Volverías?
–Ni en un millón de años. Manhattan en Navidad es mi idea de pesadilla. Dame abetos y bosque. Preferiría abrazar a un alce antes que visitar a Santa Claus.
–Y, sobre todo, preferirías abrazar a Jackson.
Kayla esbozó una pícara sonrisa.
–Y tanto. Ese hombre hace que me cueste mucho levantarme por las mañanas, de eso no hay duda –se guardó el teléfono en el bolsillo–. Me encanta estar aquí, y este invierno estoy decidida a mejorar con mi esquí para no quedarme atrás. Ya estoy harta de los comentarios despectivos de Tyler sobre mi falta de destreza –siguió la mirada de Brenna y lo vio alejándose–. Nunca se queda hasta el final, ¿verdad? Quería convencerlo para dirigir unas clases magistrales para esquiadores de nivel avanzado, pero ha salido corriendo antes de que hubiéramos terminado.
–Sospecho que lo de entrenar al instituto y hacer de guía ya ha sido suficiente por una sola noche.
–No veo dónde está el problema. Le encanta esquiar. Lo encuentra divertido. ¿Qué tiene de malo esquiar con los clientes?
–El problema es que es el mejor. Y para él la diversión es esquiar por lugares que harían que a cualquier otra persona le diera un infarto.
–A mí solo el esquí en sí ya me produce un infarto. La idea de lanzarme por una pendiente vertical me resulta aterradora.
–Pero eso es solo porque esta es tu segunda temporada.
–Estoy segura de que siempre me va a resultar aterrador. Soy una cobarde y no veo lógico situarme en una posición en la que podría acabar muerta. ¿Cómo lo haces? Quiero decir, tú te lanzas por pendientes que me harían llorar. El otro día, Jackson me dijo que podrías haber pertenecido al equipo de esquí nacional si tus padres te hubieran animado más.
Era algo en lo que Brenna no se permitía pensar.
–Querían que encontrara un trabajo en condiciones.
–Diriges el Outdoor Center. ¿Es que eso no es un trabajo en condiciones?
–Para ellos no –ladeó la cara y sintió unos copos de nieve posarse sobre sus mejillas–. Supongo que soy una decepción para ellos.
–¿Cómo puedes ser tú una decepción? Eres una profesora con gran talento, se te dan igual de bien los cobardicas que los temerarios –a Kayla se le iluminaron los ojos–. ¡Oye, qué gran idea! Deberías ponerle a una clase el nombre «Temerarios».
–No, si quieres que la imparta. No es bueno alentar a los niños a que hagan locuras por las pistas –Brenna se sacó el gorro del bolsillo–. Voy a alcanzarlo a ver si puedo convencerlo para que imparta tu clase magistral.
–Perfecto. Así podrá matarte a ti y no a mí. Ahora lo que necesitamos es nieve –Kayla se giró cuando Jackson se unió a ellas–. ¿Listo para cenar? Me ha escrito tu madre. Ha hecho estofado de carne, aunque lo que en realidad pone en su mensaje es «estropeado de carne», así que puede que prefieras comida para llevar.
–No estoy seguro de estar de humor para una reunión familiar. ¿Qué tal una pizza en la cama? –le preguntó Jackson echándole un brazo sobre el hombro–. ¿Vienes, Brenna?
–¿A tomar pizza en la cama? Creo que no –se puso el gorro y se apartó el pelo de la cara–. Tengo que terminar de planificar las carreras.
–No podemos cenar pizza en la cama –murmuró Kayla–. Le he prometido a Elizabeth que iríamos. Es la noche de familia. Sean y Élise irán también, y Jess ya está allí.
–Adoro a mi familia, pero hay días en los que me mudaría a California encantado –Jackson agachó la cabeza, la besó y le lanzó a Brenna una mirada de disculpa–. ¿Va todo bien en Forest Lodge? ¿Estás cómoda allí?
–Es perfecta. Me encanta. Forest Lodge es la casa de mis sueños, me resulta muy cómoda. Gracias por dejar que me vuelva a alojar esta temporada.
–Nos viene bien tenerte aquí y tenemos cabañas vacías, así que tiene sentido. Buenas noches, Brenna.
–Buenas noches –los vio caminar sobre la nieve y agarrados del brazo en dirección a la casa principal. Sintió una punzada de envidia y se quedó allí de pie un momento, asaltada por emociones encontradas. Se alegraba por ellos, se sentía feliz de que fueran felices, pero de algún modo su felicidad y lo que compartían hacían que fuera más consciente de lo que faltaba en su vida.
Cansada y furiosa consigo misma, recorrió el camino cubierto de nieve que se extendía desde el Outdoor Center hasta la senda del lago y Forest Lodge. Era una de las primeras cabañas que Jackson había construido cuando se había hecho cargo de Snow Crystal, y a Brenna le encantaba. Todas las cabañas eran preciosas, pero Forest era especial.
El complejo turístico pertenecía a los O’Neil desde hacía cuatro generaciones, pero la verdad no había salido a la luz hasta la muerte del padre de Jackson. El complejo había estado en peligro y había sido Jackson el que había renunciado a su próspero negocio de esquí en Europa para volver a casa y dirigir el negocio familiar ayudado por Tyler, cuya propia carrera se había desplomado y esfumado de un modo monumental.
Recorría el camino respirando el aroma de los pinos y el frío de la noche. Los sonidos del bosque la apaciguaban. La capa de nieve aún era fina, pero todos esperaban que eso cambiara.
Estaba tan inmersa en sus pensamientos que por poco no se chocó con Tyler, que la estaba esperando.
Con sus botas de nieve planas apenas le llegaba al hombro.
–Creía que ya te habrías ido.
–Solo soy capaz de soportar un máximo de aburrimiento empresarial.
–Entonces, ¿por qué sigues aquí?
–Te he visto disgustada en la reunión. ¿Por qué nunca dices lo que piensas? –alargó la mano y le bajó el gorro para que le cubriera más las orejas–. Deberías haberle dicho a mi hermano que no cuando te ha pedido que entrenes al equipo del instituto.
Tyler siempre había sabido lo que sentía y pensaba, lo cual hacía que su aparente ignorancia sobre lo que sentía por él resultara de lo más sorprendente. A lo largo de los años había llegado a la conclusión de que el hecho de que la conociera tan bien era la única razón por la que no había averiguado la verdad. Llevaban tanto tiempo siendo íntimos amigos que jamás se le habría pasado por la cabeza plantearse esa relación o dejar de verla simplemente como la chica junto a la que había crecido.
Y ella prefería que fuera así.
Era más sencillo para los dos que Tyler no lo supiera.
Prefería evitar las situaciones incómodas que se producirían inevitablemente si se revelara semejante desequilibrio en la relación.
–Iba a hacerlo hasta que te has presentado voluntario.
El silencio del bosque los envolvió. Estaban en el cruce entre el camino que conducía al Outdoor Center y el camino que atravesaba el bosque hasta el lago.
–Alguien tenía que hacerlo y no quería que fueras tú –el cuello de la cazadora le rozaba la oscura sombra de su mandíbula y los ojos le brillaban con impaciencia–. Deberías haber dicho que no.
–Es mi trabajo. Jackson me ha pedido que lo hiciera.
–Y no debería haberlo hecho, pero cuando se trata de Snow Crystal mi hermano es muy estrecho de miras.
–Supongo que eso sucede cuando estás luchando por salvar un negocio. No tenías por qué haberte presentado voluntario. Yo lo habría hecho.
–Pero lo habrías hecho solo porque preferías eso a tener que mantener una conversación complicada.
–¿Cómo dices?
–Haces lo que sea por evitar confrontaciones.
–Eso no es verdad –apartó la mirada avergonzada y frustrada porque sabía que era cierto–. ¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Decirle que no a mi jefe?
–¿Por qué no? Odiabas todo lo que tenía que ver con ese instituto. Estabas deseando poder marcharte. Los dos sabemos que no quieres volver ahí.
A ella se le hizo un nudo en el estómago, un nudo muy desagradable.
Había muchas cosas que deseaba haber dicho y haber hecho de otro modo. Cosas que su yo adulta le habrían dicho a su yo adolescente y a sus acosadores.
–No me interesaba mucho estudiar.
–Los dos sabemos que esa no era la razón por la que odiabas ese lugar.
Ella se sonrojó, incómoda por que la conociera tan bien. Sus días de instituto habían sido una época deprimente. Todo ese periodo de su vida habría sido desdichado de no haber sido por los hermanos O’Neil y por Tyler en particular.
–¿Por qué estamos hablando de esto? Pasó hace mucho tiempo.
–Ya estás otra vez evitando temas. Cuando algo es complicado, lo esquivas, te escondes. ¿Quién fue? Lo quiero saber.
–¿Quién fue quién?
–¿Quién te lo hizo pasar tan mal?
Le había hecho esa pregunta muchas veces a lo largo de los años y ella nunca le había dado una respuesta.
–¿Por qué estás sacando ese tema ahora? Pasó hace mucho tiempo.
–Exacto. Por eso precisamente me lo podrías contar.
Su persistencia la exasperaba.
–No fue nadie.
–¿Te caíste en la zanja tú sola? –Tyler puso los dedos bajo su barbilla y le giró la cara hacia él–. Jackson y yo sospechábamos de alguien. ¿Fue Mark Webster? ¿Tina Robson? Eso dos fueron los que más problemas causaron en tu curso.
–No fueron ellos –intentó ignorar lo que le hacía sentir tener su mano contra su piel–. Era muy torpe, eso es todo.
–Cielo, esquiabas conmigo, y la mayoría de las veces me seguías el ritmo. Había momentos en los que casi eras mejor que yo.
–¿Casi? La arrogancia no resulta atractiva, Tyler –pero había visto el brillo en sus ojos y sabía que estaba tomándole el pelo.
–Y tampoco lo es la evasión –una sonrisa que resultó demasiado atractiva titiló en las comisuras de sus labios–. No me lo vas a contar nunca, ¿verdad?
–No. Ya lo he dejado atrás y, de todos modos, no necesito que me protejas.
–¿Cameron Foster?
–¡Tyler, para!
–Si me hubieras dicho quién fue, los habría arrojado a la zanja.
Y ella sabía que era verdad. Tyler O’Neil se había pasado más tiempo en el despacho del director que en clase.
–Por eso no te lo conté. Ya tenías bastantes problemas sin que yo te causara aún más. Mira, te agradezco que te hayas ofrecido voluntario para dar esa clase, pero no era necesario. Los dos sabemos que lo odiarías. ¿Por qué querrías someterte a eso?
–Por ti.
A Brenna se le aceleró el corazón. La esperanza, esa cosa que reprimía tan implacablemente, recobró vida en su interior.
–¿Qué significa eso? ¿Por qué ibas a hacerlo por mí?
Él frunció el ceño, como si le hubiera resultado una pregunta extraña.
–Porque me preocupo por ti. Porque somos amigos desde que aprendimos a caminar.
Amigos.
Brenna sintió un golpe por dentro y supo que era decepción.
¿Cómo podía sentirse decepcionada por algo que siempre había sido su realidad? Debería estar agradecida por tener su amistad. Era avaricioso por su parte querer más, pero aun así quería más. Lo quería todo. Quería la fantasía al completo.
Y eso era lo que sería siempre, por supuesto.
Una fantasía.
Tyler le dio una amistosa palmadita en el hombro.
–Borra esa cara de enfado. Voy a dar esas clases y no hay más que hablar. Si te hace sentir mejor, puedes regalarme una botella de whisky por Navidad para anestesiar la agonía.
–Ya te he comprado el regalo de Navidad.
–¿Sí? ¿Y qué es?
–Una colección de pelis para chicas para que las veas con Jess. He pensado que os ayudaría a uniros más.
Él gruñó.
–Será mejor que estés de broma. Aunque, hablando de Jess, necesito tu ayuda. Está desesperada por esquiar.
«Igualita que su padre».
Le resultaba una idea agridulce porque era lo que había anhelado: ese hombre, hijos. Un hogar. Una familia. Snow Crystal. Ser una O’Neil de manera oficial. No sabía si era porque era una anticuada o porque había sabido desde el principio que el único hombre al que quería era Tyler. No había necesitado conocer a otros cientos de hombres para saber que él era el único.
Pero él no quería eso, y mucho menos lo quería con ella.
Se obligó a centrarse en el tema de Jess.
–Esquía contigo, no hay mejor entrenamiento que ese.
–Es lo único que quiere hacer. Se está quedando atrasada con sus deberes y no se concentra en clase –se pasó la mano por la mandíbula–. ¿Cómo puedo manejar la situación? No dejo de decirle que haga sus tareas, pero yo nunca hice las mías, así que, ¿me convierte eso en un hipócrita? ¿Le digo que haga lo que le digo o que haga lo que hacía yo? No sé. No dejo de pensar en el invierno pasado. Intenté controlarla y mira lo que pasó.
–Estaba retándote, probándote, y lo solucionaste.
–¡Se escapó!
–La encontraste al momento.
–Pero primero hizo que nos diera un infarto a todos.
Brenna pensó en la noche en que Jess había desaparecido.
–Supongo que tienes que establecer unos límites.
–Tú ignoraste los límites. Y yo también. ¿Cómo puedo imponérselos a mi hija?
Verlo cuestionándose a sí mismo resultaba una experiencia totalmente nueva. Tyler era una persona valiente y segura de sí misma. Ambas cualidades eran parte esencial de un deporte que demandaba una precisión total. Nunca había tenido dudas sobre lo que quería de la vida, y a Brenna le resultaba entrañable verlo intentando adaptarse a vivir con una hija adolescente. Pero sospechando que «entrañable» no era un adjetivo que él agradecería, se lo guardó.
–No podrías estropear nada si lo haces. Desde el momento en que Janet la envió aquí le dejaste claro que era una niña amada y querida. Eso es lo más importante.
Jess no había contado mucho sobre los años que había pasado con su madre en Chicago, pero había dicho suficiente para que Brenna, que siempre se había considerado una mujer apacible, deseara no volver a verse cara a cara con Janet.
–Pero con quererla no basta, ¿no? Me preocupa ser un padre pésimo. Esa es la verdad –respiró hondo y se pellizcó el puente de la nariz–. Eres la única persona a la que se lo he reconocido.
Ella se sintió como si le estuvieran estrujando el corazón.
–Eres un buen padre. ¿Cómo puedes dudarlo?
–No logré mantenerla a mi lado cuando nació, ¿verdad?
–Pero no fue porque no lo intentaras –sabía lo mucho que se habían esforzado los O’Neil por quedarse con Jess. Sabía lo que les había supuesto perderla–. ¿Por qué estás pensando en eso ahora cuando pasó hace tanto tiempo?
–Porque antes me lo ha mencionado.
–¿Lo de la batalla por la custodia?
–El hecho de que fuera un accidente. Está claro que Janet le dijo algo. Me preocupa que entre los dos la hayamos hundido emocionalmente.
–Si te sirve de algo, no creo que esté hundida, pero si resulta que está afectada por su infancia, tú no eres el responsable. No fuiste tú el que le dijo esas cosas.
–Soy responsable de lo que pase de ahora en adelante, y esa responsabilidad me asusta.
–No puedo imaginarte asustado –de todas las palabras que se podrían relacionar con Tyler O’Neil, «miedo» no era una de ellas–. A ti no te asusta ni nada ni nadie.
–Esto me asusta –dejó de caminar y se giró para mirarla. Ahora en esos ojos azules no había ni ápice de humor–. No quiero estropearlo, Bren.
Su sinceridad hizo que se le formara un nudo en la garganta. Brenna alargó la mano, la posó en su brazo y cerró los dedos alrededor de su bíceps extremadamente duro. Tyler O’Neil era pura masculinidad, pero ella intentaba no pensar en él de ese modo. Intentaba no fijarse ni en los anchos hombros, ni en la masa de músculo bajo su cazadora, ni en la reveladora sombra que le cubría la mandíbula. Intentaba verlo como a un amigo primero y como a un hombre después. Sin embargo, ese día, por la razón que fuera, la táctica no le estaba funcionando tan bien y sus sentidos recibieron un fuerte impacto.
Por su propia cordura, normalmente tenía mucho cuidado de no tocarlo, pero ese día había roto la norma.
Era hipersensible a él. Un cosquilleo le recorrió la espalda de arriba abajo. Le zumbaban las terminaciones nerviosas de todo el cuerpo, y el impulsivo deseo de ponerse de puntillas y besar esa sensual curva de su boca resultó casi abrumador.
Si lo hacía, ¿cómo reaccionaría él?
Se moriría del susto.
Y después, tartamudeando, le diría que no le parecía una buena idea porque trabajaban juntos, mientras que lo que de verdad estaría pensando sería que no era su tipo y que no la encontraba atractiva.
Ella tenía mucho cuidado de no cruzar nunca esa línea entre la amistad y algo más íntimo porque sabía que una vez la cruzara, jamás podrían volver atrás. Sus sentimientos eran un problema. No quería hacerlo sentir incómodo ni hacer nada que pusiera en riesgo su relación.
Se quitó el gorro, giró la cabeza y observó los altos árboles del bosque intentando bloquear la imagen de esa boca, de esos sensuales ojos azules y de ese precioso pelo revuelto por el viento.
Él también parecía tenso, pero Brenna sabía que era porque estaba pensando en Jess, no en ella.
La veía como a una amiga, en primer lugar y también en segundo. Dudaba que alguna vez la hubiera visto como a una mujer. Para él, ella no tenía género. Era una de las pocas personas en las que podía confiar en una vida plagada de aduladores, parásitos y gente que quería algo de él, ansiosos por comerse las migajas de una fama de segunda mano. La vida de Tyler mientras había competido en los circuitos de esquí alpino había sido una locura, pero en todo momento ellos habían mantenido su amistad.
–Creo que necesitas relajarte. Sigue tu instinto y haz lo que te haga sentir bien. No hay un único modo correcto de ser padre.
–Hay muchos modos equivocados de serlo.
«Que me lo digan a mí».
–La quieres por cómo es y eso es lo más importante para cualquier hijo. No deseas que fuera diferente.
–¿Ahora estamos hablando de ti? –con mirada compasiva, Tyler levantó una mano y le quitó nieve del cabello–. ¿Cómo está tu madre? ¿Has entrado últimamente en la guarida del dragón?
El hecho de que supiera al instante qué le estaba pasando por la cabeza era un indicativo más de lo bien que se conocían.
–Hace un mes que no la veo. Le debo una visita, pero la pospongo constantemente –Brenna forzó una sonrisa–. Tengo que prepararme de antemano para soportar una hora recibiendo sermones por cómo estoy malgastando mi vida aquí.
–Tienen suerte de tenerte, Bren.
«No, no la tienen».
–No creo que ellos piensen lo mismo. Para ellos soy una decepción. No soy como querían que fuese –había dejado de intentar cambiar la realidad. Algunas familias, como los O’Neil, formaban un equipo, y otras iban tambaleándose como una panda de inadaptados, como si se hubieran juntado por obra de un desdichado accidente.
–Tú eres tú –le dijo frunciendo el ceño–. Deberían querer que fueras tú.
Tyler tenía un don para simplificar las cosas.
Sabía que mucha gente lo veía como un hombre obsesionado con el deporte, como un tipo rebelde y superficial. Pero eso era solo la superficie. Bajo esa apariencia de despreocupación, era astuto y perspicaz.
–Precisamente porque entiendes eso y lo crees, sé que eres un padre fantástico. Aceptas a Jess tal como es. Eso es lo mejor que puede hacer un padre.
–La vuelve loca esquiar. Estoy intentando que haya un poco de equilibrio en su vida.
Brenna sonrió.
–¿Nosotros teníamos equilibrio a su edad?
–No. Siempre estábamos en la montaña.
Brenna se agachó y recogió una piña.
–Pues deja que ella haga lo mismo. Si te ves atrapado en una corriente fuerte, no intentas nadar contra ella. Deja que esquíe en cada rato libre que tenga y tal vez, si no la reprimes, se sentirá más dispuesta a pasar un poco de tiempo haciendo otras cosas. Ve dirigiéndola gradualmente.
–Eso suena muy razonable.
–Por cierto, te has marchado antes de que Kayla haya podido preguntarte si te plantearías dirigir una clase magistral de esquí.
–Ofrecerme a colaborar con el esquí del instituto ya ha supuesto un impacto demasiado grande para mi cuerpo por hoy –miró la hora–. ¿Qué haces ahora? ¿Estás ocupada?
–Iba a marcharme a mi cabaña y tú tienes noche de familia.
Los O’Neil intentaban juntarse una noche al mes para cenar. Era algo que envidiaba y admiraba al mismo tiempo. No tenía ni idea de cómo una familia podía alcanzar ese grado de proximidad. La suya, por supuesto, no lo había hecho.
–Eres bienvenida si quieres acompañarnos, ya lo sabes. Ojalá vinieras. Necesito apoyo moral para soportar a mis dos hermanos babeando por sus mujeres.
–Están enamorados.
Tyler se estremeció.
–Por eso te necesito allí. Somos la única gente cuerda que queda.
–Esta noche no –se guardó la piña en el bolsillo y echó a caminar otra vez; la fina capa de nieve crujía bajo sus pies. Si los meteorólogos no se equivocaban, pronto la nieve le llegaría por la rodilla–. Tengo papeleo que hacer –y necesitaba un poco de tiempo alejada de Tyler para recomponerse.
–Qué vida tan emocionante tienes. Debe de resultarte complicado dormir por las noches.
Ella respiró el aroma de la nieve y del bosque.
–Resulta que me gusta mi vida, aunque prefiero la parte que paso al aire libre.
–¿Te apetece que nos tomemos algo rápido? Tengo que hablar de sexo.
–¿Que tú… qué? –se tambaleó y él alargó una mano para sujetarla con fuerza.
–Ten cuidado. Retiro lo dicho. A lo mejor sí que eres un poco torpe cuando no estás concentrada –le soltó el brazo–. Me he dado cuenta de que no tengo ni idea de cómo hablar con Jess sobre sexo, y quiero saber qué decirle antes de que tenga que decirlo. No quiero titubear como me ha pasado esta noche con el otro asunto.
Jess.
Quería hablar de Jess.
Sentía las rodillas como si se hubiera bebido una botella de vodka.
–¿Qué otro asunto?
–No importa, pero me ha hecho pensar.
Ella también estaba pensando y deseaba no estar haciéndolo porque esos pensamientos giraban en torno a él desnudo.
–¿Pensar en qué?
–Para empezar, ¿a qué edad se supone que se le habla a un hijo de sexo? ¿Qué edad tenías tú cuando hablaste con tu madre?
«Yo todavía no hablo con mi madre».
–Nosotras no hablábamos de esas cosas.
–¿Nunca? ¿Y entonces tú cómo…?
–¡No me acuerdo! –sintiéndose como si la estuvieran estrangulando, se bajó la cremallera de la cazadora. Tyler y ella habían hablado de todo a lo largo de los años, pero nunca de eso. Por lo que a ella respectaba, su amigo no podía haber elegido un tema que le resultara más incómodo–. ¿Por otros niños? ¿Por los libros?
–Pero los demás niños dicen cosas que no son verdad. No quiero contarle más de lo que necesita saber, pero no tengo ni idea de cómo averiguar lo que ya sabe. Por eso digo que ser padre es una pesadilla. Necesito un libro o algo. Usaría Internet, pero prefiero no teclear las palabras «sexo» y «adolescentes» en el buscador por si acabo arrestado.
A Brenna le fue imposible no reírse, y agradeció la oscuridad y el frío del aire del invierno porque sabía que le ardía la cara. Distintas emociones se revolvían en su interior; los sentimientos que había intentado ignorar salían a la superficie. Deseaba parecerse más a Élise, que veía el sexo como un acto físico tan sencillo y claro como comer o beber.
Élise le habría dicho a Tyler lo que sentía sin más, lo habría desnudado, se habría acostado con él y después habría seguido con su vida como si se hubieran limitado simplemente a almorzar juntos.
–Tyler, no necesitas un libro. Sabes suficiente sobre sexo –más que suficiente, si los rumores eran ciertos. Había habido ocasiones en las que había deseado poder moverse con auriculares que bloquearan el sonido para no oír tantos cotilleos.
–Sobre hacerlo, sí, pero no sobre hablar de ello con una adolescente. Y por si fuera poco, no deja de encontrar todas las cosas que se han escrito sobre mí y la mayor parte es basura. Ya he activado el control parental en su portátil, pero eso no va a evitar que lea muchas cosas que no son verdad.
Brenna pensó en todas las cosas que había leído sobre él y se preguntó qué partes no eran verdad.
¿Lo de la noche siguiente a que ganara una Copa del Mundo en Lake Louise, cuando se había rumoreado que había pasado varias horas en un jacuzzi con cuatro miembros del equipo femenino francés? ¿O lo de la noche en la que supuestamente había esquiado semidesnudo por una zona del Hahnenkamm, una de las pistas más famosas de Europa, con una botella de whisky en la mano en lugar de un palo de esquí?
Ajeno a lo que ella estaba pensando, Tyler se pasó una mano por la mandíbula.
–¿Alguna idea? ¿Te acuerdas de cuando tenías trece años? ¿En qué pensabas cuando tenías esa edad?
En él. Había pensado en él. Tyler O’Neil había desempeñado un papel protagonista en todos sus sueños y fantasías de adolescente.
–Probablemente ya lo sepa todo. En el colegio les enseñan estas cosas desde muy pequeños.
–Sí, ¿pero cuánto les enseñan? Quiero que esté completamente informada, eso es todo. No quiero que un tipo con la libido por las nubes se aproveche de ella.
–Ni siquiera tiene catorce años, y lo único en lo que piensa es en el esquí. No creo que tengas que preocuparte tanto todavía.
–Quiero llevar la delantera en este asunto –respondió él mirando al cielo–. Vuelve a nevar. Te vas a congelar si te quedas ahí parada. Tómate una copa conmigo y así puedes decirme lo que te parece bien y lo que no.
No se estaba helando. Estaba ardiendo. Y estaba segurísima de que tenía la cara colorada.
–¿Quieres hablar de sexo?
¿Debería confesar que el sexo no era exactamente su especialidad?
–Tienes que ir a la noche de familia.
–Razón de más para tomarme una copa. Una reunión de trabajo seguida de una reunión familiar de los O’Neil es demasiado para cualquier hombre.
Él no valoraba del todo lo unida que estaba su familia, el hecho de que siempre estuvieran ahí, apoyándose unos a otros. No lo valoraba porque era lo único que había conocido.
–Si vamos al bar, te van a abordar los clientes.
–Y esa es la razón por la que nos vamos a beber la copa directamente de tu nevera. Te prometo que mañana te repongo lo que gastemos.
–¿Mi nevera? –el corazón le golpeteó con un poco más de fuerza–. ¿Quieres ir a mi cabaña?
–¿Por qué no? ¿Tienes cerveza? –la rodeó por los hombros y ella sintió el peso de su brazo, el poder de su cuerpo al rozar el suyo.
Para Tyler fue un gesto sin importancia.
Pero lo que sentía ella no lo fue en absoluto. Habría sido más seguro para su ritmo cardíaco y para su presión arterial haberse apartado, pero eso habría generado preguntas que no quería responder, así que decidió que su sistema cardiovascular tendría que asumir las consecuencias.
–Jess tiene talento –le dijo ella carraspeando–. Estás demasiado ocupado como para esquiar con ella, así que estaba pensando que tal vez debería apuntarse a las clases de menores de catorce años. Me estoy centrando en esquí acrobático, esquí de baches y en técnicas de esquí libre. Combinaremos la diversión con el trabajo. Tal vez se divierta, y le vendría bien para adquirir seguridad en sí misma. ¿Qué te parece?
–Creo que se morirá del aburrimiento. Eso está muy bien para la mayoría de los niños, pero no para Jess. Ella necesita más retos.
–¿Estás diciendo que mis clases son aburridas?
–No. Eres una profesora estupenda, pero Jess es distinta. Tiene algo.
–Es como su padre.
Tyler esbozó una adusta sonrisa.
–Y esa es probablemente la razón por la que Janet la echó de casa.
Habían llegado a los escalones de su cabaña. Una única luz brillaba en la ventana.
–Estoy de acuerdo en que necesita retos, pero si quieres sacarle el máximo provecho a ese algo que tiene, es importante que adquiera unas nociones básicas. Que se centre en el estilo.
–El estilo es irrelevante. La velocidad es lo que importa.
Brenna volteó la mirada y buscó las llaves. Era una discusión que habían tenido muchas más veces de las que podía contar.
–Un buen estilo va antes que la velocidad.
–Nada va antes que la velocidad. Uno quiere ser el más rápido, no el más bonito en la pista –le bajó el gorro hasta los ojos. Después se agachó, agarró un puñado de nieve de los escalones y ella retrocedió con las llaves en la mano.
–¡Ni se te ocurra! Tyler O’Neil, si te… ¡mierda! –se agachó demasiado tarde y la nieve le golpeó en el pecho y le salpicó en la cara–. ¡Estoy empapada!
–No deberías haberte bajado la cremallera de la cazadora.
–Te odio, lo sabes, ¿verdad?
–No, no me odias. En realidad, me quieres –estaba sonriendo mientras recogía más nieve, pero esa vez ella fue más rápida y la nieve que tenía en la mano lo alcanzó en toda la cara.
Sí que lo quería. Ese era el problema.
Lo quería de verdad, pero no permitiría que él lo supiera.
Aprovechó la ventaja que le sacaba ahora para entrar en la cabaña pensando que Tyler no se atrevería a lanzar nieve dentro de la casa.
Esas cabañas eran el orgullo de Snow Crystal. Ubicadas en el bosque y con vistas al lago, todas eran privadas y gozaban de intimidad, pero Forest era su favorita.
–Había olvidado la buena puntería que tienes. Ahora estoy cegado por la nieve –aún riéndose, Tyler se quitó la nieve de los ojos, se quitó las botas y la cazadora y las dejó junto a la puerta.
–Qué ordenado y limpio para la casa te has vuelto de pronto.
–Estoy intentando dar buen ejemplo. Me esfuerzo por ser un padre responsable. Es agotador –se tiró en uno de los sofás y su poderoso cuerpo dominó incluso esa grande y espaciosa habitación. La tela de sus vaqueros se ceñía a sus duros y musculosos muslos, un legado de años practicando esquí alpino.
Brenna se quitó el gorro y colgó la cazadora. Fue solo al ver que Tyler estaba observando su cuerpo cuando se dio cuenta de que tenía el jersey empapado y pegado a sus pechos.
Congelándose y ardiendo a partes iguales, se dio la vuelta, pero fue imposible ignorar la presencia de su amigo y el hecho de que estuvieran solos.
El ambiente resultaba extrañamente íntimo. La cabaña se encontraba situada en el extremo más alejado del lago, arropada por el bosque que se mostraba como unas oscuras formas atravesando acres de cristal.
La única otra propiedad parcialmente visible a través de los árboles era la casa de Tyler.
Si se arrodillaba en la cama, podía ver su dormitorio.
Intentando no pensar en la habitación de Tyler, abrió la nevera y sacó dos cervezas. Las destapó y le entregó una.
–Vuelvo en un segundo. Gracias a ti, tengo que cambiarme el jersey.
Sus miradas colisionaron brevemente, y entonces ella se marchó para refugiarse en el dormitorio.
¿Cuándo en toda su vida la había mirado?
Se puso un jersey seco, respiró hondo y se reunió con él en el salón.
–Sobre eso que me estabas preguntando…
–¿A qué te refieres?
Ella se acurrucó en el sillón situado frente a él.
–A lo del sexo y Jess.
–¿Te estás poniendo colorada? –la miró fijamente–. Estás muy mona cuando te entra la vergüenza, ¿lo sabes?
–Tú nunca estás mono. Eres como una patada en el culo todo el tiempo.
–Me encanta que me digas guarradas –le guiñó un ojo–. Continúa. ¿Qué hago con lo de Jess?
–¿Sinceramente? Creo que deberías esperar a que ella saque el tema. Yo me habría muerto de la vergüenza si mis padres hubieran intentado hablar conmigo de sexo.
–¿Y si no quiere preguntarme? ¿Y si dentro de unos años aparece y me dice que está embarazada?
–Creo que tienes que calmarte un poco –Brenna dio un trago de cerveza–. Asegúrate de que sabe que puede hablar contigo sobre cualquier cosa. Crea una atmósfera en la que se sienta cómoda para decirte lo que quiera.
–A juzgar por la conversación que hemos tenido antes, creo que ya hemos logrado esa atmósfera. ¿Te puedes creer que está intentando buscarme pareja?
Brenna estuvo a punto de atragantarse con la cerveza.
–¿Con quién?
Christy. Tenía que ser Christy con su suave melena rubia. O a lo mejor la preciosa y jovial Poppy, que trabajaba tan cerca de Élise en el restaurante.
Se produjo una breve pausa. Tyler la miró a los ojos y volvió a desviar la mirada.
–Con nadie en particular, pero cree que debería tener una vida sexual.
Sin duda, se trataría de Christy. Siempre estaba flirteando con Tyler.
A ella no se le daba bien flirtear aunque, de todos modos, ¿cómo se flirteaba con alguien al que conocías de toda la vida? Tyler la había visto empapada y exhausta tras un día en la montaña. La había sacado de zanjas y la había levantado del suelo cuando se había caído con los esquís. Lo sabía todo sobre ella. No tenían secretos. Podía imaginarse su reacción si le ponía ojitos o si le hacía algún comentario de tipo sexual. O se reiría a carcajadas o saldría huyendo.
La razón por la que podían ser amigos era que él no la veía así.
Las mujeres entraban y salían de su vida, pero su amistad era constante.
Y Brenna era consciente de que la razón por la que el año anterior había sido tan maravilloso, la razón por la que había podido disfrutar de su compañía y de su amistad, era que él se había centrado en Jess. Por primera vez en su vida había gestionado su déficit de atención y había dejado de lado su deseo de probar los encantos de cada mujer que se le cruzaba en el camino. La única mujer que había recibido su atención había sido su hija porque había renunciado a sus propias necesidades.
Y conociendo cómo era, la clase de persona tan sexual y pasional que era, Brenna se había preguntado a menudo si estaría viendo a alguien a escondidas, aunque jamás se lo había preguntado a él. Por el contrario, había aprovechado al máximo el tiempo que había pasado a su lado y, de vez en cuando, cuando habían salido a la montaña con algún grupo como guías o para dar clases, casi había sentido que volvían a ser niños.
Su amistad era más fuerte que nunca.
¿Estaría eso a punto de cambiar?
Si Jess se mostraba muy activa animándolo a salir con mujeres, no habría duda de que todo cambiaría.
Y Brenna sabía que Tyler no necesitaba más de treinta segundos en compañía de una mujer para resucitar su vida sexual.
¿Cómo se sentiría ella si eso sucedía?