La augurada tormenta de nieve cayó durante las primeras horas de la mañana trayendo consigo el peor clima que los habitantes del pueblo habían visto en años. Al otro lado del estado había cortes de luz y en las carreteras. Las ramas de los árboles se partían y los limpiaparabrisas trabajaban al máximo para seguirle el ritmo a la intensidad de la nieve. El Servicio de Carreteras pasaba con los quitanieves y echaba arena, y los colegios estaban cerrados.
Snow Crystal se libró de todo eso menos de la tan esperada nevada que cubrió las montañas, el bosque y los senderos con una espesa capa de nieve.
Para cuando Brenna salió de su cabaña, la eficiente operación quitanieves del complejo vacacional había estado en activo varias horas. El camino que conducía a través del bosque hasta el Outdoor Center ya estaba despejado y lo recorrió lentamente, agradecida por la cálida ropa que llevaba mientras sentía el escozor del frío en las mejillas. Respiró el aroma de los pinos y se detuvo un momento, saboreando el silencio que siempre seguía a una intensa nevada.
Ni siquiera eran las siete de la mañana, pero Élise ya estaba en el gimnasio machacando la cinta de caminar y con la música resonando por las paredes de la sala construida como parte de la ampliación del spa que había realizado Jackson. Al otro lado de los muros de cristal que daban al bosque se alzaban los árboles, fantasmagóricamente blancos entre la oscuridad.
Brenna se estremeció ante la atronadora música y dejó caer su bolsa junto a la puerta.
–¿Esto es francés? No sé sobre qué estará cantando esa chica, pero siento mucho lo que le ha pasado y creo que tiene que ir a terapia.
Élise no aminoró el ritmo.
–Está furiosa porque un hombre la ha tratado muy mal. Si a mí un hombre me hiciera eso… –deslizó un dedo contra su cuello, como si lo estuviera rajando, y Brenna sacudió la cabeza mientras se quitaba la cazadora.
–¿Cómo puede Sean dormir contigo a su lado? ¿Esconde todos los cuchillos afilados?
–Es cirujano. Tiene mucha habilidad con un cuchillo. Si decidiera matarlo, no elegiría ese modo.
–Me alegra saberlo –Brenna subió a la elíptica–. ¿Ha podido llegar al hospital esta mañana? Las carreteras tienen que ser un caos con toda esta nieve.
–Se quedó allí a dormir anoche. Hoy tenía muchas operaciones y no quería arriesgar a quedarse atrapado por la nieve. He dormido sola.
–Ah… –Brenna pulsó el botón para comenzar–. Eso explica tu humor y la música atronadora.
–No le pasa nada a mi humor. Es tan bueno como siempre antes de que salga el sol –corría como si la persiguiera un oso–. Y ya sabes que odio el gimnasio, prefiero correr al aire libre. Me siento como un roedor en esta cinta. Cuando vivía en París, siempre corría por la calle.
–Yo no me puedo imaginar corriendo por una ciudad –dijo Brenna recogiéndose el pelo en una coleta–. Te tragarías todo el humo y tendrías que ir esquivando el tráfico.
–¿Quién se traga el humo? –una Kayla con cara de sueño entró en el gimnasio con la mirada clavada en el teléfono mientras revisaba el correo electrónico. Llevaba su melena rubia recogida en un moño desecho en lo alto de la cabeza y una sudadera extra grande que le caía por el hombro dejándoselo al descubierto–. ¿Quién ha decidido que este era un buen momento para hacer ejercicio? Es brutal.
Brenna programó la máquina.
–Es la misma hora a la que quedamos en verano para correr por el lago.
–Pero entonces es de día. Ahora está oscuro y odio la oscuridad. ¿Hay alguna posibilidad de que empecemos una hora más tarde?
Élise la miró.
–¿A qué hora empezabas a trabajar cuando trabajabas para esa importante empresa de Nueva York?
–A las cinco de la mañana, pero por aquella época trabajaba con gente razonable. Nadie esperaba que me plantara en el gimnasio y acabara agotada físicamente antes siquiera de haber empezado mi jornada laboral.
Élise enarcó las cejas.
–Como si no te hubieras agotado físicamente durante toda la noche con Jackson.
Kayla esbozó una sonrisa petulante.
–Eso es distinto.
–¿No es esa su sudadera?
–Podría –en ese momento le sonó el teléfono y miró el número–. Es Lissa de Recepción. Perdonadme, compañeras masoquistas, tengo que responder. Hola, Liss, ¿qué tal? –soltó el bolso al suelo–. ¡Vaya, es una noticia fantástica! Sí, ya sé que es mucho… no te preocupes, yo me ocupo. Déjamelo a mí –colgó y Brenna aumentó la velocidad del paso.
–¿Qué es esa noticia tan fantástica? ¿De qué te vas a ocupar ahora?
–¡De un montón de reservas! –dijo Kayla haciendo una pirueta–. Veinte más desde anoche. La nieve los está atrayendo como avispas a un tarro de miel –redactó un correo rápidamente–. Esta tormenta es exactamente lo que necesitábamos. Estoy empezando a pensar que existe la posibilidad de que lleguemos a estar completos.
Élise se secó la frente con el antebrazo.
–¿Y con esa noticia basta para hacerte bailar? Jamás te podré entender.
–Me parece bien porque yo a ti tampoco te entiendo. O, como dirías tú, je ne comprendes pas vous.
Élise esbozó una mueca de disgusto.
–Yo no diría eso. Tu francés es pésimo. Por favor, te suplico que hables solo en inglés.
–Tengo que contárselo a Jackson. ¡Dios, adoro mi trabajo! –sonriendo, Kayla marcó el número y golpeteó con el pie en el suelo, impaciente. Al momento, puso mala cara y dijo–: Salta el buzón de voz. ¿Dónde está?
–Probablemente buscando su sudadera.
Brenna intervino.
–Conociendo a Jackson, ya estará en el complejo resolviendo algún problema –pensó en el año anterior, cuando todos estaban preocupados por que el negocio pudiera hundirse. Jackson había estado estresado y agotado por la presión de mantener el negocio familiar a flote y ocuparse de los delicados asuntos familiares–. Lo que has hecho es un logro increíble, Kayla. Gran trabajo.
–Trabajo de equipo. Yo los atraigo hasta aquí, Élise les da una comida que jamás olvidarán y tú haces que lo pasen genial en las pistas para que quieran volver. Deberíamos hacer una reunión de personal y abrir una botella de champán o algo así, celebrarlo un poco. Divertirnos un poco. Después de tanta incertidumbre, resultaría muy motivador para todo el mundo. Se lo voy a proponer a Jackson –Kayla pulsó el botón de «enviar» del correo electrónico–. Tengo que hablar con él porque, si estamos llenos, eso repercute en el complejo al completo. No solo en el alojamiento, sino en los alquileres de esquís, en las clases, en el alquiler de motos de nieve y todas esas cosas.
–¡Si vais a alojar a más gente, también tendrán que comer! –con el ceño fruncido, Élise aumentó la velocidad de la cinta de correr–. Y eso significa que, gracias a ti, estas Navidades voy a tener que trabajar el doble. No sé por qué me molesto con esta máquina si me paso el día corriendo por la cocina.
–Te encanta estar ocupada –dijo Kayla subiéndose a la cinta contigua y con el teléfono aún en la mano.
Brenna miró a Élise, que se limitó a mirar al techo y encogerse de hombros con un gesto muy galo.
–Nació con el teléfono pegado a la mano. A veces pienso que para Kayla su teléfono es más importante que su corazón. Es lo que hace que le bombee la sangre. Si lo suelta, una parte de ella muere.
–Guarda el teléfono, Kayla –dijo Brenna con tono suave–. Vas a tener un accidente.
–Y entonces sí que se derramaría sangre –Élise bajó la velocidad y agarró su botella de agua–. Y mi Sean hoy ya está muy ocupado, así que no tendría tiempo de recomponerte los huesos si te los aplasta la cinta de correr.
Kayla se estremeció.
–Qué desagradable.
–Es su trabajo.
–Sé cuál es su trabajo, no necesito detalles.
–A veces creo que nuestros trabajos tienen ciertas similitudes –continuó Élise bajando la botella–. Los dos nos pasamos el día trabajando con huesos y carne fresca.
–¡Oh, por favor! –a Kayla se le puso mala cara y Brenna sonrió.
–Lo está haciendo a propósito para molestarte. Se está riendo de ti.
–Pues va a dejar de reírse cuando le vomite el desayuno en los pies. ¡Cuánto me alegro de no vivir en tu casa, Élise! No me gustaría estar presente durante vuestras conversaciones cuando volvéis del trabajo.
–¿Crees que malgastamos el tiempo que pasamos juntos hablando del trabajo? A los dos nos apasiona lo que hacemos, pero cuando terminamos, ahí se queda. A veces ni siquiera hablamos. Solo practicamos sexo.
–Demasiada información –Kayla agarró el mando y subió el volumen de la música; al percatarse de que era en francés, la bajó con gesto de disgusto.
Élise la volvió a subir.
–Estás muy tensa. ¿Qué tiene de malo el sexo?
–En ningún momento he dicho que tenga algo malo. Simplemente no entiendo tu necesidad de hablar de ello constantemente.
–¿Por qué no? El sexo es algo perfectamente normal, es una cosa saludable. Y los O’Neil son hombres muy sexuales, muy pasionales. En cuanto Sean entra por la puerta, deja de pensar en su día de trabajo –y con una pícara sonrisa, añadió–: Anoche…
–¡No! –Kayla se tapó los oídos–. Brenna, ¡detenla! A ti te hace caso.
Brenna miró a Élise envidiando la naturalidad con la que hablaba de sexo y envidiando también la relación que tenía con Sean. ¿Cómo sería llegar a casa por las noches para reunirte con tu persona amada en lugar de encontrarte con una casa vacía? ¿Cómo sería saber que la persona a la que quieres te corresponde? No habría que ocultar ni reprimir nada. No tendría que clavarse las uñas en las manos para evitar alargarlas y acariciarlo.
Kayla seguía centrada en el trabajo.
–Élise, sé que te estabas planteando cerrar el Boathouse en Nochebuena y Navidad, pero si estamos llenos, creo que tendrás que mantenerlo abierto.
Élise volvía a correr deprisa; su melena oscura le rozaba la mandíbula.
–¿Me estás diciendo cómo dirigir mis restaurantes?
–Te estoy diciendo que nuestro número de clientes se ha duplicado –caminando sobre la cinta, Kayla seguía comprobando el correo electrónico–. Van a tener que comer. Veo una oportunidad.
–Y yo veo un ataque de nervios –sin aliento, Élise pulsó un botón de la máquina y aminoró la marcha–. Tendré que contratar a más personal para la semana de Navidad.
–Dime lo que necesitas y te lo daré –le contestó Kayla ojeando un correo–. Se lo diré a Jackson. ¿No se puede ocupar Poppy del Boathouse durante las fiestas?
–Está ocupada en el restaurante conmigo. Ya se me ocurrirá algo. ¡Y ahora basta! ¿Qué ha pasado con nuestra norma de no hablar nunca del trabajo mientras hacemos ejercicio? Aunque tampoco es que se le pueda llamar ejercicio a lo que estás haciendo tú. La única parte del cuerpo que estás moviendo son los dedos. No has quemado ni una caloría.
–Pero esto tampoco es que sea trabajo exactamente. ¡Es emocionante! Además, esta mañana antes de salir de casa ya he quemado muchas calorías.
Brenna se paró a pensar en los cambios que se podían producir en pocos meses.
En esa misma época, el año anterior, las tres habían estado solteras. Ahora ella era la única que no tenía una relación y, aunque le encantaba que sus amigas fueran felices, eso también hacía que se sintiera más sola que nunca.
¿Cómo podría soportar que Tyler volviera a salir con mujeres?
–¿Estás bien, Brenna? –le preguntó Élise bajando de la máquina y echándose una toalla alrededor del cuello–. Estás muy callada.
–Estoy bien –no lo estaba, ¿verdad? No estaba bien en absoluto, pero como no quería que lo descubrieran, cambió de tema–. Qué gran noticia lo de las reservas, Kayla. Para mí cualquier cosa que garantice el futuro de Snow Crystal es motivo de celebración. Para empezar, significa que mantengo mi trabajo.
Lo cual significaba también que seguiría trabajando con Tyler.
Sería testigo de cada una de sus citas. Sería como trabajar en la puerta de Disneylandia viendo a todo el mundo disfrutar de una experiencia única mientras tú te quedabas allí como un mero espectador.
Élise se secó la frente con la toalla.
–Si estás bien, ¿entonces por qué tienes aspecto de encontrarte mal?
Brenna paró la máquina y respiró profundamente.
–No es nada.
Élise miró a Kayla.
–Vas a decirnos qué es ese «nada» y juntas lo vamos a resolver.
–No podéis resolverlo.
–Se me dan muy bien los cuchillos. ¿Se trata de alguna persona? Dame un nombre. Te lo haré filetes.
Kayla se estremeció y Brenna se quedó mirando la máquina con desolación, incapaz de seguir fingiendo. Eran sus amigas, la primera relación estrecha que había tenido con otras mujeres. Recordaba cómo Kayla había confiado en ellas tras su primera noche con Jackson.
–Es Tyler.
Élise estrechó la mirada.
–¿Te ha hecho daño? Sí, sin duda lo voy a filetear.
–No, no me ha hecho nada –respondió Brenna bajando de la cinta–. Soy yo. Y es complicado –era algo de lo que no había hablado nunca con nadie. Ella no era de compartir sus sentimientos. Se le hizo un nudo en la garganta y tragó con dificultad, desconcertada por el repentino torrente de emociones. Estaba cansada, nada más. La conversación con Tyler la había desestabilizado más de lo que había querido admitir. No había podido sacársela de la cabeza, ni siquiera esquiando, y eso era muy raro en ella.
Kayla bajó también de la cinta.
–¿En qué sentido es complicado?
–Yo… bueno… me gusta –dijo tartamudeando, y tras decidir que por una vez diría la verdad, añadió–: Lo quiero.
Élise enarcó las cejas.
–¿Y crees que eso es una novedad para nosotras?
¿Lo sabían?
–¿Lo sospechabais? ¿Cómo? ¿Tan obvio es? ¡Ay, qué horror!
Élise abrió la boca, pero Kayla se le adelantó.
–Teníamos una sospecha –dijo con tacto–. ¿Por qué es complicado? ¿Qué ha cambiado?
No estaba acostumbrada a hablar sobre sus sentimientos por Tyler.
–Jess quiere que empiece a salir con mujeres.
Kayla soltó el teléfono.
–¿Eso te ha dicho?
–Me lo ha dicho él.
–¿Ha hablado contigo sobre salir con otras mujeres? –preguntó Élise furiosa–. Voy a filetearlo y a saltearlo en aceite caliente. ¿Cómo puede ser tan insensible?
La lealtad de las chicas resultaba conmovedora, pero ella sabía que no era justo permitirles culpar a Tyler.
–No fue insensible, estaba hablando conmigo como con una amiga. No sabe nada de lo que siento por él.
Kayla se la quedó mirando.
–¿Estás segura de eso?
–¡Por supuesto! –pero ellas lo sabían, ¿verdad? Y si ellas lo sabían…–. ¿Creéis que se ha dado cuenta?
–No, claro que no –respondió Kayla para calmarla–, es solo que te conocemos desde hace tiempo y pensamos que haríais una pareja perfecta.
–Tyler también me conoce desde hace mucho tiempo. Me conoce de toda la vida. Se le da muy bien adivinar lo que pienso y siento. Lo hizo la otra noche cuando Jackson me pidió que me ocupara de la clase del instituto. Sabía que lo odiaría y por eso se ofreció a hacerlo él –se llevó la mano a la boca–. Sería terrible que lo supiera. No quiero que sienta lástima por mí. Este es mi problema, no el suyo. No quiero que las cosas cambien.
Élise la miró con exasperación.
–Merde, ¡por supuesto que quieres que las cosas cambien! Y, por una vez, en lugar de esconder la cabeza en la nieve…
–En la arena –murmuró Kayla ganándose una mirada de furia.
–¡Nieve, arena, barro o lo que sea que hacéis cuando no queréis enfrentaros a algo! En lugar de eso, podrías decirle la verdad. Quieres acostarte con él. Quieres que pase de estar vestido a estar desnudo más rápido de lo que su coche de carreras pasa de cero a cien. Quieres que esté tan enamorado de ti como tú de él.
–Pero eso no sucedería. No es lo que él quiere. Si se enterara, sería horriblemente incómodo.
–A menos que te equivoques sobre lo que él siente por ti.
–No me equivoco. Lo conozco tan bien como él me conoce a mí, y sé que no soy su tipo –había cosas que ellas no entendían. Cosas que ella nunca había compartido con nadie–. Creo que para la semana que viene ya estará saliendo con Christy.
–¿Christy? –Kayla se mostró atónita ante la idea–. ¡De eso nada! Para empezar, Tyler es un auténtico amante de la naturaleza y Christy es una chica de interior sin duda alguna. ¡Es peor que yo incluso! Si se rompe una uña, necesita terapia. Lo volvería completamente loco en menos de sesenta segundos. En eso estás totalmente equivocada.
–Es la clase de chica con la que él se relacionaba todo el tiempo en los circuitos de esquí.
–Tal vez. Pero después de terminar de esquiar y, además, ninguna de esas relaciones duraba.
–Flirtea con ella constantemente.
–Tyler flirtea con todo el mundo que tenga menos de cincuenta años. Así es como se comunica.
–Pues conmigo no lo hace.
Élise eligió un par de mancuernas.
–Interesante, ¿no? ¿Y eso no te dice nada?
–Sí, me dice que no me ve así. Yo soy alguien con quien sale a esquiar y a trepar por los árboles, no con quien flirtea.
Élise levantó las pesas.
–Kayla tiene razón. Los dos hacéis una pareja perfecta –el modo en que enroscaba la «r» hacía que sonara como un gatito contento–. Puede que tengas que hacer algo drástico y tomar el control de la situación.
–Ya he tomado el control de la situación. Me estoy esforzando mucho por asegurarme de que no se entera de lo que siento.
–Je ne comprend pas. No lo entiendo –Élise parecía confusa–. ¿Por qué no quieres que se entere?
–Porque eso dañaría nuestra amistad.
Kayla se apoyó contra la pared.
–Tal vez es hora de convertir lo que tenéis en algo más que una amistad.
Élise bajó las pesas.
–Deberías preguntarle directamente para que no hubiera errores. Yo a Sean le dejé muy claro que me interesaba.
–Es distinto –apuntó Brenna agarrando su botella de agua–. Sean y tú tenéis una química brutal. Siempre habéis compartido algo especial. Yo ya sé lo que siente Tyler, y no es lo mismo que siento yo –dijo en voz baja–. He aprendido a vivir con eso. He aprendido a vivir con todas esas fotos y rumores cuando estaba esquiando. Supongo que es una de las razones por las que el último año ha sido tan especial para mí. Con Jess viviendo con él, todo ha sido mucho más sencillo. Y por el trabajo hemos estado pasando más tiempo juntos y ha sido genial.
Élise parecía perpleja.
–Entonces, si de verdad estás tan feliz con la situación, sigue adelante.
–Se acabó. He estado fingiendo que podemos, pero no podemos. Es inevitable que conozca a alguien y no estoy segura de que me vaya a resultar sencillo vivir con eso. ¿Qué mujer va a querer que sea amigo mío? –se sentó en la máquina–. Me pregunto si todo sería más sencillo si me marchara.
–Eso ya lo hiciste –dijo Élise bajando las pesas–. ¿Te funcionó?
–No –de pronto le costaba hablar–. Está en mi corazón, así que allá donde voy, viene conmigo.
–¡Oh, Bren, no digas esas cosas! –dijo Kayla con los ojos llenos de lágrimas y llevándose la mano a la boca–. Me vas a hacer llorar, y yo nunca lloro. Tú no te vas a marchar de aquí. ¡No puedes! Ni se te ocurra. Eres parte esencial del equipo.
–Sí. Sin ti, Kayla se convertiría en una perezosa –Élise tenía los ojos algo más brillantes de lo habitual–. Te necesita para mantener en forma ese culo prieto que tiene. Sin ti, estaría todo el día sentada en su escritorio.
–Mierda –exclamó Kayla secándose las mejillas con la palma de la mano y sonándose la nariz–. Prométeme que no harás nada precipitado. Lo solucionaremos de algún modo.
Conociendo las formidables habilidades de Kayla para solucionar cosas, Brenna estuvo a punto de sonreír.
–Gracias, pero ni siquiera tú puedes arreglar esto.
–Tyler aún no ha empezado a salir con nadie. Puede que no llegue a suceder.
–Sucederá. Ha estado dejando de lado sus propias necesidades por Jess, pero si ella lo está animando a hacerlo, entonces sucederá. Es guapísimo, las mujeres se le echan encima –había tenido que verlo toda su vida. El modo en que lo miraban, los extremos a los que llegaban para llamar su atención–. Estoy siendo una estúpida y resultando patética. No me hagáis caso. Estoy cansada. Es más, creo que me voy a saltar el resto de nuestro entrenamiento –se agachó y recogió su bolsa del suelo mientras Kayla y Élise se miraban.
–Pero tú nunca te saltas nuestros entrenamientos. Jamás. Siempre dices que no hay ni una sola cosa en el mundo en la que el ejercicio no pueda ayudar.
–En esto no puede ayudar. Tengo que organizar las clases de hoy. Luego os veo.
No había solución. Lo sabía.
Podía marcharse de allí, podía aceptar un trabajo en la otra punta del mundo, pero ¿cómo podía sacarse a Tyler del corazón?
Kayla esperó a que Brenna cerrara la puerta y exhaló.
–¡Mírame! Estoy hecha un cuadro.
Élise la miró.
–C’est vrai. Estás hecha un cuadro. Pensé que eras una británica muy fina que nunca llora. Tienes los ojos del color de una salsa de tomate, o más bien de tomate concentrado.
–¿Por qué en tu vida todo tiene que tener una referencia culinaria? –Kayla activó la cámara del móvil y se miró–. ¡Mierda, tienes razón! No volveré a maquillarme si sé que voy a hablar con Brenna.
–Jamás la había visto tan emotiva. Es una persona muy calmada y contenida. Es la primera vez que ha admitido sus sentimientos.
Kayla se guardó el teléfono en el bolso.
–Debe de ser horrible estar enamorada de un hombre al que no le interesas. Y cuando ha dicho eso de que lo llevaba en el corazón… –se le volvieron a saltar las lágrimas, y Élise la miró con frustración.
–Merde, j’en ai assez. ¡Basta! ¿De qué sirve tanto lloriquear y gimotear? Necesitamos un plan –murmuró algo en francés y extendió una colchoneta de yoga–. Y, además, él sí que está interesado por Brenna.
Kayla se sonó la nariz.
–He de admitir que yo también lo he pensado. ¿Viste cómo reaccionó en la reunión cuando Jackson le sugirió a Brenna que fuese a dar las clases? Por poco me derrito en el sitio. Ese hombre mataría a un dragón por ella, pero Brenna no lo ve.
–Mmm –exclamó Élise pensativa–. Filete de dragón, hamburguesa de dragón…
–¡Deja de pensar en comida aunque sea por cinco minutos! Lo que quiero decir es que es muy protector y que él no es así con nadie. Cuando me caí en el hielo el otro día, se rio y pasó por encima de mí. Así que, ¿por qué no dice algo? ¿Por qué no ha dado ningún paso? Él no es tímido con las mujeres.
–No lo sé –Élise retorció el cuerpo en una postura que podía ser tanto de yoga como de Pilates–. No sé cómo funciona el cerebro de un hombre. Otras partes, sí, pero el cerebro no.
–A lo mejor no la ve de ese modo. Creció con ella. A lo mejor la ve como a un chico más.
–Nadie podría ver a Brenna como a un chico –Élise cambió de postura y estiró las extremidades–. Tal vez no ve la oportunidad.
–Se ven todo el tiempo, tienen muchas oportunidades –Kayla ladeó la cabeza sin dejar de mirar a su amiga–. ¿Voy a tener que llamar a los bomberos para que te rescaten de esa postura? ¿Cómo puedes hacer eso?
–Practiqué ballet durante un tiempo. Se ven en el trabajo, no todo el tiempo.
–Eso no es verdad. La otra noche se tomaron una copa juntos.
–¿Cómo lo sabes?
–Porque los vi caminando hacia Forest Lodge. Él la llevaba agarrada del hombro y se estaban riendo –enarcó las cejas cuando Élise se abrió de piernas ejecutando el ejercicio con gran elegancia–. No pienso ayudarte a levantarte.
–¿La estaba rodeando con los brazos?
–Sí, pero parecía un gesto más de amistad que de amor.
–Debió de ser muy duro para Brenna –Élise se inclinó hacia delante con elegancia y agilidad–. Tienes razón. Habría sido la oportunidad perfecta para dar el paso.
–Lo cual sugiere que tú te equivocas y que ella tiene razón. No está interesado.
–O se está conteniendo.
Kayla reflexionó sobre el comentario.
–Si es así, entonces hay que sacarlo de su zona de confort. Tienen que pasar más tiempo juntos. Al menos así sabríamos si siente algo o no.
–D’accord. Ya estoy harta de todo este rollo. Me va a estallar la cabeza.
–¿Pero cómo podemos organizar algo cuando nos espera la temporada más ajetreada que hemos tenido en años? Tendrán suerte si llegan a cruzarse en alguna pista esquiando.
–Soy chef, no Cupido. Y a mí no se me da bien el enfoque evasivo e indirecto que todos parecéis usar. Si yo fuera Brenna, le diría directamente: «Tyler, durante toda mi vida te he visto muy atractivo y ahora me gustaría acostarme contigo. ¿Sí o no?».
Kayla sonrió.
–¿Eso fue lo que hiciste con Sean?
–No, con Sean no pregunté. Tomé lo que quería –estiró los brazos por encima de la cabeza–. Le arranqué la ropa y él me arrancó la mía.
–Brenna jamás haría eso, y tampoco le diría a Tyler que lo encuentra atractivo y que quiere acostarse con él. Es muy tímida para esas cosas. Y tradicional. Si pasa algo entre ellos, tiene que ser él el que dé el primer paso –fascinada, vio a Élise elevar las piernas lentamente y bajarlas de nuevo–. Necesitamos un plan.
–Brenna no te va a dar las gracias precisamente si te entrometes.
–No quiero que me dé las gracias, y me voy a entrometer con delicadeza. Ni se enterará.
Élise se levantó con un elegante movimiento.
–Yo sigo prefiriendo el enfoque directo, pero primero probaremos a tu modo. Ahora deja de mirarme y haz un poco de ejercicio.
Brenna estaba sentada en la cama en Forest Lodge con una taza de té de hierbas entre las manos. Aún faltaba una hora para que sonara el despertador, pero llevaba media noche despierta pensando en Tyler.
Forest Lodge tenía un dormitorio de lujo en la planta baja, completo con aseo y jacuzzi privado, pero ella prefería dormir en el entresuelo porque le encantaban las vistas desde ahí. Solía tumbarse a contemplar el bosque que se extendía a lo lejos. Era como vivir en una casita de árbol con unas vistas más impresionantes que cualquier imagen que un artista pudiera reproducir con un lienzo y óleos.
Fuera aún estaba oscuro, pero la nieve resplandecía bajo la luz de la luna y podía ver el bosque cubierto por una densa capa blanca. Caía sobre los árboles formando extravagantes pliegues, líneas afiladas, y su peso hacía que las ramas se combaran.
¿Quién necesitaba un árbol de Navidad cuando durante el invierno cada día en Snow Crystal era como Navidad?
Arrodillada en la cama, miró entre los huecos de los árboles. Podía ver la Casa del Lago, donde Tyler vivía con Jess.
Había pasado muchos veranos e inviernos felices en esos bosques con las tres generaciones de O’Neil: Sean, Jackson y Tyler, su padre Michael y su abuelo, Walter. Con ellos había explorado la zona y había transformado estructuras que se estaban viniendo abajo en algo habitable. Había cargado ladrillos, lijado madera y se había metido al lago mientras habían construido un embarcadero. Ahí fuera en alguna parte había un árbol en el que había grabado el nombre de Tyler.
No podía decirse que no quisiera a sus padres, pero en ocasiones sentía que había nacido en la familia equivocada. Ellos no entendían su amor por las montañas y su deseo de estar al aire libre, y mucho menos lo compartían. Cuando habían intentado enfriar ese amor suyo por las montañas y por el esquí, negándose a costearle el equipo que necesitaba, Michael le había regalado los viejos esquís de Tyler y le había dejado guardarlos en Snow Crystal.
Brenna jamás había comprendido la hostilidad de su madre hacia los O’Neil, que eran bien queridos y respetados por todos los demás en el condado. Finalmente había decidido que Maura Daniels simplemente se oponía en rotundo a cualquier cosa que tuviera que ver con el esquí y los deportes de invierno. Mantenía despejada de nieve su pequeña y prístina casa y se quejaba sin cesar de los largos y fríos inviernos en Vermont hasta el punto de que en ocasiones Brenna llegaba a pensar que las montañas debían de haberla ofendido personalmente de algún modo.
Y así había crecido en una casa, a la vez que había pasado el tiempo en otra, hasta el día en que se enteró de que Janet Carpenter estaba embarazada.
Había sido el peor día de su vida.
Se había perdido en las montañas durante dos días sin decirle a nadie adónde iba.
Había sido Jackson, que pasaba allí el verano durante las vacaciones de la universidad, el que la había encontrado.
El fuerte y leal Jackson, que había ignorado las órdenes de los padres de ella, de los suyos propios y del equipo de rescate, y a pie había subido hasta la cumbre en la que solían acampar de niños siguiendo una corazonada.
Había querido que hablara con él, pero Brenna había mantenido la boca bien cerrada porque siempre le resultaba más sencillo guardarse las cosas que compartirlas.
Por extraño que parezca, aquella había sido la única vez en su vida en la que su madre había resultado un consuelo. Fue como si por fin hubiera sabido lo que su hija, ajena a ella en todo lo demás, necesitaba.
Había sido su madre la que la había animado a levantarse por las mañanas, a lavarse el pelo, vestirse y a terminar otro año de instituto. Había sido su madre la que le había dado de comer sopa casera, cucharada a cucharada, y la que la había abrazado cuando había llorado.
Nunca habían hablado de los detalles, pero por una vez su madre había dejado de meterse con ella y le había mostrado una amabilidad y una empatía que Brenna no había recibido ni antes ni desde entonces. Resultaba una dolorosa ironía que la peor época de su vida hubiera sido también la mejor.
Fue entonces cuando a Tyler le habían otorgado una plaza en el equipo nacional de esquí. Desde aquel momento había estado viajando de un lado a otro y sin volver a casa entre viaje y viaje, así que había habido meses en los que solo lo había visto por televisión.
Ella se había formado como instructora de esquí y había trabajado con Jackson en Europa durante cuatro años con la esperanza de que la distancia pudiera matar esos sentimientos; sin embargo, Tyler también había esquiado en Europa y con frecuencia ella se había reunido con la familia para verlo competir.
Lo había visto triunfar y ganar medalla tras medalla, esquiando más deprisa y con más fuerza que nadie, destacando de los demás con su puro talento y fuerza en la montaña. Los medios de comunicación lo describían como feroz y temerario en las pistas, pero ella simplemente lo veía como el chico con el que había esquiado desde que era pequeña.
Lo entendía.
Entendía que no era ambición lo que lo movía, sino amor por la velocidad. Los medios de comunicación lo acusaban de ser despiadadamente competitivo, y lo era, pero Brenna sabía que la persona contra la que estaba compitiendo era él mismo. Había pasado horas sola en la montaña a su lado, observando cómo probaba nuevas rutas y giros y pistas aparentemente imposibles. Mientras él se había esforzado hasta el límite, ella había sido la única testigo.
Se puso un forro polar encima del pijama y bajó la escalera curvada que conducía a la primera planta. Estaba a punto de prepararse otra taza de té cuando lo vio en la puerta.
Por un momento se preguntó si su mente lo habría imaginado, pero entonces lo vio sonreír y señalar a la nieve.
Deseando tener puesto algo que no fuera el pijama, fue a abrir la puerta. Un golpe de aire helado casi la derribó, y se acurrucó contra su forro polar.
–¿Pasa algo? ¡Es de madrugada!
–Casi ha amanecido y necesitamos salir pronto si queremos primera silla.
¿Primera silla?
–¿Quieres ir a esquiar?
–¿Has visto la nieve? Mira detrás de mí.
–Ya lo he hecho.
Más tarde el aire estaría cargado con los gritos de felicidad de unos niños emocionados, pero en ese momento Snow Crystal estaba envuelto en ese extraño y fantasmagórico silencio que siempre seguía a una fuerte nevada.
–Es un día perfecto para esquiar en nieve polvo.
–Sí, y antes de que se lo dediquemos a otras personas, se me ha ocurrido que deberíamos dedicarnos un rato para nosotros. Un regalo de Navidad por adelantado. Hora de ir a la oficina, señorita Daniels, antes de que llegue el resto del mundo. Vístase y vamos a esquiar un poco –sus ojos azules tenían una expresión adormilada y aportaban el único toque de color a un mundo que se había vuelto blanco de la noche a la mañana. Se quedó un momento ahí, hipnotizada.
–¿Ahora?
Él señaló con la cabeza.
–Ahí fuera hay casi un metro de nieve virgen esperándonos. Ya deberías tener las botas puestas.
Ella conocía a muchos vecinos del pueblo, gente que el resto del tiempo era perfectamente civilizada, que matarían por ser los primeros en subir en el telesilla de cuatro plazas un día como ese.
–Habrá cola para estrenar pista.
–Razón de más para no perder tiempo. Te doy dos minutos para vestirte –llevaba un gorro que le cubría la frente y tenía las manos metidas en los bolsillos del abrigo. A juzgar por la barba incipiente que le ensombrecía la barbilla, no había perdido tiempo en afeitarse. Su sonrisa denotaba seguridad, y ella se preguntó si alguna mujer se le habría resistido a algo alguna vez.
Sintió un cosquilleo en el estómago.
–Hoy tenemos mucho trabajo por delante.
–Razón de más para aprovechar las próximas horas. O podrías volver a la cama y dormir una hora más, si es lo que prefieres –el brillo en su mirada le decía que conocía la respuesta.
–No estaba dormida.
–Cuando éramos adolescentes nunca tuve que insistir tanto para convencerte. Te saqué por la ventana de tu habitación más de una vez.
–¡Eso fue hace mucho tiempo! Una eternidad. Antes de Janet. Ahora somos adultos. Responsables.
–Demasiada responsabilidad no es buena. Seré responsable a partir de las ocho y media. De todos modos, para entonces la montaña ya estará pateada, así que de momento voy a disfrutar de tiempo para mí. Vamos –su voz sonó profunda y persuasiva–. Si tengo que pasarme el día esquiando con gente que no sabe distinguir un bastón de esquí de un bastón de caramelo, lo mínimo que puedes hacer es dejar que primero me divierta contigo.
Élise habría aprovechado ese comentario. Élise habría flirteado, o incluso lo habría metido en casa y lo habría llevado a la cama que aún guardaba el calor de su cuerpo.
Tal vez debería intentarlo.
–Podrías pasar un rato –dijo con indiferencia y él frunció el ceño.
–¿Y para qué? ¿No te habrás convertido en una de esas mujeres que tardan siglos en vestirse por la mañana, verdad? Recuerdo que una vez te pusiste los pantalones de esquí encima del pijama. Esperaré aquí mientras te cambias.
Brenna se sonrojó. ¿Cómo se flirteaba con un hombre cuando ni siquiera él sabía que estabas flirteando?
–¿Por qué yo? –preguntó con la voz ronca–. Podrías haber ido a esquiar con tus hermanos.
–Demasiado complicado y, además –añadió con un tono absolutamente despreocupado–, me gusta esquiar contigo.
Era lo único que compartían. Lo único que ella tenía que no tuvieran las demás.
La capacidad de seguirle el ritmo.
–Salgo en dos minutos.
Tyler esbozó una lenta y sexy sonrisa.
–Que sea uno. Tenemos que aprovechar al máximo los ratos de tranquilidad. Por aquí eso escasea ahora que aumenta el número de visitantes.
Ella lo entendía porque sentía lo mismo. Al igual que Tyler, siempre había preferido estar al aire libre que quedarse metida en un sitio.
–¿Dónde está Jess?
–Se ha quedado a dormir en casa de mi madre. Han estado cargando el congelador para Navidad. Hay muchas probabilidades de que hoy no haya colegio y, si es así, iré a esquiar con ella después. Si no, mi madre la llevará a clase. Ahora date prisa y vístete antes de que el resto del pueblo se nos adelante.
Intentando no ver más allá en esa invitación, Brenna se puso rápidamente su equipo de esquí, agarró lo que necesitaba y se reunió con él fuera.
Tyler condujo hasta el teleférico que trasladaba a la gente de cuatro en cuatro a lo alto de la montaña. Lo habían cambiado hacía unos años y el nuevo tenía menos problemas con el hielo y el frío.
Aún estaba oscuro y, al contrario de lo que pensaba Brenna, fueron los primeros esquiadores en subir.
Tyler quitó la nieve del asiento y Brenna se sentó a su lado; sus muslos se rozaban. Se quedaron ahí sentados en silencio, disfrutando del lento trayecto que los subía por la montaña. Desde ahí, Brenna pudo disfrutar contemplando una vista aérea de esa perfección invernal. Bajó la mirada hacia los árboles y los estrechos senderos planeando mentalmente una ruta para así intentar no pensar en el roce de sus piernas.
Hacía mucho frío y se acurrucó más contra su cazadora. Tenía el hombro apoyado en el de él.
¿Cuántas veces habían estado así? Sentados el uno al lado del otro viendo cómo el sol salía por la cima, con la luz deslumbrándolos y danzando sobre la nieve intacta y fresca, y los cristales de hielo destellando bajo el cálido azul del cielo de invierno.
Al bajar del telesilla y detenerse en lo alto, Tyler se giró hacia ella.
–¿Te alegras de no haberte quedado en la cama?
–Sí. Me encanta cómo está el bosque después de la nieve –nada que hubiera tenido nunca podía ni compararse con esa belleza ni producirle la misma emoción que las montañas y el bosque–. Esto es perfecto –y el hecho de estar con él lo hacía más perfecto todavía.
Y precisamente porque estaba pensando en él en lugar de concentrarse, se cayó de espaldas.
–Ay, mierda.
Riéndose, él se acercó.
–No recuerdo la última vez que te vi caerte –mientras ella intentaba levantarse, él se sacaba el teléfono del bolsillo.
–¿Qué estás haciendo?
–Disfrutar del momento. Y reuniendo evidencia gráfica.
–Ni se te ocurra.
–Estoy de broma –aún riéndose, se guardó el teléfono, alargó la mano y la puso de pie.
El esquí de Brenna se enganchó con el suyo y él se resbaló ligeramente; la agarró con fuerza para evitar que cayeran los dos.
Ella apoyó la mano sobre su hombro para sujetarse. Primero lo miró a la mandíbula, después a la boca y por último a los ojos.
Unos ojos que ahora tenían una expresión seria y donde ya no quedaba ni rastro de diversión.
–¿Estás bien?
–Estoy bien.
Tyler se la quedó mirando un momento y después la soltó. Desenganchó los esquís y se giró hacia los árboles.
Para él ese momento había pasado, pero la mente de Brenna, su memoria, estaba repleta de instantes como ese. El nombre de Tyler no estaba tallado simplemente en un árbol en alguna parte; estaba tallado en su corazón.
Se quedó ahí quieta observando cómo se movía con fluidez por la densa nieve. Solo un experto como él podía hacer que pareciera sencillo, como si no le supusiera ningún esfuerzo.
Ya estuviera lanzándose por una pendiente en una Copa del Mundo de descenso, deslizándose por nieve profunda o por pistas mantenidas por pisanieves, era el mejor. Un atleta supremo, en sintonía con su entorno. En un deporte donde la diferencia entre ganar y quedar segundo era cuestión de una centésima de segundo, él se había mantenido en lo más alto.
Lo siguió por una ruta cubierta por una nieve perfecta; el instinto y el conocimiento de la zona lo ayudaban a dar con el camino idóneo a través del denso polvo blanco. Era un esquiador habilidoso y agresivo, que se lanzaba por las pistas sin signos visibles de miedo, fueran cuales fueran las condiciones. Lo oyó soltar un grito de satisfacción al ejecutar una serie de giros suaves y perfectos, deslizándose por la nieve con ritmo y fluidez. Lo siguió cuando se adentró entre los claros, y fueron zigzagueando entre árboles esculpidos en nieve, con las ramas deformadas y combadas por el peso de su carga invernal. El único ruido que se oía eran el susurro de los esquís y el suave golpeteo de nieve posándose sobre nieve mientras se abrían paso por el bosque en dirección a la zona principal del complejo.
Cuando finalmente Tyler se detuvo y ella paró a su lado, Brenna tenía las mejillas coloradas del frío y su aliento formaba pequeñas nubes en el gélido aire.
–Ha sido increíble.
El sol danzaba sobre la superficie de la nieve y cristales de hielo destellaban como si hubiera azúcar esparcido por el suelo. En los árboles había un par de carboneros trinando, y, tras ellos, el cielo se veía de un azul perfecto.
–Es el mejor momento del día –Tyler se quitó un guante y se subió las gafas–. Va a ser un buen día.
Ya había comenzado del mejor modo posible.
–Gracias por pedirme que te acompañara. La mayoría de la gente mataría a su vecino por estrenar pista.
–Ey… –Tyler giró la cabeza y le lanzó una sonrisa que la dejó paralizada–, yo sí que he estrenado pista. Tú has ido detrás de mí.
Ella lo empujó, pero él ni se movió, fuerte como una roca sobre sus esquís.
–La próxima vez, yo iré primero.
–Si me logras alcanzar, puedes ir la primera sin problema.
–¿Recuerdas cuando nos saltábamos las clases y veníamos aquí? –Brenna se apoyó en su bastón–. Nos sentíamos como si fuéramos los dueños de la montaña.
–Y lo éramos.
–Pero entonces llamaban a mi madre y nuestros padres tenían que ir al colegio. Mi madre me castigaba el fin de semana. Mientras salíamos del colegio, me iba diciendo que la había avergonzado y yo lo único que oía era a tu padre preguntándote qué tal estaba la nieve.
–Aún recuerdo cómo miraba tu madre a mi padre. Si hubiera podido, lo habría enterrado en una montaña de nieve. Los O’Neil nunca han estado entre sus personas favoritas. Pensaba que mi padre era un irresponsable –dijo mirando al frente–. Supongo que mucha gente lo pensaba. Y aún lo piensa.
Ella notó su cambio de humor.
–Era un buen hombre.
–Era pésimo como empresario. Estaba atrapado en una vida que no quería y, en lugar de afrontarlo, decepcionó a mucha gente. Les hizo mucho daño.
–¿Tu madre habla de ello alguna vez?
–Jamás. Es tremendamente leal. Lo amaba con sus defectos y todo.
–¿Y no consiste en eso el amor? En amar a alguien tal como es. Si quieres que alguien cambie, ¿cómo puede eso ser amor? –Brenna vio a un pájaro sobrevolar entre unas ramas haciendo que cayera más nieve sobre el suelo del bosque.
Estaban solos en ese monte invernal, envueltos por el frío y por un blanco infinito y acompañados únicamente por la sobrecogedora belleza del bosque.
–Sin Jackson, habría perdido su casa y los abuelos también la suya. A veces es complicado evitar que los malos recuerdos puedan más que los buenos –su dura confesión, el hecho de que estuviera haciendo algo tan poco habitual en él como admitir esa lucha interna, dejó a Brenna impactada.
¿Por qué siempre que él sufría, ella sufría también?
Era su dolor y, aun así, ella lo sentía como si fuera suyo propio.
Había sucedido lo mismo después del accidente. Lo mismo después de la muerte de su padre.
Lo que él sentía, lo sentía ella, como si estuvieran conectados por un cable invisible que le transmitía sus emociones sin ningún filtro.
–Siempre pienso en tu padre cuando estoy esquiando entre árboles –eligió las palabras con cuidado; lo que quería era reconfortarlo, no herirlo–. Esquiábamos aquí muy a menudo. Aún puedo oír su voz diciéndome que me fijara en los huecos entre los árboles, no en los árboles en sí.
–A mí esto también me recuerda a él.
Quebrantando su propia regla, Brenna le puso una mano en el brazo.
–Tenía muchas cosas buenas. Era divertido, aventurero, y te animaba a serlo tú también. No había ni un solo día en el que no se sintiera orgulloso de ti, en el que no te animara. Era un hombre con gran maestría para el deporte y veía lo mismo en ti. Fue tu padre quien te enseñó a esquiar, y era brillante.
–Su idea de enseñar era plantarse en lo alto de una pendiente vertical y decir: «sígueme».
–Exacto. Mis padres nunca me dejaron hacer nada remotamente arriesgado. Él te animó a perseguir tus sueños.
–Y persiguió los suyos. Aunque tal vez con demasiado entusiasmo –tomó aire–. No suelo hablar de esto. Supongo que como lo conocías…
–Lo quería –dijo Brenna sin más, y Tyler giró la cabeza.
Clavó en ella sus ojos azules, y ella contuvo el aliento porque lo que compartieron en ese momento fue algo íntimo y profundamente personal.
–Y él te quería a ti. Para él eras la chica más guay de las pistas.
–Te tenía mucha envidia porque tú tenías un padre que de verdad comprendía tu pasión. Que la compartía –aturdida por la intensidad de sus sentimientos, le soltó el brazo–. Intenté hablar con mi madre de ello, intenté explicarle lo que siento al deslizarme por la nieve mientras el sol hace que las montañas y el bosque pasen del blanco al naranja. Intenté explicarle que cuando estoy esquiando todos mis problemas desaparecen, que solo puedo pensar en mis esquís y en las montañas, que me despeja la mente y hace que mi corazón se sienta libre.
–¿Y no lo entendía?
–Me soltaba una charla sobre que una buena formación sería mi billete para salir de este lugar –jamás había entendido que Brenna habría sido feliz esquiando por las montañas de Snow Crystal el resto de su vida, que no había querido ese billete para marcharse–. Todo lo que he querido siempre está aquí, pero ella eso jamás lo ha entendido.
Él la miraba fijamente.
–¿Y qué es lo que quieres?
–Las montañas. Esta vida –«a Tyler O’Neil».
Con cuidado de no revelar esa parte, agachó la cabeza y hundió el bastón en la nieve.
–Supongo que tengo suerte. La mayoría de la gente no se puede acercar tanto a vivir sus sueños. Pero aquel día te envidié. Te imaginé volviendo a casa y sentándote en la mesa de la cocina para contarles a todos lo que habías hecho. Seguro que hasta Elizabeth te preparó un chocolate caliente.
–Probablemente. A ti imagino que no te prepararon un chocolate, ¿no?
–Me cayó un sermón sobre ser responsable y lo fácil que es arruinar una vida haciendo elecciones equivocadas.
Él esbozó una lenta y pícara sonrisa.
–Y deja que adivine, yo era una de las elecciones equivocadas sobre las que te advirtió.
A Brenna se le paró el corazón y después comenzó a darle brincos como unos esquís sobre terreno escabroso.
–Pero lo decía porque no entendía que yo habría hecho todas esas cosas incluso aunque tú no hubieras estado conmigo.
–No aprobaba nuestra amistad.
–Mi madre no aprobaba nada de lo que yo hacía. No era nada personal –frunció el ceño porque a veces sí que había parecido que tuviera algo personal en su contra, aunque sabía que no podía ser. La familia O’Neil siempre había sido amable y educada con Maura Daniels, así que no había nada que pudiera explicar esa gélida actitud, excepto el hecho de que le molestara el estilo de vida que llevaban y la agradable relación que tenían con su hija–. No le gustaba que estuviera en tu casa y nunca lo entendí.
Tyler alargó el brazo y le sacudió nieve del hombro.
–Le preocupaba que fuéramos una mala influencia. Tres chicos y su niñita pequeña.
–¿Me estás tratando con condescendencia? –le preguntó enarcando una ceja–. Yo hacía todo lo que hacíais vosotros. Y la mayor parte del tiempo, lo hacía mejor.
–Supongo que por eso se preocupaba. ¿Se llegó a enterar tu madre de que te escapabas por la ventana de tu habitación?
–No. Si lo hubiera sabido, me habría castigado un mes entero.
–Si hubiera sabido la mitad de las cosas que hacíamos juntos, te habría castigado hasta los dieciocho años.
Tyler le habló con diversión en la mirada, y ella pensó en la cantidad de veces que había querido matarlo por algo que le había dicho o hecho y cómo, al final, esa sonrisa la había dejado petrificada. Esa sonrisa hacía que su rabia, su enfado y su frustración se desvanecieran dejando solo una emoción. La emoción más poderosa de todas.
El corazón le palpitaba como intentando recordarle que existía. Una intensa sensación la envolvió calentándole la piel y robándole el aliento. Para él, era una amiga; pero para ella, él siempre era un hombre.
Amaba su fuerza y su irreverente determinación para vivir la vida que quería vivir. Rompía corazones, pero no promesas, principalmente porque nunca las hacía. Con sus amigos y familia, era tremendamente leal y protector.
¿Cómo sería un beso suyo? Por un instante deseó ser una de esas mujeres que flirteaban y disfrutaban de sus atenciones. Tal vez el tiempo que pasaban con él fuera fugaz, pero no tenía duda de que disfrutarían cada minuto.
Él se la quedó mirando un momento y después apartó la mirada.
–Deberíamos irnos.
–Sí –respondió Brenna con la voz quebrada, aunque no importó porque él ya se estaba alejando entre los árboles mientras ella permaneció allí un momento esperando que, al menos esa vez, Tyler no hubiera podido leerle el pensamiento.
En lo que respectaba a sus sentimientos, Tyler era asombrosamente perceptivo, y esa era la razón por la que había aprendido a ocultar lo que sentía.
Lo siguió despacio. En esa ocasión no intentó mantenerse a su ritmo, no solo porque los árboles estaban más juntos según se aproximaban a la parte baja de la pista, sino también porque no se fiaba de sus piernas.
Le temblaban. Las notaba inestables.
Decidiendo que pensar en besar a Tyler era garantía de sufrir un accidente, intentó centrarse en esquiar. Ya se había caído una vez y no iba a volver a hacerlo.
Cuando llegó al telesilla, él ya la estaba esperando, y justo mientras se quitaba los esquís, le sonó el teléfono.
–De vuelta a la realidad.
–No deberías haberlo tenido encendido –dijo Tyler con impaciencia–. Ignóralo.
–No puedo. Debería estar trabajando –sacó el teléfono del bolsillo y leyó el mensaje–. No me he molestado en apagarlo porque, de todos modos, ahí arriba no hay cobertura.
–¿Quién es?
–Kayla. Reunión de emergencia a las siete y cuarenta y cinco.
–¿De emergencia? –preguntó Tyler quitándose los guantes–. Mi futura cuñada tiene un concepto extraño de lo que es una emergencia. Para nosotros una emergencia es una avalancha. Para Kayla, es un periodista con una fecha de entrega.
Brenna sonrió porque era cierto.
–Ha ayudado a transformar este lugar. Tiene mucho que ver con el hecho de que Snow Crystal tenga futuro. Y además, Jackson y ella hacen una pareja encantadora. Jamás pensé que pudiera llegar a verlo tan enamorado.
Tyler se agachó para soltarse la bota.
–¿Te molesta?
–¿Por qué iba a molestarme?
–Has salido a cenar con él algunas veces –respondió con tono de indiferencia–. Habéis trabajado juntos durante años. Solo me lo preguntaba, eso es todo.
–Entre Jackson y yo nunca ha habido nada más que amistad –al contrario de lo que sentía por Tyler. Sin querer ahondar en ello, se guardó el teléfono en el bolsillo y se agachó para recoger sus esquís–. Será mejor que volvamos antes de que envíen una patrulla de búsqueda.