Capítulo Diecinueve
Charlie sentía como si le hubiesen golpeado la cabeza repetidamente con una pala. Confundida, miró hacia abajo y se dio cuenta que estaba acostada sobre un colchón extremadamente fino. Cuando se sentó, el cuarto pareció dar vueltas. Volvió a recostarse y soltó un gemido. ¿Qué es lo que pasa conmigo?
Sintió que el colchón se hundía al final de la cama. Alguien se había sentado. Su corazón comenzó a acelerarse. Una mano acarició su pierna. El miedo se apoderó de ella, y la llevó a pegarse contra la fría pared, tomándose los pies con las manos mientras quedaba hecha una bolita.
—Shh… Está bien, no te haré daño —susurró una joven niña de aspecto extranjero.
Charlie abrió los ojos. La chica sentada junto a ella debería tener la misma edad. Tenía el cabello rubio y despeinado y llevaba puesto un fuerte maquillaje de colores llamativos.
—¿Dónde estoy?
—No lo sé. No lo sabemos.
—¿Hay más chicas?
—Sí, mira a tu alrededor. Somos muchas —la niña parecía estar asustada y nerviosa, mirando por encima de su hombro cada vez que hablaba.
Charlie levantó la cabeza. Sus ojos le dolían. Le llevó unos segundos acostumbrarse a la oscuridad.
La habitación era similar a un largo y angosto callejón. La cama que ella ocupaba estaba al final, y del otro lado a la derecha, cerca de la puerta, podía ver cuarenta o cincuenta camas literas, apiladas como en prisión. Podía divisar a algunas de las chicas, todas se veían diminutas, arrinconadas en las camas. En el otro extremo, un foco que daba un pequeño destello de luz, se mecía de un cable suspendido del techo.
Unos rayos de sol entraban por las dos ventanas, las cuales tenían barras de metal.
El olor a rancio y de distintos fluidos corporales penetró sus fosas nasales y le provocó unas arcadas.
—¿Cómo te llamas?
—Mi nombre es Carma. Soy de Rumania. ¿Y tú?
—Soy Charlie. ¿Cuánto hace que estas aquí? —imitando a Carma, mantuvo la charla en susurro. Tenía tantas preguntas por hacer, pero por algún motivo las oraciones se mezclaban en su cabeza.
—No lo sé. Quizá lleve dos meses o tres.
—Tengo una sensación rara en la cabeza…
Los ojos de Carma se llenaron de lágrimas mientras le decía —Te han drogado. ¿Ves? —ella le señaló la marca de aguja que Charlie tenía en el interior de su brazo.
—Es heroína. Nos la dan a diario. Es para poder controlarnos mejor. Ya te acostumbrarás.
¿Heroína? No quiero acostumbrarme a eso.
Antes de que Charlie pudiera hacer más preguntas, Carma saltó hacia su cama. Un fuerte sonido llenó la habitación. El pestillo de la puerta se movió hacia arriba y hacia abajo. Cada una de las chicas corrió deprisa y se metieron debajo de la cama, prestando atención a cada movimiento.
La puerta se abrió. Entraron tres hombres enormes. Charlie quedó congelada.
Alguien susurró a su lado —Levántate de inmediato, o tu vida no valdrá la pena.
Ella intentó llevar las piernas hacia uno de los lados del colchón, pero se cayó, dándose por vencida. Mientras sus extremidades temblaban sin parar, sus gritos de dolor hacían eco en toda la habitación. Los hombres se dirigieron hacia ella. Su miedo se intensificó.
—Esta noche tenemos una fiesta, chicas. Vendrán personas muy, muy importantes —dijo un hombre con un acento fuerte, no era como el de la chica, sino más notorio.
La escuela de Charlie había recibido un estudiante de Rusia el año anterior. Esta voz sonaba prácticamente igual, pero más grave y más profunda.
Charlie intentó mirar a los hombres para ver si reconocía a alguno de ellos, pero no lo logró. Entró en desesperación cuando los vio. ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? Oh mamá, ven, por favor…
El hombre continuó hablando. Usaba un tono de voz seductor. —La pasamos muy bien. Todos nosotros. Estoy orgulloso de ustedes, especialmente tú Carma, mi pequeña preciosa.
Tomó a Carma del mentón. Ella intentó alejarse de él, pero la sostenía tan fuerte que sus labios quedaron apretados, como si fuera un pez. Le dio un beso largo y apasionado. Ella se liberó de su apretón y gritó. El hombre se rio y luego la golpeó en el estómago.
—La próxima vez que quiera besarte, lo haces, o…— él levantó su mano derecha, ubicó su pulgar en la garganta y lo llevó de izquierda a derecha.
Charlie escuchó como Carma llorisqueaba y se retorcía de dolor, sujetándose la panza con los brazos. El hombre le levantó el rostro y le limpió las lágrimas de sus mejillas rosadas.
—Si haces lo que te digo, no saldrás lastimada, ¿Me entiendes, cariño?
—Sí, Sergei. —contestó Carma con la voz temblorosa. El hombre rio y continuó su camino, tocando a cada una de las chicas que pasaba. A algunas les pasaba el dedo por la mejilla, pero la mayoría de las veces, sus manos iban en busca de las partes más íntimas de esos pequeños cuerpos. Ninguna de ellas se negaba, pero Charlie sabía que tenían miedo.
Ahora él estaba parado en frente de ella. Le chasqueó los dedos a los dos hombres que lo habían seguido todo el trayecto. Ellos tomaron a Charlie y la pusieron de pie. Le temblaban las piernas y las rodillas se le doblaban, pero antes de caer al suelo, uno de los hombres le agarró la muñeca izquierda y la frotó entre sus manos, hasta quemarla. Ella gritó de dolor. Pero el grito quedó atorado en su garganta cuando el otro hombre le dio un puñetazo en el estómago. Ella cayó rendida. Largó todo el aire que tenía dentro, quedándose sin fuerzas. Perdió todas las fuerzas. Se sentía sin esperanzas.
—Ja. Pensé que dijo que deberíamos cuidarnos des esta. Que peleaba como un tigre.
Sus palabras se burlaron de su coraje, pero no lo eliminaron. Quizá su cuerpo no estaba en condiciones de ayudarla, teniendo en cuenta el dolor y la debilidad que sentía, que no la dejaba respirar; necesitaba ayuda incluso hasta para ponerse de pie. Pero eso no iba a impedir que lo desafiara de todas maneras.
—¿Qué… que quieres de mí? ¿Quién eres?
—Yo hago las preguntas, ¿entiendes?
Su rostro, lleno de rastros de furia, casi rozaba el de ella. Pudo aspirar su aliento con olor a una mezcla de ajo y cigarro. Su estómago dio vueltas a causa de ese olor asqueroso. De golpe, el vómito salió de su boca. El feo rostro del matón fue el blanco principal. Su cuerpo chocó contra el suelo frio y húmedo, cuando recibió un golpe seco en la oreja e hizo que perdiera el equilibrio. Quedó tirada en el piso, incapaz de moverse ni esquivar los puñetazos y patadas que su cuerpo recibía sin cesar. Estaba más allá de la agonía, sentía que su mente estaba perdida. La sangre se mezclaba con sus lágrimas y su boca se llenaba de mocos. Por un solo instante pensó con claridad. Aquí moriré… Oh mamá