Capítulo Dos
—Aquí está, Pete. Por fin atrapé al bastardo…
—Oh, Dios. ¿Qué…?
Un fuerte estruendo despertó a Lorne del horrible sueño. Las paredes blancas que la rodeaban, reflejaban su terror.
¿Dónde estoy? Una nube cubría su mente, impidiendo llegar a cualquier respuesta. Giró su cabeza al sentir una fresca brisa sobre su rostro. Tom.
La puerta se cerró detrás de él. Todos sus miedos se desvanecieron cuando vio a su esposo caminando hacia ella.
—Por fin despertaste. ¿Cómo te sientes? —preguntó él.
—Estoy bien. ¿Cuánto tiempo he dormido? —momentos que prefería no recordar llenaban su mente confusa.
Él no contestó.
—Por Dios, Tom. ¿Cuánto tiempo?
Se quitó las sábanas de un tirón y llevó sus delgadas piernas hacia uno de los lados de la cama. Hizo una mueca de dolor cuando el armazón de hierro de la cama rozó sus piernas.
—¿Qué haces? Cariño, debes quedarte recostada… —antes de que pudiera darse cuenta, él la acostó y la tapó.
No le salían las palabras. Lo miró.
—Por el amor de Dios, Tom, dime cuanto tiempo…
—Veinticuatro horas…
—¿Qué?
—Pensaron que estabas en shock. Sean y yo estuvimos de acuerdo con el doctor en sedarte por un tiempo para que tu cuerpo pueda descansar y recuperarse de todo el horrible episodio. Después de todo, estabas herida…
—¿Herida? Es un pequeño corte… ¿Tú y Sean? ¿Desde cuando eres el mejor amigo de mi jefe?
Él detuvo su segundo intento de salir de la cama.
—Debo salir de aquí. Sean y tú ya me han costado demasiado tiempo.
Ella empujó el pecho de su esposo con las palmas de las manos, pero él se estaba decidido a no moverse.
—Mira, sé que Sean y yo nunca hemos coincidido en nada, pero en este momento, dadas las circunstancias y con todo lo que pasó con Pete-
—Ah, entonces sí recuerdas a Pete, ¿verdad? Ocultas tu duelo demasiado bien. ¿No se les ocurrió a ninguno de ustedes dos que el asesinato de Pete es exactamente la razón por la cual no puedo perder tiempo? El asesino de Pete esta por ahí. Suelto. ¿Cómo se supone que voy a atrapar al maldito si estoy atada a la cama de un hospital? Por al amor de Dios, el hijo de puta ya me lleva la delantera. Una hora es suficiente para él. ¿En qué demonios estaba pensando Sean? ¿Acaso soy la única con dos dedos de frente aquí?
—No, solo tú crees eso. Es siempre la misma historia. Lorne contra el mundo. He escuchado el mismo maldito problema más de mil veces durante los últimos años.
Al oír sus palabras, ella se llenó de arrepentimiento. Si, había hecho que su marido pase por muchas circunstancias como esta. Él nunca había comprendido la dedicación que ella le ponía a su trabajo. Que era su prioridad por encima de su familia.
La mirada de su esposo cambió a una de molesta resignación. No era exactamente una tregua, pero al menos ella sabía que él había cedido. Él le alcanzó su ropa del perchero. Durante las horas de sueño inducido, Tom le había cambiado el traje lleno de sangre por uno nuevo.
Subió la falda por sus caderas redondeadas. Sus piernas temblaban. Se apoyó sobre la cama para poder sostenerse. Mientras subía el cierre de la falda por detrás, sobre su delgada cintura, el enojo de Tom se hacía notar con constantes suspiros.
Maldito inmaduro.
—Necesito ir al cuartel general. ¿Me llevas o prefieres que tome un taxi?
—Basta de esa actitud. Suficiente. Quizá te cueste creerlo ahora, pero yo no soy uno de tus tantos enemigos. No desquites tus frustraciones conmigo. Estoy tan destruido como tú por lo que pasó con Pete. Era un buen amigo mío también, ¿recuerdas?
Ella se dio vuelta para confrontarlo, pero quedó sorprendida al ver los gestos de dolor en su hermoso rostro. Oh Dios, soy una maldita egoísta por momentos.
Él dejó caer sus brazos y caminó hacia la puerta como si los pies le pesaran.
—¿Cuál es el maldito punto? El doctor deberá darte el alta para que te retires. Déjame ver si lo encuentro…
Sorprendida, contestó —No te molestes. Nadie va a impedir que me retire de aquí. Nadie, ¿me escuchaste? Ahora, haz lo que te digo y acerca el coche a la entrada.
Necesitando descargarse, atacó su cabello castaño con el cepillo, peinándolo con fuerza. El dolor taparía la angustia que sentía.
Lorne salió rápidamente de la habitación y se apresuró por el pasillo. La enfermera de guardia, una rubia, salió corriendo detrás del escritorio.
—Sra. Simpkins, no puede levantarse de la cama y salir como si nada…
—¿Quieres apostar? Mírame.
—Al menos déjeme avisarle al Dr. Carter. Está comenzando su guardia —intentó regresar a Lorne a su habitación. Pero Lorne se la sacó de encima.
—Ya he perdido suficiente tiempo hasta ahora. Solo dígame donde tengo que firmar el alta para salir de este basurero. Sin ofender —la enfermera retiró los papeles de un tirón— Gracias. Ahora, ¿Cuál es el camino más rápido hacia la morgue?
—Dobla en la primera entrada a la izquierda. Luego, la segunda puerta a la derecha. El ascensor te llevará hacia el sótano. Encontrarás la morgue al final del pasillo, sobre la derecha.
¿No hay mejor manera de tratar a los pacientes ya?
Estaba ansiosa y llena de esperanza pensando que su buen amigo, y ocasional colega, el forense Jaques Arnaud, estuviese de turno.
No había llegado lejos, cuando necesitó apoyarse sobre una pared porque se había quedado sin aliento. ¿La enfermera dijo la segunda o la tercera a la izquierda?
El errático viaje en ascensor la hizo temblar. Una vez más, tomó fuerzas sobre la fría pared de ladrillo pintado del pasillo. ¿Qué diablos te sucede, chica? Ella sabía la respuesta. Era la última vez que iba a ver a su compañero. A su compañero muerto.
—Ma chérie, ¿Cómo estás? —Jacques la sorprendió. Su voz venía detrás de un montón de papeles. Los ubicó sobre el escritorio, y se acercó a ella, con los brazos abiertos.
Sus preocupaciones se calmaron cuando el abrazo de Jacques la envolvió. Acarició su espalda, y en su lengua natal, le susurró algo al oído. En su segundo idioma, dijo —Shhh… ma chérie, todo estará bien.
Ella quería que ese momento durara por siempre, que no terminara. Se dio cuenta que el sintió lo mismo.
¿Por qué la vida tiene que ser tan complicada?
Ella se alejó, intentando evitar esos sentimientos tan intensos y excitantes. Se rehusaba a que sucedan. No aquí. No ahora. Se conocían hacía años, pero durante los últimos doce meses su amistad se había convertido en algo mucho más profundo.
—¿Está aquí, Jacques?
—Sí, él está aquí. Pero no creo que sea conveniente que lo veas.
Confundida, levantó la mirada, buscando respuestas. Su corazón amenazó con traicionarla, y sus palabras la molestaban, pero logró retraer sus sentimientos. ¿Por qué todos creen saber que es mejor para mí? ¿Por qué nadie, ni siquiera Jacques, puede confiar en que puedo controlar mis emociones?
Finalmente su ira brotó. Se dirigió por el pasillo hacia los cambiadores. Él la siguió sin decir una palabra.
—Yo seré quien juzgue eso. ¿Ya lo abriste? —ella misma se encogió de dolor al escuchar sus crueles palabras.
Se arrancó la chaqueta mientras caminaba, preparándose para vestir el uniforme apropiado antes de ingresar a la morgue con Jacques. “Sin traje, no se ingresa”, le había dicho la primera vez que se vieron.
—Oui, realicé la autopsia esta mañana. Si te sirve de consuelo, Lorne, no hubiese sobrevivido la operación, no solo por sus heridas. Aunque su corazón era fuerte, él… bueno…
—Lo que quieres decir es que su dieta llena de colesterol lo habría matado pronto de todas maneras.
—Intentaba ser más sutil. No lo hubiese dicho tan crudamente. Pero sí, eso resume su estado de salud. ¿Tenía familia?
—Sí, a mí… No, solo a mí. Tenía una hermana, pero murió hace tres años de un ataque al corazón. Por eso lo molestaba tanto con su dieta. Quizá tendría que haber dejado que haga lo que quiera… Así, por lo menos hubiese muerto feliz.
—Pete tuvo una vida feliz. Amaba su trabajo. ¿Sabías que estaba enamorado de ti? Sí, yo lo sé. Lo veía. Como seguía cada una de tus palabras. Me advirtió también. Me dejó en claro que yo no era bueno ni para secarte los mocos. Me pareció una frase divertida en el momento. Tuve que preguntarle a un colega que significaba. Una vez que me lo dijo, pensé que Pete seguramente tenía razón.
¿Era esto lo que Pete intentaba decirme? ¿Por qué no me di cuenta de algo que todos sí veían? El hecho de que ambos hablaran de ella a sus espaldas no le hacía ninguna gracia. ¿Cuándo y por qué hablarían de mí?¿Qué les da el derecho? De todas maneras, no se sentía con el mejor ánimo para enfrentar a Jacques por esto. En cambio, prefirió concentrarse en los detalles de la muerte de su compañero.
—No lo tomes como algo personal, Jacques. Él era como mi hermano. Cuidábamos uno del otro. Mi familia, era como su propia familia. Solo quería proteger a Tom y a Charlie. Dios mío, siento como si hubiese perdido una parte mía. Voy a extrañar al pobre cabrón.
Jacques no dijo nada. No solía quedar sin palabras, pero esta vez luchaba por encontrarlas. Quizá si ella pudiera hablar francés, él sería capaz de transmitir sus sentimientos, pero también sabía que él la respetaría y no ofrecería palabras superficiales como consuelo. Él sabía lo unidos que ella y Pete habían sido. Tenían una verdadera relación, que pocas veces se veían en la policía metropolitana.
Una vez con sus trajes puestos, ingresaron en silencio a la impecable y recientemente equipada morgue. Cubierto por una sábana verde que terminaba antes de tocar el suelo, el inconfundible cuerpo de Pete yacía sobre la mesa de acero inoxidable.
Este es el momento. Hola, Pete. Aquí estoy.
Sus manos temblaban al quitar las sábanas, pero su terror le dio lugar al alivio. El dolor y el miedo que reflejaba su rostro en sus momentos finales, habían desaparecido. Los rasgos de Pete ahora eran angelicales, pacíficos y puros.
Jacques se detuvo detrás de ella. —¿Te encuentras bien? —él le apretó su hombro tembloroso.
Ella agradeció el gesto, y cuando levantó los hombros, apoyó su mejilla en las manos de su amigo. —Sobreviviré, Jacques.
Ese momento tan reconfortante duró varios minutos.
—¿Qué sucede ahora? ¿Cuándo liberarán su cuerpo para el funeral?
—Primero necesitamos llevar a cabo un par de exámenes más. Con un par de horas más bastará. La gente de la funeraria lo recogerá cerca de las cinco. ¿Sabes cuál era su elección? Quiero decir, entierro o cremación.
—Ahí está la cuestión. No es algo que hayamos hablado. Nunca surgió el tema. ¿Por qué sería algo que discutiríamos? Nos considerábamos indestructibles —su humor cambió. Giró para mirarlo— Supongo que preferiría cremación. Una vez me ayudó en el jardín de casa y se retorció de susto cuando un gusano largo cruzó por la palma de su mano.
—Creo que tiene razón. Cada vez estoy más a favor de la cremación. Supongo que la policía le dará un buen servicio de despedida.
—Más les vale, o tendrán que escucharme. Mira, debo irme. Tom está esperándome afuera —sus mejillas se sonrojaron cuando pronunció el nombre de su marido.
Enfrentando el cuerpo de Pete nuevamente, ella besó su frente fría y luego susurró en su oído —Hasta pronto, cariño. Gracias por todas las veces que me cuidaste. Lamento no haber podido hacer lo mismo.
Mientras salían de la sala, Jacques dijo —Lorne, no te culpes por lo sucedido. Estuvo en peligro muchas veces antes, y arriesgarse así sin un chaleco apropiado-
—Lo sé. En este momento estoy enojada con todos. Con Pete por no obedecer las reglas, conmigo misma por no enfrentar al maldito sistema en el que trabajamos, pero de todos modos, si hubiésemos tenido armas no podríamos haber hecho demasiado. Nos tendieron una trampa.
—Y tu campaña a favor de las armas siendo una sola mujer tiene pocas chances después del lío familiar con el caso de De Menezes. Creo que falta mucho para que en este país se vuelva a considerar armar a la policía. Ahora, ve a casa e intenta descansar. Hazme saber cuándo será el funeral, me gustaría asistir. Y ma chérie…
Ella ya se había sacado el traje de protección y estaba poniéndose sus zapatos, pero algo en su tono de voz hizo que buscara sus ojos color celeste.
—Iba a decirte que sabes dónde encontrarme si necesitas un hombro donde llorar —se tocó el hombro y le guiñó el ojo con cariño.
Una vez que tenía los zapatos puestos, caminó hacia él. Le dio un beso en la mejilla y lo abrazó fuerte. —Gracias, Jacques, tengo tanta suerte de que seas mi amigo.
Sin esperar su respuesta, caminó hacia la salida, temiendo cuales serían las consecuencias si se quedaba más tiempo allí. Se permitió espiar una vez antes de cerrar la puerta tras ella. El abatimiento que mostraban sus hombros caídos le rompió el corazón pero, ¿Qué podía hacer?