Capítulo Veinte
Recibir noticias rompía el sentimiento de agonía y frustración que Lorne sentía hacía horas. Finalmente recibían novedades, pero necesitarían ayuda extra.
—¿Tony? Soy yo. Acabamos de enterarnos que se llevará a cabo una fiesta en uno de los domicilios que me diste.
—Sí, lo sé. Lo tenemos cubierto. Estaba a punto de llamarte. Un compañero se contactó conmigo. Están planeando entrar a la fiesta encubiertos, como trabajadores de una de las empresas.
—Genial. Es por eso que llamo. Mi jefe quería hacer lo mismo. ¿Cuál es el plan?
—No nos han contado todo, pero como es de esperar, hay una camioneta en el lugar vigilando todo. Espero que no te moleste, pero me tomé el atrevimiento de preguntar si podrías unirte al equipo y estar en la camioneta de vigilancia también. Pero solo di sí, si crees que puedes tolerarlo. Les dije que no eras el tipo de persona que se pone histérica en situaciones así.
—Gracias, Tony. Sí, podré soportarlo, mucho mejor que aquí sin hacer nada. Realmente te lo agradezco. ¿Tú también estarás allí?
—Así es. Veamos, son las once cuarenta y cinco. Nos encontramos en el estacionamiento del White Swan en quince minutos. Debemos estar allí a la medianoche y tratar de ver a la mayor cantidad de invitados posible. Según la información que tenemos, la fiesta comienza a las doce treinta.
—Está bien. Nos vemos allí.
La llamada terminó. Esta vez, Lorne se sentía aliviada más que enojada por el abrupto fin de la conversación. Temió que Tony haya malinterpretado el hecho que ella preguntara enfáticamente si él estaría allí e hiciera hincapié en tomarla de la mano o algo así.
—Bueno, puedo decir por la expresión en tu cara que tienes noticias.
—Sí, jefe. Ya se están encargando del asunto —ella le comentó lo que habían charlado.
—Me gustaría hablar con usted. En mi oficina, inspectora si no le molesta. El resto de ustedes, sigan investigando lo que puedan. John, consigue a alguien que siga al equipo de reconocimiento facial.
El jefe tenía cara de pocos amigos. Ella se preguntó si había llegado muy lejos al hacer planes sin preguntarle a él primero. Salió rápidamente delante de ella, hacia la oficina.
—Lo lamento, jefe. Debí haberle-
—Sí, deberías haberme consultado. No puedes hacer esto. No lo permitiré.
El golpe de su puño contra el escritorio la hizo saltar.
—¿Por qué? ¿Y por qué estás tan enojado conmigo?
—No seas tan ingenua, Lorne. Según el protocolo, ni siquiera deberías estar en el caso, pero te di el beneficio de la duda. Me prometiste que te mantendrías al margen y ahora haces esto. Estás loca si crees que te dejaré estar a menos de treinta kilómetros de ese lugar.
Ella lo miró. Él se mantenía firme, su mirada de enojo directamente se dirigía a ella. Se le vinieron a la mente recuerdos que era mejor olvidar. Su historia de amor había sido noventa por ciento peleas, diez por ciento reconciliación.
—Con todo respeto, señor. Creo que está siendo irracional.
—Ja. ¿Yo soy el irracional? —se dejó caer en la silla.
Lorne se sentó también. Se dio cuenta que él comenzaba a flaquear, por lo que aprovechó su ventaja para presionarlo.
—Te prometo que no haré nada inapropiado. Además, Tony estará allí para mantenerme bajo control. Habrán otros policías. No creerás que ellos me dejarán entremeterme, ¿verdad?
—Dios, por momentos eres imposible de tratar, Lorne Simpkins. No estoy para nada contento con esto.
—Lo sé. Pero estaré bien. Por favor, dime que podré ir. Necesito estar allí.
Sus ojos se enternecieron. —No creas que me manejarás siempre, Lorne.
—No, señor. Por supuesto que no —ella le dedicó su sonrisa más dulce.