Capítulo Veintiuno
Cuerpos sudados y sobras de comida malolientes no era exactamente la manera en la que Lorne deseaba pasar sus próximas horas. Apretados en un Ford, todo estaba preparado para hacerse pasar por empleados de la agencia de catering.
Los cuatro oficiales la saludaron respetuosamente. Reconoció a dos de los oficiales del caso de Gripper Jones, en el cual ella había ayudado el año anterior. Como era de sospechar, Tony ya los había informado de su situación y participación en el caso.
Ella tomó una caja de pizza y una de curry que estaban en el único asiento disponible. Tony ya se había ubicado en el frente.
—Gracias por invitarme a cenar, chicos —bromeó Lorne.
Eso rompió el hielo y produjo una mirada de apreciación de parte de Tony. Tres de ellos se rieron, y el último dijo, —No estoy vestido para la ocasión. Si tienes hambre, hay pollo caliente aquí adelante.
Antes de que tuviera tiempo de contestar, uno de los otros oficiales dijo, —Atentos, tenemos acción.
Él se inclinó hacia adelante y comenzó a manipular el sintonizador de la radio.
—Falcon Uno, estamos listos para comenzar —dijo utilizando un micrófono diminuto.
Solo se escuchaba lo que parecía ser interferencia. Tony se inclinó hacia Lorne y le susurró al oído.
—Ese es uno de los chicos dándonos la señal de que todo está bien. Tenemos a seis como meseros y uno de aparcacoches.
Ella observó con atención la media docena de monitores que tenía frente. Miraba con asco y asombro a la cantidad de personas “importantes” que llegaban a la mansión. Reconoció a la mayoría de ellos, pero uno en particular la dejó anonadada.
—Ese es el auxiliar del ministro del interior, Paul Solomon. Parece el estreno de una gran película, solo falta la maldita alfombra roja —le murmuró a Tony.
Apreciando su sentido del humor, tanto él como los demás sonrieron. Ahora se sentía como parte del equipo en vez de una espectadora. Dejando de lado el motivo por el cual estaban allí, ella disfrutó de la experiencia. Si se trataba de vigilancia, esta era una de lujo. Recordaba cómo había pasado noches en su vehículo junto a Pete, temblando de frío y muertos de cansancio. Lo único que ambas experiencias tenían en común, era la comida de rotisería.
En los monitores que mostraban el interior de la casa se veía como los invitados eran recibidos y guiados hacia una gran sala en un costado. Los meseros, todos hombres, les servían champagne y canapés a los invitados que estaban de pie, charlando en pequeños grupos en un lado de la sala. En el lado opuesto se podían observar varias filas de asientos, envueltos en tela roja, parecido al estilo de un teatro.
A las doce treinta, todos los invitados quedaron en silencio, cuando su atención fue acaparada por los leves aplausos de nada más y nada menos que Sergei Abromovski.
—Caballeros, es un placer tener su compañía esta noche. Sé que no lamentarán haber venido —soltó una risa de pervertido que se expandió por los parlantes.
Lorne apretó fuertemente el respaldo de la silla delante de ella, pero permaneció callada.
La voz de Sergei se escuchó de nuevo. —Los procedimientos para el entretenimiento de esta noche serán de la siguiente manera. Primero les pediré a todos que tomen asiento. Una vez que todos estén ubicados, podremos comenzar con el show. Traeremos a las chicas una por una. Ofertarán por una noche de placer y la oferta más alta, gana a la chica. Hay cuartos disponibles por un pequeño valor extra. Todo el dinero que juntemos será donado a una institución que ya tiene mi corazón, llamada, Niños de Beslan.
—Seguramente sea así — dijo Tony— al maldito solo le interesa una sola organización, y es la de “Islas Caimán, Sergei Abromovski.”
—Hijo de puta.
—Opino lo mismo que tú, Lorne. Escucha como aplauden. Son tan educados, parece que estuvieran en plena cena con la reina.
Sin embargo, los modales de estos hombres desaparecieron cuando llegó el momento de buscar asiento. De hecho, se desataron algunos altercados al pelear por los asientos en las primeras filas.
—Malditos viejos verdes —murmuró Lorne.
Nadie contestó su comentario. Todos estaban atentos, llevando su atención a las cortinas doradas de seda que se veían al final de la habitación. Finalmente se abrieron, dejando a la vista a la actriz de West End, Dorothy Emerald.
—Mierda, esto es de no creer. ¿Qué carajo hace ella aquí?
—Parece ser que está como anfitriona. Y, al juzgar por como lo hace, parece ser un trabajo cotidiano para ella. Eso solo indica que ella también está metida en esto. Dios mío-
Tony quedó callado cuando subió al escenario una pequeña y asustada joven, quien en lugar de caminar por la alfombra roja, se tambaleaba. Tenía el cuerpo a penas cubierto. Su rostro demostraba claramente el miedo que sentía, pero ella caminaba mirando al frente.
Se escucharon silbidos y gritos que rodeaban a la jovencita y dejaban en la camioneta, una sensación de asco. Estos hombres parecían un grupo de lobos a punto de destrozar a su presa.
Lorne dijo en voz baja —Dios santo, no tiene más de doce o trece años.
Aunque su imagen siempre estaba cerca, Lorne pensó en Charlie. Sus piernas temblaron. Aguanta. Vas bien hasta ahora. No te quiebres ahora.
Tony la miró por encima de su hombro —¿Te encuentras bien?
—Estoy haciendo lo mejor que puedo…
Él asintió. Los demás ni le prestaron atención a la conversación, ni se preguntaron si era inapropiada. Lorne agradeció lo profesionales que eran.
Ella volvió a mirar a la pantalla. Un joven y famoso futbolista acompañó a la segunda niña. La chica comenzó a caminar por la pasarela. Tenía pechos enormes y luchaba por mantener el equilibrio en unos horrendos tacos altos. Al final, ella se tropezó y cayó.
—Cayó como una presa, pobrecita…—dijo uno de los policías. Observaron cómo los hombres la pateaban mientras pretendían ayudarla a volver a la pasarela.
Las pujas comenzaron con la increíble suma de dos mil libras y terminaron en el monto de cuatro mil, oferta de un hombre gordo alrededor de cincuenta años. La chica temblaba literalmente.
Lorne tomó un profundo respiro. Durante sus años de servicio había lidiado con toda la clase de crímenes. Tanto macabros, trágicos y horrendos como realmente repugnantes. A lo largo de los últimos tres o cuatro casos Lorne había logrado construir una pared de acero y mantenerla firme siempre. Un buen policía jamás podría permitir que ese muro cayera. Pero esto… Estar involucrada en un nivel tan personal… Quizá el jefe tenía razón, esto podría quebrarla.
La subasta asquerosa duró aproximadamente una hora y media. Lorne sintió alivio cuando la señora Emerald daba por concluida la noche, pero no dejaba de perturbarla la situación de las pobres pequeñas que habían sido compradas. No hubiese querido que Charlie fuera una de ellas. Era lo que más deseaba con todo su corazón, que Charlie esté lejos de todo eso, pero sabía que esta experiencia no terminaría aquí. Se le llenaba la cabeza de preguntas, si Charlie no estaba allí, entonces ¿Dónde estaba? Ahora la investigación incluía tráfico de menores como esclavos sexuales y pedofilia, además de los atentados terroristas y la conexión con el Unicornio y Abromovski. Las implicaciones eran tremendas. Y en algún lugar, entre todo eso, estaba su bebé.