Capítulo Veintiocho

—Habla la inspectora Lorne Simpkins. En la sala también se encuentra el jefe superior Sean Roberts y la sospechosa, la oficial Laura Crane. La fecha es 23/10/2008, siendo las cuatro cuarenta y cinco de la madrugada. Por favor, tome asiento señorita Crane.

La mujer arrastró la silla de plástico hacia otra dirección. El chillido que producía las patas de metal al raspar los mosaicos del piso le pusieron los nervios de punta a Lorne.

—Señorita Crane, ¿Cuánto tiempo lleva brindándole información confidencial de la policía metropolitana al sujeto conocido como el Unicornio?

—Sin comentarios.

—Por sus acciones tan egoístas, un excelente oficial, y colega suyo ha muerto unos días atrás, ¿Cómo se siente al respecto?

Una pequeña sonrisa de dibujó en los labios finos de la mujer. Lorne metió las manos debajo de la mesa, sobre su falda, intentando contener las ganas de borrarle esa sonrisa de un golpe.

—Sin comentarios.

—Me pregunto si dirá lo mismo cuando la imputemos como cómplice de asesinato…

Crane abrió los ojos de golpe. —No pueden…

—Entregaremos nuestra evidencia a penas abran las oficinas. Sabemos que se tramitará pronto. Así que veamos. Cómplice de asesinato lleva de cinco a siete años, pero en su caso, al ser un policía infiltrando información confidencial al otro bando, bueno… —Lorne miró al jefe, esperando que le siguiera el juego.

—Teniendo en cuenta que llevamos ocho años tras el Unicornio y que sus sorprendentes trucos estaban relacionados con saber cada uno de nuestros movimientos, yo diría que el juez estará muy interesado en saber de dónde provenía toda la información. Mmm… veamos, ¿Serían quince o veinte años en Holloway?

El jefe se inclinó hacia delante. —Y no quisiera estar en tus zapatos cuando los otros presos se enteren que eras policía, Crane. ¿Se puede imaginar, inspectora?

—Pura basura. Solo he trabajado para la policía por dos años. No pueden culparme por lo que haya sucedido en los últimos ocho años. Y no diré nada más hasta que llegue mi abogado. Sé muy bien cuáles son mis derechos. Ustedes me los enseñaron.

—Discúlpeme un momento —el jefe se acercó hacia la grabadora —El jefe Roberts ha abandonado la sala. El interrogatorio ha terminado a las cuatro cincuenta y dos AM.

La grabadora se detuvo. EL jefe se volvió a sentar y miró a Crane a los ojos.

—Ahora, extraoficial, Crane. Sabes que estas acabada, ¿verdad? Tienes información que queremos. Sí, conoces tus derechos, pero también sabes del programa de testigos-

—¿Te refieres a un acuerdo? ¿Me están ofreciendo un acuerdo?

—Sí, pero tenemos poco tiempo.

Lorne intentó controlar su impaciencia, pero falló. —No podemos esperar a que tu maldito abogado llegue aquí. Danos lo que buscamos, y te proveeremos seguridad.

—El Unicornio me-

—¡No lo hará estúpida perra!

—¡Lorne!

—Lo lamento, señor, pero por el amor de Dios, la vida de Charlie depende de su cooperación. Mira, Crane. Lo siento. No debería hablarte así, pero despierta. El Unicornio no te ayudará. Te matará. ¿Por qué crees que te encerramos anoche? Por tu propia seguridad, por eso. No te creerá que no nos dijiste nada. Si quedas en libertad, algo que puede pasar cuando tu abogado haga su trabajo, estás muerta.

—Están locos, ambos. Si creen que pueden esconderme en algún lugar donde él no me encuentre, ese mismo hecho le hará saber que hablé. Oh, no. Prefiero enfrentar las consecuencias que la fuerza tiene para mí, que la ira del Unicornio. Realmente no tienen idea de lo que este tipo es capaz, ¿verdad? Bueno, yo sí. —Crane soltó una corta carcajada.

—Por supuesto que lo sabes. Dos años… —Lorne dijo mirando al jefe — Señor, me parece poco probable que alguien que lleve trabajando dos años en la fuerza le sea de algún uso al Unicornio. Quiero decir, si tenemos en cuenta su período de entrenamiento y el tiempo que llevó su pase al departamento, ¿Cuánto podría saber ella? Solo lo suficiente para contarle como tomamos nuestro té. Da a pensar que ella era su empleada desde antes. ¿Cuánto tiempo llevas acostándote, es decir, trabajando con el Unicornio, Crane? ¿Fuiste ubicada a propósito en la fuerza?

El comentario logró la reacción que Lorne buscaba. Crane dio un salto e intentó darle una bofetada en la cara. El jefe se dio cuenta de sus intenciones y la tomó de la muñeca antes de que lograra hacer contacto. —Crane, podemos esposarte.

—No, no pueden, y lo saben. Estarían violando mis derechos. Tengo derecho a tener a mi abogado presente y que el interrogatorio no se realice hasta que él esté aquí.

—No te estamos interrogando. La grabadora está apagada. Estamos intentando que abras los ojos. Si aceptas que te interroguemos y nos ayudas a atrapar al Unicornio, entrarás al programa de testigos y tendrás la mayor seguridad. Bajaremos todos los cargos —dijo el jefe.

—No confío en usted, señor —su tono contradecía el respeto que aparentaba tener— preferiría arriesgarme con el Unicornio.

Lorne decidió que era hora de hablar mujer a mujer. Solo esperaba que el jefe la dejara.

—Entonces, ¿Cuánto tiempo llevas durmiendo con el Unicornio? ¿O eres demasiado vieja para él? ¿O quizá eres una fea de mierda para estar con él? ¿Es eso? Claro, ni siquiera dormiste con él. Diste toda la información a cambio de una promesa. Que patética eres. Seguro ni siquiera tuviste un novio para presentarle a mami. Sabemos que seguro te pagó muy bien, pero te mantuvo ilusionada con esa promesa, ¿no?

—Inspectora…

Lorne dio media vuelta, y miró al jefe, esperando que la dejara seguir. Él estaba sentado en el borde de la silla, listo. No se reclinó hacia atrás, ni parecía relajado, pero a su entender, le estaba dando el visto bueno para seguir adelante.

—Apuesto a que te hizo miles de promesas. Seguramente te decía que te conseguiría entradas al teatro, solo para retractarse a último momento; o te invitaba a cenar a los mejores restaurantes y llamaba diez minutos antes para cancelar la cita. Vamos, Crane, dime que tengo razón.

De repente, comenzaron a caer lágrimas por el rostro de Laura Crane. Llevó el mentón hacia su pecho. No dijo nada. No hacía falta. Lorne sabía que iba en buen camino. Lorne continuó con un tono más suave.

—¿Por qué, Laura? ¿Por qué te dejas manipular por este hombre tan malvado? —Crane seguía sollozando. Por un momento la compasión se apoderó de Lorne, pero se desvaneció rápidamente cuanto imaginó el rostro sonriente de Charlie. Sabía que debía continuar. Tomando aire, preguntó:

—¿Crees que tu madre estaría orgullosa de ti? ¿Sabía en qué andabas?

—Deja a mamá fuera de esto.

—¿Por qué debería? Tú la metiste en esto.

—Fue por mamá por quien lo hice —dijo Crane con la voz entrecortada.

—¿Es así? Dinos, Crane. Somos todo oídos.

—Ella estaba muriendo. Necesitaba atención médica. Yo quería que ella tuviese el mejor tratamiento posible. Es por eso que lo hice. Lo hice por ella, no por mí.

—Así que decidiste venderle tu alma al diablo. ¿Ella lo sabía? ¿Te daba demasiada vergüenza contarle?

—Nunca surgió el tema, eso es todo.

—Tu madre seguro sabía qué tipo de salario tenías. ¿Y me dices que nunca te preguntó de dónde salía todo el dinero extra que invertías para pagar su tratamiento prolongado?

—No, usted no entiende. Perdí a mi mamá mucho antes de que muera. Las drogas eran tan fuertes que su cerebro no lo resistió. A menos de que haya vivido con alguien con cáncer terminal, no puede imaginarse como es, inspectora.

—Oh, sé muy bien como es, Crane. Te olvidas que mi madre murió de cáncer el año pasado pero, a diferencia tuya, no hice un trato con Satán para que no muera.

—Quizá esa es la diferencia entre nosotras. Yo amaba a mi madre.

Lorne hizo un gesto de dolor. El recuerdo de la cantidad de veces que había tenido que cancelar las visitas a su madre le dieron una bofetada en la cara. Todavía no había podido lidiar con ese recuerdo. Por suerte, el jefe intervino.

—Escucha, Crane. Nos estamos quedando sin tiempo. ¿Nos vas a decir quién es este tipo y donde encontrarlo? ¿Sí o no? Esta es una oportunidad única. No respondes ahora, y el pacto se cierra.

—Por última vez, señor. Sin comentario.

Crane soltó una risa macabra y nerviosa a la vez, que hizo que Lorne sintiera escalofríos en la espalda.

—¿Sabes que, Crane? Apuesto a que si te abriéramos a la mitad, podríamos ver tu desesperación corriendo por cuerpo. Eres una maldita perra desesperada. Eso es lo que el Unicornio vio en ti, tu puta desesperación. Lo único que espero es que tu madre no se esté retorciendo en la tumba ahora.

—Eso sería difícil, inspectora. La cremamos.

—Es una metáfora, Crane, pero no pretendo que entiendas algo tan simple como eso. Oh, por cierto. Si ese bastardo lastima a mi hija, estaré en tu búsqueda. Que no te quepa la menor duda.

—Con que él tiene a su hija, ¿eh? Bueno, como usted dijo, inspectora, a él le gustan jóvenes —su risa volvió a hacer eco en la sala.

El jefe se puso de pie y miró su reloj. Su lenguaje corporal dejaba ver la rabia que tenía. Abrió la puerta y le gritó al joven oficial que estaba en la entrada:

—¡Enciérrenla!

Lorne salió detrás de él. Ya no tenía más esperanzas. Estaba destruida, y su corazón se sentía más pesado que nunca. Ella también miró su reloj: cinco y treinta AM. Solo contaban con seis horas y media.