Capítulo Treinta y Siete

—Listo.

El Unicornio, totalmente absorbido por el reporte de las noticias acerca de su bombardeo, ni siquiera entendió de qué hablaba su guardaespaldas. Sin quitar la vista de la pantalla dijo abruptamente:

—¿Qué cosa ya está?

—La familia de Sasha. Están todos muertos. —dijo Gary.

El Unicornio se dio vuelta.

—¿Algún problema Gary?

—No, jefe. Solo estoy cansado.

El Unicornio lo observó detenidamente por varios minutos. El disfrutaba ver a Gary nervioso. Lo hacía sonreír. Le causaba mucho placer ver como los demás se sentían incómodos cerca de él. Lo hacía sentir más poderoso. Con objetivos mucho más fijos. Poder, que posesión tan mágica.

—Cuando terminemos con todo esto, tienes mi permiso para tomarte una semana libre. Ve a algún lugar tropical, cógete algunas chicas, apuesta dinero. Lo mereces. ¿Y yo? Estaré descansando en una playa del Caribe mientras tú estarás en una playa desbordada de gente en Málaga o algún lugar sin estilo.

¿Acaso fue un gesto de molestia lo que vio en el labio superior de su guardaespaldas?

Miró su reloj: diez menos diez.

—Ten el video listo para las once. Lo veremos todos juntos. Tú, las chicas, y yo. Ahora, tráeme una de ellas. Me gustaría divertirme un rato antes del evento principal.

—¿Alguna preferencia, jefe?

No respondió de inmediato, quiso pensarlo bien. Por un momento, consideró pedir a Sasha solo para confirmar lo que pensaba que le sucedía a Gary y poder hacerlo enfadar más de lo que ya estaba. Pero se contuvo. Lo que necesitaba hacer la mayoría de las veces terminaba con la muerte de esa persona que elegía. No podía arriesgar eso con Sasha. Necesitaba que esté intacta, o al menos que fuese capaz de pararse y caminar. Lo que tenía guardado para ella, sería su última venganza.

—Na. Cualquier zorra estará bien, excepto las que ya seleccionamos para el trabajo, por supuesto. Tengo mucha emoción acumulada de la cual debo ocuparme, si sabes a que me refiero. Y quédate cerca así te haces cargo de lo que deje.

Su risa hizo eco hasta en sus propios oídos, oyéndose como un completo loco. Esto a él solo lo entretenía, especialmente cuando veía el efecto que causaba en Gary.

En el instante que Gary abandonó la habitación, el Unicornio se dedicó a organizar sus pensamientos. Se concentró en Gary y la debilidad que demostraba. En el pasado él ni se hubiese demostrado afectado si los juegos que jugaban con las perras terminaban en estrangulación o con el cuello roto. Él solo envolvería el cuerpo y lo tiraría, riéndose sin parar y bromeando acerca de cómo sería pescado podrido por la mañana. Estos pensamientos eran cada vez más fuertes. Debía mantener bajo control al guardaespaldas en el que ya no podía confiar.

***

La monotonía de las últimas horas había logrado disminuir el miedo que sentía Charlie. Algunos de los dolores que tenía se habían calmado, y otros se habían trasladado como una nube pesada hacia la nuca. Sasha le decía que eso se debía a las drogas. Se quedó acostada en su cama junto a Sasha. Cuando no estaban mareadas por las drogas, aprovechaban para charlar de cómo eran sus vidas antes de esta pesadilla. Pero estos últimos minutos, ninguna estaba mareada, y sin embargo, ninguna hablaba.

El fuerte ruido de una puerta al abrirse violentamente las hizo saltar. Tres de los guardias ingresaron por la puerta. Charlie reconoció a uno. Él había estado en la habitación con el Unicornio cuando la inyectaron. El miedo le apretó el pecho y le cerró la garganta. Su cabeza parecía despejarse mientras su cuerpo cambiaba a modo avión. Sasha la sostenía del brazo.

—Levántate, vamos. Levántate.

Sus gritos dejaban a las chicas rígidas, sin moverse, hasta que las bofetadas en el rostro y los tirones de cabello demostraron cual era el mensaje. Luego, como si todas fueran una, aquellas que todavía no habían sido castigadas, saltaron de la cama y se pusieron de pie. Sus cuerpos temblaban mientras observaban a los hombres.

El hombre que Charlie había reconocido caminó lentamente por el espacio entre ambas camas. Cuando las alcanzó, se detuvo frente a Sasha y la miró a los ojos. Ella le dedicó una pequeña sonrisa. Avergonzado, él quitó la vista. Su mirada se dirigió hacia otras dos chicas y luego señaló a la chica que estaba en la cama de arriba de Charlie y Sasha.

Los gritos de angustia de la chica le partían el corazón a Charlie hasta que, mientras pasaba arrastrada cerca de ellas, escupió a Sasha en la cara.

—Todo esto es tu culpa, perra. Deberías haberte quedado arriba, donde perteneces, maldita zorra chupa pijas.

Abrazando a Sasha, Charlie se permitió cambiar de sentimiento e incluso, sentirse un poco contenta por la situación de la chica. Aunque no estaba consciente lo que le esperaba a esa chica, Charlie creía que se lo tenía merecido por lo que le había hecho a Sasha.

En la habitación solo se escuchaban los gritos de la muchacha. Su cuerpo se movía y se retorcía mientras le tiraba puñetazos a los hombres. Charlie comenzó a tener un poco de lástima, y sobre todo, mucho miedo por ella y Sasha al ver que los hombres se inclinaban cerca de ellas. El tiempo quedó paralizado. Ni siquiera pudo pensar en una oración. Cuando él se movió, ella se encogió. Sasha quedó inmóvil. Luego de un momento, el hombre apoyó sus manos sobre las de Sasha y las apretó.

Charlie intentó descifrar sus gestos, pero no pudo. De repente, dio media vuelta y se marchó del cuarto. Al cerrar la puerta, quedó bloqueado el llanto penoso y gritos de ayuda de la otra chica.

Charlie giró para ver a Sasha y notó lo asombrada que estaba.

—¿Te encuentras bien, Sasha?

—Sí. Pero no tengo idea que fue todo eso. ¿Por qué hizo eso?

—No lo sé. Parecía como si intentara decirte algo.

Bajando la voz, Sasha susurró:

—¿Crees que intentaba decirme que todo estará bien? ¿Acaso me ayudará a escapar? De veras parecía que quería decirme algo. Tengo miedo. Algo sucede, pero no sé qué.

Charlie ni siquiera era capaz de especular. No tenía ningún entendimiento en cuanto a cómo trabajaba esta gente. Pero Sasha, que hasta ahora se había mantenido tan entera y había estado cuando Charlie la necesitó, se veía insegura; y eso la hacía sentir carente de seguridad.