Capítulo Cuarenta y Cinco
Charlie temblaba de miedo. Un chorrito de líquido tibio cayó por su pierna y lágrimas rodaban por su rostro. Miró a Sasha, quien estaba quieta, con la cabeza en alto y mirando fijo hacia adelante. Las otras dos chicas lloraban y rogaban. Observó a los hombres. Las ametralladoras, negras y amenazantes la miraban. Luego giró hacia la multitud y todos los policías.
¿Acaso nadie detendrá esto? ¿Será capaz mamá de ayudarme?
Mamá, papá, por favor vengan a salvarnos. Prometo portarme bien. Repetía una y otra vez en su mente. Pensarlo la confortaba. Sé que vendrán.
—Sé fuerte, pequeñita —le dijo Sasha.
Charlie se preguntaba como hacía Sasha para ser tan valiente. Ella, más que ninguna otra, había vivido la crueldad pura de estos hombres. Las imágenes de la familia de Sasha quemándose viva le causaban dolor en cada hueso de su cuerpo.
Su atención se desvió cuando escuchó un gemido al lado de ella. Una de las chicas que se había ofrecido a ir, había colapsado. Sasha le habló.
—Toni, Vă rugăm să se ridice în picioare, dragă, nu-i lasa sa vezi frica. Au curaj. Totul va fi bine.
—¿Qué le estás diciendo? ¿Está bien?
—Estoy tratando de decirle que tenga coraje. Vendrán a salvarnos. Lo sé, Charlie. Todo saldrá bien. Mira, hay cámaras de televisión. Todo el mundo sabrá lo que está sucediendo. Algo harán, te lo prometo.
El matón que estaba junto a la chica, la tiró al piso de un golpe. Ella volvió a colapsar, y esta vez, cuando cayó, el tipo le golpeó la cabeza con la culata del arma.
—Suficiente —dijo el Unicornio— si quiere morir de rodillas, que lo haga. Esto, mis queridas niñas, explotará en exactamente dos minutos. Será así, si no sé nada de tu madre antes— dijo dirigiéndose a Charlie.
En su mano tenía un pequeño dispositivo, que ella suponía, debía ser el detonador. Lo mostró en el aire, asegurándose de que todos pudieran verlo.
***
—Tony, ¿Hay alguna posibilidad de que interfieras en ese dispositivo suyo? —ella no creía que se pudiese, pero no tenía más recursos. Las manos de Lorne temblaban al buscar los contactos en su teléfono, buscando el número del Unicornio. Activó el altavoz para que todos pudieran escuchar.
—No lo creo. No sin antes bloquear la red telefónica —dijo enojado.
***
El oficial que estaba a cargo de la cámara, hizo zoom hasta acercarse al Unicornio. Su imagen se vio en los monitores. Una sonrisa sarcástica apareció en su rostro antes de atender el llamado.
—Ah, al fin llama la inspectora. ¿Quieres tener tus últimas palabras con tu hija, Lorne?
El jefe le hizo señas para que se mantuviera calma.
—Necesitamos más tiempo.
—¿Tiempo? Ah, estás pidiendo por algo tan valioso, ¿no lo crees? Tienes exactamente un minuto para aparecer con los cuarenta millones, o BOOM , chau ,chau, adiós, Charlie.
Su risa endemoniada le erizó los pelos del cuello.
Lo miraba con horror mientras él jugaba con el dispositivo en su mano derecha. Por poco deja caer el teléfono de tanto que temblaba al asimilar sus palabras.
—Dinos qué más podemos hacer para evitar que sigas con esto.
—Asumo que entonces no tienes intensión de cumplir mi pedido. Es una lástima, inspectora. Son unas chicas tan lindas. ¿Tiene idea del daño que puede provocar un poco de Semtex? Le soy honesto, es muchísimo.
—Por favor, te lo ruego. Déjalas ir. Tienen toda una vida por vivir.
—¿Y qué obtengo a cambio?
—A mí. Me obtienes a mí.
—A usted. ¿Y qué hago con usted?
Tanto el jefe como Tony, negaron con la cabeza mostrando desacuerdo. El jefe le dijo:
—Ni se te ocurra.
—Lo que quieras —contestó ella, ignorándolos.
—Mmm… me da que pensar. Deo admitir que la vagina de una policía suena tentador.
—¡No, mamá! ¡No lo hagas! —gritó Charlie al escuchar lo que decía el Unicornio.
El solo sonido de la voz aterrada de su hija, la impulsó.
—Estoy aquí, a solo unos metros de distancia. Si aceptas, caminaré hacia ti. Pero en el momento que me veas, debes dejar libre a Charlie y las otras chicas.
—El panorama no es bueno. Soltar cuatro chicas y obtener una policía a cambio. Ese es un pésimo acuerdo, ¿no lo cree?
—Es lo mejor que tengo…
Bong. Bong. Bong. El Big Ben anunciaba el mediodía.
—Se acabó el tiempo. ¿Dónde están mis cuarenta millones, inspectora?
—No lo tenemos —su voz sonaba llena de fracaso— Debe haber algo que pueda-
—Ya no la escucho —Mientras hablaba, el Unicornio se acercó a la chica tirada en el piso, apoyó el arma sobre su cien, y apretó el gatillo.
—¡No, oh Dios!
La sangre y materia gris pintaron el pavimento. El cuerpo de la chica tembló, y por un segundo, quedó rígido antes de morir.
Lorne sentía la bilis en su garganta. Miró a Tony, al jefe y volvió a concentrarse en los monitores. El caos estalló. La multitud, que estaba tranquila a una distancia razonable, rompió en gritos y atropellos, cuando se dieron cuenta de que el hombre que habían estado observando se dirigía a ellos. El cordón policial no daba abasto. La gente corría en todas direcciones.
—Lo perdí. Ha desaparecido —dijo Tony, mirando con ansiedad entre la gente.
Lorne le gritaba a través del celular:
—¡No lo hagas, por favor! ¡No lo hagas!
La llamada se cortó. Lorne tiró su celular y salió de la camioneta. Corrió como nunca antes. Unos segundos más tardes, el jefe y Tony iban tras ella.
El Unicornio no se encontraba en la camioneta negra. Tony la revisó y todo lo que encontró fue el cuerpo de un hombre en sus treinta y tantos años.
Tony se comunicó con el inspector Rudgely y le indicó que solicitara oficiales para proteger la escena del crimen.
—Lo perdimos. Mierda. ¿A qué carajo está jugando? ¿Por qué se fue? ¿Fui yo al decir que estaba cerca? ¿Por qué no detonó el chaleco? Es indescifrable. Escuchen, yo iré con Charlie. Tengo que ir. Pase lo que pase, tengo que estar con ella cuando suceda.
—De ninguna manera, Lorne. Te prohíbo que te acerques a ella hasta que el equipo haya terminado su trabajo. Volvamos a la camioneta y vigilemos que sucede. Quizá sus compañeros también se fueron. ¿Alguien vio si se movieron?
—Sí —dijo Tony— el Unicornio les hizo una seña con el arma y todos lo siguieron. Al desaparecer me subió el corazón a la garganta, pensé que comenzarían a disparar, a las chicas o al cordón policial, pero como se dispersó, no hizo falta.
—En ese caso, Lorne, si la policía tiene a la muchedumbre bajo control, puedes acercarte lo suficiente a Charlie para que te vea. Habla con ella y las chicas. Intenta calmarlas y explícales lo que hará el equipo de explosivos. Creo que si él hubiese querido detonar las bombas, ya lo hubiese hecho. Yo creo que estuvo jugando contigo, Lorne. De todos modos, esperemos que así sea.
—Gracias, jefe. Me inclino a pensar lo mismo. Usa desvíos todo el tiempo. ¿Cuáles son tus intensiones?
—Enviaré avisos de alerta a todas las carreteras, aeropuertos y puertos. Tendremos cada salida bloqueada. Ahora tenemos una buena imagen de su rostro, así que la haremos circular. Usaré algunos de los policías que están desocupados allí afuera para buscar hacia qué dirección se fue. No puede estar lejos, y alguien debe haberlo visto pasar.
Mientras Lorne se marchaba, la radio de Tony comenzaba a hacer ruido. Se escuchó la voz del inspector Rudgely.
—Tenemos un problema. Un gran problema. Estoy entre la gente ahora. Me están diciendo que uno de los protestantes fue tomado por la fuerza por este tipo.
—¿Te refieres a que tiene un rehén? Por todos los cielos, ¿ya no tuvo suficiente con estas pobres chicas? —dijo Tony.
—Hay más. Este no es cualquier rehén. Se llevó ni más ni menos que al hijo del primer ministro, Simon Clovelly…