Vida y obra de Victor Hugo

Victor Hugo, uno de los principales escritores franceses del siglo XIX, nació el 26 de febrero de 1802 en Besançon, donde su padre (el general napoleónico Joseph Léopold Sigisbert Hugo)estaba destinado. En 1813 se instaló en París con su madre, que se había separado de su padre, y muy pronto descubrió su vocación literaria y sus enormes ambiciones en este campo (a los catorce años escribió: «Quiero ser Chateaubriand o nada»). Animado por varios premios conseguidos como poeta, abandonó los estudios de Matemáticas que cursaba y en 1821, con solo diecinueve años, publicó Odas, su primer libro de poemas, mientras participaba en las reuniones del cenáculo de Charles Nodier, cuna del naciente Romanticismo. El joven Hugo decidió tocar todos los géneros literarios (novela, teatro, poesía, periodismo) y triunfó en todos los campos, además de demostrar ser un dibujante notable. En 1822 se casa con Adèle Foucher, con quien tendrá cinco hijos (solo Adèle Hugo sobrevivió a su padre, aunque sufrió durante toda su vida graves problemas de salud mental), pero tendrá varias amantes hasta una edad muy avanzada. La más conocida fue la actriz Juliette Drouet, quien evitó que fuera encarcelado después del golpe de Estado de Napoleón III.

En 1827, Hugo publica su drama Cromwell, que incluye un prólogo donde se opone a las convenciones neoclásicas (unidad de tiempo, de lugar y de acción) y pone las bases del drama romántico, que nace con Hernani (1830). Su estreno provoca un violento enfrentamiento (la «batalla de Hernani», entre «antiguos» y «modernos»). A partir de entonces, la producción de Hugo es imparable: publica novelas como Nuestra Señora de París (1831), poesía (Los cánticos del atardecer, 1835), teatro (Ruy Blas, 1838), y consigue una enorme popularidad. El año 1841, y después de tres intentos fallidos, ingresó en la Académie Française.

Aunque Hugo al principio era monárquico, fue dejándose seducir por la democracia y sus virtudes, y fue elegido diputado de la Segunda República Francesa en 1848. Apoyó la candidatura del príncipe Luis Napoleón, pero condenó el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851, y optó por el exilio. Durante el Segundo Imperio, se opuso a Napoleón III y vivió en Bruselas y, más tarde en Jersey y en Guernesey, rehusando la posibilidad de una amnistía. Durante este tiempo, escribió obras como La leyenda de los siglos (1859) y Los miserables (1862). Después de veinte años de exilio, al proclamarse la Tercera República Francesa (el Segundo Impero cayó después de la guerra franco-prusiana), volvió por fin a Francia y se convirtió en una de las figuras esenciales de la República, y en una enorme referencia literaria. Murió el 22 de mayo de 1885, y su cuerpo fue llevado en un principio al cementerio del Père-Lachaise, pero el 1 de junio fue trasladado definitivamente a la iglesia de Santa Genoveva, que la República convirtió en lo que hoy se conoce como el Panteón. Durante algunos días, su féretro había permanecido bajo el Arco del Triunfo, donde fue visitado por unos tres millones de personas, lo que demuestra su inmensa popularidad, que se extendía a todas las clases sociales.

De hecho, la obra de Hugo es tan monumental como apasionada. Como hemos dicho, sobresalió en todos los géneros, y consideraba que todas sus obras formaban un conjunto indivisible: «Un libro múltiple que resumirá un siglo, esto es lo que dejaré detrás de mí». Amaba la palabra, pero a condición de que estuviese firmemente enraizada en la Historia: para él, la literatura no podía separarse del compromiso político.

Dejó nueve novelas, escritas entre los dieciséis y los setenta y dos años. A veces flirtea con las modas, como la de la novela histórica a la manera de Walter Scott, pero desde una individualidad insobornable, y dejando que la modernidad lata siempre bajo la apariencia del pasado, como sucede en Nuestra Señora de París. El último día de un condenado, por ejemplo, pone el acento en la abolición de la pena de muerte. Y Los miserables combina el realismo con el melodrama romántico, incorporando varios fragmentos de finalidad didáctica. Obras como El hombre que ríe son, en cambio, más deudoras del Romanticismo de comienzos de siglo. En todo caso, la novela no es nunca para Hugo un mero divertimento, sino un arma de combate ideológico, donde se narra la lucha de los seres humanos contra las fuerzas de la naturaleza y la fatalidad (como es el caso del patético jorobado Quasimodo) y contra una sociedad injusta (como es el caso de Jean Valjean).

En cuanto al teatro, el joven Hugo ya critica en el prefacio de Cromwell las convenciones del teatro clásico y defiende la mezcla de registros (el trágico y el cómico), la multiplicidad de personajes y de lugares y, en definitiva, la libertad del artista, y con Hernani ocupa su lugar en el teatro considerado como moderno. Con el tiempo, conoció éxitos (Lucrecia Borgia) y fracasos (El rey se divierte), y creó junto con Alejandro Dumas el Théâtre de la Renaissance, dedicado exclusivamente al drama romántico, donde estrenó Ruy Blas (1838).

Como poeta, Victor Hugo evolucionó desde el clasicismo de las Odas hasta el Romanticismo, así como evolucionó desde el monarquismo y el catolicismo ferviente hasta la tolerancia y las convicciones democráticas, pero reservando un lugar preferente a la exaltación de las gestas napoleónicas. Hugo acepta estas contradicciones y, de hecho, las convierte en parte esencial de su ideología, ya que de toda contradicción puede surgir una síntesis que la supere. Hugo es al mismo tiempo lírico y épico, clásico y avanzado. Obras como Las hojas de otoño (1832), Los castigos (1853) y Las contemplaciones (1856) lo consagran como poeta y preparan el terreno para La leyenda de los siglos (1859), su obra maestra, donde sintetiza la historia del mundo, y la del ser humano, que se eleva desde las tinieblas hacia el conocimiento, y siempre con un profundo dominio de las posibilidades de la lengua francesa y de su sonoridad («Victor Hugo toca el tantán con la lengua francesa» dijo un día el excelente poeta y cantante Claude Nougaro).

Victor Hugo también dejó obras ensayísticas (aunque hay que decir que su pensamiento aparece en todas sus obras, sean del género que sean), donde habla de sus ideas religiosas, políticas y filosóficas y en las cuales, con el tiempo, va pasando del conservadurismo al pensamiento democrático, criticando con severidad la sociedad de su tiempo. Hugo se implicó personalmente en luchas muy variadas: contra la ley Falloux, que reorganizaba la enseñanza a favor de la Iglesia católica; contra la ley que restringía el sufragio universal; contra la ley Rouher, que limitaba la libertad de prensa… Decidido a cambiar la sociedad, denunció la pena de muerte, las desigualdades sociales, a los hombres que se enriquecían sin reinvertir sus ganancias en la producción; rechazó la violencia ejercida contra un poder democrático, pero la justificó si se ejercía contra un poder ilegítimo… Pronunció encendidos discursos contra el trabajo infantil, contra la miseria, sobre la condición femenina, por la escuela laica y gratuita, por el derecho de voto universal, sobre la necesidad de que el comercio fuera el substituto de las guerras… Hugo, con su talento, su integridad moral y su obra inmensa, condensó lo mejor de todo un siglo y se convirtió en una figura incontestable, aunque fuera tan amado por unos como odiado por otros, y aunque la admiración que muchos le profesaban (Hugo podía exasperar y maravillar al mismo tiempo) no estaba exenta de críticas (Flaubert detestaba las digresiones filosóficas de novelas como Los miserables; Baudelaire y Verlaine pensaban que el arte no debía mezclarse con el compromiso político…). En cualquier caso, Victor Hugo fue un gigante, alguien realmente irrepetible, y cuya obra se mantiene viva y actual a pesar del paso del tiempo.

Las reacciones a la publicación del libro

Desde el momento de su publicación (la primera parte vio la luz el 30 de marzo de 1862 en Bruselas, la segunda y la tercera el 3 de abril del mismo año en París y la cuarta y la quinta el 30 de junio), Los miserables conocen un gran éxito popular, aumentado por las traducciones (al italiano, al francés, al portugués…) que son realizadas casi de inmediato. Hugo considera muy importante su novela (cuando la terminó, en junio de 1861, dijo a su hijo François-Victor: «Ahora ya puedo morirme») y sigue de cerca su difusión: cuando es editada en Inglaterra, el escritor envía a sus editores ingleses un telegrama con un simple signo de interrogación («?») a manera de contenido. La respuesta fue también clara y concisa: «!».

Las críticas publicadas sobre Los miserables no fueron unánimemente elogiosas: los hermanos Goncourt consideran la novela decepcionante y artificial, y acusan a Hugo de enriquecerse a costa de la miseria del pueblo; Flaubert no encuentra en ella «ni autenticidad ni grandeza»; Alejandro Dumas la considera mal planificada; Lamartine afirma que es demagógica y peligrosa, porque «hace tener demasiadas esperanzas a los desdichados»; Sainte-Beuve se queja de que el público «tiene el gusto enfermo»… Se acusa a la obra de inmoralidad, de sentimentalismo extremo, y se le atribuyen muchos otros defectos. Pero Los miserables se impone gracias a los lectores de todas las clases sociales y supera con creces la prueba del paso del tiempo.

Adaptaciones

Sin duda, las novelas de Victor Hugo más adaptadas al cine y a la televisión son Nuestra Señora de París y Los miserables. Esta última, y a partir de una corta película de los hermanos Lumière realizada en 1897, ha dado pie a unas cuarenta adaptaciones, más o menos fieles, rodadas en varios países además de Francia (entre ellos, Japón, Corea, Argentina, Turquía, Brasil, Rusia, India, Reino Unido, Egipto, Vietnam, Italia y México). Entre ellas, podríamos destacar:

• La adaptación de Richard Boleslavski (1935), con Fredrich March y Charles Laughton, nominada a los Oscar como mejor película.

• La adaptación de Jean-Paul Le Chanois (1958), con Jean Gabin.

• La adaptación de Robert Hossein (1982), con Lino Ventura.

• La adaptación de Bille August (1998), con Liam Neeson.

• La adaptación en forma de miniserie televisiva dirigida por Josée Dayan para la televisión francesa (2000), con Gérard Depardieu y John Malkovich.

• La más reciente adaptación televisiva, realizada el 2019 en Reino Unido y producida por la BBC, con un reparto que incluye actores como Dominic West y Olivia Colman.

Hay que hacer una mención especial al musical Les misérables, de Alain Boubil, Jean-Marc Natel y Claude-Michel Schönberg, estrenado en Francia en 1980. Adaptado al inglés (y más tarde a casi veinte lenguas más), se ha convertido en uno de los musicales más populares de todos los tiempos, y ha sido visto por más de cuarenta millones de espectadores, y representado ininterrumpidamente en ciudades como Londres y Nueva York. El 2012 se realizó una versión cinematogràfica del musical, protagonizada por Hugh Jackman (Jean Valjean) y Russell Crowe (Javert). Algunas canciones del musical se han convertido en auténticos clásicos contemporáneos en su versión inglesa: «I dreamed a dream», «Do you hear the people sing?», «Empty chairs and empty tables», «Master of the house», etc.